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domingo, 27 de julio de 2025

Los irresponsables: los que llevan al fascismo al poder

Después de un discurso de Franz Von Pappen, en 1932, a la sazón canciller de la República de Weimar, Goebbels comentó: “Papen ha hablado en la radio. Un discurso que viene de nuestras propias ideas, de la A a la Z”.

Von Papen, hijo de una rica familia católica de Westfalia fue dirigente del Zentrum hasta que fue expulsado por favorecer la caída de Brüning, el canciller del centro-derecha que quiso mantener el espíritu de acuerdo y negociación con la socialdemocracia, principalmente. Von Papen, se convirtió en canciller legislando de manera autoritaria con la connivencia de Hindenburg, el presidente de la República, aplicando el famoso artículo 48 de la Constitución de Weimar, pensado para situaciones de excepción y convertido, por la voluntad de los máximos dignatarios de Alemania, en el modus operandi normal con el único fin de eludir el parlamento, limitar los derechos sociales y condicionar autoritariamente la reforma del estado.

Entre los logros indiscutidos de Von Papen: el golpe de estado contra el Land de Prusia, el más grande y determinante del país; la restitución de la legalidad a las tropas de asalto nazis, que utilizaron sin rubor las nuevas condiciones de tolerancia por parte del gobierno para aplicar de manera sistemática el terror y la eliminación de adversarios. Y el que fue su mayor logro, sin duda: la de hacer posible la llegada de los nazis al poder con el nombramiento de Hitler como canciller y él mismo como vicecanciller en 1933. La arrogancia de las clases dominantes, que es factor a considerar, le llevó a pensar que sería posible neutralizar a Hitler, un don nadie, compitiendo con él, todo un señor y político y militar experimentado. Lo que ocurrió ya lo sabemos.

En estas semanas, en las que una buena cantidad de libros recuerdan la experiencia de Weimar, me gustaría destacar el escrito por Johann Chapoutot Les irresponsables, Qui a porté Hitler au pouvoir? (no traducido) que se detiene a explicar una de las enseñanzas de Weimar: la connivencia de una parte sustancial de la vieja elite política y económica de la Alemania del momento con los nazis. Ellos fueron artífices indispensables en la materialización de la hipótesis nazi con los que compartían, en menor o mayor grado, dos elementos sustanciales de lo que ha sido el argumentario reaccionario desde mediados del siglo XIX: el desprecio hacia la democracia y el odio a las políticas sociales.

Ambos elementos se declinaban entonces en parecidos términos a como lo hacen ahora: el pluripartidismo como problema; el parlamentarismo como poco funcional; la necesidad de aislar temas del control democrático; la política social como generadora de una sociedad sin valores y “afeminada” y la creación de un enemigo interno: en su caso los judíos y el marxismo.

En palabras de Hitler, había en Alemania quince millones de personas ajenas al sentimiento nacional. Se refería, básicamente, a los votantes del Partido Socialdemócrata y del Partido Comunista de Alemania, “su misión (la de Hitler) es clara: destruir, exterminar el marxismo”.

En relación con las políticas sociales, solo un ejemplo, la patronal alemana persiguió afanosamente durante el período de Weimar, la cancelación de los acuerdos de Stinnes-Legien de 1918 que instauraron la jornada de 8 horas, la semana de cinco días, el derecho de desempleo, así como el principio de representatividad sindical en las fábricas. En este punto, Hitler fue siempre un hombre al lado de los patronos. Una de sus primeras leyes, 20 de enero de 1934, fue precisamente la derogación de todos esos derechos sociales.

Hay dos elementos más a reseñar en esta revivificación del “momento Weimar” al calor de lo que están viviendo (y sufriendo) nuestras sociedades. En primer lugar, se ha enfatizado la idea de que “el ascenso del fascismo era evitable” y es completamente cierto. Pero lo es a condición de ser claros respecto a cuales fueron los principales elementos que condicionaron ese ascenso y sobre los que arrojar luz.

En este punto, nuevamente, es muy importante hacer referencia a los dos principales elementos de contenido que ayudaron a amalgamar el bloque socio-político sobre el que se elevó el fascismo y, en segundo lugar, la evidencia de que los partidos de derechas, pero también los de izquierda, minusvaloraron el rol del nazismo como catalizador de un nuevo momento histórico.

Los partidos de derecha entonces y ahora, consideraron que una estrategia de acercamiento y aggiornamiento sería suficiente para integrar a los nuevos sujetos políticos en la lógica del mainstream de derechas. Estos partidos subvaloraron el profundo desprecio de los nazis a la vieja política y su voluntad de modificar el statu quo de manera radical e irreversible. Su connivencia ayudó a convertirlos en partidos “normales”, sin riesgo para el sistema democrático.

