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martes, 1 de mayo de 2018

El heredero de Umberto Eco. El intelectual Claudio Giunta, una de las mejores cabezas de Italia, firma un apasionante 'thriller' sobre tres jóvenes que desaparecen durante un viaje a las islas Solovkí.

"No se puede desaparecer sin dejar rastro, sobre todo de una isla”. No, en concreto, de la mayor de las islas Solovetsky, en el mar Blanco, normalmente no recordada si no es por el monasterio ortodoxo y como sede del campo de concentración primogénito del Gulag. No, si además los desaparecidos son tres florentinos de unos treinta y pico años, llegados como voluntarios para la restauración del cenobio por cuenta de la Unesco. Nadie ha vuelto a verlos desde el día en que salieron de excursión hacia el norte, ya en vísperas de su vuelta a Italia; y, pese a las indagaciones usuales en un caso similar, nadie ha podido aclarar cómo, cuándo y por qué se los ha tragado la isla.

Desvelarlo y apuntarse un estupendo scoop es la gran oportunidad que se le ofrece a Alessandro Capace para dejar de ser un periodista de menos que medio pelo. Las investigaciones en la isla no proporcionan huellas materiales, pistas. Los únicos indicios viables parecen residir en las gentes del lugar. En ellos, pues, tienen que centrarse las averiguaciones, que al cabo resultarán en la solución del misterio: azarosa, pero acorde con los datos en juego.

El apasionante relato de Giunta sigue dos líneas mayores de desarrollo. Por un lado, las del thriller propiamente dicho, con la anatomía de las circunstancias y el pormenor de las pesquisas. Por otra parte (y pasando desde allá hasta aquí), la presentación de los personajes potencial o efectivamente implicados en la trama. Entre los isleños aparecen tipos tan notables como Valentin, el tonto de Solovetsky, el cacique Filippov o el pope mafioso. Pero la fauna más interesante por su misma vulgaridad está posiblemente en Italia.

Empezando por el narrador. Capace se acerca a la cuarentena sin honra ni provecho. Se ha licenciado en Políticas, ha probado fortuna en la novela y el cuento, y sobrevive con colaboraciones ocasionales en el real La Nazione y otras algo más estables en el ficticio Fatti (Hechos). Enamorado “de una belleza casi insultante”, Julia, que no le corresponde pero que se aviene a ayudarlo en la isla con su dominio del ruso; roto el matrimonio con Gaia y abocado al incoloro encuentro del sábado con el hijo de ambos, pasea los diarios y corteja a los jefes de redacción sin lograr más que vagas promesas de asentamiento. Es un óptimo ejemplo del precario, exponente arquetípico de una generación italiana (y no sólo) que ha podido educarse ventajosamente y no consigue luego acomodo satisfactorio en la sociedad, ni profesional ni vivencialmente. Por ahí, muchas de las páginas que Giunta dedica a la evocación de ambientes, en especial los periodísticos, son sencillamente magistrales. Pero no les va a zaga en interés la caracterización de la Florencia benestante e irresponsable de la que proceden los desaparecidos. Y tanto menos en interés cuanto a ese propósito la tensión dramática crece en los capítulos finales hasta superar el mismo punto de partida del argumento.

Claudio Giunta es hoy una de las mejores cabezas de Italia. Estudioso de la talla de un Cesare Segre, es también un intelectual público del linaje de Umberto Eco, que no duda en pasar de los doctos escolios a Dante a la sátira inclemente de Essere#matteorenzi. Con Eco comparte Giunta además la condición de novelista; y en Mar blanco, uno de cuyos núcleos se sitúa en un monasterio, no falta una mención de El nombre de la rosa. Tampoco es esta mía una referencia caprichosa.

https://elpais.com/cultura/2018/02/13/babelia/1518518969_309137.html

martes, 5 de abril de 2016

Sobre el estilo del Manifiesto Comunista. Umberto Eco (1932-2016)

No se puede sostener que algunas hermosas páginas puedan cambiar el mundo por sí solas. Toda la obra de Dante no consiguió devolverles un emperador sacro romano romano a los municipios italianos. No obstante, al recordar el texto que fue el Manifiesto del Partido Comunista de 1848, y que, ciertamente, ha influido largamente en los acontecimientos de dos siglos, creo que hay que releerlo desde el punto de vista de su calidad literaria o, al menos –aunque no se lea en alemán-, de su extraordinaria estructura retórico-argumentativa. En 1971 apareció el librito de un autor venezolano, Ludovico Silva, El estilo literario de Marx, publicado en italiano en 1973 por Bompiani. Creo que ya no se puede encontrar y valdría la pena reeditarlo. Refiriéndose a la historia de la formación literaria de Marx (pocos saben que también escribió poemas, bien que malísimos, en opinión de los pocos que los han leído), Silva analizó minuciosamente toda la obra de Marx. Curiosamente, dedicó sólo unas pocas líneas al Manifesto, tal vez porque no es una obra estrictamente personal. Es una lástima: se trata de un texto formidable, que alterna tonos apocalípticos e ironía, lemas eficaces y explicaciones claras, y (si realmente la sociedad capitalista quiere vengarse de las molestias que estas páginas no muy numerosas le han causado) tendría hoy que analizarse religiosamente en las escuelas publicitarias.

