Como en España no suelen suscitarse debates públicos si no es a golpe de exabrupto, es muy natural que la controversia sobre la rentabilidad de las centrales nucleares discurra por el subsuelo de las tertulias económicas privadas y que, esporádicamente, aflore en algún fasto inocuo, tipo juntas de accionistas o seminarios de postín organizados sobre pintorescas generalidades. En la discusión sotto voce, subterránea pero enconada, participan el Ministerio de Energía, defensor de los creyentes en la nuclear, y las compañías eléctricas dividas casi por mitades entre los radicales (hay que cerrarlas porque no son rentables) y otros más moderados que susurran ampliaciones de vida útil o supresión de impuestos específicos (los espolvoreados con espectacular desacierto por el exministro Soria) para mantener sin pérdidas las centrales en operación.
Sin entrar en demasiados detalles, grosso modo, podría decirse que radicales y moderados coinciden en algo: la eclosión de las energías renovables es una competencia imbatible para el coste —y la rentabilidad— de la producción nuclear. De forma aproximada, la comparación sería la siguiente: la electricidad nuclear tendría un coste en torno a los 43 euros Mwh, la generada por gas unos 55 euros y la obtenida por renovables no superaría los 30 euros. En lo que hay consenso es en que el coste variable de la electricidad nuclear es bajo (unos 6 euros Mwh) pero se encarece de forma espectacular cuando se le añaden los costes operativos. Las eléctricas aseguran que la desventaja nuclear no es un invento interesado, sino que está fundamentada en costes auditados. Y exponen (a V. E., es de suponer, cuando se dirijan al ministro) que la depresión del precio causada por las renovables, más las amortizaciones pendientes, más las nuevas inversiones exigidas por razones de seguridad, reducen los márgenes para recuperar los costes. La energía nuclear estaría ya en la cuneta de la historia económica.
Pero hay escépticos que dudan (¿por maldad?) incluso de los balances y de las cuentas auditadas. ¿Cómo se explican, dicen, esos costes y esos precios condenatorios si las empresas que gestionan las centrales recibieron dinero público por importe de hasta 6.000 millones en concepto de costes de transición a la competencia? Un observador distante, pero escéptico, bien podría suponer que las centrales nucleares están hoy más que amortizadas, porque para eso llovió el dinero de los consumidores y que, por lo tanto, los costes presentados deben recibirse, si no con recelo, al menos con precaución. Para disponer de números incontestables, sería conveniente elaborar un ejercicio de contabilidad regulatoria partiendo de los valores netos de los activos a 31 de diciembre de 1997, día en que terminó el Marco Legal Estable, para obtener después el valor residual después de las amortizaciones.
Si las empresas eléctricas, en particular la facción radical procierre, están seguras de su posición, hágase la reconstrucción contable mencionada y a quien Dios se la dé, san Mamés que se la bendiga. Si no hay voluntad de hacerla, por pereza o porque se entiende que los lamentos nucleares tienen por finalidad suprimir los impuestos glacés de Soria, extráigase la producción nuclear del mercado y sométase a regulación. Todo son ventajas si las decisiones son rápidas. Al fin y al cabo, la nuclear es potencia de respaldo muy útil. Lo que está feo es enredar.
https://elpais.com/elpais/2018/05/18/opinion/1526671550_232203.html
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miércoles, 23 de mayo de 2018
jueves, 17 de mayo de 2018
El activismo precisa conocimiento riguroso y ético.
Miguel Muñiz
Prólogo del libro de Eduard Rodriguez Farré y Salvador López Arnal,
Crítica de la (sin)razón nuclear. Fukushima, un Chernóbil a cámara lenta,
Vilassar de Mar (Barcelona), El Viejo Topo, 2018.
En 2008 se publicó
Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente.
Un libro escrito desde el compromiso y el rigor científico, que eludía los falsos debates "económicos" y mostraba la realidad de la energía nuclear: una tecnología prepotente, que enmascaraba su fracaso con una peligrosa huida hacia delante. La obra abordaba cuestiones éticas, abría nuevas perspectivas y marcaba las claves del momento. Los autores de aquél libro son los mismos que los de éste que ahora tiene en sus manos.
La memoria es necesaria.
Leer "Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente" supuso una bocanada de aire fresco en un ambiente enrarecido por la presión del "renacimiento nuclear". Entender la importancia de aquella obra, y por lo tanto de ésta, supone un breve recorrido histórico.
El "renacimiento nuclear" comenzó en 2001. Cuando la industria consideró desvanecido el recuerdo de Chernóbil, constató que hacía años que no se construían reactores, y valoró que se encontraba en una coyuntura favorable: la crisis energética pasaba de rumor a clamor: cambio climático, presencia del "peak-oil", inestabilidad en zonas extractivas, guerras por el control de las reservas, subidas y bajadas del precio del petróleo, problemas de suministro, las renovables como única opción a medio y largo plazo, etc.
El catecismo neoliberal proclama que una crisis es sólo una oportunidad de negocio; y la industria nuclear obró en consecuencia. Aunque en España la beligerancia pro-nuclear del Partido Popular ya se manifestó en 2001, el "renacimiento nuclear" no se desarrolló hasta 2005, cuando la industria desplegó una vasta campaña para determinar la agenda política.
No se escatimaron medios, se reclutó un selecto grupo de empresarios, representantes políticos, periodistas, ex-presidentes de gobierno y ex-ministros, líderes sindicales, científicos y profesores universitarios, expertos y opinadores, etc. Ese grupo constituyó un potente coro mediático pro-nuclear que repetía una y otra vez el mismo estribillo: que la energía nuclear era una opción económica de futuro, que era necesaria como "parte de la solución" a la crisis energética y al cambio climático, y que nos amenazaba un futuro de inacabables desgracias si no sabíamos "hacer frente a los retos"; expresión ambigua, muy al uso entre grupos sociales que protegen sus privilegios trasladando al resto una permanente sensación de zozobra e inseguridad, para así evitar que se reflexione sobre lo bien que viven ellos.