Por parte de la izquierda, el Partido Comunista Alemán y su estrategia sectaria del socialfascismo abrió una auténtica autopista al partido nazi. La idea de que la socialdemocracia era tan peligrosa como los nazis, impidió la construcción de un acuerdo de defensa de la república democrática y dividió al conjunto de los trabajdores en un momento clave de la confrontación de clase en toda Europa. La socialdemocracia no está exenta de responsabilidades. Su ausencia de firmeza en momentos clave impidió desmantelar los elementos estructurales que hicieron posible, posteriormente, la victoria del fascismo. Privilegiar el acuerdo con la derecha, para detener a los nazis, y la ausencia de una iniciativa extrainstitucional fueron, ambos, parte de una estrategia tan equivocada como insuficiente.

La condición para hacer posible un aprendizaje constructivo de la República de Weimar es no olvidar estos condicionantes estructurales que determinaron el futuro de Weimar y de la democracia en Alemania y en Europa. Los factores personales no dejan de tener importancia, claro está. Sujetos como Von Papen; Hindenburg; el magnate de los medios de comunicación Alfred Hugenberg, el denominado “Führer olvidado”; el brillante militar e intrigante Schleicher, que jugueteó a “utilizar” a los nazis hasta que se dio cuenta, demasiado tarde, del peligro que había ayudado a desatar. Scheleicher, por cierto, fue asesinado por los nazis, junto a su mujer, en 1934.

Sin olvidar, que el momento determinante, el que precipitó el ascenso de Hitler a la Cancillería, vino precedido de una denuncia por corrupción, aireada en medios de comunicación cercanos al partido nazi, y que ofreció un papel singular a uno de los hijos menos dotado de luces de Hindenburg, Oskar.

Estos elementos son irrepetibles, claro está, y fueron relevantes en la trama palaciega que también cuenta para explicar qué es lo que pasó. Pero los elementos de fondo, al menos los tres que he pretendido destacar: el desprecio a la democracia, el odio a las políticas sociales por parte de las elites políticas y económicas y las estrategias sectarias o faltas de determinación por parte de la izquierda, son elementos sobre los que repensar el nuevo escenario político.

El elemento determinante, a mi juicio, es valorar el nuevo momento global, la radical novedad de este momento histórico, y el modo en que se insertan los diferentes actores, en particular la extrema derecha. Esta radical noveda emparenta el momento Weimar con la situación actual. Ahora, como entonces, estamos en esa situación de interregno tan bien descrita por Gramsci, de cambio estructural del sistema de dominio y de resistencia. Por eso, resucitar viejas prácticas o esquemas de relación entre fuerzas políticas de los años 90 forma parte de los errores que condujeron a la República de Weimar a un final dramático.

Para abundar en esta idea, de la radical novedad, dos elementos más, ambos vinculados. El concepto de “populismo” que con tanta ligereza ha sido usado y abusado, sugiere dos diferencias sustanciales de este momento respecto al de Weimar en relación con la caracterización de la extrema derecha: el alineamiento de estos partidos, en la situación actual, a la democracia; y la ausencia de violencia estructural con fines políticos.

Creo que ambos elementos se han quedado obsoletos. La extrema derecha ha encontrado el modo de vaciar de contenido la democracia liberal sin, necesariamente, cuestionar el concepto. Y en ese propósito cuenta con poderosos aliados, uno de los más conspicuos y virulentos, el partido de las Togas, un aparato judicial servidor de los intereses de las clases dominantes. Respecto al segundo, después de la ocupación del capitolio en enero de 2021 o los eventos de violencia racista y sectaria en algunos países, ya no podemos considerar que ambos elementos sean un límite a la comparación histórica y la evaluación de la situación.

El énfasis debe ponerse, entonces, en la construcción de esa coalición socio-política que pueda consolidar una democracia con un claro contenido social y transformador. En ese itinerario, el BOE, la acción de gobierno, es super importante, pero no puede ser la única opción. Por sí mismos, los textos y normas publicados como leyes no son suficientes para levantar un poderoso movimiento de reivindicación democrática que ponga freno, primero y revierta después, el ascenso de la extrema derecha.

La idea de un proyecto democrático socialmente inclusivo y avanzado; preocupación por limitar la brecha de desigualdad en nuestras sociedades; recuperar la confianza en “lo público” (no solo y no tanto en la política); construir un proyecto de sociedad para los próximos veinte años sobre la base de la participación, la colaboración y el protagonismo para el activo civil, social y académico que hay que movilizar para controlar, primero y detener después al odio y al miedo convertidos en oferta electoral.

