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martes, 7 de febrero de 2023

Llegar a los 100 años y contarlo

Consuelo, Milagros y Rafaela relatan su día a día al rebasar esa edad. "Hay que trabajar porque, si no, te apagas"

En España hay cerca de 20.000 centenarios, en 2072 podrían rozar los 227.000
MARÍA SOSA TROYA (TEXTO) DAVID EXPÓSITO (FOTOS) Madrid - 04 DIC 2022 - 05:30 CET 3

Veintiún escalones de madera separan a Consuelo Jiménez de la calle. Ella, que vive en Araia (Álava), no le da ninguna importancia. Los sube y los baja “despacio”, con la única ayuda del pasamanos. No tendría nada de particular si no fuera porque esta mujer menuda carga 100 años a sus espaldas. “Recuerdo cuando era pequeña, que correteaba por aquí y mi abuela me decía ‘¡Ay, qué envidia me das, cómo corres!’. Ahora yo digo lo mismo”, se ríe. Desde aquellos tiempos hasta ahora se ha gestado una revolución demográfica en España. La esperanza de vida ha ido escalando, ser centenario será cada vez menos excepcional. La cordobesa Rafaela Tena tiene 101 y puntualiza que le han caído mal, con lo bien que le habían sentado los 100. La ciudadrealeña Milagros Ruiz-Olmo ha cumplido los 103 y, aunque a veces en la memoria bailen datos, leer sigue siendo su pasatiempo favorito. Las tres cuentan cómo es la vida cuando los años suman un siglo.

Estas tres mujeres viven en su casa con ayuda de cuidadoras que han contratado. Las rutinas son diferentes a las que tenían hace no tanto, cuando a Consuelo le sobraba fuerza para preparar ella sola la masa de las rosquillas, Rafaela se bañaba en la piscina y Milagros arreglaba las flores de su patio. Las tres dicen que no se siente nada especial cuando la edad acumula tres dígitos, más que la alegría de seguir aquí, con los que quedan de los suyos, un siglo después. En enero había 19.930 centenarios en España, más de tres cuartas partes son mujeres. Una cifra que seguirá escalando y podría rozar, dentro de 50 años, los 227.000, según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística. Más que la población actual de ciudades como Badalona u Oviedo.

Hay cifras del INE que hablan solas. En 1900, la esperanza de vida al nacer no llegaba a los 35 años. En 2021 alcanzó los 83,07. El primer paso que tuvieron que dar los actuales centenarios fue “no morirse cuando eran niños”, apunta el demógrafo del CSIC Julio Pérez Díaz. “De las generaciones nacidas en 1900, uno de cada cinco fallecía antes de cumplir un año, la mitad no superaba los 15″. Es una revolución, dice, que muchas veces no se tiene demasiado en cuenta. “Por primera vez en la historia humana todos los que nacen lo hacen con la perspectiva de llegar a la vejez, la edad media en el mundo supera los 70 años”. Afirma que es difícil establecer comparaciones entre países, porque muchas veces los datos son frágiles. Pero es indiscutible que España tiene una de las mayores esperanzas de vida del mundo. Aunque no una mayor proporción de centenarios. Eso llegará más adelante. Porque los que viven ahora “son unos auténticos supervivientes”.

La longevidad extraordinaria de estos “pioneros”, como les llama el demógrafo, es objeto de análisis científico. Ander Matheu, responsable del grupo de Oncología Celular en Biodonostia, acreditado por el Instituto de Salud Carlos III, cuenta que los centenarios “no solo viven mucho, sino además muy bien, con pocas enfermedades”. Han vivido de forma independiente la mayor parte del tiempo. Su equipo realiza un estudio sobre longevidad en el País Vasco. Matheu explica que la literatura científica permite identificar dos factores clave: el entorno y la genética. “Hay cinco zonas en el mundo donde se ha descrito mayor incidencia de centenarios, en Okinawa (Japón), Icaria (Grecia), Nicoya (Costa Rica), Loma Linda (California) y Cerdeña (Italia). Tienen determinados hábitos de vida, como comer moderado y sano o tener poco estrés. Son gente en general muy optimista, con entornos sociales claramente establecidos. Y también se han detectado determinados patrones genéticos”.

Ninguna de las tres centenarias de esta historia parece darle demasiada importancia al número 100. Sobre cómo se vive con más de un siglo, cada una hace lo que puede. La vida va más lenta, pero ellas siguen exprimiéndola.