Comienza con un formidable golpe de timbal, como la Quinta Sinfonía de Beethoven: "Un fantasma recorre Europa" (no olvidemos que estamos todavía cerca del florecimiento preromántico y romántico de la novela gótica, y los espectros son entidades que hay que tomarse en serio). Sigue justo después una historia a vuelo de águila de las luchas sociales, desde la antigua Roma hasta el nacimiento y desarrollo de la burguesía, y las páginas dedicadas a las conquistas de esta nueva clase "revolucionaria" constituyen su poema fundador, todavía válido para quienes apoyan el liberalismo. Se ve (quiero decir exactamente "se ve", en sentido casi cinematográfico) esta nueva fuerza irrefrenable que, impulsada por la necesidad de nuevas salidas para sus mercancías, recorre todo el orbe terráqueo (y, a mi entender, aquí el hebreo y mesiánico Marx piensa en el inicio del Génesis), altera y transforma países lejanos porque los bajos precios de sus productos son una especie de artillería pesada con la que bombardea cualquier muralla china, hace capitular a los bárbaros más endurecidos en el odio al extranjero, instaura y desarrolla las ciudades como signo y fundamento de su propio poder, se multinacionaliza, se globaliza, hasta inventa una literatura ya no nacional sino mundial...

Al final de esta apología (que conquista en la medida en que es sincera admiración), llega de improviso el giro dramático: el hechicero se encuentra impotente para dominar les fuerzas subterráneas que ha invocado, el vencedor se ahoga en su propia sobreproducción y cría en su propio seno, de sus mismas entrañas, a sus sepultureros, los proletarios.

Entra ahora en escena esta nueva fuerza que, dividida y confusa en un primer momento, se empecina con furia en la destrucción de las máquinas y es empleada por la burguesía como masa de choque, obligada a luchar contra los enemigos de sus propios enemigos (las monarquías absolutas, la propiedad feudal, los pequeños burgueses), y absorbe gradualmente a parte de los adversarios que la gran burguesía proletariza: artesanos, tenderos, campesinos propietarios. La revuelta se convierte en lucha organizada, los obreros están en contacto recíproco por medio de otro poder que los burgueses han desarrollado en su propio beneficio: las comunicaciones. Y aquí el Manifiesto cita los ferrocarriles, pero piensa también en las nuevas comunicaciones de masas (no olvidemos que Marx y Engels supieron utilizar en La sagrada familia la televisión de la época, es decir, la novela de folletón como modelo de imaginario colectivo, criticando su ideología pero, al mismo tiempo, utilizando lenguaje y situaciones que ésta había popularizado).

En este punto entran en escena los comunistas. Antes de decir de manera programática quiénes son y qué quieren, el Manifiesto (con un movimiento retórico soberbio), se detiene en el punto de vista de la burguesía que les teme y adelanta algunas preguntas aterradoras: ¿Queréis abolir la propiedad privada? ¿Queréis poner en común las mujeres? ¿Queréis abolir la religión, la patria, la familia?

Aquí el juego se vuelve sutil, porque el Manifiesto parece contestar de manera tranquilizadora a todas estas preguntas, como para ablandar al adversario, pero luego, con un movimiento improvisado, le golpea en el plexo solar y consigue el aplauso del público proletario... ¿Queremos abolir la propiedad privada? Pues no, las relaciones de propiedad siempre han objeto de transformación, ¿acaso la Revolución Francesa no abolió la propiedad feudal en favor de la burguesa? ¿Queremos abolir la propiedad privada? Qué bobada, no existe, porque es la propiedad de una décima parte de la población en perjuicio de las otras nueve. ¿Nos acusáis entonces de querer abolir “vuestra” propiedad? Si, es exactamente lo que queremos hacer. ¿La comunidad de las mujeres? Pero, a ver, ¡lo que nosotros queremos es más bien quitarle a la mujer el carácter de instrumento de producción! Pero, ¿queréis de verdad poner en común las mujeres? ¡La comunidad de mujeres la habéis inventado precisamente vosotros, que además de utilizar a vuestras propias esposas, sacáis partido de las de los obreros y como máximo pasatiempo practicáis el arte de seducir a las de vuestros iguales! ¿Destruir la patria? Pero, ¿cómo se le puede quitar a los obreros lo que no tienen? Nosotros queremos más bien que, al triunfar, los proletarios se constituyan como nación...