El modo en el que esto debe declinarse en términos electorales, viene después.

Siguiendo a Einstein: “en medio de la dificultad reside la oportunidad”

Pedro Chaves profesor de CC. Política en la Universidad Carlos III de Madrid y Asesor en el Grupo Parlamentario Plurinacional de Sumar.

Fuente: www.sinpermiso.info, 16 de julio 2025

sábado, 26 de julio de 2025

El mundo vive un ‘momento Weimar’, “ejemplo de manual de lo frágiles que son las democracias”

Carteles electorales para las elecciones de marzo de 1933 con los rostros del líder nazi Adolf Hitler y del presidente Paul von Hindenburg.

Nada es inevitable: esta es la lección de ‘El fracaso de la La República de Weimar . Las horas fatídicas de una democracia’, de Volker Ullrich, y otras novedades editoriales en torno al derrumbe de la primera República liberal en Alemania.

La lección, si es que la hay, es que nada está escrito. La República de Weimar no tuvo por qué fracasar como fracasó. Adolf Hitler podría no haber llegado al poder si algunas personas concretas hubieran tomado decisiones distintas. Existían otros caminos que habrían podido desembocar en otros finales que no fuesen la destrucción de Europa y el Holocausto. Valga esta lección ahora que proliferan los libros con la palabra Weimar o 1933 en la portadas, y que tanto se usa y abusa de la analogía de nuestros tiempos con el primer experimento de democracia en Alemania, un país que llegó tarde al estado nación, la revolución burguesa y al liberalismo. Nada está escrito de antemano y nada es inevitable: esta es la lección.

“La clave es que el fracaso de la República de Weimar no fue imparable, sino que siempre hubo oportunidades y posibilidades de ir en una dirección diferente y de cambiar de rumbo. También la pregunta acerca de por qué estas oportunidades se dejaron pasar”, resume Volker Ullrich, autor del recién publicado El fracaso de la República de Weimar. Las horas fatídicas de una democracia (Taurus, en castellano). El historiador y periodista, nacido en 1943, al año de Stalingrado, durante un bombardeo en un refugio antiaéreo en la ciudad alemana de Celle (“tengo la misma edad que Joe Biden”, explica al inicio de la conversación en el salón de su apartamento en Hamburgo), lleva toda la vida persiguiendo esta ballena blanca, este obsesivo por qué. “¿Cómo se explica esta insólita caída de Alemania en la barbarie? ¿Cómo fue posible la ruptura de la civilización entre 1933 y 1945?”, se pregunta. “Este fue, y es, el tema de mi vida, y el de mi mujer, que murió hace unos años. Fue el tema que siempre nos ocupó”.
El historiador y escritor alemán Volker Ullrich, en la Feria del Libro de Fráncfort, en octubre de 2014.

El historiador y escritor alemán Volker Ullrich, en la Feria del Libro de Fráncfort, en octubre de 2014. Susanne Schleyer (akg-images / A

¿Y dónde empezar, en busca de la respuesta, si no en Weimar, aquellos años de crisis económicas y cúspides artísticas, de liberación de las costumbres y de pistoleros en la calle, de una democracia moderna que sin saberlo incubaba el huevo de la serpiente ? ¿Y cómo abordar su fracaso, si no es nombrando a aquellos cuyas decisiones, habiendo podido conducir a otro resultado de haber sido distintas, auparon a Hitler a la cancillería en enero de 1933, ni 15 años después de la caída de la monarquía y la fundación de la República, para siempre asociada a la ciudad de Goethe y Schiller y el clasicismo alemán? 

Primer responsable, señala Ullrich: la Kamarilla, palabra de origen castellano que, como guerrilla, ha hecho fortuna en otras lenguas. Se denomina Kamarilla al reducido círculo que rodeaba al presidente Paul von Hindenburg. Fueron ellos, los Von Papen, Meissner o el hijo de Hindenburg, quienes manejaron los hilos para nombrar a Hitler como canciller sin estar obligados a ello y pese a que en las elecciones de noviembre de 1932 el futuro dictador había retrocedido en las urnas y, aun siendo la fuerza más votada, carecía de mayoría.
Tres marionetas que representan a Alfred Hugenberg, Franz von Papen y Adolf Hitler, en Berlín en 1932.    

Tres marionetas que representan a Alfred Hugenberg, Franz von Papen y Adolf Hitler, en Berlín en 1932. Keystone-France / GAMMA-RAPHO / GETTY IMAGES

A la Kamarilla habría que añadir, de modo más general, a los conservadores, figuras como el magnate de la prensa Alfred Hugenberg, que creyeron poder domesticar al dirigente nazi llevándole al poder. Sucedió lo contrario: “A Hitler le bastaron solo unos pocos meses para desembarazarse de quienes le habían aupado”.

