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martes, 27 de mayo de 2014

La desigualdad pone en peligro el sueño americano. Derecha e izquierda buscan fórmulas para abordar el debate sobre la creciente desigualdad

 La desigualdad creciente de ingresos y de riqueza ocupa el centro del debate en EE UU. El presidente Barack Obama ha hecho de la igualdad de oportunidades el eje de su discurso económico. El populismo antielitista define el discurso en una izquierda que se prepara para el pos-obamismo. Los conservadores ya no evitan hablar de la disparidad de ingresos y la brecha entre clases sociales. Y en Roma el papa Francisco, con sus reflexiones sobre los excesos del capitalismo desbocado, se ha convertido en un aliado involuntario de Obama y un acicate para que la derecha revise sus mensajes más ásperos.

El libro del año —y quizá de la década— es un volumen de más de 600 páginas de un economista francés,  Thomas Piketty, hasta ahora desconocido para el gran público, pero que en unas semanas se ha elevado en EE UU a la condición de superestrella con un tratado que demuestra con profusión de datos —muy al gusto norteamericano— el aumento de la desigualdad hasta unos niveles que se acercan a los del siglo XIX. La comparación con el siglo XIX no se sustenta sólo en la disparidad de ingresos —mientras los salarios reales de la clase trabajadora norteamericana apenas ha aumentado desde los años setenta, los salarios de 1% con más ingresos han subido un 165%, según datos citados por el Nobel Paul Krugman—, sino en la disparidad del patrimonio. Regresa el espectro de la sociedad de rentistas, marcada por la herencia: la idea de que los hijos y nietos de los ricos de Potomac seguirán siendo la clase dominante durante generaciones.

La desigualdad  alcanzó su marea más baja en Estados Unidos entre 1950 y 1980: el 10% superior en la jerarquía de ingresos se llevaban entre el 30% y el 35% de los ingresos nacionales de EE UU, aproximadamente el mismo nivel que Francia hoy”, escribe Piketty en su libro, Capital en el siglo XXI. “Desde 1980, sin embargo, la desigualdad de ingresos ha estallado en EE UU. La parte del 10% superior ha aumentado del 30%-35% de los ingresos nacionales en los años setenta al 45%-50% en la década del año 2000”. El incremento del 1% con más ingresos todavía es más acusado...

“La clase media está desapareciendo. Se siente insegura”, dice Roger Hickey, codirector de la Campaña por el Futuro de América, un grupo adscrito al ala izquierda del Partido Demócrata. “No encuentran empleo, los salarios no suben, los conservadores desmantelan sus beneficios. La gente siente la desigualdad. A los americanos no les desagradan los ricos. Aspiran a ser ricos. Pero les preocupa el declive de aquella gran clase media que se construyó tras la Segunda Guerra Mundial. Supieron lo que era la seguridad, la oportunidad, la posibilidad de enviar a los hijos a la universidad. Ahora todo esto está amenazado”. (Fuente de los gráficos: El capital en el siglo XXI, Thomas Piketty./ El País.)
Leer más en El País.
Thomas PikettyPágina Web oficial de Piketty

miércoles, 7 de mayo de 2014

El pánico a Piketty. El nuevo libro del economista francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, es un prodigio de rigor y honestidad.

Los conservadores parecen incapaces de elaborar un contraataque a las tesis del economista

Otros libros de economía han sido éxitos de ventas, pero, a diferencia de la mayoría de ellos, la contribución de Piketty contiene una erudición auténtica que puede hacer cambiar la retórica. Y los conservadores están aterrorizados. Por eso, James Pethokoukis, del Instituto Estadounidense de la Empresa, advierte en National Review de que el trabajo de Piketty debe ser rebatido, porque, de lo contrario, “se propagará entre la intelectualidad y remodelará el paisaje político-económico en el que se librarán todas las futuras batallas de las ideas políticas”.

Pues bueno, les deseo buena suerte. Por ahora, lo realmente sorprendente del debate es que la derecha parece incapaz de organizar ninguna clase de contraataque significativo a las tesis de Piketty. En vez de eso, la reacción ha consistido exclusivamente en descalificar; concretamente, en alegar que Piketty es un marxista, y, por tanto, alguien que considera que la desigualdad de ingresos y de riqueza es un asunto importante.

En breve volveré sobre la cuestión de la descalificación. Antes veamos por qué El capital está teniendo tanta repercusión.

Piketty no es ni mucho menos el primer economista en señalar que estamos sufriendo un pronunciado aumento de la desigualdad, y ni siquiera en recalcar el contraste entre el lento crecimiento de los ingresos de la mayoría de la población y el espectacular ascenso de las rentas de las clases altas. Es cierto que Piketty y sus compañeros han añadido una buena dosis de profundidad histórica a nuestros conocimientos, y demostrado que, efectivamente, vivimos una nueva edad dorada. Pero eso hace ya tiempo que lo sabíamos.

No, la auténtica novedad de El capital es la manera en que echa por tierra el más preciado de los mitos conservadores: el empeño en que vivimos en una meritocracia en la que las grandes fortunas se ganan y son merecidas.

Durante el último par de décadas, la respuesta conservadora a los intentos por hacer del espectacular aumento de las rentas de las clases altas una cuestión política ha comprendido dos líneas defensivas: en primer lugar, negar que a los ricos realmente les vaya tan bien y al resto tan mal como les va, y si esta negación falla, afirmar que el incremento de las rentas de las clases altas es la justa recompensa por los servicios prestados. No les llamen el 1% o los ricos; llámenles “creadores de empleo”.

Pero ¿Cómo se puede defender esto si los ricos obtienen gran parte de sus rentas no de su trabajo, sino de los activos que poseen? ¿Y qué pasa si las grandes riquezas proceden cada vez más de la herencia, y no de la iniciativa empresarial?

Piketty muestra que estas preguntas no son improductivas. Las sociedades occidentales anteriores a la Primera Guerra Mundial efectivamente estaban dominadas por una oligarquía cuya riqueza era heredada, y su libro argumenta de forma convincente que estamos en plena vuelta hacia ese estado de cosas.

Por tanto, ¿Qué tiene que hacer un conservador ante el temor a que este diagnóstico pueda ser utilizado para justificar una mayor presión fiscal sobre los ricos? Podría intentar rebatir a Piketty con argumentos reales; pero hasta ahora no he visto ningún indicio de ello. Antes bien, como decía, todo ha consistido en descalificar.

Supongo que esto no debería resultar sorprendente. He participado en debates sobre la desigualdad durante más de dos décadas y todavía no he visto que los “expertos” conservadores se las arreglen para cuestionar los números sin tropezar con los cordones de sus propios zapatos intelectuales. Porque se diría que, básicamente, los hechos no están de su parte. Al mismo tiempo, acusar de ser un extremista de izquierdas a cualquiera que ponga en duda cualquier aspecto del dogma del libre mercado ha sido un procedimiento habitual de la derecha ya desde que William F. Buckley y otros como él intentaran impedir que se enseñase la teoría económica keynesiana, no demostrando que fuera errónea, sino acusándola de “colectivista”.

Con todo, ha sido impresionante ver a los conservadores, uno tras otro, acusar a Piketty de marxista. Incluso Pethokoukis, que es más refinado que los demás, dice de El capital que es una obra de “marxismo blando”, lo cual solo tiene sentido si la simple mención de la desigualdad de riqueza te convierte en un marxista. (Y a lo mejor así es como lo ven ellos. Hace poco, el exsenador Rick Santorum calificó el término “clase media” de “jerga marxista”, porque, ya saben, en Estados Unidos no tenemos clases sociales)...
Fuente: Paul Krugman, más en El País.
Más en la BBC.
Thomas Piketty. Página Web oficial de Piketty. En ella vienen apuntes de sus clases en ÉCOLE DES HAUTES ÉTUDES EN SCIENCES SOCIALES y las tesis doctorales y trabajos que ha dirigido, así como sus artículos, además, se pueden descargar.

He descargado una denominada Ensayo en Economía de la Educación, (1)  defendida el 8 de junio de 2011, de 337 págs., por Mathieu Valdenaire, muy recomendable para los que nos interesa la educación y la economía. También se puede descargar un trabajo de fin de Master, del mismo autor, donde se pregunta. ¿Las escuelas privadas son más eficaces que las escuelas públicas?  Les écoles privées sont-elles plus efficaces que les écoles publiques? Estimations à partir du panel primaire 1997 » 2003-4 de 67 págs. 
Introducción a su libro ya célebre  El capital en el siglo XXI, en español.

(1) Entre 1900 et 2009, la part de la richesse nationale consacrée chaque année à l’éducation en France est passée de 1% à 6%. En un peu plus d’un siècle, la dépense publique annuelle consacrée à l’éducation a ainsi été multiplié par 90 (en euros constants). Sur la même période, le produit intérieur brut se trouvait multiplié par 15. Les sommes consacrées à l’éducation ont donc crû à un rythme exceptionnellement élevé au cours du 20ème siècle, la progression étant six fois plus rapide que celle de la richesse produite annuellement. L’analyse des séries statistiques révèle que l’essentiel de cet effort d’investissement a été réalisé du début des années 1950 au début des années 1970, où il s’interrompt brutalement. Ce spectaculaire investissement dans l’éducation va de pair avec les réformes radicales du système scolaire qui jalonnent la période.

Traducción:
Entre 1900 y 2009, la proporción de la riqueza nacional dedicada cada año a la educación en Francia aumentó del 1% al 6%. En poco más de un siglo, el gasto público anual dedicado a la educación se ha multiplicado así por 90 (en euros constantes). En el mismo período, el producto interno bruto se multiplicó por 15. Las sumas dedicadas a la educación, por tanto, crecieron a un ritmo excepcionalmente alto durante el siglo XX, siendo el crecimiento seis veces más rápido que el de la riqueza producida anualmente. El análisis de la serie estadística revela que la mayor parte de este esfuerzo de inversión se realizó desde principios de la década de 1950 hasta principios de la de 1970, cuando se detuvo abruptamente. Esta espectacular inversión en educación fue de la mano de las reformas radicales del sistema escolar que marcaron la época.

martes, 7 de enero de 2014

El fin de la fiebre fiscal. Por fin empezamos a hablar de cuestiones reales, como la desigualdad, y no de falsas crisis fiscales

En 2012, el presidente Obama, que no pierde la esperanza de que prevalezca la razón, predijo que su reelección acabaría por fin con la “fiebre” del Partido Republicano. No fue así.