Consuelo Jiménez 100 años.
“Yo no tengo tiempo de aburrirme”
“Lo que soy es muy lenta comiendo. Yo creo que me he acostumbrado a servirles a todos y luego yo quedarme tranquila la última”. Consuelo Jiménez toma un plato de borrajas, las ha limpiado ella misma, y las acompaña con un vaso de mosto al que le ha servido un poco de agua.

Vive en Araia, el principal núcleo de población de Asparrena, un municipio alavés de unos 1.600 habitantes, donde se casó y crio a cinco hijos que, a su vez, fueron padres. Pero aún no es bisabuela. “Con las ganas que tengo de tener un bisnieto”, se queja amarga al lado de una de sus nietas, Maite, que la acompaña esa mañana en la cocina de casa. Están haciendo rosquillas. Todo un acontecimiento porque hacía tiempo que Consuelo no se animaba. Hace años, las preparaba todas las semanas. Tiene una sartén específica para ello, ya quemada, y un palo de madera que le preparó su marido para que pudiera sacarlas del fuego sin problema. Con sus manos y muñecas finísimas, amasa los churros uno a uno y los va colocando sobre una bandeja. El olor recorre los rincones de la casa invitando a probarlas. Saben como huelen. Aunque ella nunca las toma. Las hace para su familia. “¡Un plato de rosquillas con un solo huevo!”, presume, “claro, como viví los años del hambre”, vuelve a reír.

La entrevista es una mañana de jueves, apenas unos días antes de que una hija de Consuelo, que estaba enferma, falleciera. Es lo único que entristece a esta centenaria ese día en el que recuerda su vida y la celebración de sus cien años junto a su nieta Maite, que nació el mismo día que ella, el 3 de agosto. “A ver si ella tiene tanta suerte como yo en todo”, le desea. “Total, los ceros dicen que no valen nada, son dos ceros y un uno por delante, así que a ver”. Suelta otra carcajada en el acto. Cuenta que al cumplirlos no se siente nada especial. Está “orgullosa”, porque se encuentra muy bien. “La cabeza no se ha movido de su sitio, hombre, de muchas cosas no te acuerdas, pero vamos, bien”. De los cinco hermanos que eran quedan dos. La mayor es ella, la pequeña tiene demencia.

Consuelo, bajando las escaleras de su casa camino de la calle. Regularmente, Consuelo acude a la peluquería.

Como pasatiempo, Consuelo cose unos calcetines para el invierno que luego regala a los familiares.Almorzando en la mesa de la cocina de su casa. Consuelo enviudó y siguió viviendo en la casa en la que ha vivido toda la vida, desde que con cuatro años dejó Ausejo, el pueblo riojano que la vio nacer, y su familia se mudó a Araia y puso una tienda de alimentación y un bar. “Hacíamos venta ambulante e íbamos por los pueblos, luego mi hermano se quedó con el negocio”. Ella se casó. Muestra una foto suya con su marido, Félix, con el que llegó a cumplir las bodas de oro. En la imagen, Consuelo tiene el dedo en alto. “No le gustaba hacerse fotos y le estaba diciendo que se quedara quieto”. Durante la pandemia estuvo quedándose con sus hijas, pero ahora ha regresado a casa gracias a la ayuda de Fátima, una cuidadora que vive con ella y que recalca lo autónoma que es.

“Mucho me ha gustado bailar en mis tiempos”. A su marido lo conoció en el casino, cuando la invitó a bailar y ella mandó a una amiga de emisaria, a comprobar qué tal se le daba al hombre. “Soy un poco bruja”, vuelve a reír. En el pueblo es la sensación, lo comentan en la tienda y en la peluquería, donde se quita el audífono y se desconecta durante un rato. “Lo que peor tengo es el oído”. Las vecinas cuentan que en las últimas fiestas estuvo bailando rancheras. Ahí queda eso.

¿Cuál es el secreto para vivir 100 años?
—Oye pues trabajar, porque si te quedas así, sin más, te apagas. Te quedas atontada y ya nada.

Dice que se ve bien. “No tengo dolores, puedes tener algún día malo, pero estoy con una salud envidiable, con mis años. Hago lo que puedo, ya no hago más que punto o ganchillo, leer el periódico, eso es lo que hago”. Dice que se levanta sobre las diez de la mañana, o diez y media, porque se acuesta tarde. “Por la noche no tengo prisa”. “Me levanto, me preparo, igual doy unas vueltecicas por aquí [señala al huerto, al que se sale a través de la cocina], voy [con Fátima] a por el periódico, y luego ya por aquí”.