Hitler jugaba con ventaja: se le menospreciaba y esto le benefició. “A finales de 1932, la mayoría de los observadores contemporáneos, incluso los muy inteligentes, estaban convencidos de que el movimiento nazi estaba en retroceso y que Hitler ya era historia”, cuenta Ullrich. Es la historia que meticulosamente, y basándose en los testimonios de escritores y artistas  (los Mann, Brecht, Döblin, Lasker-Schüler,...) , que “no quisieron reconocer [el peligro], lo subestimaron, reaccionaron con demasiada lentitud”, relata otro historiador y periodista alemán, Uwe Wittstock, en Febrero de 1933. El invierno de la literatura.

Más responsables, según Ullrich: los grandes terratenientes prusianos del Este del río Elba, los llamados Junker, que disfrutaban de un acceso privilegiado a Hindenburg. Al cumplir 80 años, le había regalado la finca de Neudeck en Prusia Oriental. En enero de 1933 los Junker ejercieron una “enorme presión” sobre el presidente para que destituyese al canciller Schleicher y nombrase a Hitler.

Como responsable “indirecto” del fracaso de Weimar, Ullrich apunta también al KPD, el Partido Comunista Alemán. En las elecciones presidenciales de 1925, explica, en vez de apoyar al candidato republicano y moderado, presentaron a su propio candidato, Ernst Thälmann, y facilitaron la elección de Hindeburg. En los últimos años de la República, se dedicaron a combatir a los socialdemócratas como “socialfascistas”, “y así contribuyeron al debilitamiento del frente de defensa ante los nacionalsocialistas”.
El presidente alemán Paul von Hindenburg (izquierda) con el líder nazi Adolf Hitler en Noldeck en 1933, año en que aquel lo nombró canciller.

El presidente alemán Paul von Hindenburg (izquierda) con el líder nazi Adolf Hitler en Noldeck en 1933, año en que aquel lo nombró canciller. Hulton-Deutsch COLLECTION / CORBIS / GETTY IMAGES

¿Y la industria? “Esta fue siempre la tesis de la historiografía marxista, que Hitler habrían sido el agente del gran capital y que la gran industria le habría llevado al poder”, responde el historiador. “Pero esto no se sostiene”. Es cierto, argumenta, que antes de 1933 los nazis disfrutaban de apoyos en el gran capital, y el más prominente era Fritz Thyssen, el magnate de acero. Pero los capitanes del Rin y el Ruhr, añade, se mantenían a distancia de Hitler. El motivo es que el programa económico del NSDAP, el Partido Nacionasocialista Obrero Alemán, “todavía tenía rasgos anticapitalistas, por lo que no se sabía adonde llevaría aquel viaje”. Todo cambió en 1933, con Hitler ya en el poder. Entonces, sí: los industriales “rápidamente cambiaron de opinión”.

Otra idea común es que el fracaso de Weimar se explicaría por las condiciones leoninas que el Tratado de Versalles impuso a Alemania, condiciones que habría alimentado el resentimiento que propulsó a Hitler. Cuando se le pregunta si aprueba esta tesis, Ullrich responde: “No mucho”. Dice que, aunque Versalles fue una paz impuesta que exigió a Alemania renuncias territoriales y reparaciones, y que en su artículo 231 sentenciaba a Alemania como responsable de la Primera Guerra Mundial, no eran exigencias extraordinarias. Alemania quizá habría impuesto las mismas, o más estrictas, de haber ganado, como había hecho unos meses antes a la Rusia revolucionaria en la paz de Brest-Litovsk. Es más, ni las reparaciones de Versalles eran inasumibles: “Fue duro, pero ofrecía la oportunidad de una corrección”.

Nada estaba escrito de antemano y nada era —nada es— inevitable: este es el leitmotiv de varios nuevos ensayos que acreditan que hoy vivimos un momento Weimar. Pero, ¿hasta dónde puede llegar la analogía? “Todo el mundo es un gran Weimar ahora, suficientemente conectado de modo que una parte puede influir mortalmente en las otras partes, pero insuficientemente conectado para ser políticamente coherente”, dice Robert D. Kaplan en Tierra Baldía. Un mundo en crisis permanente. “No veo a un Hitler entre nosotros, ni tampoco un estado totalitario mundial, pero no den por hecho que la próxima fase de la historia será más tranquila que la actual”, escribe el viajero y geopolitólogo estadounidense, antes de añadir: “La democracia, cuando es débil e inestable, y cuando se desarrolla en un contexto de instituciones inestables, no es ninguna garantía contra la tiranía”.