Pero la intransigencia de la derecha no era el único trastorno que alteraba el cuerpo político estadounidense ese mismo año. También sufríamos de fiebre fiscal: la insistencia de prácticamente toda la clase dirigente política y mediática en que los déficits presupuestarios eran nuestro problema económico más urgente e importante, aun cuando el Gobierno federal podía tomar préstamos a tipos de interés increíblemente bajos. En vez de ocuparse del desempleo masivo y de la desigualdad creciente, Washington tenía la mirada puesta casi exclusivamente en la supuesta necesidad de recortar el gasto (lo cual agravaría la crisis del empleo) y desmantelar la red de asistencia social (lo cual agravaría la desigualdad).

Así que la buena noticia es que esa fiebre, a diferencia de la del Tea Party, se ha acabado por fin.

Es cierto que los cascarrabias fiscales todavía andan por ahí, y que aún reciben la veneración de algunos medios informativos. Como se señalaba recientemente en Columbia Journalism Review, muchos periodistas mantienen la costumbre de “referirse al recorte del déficit como un objetivo no ideológico, al tiempo que presentan otros puntos de vista como partidistas o politizados”. Pero los cascarrabias ya no son capaces de fijar los límites de la opinión respetable. Por ejemplo, cuando hace poco tiempo los sospechosos de rigor se abalanzaron sobre la senadora Elizabeth Warren por instar a ampliar la Seguridad Social, claramente terminaron por resaltar su talla.

¿Qué ha cambiado? Yo insinuaría que han ocurrido al menos cuatro cosas que han desacreditado la ideología de la reducción del déficit.

Primero, la premisa política detrás del “centrismo” —que los republicanos moderados estarían dispuestos a reconciliar sus diferencias con los demócratas en un Gran Pacto que combinase un aumento de los impuestos con un recorte del gasto— ya no es defendible. No hay republicanos moderados. Cuando se producen debates entre las alas Tea Party y no Tea Party del Partido Republicano, giran en torno a la estrategia política, y no a la esencia de la política.

Segundo, la combinación de una recaudación fiscal en aumento con un gasto en descenso ha provocado el hundimiento de los préstamos federales. En realidad esto es malo, porque la reducción prematura del déficit perjudica a nuestra aún débil economía; de hecho, seguramente ahora estaríamos cerca del pleno empleo de no ser por la austeridad fiscal sin precedentes de los últimos tres años. Pero el descenso del déficit ha socavado las tácticas de terror tan centrales para la causa “centrista”. Hasta los pronósticos a más largo plazo sobre la deuda federal ya no parecen alarmantes en absoluto.

Hablando de tácticas de terror, 2013 ha sido el año en que los periodistas y la gente por fin se han cansado de los chicos que gritan “¡que viene el lobo!”. Hubo una época en que la gente escuchaba embelesada los pronósticos de ruina fiscal; por ejemplo, cuando Erskine Bowles y Alan Simpson, copresidentes de la comisión de deuda de Obama, advertían de que era probable que en el plazo de dos años se produjese una grave crisis fiscal. Pero de eso hace casi tres años.

Por último, a lo largo del ejercicio 2013, el razonamiento intelectual que sostenía el pánico a la deuda se ha derrumbado. Por lo general, los debates técnicos entre economistas tienen relativamente poco impacto en la esfera política porque los políticos logran casi siempre encontrar expertos —o, en muchos casos, “expertos”— que les dicen lo que quieren oír. Pero lo ocurrido en el año que hemos dejado atrás puede haber sido una excepción.

Para los que lo echan de menos o lo han olvidado, durante varios años los cascarrabias fiscales tanto de Europa como de Estados Unidos se han apoyado en gran medida en un artículo de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, dos economistas profundamente respetados, que proponen que la deuda del Estado tiene efectos seriamente negativos para el crecimiento si excede el 90% del PIB. Desde el primer momento, muchos economistas manifestaron sus dudas respecto a esa afirmación. En particular, parecía inmediatamente evidente que el crecimiento lento suele provocar un alto endeudamiento, y no viceversa, como con toda probabilidad ha sido el caso, por ejemplo, de Japón y de Italia. Pero, no obstante, en los círculos políticos la proclamación del 90% se convirtió en palabra divina.

Entonces, Thomas Herndon, un estudiante de posgrado de la Universidad de Massachusetts, reelaboró los datos y descubrió que el aparente abismo del 90% desaparecía cuando se corregía un error sin importancia y se añadían algunos datos más...
Leer todo en Paul Krugman El País.

viernes, 3 de enero de 2014

Por qué la desigualdad es importante

El aumento de la desigualdad no es un problema nuevo. Wall Street, la película de Oliver Stone que retrata a una plutocracia en ascenso empeñada en que la codicia es buena, se estrenó en 1987. Pero los políticos, intimidados por los gritos de “lucha de clases”, han evitado dar más importancia a la brecha cada vez mayor entre los ricos y el resto.

Sin embargo, podría ser que las cosas estuviesen cambiando. Podemos hablar de la trascendencia de la victoria de Bill de Blasio en la carrera por la alcaldía de Nueva York o del respaldo de Elizabeth Warren a la ampliación de la Seguridad Social. También habrá que ver si la declaración de Barack Obama de que la desigualdad es “el desafío que caracteriza a nuestra era” se traduce en cambios en la política. En todo caso, el debate se ha animado lo bastante como para provocar una airada reacción de los expertos que afirman que la desigualdad no es para tanto.

Se equivocan.
El mejor argumento para restar importancia a la desigualdad es el estado de depresión de la economía. ¿Acaso no es más importante recuperar el crecimiento económico que preocuparse de cómo se distribuyen sus beneficios?

Pues no. Para empezar, aunque solo se tenga en cuenta el impacto directo de la desigualdad creciente en los estadounidenses de clase media, no cabe duda de que el problema es grande. Además, es probable que la desigualdad haya desempeñado un papel importante a la hora de crear el caos económico en que nos encontramos, y crucial en nuestro fracaso para salir de él.

Empecemos por las cifras. Por término medio, los estadounidenses siguen siendo mucho más pobres ahora que antes de la crisis. Para el 90% de las familias que están en lo más bajo, este empobrecimiento refleja que el pastel económico se está reduciendo y, al mismo tiempo, que la participación en él es cada vez menor. ¿Qué es más importante? Sorprendentemente, la respuesta es que las dos cosas son más o menos comparables. Es decir, la desigualdad está aumentando con tal rapidez que a lo largo de los últimos seis años ha lastrado tanto los ingresos del estadounidense medio como pobres han sido los resultados de la economía, si bien el periodo incluye la peor depresión económica después de la década de 1930.

Desde una perspectiva más a largo plazo, el aumento de la desigualdad pasa a ser de lejos el factor individual más decisivo para explicar la caída de los ingresos de la clase media.

Aparte de eso, cuando se intenta entender la Gran Recesión y la no tan grande recuperación que siguió, el impacto económico y sobre todo político de la desigualdad proyecta una larga sombra.

Ahora hay un amplio acuerdo en que el endeudamiento creciente de las familias contribuyó a preparar el terreno para nuestra crisis económica. La explosión de la deuda coincidió con el aumento de la desigualdad, y es probable que ambas cosas estén relacionadas (aunque no es irrebatible). Después de que estallase la crisis, el trasvase continuo de los ingresos de la clase media a una pequeña élite lastró la demanda de los consumidores, de manera que la desigualdad tiene que ver tanto con la crisis económica como con la debilidad de la recuperación posterior.

Ahora bien, en mi opinión, el papel verdaderamente fundamental de la desigualdad en la catástrofe económica ha sido de carácter político.

En los años que precedieron a la crisis, en Washington existía un notable consenso de ambos partidos a favor de la liberalización financiera, un consenso que no justificaban ni la teoría ni la historia. Al irrumpir la crisis, corrieron a rescatar a los bancos. Pero en cuanto la cosa estuvo hecha, apareció un nuevo consenso que suponía dar la espalda a la creación de empleo y concentrarse en la supuesta amenaza del déficit presupuestario.

¿Qué tienen en común los consensos anterior y posterior a la crisis? Los dos han sido económicamente destructivos: la liberalización contribuyó a hacer posible la crisis, y el giro prematuro hacia la austeridad fiscal ha conseguido sobre todo entorpecer la recuperación. No obstante, los dos corresponden a los intereses y prejuicios de una élite económica cuya influencia política se ha disparado al mismo tiempo que su riqueza.

Esto es especialmente evidente cuando se intenta comprender por qué en medio de una sempiterna crisis de empleo, Washington se obsesionó por algún motivo con la supuesta necesidad de aplicar recortes a la Seguridad Social y al Medicare. Esta obsesión nunca ha tenido sentido económico: en una economía deprimida con los tipos de interés más bajos de la historia, el Gobierno debería estar gastando más, y no menos, y una época de desempleo masivo no es momento para andar fijándose en hipotéticos problemas fiscales a décadas vista. Ni tampoco los ataques contra estos programas reflejan lo que quieren los ciudadanos.

Los sondeos entre los muy ricos, en cambio, muestran que, a diferencia de la mayoría, consideran los déficits presupuestarios un asunto crucial y que están a favor de los grandes recortes en los programas sociales. Y no hay duda de que las prioridades de esas élites han tomado el control del discurso político en nuestro país.

Lo cual me lleva a una última consideración. Creo que tras la reacción en contra del argumento de la desigualdad se oculta el deseo de algunos expertos de despolitizar el discurso económico y hacerlo tecnocrático y no partidista. Pero eso es una quimera. Hasta en las cuestiones que pueden parecer puramente técnicas, la clase social y la desigualdad terminan por modelar —y distorsionar— el debate.

Así que el presidente tenía razón. La desigualdad es, sin lugar a dudas, el desafío que caracteriza a nuestra era. ¿Vamos a hacer algo para enfrentarnos a él?
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. Fuente: El País.

martes, 31 de diciembre de 2013

Bits y barbarie

Paul Krugman
Esta es una historia de tres minas de dinero. También es una historia de retroceso monetario, de la extraña resolución de mucha gente en dar marcha atrás a varios siglos de progreso.

La primera mina de dinero es una mina de verdad: la mina de oro a cielo abierto Porgera, en Papúa Nueva Guinea, uno de los principales productores del mundo. Su fama es terrible debido a las vulneraciones de los derechos humanos (violaciones, palizas y asesinatos por parte del personal de seguridad) y a los daños al medio ambiente (enormes cantidades de residuos potencialmente tóxicos vertidos en un río cercano). Pero los precios del oro, si bien están por debajo de su máximo reciente, aún triplican a los de hace una década, así que hay que seguir excavando.

