domingo, 2 de octubre de 2016

Violencia y prostitución. Sexualidad masculina y prostitución


Pedro Larré

El pasado 23 de septiembre fue el Día internacional contra la explotación sexual y el tráfico de mujeres, niñas y niños. El autor nos recuerda que el 95% de las personas en situación de prostitución son mujeres.

No se comprende el patriarcado si no se considera toda la violencia, real y simbólica, que configura el fenómeno de la prostitución. Violencia simbólica, porque todas los estudios coinciden en que en torno al 95% de las personas en situación de prostitución son mujeres, y el 5% restante son hombres gays o transexuales. Y en todos los casos la prostitución se ejerce al servicio del hombre, excepto en un porcentaje claramente residual -máximo el 1%- de casos, en los que es la mujer la que busca sexo con un hombre en prostitución. A su vez, otros estudios indican que solamente un porcentaje también puramente testimonial -máximo el 1%- de la riqueza mundial está en manos de mujeres. Los datos dejan entrever una cruda realidad: que en este mundo, la prostitución es proporcional a la desigualdad económica entre hombres y mujeres.

Género y economía se complementan en el fenómeno de la prostitución. -“Me prostituyo para que mi hija no tenga que hacer lo mismo”, comentó una mujer. Prostitución y violencia sexual masculina (simbólica y real) se nutren mutuamente. La prostitución como ritual social, o como escuela de sexualidad, aún impone al hombre un concepto de virilidad profundamente alejado de sus propios y más genuinos sentimientos; aún conforma un patrón, realmente violento, de sexualidad. Víctima de una profunda inmadurez emocional, el mal llamado ‛usuario’ de prostitución es impelido socialmente a relacionarse con unas mujeres a las que, tanto por el estigma social, como por su propia falta de empatía personal, considera inferiores (según foros machistas: ‛guarras’, ‛ninfómanas’, ‛les gusta que les peguen y les violen’ y un largo etcétera de insultos y vejaciones). Invalidado para satisfacer sus auténticos deseos, las relaciones se tornan compulsivas. Sobreabundancia de estímulos y drogas, imperativo del número de coitos, deseos estrafalarios, hombres en grupo, una mujer tras otra o muchas a la vez... sólo le importa alimentar la fantasía de que la próxima vez ya no va a ser igual. Incapaz de relacionarse en igualdad, el mal llamado ‛cliente’ frecuentemente mantiene relaciones sexuales despojadas de todo su rico potencial lúdico o amoroso, y despojadas del más mínimo sentido ético: maltrata y desprecia, conculca derechos, acude a todo tipo de tretas y engaños para abusar, para pagar menos o para quitarse el condón. Extralimitaciones que embrutecen cada vez más su sexualidad, acaba por excitarle la violencia de someter, la violencia de humillar. Finalmente paga para sustraer dignidad.

La violencia sexual masculina (real y simbólica) articula la relación entre la prostitución y una de las actividades ilícitas más violenta y lucrativa del planeta, como es la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual. El negocio clandestino de la trata es inherente al fenómeno de la prostitución. Él, el hombre prostituyente, no quiere saber nada acerca de las circunstancias de la mujer a la que está prostituyendo; muy al contrario, a menudo sólo le interesa que se cumplan condiciones que redunden en su extrema vulnerabilidad: sin documentación, menores y vírgenes, o con la seguridad de poder tener relaciones sin protección. El hombre que acude al mercado de la trata requiere garantías de plena sumisión, y exige el poder de violar y humillar con absoluta impunidad. En el contexto neoliberal, con la industria del sexo en constante alza, las mafias de trata abastecen buena parte de los mercados occidentales: rumanas, nigerianas, camboyanas o brasileñas; da igual el origen de la mercancía, sólo interesan los ojos rasgados, una voz ‛sensual’ o la piel negra. El supuesto exotismo racial actúa como escaparate de unos agujeros puestos en venta una y otra vez. Machismo, racismo y clasismo estructuran los mercados de trata y prostitución. Vidas secuestradas y esclavizadas, derechos humanos vulnerados, mujeres profundamente humilladas hasta la completa despersonalización se contraponen a captadores, pasantes, traficantes y empresarios de burdeles que se confabulan en poderosas mafias, que obtienen grandísimos beneficios y que se sostienen, en su base, sobre todos y cada uno de los hombres que acuden a prostituir.

La existencia de estas redes transnacionales sólo es posible con la connivencia de políticos y legisladores, de organismos e instituciones públicas nacionales e internacionales. ¿Cómo se puede entender que una mujer, liberada de la red, denuncie a ésta y en consecuencia su familia sea represaliada? ¿Cómo se puede entender que una mujer, liberada de la red, y que por miedo no la denuncia, sea deportada y vuelta a capturar por la misma red? Sociedad occidental, racista, clasista y patriarcal, destino fundamental de redes de trata (de mujeres, y de niñas) porque no hay igualdad ni justicia social. Porque las políticas de prevención y persecución de la violencia de género todavía son claramente insuficientes. Y porque el alto porcentaje de hombres que acude a prostituir tampoco ha recibido, aún, la suficiente educación sexual.

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