Como Kaplan, el historiador Johann Chapoutot asume sin complejos la analogía   presentista, y él, francés y de izquierdas, la lleva a su terreno: la Francia de Emmanuel Macron. Convencido de que “toda historia es contemporánea”, y deslumbrado por los paralelismos que adivina entre la Alemania de 1930-1933 y la actualidad de la política y la sociedad en su país, Chapoutot constata en Les irresponsables. Qui a porté Hitler au pouvoir? (Los irresponsables. ¿Quién llevó a Hitler al poder?, no traducido), que “Weimar es un significante inagotable”. Que en efecto es inagotable lo demuestra a lo largo del volumen, que es un ensayo sobre Weimar —bien escrito y documentado— pero en realidad trata de otra cosa: de Macron, Le Pen, Mélenchon y la Francia de hoy.

Chapoutot cuenta en el libro la historia de “cómo el extremo centro llevó a la extrema derecha al poder”. Lo resume así: “Es, de hecho, una pequeña oligarquía atrevida, egoísta y limitada la que hizo la elección, el cálculo y la apuesta del asesinato de una democracia; liberales autoritarios que, convencidos de su legitimidad supraelectoral, persuadidos de lo razonable de su política de reformas (la palabra ya estaba omnipresente en 1932), enamorados de su propio genio, su origen y sus redes, decidieron con frialdad que la única vía racional y razonable para mantenerse en el poder y evitar toda victoria de la izquierda era una alianza con los nazis”. El lector fácilmente puede acabar imaginando que, en este juego de espejos, Macron sería Von Papen (o Hindenburg); Hugenberg, el magnate conservador Vincent Bolloré; y Marine Le Pen...

Leyendo las novedades sobre Weimar, se produce un efecto de distancia: cuanto más alejados los autores de Alemania (Kaplan y Chapoutot), más libertades se toman en sus analogías y anacronismos. Cuando más cerca (Wittstock y Ullrich), mayor es el apego a los hechos tal como se vivieron y mayor la cautela a la hora de extrapolar, lo que no significa que renuncien a la visión contemporánea, a las posibles lecciones. “Para destruir la democracia”, escribe Wittstock, “los antidemócratas no necesitaron más tiempo del que duran unas buenas vacaciones anuales. Quien a finales de enero se fue de Alemania dejando un Estado de derecho, cuatro semanas después regresó a una dictadura”. Volker Ullrich dice algo similar en la entrevista en Hamburgo: “Weimar es un ejemplo de manual de lo frágiles que son las democracias”.
El excanciller Franz von Papen, en un mitin electoral en 1933.

El excanciller Franz von Papen, en un mitin electoral en 1933. Hulton-Deutsch COLLECTION / CORBIS / GETTY IMAGES 

El autor de El fracaso de la República de Weimar no esquiva la respuesta sobre los parecido entre el NSDAP y Alternatica para Alemania (AfD), el partido de extrema derecha que en las elecciones de febrero se conviertió en la segunda fuerza parlamentaria. “La estrategia que sigue AfD se parece en cierto modo a la del NDSAP. Está diseñada a largo plazo, en vistas a una conquista lenta del poder. Quiere convertirse en el primer partido dentro del marco del sistema y respetando la Constitución. También Hitler quería llegar al poder legalmente. Después, sin embargo, se deshizo rápidamente de la Constitución de Weimar. Hoy AfD, a pesar de que no hay ninguna crisis económica grave ni un desempleo masivo, es más fuerte que el NSDAP en [las elecciones de] septiembre de 1930. Sería un gran error infravalorarla”.

También ideológicamente existen coincidencias, según el historidor. “Por ejemplo, en la agitación contra los extranjeros, en las proclamas de Alemania para los alemanes, en el nacionalismo mezclado  con retórica völkisch”, dice usando la palabra alemana que designa la ideología étnica con raíces en el romanticismo decimononónico.  “Lo que les diferencias es que [AfD] no promueve decididamente la abolición del sistema parlamentario, mientras que, para Hitler, este fue siempre el objetivo: debía suprimirse la democracia y debían abolirse todos los partidos, excepto el NSDAP. Esto no es lo que defiende AfD: su idea apunta más bien hacia una transformación de la democracia en dirección a la Hungría de Viktor Orbán. Es decir, una democracia iliberal con rasgos autoritarios, pero no una supresión completa de los partidos”.