La segunda mina es bastante más extraña: la mina de bitcoins de Reykjanesbaer, en Islandia. El bitcoin es una moneda digital que tiene valor porque…, bueno, es difícil decir exactamente por qué, pero, al menos de momento, la gente está dispuesta a comprarla debido a que cree que otra gente estará dispuesta a hacerlo. Está concebida como una especie de oro virtual. Y, como el oro, puede ser extraída: es posible crear nuevos bitcoins, pero solo resolviendo problemas matemáticos muy complejos que requieren tanto un gran poder de cálculo informático como gran cantidad de electricidad para que los ordenadores funcionen.

De ahí que se localice en Islandia, que dispone de electricidad barata procedente de centrales hidroeléctricas y de abundante aire frío para refrigerar las máquinas en frenética actividad. Es decir, se están utilizando gran cantidad de recursos reales para generar objetos virtuales sin una utilidad clara.

La tercera mina de dinero es hipotética. En 1936, el economista John Maynard Keynes sostenía que era preciso aumentar el gasto público para volver al pleno empleo. Pero entonces, como ahora, había una dura oposición política a cualquier propuesta de este estilo. Así que Keynes sugirió una pintoresca alternativa: que el Estado enterrase botellas llenas de dinero en minas de carbón abandonadas y que el sector privado gastase su dinero en desenterrarlas. Estaba de acuerdo en que sería preferible que el Estado construyese carreteras, puertos y otras cosas útiles, pero incluso el gasto absolutamente inútil proporcionaría a la economía un impulso muy necesario.

Una idea ingeniosa. Pero Keynes no se quedó ahí. A renglón seguido señalaba que la verdadera extracción de oro de las minas en la vida real se parecía mucho a su experimento imaginario. Al fin y al cabo, los mineros se afanaban en sacar dinero de la tierra a pesar de que era posible producir cantidades ilimitadas de moneda prácticamente sin coste utilizando la máquina de imprimir. Y tan pronto se extraía el dinero de la mina, gran parte del mismo se volvía a enterrar en lugares como la cámara acorazada del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, donde hay depositados cientos de miles de lingotes de oro sin ningún uso en particular.

Creo que Keynes se habría reído con sarcasmo al ver lo poco que las cosas han cambiado en las tres últimas generaciones. El gasto público para combatir el desempleo sigue siendo una herejía, y los mineros continúan arruinando el entorno para engrosar los ociosos depósitos de oro. (Keynes calificaba al patrón oro de “reliquia bárbara”). Los bitcoins no hacen más que acrecentar el absurdo. Al fin y al cabo, el oro tiene por lo menos algunos usos reales, como, por ejemplo, rellenar muelas; pero en la actualidad estamos consumiendo recursos para generar un “oro virtual” que solo consiste en series de dígitos.

Sospecho, sin embargo, que Adam Smith estaría consternado.

A Smith se le considera con frecuencia un santo patrón conservador y, en efecto, fue el primer defensor del mercado libre. Sin embargo, lo que no se menciona tan a menudo es que también abogó con determinación por la regulación de los bancos, y que hizo una clásica alabanza de las virtudes del papel moneda. La moneda era, a su entender, una forma de facilitar el comercio, no una fuente de prosperidad nacional, y el papel moneda, sostenía, permitía que el comercio se desarrollase sin inmovilizar gran parte de la riqueza de un país en una “reserva muerta” de plata y oro.

Entonces, ¿por qué destrozamos las tierras altas de Papúa Nueva Guinea para aumentar nuestra reserva muerta de oro y, lo que es aún más chocante, tenemos potentes ordenadores funcionando sin interrupción para engrosar una reserva muerta de dígitos?

Si preguntamos a los obsesos del oro, responderán que el papel moneda proviene de los Gobiernos, y que no se puede confiar en que estos no devalúen sus monedas. Sin embargo, lo curioso es que después de tanto hablar de devaluación, esta resulta muy difícil de encontrar. No se trata solo de que después de años de serias advertencias sobre la inflación desbocada, en los países avanzados la inflación sea sin lugar a dudas demasiado baja, y no demasiado alta. Incluso desde una perspectiva mundial, los episodios de inflación verdaderamente elevada se han convertido en algo poco frecuente. Así y todo, la propaganda de la hiperinflación florece sin cesar.

El atractivo del bitcoin parece proceder más o menos de las mismas fuentes, a lo que se añade la sensación de que es de alta tecnología y algorítmico, de manera que tiene que ser la tendencia del futuro.

Pero no permitamos que los sofisticados atributos nos confundan: lo que realmente está teniendo lugar es un viaje hacia los días en los que el dinero era algo que podías hacer que tintineara en el bolsillo. Tanto en el trópico como en la tundra, por alguna razón estamos cavando nuestro camino de vuelta al siglo XVII.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. Fuente: El País.

martes, 8 de octubre de 2013

Locura y guerra de clases en EE UU

Para Kugman la solución a la crisis económica pasa por la política. Paul Krugman, probablemente el economista más conocido del mundo, lo tiene claro. Desde su posición progresista –liberal, en Estados Unidos; de izquierdas, en Europa- prescribe su receta.

Cuando recibió el premio Nobel en 2008, Paul Krugman (Albany, Estados Unidos, 1957) ya llevaba casi una década escribiendo columnas en el New York Times. Da clases de Economía y Política Internacional en la Universidad de Princeton, antes lo ha hecho en la de Yale, donde se graduó, en la de Stanford y en el MIT.

El economista Mark Thoma escribió recientemente una excelente columna para el Fiscal Times relacionando la lucha contra el límite de deuda con el tema más importante de la desigualdad extrema. Me gustaría señalar que la realidad es incluso peor de lo que Thoma da a entender.

Él lo expresa en su blog de esta manera: “El incremento de la desigualdad y la diferente exposición al riesgo económico han hecho que un grupo considere que son los que “hacen” en una sociedad en la que mantienen al resto y pagan la mayoría de las facturas, y que el otro grupo son los que “toman” ya que reciben todos los beneficios. El estrato más alto se pregunta, ‘¿Por qué deberíamos pagar la seguridad social cuando recibimos pocos o ninguno de sus beneficios?’ y eso lleva a atacar estos programas”.

Por eso relaciona la lucha contra el límite de deuda con la influencia de los ricos, que quieren desmantelar el Estado de bienestar porque no significa nada para ellos y porque quieren unos impuestos más bajos.

Uno podría añadir que esa misma desigualdad que distancia a los ricos de las preocupaciones normales y corrientes les da un mayor poder y eso hace que sus opiniones en contra del Estado de bienestar tengan una influencia mucho mayor.

Entonces, ¿por qué las cosas están incluso peor de lo que dice Thoma? Porque muchos de los ricos se muestran selectivos a la hora de oponerse a que el Gobierno ayude a los desfavorecidos. Están en contra de cosas como los cupones para alimentos y los subsidios de desempleo. Pero ¿a favor de rescatar a Wall Street? ¡Sí!

En serio. Charlie Munger, el vicepresidente de Berkshire Hathaway, dijo en 2010 que deberíamos “dar gracias a Dios” por los rescates bancarios, pero que la gente normal y corriente que estaba viviendo una época difícil debería “aguantarse y salir adelante”. Y el consejero delegado de AIG - ¡el consejero delegado de una empresa rescatada! -señaló a The Wall Street Journal que las quejas sobre las primas a los ejecutivos de dichas empresas son tan malas como los linchamientos (no me lo estoy inventando)-.

La cuestión es que los súper-ricos no se han convertido en nuestro John Galt; no realmente, aunque piensen que lo han hecho. Se parece mucho más a la guerra de clases pura, a una defensa del derecho de los privilegiados a mantener y a aumentar sus privilegios.

No es Ayn Rand: esto es el Antiguo Régimen.
Fuente: Krugman, El País.
Ver el Blog de Paul Krugman en el País y NYT.

martes, 24 de septiembre de 2013

Free to Be Hungry. Libre para ser hambriento.

La palabra "libertad" ocupa un lugar preponderante en la moderna retórica conservadora. Grupos de presión se dan nombres como Freedom Works, la reforma de salud es denunciada no sólo por su costo sino como un asalto en sí, a la libertad. Ah, y recuerden cuando proponía que se cambiase "pommes frites" por pommes free, como "patatas de la libertad"?

La definición del derecho a la libertad, sin embargo, no es el que, por ejemplo, FDR reconocería. En particular, la tercera de sus famosas cuatro libertades - la libertad para vivir sin miseria - parece que se ha convertido en la primera. Los conservadores parecen, en particular, dispuestos a creer que la libertad es sólo otra palabra y que no es lo suficiente para comer.

De ahí la guerra de los cupones de alimentos, que los republicanos sólo han votado para reducirlos drásticamente aun cuando sí han votado para que aumenten los subsidios agrícolas.

En cierto modo, se puede ver por qué el programa de cupones de alimentos -o, para usar su propio nombre, el Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP)- se ha convertido en uno de sus objetivos. Los conservadores están profundamente comprometidos con la visión de que el tamaño del gobierno se ha disparado durante la presidencia de Obama, sin enfrentar el hecho incómodo de que el empleo público se ha reducido considerablemente, mientras que el gasto total ha ido disminuyendo rápidamente como proporción del PIB. El SNAP, sin embargo, realmente ha crecido mucho, con la inscripción pasando de 26 millones de dólares estadounidenses en 2007 a ​​casi 48 millones de ahora.

Los conservadores ven en esto y lo ven, para su gran decepción, que no pueden encontrar en otra parte los mismos datos: el crecimiento descontrolado, explosivo en un programa de gobierno. El resto de nosotros, sin embargo, ver un programa de protección social haciendo exactamente lo que se supone que debe hacer: ayudar a más personas en un momento de dificultad económica generalizada.

El reciente crecimiento de la SNAP de hecho ha sido inusual, pero lo han hecho, en la peor forma posible. La gran recesión de 2007-9 fue la peor crisis desde la Gran Depresión, y la recuperación que siguió ha sido muy débil. Múltiples estudios económicos cuidadosos han demostrado que la crisis económica explica el grueso del aumento en el uso de cupones de alimentos. Y mientras que las noticias económicas han sido en general malas, una buena noticia es que los cupones de alimentos han, al menos, mitigado las dificultades, manteniendo a millones de estadounidenses alejados de la pobreza.