La campaña, meticulosamente planeada, determinó un terreno de juego preciso. Aspectos del debate nuclear que eran comunes antes e inmediatamente después de Chernóbil, quedaron excluidos o se mencionaban de pasada: radiaciones, enfermedades, contaminación del entorno, impactos de la minería de uranio, incremento de los residuos, seguridad, armamento, etc. ; en resumen, todo lo que relacionase nuclear con conflictos irresolubles y/o daños a personas o al medio ambiente, fue considerado "tabú".
Antes de "renacimiento", el debate giraba en torno a hechos; se debatía sobre lo que se ocultaba a la sociedad, o sobre lo que se demostraba mediante investigación. El "renacimiento" decretó que los hechos era "confusos" y "poco concluyentes". Cualquier denuncia, aunque estuviese probada hasta el último detalle, era "contrastada" antes de ser publicada, es decir, se consultaba a portavoces de la industria nuclear, y sus opiniones aparecían al mismo nivel que los datos de la denuncia. El debate pasó de los hechos a las "percepciones".
Se multiplicaron las disertaciones, sin ningún tipo de rigor, sobre la aportación de las nucleares a la "mitigación" del cambio climático, la seguridad del suministro, el incremento de la demanda energética, los nuevos reactores de diseños "intrínsecamente seguros", el EPR, la energía nuclear de fusión y, sobre todo, la economía, mucha economía. Aparecieron propagandistas y expertos que repetían las consignas del "renacimiento" (por cierto, la contribución del máximo exponente de ese grupo, el profesor Manuel Lozano Leyva, es analizada y refutada en detalle en este libro), pero también aparecieron expertos críticos, personas que cuestionaban la viabilidad del "renacimiento nuclear" sin salir de los marcos establecidos.
Mantenerse en el terreno de juego, bien para apoyar o para criticar las nucleares, suponía ser calificado de analista y/o experto por los medios; salir del terreno de juego, es decir, insistir en cualquiera de los aspectos excluidos, llevaba a ser considerado radical de visión estrecha y/o activista descerebrado. En el debate no tardó en aparecer la "gran cuestión" a la que se dedicaron (y se dedican aún) abundantes discursos: ¿puede la energía nuclear superar la "prueba del mercado"? Y la pregunta recurrente, ¿"regresa" la energía nuclear?
Las personas que combinábamos activismo voluntario y vida laboral fuimos desbordados: el coro mediático pro nuclear y los críticos copaban la agenda, aparecían en todos los medios; el discurso crítico dejó a un lado la sociedad, las personas y el medio ambiente; se centró en el análisis de dictámenes de agencias de calificación de riesgo financiero, movimientos bancarios en torno a las eléctricas, costes de inversión, precios del kilovatio hora, "viabilidad de mercado", etc. Ignorando todas las trampas económicas que rodean la contabilidad energética en general, y la atómica en particular (trampas denunciadas durante años), las voces críticas se centraron en la competitividad, en demostrar que las nucleares no eran competitivas y que las energías renovables, en cambio, eran baratas, fiables y competitivas.
Fue entonces, en plena ofensiva nuclear, cuando apareció Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente, que nos suministró conocimiento de calidad y con formato pedagógico; conocimiento que no se sometía a las directrices del terreno de juego. Aunque fuese ahogado por el discurso dominante, el libro era imprescindible, recordaba la vigencia y realidad de Chernóbil, y detallaba manipulaciones y silencios usados para negarla.
Recuerdo un cruce de opiniones con uno de los expertos críticos del momento; a mi pregunta de por qué en sus frecuentes intervenciones mediáticas siempre minimizaba o silenciaba los impactos ambientales y las secuelas humanas y ecológicas de la catástrofe de Chernóbil, me contestó que entrar ahí era perder el tiempo, que ya casi nadie recordaba Chernóbil, que mucha gente joven ni había nacido cuando se produjo, etc.
Esa era la cruda realidad; pese al libro y pese las acciones de denuncia (como el recordatorio de los 20 años de Chernóbil en que se intentó una movilización social amplia), la ofensiva mediática del "renacimiento" era tan repetitiva, tan potente y tan sostenida que empezó a afectar a la "percepción" social. Sólo se podía argumentar que las nucleares eran "inviables económicamente en mercados competitivos", y esperar a ver que decidían los tales "mercados". Aunque a partir de 2008 se empezó a descubrir que los "mercados" eran sólo un eufemismo que ocultaba los intereses corporativos de bancos y empresas, y creció la protesta social por la especulación y el saqueo descarado de los que mandaban, el "renacimiento nuclear" estaba al margen de todo ello, encerrado en su propia "burbuja".
En 2009, consiguieron que Garoña no se cerrara, pese a la oposición que generaba y los riesgos que suponía. En abril de 2010, el Eurobarómetro mostraba en toda Europa una tendencia de apoyo creciente a la energía nuclear y al papel que debía desarrollar en el futuro ( http://europa.eu/rapid/press-release_IP-10-478_es.htm ); encuestas similares por todas partes. El "renacimiento" estaba alcanzando sus objetivos.
Once meses después de aquel Eurobarómetro, Fukushima explotó.
El desconcierto de la industria nuclear ante lo inesperado no duró ni un mes. Rápidamente se pasó del discurso triunfal al de la resignación, del "renacimiento nuclear" a la necesidad nuclear, una necesidad que venía impuesta por el cambio climático. Ahora se reconocían universalmente unos inevitables riesgos. ¿Existen acaso tecnologías libres de riesgos?, se proclamaba.