La lección del fracaso Weimar para 2025 tiene sus límites, pero a Ullrich, desde sus años de estudiante, y después como periodista en Die Zeit y como autor, entre otros, de la última gran biografía de Hitler, nunca ha dejado de obsesionarle aquel “exceso de violencia sin precedentes que afecta a los fundamentos de la civilización humana, que la pone en tela de juicio”. “Es espantoso que algo así fuera posible. Y estoy convencido de que esto seguirá resonando mientras haya humanos en este planeta”, continúa con la emoción y la convicción de quien ha dedicado la vida entera al estudio de aquellos 12 años y lo que los precedió. “Este país y las generaciones venideras deberán vivir con esto”.

viernes, 17 de febrero de 2012

El profundo error del Gobierno alemán de la República de Weimar: los orígenes del nazismo

El gobierno alemán está proponiendo (en realidad imponiendo) políticas de austeridad a todos los países de la Eurozona, forzándoles a que recorten de una manera muy marcada su gasto público, incluyendo el gasto público social. La Sra. Angela Merkel cree erróneamente que tales políticas ayudarán a los países de tal zona monetaria a salir de su enorme recesión. La evidencia histórica, incluida la existente en el propio pasado de Alemania, muestra lo profundamente equivocada que está Angela Merkel. En un interesante artículo, el politólogo y economista alemán Fabian Lindner (“European Austerity. Is this 1931 all over again?”) detalla la génesis del nazismo en Alemania, mostrando los preocupantes paralelismos entre la situación actual en gran parte de los países de la Eurozona y la existente en los años veinte y treinta del siglo pasado en Alemania y en Europa. Fabian Lindner señala que la economía alemana se colapsó en 1931 como resultado de las políticas de gran austeridad realizadas por el gobierno alemán. Como ahora, el dogma oficial había afirmado que había que recortar el déficit del Estado como condición indispensable para permitir la recuperación económica. El canciller Heinrich Brüning, sabiendo lo impopular de tales medidas de austeridad, que incluían reducciones salariales (tanto en el sector público como privado), gobernó por decreto, saltándose el Parlamento Alemán.

Alemania tenía una enorme deuda pública, que debía sobre todo a Francia y Gran Bretaña, como reparaciones a los vencedores en la I Guerra Mundial, donde había sido derrotada. Para pagar su deuda pública, Alemania tuvo que pedir dinero, sobre todo de EE.UU, que exigía ser pagado en dólares. Y para pagar esta deuda, Brüning redujo el 30% del gasto público, afectando sobre todo a los salarios públicos y a la Seguridad Social. Después del crash de la bolsa de NY del 29, los bancos americanos retiraron el dinero de Alemania. Como consecuencia, el PIB bajó un 8% en 1931 y un 33% en 1932, causando un enorme crecimiento del desempleo, que alcanzó el 30%. La gente entró en pánico y el dinero depositado en los bancos dejó el país rápidamente (los parecidos con la situación actual de Grecia son enormes). El sistema bancario se colapsó, y el crédito desapareció. Dos años más tarde, el 30 de enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller, por el presidente Hindenburg (no salió elegido porque no tuvo mayoría absoluta) en el Parlamento alemán, al que suprimió más tarde. Hitler siguió políticas keynesianas (keynesianismo militar) que sacó Alemania de la depresión.
Los paralelismos entre la Alemania de los años treinta y lo que está ocurriendo en Grecia, Portugal y pronto en España e Italia, son preocupantemente altos. Es un profundo error que el gobierno alemán esté imponiendo aquellas políticas de austeridad a estos países. Fue precisamente la parálisis económica de los años 1931 y 1932, creada por las políticas de austeridad, la que determinó, junto con el apoyo de las clases dominantes (banqueros, industriales, terratenientes, militares) la subida del nazismo al poder.

Una última apostilla. Después de la segunda derrota, la II Guerra Mundial, (rendición incondicional cuya firma exigieron los rusos a los mandos del ejercito -la Wehrmacht-, ya que la firma del Tratado de Versalles por los políticos -socialdemócratas- y la inhibición de los militares, había sido la base del mito de "la puñalada por la espalda" que explotaron tanto los nazis para acusar de la derrota alemana a la traición de los políticos de Weimar) Alemania tenía una enorme deuda, de nuevo con los países vencedores del conflicto. Los aliados le perdonaron la mitad de la deuda y además se vieron, a partir de 1947 con el cambio de politica de Truman y el inicio de la guerra fría, beneficiados por el Plan Marshall. Sin esta medida, Alemania no se habría recuperado. ¿Tan poca memoria tiene la Sra. Merkel? 18/diciembre/2011.
Vicenç Navarro.