Tampoco es que el único beneficio del programa sea ese. La evidencia es ahora abrumadora de que los recortes de gastos en una economía deprimida profundizan la recesión, sin embargo, el gasto público ha ido disminuyendo de todos modos. SNAP, sin embargo, es un programa que ha ido en aumento, y como tal ha ayudado indirectamente a salvar cientos de miles de puestos de trabajo.

Pero, dicen los mismos de siempre, la recesión terminó en 2009. ¿Por qué no se ha llevado a la recuperación de la SNAP y va cuesta abajo? La respuesta es que, mientras la recesión efectivamente termina oficialmente en 2009, lo que hemos tenido desde entonces es una recuperación de, por y para un pequeño número de personas en la parte superior de la distribución del ingreso, sin que ninguna de las ganancias llegue a manos de los menos afortunados. Ajustado por inflación, el ingreso del 1 por ciento superior aumentó un 31 por ciento de 2009 a 2012, pero los ingresos reales de la parte inferior del 40 por ciento en realidad cayeron un 6 por ciento. ¿Por qué el uso de cupones de alimentos no han bajado?

Aún así, es SNAP en general una buena idea? ¿O es, como Paul Ryan, el presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara, dice, un ejemplo de convertir la red de seguridad en una "hamaca que adormece a las personas sin discapacidad a una vida de dependencia y complacencia."

Una respuesta es, algunas hamacas: el año pasado, los beneficios de cupones de alimentos promedio fue 4,45 dólares al día. Además, en esas "personas sanas": casi dos tercios de los beneficiarios de cupones para alimentos son los niños, los ancianos o los discapacitados, y la mayoría del resto son adultos con niños.

Más allá de eso, sin embargo, se podría pensar que la nutrición adecuada de los niños, que es una gran parte de lo que hace SNAP, en realidad hace que sea menos, no más probable que los niños van a ser pobres y sin la necesidad de asistencia pública cuando crezcan. Y eso es lo que muestra la evidencia. Los economistas Hilary Hoynes y Diane Whitmore Schanzenbach han estudiado el impacto del programa de cupones de alimentos en los años 1960 y 1970, cuando se puso gradualmente en todo el país. Ellos encontraron que los niños que recibieron asistencia temprana crecieron, en promedio, siendo más saludables y más adultos productivos que aquellos que no lo hicieron -y eran también, como resultado menos propensos a recurrir a la red de seguridad en busca de ayuda.

SNAP, en definitiva, es la política pública en su mejor momento. No sólo ayuda a los necesitados, sino que les ayuda a ayudarse a sí mismos. Y lo ha hecho con el trabajo de los terratenientes en la crisis económica, mitigar el sufrimiento y proteger el empleo en un momento cuando muchos políticos parecen decididos a hacer lo contrario. Así que le dice algo que los conservadores han señalado todos como los programas de la ira especial.

Incluso algunos expertos conservadores temen que la guerra contra las estampillas de comida, especialmente combinado con el voto para aumentar los subsidios agrícolas, sea malo para el Partido Republicano, ya que hace que los republicanos se vean como guerreros de una clase amenazante. De hecho lo hace. Y eso es porque lo son.
Más en otra página del blog Aquí.

lunes, 19 de agosto de 2013

La hora de lo que nos gustaría que fuera verdad

Tenemos un electorado mal informado y políticos que contribuyen a la desinformación

Todos sabemos cómo se supone que funciona la democracia. Los políticos hacen campaña sobre los temas de interés y la opinión pública informada emite su voto basándose en esos temas, con cierto margen para la imagen que se tiene del carácter y la competencia de los políticos.

También sabemos que la realidad dista mucho de lo ideal. Los votantes suelen estar mal informados, y los políticos no siempre son sinceros. Aun así, nos gusta imaginar que los votantes por lo general aciertan al final y que los políticos acaban rindiendo cuentas por lo que hacen.

Pero ¿sigue siendo relevante esta visión modificada y más realista de la democracia en acción? ¿O está nuestro sistema político tan degradado por la desinformación y la mala información que ya no puede funcionar?

Consideremos el caso del déficit fiscal, un tema que dominó el debate en Washington durante casi tres años, aunque últimamente ha perdido fuerza.

Probablemente no les sorprenda oír que los votantes están mal informados sobre el déficit. Pero puede que sí les sorprenda lo muy mal informados que están.

El déficit había caído en picado, pero la mayoría de los votantes creían que había aumentado En un célebre informe con el descorazonador título de It feels like we’re thinking [da la impresión de que estamos pensando], los politólogos Christopher Achen y Larry Bartels reseñaban un sondeo llevado a cabo en 1996 en el que se preguntaba a los votantes si el déficit público había aumentado o disminuido con el presidente Clinton. El hecho es que el déficit había caído en picado, pero la mayor parte de los votantes —y la mayoría de los republicanos— creían que había aumentado.

En mi blog me preguntaba qué resultado mostraría un sondeo similar en la actualidad, ahora que el déficit está disminuyendo todavía más deprisa que en la década de 1990. Pide y se te dará: Hal Varian, economista jefe de Google, se ofreció a realizar una encuesta sobre el tema entre los consumidores de Google, un servicio que la empresa vende normalmente a los analistas de mercado. De modo que les preguntamos si el déficit había aumentado o descendido desde enero de 2010 y los resultados fueron todavía peores que en 1996: la mayoría de los que respondieron afirmaban que el déficit ha aumentado, y más del 40% dijo que ha aumentado mucho; solo el 12% respondió correctamente que se ha reducido, mucho.

¿Estoy diciendo que los votantes son estúpidos? Ni mucho menos. La gente tiene su vida, trabajo e hijos que criar. No va a sentarse a leer los informes de la Oficina de Presupuestos del Congreso. En vez de eso, se fía de lo que oyen decir a las autoridades. El problema es que gran parte de lo que oyen es engañoso, cuando no directamente falso.

No les sorprenderá oír que las mentiras descaradas tienden a estar motivadas por la política. En aquellos datos de 1996, era mucho más probable que los republicanos tuviesen opiniones falsas sobre el déficit que los demócratas, y seguramente hoy en día sucede lo mismo. Al fin y al cabo, los republicanos crearon mucha confusión política con el supuesto descontrol del déficit durante los primeros días del Gobierno de Obama, y han mantenido la misma retórica a pesar de que el déficit ha caído en picado. Así, Eric Cantor, el tercer republicano de la Cámara de Representantes, declaraba en Fox News que “el déficit aumenta”, mientras que el senador Rand Paul aseguró a Bloomberg Businessweek que registramos “un déficit de un billón de dólares todos los años”.

En lo tocante al déficit, los supuestos 'hombres sabios' son parte del problema ¿Sabe la gente como Cantor o Paul que lo que están diciendo no es verdad? ¿Les importa? Probablemente no. Parafraseando la famosa frase de Stephen Colbert, las afirmaciones sobre los déficits descontrolados puede que no sean verdad, pero nos gustaría que fuesen verdad, y eso es lo que cuenta.

Así y todo, ¿acaso no hay árbitros para esta clase de cosas, autoridades independientes en las que la gente confía, que pueden acusar y acusan a los que transmiten falsedades? Hace ya mucho, creo, los hubo. Pero en los tiempos que corren, la división entre partidos es muy profunda, y hasta los que pretenden jugar a ser árbitros por lo visto tienen miedo de denunciar la falsedad. Increíblemente, PolitiFact, una página dedicada a la verificación de datos, calificaba la declaración claramente falsa de Cantor de “verdad a medias”.

Ahora bien, Washington sigue teniendo algunos “hombres sabios”, personas a las que los medios de comunicación tratan con una deferencia especial. Pero en lo tocante al problema del déficit, los supuestos hombres sabios resultan ser parte del problema. Gente como Alan Simpson y Erskine Bowles, copresidentes de la comisión fiscal designada por el presidente Obama, contribuyó en gran medida a alimentar la ansiedad pública sobre el déficit cuando este era alto. Su informe llevaba el amenazador título de El momento de la verdad. ¿Y han cambiado de opinión ahora que el déficit se ha reducido? No, y por eso no es de extrañar que se siga hablando de déficits descontrolados aunque la realidad presupuestaria haya cambiado por completo.

Si reunimos todas las piezas, la imagen es descorazonadora. Tenemos un electorado mal informado o desinformado, políticos que contribuyen alegremente a la desinformación y perros guardianes que tienen miedo de ladrar. Y en la medida en que hay actores muy respetados, no demasiado partidistas, parecen estar fomentando, en vez de arreglando, las falsas impresiones de la opinión pública.

¿Qué deberíamos hacer? Seguir machacando con la verdad, supongo, y esperar que penetre. Pero es difícil no dudar cómo puede funcionar este sistema.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008
Traducción de News Clips.
Fuente: El País de la Economía.
Foto de Family del autor hace un año -julio 2012- en el aeropuerto de Sevilla para volar a Barcelona.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Robots y capitalistas sin escrúpulos

Los inconvenientes de la tecnología no se limitan a los trabajadores no cualificados


Según casi todos los indicadores, la economía estadounidense sigue estando profundamente deprimida. Pero los beneficios empresariales alcanzan máximos históricos. ¿Cómo es eso posible? Es sencillo: los beneficios expresados como porcentaje de la renta nacional han aumentado vertiginosamente, mientras que los salarios y otras compensaciones laborales están bajando. El bizcocho no está creciendo como debería; pero al capital le va muy bien y se está llevando un pedazo más grande que nunca, a expensas de los trabajadores.

Un momento; ¿de verdad vamos a volver a hablar del enfrentamiento entre el capital y los trabajadores? ¿No es ese un debate pasado de moda, casi marxista, obsoleto en nuestra moderna economía de la información? Bueno, eso es lo que muchos pensaban; porque los debates de la generación anterior sobre la desigualdad se han centrado principalmente no en el enfrentamiento entre el capital y la mano de obra, sino en problemas de distribución de los trabajadores, ya sea por las diferencias entre los trabajadores más y menos formados o por el aumento vertiginoso de los ingresos de un puñado de superestrellas de las finanzas y otros campos. Pero puede que eso sea agua pasada.