El brutal impacto de Fukushima no llegó a cuestionar el terreno de juego; los analistas o expertos homologados, especialmente los críticos, siguieron adaptándose a las directrices impuestas para no perder el favor de unos medios férreamente controlados. El experto crítico al que yo había interpelado siguió con su discurso centrado en la economía, sin mencionar cosas como contaminación radioactiva, enfermedades o cáncer; pese a que ahora tenía una catástrofe nuclear humeante y bien presente. Las implicaciones de Fukushima se redujeron a un problemas de costes. Incluso algunos críticos llevaron el problema de costes, a la necesidad de encontrar un equilibrio entre seguridad y garantía del suministro eléctrico, dando así el comprensible paso de analistas críticos a expertos objetivos.
Para el activismo voluntario, Fukushima supuso un efímero auge. Durante las primeras semanas de la catástrofe las asambleas para debatir acciones de denuncia contaban con una presencia mucho mayor que la provocada por Chernóbil. Durante la primavera y el verano de 2011 se produjeron manifestaciones contra la energía nuclear en varios lugares de España, se llegó al nivel de movilización previo al cierre de Vandellós1 en 1989–1990. Fue una respuesta muy intensa, pero de poco recorrido; el aluvión de personas disminuyó cuando se comprobó que la industria nuclear no se rendía; a ello se añadieron cosas que exigirían un análisis profundo, como la idea equivocada de que se puede combatir el poder de la industria con mensajes en internet o recogidas de firmas virtuales, por poner sólo dos ejemplos.
Entre Chernóbil y el "renacimiento nuclear" transcurren 15 años, los necesarios para que se produzca el olvido; entre Fukushima y la petición de la industria nuclear para que la Cumbre del Clima de París (COP 21, diciembre de 2015) asuma la energía nuclear como mecanismo de mitigación del cambio climático, transcurren 4 años y 9 meses; menos de un tercio del tiempo anterior. Aunque la COP21 no aceptó la petición, otorgó a la Agencia Internacional de Energía Atómica la consideración de miembro observador en las reuniones de la Conferencia de las Partes. Antes, en septiembre de 2013, el Comité Olímpico Internacional ya había elegido a Tokio como ciudad organizadora de la 32ª edición de los Juegos Olímpicos. La situación informativa, política y social se considera controlada, y el "renacimiento", convenientemente adaptado a "mantenimiento", continua.
Un apunte: este prólogo se redacta mientras la industria nuclear en España, una vez conseguido su objetivo de mantener funcionando las centrales 60 años sin que interfieran las revisiones de seguridad, negocia discretamente una rebaja de impuestos con el gobierno del Partido Popular invocando los costes que suponen las "exigencias" legales de seguridad y la merma de beneficios que implican.
Por eso este libro de Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal es tan oportuno como necesario. Su título y subtítulo: Crítica de la (sin)razón nuclear. Fukushima, un Chernóbil a cámara lenta sintetiza los ejes que marcan la resistencia nuclear en el siglo XXI.
El apartado sobre Fukushima es una batalla contra el olvido, el arma más poderosa de la industria nuclear; Eduard y Salvador combaten con hechos y datos la disciplinada, sistemática e inhumana respuesta de la industria a una catástrofe social y ambiental que sigue desarrollándose hoy.
Así, la pretensión de reducirlo todo a un problema de costes, naufraga ante la información que presentan los autores, dos personas con conocimientos puestos al servicio de las llamadas "clases subalternas", porque la radiación afecta a todos los seres vivos, pero no todos tienen los mismos recursos para protegerse o combatir sus secuelas.
No obstante, el libro va más allá.
Profundizando en una línea que ya iniciaron en Casi todo lo que usted desea..., En la encrucijada... abunda en la idea de que la resistencia a las nucleares es una cuestión profundamente ética. No basta con disponer de modelos u hojas de cálculo con cifras de substitución de potencia energética nuclear por energías renovables. De poco sirve la abundancia de datos si no predominan valores que, aparentemente, poco tienen que ver con la técnica y la ciencia atómica; de ahí que, al margen de los testimonios humanos que ilustran los apartados, un tercio de la obra esté dedicado a un recorrido por el pensamiento de maestros de la filosofía y el conocimiento científico, de la política y la literatura, algo que puede parecer chocante en una obra de este tipo, pero que no lo es en absoluto.
Ya que estamos ante un conflicto a largo plazo, que exige combinar la sabiduría resistente con un conocimiento preciso y riguroso. Por ello que el recorrido inicial que los autores realizan por el concepto de Antropoceno no puede ser más acertado. La frase: "más vale hoy activos, que mañana radiactivos" sigue plenamente vigente, pero debe ser actualizada para que mantenga su valor en el siglo XXI.
Cada día se desmiente la ilusión de que la energía nuclear "desaparecerá naturalmente". Las nucleares surgieron de una voluntad política, se mantienen por una voluntad política, y cumplen una función política. En el siglo XXI la industria nuclear gana tiempo, pervivirá y se renovará mientras quede uranio. Ni fantasías sobre "mecanismos de mercado", ni la repetición de que las nucleares son cosa del pasado, ni un hipotético auge de las energías renovables (cuyo mayor obstáculo es, precisamente, las centrales nucleares) la hará "desaparecer". Sólo el conocimiento riguroso y la resistencia tenaz de personas que se nieguen a ser víctimas puede llevar a que la encrucijada más fatídica de la historia de Humanidad conduzca a una humanidad libre sobre una Tierra habitable.
Para que la ciudadanía no asuma las mentiras mil veces repetidas hay que repetir mil veces las verdades que las desenmascaran. Reiterarlas una y otra vez, con esa combinación de divulgación rigurosa y facilidad de expresión que Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal dominan. Hay que seguir el viaje que realiza este libro por la realidad de Fukushima y los recovecos del poder nuclear para entender, ayudar, actuar y vivir.