En la tienda compra media barra de pan y el Diario de Noticias de Álava. Hay una montaña de periódicos apilados en la estantería, y libros, porque a su marido le encantaba leer. Ella lo hace sin gafas. “Las tengo ahí, pero me estorban, porque enhebro muy bien la aguja de la máquina de coser, que no es tan fácil”, presume. Poner Saber y ganar también forma parte de la rutina, un dibujo de uno de sus siete nietos, el más pequeño, la muestra junto al televisor viendo el programa. Pero, sobre todo, le encanta coser. Ahora está haciendo unos calcetines grises, “hay que cuidar a los yernos”, y también hace puntillas de ganchillo para las toallas. “Yo no tengo tiempo de aburrirme”.

Milagros Ruiz-Olmo 103 años.
“No tengo nada, más que años”
En el salón hay más de 200 años sentados unos frente a otros. A la izquierda, Milagros Ruiz-Olmo Valencia, con 103. A la derecha, su hermana Petra, que tiene 98. Cada una, en un sillón estampado, y una mesa en el centro. Viven en Calzada de Calatrava, un pueblo manchego de unos 3.600 vecinos. Otra hermana murió con 102. La longevidad de esta familia es digna de estudio. Solo se escucha, de fondo, el ruido de la lavadora que ha puesto Estrella, la mujer que acude por las mañanas para atenderlas y que va por las noches a dejarlas acostadas. Milagros siempre fue muy reservada con su edad. “Ahora ya me da lo mismo”. Los tres dígitos son como para presumir. “Además, estoy muy bien, no me duele nada ni tengo nada”, sigue. “Se ve de otra forma la vida, por supuesto, pero tú no te das cuenta, ¿sabes? Vas viviendo y lo vas viendo, y ya está, y no te das cuenta de que [la vida] está cambiando”.

Pero cambia. “Ya no puedes ocuparte de tu casa, de tus cosas”. Desde hace unos años vive con su hermana, para que se hagan compañía, y Estrella pueda cuidarlas a ambas. Sus hijos no residen en Calzada, la mayoría lo hace en Madrid, donde ellas pasaron gran parte de su vida. Milagros ya no cose, y antes sí podía, tanto que tuvo una fábrica de bolsos, primero con sus hermanos y después con su marido, que también trabajó toda su vida para el Ayuntamiento de la capital. Siempre fue muy casera, pero ahora cada vez sale menos. “No puedo andar mucho. El andador está ahí, pero lo uso poco, no me gusta”, se ríe.

Milagros y Petra hablan, aunque tienen que repreguntar muchas veces para escucharse bien. “Tenemos una casa a cinco kilómetros de aquí”, dice la primera. “¿Qué?”, replica Petra. “El cortijo”, sigue Milagros, y añade: “Vamos a comer los domingos muchas veces y es muy agradable”, van cuando los hijos van a visitarlas. Unas flores que ha llevado ese fin de semana Cari, la hija de Milagros, siguen alegrando la estancia, al lado de la tele.

Junto al aparato descansa Los aires difíciles, de Almudena Grandes. A Milagros le encanta esta autora y siempre busca sus obras. Demuestra cómo lee sin gafas. “Mi hijo me saca los libros de la biblioteca. Yo leo mucho, no tengo otra cosa que hacer”. Sus manos algo temblorosas se han llevado hace poco un tazón de café con leche a la boca, justo antes de tomarse sus pastillas. “Tomo para la circulación, pero nada de particular.” Su hermana está algo peor. “Tengo un dolor de cabeza desde que me levanto hasta que me acuesto”, explica Petra, apesadumbrada.

Milagros pedalea en el sillón de su casa de Calzada de Calatrava (Ciudad Real).
Petra, hermana de Milagros, bebe un café. Su lectura más reciente es un libro de Almudena Grandes.

Milagros sigue cuidándose mucho. Por las mañanas, un espejo es su mejor compañero. Se peina, se echa crema en la cara. “Pienso que todas las personas lo hacen”. Ejercita las piernas gracias a una pedalina. Cuenta que las horas pasan lentas. “Es pesadillo”, a veces se aburre. Hasta el mediodía no encienden la tele, y luego Telecinco las acompaña toda la tarde.

A Milagros se le ilumina la cara al recordar su 103 cumpleaños, con toda la familia junta. Cuenta que de la pandemia no se enteró. Enseguida Estrella matiza que su hijo estuvo allí en febrero de 2020, con lo que creían que era un constipado, y que acabó ingresado en el hospital, aunque evolucionó bien. Pese a ello, ninguna se contagió de covid.