Más concretamente, aunque es verdad que los tipos de las finanzas siguen teniendo un éxito tremendo (en parte porque, como ahora sabemos, algunos de ellos son en realidad ladrones), la diferencia salarial entre los trabajadores con formación universitaria y los que no la tienen, que aumentó mucho en los años ochenta y a principios de los noventa, no ha variado demasiado desde entonces. De hecho, los ingresos de los universitarios recién licenciados se habían estancado incluso antes de que nos golpease la crisis financiera. Cada vez más, los beneficios han ido aumentando a costa de los trabajadores en general, incluidos los que tienen unas cualificaciones que se supone que deberían conducirles al éxito en la economía actual.

¿Por qué está pasando esto? Hasta donde yo sé, hay dos explicaciones plausibles y ambas podrían ser acertadas hasta cierto punto. Una es que la tecnología ha tomado un rumbo que hace que la mano de obra esté en desventaja; la otra es que estamos contemplando los efectos de un enorme aumento del poder de los monopolios. Piensen en estas dos historias imaginando que por un lado hay robots, y por el otro, capitalistas sin escrúpulos.

Respecto a los robots: no cabe duda de que, en algunos sectores destacados, la tecnología está desplazando a trabajadores de todas o casi todas las categorías. Por ejemplo, una de las razones por las que últimamente las fábricas de alta tecnología están volviendo a EE UU es que, hoy día, la pieza más valiosa de un ordenador, la placa madre, la fabrican robots, de modo que la mano de obra barata asiática ya no es un motivo para producir en el extranjero.

En un libro publicado hace poco, Race against the machine (Carrera contra la máquina), Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, del MIT, sostienen que se están dando fenómenos similares en muchos campos, entre ellos, en servicios como los de traducción e investigación legal. Lo que sorprende de sus ejemplos es que muchos de los puestos de trabajo que se están eliminando son altamente cualificados y de salarios elevados; los inconvenientes de la tecnología no se limitan a los trabajadores no cualificados.

Aun así, ¿pueden la innovación y el progreso perjudicar realmente a una gran cantidad de trabajadores, quizá incluso a los trabajadores en general? A menudo me topo con aseveraciones de que eso no puede suceder. Pero la verdad es que es posible, y los economistas serios son conscientes de esa posibilidad desde hace casi dos siglos. El economista de principios del siglo XIX David Ricardo es famoso por la teoría de la ventaja comparativa, que constituye un argumento en favor del libre comercio; pero el mismo libro de 1817 en el que exponía esa teoría también contenía un capítulo sobre el modo en que las nuevas tecnologías de la revolución industrial, que exigen mucho capital, podrían hacer que los trabajadores salieran perdiendo, al menos durante un tiempo (algo que de hecho, según los académicos modernos, es posible que esté ocurriendo desde hace varias décadas).

¿Y qué hay de los capitalistas sin escrúpulos? No se habla mucho de monopolio últimamente; las leyes antimonopolio desaparecieron en gran medida durante la época de Reagan y nunca se han recuperado realmente. Pero Barry Lynn y Phillip Longman, de New American Foundation, sostienen, en mi opinión de un modo persuasivo, que el aumento de la concentración empresarial podría ser un factor importante en el estancamiento de la demanda de mano de obra, ya que las empresas usan su creciente poder monopolístico para subir los precios sin que los beneficios repercutan en sus empleados.


No sé hasta qué punto la tecnología o los monopolios explican la devaluación de la mano de obra, en parte porque se ha debatido muy poco acerca de lo que está pasando. Creo que es justo decir que el asunto del desplazamiento de los beneficios de los trabajadores hacia el capital todavía no se ha introducido en nuestras conversaciones nacionales.

Pero ese desplazamiento se está produciendo; y tiene consecuencias muy importantes. Por ejemplo, existe una gran presión, generosamente financiada, para que se reduzcan los tipos de impuestos que pagan las empresas; ¿es esto realmente lo que queremos hacer en un momento en el que los beneficios se están disparando a costa de los trabajadores? ¿O qué pasa con la presión para que se reduzcan o eliminen los impuestos sobre sucesiones? Si estamos volviendo a un mundo en el que el capital financiero, no las cualificaciones o la educación, es lo que determina los ingresos, ¿realmente queremos que heredar riqueza resulte todavía más fácil?...
Fuente: El País, Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008

martes, 30 de octubre de 2012

PAUL KRUGMAN PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA “Antes del Nobel ya era arrogante”

Blog de Paul Krugman
Pregunta. ¿No es pesadísimo ser gurú?
Respuesta. Sí. Mi mujer y yo acabamos de pasar diez días en Inglaterra sin que nadie supiéra dónde estábamos, y para que a nadie se le ocurriera pedirme un comentario sobre nada.

P. ¿Es el enfant térrible de la economía?
R. Tengo 59 años. Estoy ya en una edad mediana, incluso madurita. O sea que espero que ya nadie piense que soy un enfant térrible.

P. Dedicó su último libro a los parados. ¿No le agradecerían más una pequeña aportación económica, un detallito?
R. Bueno, hago lo mío, pago mis impuestos, doy para obras de caridad, y la dedicatoria es para gente que yo conozco que no tiene trabajo.

P. ¿Se le ha subido el Nobel a la cabeza?
R. Antes del premio ya era arrogante. Espero no serlo aún más.

P. “Gente como yo, que tal vez no hayamos acertado siempre, hemos acumulado un espléndido historial durante los últimos cinco años”. Pues veo cero problemas de autoestima.
R. Pero yo estaba hablando de una escuela de pensamiento, no de mí. De todo un grupo, unos veinte, y lo que digo es que mi teoría es certera, el pensamiento es el correcto, no que yo sea el más listo de la clase.

P. La introducción de su libro dice: “Y ahora, ¿qué hacemos?” ¿Me aconseja leerlo o ir a una echadora de cartas para que me lo aclare?
R. Quiero pensar que yo sé más que ella, aunque depende de la señora a la que vaya.. Pero en el libro argumento mi tesis. Y quiero añadir que odio el argumento de autoridad, que la gente se crea superior por haber obtenido un premio.

P. Creo que destaca por su capacidad de predicción. No me voy de aquí sin que me dé una fecha para salir de esto.
R. En Europa, desde luego, la toma de decisiones es cuestión de meses, no más. Ahora, por dónde irán los tiros no se lo sé decir.

P. Pues creo que debería cambiar de bola de cristal.
R. Bien [ríe]. Si quiere una predicción detallada, entonces sí es mejor que vaya a la señora que le echa las cartas.

P. Fue consejero económico de Reagan. Algo le tocará de su culpa.
R. Sí, aquello fue bastante divertido. Yo, funcionario de alto nivel, con tarea más bien burocrática, era ya conocido como demócrata, y me encargaba de la asesoría económica internacional. Trabajaba conmigo Larry Summers, también demócrata identificado, que llevaba la economía nacional. Era gracioso. Demócratas ambos.

P. Pues yo creía que sus críticas al neoliberalismo eran para hacerse perdonar esa etapa.
R. Bueno, no he cambiado mucho desde entonces. Lo que sí demuestra esto es que el mundo económico en Estados Unidos es un pañuelo, porque Larry Summers y yo nos conocemos desde 1982 y tenemos desde siempre una rivalidad amistosa.

P. ¿Merkel es la bruja del cuento?
R. Yo creo que ella no importa para nada. Hace lo que haría cualquier canciller alemán. El problema no es Merkel, sino Alemania.

P. ¿Y tiene más peligro ella o el BCE?
R. Bueno, yo tengo más esperanzas en el Banco Central Europeo, en que llegue a ser más flexible y de más ayuda. Conozco a Draghi desde que era estudiante en el MIT.

P. Ha dicho que España necesita menos austeridad y más crecimiento. ¿Por qué no invita a un café a Rajoy y se lo cuenta?
R. Él no puede hacer mucho, Puede relajar un poco la política de recortes. Pero la respuesta la tiene Merkel.

P. ¿Defiende que la inflación es la última playa?
R. No es que sea la última playa. Europa necesita inflación. España, no. Lo que necesita es que la tenga Alemania.

P. ¿Tiene en su casa un altarcillo dedicado a Keynes?
R. La gente sigue diciendo esto de mí, pero no dedico culto a Keynes. Era una mente brillante que dijo cosas muy acertadas, y escribía muy bien. Pero también pienso que se equivocó en otras cosas.
... Leer más en El País. Ver su web aquí.

lunes, 30 de julio de 2012

Dinero por nada. Hasta los mercados reconocen ahora que lo importante es el crecimiento y el empleo

Durante años, personas supuestamente serias han lanzado advertencias alarmantes sobre las repercusiones de los elevados déficits presupuestarios (déficits que son en su mayoría consecuencia de nuestra prolongada crisis económica). En mayo de 2009, el profesor de Harvard Niall Ferguson declaraba que “la oleada de emisión de deuda” haría que los tipos de interés de EE UU se disparasen. En marzo de 2011, Erskine Bowles, copresidente de la desventurada comisión para el déficit del presidente Obama, advertía de que, a menos que se tomasen medidas urgentes contra el déficit, “los mercados nos devastarían”, probablemente en menos de dos años. Etcétera.
 Bueno, supongo que a Bowles le quedan unos meses. Pero ha sucedido algo curioso en el camino hacia la pronosticada crisis fiscal: en lugar de dispararse, los costes del préstamo en EE UU han descendido hasta alcanzar el valor más bajo que han tenido en la historia del país. Y no solo en Estados Unidos. En este momento, todos los países desarrollados que adquieren préstamos en su propia moneda son capaces de hacerlo a un precio muy barato.
 La incapacidad de los déficits para generar el pronosticado aumento de los tipos de interés nos dice algo importante sobre la naturaleza de nuestros problemas económicos (y la sabiduría, o falta de ella, de los autoproclamados guardianes de nuestra virtud fiscal). Sin embargo, antes de llegar a eso, hablemos de esos bajísimos costes de los préstamos (tan bajos que, en algunos casos, los inversores están en realidad pagando a los Gobiernos para que les guarden el dinero).
 En la mayoría de los casos, esto está sucediendo con “valores protegidos contra la inflación” (bonos cuyos pagos futuros están vinculados a los precios de consumo, de modo que los inversores no deben temer que su inversión vaya a verse erosionada por la inflación). Incluso con esta protección, antes los inversores exigían un pago adicional considerable. Antes de la crisis, los bonos estadounidenses a 10 años protegidos contra la inflación tenían generalmente un rendimiento del 2%. Por el contrario, últimamente el tipo de estos bonos ha sido del -0,6%. Para comprar estos bonos, los inversores están dispuestos a pagar más de la cantidad, ajustada según la inflación, que el Gobierno abonará finalmente en concepto de interés y principal...
Dicho eso, ustedes también deberían ser keynesianos. La experiencia de los últimos años —sobre todo, el espectacular fracaso de las políticas de austeridad en Europa— ha sido una perfecta demostración de la idea básica de Keynes: recortar drásticamente el gasto en una economía deprimida la deprime todavía más.
 Así que ya es hora de hacer caso omiso a los supuestos hombres sabios que se han apropiado del debate político y han convertido el déficit en el tema de conversación. Se han equivocado en todo; y en estos momentos, hasta los mercados financieros nos dicen que deberíamos centrarnos en el crecimiento y el empleo. Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de 2008. El País

miércoles, 4 de julio de 2012

Un empresario americano, Nick Hanauer, denuncia en TED, la falacia de que los ricos, los ahora llamados emprendedores en vez de lo que son realmente, capitalistas, son los que crean empleos.