La persona que debería haberlo prologado murió el 5 de diciembre de 2014; Ladislao Martinez, Ladis, fue el incansable activista voluntario y cordial compañero que sabía combinar rigor y capacidad divulgativa para, como los autores del libro, activar en cada persona el deseo de saber y la voluntad de trabajar por un futuro sin nucleares en una sociedad justa y sostenible sobre una tierra habitable. Junto con mi agradecimiento a Eduard y Salvador por su confianza sirvan estas líneas como homenaje tardío al compañero y amigo que tanto nos ayudó a comprender.
Prólogo del libro de Eduard Rodriguez Farré y Salvador López Arnal,
Crítica de la (sin)razón nuclear. Fukushima, un Chernóbil a cámara lenta,
Vilassar de Mar (Barcelona), El Viejo Topo, 2018.
En 2008 se publicó
Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente.
Un libro escrito desde el compromiso y el rigor científico, que eludía los falsos debates "económicos" y mostraba la realidad de la energía nuclear: una tecnología prepotente, que enmascaraba su fracaso con una peligrosa huida hacia delante. La obra abordaba cuestiones éticas, abría nuevas perspectivas y marcaba las claves del momento. Los autores de aquél libro son los mismos que los de éste que ahora tiene en sus manos.
La memoria es necesaria.
Leer "Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente" supuso una bocanada de aire fresco en un ambiente enrarecido por la presión del "renacimiento nuclear". Entender la importancia de aquella obra, y por lo tanto de ésta, supone un breve recorrido histórico.
El "renacimiento nuclear" comenzó en 2001. Cuando la industria consideró desvanecido el recuerdo de Chernóbil, constató que hacía años que no se construían reactores, y valoró que se encontraba en una coyuntura favorable: la crisis energética pasaba de rumor a clamor: cambio climático, presencia del "peak-oil", inestabilidad en zonas extractivas, guerras por el control de las reservas, subidas y bajadas del precio del petróleo, problemas de suministro, las renovables como única opción a medio y largo plazo, etc.
El catecismo neoliberal proclama que una crisis es sólo una oportunidad de negocio; y la industria nuclear obró en consecuencia. Aunque en España la beligerancia pro-nuclear del Partido Popular ya se manifestó en 2001, el "renacimiento nuclear" no se desarrolló hasta 2005, cuando la industria desplegó una vasta campaña para determinar la agenda política.
No se escatimaron medios, se reclutó un selecto grupo de empresarios, representantes políticos, periodistas, ex-presidentes de gobierno y ex-ministros, líderes sindicales, científicos y profesores universitarios, expertos y opinadores, etc. Ese grupo constituyó un potente coro mediático pro-nuclear que repetía una y otra vez el mismo estribillo: que la energía nuclear era una opción económica de futuro, que era necesaria como "parte de la solución" a la crisis energética y al cambio climático, y que nos amenazaba un futuro de inacabables desgracias si no sabíamos "hacer frente a los retos"; expresión ambigua, muy al uso entre grupos sociales que protegen sus privilegios trasladando al resto una permanente sensación de zozobra e inseguridad, para así evitar que se reflexione sobre lo bien que viven ellos.
La campaña, meticulosamente planeada, determinó un terreno de juego preciso. Aspectos del debate nuclear que eran comunes antes e inmediatamente después de Chernóbil, quedaron excluidos o se mencionaban de pasada: radiaciones, enfermedades, contaminación del entorno, impactos de la minería de uranio, incremento de los residuos, seguridad, armamento, etc. ; en resumen, todo lo que relacionase nuclear con conflictos irresolubles y/o daños a personas o al medio ambiente, fue considerado "tabú".
Antes de "renacimiento", el debate giraba en torno a hechos; se debatía sobre lo que se ocultaba a la sociedad, o sobre lo que se demostraba mediante investigación. El "renacimiento" decretó que los hechos era "confusos" y "poco concluyentes". Cualquier denuncia, aunque estuviese probada hasta el último detalle, era "contrastada" antes de ser publicada, es decir, se consultaba a portavoces de la industria nuclear, y sus opiniones aparecían al mismo nivel que los datos de la denuncia. El debate pasó de los hechos a las "percepciones".
Se multiplicaron las disertaciones, sin ningún tipo de rigor, sobre la aportación de las nucleares a la "mitigación" del cambio climático, la seguridad del suministro, el incremento de la demanda energética, los nuevos reactores de diseños "intrínsecamente seguros", el EPR, la energía nuclear de fusión y, sobre todo, la economía, mucha economía. Aparecieron propagandistas y expertos que repetían las consignas del "renacimiento" (por cierto, la contribución del máximo exponente de ese grupo, el profesor Manuel Lozano Leyva, es analizada y refutada en detalle en este libro), pero también aparecieron expertos críticos, personas que cuestionaban la viabilidad del "renacimiento nuclear" sin salir de los marcos establecidos.
Mantenerse en el terreno de juego, bien para apoyar o para criticar las nucleares, suponía ser calificado de analista y/o experto por los medios; salir del terreno de juego, es decir, insistir en cualquiera de los aspectos excluidos, llevaba a ser considerado radical de visión estrecha y/o activista descerebrado. En el debate no tardó en aparecer la "gran cuestión" a la que se dedicaron (y se dedican aún) abundantes discursos: ¿puede la energía nuclear superar la "prueba del mercado"? Y la pregunta recurrente, ¿"regresa" la energía nuclear?
Las personas que combinábamos activismo voluntario y vida laboral fuimos desbordados: el coro mediático pro nuclear y los críticos copaban la agenda, aparecían en todos los medios; el discurso crítico dejó a un lado la sociedad, las personas y el medio ambiente; se centró en el análisis de dictámenes de agencias de calificación de riesgo financiero, movimientos bancarios en torno a las eléctricas, costes de inversión, precios del kilovatio hora, "viabilidad de mercado", etc. Ignorando todas las trampas económicas que rodean la contabilidad energética en general, y la atómica en particular (trampas denunciadas durante años), las voces críticas se centraron en la competitividad, en demostrar que las nucleares no eran competitivas y que las energías renovables, en cambio, eran baratas, fiables y competitivas.