Hay cosas que se olvidan. Otras siguen grabadas a fuego. “De la guerra me acuerdo perfectamente. Nosotros vivimos la nuestra, luego la guerra mundial y ahora esta [la de Ucrania], tres guerras nos han tocado”. Petra y ella tuvieron que viajar a Madrid en 1937 en un vagón para ganado, después de que su padre falleciera. Eran nueve hermanos, su madre había muerto embarazada del décimo hijo mucho antes. Cuando las cosas se pusieron mal en Madrid, les tocó volver al pueblo, y luego regresaron a la capital. Allí Milagros fue “señorita de compañía de una marquesa”, sus cuñados se exiliaron a Argelia. Petra rememora con horror la posguerra: “Se pasó muy mal. Yo vi a un chico joven coger una cáscara de plátano que estaba en el suelo y comérsela”. Por ello, porque recuerdan lo que fue aquello, Milagros cree que con la guerra de Ucrania “algo nos tocará”.

Ambas llevan ahora una vida sencilla, apegadas a la familia. Una sobrina de 91 años las llama por teléfono para saludar. Acuerdan que se llamarán luego. Milagros insiste en que ella está estupendamente. “No tengo nada, nada más que años, eso sí. Mientras sean así, buenos…”

Rafaela Tena 101 años.
“Dios me está bendiciendo, no he perdido memoria”
El teléfono suena. Saluda y al poco se la oye decir que muchas gracias y cuenta lo bien que lo pasaron el día anterior, “no faltó nadie”. Al cortar apunta el nombre en un trozo de papel que va quedándose ya sin espacio. La lista de quien la ha felicitado por San Rafael crece aun al día siguiente de la onomástica. Su santo es para ella más importante que el cumpleaños, y este año Rafaela Tena Antón lo ha celebrado por primera vez desde la pandemia. No fue en un bar, como solía ser, pero la familia se dividió en dos tandas para acompañar a Tati, como la llaman todos después de que “un sobrinillo que no sabía decir Rafi” la bautizara así. Compartió casa toda la vida con dos hermanas y las conocían como las tres tías o las tres titas. Las consentidoras. “Ahora solo quedo yo”. La última tía de “más de 60 sobrinos”. A los 10 hijos de sus hermanos se suman a su vez los hijos de estos y sus nietos. “Requetesobrinos”, ríe ella.

Su casa, en Córdoba, da fe de que los une una relación especial, decenas de fotos lo atestiguan. Su rincón favorito está ocupado por tres sillones de orejas alrededor de una mesa camilla. Rafaela se sienta en el centro, con una blusa blanca con el cuello bordado, resplandeciente. Allí se pasa los días, junto a una bendición del papa Francisco por sus 100 años colgada en la pared. La luz que entra por la ventana inunda la estancia y un andador vigila aparcado a un lado, dispuesto a prestar servicio. Es mucho más de lo que esperaba el doctor hace años, cuando se rompió la cadera y le advirtió de que no volvería a andar. ¡Ja! Menuda es ella. Hasta hace unos meses daba sin ayuda un paseo hasta la plaza de las Tendillas. Pero este verano empezó a sentirse muy cansada y fue al médico. “Me hicieron cuatro electros y tenía el corazón dislocado, me ingresaron y ahí cogí este catarro”, explica señalando unos aerosoles sobre la mesa, al lado de unos nardos. Le encantan las flores. “Hasta los cien llegué muy bien, pero los 101 me sentaron muy mal”. Ahora los pasos son cortos. Pero el paseo diario no falla, aunque vaya sentada en vez de andando y algún familiar o María, la cuidadora que vive con ella desde hace unos meses, empuje la silla de ruedas.

Nunca imaginó que iba a ir ya camino de los 102, aunque su hermana María “murió con ciento y medio”. Marta, una sobrina nieta, explica que una de sus frases es: “Ay, si yo tuviera 20 años menos”. ¡Ay, si tuviera 81! “Yo cavaba la tierra en la casa que tenemos en la aldea”, apostilla Rafaela. “Para mí todas las edades han sido como 20″. Hace apenas unos años iba a comer churros “todos los días”. “Luego me tomaba un vaso de agua con limón para que rebajara, y ya no cenaba”. Ahora va de cuando en cuando. “El año pasado tardé y me dijeron: ‘Ah, ¿pero no se ha muerto usted?’ No, todavía estoy viva”, vuelve a reír al recordarlo. “Menos trabajar hago de todo, y ya he trabajado bastante”. Su primer sueldo fueron 116 pesetas, como auxiliar de secretaría. La jubilación queda ya muy atrás.