Enlace alternativo al vídeo censurado https://www.youtube.com/watch?v=cLm4QF3IPdU
Es evidente que si no hay demanda, ni actividad económica, el paro seguirá aumentando, en un circulo vicioso; más paro trae menos demanda, menos demanda trae más paro. El empobrecimiento de la mayoría de la población y su influencia negativa en la economía no es compensado por el enriquecimiento cada vez mayor de los más ricos. La parte de los salarios dedicada a impuestos entre IRPF, impuestos municipales sobre basuras, agua, alcantarillado, vehículos, viviendas, ... han crecido de media más que los salarios desde los 70.

 Los impuestos sobre energía (combustibles, gas, electricidad), el IVA sobre el consumo, sobre los medicamentos, la falta de becas el pago de transporte para los estudiantes, amas de casa y trabajadores,... hacen que suponga una perdida de más del 35% de sus ingresos. Mientras los grandes Banco y Fortunas cotizan un 1%, cuando no evaden todo mediante los paraísos fiscales. Es evidente, y así lo defienden prestigiosos economistas como Paul Krugman o Joseph Stiglitz, que es necesario un cambio.

martes, 15 de mayo de 2012

Krugman vaticina el fin del euro y ve posible el ‘corralito’ bancario en España

El Nobel de Economía Paul Krugman, convertido en azote de quienes pretenden salir de la crisis a base únicamente de austeridad y recortes, advierte en un post publicado este pasado fin de semana que “es muy posible” que Grecia abandone el euro el próximo mes. En caso de que se cumpla esta posibilidad, que en su opinión y la de otros como el Der Spiegel o incluso el Financial Times (enlace con suscripción), medio que está en las antípodas de Krugman, ya no es tan extrema, cundiría el pánico entre el resto de la periferia. Este es el panorama que se avecina según afirma Krugman en su post, cuyo texto íntegro se reproduce a continuación:
"Algunos de nosotros hemos estado hablando del tema, y creemos que el final del juego será algo como esto:
1. Salida griega del euro, muy posiblemente el próximo mes.
2. Cuantiosas retiradas de fondos de los bancos españoles e italianos, a medida que los depositantes tratan de llevar su dinero a Alemania.
3a. Tal vez, solo posiblemente, se impondrán controles de facto, con los bancos prohibiendo transferir depósitos fuera del país y limitando la retirada de dinero en efectivo.
3b. Alternativamente, o tal vez a la vez, el BCE realizará fuertes inyecciones de crédito para evitar el derrumbe de los bancos.
4a. Alemania tiene una elección. Aceptar indirectamente las reclamaciones que se hacen sobre Italia y España —además de realizar una drástica revisión de su estrategia— básicamente, para darle a España alguna esperanza y poner en marcha garantías a la deuda para mantener bajos los costes de endeudamiento y permitir una mayor inflación en la eurozona para posibilitar el ajuste de precios relativos, o:
4b. Fin del euro. Y estamos hablando de meses, no de años, para que esto ocurra”.
De EL PAÍS Madrid 14 MAY 2012.

lunes, 7 de mayo de 2012

Desaprovechar nuestras mentes. Los jóvenes no solo son el futuro de EE UU; también son el futuro de la base tributaria.



En España, la tasa de paro entre los trabajadores menores de 25 años supera el 50%. En Irlanda, casi un tercio de los jóvenes está en paro. Aquí, en Estados Unidos, el desempleo juvenil es solo del 16,5%, lo que sigue siendo terrible (aunque podría ser peor).

Y como era de esperar, muchos políticos están haciendo todo lo que pueden por asegurarse de que, de hecho, las cosas empeoren. Hemos oído hablar mucho sobre la guerra contra las mujeres, la cual es bastante real. Pero también hay una guerra contra los jóvenes, la cual es igual de real aunque se disimule mejor. Y está haciendo un daño inmenso, no solo a los jóvenes, sino también al futuro del país.

Empecemos por los consejos que les daba Mitt Romney a los estudiantes universitarios durante una comparecencia pública la semana pasada. Tras denunciar la “actitud divisiva” del presidente Obama, el candidato republicano le decía a su público: “Proponeos algo, id a por ello, corred un riesgo, formaos, pedid dinero prestado a vuestros padres si tenéis que hacerlo, montad una empresa”.

Lo primero que a uno le llama la atención es, por supuesto, el toque Romney: la característica falta de empatía con aquellos que no han nacido en familias acomodadas, que no pueden depender el Banco de Mamá y Papá para financiar sus ambiciones. Pero el resto del comentario es igual de nefasto a su manera.

Me refiero a ¿“formaos”? ¿Y cómo van a pagarlo? Las matrículas de las universidades públicas se han disparado, en parte por las considerables reducciones de las ayudas estatales. Romney no está proponiendo nada que pueda solucionar eso; sin embargo, es un defensor acérrimo del plan presupuestario de Ryan, que recortaría drásticamente las ayudas federales a los estudiantes, lo que haría que alrededor de un millón de ellos perdiesen sus becas Pell.

Entonces ¿cómo, exactamente, se supone que van a conseguir “formarse” los jóvenes procedentes de familias sin dinero? Allá por marzo, Romney tenía la respuesta: encontrando una universidad “que tenga un precio un poco más bajo y donde se pueda obtener una buena formación”. Buena suerte con ello. Pero supongo que es divisivo señalar que las recomendaciones de Romney son inútiles para los estadounidenses que no nacieron con las mismas ventajas que él.

Sin embargo, hay un problema mayor: aun cuando los estudiantes se las arreglen, de alguna manera, para “formarse”, cosa que a menudo hacen endeudándose hasta las cejas, se licenciarán para entrar en una economía que no parece quererles. Probablemente hayan oído hablar mucho de que a los trabajadores con titulaciones universitarias les está yendo mejor en esta recesión que a aquellos que solo han terminado la enseñanza secundaria, lo cual es cierto. Pero la historia es mucho menos esperanzadora si uno se fija no en los estadounidenses de mediana edad con titulación, sino en los licenciados recientes. El paro entre estos se ha disparado; también lo ha hecho el trabajo a tiempo parcial, supuestamente un reflejo de la incapacidad de los licenciados para encontrar trabajos a jornada completa. Y, quizás lo más revelador, los ingresos han caído en picado incluso entre los licenciados que trabajan a tiempo completo, lo cual es un indicio de que muchos se han visto obligados a aceptar trabajos en los que no hacen ningún uso de su formación.

Por tanto, los licenciados universitarios están sufriendo las consecuencias de la debilidad de la economía. Y las investigaciones nos dicen que las repercusiones no son pasajeras: los estudiantes que se licencian en una economía en mala situación nunca recuperan el terreno perdido. En vez de eso, sus ingresos se reducen de por vida.

Por consiguiente, lo que más necesitan los jóvenes es un mercado laboral mejor. Las personas como Romney afirman que tienen la receta para la creación de empleo: bajarles los impuestos a las sociedades anónimas y a los ricos, y recortar drásticamente el gasto destinado a los servicios públicos y los pobres. Pero ahora tenemos una gran cantidad de pruebas sobre cómo funcionan realmente estas políticas en una economía deprimida, y está claro que destruyen empleo en vez de crearlo.

Porque cuando uno observa la devastación económica en Europa, debe tener en cuenta que algunos de los países que están experimentando los peores estragos han estado haciendo todo lo que los conservadores estadounidenses dicen que deberíamos hacer en Estados Unidos. Hace no mucho tiempo, los conservadores se deshacían en elogios con las políticas económicas de Irlanda, especialmente con los bajos impuestos de sociedades; la Fundación Heritage le daba una puntuación en “libertad económica” más alta que la de cualquier otro país occidental. Cuando las cosas se torcieron, Irlanda volvió a recibir una infinidad de elogios, esta vez por sus radicales recortes del gasto, que se suponía que inspirarían confianza y conducirían a una recuperación rápida. Y ahora, como he dicho, casi un tercio de los jóvenes de Irlanda no es capaz de encontrar trabajo.

¿Qué deberíamos hacer para ayudar a los jóvenes estadounidenses? Básicamente, lo contrario de lo que quieren Romney y sus amigos. Deberíamos estar ampliando las ayudas al estudio, no reduciéndolas. Y deberíamos dar marcha atrás en las políticas de austeridad que, a efectos prácticos, están constriñendo la economía estadounidense (los recortes estatales y locales sin precedentes que han estado castigando con especial dureza a la enseñanza).

Sí, ese cambio político radical costaría dinero. Pero negarse a gastar ese dinero es insensato y corto de miras incluso desde un punto de vista puramente fiscal. Recuerden: los jóvenes no solo son el futuro de Estados Unidos; también son el futuro de la base tributaria. Es terrible desaprovechar una mente; pero desaprovechar las mentes de toda una generación lo es todavía más. Dejemos de hacerlo. Paul Krugman, premio Nobel de Economía 2008, es profesor de la Universidad de Princeton.