Fue entonces, en plena ofensiva nuclear, cuando apareció Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente, que nos suministró conocimiento de calidad y con formato pedagógico; conocimiento que no se sometía a las directrices del terreno de juego. Aunque fuese ahogado por el discurso dominante, el libro era imprescindible, recordaba la vigencia y realidad de Chernóbil, y detallaba manipulaciones y silencios usados para negarla.
Recuerdo un cruce de opiniones con uno de los expertos críticos del momento; a mi pregunta de por qué en sus frecuentes intervenciones mediáticas siempre minimizaba o silenciaba los impactos ambientales y las secuelas humanas y ecológicas de la catástrofe de Chernóbil, me contestó que entrar ahí era perder el tiempo, que ya casi nadie recordaba Chernóbil, que mucha gente joven ni había nacido cuando se produjo, etc.
Esa era la cruda realidad; pese al libro y pese las acciones de denuncia (como el recordatorio de los 20 años de Chernóbil en que se intentó una movilización social amplia), la ofensiva mediática del "renacimiento" era tan repetitiva, tan potente y tan sostenida que empezó a afectar a la "percepción" social. Sólo se podía argumentar que las nucleares eran "inviables económicamente en mercados competitivos", y esperar a ver que decidían los tales "mercados". Aunque a partir de 2008 se empezó a descubrir que los "mercados" eran sólo un eufemismo que ocultaba los intereses corporativos de bancos y empresas, y creció la protesta social por la especulación y el saqueo descarado de los que mandaban, el "renacimiento nuclear" estaba al margen de todo ello, encerrado en su propia "burbuja".
En 2009, consiguieron que Garoña no se cerrara, pese a la oposición que generaba y los riesgos que suponía. En abril de 2010, el Eurobarómetro mostraba en toda Europa una tendencia de apoyo creciente a la energía nuclear y al papel que debía desarrollar en el futuro ( http://europa.eu/rapid/press-release_IP-10-478_es.htm ); encuestas similares por todas partes. El "renacimiento" estaba alcanzando sus objetivos.
Once meses después de aquel Eurobarómetro, Fukushima explotó.
El desconcierto de la industria nuclear ante lo inesperado no duró ni un mes. Rápidamente se pasó del discurso triunfal al de la resignación, del "renacimiento nuclear" a la necesidad nuclear, una necesidad que venía impuesta por el cambio climático. Ahora se reconocían universalmente unos inevitables riesgos. ¿Existen acaso tecnologías libres de riesgos?, se proclamaba.
El brutal impacto de Fukushima no llegó a cuestionar el terreno de juego; los analistas o expertos homologados, especialmente los críticos, siguieron adaptándose a las directrices impuestas para no perder el favor de unos medios férreamente controlados. El experto crítico al que yo había interpelado siguió con su discurso centrado en la economía, sin mencionar cosas como contaminación radioactiva, enfermedades o cáncer; pese a que ahora tenía una catástrofe nuclear humeante y bien presente. Las implicaciones de Fukushima se redujeron a un problemas de costes. Incluso algunos críticos llevaron el problema de costes, a la necesidad de encontrar un equilibrio entre seguridad y garantía del suministro eléctrico, dando así el comprensible paso de analistas críticos a expertos objetivos.
Para el activismo voluntario, Fukushima supuso un efímero auge. Durante las primeras semanas de la catástrofe las asambleas para debatir acciones de denuncia contaban con una presencia mucho mayor que la provocada por Chernóbil. Durante la primavera y el verano de 2011 se produjeron manifestaciones contra la energía nuclear en varios lugares de España, se llegó al nivel de movilización previo al cierre de Vandellós1 en 1989–1990. Fue una respuesta muy intensa, pero de poco recorrido; el aluvión de personas disminuyó cuando se comprobó que la industria nuclear no se rendía; a ello se añadieron cosas que exigirían un análisis profundo, como la idea equivocada de que se puede combatir el poder de la industria con mensajes en internet o recogidas de firmas virtuales, por poner sólo dos ejemplos.
Entre Chernóbil y el "renacimiento nuclear" transcurren 15 años, los necesarios para que se produzca el olvido; entre Fukushima y la petición de la industria nuclear para que la Cumbre del Clima de París (COP 21, diciembre de 2015) asuma la energía nuclear como mecanismo de mitigación del cambio climático, transcurren 4 años y 9 meses; menos de un tercio del tiempo anterior. Aunque la COP21 no aceptó la petición, otorgó a la Agencia Internacional de Energía Atómica la consideración de miembro observador en las reuniones de la Conferencia de las Partes. Antes, en septiembre de 2013, el Comité Olímpico Internacional ya había elegido a Tokio como ciudad organizadora de la 32ª edición de los Juegos Olímpicos. La situación informativa, política y social se considera controlada, y el "renacimiento", convenientemente adaptado a "mantenimiento", continua.
Un apunte: este prólogo se redacta mientras la industria nuclear en España, una vez conseguido su objetivo de mantener funcionando las centrales 60 años sin que interfieran las revisiones de seguridad, negocia discretamente una rebaja de impuestos con el gobierno del Partido Popular invocando los costes que suponen las "exigencias" legales de seguridad y la merma de beneficios que implican.
Por eso este libro de Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal es tan oportuno como necesario. Su título y subtítulo: Crítica de la (sin)razón nuclear. Fukushima, un Chernóbil a cámara lenta sintetiza los ejes que marcan la resistencia nuclear en el siglo XXI.