URL al artículo: http://www.elplural.com/2011/12/18/el-profundo-error-del-gobierno-aleman-los-origenes-del-nazismo/
https://global.britannica.com/biography/Walther-Rathenau

lunes, 8 de febrero de 2010

La Resistencia alemana a los nazis

Dijeron no a la esvástica

Alguien, después de todo, tenía que empezar. Lo que escribimos y dijimos también lo creen muchos otros. Simplemente no se atreven a expresarse como lo hicimos nosotros. ~ Sophie Scholl

El reciente fallecimiento de Freya von Moltke, que formó parte de la oposición clandestina a Hitler, invita a revisar, más allá del coronel Von Stauffenberg y la Operación Valkiria, el poco conocido mundo de la resistencia alemana contra los nazis. Fueron muchos y muy valientes.
Mucha gente, sobre todo en el extranjero, no sabe, y otra no quiere saber, que en Alemania no sólo hubo nazis, sino también alemanes buenos, y que fueron numerosos los que pagaron con la vida su oposición política, ética o religiosa a Hitler; eso no significa minimizar la responsabilidad de los alemanes y las terribles cosas que se hicieron, pero es de justicia recordarlo". La que habla es una voz sin duda autorizada: Konstanze von Schulthess, la hija de Claus von Stauffenberg, el célebre oficial que atentó contra el líder nazi el 20 de julio de 1944 en el curso de la Operación Valkiria y que fue fusilado por ello.

...Pero por supuesto, la resistencia alemana fue mucho más que los oficiales de la hoy tan popular, gracias al cine, Operación Valkiria y los reflexivos miembros del Círculo de Kreisau.

A menudo se olvida que los alemanes no fueron sólo los que auparon a Hitler, libraron su guerra de aniquilación y encendieron sus hornos. También fueron, algunos de ellos, los primeros en sufrirlo, en jugarse la vida oponiéndose al nazismo, mientras el resto del mundo contemporizaba o miraba hacia otro lado. Esos alemanes justos, una minoría más amplia de lo que generalmente se cree, eran suficientes para llenar ya antes de la guerra los campos de concentración (como Dachau, que abrió el 22 de marzo de 1933 con alemanes de izquierda, menos de 2 meses después de entregarle el poder a Hitler (1). La noche de los cristales rotos fue del 9 al 10 de noviembre de 1938, más de 5 años después de llenar los primeros campos con militantes de izquierdas) y las celdas de la Gestapo; y para dar trabajo, y mucho, al verdugo. En diferentes grados, de la resistencia pasiva a la conspiración para matar a Hitler, lucharon esos otros alemanes a lo largo de 12 años una guerra solitaria, sin ayuda exterior, ante un enemigo despiadado, una sociedad entregada y delatora y el aparato policial más terrible y mejor organizado del mundo. Hacía falta tener coraje, mucho coraje. Pese a su fracaso, recalca la hija de Stauffenberg, los resistentes preservaron, de alguna manera, el honor del pueblo alemán frente a la esvástica.

Las razones de que se les ignore tienen que ver con la propia memoria alemana tras la guerra: si has sido débil o infame es mejor que lo hayan sido todos, queda más repartido. Y también con la visión que a los Aliados les interesó mostrar de los alemanes: era mejor para combatirlos y someterlos verlos como una nación homogénea en la brutalización; así que los vencedores determinaron que no hubo una resistencia alemana digna de tal nombre. Todavía hoy, hay pocos lugares de Alemania en los que uno pueda sentirse tan solo como en el por lo demás espléndido Centro de la Memoria de la Resistencia, en Berlín, en el mismo Bendlerblock que fue el centro de la operación Valkiria y donde fue fusilado Stauffenberg.

Se calcula (véase La resistencia alemana contra Hitler, de Barbara Koehn, Alianza, 2005) que los nazis encarcelaron a alrededor de ¡un millón de alemanes! Entre 1934 y 1944 fueron ejecutadas en Alemania 7.000 personas por motivos políticos. Por órdenes del Führer se construyeron 36 guillotinas suplementarias y nuevas horcas para colgar de cinco a diez personas a la vez. Según los propios archivos del III Reich, sólo en la prisión de Brandeburgo, entre 1940 y 1945, fueron ejecutadas por alta traición, desmoralización, ayuda al enemigo u objeción de conciencia 1.807 personas. Entre ellas 775 obreros (un colectivo que alumbró numerosos grupos clandestinos, desarticulados una y otra vez, salvajemente, por la Gestapo), 79 campesinos, 6 profesores de universidad, 49 artistas, 12 periodistas y 21 sacerdotes; uno de los ejecutados era ciego, seis eran padres e hijos y 75 menores de 20 años.