El País

domingo, 29 de abril de 2012

Death of a Fairy Tale, La muerte de un Cuento de Adas

By PAUL KRUGMAN This was the month the confidence fairy died. For the past two years most policy makers in Europe and many politicians and pundits in America have been in thrall to a destructive economic doctrine. According to this doctrine, governments should respond to a severely depressed economy not the way the textbooks say they should — by spending more to offset falling private demand — but with fiscal austerity, slashing spending in an effort to balance their budgets. Critics warned from the beginning that austerity in the face of depression would only make that depression worse. But the “austerians” insisted that the reverse would happen. Why? Confidence! “Confidence-inspiring policies will foster and not hamper economic recovery,” declared Jean-Claude Trichet, the former president of the European Central Bank — a claim echoed by Republicans in Congress here. Or as I put it way back when, the idea was that the confidence fairy would come in and reward policy makers for their fiscal virtue. The good news is that many influential people are finally admitting that the confidence fairy was a myth. The bad news is that despite this admission there seems to be little prospect of a near-term course change either in Europe or here in America, where we never fully embraced the doctrine, but have, nonetheless, had de facto austerity in the form of huge spending and employment cuts at the state and local level. So, about that doctrine: appeals to the wonders of confidence are something Herbert Hoover would have found completely familiar — and faith in the confidence fairy has worked out about as well for modern Europe as it did for Hoover’s America. All around Europe’s periphery, from Spain to Latvia, austerity policies have produced Depression-level slumps and Depression-level unemployment; the confidence fairy is nowhere to be seen, not even in Britain, whose turn to austerity two years ago was greeted with loud hosannas by policy elites on both sides of the Atlantic. None of this should come as news, since the failure of austerity policies to deliver as promised has long been obvious. Yet European leaders spent years in denial, insisting that their policies would start working any day now, and celebrating supposed triumphs on the flimsiest of evidence. Notably, the long-suffering (literally) Irish have been hailed as a success story not once but twice, in early 2010 and again in the fall of 2011. Each time the supposed success turned out to be a mirage; three years into its austerity program, Ireland has yet to show any sign of real recovery from a slump that has driven the unemployment rate to almost 15 percent. However, something has changed in the past few weeks. Several events — the collapse of the Dutch government over proposed austerity measures, the strong showing of the vaguely anti-austerity François Hollande in the first round of France’s presidential election, and an economic report showing that Britain is doing worse in the current slump than it did in the 1930s — seem to have finally broken through the wall of denial. Suddenly, everyone is admitting that austerity isn’t working. The question now is what they’re going to do about it. And the answer, I fear, is: not much. For one thing, while the austerians seem to have given up on hope, they haven’t given up on fear — that is, on the claim that if we don’t slash spending, even in a depressed economy, we’ll turn into Greece, with sky-high borrowing costs. Now, claims that only austerity can pacify bond markets have proved every bit as wrong as claims that the confidence fairy will bring prosperity. Almost three years have passed since The Wall Street Journal breathlessly warned that the attack of the bond vigilantes on U.S. debt had begun; not only have borrowing costs remained low, they’ve actually fallen by half. Japan has faced dire warnings about its debt for more than a decade; as of this week, it could borrow long term at an interest rate of less than 1 percent. And serious analysts now argue that fiscal austerity in a depressed economy is probably self-defeating: by shrinking the economy and hurting long-term revenue, austerity probably makes the debt outlook worse rather than better. But while the confidence fairy appears to be well and truly buried, deficit scare stories remain popular. Indeed, defenders of British policies dismiss any call for a rethinking of these policies, despite their evident failure to deliver, on the grounds that any relaxation of austerity would cause borrowing costs to soar. So we’re now living in a world of zombie economic policies — policies that should have been killed by the evidence that all of their premises are wrong, but which keep shambling along nonetheless. And it’s anyone’s guess when this reign of error will end.

La muerte de un cuento de hadas Por PAUL KRUGMAN
Este fue el mes, en que murió el hada de la confianza. Durante los últimos dos años la mayoría de los responsables políticos de Europa y muchos políticos y expertos en Estados Unidos han sido esclavos de una doctrina económica destructiva.

De acuerdo con esta doctrina, los gobiernos deben responder a una economía muy deprimida y no a la que los libros de texto dicen que deberían -gastar más para compensar la caída de la demanda privada - sino con austeridad fiscal, recortar el gasto en un esfuerzo por equilibrar sus presupuestos.

Los críticos advirtieron desde el principio de que la austeridad en la cara de la depresión sólo haría que la depresión empeore. Sin embargo, los "austeritarios", insistieron que lo contrario iba a suceder. ¿Por qué? Confianza! "Inspirar la confianza política fomentará y no obstaculizara la recuperación económica", declaró Jean-Claude Trichet, el ex presidente del Banco Central Europeo - se hizo eco de un reclamo de los republicanos aquí en el Congreso. O, como cuando me lo expuso en el camino de regreso, la idea era que el hada de la confianza vendría y premiaría a los responsables políticos por su virtud fiscal.

La buena noticia es que muchas personas influyentes finalmente admitieron que la confianza de las hadas era un mito.

La mala noticia es que a pesar de este reconocimiento parece haber pocas perspectivas de un cambio de rumbo en el corto plazo, ya sea en Europa o aquí en Estados Unidos, donde nunca hemos abrazado plenamente la doctrina, pero que, sin embargo, tenía la austeridad de facto en la forma de un enorme gasto y los recortes de empleo a nivel estatal y local. Por lo tanto, acerca de esa doctrina: un llamamiento a las maravillas de la confianza es algo que Herbert Hoover habría encontrado totalmente familiar - y la fe en el hada de la confianza ha funcionado tan bien para la Europa moderna, como lo hizo para los Estados Unidos de Hoover.

Todo alrededor de la periferia de Europa, de España a Letonia, las políticas de austeridad han producido la Depresión a todos los niveles depresiones y desempleo. En ese nivel de Depresión, el hada de la confianza no está por ningún lado, ni siquiera en Gran Bretaña, que tiene el periodo de la austeridad desde hace dos años y que fue recibido con fuertes hosannas por las élites políticas de ambos lados del Atlántico. Nada de esto debería ser una novedad, ya que el fracaso de las políticas de austeridad para cumplir sus promesas ha sido evidente. Sin embargo, los líderes europeos han negado durante años la evidencia, insistiendo en que sus políticas comenzarían a funcionar en cualquier momento, y la celebración de supuestos triunfos con la más débil de las pruebas.

Cabe destacar que el largo sufrimiento (literalmente) de Irlanda han sido aclamados como una historia de éxito, no una sino dos veces, a principios de 2010 y de nuevo en el otoño de 2011. Cada vez que el supuesto éxito que resultó ser un espejismo; después de tres años con su programa de austeridad, Irlanda aún no ha mostrado ninguna señal de recuperación real de una recesión que ha llevado la tasa de desempleo a casi el 15 por ciento. Sin embargo, algo ha cambiado en las últimas semanas.

Varios acontecimientos: el colapso del gobierno holandés sobre las medidas de austeridad propuestas, la fuerte presencia de la ola François Hollande contra la austeridad y su éxito en la primera ronda de las elecciones presidenciales de Francia, y un informe económico que demuestra que Gran Bretaña lo está haciendo peor en la crisis actual de lo que lo hizo en la década de 1930 - parece que por fin han roto el muro de la negación. De repente, todo el mundo está admitiendo que la austeridad no está funcionando.

La pregunta ahora es qué van a hacer al respecto. Y la respuesta, me temo, es: no mucho. Por un lado, mientras que los "austeritarianos" parecen haber renunciado a la esperanza, no se han rendido al miedo - es decir, siguen en la afirmación de que si no recortamos el gasto, incluso en una economía deprimida, vamos a convertirnos en Grecia, con los costes por intereses altísimos. Ahora, afirmar que la austeridad sólo puede tranquilizar a los mercados de bonos han demostrado ser casi tan malo como las proclamaciones de que el hada de la confianza traerá prosperidad.

Casi tres años han pasado desde que The Wall Street Journal sin aliento advirtió que el ataque de los vigilantes de los bonos de deuda de EE.UU. había comenzado, no sólo los costos de los préstamos sigue siendo baja, en realidad han disminuido a la mitad. Japón se ha enfrentado a advertencias sobre su deuda por más de una década, a partir de esta semana, podría pedir prestado a largo plazo a una tasa de interés inferior al 1 por ciento. Y los analistas serios sostienen ahora que la austeridad fiscal en una economía deprimida es, probablemente, de auto-derrota: por la reducción de la economía y el daño a largo plazo de los ingresos, la austeridad, probablemente hace que la perspectiva de la deuda empeore en vez de mejorar. Pero mientras que el hada de la confianza parece estar realmente bien enterrada, historias de miedo al déficit siguen siendo populares. De hecho, los defensores de las políticas británicas rechazan cualquier petición de un replanteamiento de estas políticas, a pesar de su evidente fracaso para entregar, sobre la base de que cualquier relajación de la austeridad podrían causar que los costos de endeudamiento se disparan.

Así que ahora estamos viviendo en un mundo de políticas económicas-políticas de zombies que deberían haber sido asesinados por la evidencia de que la totalidad de sus premisas son erróneas, pero que se mantienen moviendo los pies a rastras lo largo del camino de todas formas. Y es que parece difícil adivinar cuando este reino del error va a terminar.

domingo, 1 de abril de 2012

Brócoli y mala fe. La Ley de Sanidad de Obama ante el Tribunal Supremo.

Está en peligro la cobertura sanitaria a 30 millones de estadounidenses.
La capacidad del Tribunal Supremo para estar por encima de la política está a punto de sufrir otro golpe.