El apartado sobre Fukushima es una batalla contra el olvido, el arma más poderosa de la industria nuclear; Eduard y Salvador combaten con hechos y datos la disciplinada, sistemática e inhumana respuesta de la industria a una catástrofe social y ambiental que sigue desarrollándose hoy.
Así, la pretensión de reducirlo todo a un problema de costes, naufraga ante la información que presentan los autores, dos personas con conocimientos puestos al servicio de las llamadas "clases subalternas", porque la radiación afecta a todos los seres vivos, pero no todos tienen los mismos recursos para protegerse o combatir sus secuelas.
No obstante, el libro va más allá.
Profundizando en una línea que ya iniciaron en Casi todo lo que usted desea..., En la encrucijada... abunda en la idea de que la resistencia a las nucleares es una cuestión profundamente ética. No basta con disponer de modelos u hojas de cálculo con cifras de substitución de potencia energética nuclear por energías renovables. De poco sirve la abundancia de datos si no predominan valores que, aparentemente, poco tienen que ver con la técnica y la ciencia atómica; de ahí que, al margen de los testimonios humanos que ilustran los apartados, un tercio de la obra esté dedicado a un recorrido por el pensamiento de maestros de la filosofía y el conocimiento científico, de la política y la literatura, algo que puede parecer chocante en una obra de este tipo, pero que no lo es en absoluto.
Ya que estamos ante un conflicto a largo plazo, que exige combinar la sabiduría resistente con un conocimiento preciso y riguroso. Por ello que el recorrido inicial que los autores realizan por el concepto de Antropoceno no puede ser más acertado. La frase: "más vale hoy activos, que mañana radiactivos" sigue plenamente vigente, pero debe ser actualizada para que mantenga su valor en el siglo XXI.
Cada día se desmiente la ilusión de que la energía nuclear "desaparecerá naturalmente". Las nucleares surgieron de una voluntad política, se mantienen por una voluntad política, y cumplen una función política. En el siglo XXI la industria nuclear gana tiempo, pervivirá y se renovará mientras quede uranio. Ni fantasías sobre "mecanismos de mercado", ni la repetición de que las nucleares son cosa del pasado, ni un hipotético auge de las energías renovables (cuyo mayor obstáculo es, precisamente, las centrales nucleares) la hará "desaparecer". Sólo el conocimiento riguroso y la resistencia tenaz de personas que se nieguen a ser víctimas puede llevar a que la encrucijada más fatídica de la historia de Humanidad conduzca a una humanidad libre sobre una Tierra habitable.
Para que la ciudadanía no asuma las mentiras mil veces repetidas hay que repetir mil veces las verdades que las desenmascaran. Reiterarlas una y otra vez, con esa combinación de divulgación rigurosa y facilidad de expresión que Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal dominan. Hay que seguir el viaje que realiza este libro por la realidad de Fukushima y los recovecos del poder nuclear para entender, ayudar, actuar y vivir.
La persona que debería haberlo prologado murió el 5 de diciembre de 2014; Ladislao Martinez, Ladis, fue el incansable activista voluntario y cordial compañero que sabía combinar rigor y capacidad divulgativa para, como los autores del libro, activar en cada persona el deseo de saber y la voluntad de trabajar por un futuro sin nucleares en una sociedad justa y sostenible sobre una tierra habitable. Junto con mi agradecimiento a Eduard y Salvador por su confianza sirvan estas líneas como homenaje tardío al compañero y amigo que tanto nos ayudó a comprender.
domingo, 11 de junio de 2017
Apuestan por las energías renovables y rechazan una ampliación de la actividad de las nucleares hasta los 60 años 125 organizaciones se manifiestan hoy en Madrid por el cierre de las centrales nucleares
Más de 125 organizaciones sociales, ecologistas y políticas de los estados español y portugués han llamado a participar en la manifestación que se celebra el 10 de junio en Madrid, para reivindicar el cierre de las centrales nucleares. Con la consigna “Cerrar Almaraz y todas las demás. 100% renovables”, el Movimiento Ibérico Antinuclear (MIA) ha convocado esta movilización para pedir al Gobierno que no se renueven las licencias nucleares, “ante el alargamiento previsto de la vida de las centrales sin un debate público oportuno”. Las organizaciones convocantes rechazan la Orden Ministerial “que apuesta por la prolongación de la actividad de las centrales nucleares”. La decisión del gobierno se produce, critican estas fuentes, en pleno proceso de renovación de los permisos de explotación y en el contexto de otras cuestiones todavía pendientes, como el porvenir de la planta nuclear de Garoña, la licencia del cementerio nuclear de Villar de Cañas (Cuenca) y el intento de ampliación del cementerio de residuos radiactivos de El Cabril (Córdoba).
En un principio Endesa, Iberdrola y Gas Natural-Fenosa (empresas propietarias de las plantas nucleares) tenían que renovar la mayoría de las licencias de explotación en 2017 y a lo largo de 2018: Almaraz, antes del ocho de junio; Vandellós, antes del 26 de julio; Cofrentes (20 de marzo de 2018), Ascó I y II (dos de octubre de 2018) y Trillo (17 de noviembre de 2021). Sin embargo, el Ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital ha decidido ampliar el límite para que las empresas soliciten la renovación de las autorizaciones de explotación. En el caso de Almaraz y Vandellós, el plazo concluye el 31 de marzo de 2019. Según el portavoz de Ecologistes en Acció del País Valencià, Carlos Arribas, “se trata de una medida que responde a los intereses de las empresas y que éstas propusieron en su día; algunas no tienen claro si continuar o no, por ejemplo Iberdrola considera que la central de Garoña no representa hoy un buen negocio”.