Y así sucesivamente, hasta esa obra maestra de reticencia que es la respuesta sobre la religión. Se intuye que la respuesta es "queremos destruir esta religión", pero el texto no lo dice: antes de afrontar un tema tan delicado, que pasa por alto, da a entender que todas las transformaciones tienen un precio, pero mejor por ahora no abrir capítulos demasiado candentes...

Sigue luego la parte más doctrinaria, el programa del movimiento, la crítica a los diversos socialismos, pero en este punto el lector ya está fascinado por las páginas anteriores. Y por si la parte doctrinaria resultase demasiado difícil, he aquí el golpe final, dos lemas que cortan la respiración, fáciles de retener en la memoria, destinados (me parece) a una fortuna clamorosa: "Los proletarios no tienen nada que perder [...] salvo sus cadenas" y "¡Proletarios de todos los países, uníos!".

Además de la capacidad ciertamente poética para inventar metáforas memorables, el Manifiesto permanece como una obra maestra de oratoria política (y no sólo eso) que tendría que estudiarse en las escuelas, junto con las Catilinarias y el discurso shakespeariano de Marco Antonio ante el cadáver de César. Porque tampoco ha de excluirse, dada la amplia cultura clásica de Marx, que justamente estos textos los tuviera presentes.

Umberto Eco, Sulla Letteratura (2002). Publicado originalmente en L´Espresso el 8 de enero de 1998, en el 150 aniversario del Manifiesto Comunista.

Umberto Eco (1932-2016) Escritor, semiótico y filósofo, fue catedrático de la Universidad de Bolonia y una de las mayores figuras intelectuales de la Italia de postguerra.

http://www.sinpermiso.info/textos/sobre-el-estilo-del-manifiesto-comunista

lunes, 13 de diciembre de 2010

Umberto Eco: "Vivimos rodeados de falsificaciones"

...La novela de Eco, El cementerio de Praga (Lumen), llega 30 años después de El nombre de la rosa, que le convirtió en un superventas a pesar de sus latinajos y sus honduras filosóficas. Constató que lo bueno vende. El cementerio de Praga va por la misma senda. En un mes se han vendido en Italia 600.000 libros. "No lo entiendo, a lo mejor se han vuelto todos locos", bromeó. "Es posible que lo estén porque votan todos a Berlusconi", añadió entre risas.
Ambientada en el siglo XIX, El cementerio de Praga está repleta de personajes históricos como Dreyfuss, Freud o Garibaldi. Pero su gran protagonista, Simonini, es fruto de la imaginación del autor. Se dedica a falsear documentos y otras lindezas como el comercio de hostias consagradas para misas satánicas. Un argumento que no está del todo lejos de la actualidad, como recordó el propio Eco, a propósito de los cables del Departamento de Estado filtrados en las últimas semanas. "Vivimos rodeados de falsificaciones de los servicios secretos y los Gobiernos".
Wikileaks. "Hasta ayer el poder controlaba y sabía lo que hacían los ciudadanos. Con Wikileaks se subvierte la relación, somos todos los que controlamos el poder mundial, es la transparencia total pero el poder también necesita confidencialidad. ¿Qué sucederá ahora? No sabemos"... Leer más aquí.

