miércoles, 3 de febrero de 2016

A ver si ya

A veces, en esas épocas en las que la realidad va por un sitio y las palabras por otro, nos preguntamos quién tiene razón, si las palabras o la realidad. Se trata de un ejercicio retórico. La realidad no necesita llevar razón porque tiene a su favor el hecho de suceder. Y sucede, vaya si sucede. Comparen la publicidad guay de la banca con su comportamiento real para entender lo que decimos. En la última legislatura, mientras las palabras se elevaban, la realidad se hundía, y cuanto más alto volaban las palabras, más hundida estaba la realidad. Los políticos clásicos han perdido el discurso frente al goteo incesante de la realidad. Resulta, por ejemplo, que sí, que hubo corrupción, mucha, y que era estructural, y que quienes la negaban eran sus beneficiarios. Ellos habrían preferido borrar la realidad (“ya haremos otra”), pero llegan Acuamed o Rus o la evidencia de que han destruido pruebas, y no importa las palabras que coloques encima. El enfermo se pudre a cien por hora.

Dura más la realidad que las palabras. Imaginemos que el término ataúd se separara de su objeto. Sus vendedores (como los de la recuperación económica, el milagro español, etcétera) podrían comenzar a llamarlos estuches, cofres, bomboneras. Pero la gente seguiría igual de muerta en su interior, incluso aunque los decorara un artista de Desigual. Tarde o temprano, el ataúd y el difunto volverían a encontrarse y no nos preguntaríamos quién llevaba la razón, sólo si incineramos a papá o le damos tierra. En esas estamos, a la espera de que la realidad y las soflamas políticas se reencuentren, a ser posible con menos violencia con la que en otros tiempos se reencontraron la palabra crisis y la crisis o el término recorte y los recortes. A ver si ya.


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