Nadie sabe lo que decidirá el Tribunal Supremo de Estados Unidos en relación con la ley de reforma sanitaria de Barak Obama. Pero tras las vistas de esta semana parece bastante posible que el tribunal revoque el llamado mandato—la obligatoriedad de que los individuos contraten un seguro sanitario—, y puede que la ley en su totalidad. La supresión del mandato haría la ley mucho menos factible, mientras que revocarla por entero equivaldría a negar la cobertura sanitaria a 30 millones de estadounidenses o más.
Dado lo que está en juego, uno podría haber esperado que todos los miembros del tribunal tuviesen mucho cuidado al hablar tanto de la realidad de la asistencia sanitaria como de los antecedentes legales. Sin embargo, el hecho es que el segundo día de vistas indicó que los jueces más hostiles a la ley no comprenden, o prefieren no comprender, cómo funcionan los seguros. Y el tercer día fue, en cierto sentido, todavía peor, ya que los jueces contrarios a la reforma parecían aceptar cualquier argumento, por endeble que fuese, que pudiesen utilizar para acabar con la reforma.
Empecemos con la ya famosa intervención en la que el juez Antonin Scalia comparaba la contratación de un seguro sanitario con la compra de brécol, dando a entender que si el Gobierno puede obligarnos a hacer lo primero, también puede obligarnos a hacer lo segundo. Esa comparación horrorizó a los expertos en asistencia sanitaria de todo Estados Unidos, porque los seguros sanitarios no se parecen en nada al brécol.
¿Por qué? Cuando la gente decide no comprar brécol, no hace que el brécol deje de estar al alcance de aquellos que lo quieren. Pero cuando la gente no contrata un seguro sanitario hasta que enferma —que es lo que pasa cuando no existe un mandato—, el consiguiente empeoramiento del fondo contra riesgos hace que los seguros sean más caros, y a menudo inasequibles, para el resto de la gente. Como consecuencia, los seguros sanitarios no regulados básicamente no funcionan, y nunca lo han hecho... Leer más en El País. PAUL KRUGMAN, 1 ABR 2012

sábado, 31 de marzo de 2012

Economistas en pie de guerra

Más allá de los indicadores de actividad, la salida de la crisis está teniendo consecuencias colaterales para el mundo de la Economía. Buena parte de sus teóricos, sobre todo en Estados Unidos, andan divididos entre quienes defienden la necesidad de aplicar nuevos estímulos fiscales para evitar una vuelta a la recesión y garantizar la creación de empleo y quienes defienden que la política monetaria es un instrumento más que suficiente para la gestión de la demanda. Es la tradicional guerra entre keynesianos y neoclásicos, a los que cada día se suman nuevas corrientes: neomonetaristas, los seguidores de la economía verde, psicoeconomistas...
Paul Krugman (profesor en Princeton), Brad DeLong (Universidad de Berkeley) y Mark Thoma (Universidad de Oregón) lideran el grupo de los defensores de las teorías de John Maynard Keynes, los conocidos como saltwater (agua salada, en inglés, por estar situadas sus universidades cerca del mar). Enfrente de sus tesis, John Cochrane, Eugene Fama (los dos, de la Universidad de Chicago) y Robert Barro (profesor en Harvard) que cuestionan la política de estímulos fiscales como vía para salir de la crisis.
Es un enfrentamiento similar al que vivieron en los años treinta John Maynard Keynes y Friedrich von Hayek, una historia que recoge Nicholas Wapshott en su libro Keynes frente a Hayek. El enfrentamiento que definió la economía moderna. Entonces, estos padres de la economía mantuvieron un arduo debate sobre el papel que debería tener el Estado en la economía. “Hayek fue derrotado por Keynes en los debates económicos de los años treinta; no, según creo yo, porque Keynes probara su tesis, sino porque una vez que la economía se colapsó, nadie estaba muy interesado en la cuestión de cuál fue su verdadero causante”, según Robert Skidelsky, biógrafo de Keynes.
Leer más en El País.

jueves, 8 de marzo de 2012

Krugman advierte de que la austeridad en España "reforzará la espiral descendente"

"España no entró en esta crisis por ser fiscalmente irresponsable", defiende.
Paul Krugman dedica el último artículo de su blog en el periódico estadounidense The New York Times a España, el país que considera es la quintaesencia de la crisis del euro. En el breve texto, el Nobel de Economía alaba la decisión del presidente Mariano Rajoy de desafiar a Bruselas a la hora de optar por un objetivo de déficit superior al marcado por la Comisión Europea (anunció que perseguirían cerrar 2012 en el 5,8%, y no del 4,4%). Según Kugman, perseguir más austeridad, sería erróneo, ya que agravaría más la "espiral descendente" de la economía".
"Siempre he considerado a España, no a Grecia, el país de la crisis por excelencia. Con el Gobierno de Rajoy eludiendo -con razón- el aumento de la austeridad, la atención se centra ahora donde sin duda debería haber estado todo el tiempo". Así comienza el post que Krugman dedica a la economía española.
El economista estadounidense acompaña el comentario con un gráfico donde compara el porcentaje de deuda respecto al PIB de España y de Alemania entre 1999 y 2011. Los datos, que reflejan que el endeudamiento de España ha sido durante todo el periodo muy inferior al de Alemania, explican según Krugman "la maldad esencial del enfoque de la política europea en su conjunto se convierte en algo totalmente evidente. España no entró en esta crisis por ser fiscalmente irresponsable", opina. Añade además, dirigido a todos aquellos que apuntan a que el superávit español antes de la crisis estaba hinchado por la burbuja, que "Martin Wolf, señala que en su momento el FMI consideró que el superávit era estructural"...
Leer todo el artículo en El País.
Bien, nuestra clase dominante parece que opta por soluciones que llevan a más crisis,... ¿Y la clase trabajadora, se porta tan mal como para no fiarse de ella y entregar la llave de las relaciones laborales, después de años de lucha por humanizarla, a los empresarios, como ha hecho la reciente Reforma Laboral del PP? Según el informe publicado por USA y colgado en este blog parece, que en contra de los estereotipos interesados y engañosos, no es para nada así, sino más bien una clase ejemplar que muchos países quisieran y quieren y por eso se llevan a nuestros jóvenes suficientemente preparados y muy trabajadores.

martes, 17 de enero de 2012

Nadie entiende la deuda

En 2011, como en 2010, Estados Unidos experimentaba una recuperación técnica, pero seguía sufriendo un desempleo desastrosamente alto. Y a lo largo de la mayor parte de 2011, como en 2010, casi todas las conversaciones en Washington giraban en torno a otra cosa: el problema supuestamente urgente de reducir el déficit público.

Los países con Gobiernos estables y responsables han sido capaces de vivir con niveles de deuda elevados Este enfoque inapropiado dice mucho sobre nuestra cultura política, en concreto sobre lo desconectado que está el Congreso del sufrimiento de los estadounidenses de a pie. Pero también revela algo más: cuando la gente en Washington habla de déficits y deuda, la inmensa mayoría no tiene ni idea de lo que está hablando, y la gente que más habla es la que menos entiende.

Lo más evidente es quizá que los "expertos" económicos en los que confía gran parte del Congreso han estado totalmente equivocados una y otra vez sobre los efectos a corto plazo de los déficits públicos. La gente que obtiene sus análisis económicos de instituciones como la Fundación Heritage lleva esperando desde que el presidente Obama asumió el cargo a que el déficit público disparase los tipos de interés. El día menos pensado.

Y mientras ha estado esperando, esos tipos han descendido hasta mínimos históricos. Se podría pensar que esto llevaría a los políticos a cuestionar su elección de expertos (es decir, se podría pensar eso si no supiéramos nada sobre la política posmoderna no basada en hechos).

Pero Washington no se confunde solo en lo que respecta al corto plazo; también está confundido acerca del largo plazo. Porque aunque la deuda pueda ser un problema, la forma en que nuestros políticos y lumbreras piensan en la deuda es incorrecta y exagera el tamaño del problema.
Los que se preocupan por el déficit retratan un futuro en el que nos vemos empobrecidos por la necesidad de devolver el dinero que hemos tomado prestado. Ven a EE UU como una familia que pidió una hipoteca demasiado alta y que se ve en apuros para pagar las cuotas mensuales. Sin embargo, esta es una analogía realmente mala por lo menos en dos sentidos.

En primer lugar, las familias tienen que devolver su deuda. Los Gobiernos, no; todo lo que tienen que hacer es asegurarse de que la deuda aumenta más lentamente que su base imponible. La deuda de la II Guerra Mundial nunca se devolvió; sencillamente, se fue volviendo cada vez más irrelevante, a medida que la economía estadounidense crecía, y con ella, la renta sometida a tributación.

En segundo lugar, y esto es lo que nadie parece entender, una familia excesivamente endeudada debe dinero a otra persona; la deuda estadounidense es, en gran medida, dinero que nos debemos a nosotros mismos.

Esto era claramente cierto en el caso de la deuda en que incurrimos para ganar la Segunda Guerra Mundial. Los contribuyentes asumieron la responsabilidad de una deuda que era significativamente más elevada, como porcentaje del PIB, que la deuda actual; pero los titulares de esa deuda también eran los contribuyentes, como la gente que compraba bonos de ahorro. De modo que la deuda no hizo más pobre a los Estados Unidos de la posguerra. En concreto, la deuda no impidió que la generación de la posguerra experimentara el mayor aumento de la renta y el nivel de vida en la historia de nuestra nación.

Pero esta vez es diferente, ¿no? No tanto como creen.
Es verdad que ahora los extranjeros poseen grandes intereses en EE UU, entre ellos una buena cantidad de deuda pública. Pero cada dólar de participaciones extranjeras en Estados Unidos se ve igualado por 89 céntimos de participaciones estadounidenses en el extranjero. Y como los extranjeros tienden a hacer sus inversiones en Estados Unidos en activos seguros y de baja rentabilidad, EE UU gana en la práctica más por sus activos en el extranjero de lo que paga a los inversores extranjeros. Si se han hecho la idea de que es un país profundamente endeudado con los chinos, les han informado mal. Y tampoco estamos avanzando rápidamente en esa dirección.

Claro que el hecho de que la deuda federal no implique ni mucho menos que el futuro de Estados Unidos esté hipotecado no quiere decir que la deuda no sea perjudicial. Para pagar los intereses hay que recaudar impuestos, y no hay que ser un ideólogo de derechas para reconocer que los impuestos suponen algún coste para la economía, aunque solo sea porque apartan los recursos de las actividades productivas y los desvían hacia la elusión y la evasión de impuestos. Pero estos costes son mucho menos trágicos de lo que la analogía de la familia excesivamente endeudada podría dar a entender.
Y esa es la razón por la que los países con Gobiernos estables y responsables -o sea, Gobiernos que están dispuestos a elevar moderadamente los impuestos cuando la situación lo exige- han sido por regla general capaces de vivir con niveles de deuda mucho más elevados de lo que la opinión convencional nos induciría a pensar. Gran Bretaña, en concreto, ha tenido una deuda superior al 100% del PIB durante 81 de los últimos 170 años. Cuando Keynes escribía sobre la necesidad de gastar para salir de una depresión, Gran Bretaña estaba más endeudada que cualquier país desarrollado hoy en día, con la excepción de Japón.

Naturalmente, EE UU, con su movimiento conservador furibundamente antiimpuestos, podría no tener un Gobierno que sea responsable en ese sentido. Pero en ese caso, la culpa no es de la deuda, sino nuestra.

De modo que, sí, la deuda es importante. Pero en estos momentos hay cosas más importantes. Necesitamos más, no menos, gasto público para sacarnos de la trampa del desempleo. Y la terca y desinformada obsesión con la deuda se interpone en el camino.

Paul Krugman. Sin Permiso
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.

Fuente, http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4655