Más allá del dédalo administrativo, el manifiesto concluye de manera rotunda: “La energía nuclear es cara, sucia y peligrosa”. Así lo acreditan catástrofes como las de Harrisburg, Chernóbil o Fukushima. En el estado español, “el funcionamiento hasta los 60 años supone un riesgo inaceptable, ya que los accidentes serán más probables en un parque nuclear envejecido”. ¿Qué implicaría un alargamiento de la vida de las plantas nucleares? Según los colectivos ecologistas, un incremento “considerable” de los residuos radiactivos, principalmente los de “alta actividad”; estos “son peligrosos durante centenares de miles de años, y tampoco existe una forma de gestión aceptable”. Otra razón importante es el lucro empresarial: “Continuar con la obtención de beneficios millonarios a través de la factura eléctrica y otras subvenciones costeadas por la ciudadanía”.
El Movimiento Ibérico Antinuclear (MIA) apunta, como ejemplo de los riesgos de catástrofe, el cortocircuito ocurrido el pasado 23 de mayo en las barras de alimentación eléctrica de la central nuclear de Ascó I (Tarragona). El MIA y Ecologistas en Acción denunciaron que los hechos fueron “mucho peores” de lo publicitado por el CSN, que los situó en los niveles más bajos de la escala y sin impacto para la seguridad. Según informaciones de los grupos ecologistas, el cortocircuito hizo que se produjeran fallos en toda la iluminación “normal”, lo que obligó a encender la de emergencia. Además, “fallaron todos los controles de acceso a las zonas restringidas; y durante el fallo de alimentación eléctrica, los trabajadores podrían haber entrado en zonas con alto riesgo de contaminación e irradiación externa”. El portavoz del MIA y de Ecologistas en Acción, Francisco Castejón, alertó de la importancia respecto a la seguridad que tuvo el “incidente”, por lo que “debería ser calificado como “Nivel I”.
La responsable de la campaña antinuclear de Greenpeace, Raquel Montón, insiste en la amenaza que supone el envejecimiento del parque nuclear. Mientras que la vida útil media de los reactores nucleares a escala mundial es de 29 años, en el estado español la vida útil media es actualmente de 33, y con las actuales licencias de explotación se alcanzarán los 38 años. “Las centrales en España se diseñaron inicialmente para una vida útil de entre 30 y 40 años, ampliar el límite más allá de la vida de diseño incrementa los riesgos para la seguridad”, sostiene la activista en un acto organizado por la Plataforma Tanquem Cofrents en la Universitat de València. Las empresas plantean que la actividad de las centrales nucleares se amplíe hasta los 60 años.
Montón recuerda que el coste del desmantelamiento tienen que cubrirlo, tal como establece la legislación, las empresas propietarias. Según las últimas evaluaciones (julio de 2015), el coste de desmantelamiento y gestión de los residuos radiactivos en España ascendería a 20.200 millones de euros. ¿Existen esos recursos? Un informe de la Comisión Europea de 2016 señala que la financiación disponible no alcanza, en el caso español, siquiera el 30% de la cantidad requerida, lo que implica el menor porcentaje en los países de Europa occidental. En cuanto a posibles alternativas, Greenpeace recuerda que según las cifras de Red Eléctrica de España, en 2015 la energía nuclear representó cerca del 21,7% de la electricidad producida en todo el estado, mientras que el porcentaje de generación renovable aportó el 36,9%. A escala global, también hay datos para cuestionar el futuro halagüeño de las nucleares. Hasta el año 2015 se habían desmantelado 157 plantas nucleares, 95 de ellas en Europa. Además, un tercio de las centrales que actualmente operan en el viejo continente habrán cumplido en 2025 su periodo de vida útil.
Diseñada a finales de los años 60, la central nuclear de Cofrentes (Valencia) logró la autorización para su puesta en marcha en julio de 1984, mientras que el permiso de funcionamiento termina en marzo de 2021. En la conferencia titulada “Cap a una inevitable tancament de les nuclears. Una porta oberta a les renovables” ha participado José Juan Sanchis, de la Plataforma Tanquem Cofrents, integrada por una decena de organizaciones ecologistas, sociales y sindicales. “Esta planta nuclear beneficia a los amos de Iberdrola, y nos perjudica al 99,9% de la población”. La plataforma, que ha presentado mociones en los consistorios del País Valenciano por el cierre de la nuclear, se ha adherido a la manifestación del 10 de junio en Madrid.
Según Iberdrola, la planta de Cofrentes es la que cuenta con mayor potencia eléctrica instalada en el estado español, con 1.092 megavatios (en 2016 produjo el 17% de la energía eléctrica de origen nuclear en el estado español). Los grupos ecologistas alertan de los serios riesgos de la central, ubicada a dos kilómetros de Cofrentes. Recuerdan que la central valenciana contabiliza 25 paradas no programadas y más de cien “incidentes” de seguridad. Además, a finales de 2016 Iberdrola inició los trámites para implantar un almacén de residuos radiactivos en la central de Cofrentes. El almacén proyectado es, a juicio de Tanquem Cofrents, el primer paso del plan que persigue la empresa: la ampliación del periodo de funcionamiento de la central, más allá de su periodo de vida útil.
La Plataforma por un Nuevo Modelo Energético agrupa a más de 400 organizaciones y 3.900 personas en el estado español. Actualmente mantienen la campaña “#UnMillonSesale”. Se trata, explica el activista de la plataforma y miembro de Tanquem Cofrents, Salvador Moncayo, de que un millón de personas abandonen el “oligopolio eléctrico” y contraten el suministro con una cooperativa o empresa que comercialice electricidad de origen renovable. “Estamos ante años cruciales, sostiene Moncayo, y sólo la presión ciudadana podrá impedir que se otorguen más licencias de explotación”. Si así fuera, las centrales nucleares actualmente en funcionamiento cerrarían sus puertas en 2020 y 2021, salvo la planta nuclear de Trillo, cuya licencia expira en 2024. Actualmente, agrega el activista, el negocio de las empresas eléctricas se mantiene “en respiración asistida, por esta razón se afirma que energías como la solar no son rentables; pero se les acaban los argumentos”.
sábado, 31 de agosto de 2013
"No" a la energía nuclear, de Fukushima a Vermont
Bienvenidos al renacimiento de la lucha antinuclear.