Rafaela y su sobrina nieta Marta recorren el centro de Córdoba en su paseo matutino.
Rafaela atiende las llamadas de los familiares que la felicitan por su santo.
Rafaela y su sobrina nieta Marta almuerzan en el salón de casa.
Rafaela, oliendo unas flores recién compradas para el salón de su casa. (fotos en el original)

“Dios me está bendiciendo por todos lados. No he perdido la memoria”. Todos los días le da gracias. “Por las mañanas rezo el rosario mientras estoy desayunando, oigo la misa, me doy un paseíto y leo los evangelios”. Después almuerza, con una pequeña copa de vino. “Me duermo la siesta en la hamaca [una butaca que trajo del pueblo y también tiene en el salón] y por la tarde veo una novelilla”. Lo peor son las noches. “Duermo muy poco, dos horas y media y nada más. Me tomo una pastilla para dormir”. Dice que ella es “muy dura”: “Aguanto y aguanto y aguanto, y cuando viene María [por las mañanas] parece que viene Dios. Ya me pone bien puesta, me sube un poquito para arriba, porque claro, como estoy tendida, me escurro. Le digo que me dé un masaje en el pie, que me duele horrores… A mí la cama se me hace interminable. Estoy deseando levantarme”.

Ahí vuelve toda su energía. Dice que algunas veces cierra los ojos y empieza a recordar. “Fulanito se fue, y el otro se fue, y el otro, y yo, que no hago nada en este mundo, todavía estoy aquí”. Rafaela afirma que sufría más cuando se moría alguien que si lo hubiera hecho ella misma. A su padre, un hermano y el marido de su hermana los mataron durante la guerra unos milicianos del bando republicano. “Mi padre nos hacía una foto todos los años. Como nos echaron de la casa [durante la guerra], rescatamos solo una [imagen]”, dice mientras la enseña. “Aquí estamos la familia entera”. Sus padres y los ocho hijos.

Con todo, se queda con lo bonita que ha sido su vida. “[Ha sido] muy mala, muy mala, pero muy bonita también”. Prefiere recordar lo bueno, cuando se disfrazaba de fantasma y asustaba a los sobrinos pequeños, cuando su hermana aprendió a conducir ya con 70 y se iban de vacaciones, el viaje a México cuando rozaba los 80. Pero sobre todo, su Calleja de las Flores. Esta turística calle de Córdoba fue su hogar desde 1945 hasta hará unos 12 años. “Aquí no había flores, las empezó a poner mi madre con un vecino, que trabajaba en el Ayuntamiento. Estaba preciosa”. Su casa era “la más bonita de la calle”, presume mientras la enseña. En ese momento irrumpe un grupo de turistas. “Aquí teníamos dos hortensias”, señala. “Y los arcos estaban llenos de flores”. Le pide a su sobrina nieta un esqueje y ella responde: “Tati, a ver si nos van a reñir”. Ella replica: “Yo les digo que es mi casa”.

https://elpais.com/sociedad/2022-12-04/llegar-a-los-100-anos-y-contarlo.html

lunes, 26 de julio de 2021

_- Los secretos de los centenarios.

_- Un estudio del Hospital Universitario de Ámsterdam sigue la evolución de 332 mayores de 100 años que conservan su capacidad cognitiva para contribuir a la lucha contra el alzhéimer.

Suena el timbre, y abre la puerta la dueña de la casa, Susan Hosang-Van Riemsdijk. Reside en la ciudad de Hilversum, en el centro de Países Bajos, en un inmueble de planta baja e independiente. Es un sábado de julio, corre una ligera brisa, y ella misma ha plantado las flores que adornan la entrada. Nada parece excepcional, a no ser por la edad de la anfitriona: 102 años. En perfecta forma, vive sola, nada, va en bicicleta y conduce su auto en distancias cortas, juega al bridge, sigue una dieta equilibrada y tiene una estrecha relación con sus dos hijas, seis nietos y 14 biznietos. Los centenarios son un grupo de población único para analizar los fundamentos genéticos de la longevidad, así como los factores de riesgo que determinan los desórdenes degenerativos y Susan es una de los 332 holandeses de dicha generación que participan en un estudio sobre la relación entre la salud y la capacidad cognitiva en la vejez. Dirigido por la bioquímica Henne Holstege desde el Hospital Universitario de Ámsterdam, los científicos han observado que el genoma de esta liga de centenarios está enriquecido con elementos genéticos protectores. A pesar de que con la edad han acumulado en su cerebro proteínas relacionadas con el alzhéimer, ellos parecen resistir los efectos de estos factores de riesgo, y esta investigación puede contribuir a la mejora de los tratamientos para pacientes con demencia.

