Géraldine Schwarz —nacida en 1974, hija de una francesa y un alemán— publica Los amnésicos. Historia de una familia europea (Tusquets Editores), mezcla de ensayo y reportaje, de memoria familiar y de diagnóstico sobre el presente. Schwarz aborda en el libro el pasado traumático mediante una investigación sobre sus abuelos, ni fanáticos, ni criminales, buenas personas arrastradas por la corriente de la historia y cómplices también.
PREGUNTA. Uno de los momentos más dolorosos de "Los amnésicos" es la escena, breve y sobria, en la que cuenta el suicidio de su abuela alemana, la madre de su padre.
RESPUESTA. Nunca nadie me pregunta por eso, usted es el primero.
P. Es el núcleo del libro, ¿no?
R. Yo quería entender el grado de responsabilidad de mis abuelos bajo el III Reich. ¿Habrían podido decir no? Intento ser justa con ellos. No tengo un problema de lealtad familiar. Pero a mi abuelo no le conocía, y mi abuela se suicidó cuando yo tenía seis años. Mis vínculos no son suficientemente fuertes para que nublen mi discernimiento. Veo sus acciones y su responsabilidad dentro de un contexto. Hay una responsabilidad de mi abuelo como Mitläufer [simpatizante o compañero de viaje]. También mi abuela lo fue: sentía una admiración ciega por el Führer.
P. ¿Cómo definiría Mitläufer, un término muy alemán?
R. El Mitläufer es quien, por ofuscación, por indiferencia, por apatía, por conformismo o por oportunismo, se convierte en cómplice de prácticas e ideas criminales. He querido mostrar que lo que está en el origen de los peores crímenes de la humanidad es la indiferencia Los verdaderos perseguidores, los verdugos, los monstruos en general son pocos. Y siempre nos interesamos por los monstruos, o por los héroes, o por las víctimas. Pero la mayoría de las personas no se identifican con ninguna de estas tres categorías, que solo conciernen a una minoría. Los Mitläufer son una masa de personas que, por su número y de manera más o menos pasiva, pueden consolidar un régimen criminal.
El fascismo y el nacionalsocialismo hicieron soñar. Eso se olvida, solo hablamos de la guerra y del Holocausto
P. ¿Sus abuelos lo eran?
R. Tuvieron un papel mínimo, pero, sí, representan la figura del Mitläufer. Mi abuelo lo fue por oportunismo. Se adhiere al partido no porque esté convencido, sino porque piensa que en este momento es lo más cómodo. Y con las leyes antijudías ve una oportunidad de hacer un negocio al comprar a bajo precio una empresa propiedad de un judío. Mi abuela es Mitläuferin [femenino de Mitläufer] porque se ofusca, incluso diría que por una especie de lealtad completamente irracional hacia el Führer. La hace soñar. Porque el fascismo y el nacionalsocialismo hicieron soñar. Esto se olvida, porque solo hablamos de la guerra y del Holocausto. Pero el fascismo y el nacionalsocialismo consiguieron transmitir un sentimiento de pertenencia a una Volksgemeinschaft, una “comunidad del pueblo” que excluía a los impuros y estaba reservada a los pseudoarios. Mi abuela era a la vez culpable de haberse dejado cegar y un poco víctima de una manipulación. Su suicidio fue la culminación de la existencia de una mujer que no conoció más que guerras y posguerras.
P. ¿Su abuela fue una víctima de la historia?
R. No. Creo que no somos víctimas de la historia, sino que debemos tener un papel en la historia. Para que una democracia funcione es indispensable que las personas se den cuenta de que tienen responsabilidades: comprometerse, participar en la sociedad civil y también demostrar capacidad de discernimiento. La historia puede ayudarnos a identificar los métodos de demagogos como Salvini y Orbán, que se parecen a los de hace un siglo: difundir el miedo, inventar enemigos o chivos expiatorios, hacernos perder los puntos de referencia difuminando la frontera entre lo verdadero y lo falso, y difundiendo teorías de la conspiración. El objetivo es que el pueblo deje de creer en nada para manipularlo e invertir los valores.
P. ¿Qué lecciones de la historia podrían haber servido, en los años treinta, para evitar lo que ocurrió?
R. No las había. Si la historia de mi abuela ocurriese hoy, la parte de víctima que hay en ella sería más reducida. Ella no era una intelectual, no tenía mucha idea de política, se dejó llevar por la euforia ambiental. No tenía ningún medio de identificar lo que ocurría porque aquello era inédito.
P. En su libro también aborda la historia de su familia materna, que es francesa. ¿Qué descubrió?
R. Mi abuelo francés era gendarme bajo Vichy [el régimen autoritario y antisemita que colaboró con la Alemania nazi ]. En este sentido también era un Mitläufer. Pero mientras que mi padre alemán se enfrentó a su padre y contribuyó, como muchos de su generación, a un trabajo de memoria destacable, que sirve de base a la fuerza de la democracia alemana, mi madre francesa sabe poco de su padre bajo Vichy. Y esto es sintomático de Francia. Se ha hecho un trabajo profundo sobre Vichy, pero en gran parte se ha esquivado el papel de la población, de los Mitläufer. Y esto repercute en las familias: se ha preferido hacer recaer la culpa en las élites.
P. ¿No hay un exceso de memoria hoy? El pasado y la historia están omnipresentes en los discursos políticos, también en los de los populistas.
R. Lo que hacen los populistas no es un trabajo de memoria: la instrumentalizan. Un trabajo de memoria bien hecho significa no mentir. A Putin también le interesa la memoria, pero para transformarla. Los populistas utilizan la amnesia para reinventar el pasado. Porque al reinventar la memoria reinventan la identidad, y nuestra identidad es indisociable de nuestra memoria. Sin memoria no hay identidad.
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