De El País, JACINTO ANTÓN 07/02/2010)
Seguir aquí todo el artículo.
En la foto, Hans y Sophie Scholl con Christoph Probst, los tres de la Rosa Blanca, en 1942.
Más aquí.

(1) En los años posteriores a la guerra; (1914-18, I G.M.) Hitler se abrió camino muy pronto entre los círculos políticos de la extrema derecha de Múnich. Allí entró en contacto con algunas de las personas que tan importantes iban a ser después en el movimiento nazi, y que constituirían el grupo de amigos más íntimo: Hermann Göring, Ernst Röhm, Rudolf Hess y Alfred Rosenberg. Y en Múnich conoció también al general Erich Ludendorff, enemigo furibundo de la paz de Versalles y que se propuso desde el principio echar abajo al nuevo orden republicano. Él y Hitler fueron los principales organizadores del golpe de Estado del 9 de noviembre de 1923, planeado en la cervecería Bürgerbräukeller, para el que lograron reclutar a unos 2.000 hombres armados y que fracasó estrepitosamente. En los enfrentamientos murieron 14 insurrectos y cuatro policías. Pese a la gravedad de los hechos, Hitler fue condenado a una sentencia de cinco años en prisión. En realidad, sólo estuvo unos meses. La depresión del 29, con sus consecuencias económicas y psicológicas, metió de lleno a Alemania en una grave crisis política. Los nazis aprovecharon esa circunstancia para presentar la crisis como un resultado del sistema democrático. En las elecciones al Reichstag del 14 de septiembre de 1930 pasaron de 12 a 107 diputados. Casi dos años después,en las elecciones del 31 de julio de 1932, obtuvieron 13 millones de votos, el 37,4%, con 230 diputados. Los comunistas ganaban también votos en detrimento de los socialistas y los partidos tradicionales, los conservadores, liberales y los nacionalistas se hundían.


La mayoría de los votos a los nazis procedían de los grupos protestantes de los distritos rurales, de las pequeñas y medianas ciudades, de los terratenientes y pequeños y medianos propietarios. Y aunque un sector importante de su electorado pertenecía a las clases medias, la investigación histórica ha roto con el estereotipo del NSDAP como un partido sólo de clases medias bajas. Era un electorado de composición social variada, con muchas mujeres también, que incluía a muchos empleados de oficinas y talleres, y, frente a lo que erróneamente se ha supuesto, los parados, procedentes sobre todo de las grandes industrias, no los votaron y dieron su apoyo a los comunistas.


De ahí que haya que precaverse frente a las generalizaciones sobre el apoyo del "pueblo alemán" a los nazis. Antes de que Hitler fuera nombrado canciller, el porcentaje más alto de votos que obtuvieron fue el 37%. Un 63% de los que votaron no les dio el apoyo y, además, en las elecciones de noviembre de 1932, comenzaron a perder votos y todo parecía indicar que habían tocado techo. El nombramiento de Hitler no fue, por consiguiente, una consecuencia directa del apoyo de una mayoría del pueblo alemán, sino el resultado del pacto entre el movimiento de masas nazi y los grupos políticos conservadores, con los militares y los intereses de los terratenientes a la cabeza, que querían la destrucción de la República. Todos ellos maquinaron con Hindenburg para quitarle el poder al Parlamento y transformar la democracia en un Estado autoritario. El 30 de enero de 1933, Hitler fue investido canciller del Reich, porque Hindenburg así lo quiso (en 1932 el banquero Schachorganizó una petición de industriales para reclamar al presidente Hindenburg el nombramiento de Hitler como Canciller. Una vez en el poder, Hitler nombró a Schacht presidente del Reichsbank, y luego Ministro de Economía en 1934); jefe de un Gobierno dominado por los conservadores y los nacionalistas, donde sólo entraron dos ministros nazis, aunque en puestos clave para controlar el orden público: Wilhelm Frick y Hermann Göring.

Parecía un gabinete presidencial más, como el de Brüning, Franz von Papen o Schleicher. Pero no era así. El hombre que estaba ahora en el poder tenía un partido de masas completamente subordinado a él y una violenta organización paramilitar que sumaba cientos de miles de hombres armados. Nunca había ocultado su objetivo de destruir la democracia y de perseguir a sus oponentes políticos. Cuando el anciano Hindenburg murió el 2 de agosto de 1934, a punto de cumplir 87 años, Hitler se convirtió en el führer absoluto, combinando los poderes de canciller y presidente de Reich. La semilla iba a dar sus frutos: guerra, destrucción y exterminio racial. Lo dijo Hitler apenas tres años después de que Hindenburg. le diera el poder: "Voy siguiendo, con la seguridad de un sonámbulo, el camino que trazó para mí la providencia".
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