Según explica Holstege, que investiga desde 2013 a los centenarios, si llegas a esa edad “la posibilidad de desarrollar demencia es mayor que la de morir, de modo que, una vez cumplido un siglo, no debería quedar nadie sano desde el punto de vista cognitivo”. Añade que hay personas que conservan la salud cognitiva pasados incluso los 110 años —los llamados supercentenarios— y le interesa saber “cómo es científicamente posible cumplir un siglo con una buena capacidad cognitiva, cuáles son los mecanismos moleculares que mantienen la salud mental a largo plazo, y qué papel juega la herencia”, asevera en conversación telefónica. Para lograrlo, su equipo visita anualmente desde 2013 a los integrantes del grupo de estudio, con un promedio de edad de 100 años y medio, para medir su atención, percepción, comprensión o memoria. También piden muestras de heces, estas últimas para analizar la microbiota. Un 75% son mujeres y más de la mitad viven independientes en residencias. Los expertos han secuenciado asimismo su genoma, y lo comparan con el ADN de otras personas aquejadas de demencia en colaboración con el Centro para el Alzhéimer, de Ámsterdam. Aspiran con ello a trazar las variantes genéticas protectoras enriquecidas en los centenarios sanos, y que los distinguen del resto de la población.

El genoma es una de las herramientas para entender qué va mal en un cerebro con demencia “porque entre un 60% y un 80% de la posibilidad de tenerla, o bien de sufrir alzhéimer, que es la forma prevalente, viene definido por factores genéticos 

Holstege indica que el genoma es una de las herramientas para entender qué va mal en un cerebro con demencia “porque entre un 60% y un 80% de la posibilidad de tenerla, o bien de sufrir alzhéimer, que es la forma prevalente, viene definido por factores genéticos”. Y añade: “Vemos que los centenarios han mantenido la eficacia de la respuesta inmunitaria —en el grupo de estudio algunos han superado un cáncer o el coronavirus— y se trata de saber cómo han resistido el declive de las defensas contra las enfermedades para proteger así a los que están en riesgo de deterioro mental”. Un 30% del grupo de estudio consiente en donar su cerebro a la ciencia llegado el momento.

La larga vida de una holandesa, Hendrikje van Andel-Schipper, que falleció en 2005 a los 115 años con plena lucidez, fue lo que llevó a la bioquímica a interesarse por estos mayores. Países Bajos no figura en la lista de las denominadas Zonas Azules del mundo donde hay gente que supera el promedio de edad de su entorno —están Japón, Grecia, Costa Rica, California e Italia— pero cuenta con una cifra llamativa de centenarios en buena forma. En 2020, había 2.006 mujeres y 392 hombres, de cien o más años, en una población de 17 millones de habitantes, según la Oficina Central de Estadística. Para el año 2029, la misma fuente espera que haya unos 3.400 centenarios “debido a un pequeño baby boom. 

Susan Hosang-Van Riemsdijk nació en 1919 y sus hijas tienen 74 y 70 años. En las fotos que adornan su sala de estar ambas parecen mucho más jóvenes. Su esposo, sin embargo, que era ingeniero electrónico, falleció a los 67 años. “Muy joven, una pena; era fumador”, dice, para relatar luego un capítulo de su juventud que resume la fortaleza física de ella y las penurias de la ocupación nazi del país durante toda la II Guerra Mundial. Con su marido escondido “en el hueco que quedaba entre el comedor y la cocina para que no le llevaran a hacer trabajos forzados a Alemania”, Susan iba a buscar comida en una bicicleta con ruedas reforzadas con madera y neumático de coche. “Pesaba mucho, pero recorría 145 kilómetros de ida, y otros tantos de vuelta, en busca de alimentos en una granja situada al este del país. Había más gente que hacía lo mismo, y los granjeros no querían dinero o joyas. Solo pedían ropa, y la primera vez volví vestida con un pijama que era lo único que me quedaba”, recuerda. Al principio de su matrimonio no trabajó, “así eran las cosas”, pero entre sus 50 y 80 años se dedicó a la pedicura, la estética y los masajes japoneses shiatsu, para lo que obtuvo los correspondientes diplomas.