Entergy Corp., una de las mayores empresas productoras de energía nuclear en Estados Unidos, emitió un comunicado de prensa sorpresivo el martes, en el que afirma que planea “cerrar y desmantelar su planta nuclear Vermont Yankee en Vernon, Vermont. Se prevé que la planta dejará de generar energía después de su ciclo actual de combustible y se proceda a su cierre seguro a fines de 2014”. Si bien el comunicado de prensa proviene de la empresa, esta decisión de cerrar la planta es el resultado de años de protestas populares y de acción a nivel del Parlamento del estado. Mientras los activistas estadounidenses celebran esta gran derrota de la energía nuclear, en Japón, funcionarios oficiales reconocieron que las fugas radiactivas provocadas por la catástrofe nuclear en la planta de Fukushima Daiichi son peores de lo que habían admitido.
El consultor y especialista en energía nuclear Arnie Gunderson comentó acerca del anuncio de Entergy sobre el cierre previsto de la planta de Vermont: “Llevó tres años, pero la presión ciudadana finalmente logró que el Senado estatal tomara esa postura”. Gunderson ha coordinado proyectos en 70 plantas nucleares de todo el país y ahora se dedica a brindar un testimonio independiente sobre la energía nuclear y la radiación. Gunderson explicó cómo fue que el estado de Vermont, por primera vez en la historia del país, prohibió que la planta funcionara más allá de su plazo permitido de 40 años. Entergy había solicitado una prórroga de 20 años. “La Legislatura, en una decisión de 26 votos a favor y 4 en contra, sostuvo: ‘No. No vamos a otorgarles una prórroga. Se terminó. Un trato es un trato. El trato fue de 40 años’. Entonces, Entergy acudió primero al tribunal federal en Vermont y ganó, y luego la instancia fue recurrida ante un tribunal de apelaciones de la ciudad de Nueva York, donde la empresa volvió a ganar con el argumento de que los estados no tienen autoridad para regular asuntos de seguridad”. A pesar de haber ganado a nivel judicial, Entergy cedió ante la presión pública.
En 2011, el Gobernador de Vermont, Peter Shumlin, que dijo que Entergy era una “empresa en la que no podemos confiar”, afirmó en Democracy Now!: “Somos el único estado del país que ha tomado el poder en sus propias manos y ha dicho que sin el voto afirmativo de la legislatura estatal, la Junta de Servicios Públicos no puede emitir un certificado de interés público para que una planta nuclear permanezca en actividad en forma legal durante otros veinte años. El Senado se ha pronunciado. Ha dicho que no, que administrar una planta nuclear vieja, que tiene fugas, no es en favor del interés superior de Vermont. Y esperamos que se respete nuestra decisión”.
Amy Goodman y Denis Moynihan Más...
Entergy Corp., una de las mayores empresas productoras de energía nuclear en Estados Unidos, emitió un comunicado de prensa sorpresivo el martes, en el que afirma que planea “cerrar y desmantelar su planta nuclear Vermont Yankee en Vernon, Vermont. Se prevé que la planta dejará de generar energía después de su ciclo actual de combustible y se proceda a su cierre seguro a fines de 2014”. Si bien el comunicado de prensa proviene de la empresa, esta decisión de cerrar la planta es el resultado de años de protestas populares y de acción a nivel del Parlamento del estado. Mientras los activistas estadounidenses celebran esta gran derrota de la energía nuclear, en Japón, funcionarios oficiales reconocieron que las fugas radiactivas provocadas por la catástrofe nuclear en la planta de Fukushima Daiichi son peores de lo que habían admitido.
El consultor y especialista en energía nuclear Arnie Gunderson comentó acerca del anuncio de Entergy sobre el cierre previsto de la planta de Vermont: “Llevó tres años, pero la presión ciudadana finalmente logró que el Senado estatal tomara esa postura”. Gunderson ha coordinado proyectos en 70 plantas nucleares de todo el país y ahora se dedica a brindar un testimonio independiente sobre la energía nuclear y la radiación. Gunderson explicó cómo fue que el estado de Vermont, por primera vez en la historia del país, prohibió que la planta funcionara más allá de su plazo permitido de 40 años. Entergy había solicitado una prórroga de 20 años. “La Legislatura, en una decisión de 26 votos a favor y 4 en contra, sostuvo: ‘No. No vamos a otorgarles una prórroga. Se terminó. Un trato es un trato. El trato fue de 40 años’. Entonces, Entergy acudió primero al tribunal federal en Vermont y ganó, y luego la instancia fue recurrida ante un tribunal de apelaciones de la ciudad de Nueva York, donde la empresa volvió a ganar con el argumento de que los estados no tienen autoridad para regular asuntos de seguridad”. A pesar de haber ganado a nivel judicial, Entergy cedió ante la presión pública.
En 2011, el Gobernador de Vermont, Peter Shumlin, que dijo que Entergy era una “empresa en la que no podemos confiar”, afirmó en Democracy Now!: “Somos el único estado del país que ha tomado el poder en sus propias manos y ha dicho que sin el voto afirmativo de la legislatura estatal, la Junta de Servicios Públicos no puede emitir un certificado de interés público para que una planta nuclear permanezca en actividad en forma legal durante otros veinte años. El Senado se ha pronunciado. Ha dicho que no, que administrar una planta nuclear vieja, que tiene fugas, no es en favor del interés superior de Vermont. Y esperamos que se respete nuestra decisión”.
Amy Goodman y Denis Moynihan Más...
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