domingo, 15 de agosto de 2010

Apostasía

... Lo que me gusta del verano es que, con la modorra, se reduce la actividad social y uno se encuentra, de repente, con bastante tiempo para leer. Acabo de terminar, con algo de retraso, el ensayo que publicó Umberto Eco sobre la fealdad (Historia de la fealdad, Lumen 2007) y, más allá de los méritos que pueda tener el texto, me ha llamado la atención el que no ha quedado resaltado con suficiente fuerza algo que para mí es una evidencia: que se puede considerar al conjunto del arte contemporáneo, con muy pocas excepciones, como una apología de la fealdad.
Lo que supone el arte contemporáneo es, básicamente, una inversión radical de valores estéticos; un repetir, con las brujas de Macbeth, lo que es feo es bello, lo que es bello es feo (la frase también se cita en el libro). Si alguien tiene alguna duda, no tiene más que entrar en cualquier museo consagrado al arte contemporáneo y hacerse esta pregunta: ¿cuántas de las obras aquí presentes puedo considerar realmente bellas?
Eso nos llevaría a un cuestionamiento sobre la propia noción de belleza que todos los defensores de lo contemporáneo retorcerán hasta convertirla en su contrario. Pero no, no valen bellezas convulsas, ni tampoco bellezas diferentes. Por una vez me refiero sencillamente a ese ideal clásico, forjado por valores como la armonía, la simetría y la economía de medios, que siempre ha guiado al buen gusto. Y la respuesta, si uno es sincero consigo mismo, será finalmente: muy pocas o prácticamente ninguna.
...No pretendo hacer valoraciones, sino establecer una evidencia: que hoy en día el sentido de la belleza está prácticamente ausente de la producción de la mayoría de los artistas.
Una vez aclarado esto, uno puede echar un vistazo a su alrededor y constatar que el panorama es absolutamente desolador. La transgresión, que puede ser una virtud cuando la norma impera, acaba siendo mera tontería y mero sinsentido cuando se convierte en la norma. Y para constatar que es así, no hace falta irse muy lejos. Casi todos los artistas en cualquier coloquio repiten hoy en día el credo posmoderno: que hay que alejarse de los cánones clásicos; que el rol del creador es innovar y romper tabúes.
Pero, ¿qué queda por hacer de nuevo, que no se haya intentado ya mil veces? ¿Y qué tabúes quedan por romper que no hayan sido rotos? La respuesta, una vez más, es que prácticamente ninguno. Y yo, que por otra parte soy el primero en defender que el arte debe ser un territorio de libertad absoluta, me encuentro últimamente hastiado y aburrido por esta imperante normativa artística que nos impele a ser cuanto más asquerosos y más hirientes y transgresores mejor.
En definitiva, creo que ha llegado el momento de cambiar de rumbo. Yo no sé si lo podré hacer, y seguramente la mayor parte de la gente que ha crecido conmigo en este caldo ideológico/estético finisecular tampoco; y desde luego no animaré a quien tenga el odio metido en el cuerpo a no dar rienda suelta a sus pulsiones más destructivas, si eso le ayuda como terapia (el arte, a fin de cuentas, tiene que estar al servicio en primer lugar de los artistas). Pero sí animo a los creadores jóvenes a tomar conciencia de la nueva situación y a posicionarse, con pleno conocimiento de causa, en el panorama actual. Y sobre todo, en unos momentos como estos, a no repetir como papagayos las cada vez más manidas premisas posmodernas.
Antes de escribir una Historia de la fealdad, Eco escribió una Historia de la belleza. Y estoy convencido de que, al final de sus días, hasta un posmoderno incorregible como él, cuando mire atrás preferirá recordar todo lo que encontró hermoso, y no todas las fealdades contemporáneas. Leer más. José Ángel Mañas, Babelia 14/08/2010

viernes, 2 de octubre de 2009

Al diablo la clase obrera. Umberto Eco.

¿Cómo se le puede pedir que se reconozca como clase, con problemas comunes, a quien, si es que aún trabaja, lo hace cada vez menos junto con otros, durante periodos cada vez más cortos y ve el trabajo no ya como algo que se respeta sino que se soporta?


Los de mi generación, que encararon el Sesenta y Ocho entre los treinta y cinco y los cuarenta años, demasiado mayores ya para ser estudiantes en revuelta y demasiado jóvenes para ser venerables ancianos que rehuían el enfrentamiento, se han visto durante largo tiempo chantajeados por la clase obrera. Mejor dicho, no por la propia clase, los pobres, con todos los problemas que tenían, sino por sus adoradores burgueses de izquierdas que, apelando al nacimiento de una ciencia proletaria, te preguntaban qué sentido tenía seguir ocupándose de Dante, de Kant o de Joyce. Y como, de una u otra forma, lo que se quería era seguir hablando de ello incluso en una facultad ocupada (bastaba con quererlo y era perfectamente posible) nos esforzábamos por demostrar cómo, a la larga, conocer a Dante o a Joyce también podía contribuir a la redención de la clase obrera.

Ni que decir tiene el alivio que muchos de nosotros sentimos al descubrir que había acabado el tiempo en que los obreros no tenían nada que perder, excepto sus cadenas, porque, pudiendo perder el televisor, la nevera, la pequeña cilindrada y el poder ver a muchas velinas todas las noches, ya votaban a Berlusconi y a Bossi -desviando su propia indignación de los capitalistas a los extracomunitarios. El comportamiento de los proletarios de antaño se había convertido en el típico del subproletariado. ¡Por fin –se exclamó-, ya no tenemos que hacernos cargo de la clase obrera! ¿Que son más pobres ahora que hace algunos años? Ellos son los que han preferido las rondas a los sindicatos. Libres del chantaje de la clase obrera, ahora escribiremos no sólo sobre Dante, sino inclusive sobre Burchiello y, como el protagonista de 'A rebours', pondremos sobre nuestra alfombra persa una tortuga con el caparazón incrustado de rubíes, turquesas, aguamarinas y crisoberilos verde espárrago. (L`Expreso)Seguir leyendo aquí.