Otro de los que participa en la investigación es Frits Brockhus, también de 102 años, que vive en la ciudad de Zandvoort, al oeste del país, famosa por su circuito de fórmula 1. Fue investigador policial durante tres décadas. Ágil y jovial, su jardín se llena de gorriones durante la charla. “Suelo desayunar fuera y se posan en mis rodillas esperando alguna migaja”, asegura. Se cuida la vista y el oído, le gustan la carne y el arenque y toma algo de vino, apenas ha fumado, lee en inglés al escritor británico John Le Carré y escucha música clásica. Y ha hecho mucho ejercicio. “He practicado fútbol y bádminton, senderismo y natación, y he usado a fondo la bici”, explica, para mostrar luego el triciclo de última generación con el que visita a su hija, de 64 años, yerno y dos nietas, a los que está muy unido. Sus retratos decoran el salón y los muestra encantado. Son 14 kilómetros entre ida y vuelta a casa de la hija, y hace dos años podía hacer hasta 80 kilómetros. Aunque también se ha caído: una vez en una partida de bádminton, con 80 años, y se rompió el fémur. A los 92 años, un perro lo tiró de la bici y pasó dos meses en reposo con una fractura de pelvis.

La madre de Susan llegó a los 95 años. Frits es el séptimo de 10 hermanos, y dos de sus hermanas cumplieron 102 años, una tercera 103 y otra 98. Los dos hermanos que le quedan tienen 98 y 95 años. Otro más falleció a los 52 años, “de fumar”, señala. Él califica su matrimonio de muy feliz, y se emociona al recordar que perdieron una hija a los 17 años, por un tumor cerebral, y a otros dos bebés. Su memoria es la del siglo XX, y la II Guerra Mundial le sorprendió con 21 años, cuando ya trabajaba en la policía local holandesa. “Fue una época muy difícil porque nunca sabías si la Gestapo iba a aparecer. Luego estaban los bombardeos, o cuando algún avión era derribado y nadie salía vivo. Espantoso”, recuerda. Sin conocerse, ambos centenarios coinciden en que “el ejercicio físico te ayuda a envejecer en mejores condiciones”. Según Henne Holstege, “cuanto mejor están cognitivamente, más años viven y vemos que sus hijos se benefician del factor hereditario”, y se ha propuesto aprender de ellos.

https://elpais.com/ciencia/2021-07-24/los-secretos-de-los-centenarios.html

jueves, 18 de mayo de 2017

Cuatro hermanos de 110, 109, 103 y 101 años iluminan los genes de la longevidad. Un proyecto que estudia el ADN de personas centenarias busca retrasar el envejecimiento.

"¿Nadie te ha recomendado que dejes de fumar?", le preguntó en Nueva York el médico Nir Barzilai a Helen Kahn. “Sí, claro, pero los cuatro médicos que me recomendaron dejar de fumar han muerto”, respondió ella. Kahn, a la que todos llamaban Happy (Feliz), fumó durante casi 95 años. Falleció, tras una vida saludable, pocas semanas antes de cumplir 110 años.

Su hermano, Irving Kahn, fue una leyenda de Wall Street. Empezó a trabajar en la Bolsa de Nueva York poco antes del Crac de 1929. Y siguió yendo a trabajar como analista financiero hasta poco antes de su muerte, en 2015, a la edad de 109 años. Antes murieron su hermano Peter, a los 103, y su hermana Lee, a los 101.

“Los hermanos Kahn demuestran que tenemos la capacidad como especie de vivir hasta los 110 años de manera saludable. Los cuatro tuvieron salud hasta el final de su vida. Y también muestran que existe un factor genético”, explica Barzilai, director del Instituto para la Investigación del Envejecimiento de la Escuela de Medicina Albert Einstein, en Nueva York.

Barzilai, nacido en Haifa (Israel) en 1955, tuvo una juventud movida, como médico del Ejército israelí. Participó en 1976 en una misión de rescate de 102 judíos secuestrados por palestinos en el aeropuerto de Entebbe (Uganda), trabajó en un campo de refugiados durante la Guerra de Camboya hasta 1980 y ayudó a levantar una aldea en la tierra de los zulúes, en Sudáfrica, en 1983.

Ahora, Barzilai dirige el Proyecto de los Genes de la Longevidad, un ambicioso estudio para investigar el material genético de 670 personas que han vivido alrededor de 100 años o más. Todos son judíos asquenazíes, una población históricamente homogénea que constituye un laboratorio perfecto para estudiar su genética. El trabajo arrancó en 1998. La mayoría, como los hermanos Kahn, ya ha muerto. Pero su ADN sigue hablando.

“El 60% de nuestros hombres centenarios y el 30% de nuestras mujeres fumaron durante un largo periodo de tiempo. Casi el 50% eran obesos durante su vida y menos del 50% hacían ejercicio. No hacen nada saludable. Tienen genes que los protegen. Y los tenemos que encontrar”, proclama Barzilai, de paso por Madrid para inaugurar el Congreso Interdisciplinar de Genética Humana, invitado por la Fundación Instituto Roche.

Los hermanos Kahn, relata, tenían una mutación en un gen asociada a niveles más altos de colesterol bueno. “Y hay más proporción de personas con esta mutación entre los centenarios que en cualquier otro rango de edad”, señala el médico israelí. Las personas que presentan esta mutación tienen, además, menos probabilidades de sufrir alzhéimer.

El 60% de los hombres centenarios y el 30% de las mujeres fumaron durante un largo periodo de tiempo: sus genes, aparentemente, los protegen

En el congreso de Madrid, el médico israelí adelantó un nuevo hallazgo. “Los ponis viven más que el resto de los caballos. Y los perros pequeños viven más que los grandes. Yo pensaba que esto no iba a ocurrir en los humanos, pero estaba equivocado. Más de la mitad de mis centenarios no tienen una actividad correcta de la hormona del crecimiento, por varias razones”, detalla. Sus resultados, afirma, se publicarán próximamente en la revista especializada Science Advances.

Estos mecanismos son más habituales en las mujeres. “Una cantidad baja de hormona del crecimiento las protege de morir. Incluso las mujeres de 100 años, si tienen muy poca hormona del crecimiento, vivirán el doble de tiempo más que las mujeres de 100 años con niveles más altos”, subraya Barzilai.

Al final de este verano, el médico pretende comenzar un ensayo clínico que será revolucionario si confirma sus sospechas. La hipótesis de Barzilai, como la de muchos expertos, es que las enfermedades asociadas al envejecimiento —como el cáncer, el alzhéimer, los ataques cerebrales y los problemas cardiovasculares— se pueden retrasar en bloque.

Barzilai cree que un fármaco, la metformina, retrasará en bloque las enfermedades del envejecimiento

El ensayo, que costará 70 millones de dólares, reclutará a 3.000 personas de entre 65 y 80 años. La mitad de ellas tomará metformina, un fármaco muy utilizado para controlar la cantidad de azúcar en sangre en pacientes con diabetes tipo 2. Pero, en este caso, nadie tiene diabetes. La otra mitad de los participantes no tomará nada.

El equipo de Barzilai cree que la metformina retrasará las enfermedades del envejecimiento respecto al grupo de control. Pruebas en animales y datos epidemiológicos en humanos asocian la metformina a una mayor longevidad y a menos casos de cáncer, alzhéimer y enfermedades cardiovasculares.

El ensayo clínico, según reconoce Barzilai, además de una prueba de concepto en realidad es una excusa. En la actualidad, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) evalúa los fármacos y los aprueba para una determinada indicación, pero no posee ninguna indicación para el retraso en bloque de las enfermedades asociadas al envejecimiento. Si la metformina funciona, siendo un fármaco genérico y barato cuya seguridad está sobradamente demostrada, la FDA abrirá la puerta a ensayos con otros fármacos más prometedores contra el envejecimiento, pero con mayores riesgos, como la rapamicina.

Barzilai, conocido por sus colegas por empalmar un chiste con otro, es optimista respecto al futuro. En el congreso de Madrid, arrancó su charla contando el caso de un hombre de 100 años que fue a hacerse un seguro de vida. “No hacemos pólizas a personas de 100 años”, le informaron. “¿Cómo que no? Mi madre se acaba de hacer un seguro de vida aquí”, respondió. Tras pedirle disculpas, los empleados de la aseguradora le citaron para que firmara los papeles el siguiente martes. “El martes no puedo. Se casa mi abuelo”, lamentó el hombre de 100 años. “¿Su abuelo?”, exclamaron los trabajadores. “Sí, él no quería, pero sus padres le han presionado”, contestó el centenario.

http://elpais.com/elpais/2017/04/28/ciencia/1493394455_199979.html

miércoles, 20 de octubre de 2010