La naturaleza de la función docente es de extraordinaria importancia y complejidad. Muchas personas, lamentablemente, entienden que para ejercerla, solo hace falta dominar el campo de conocimiento que se pretende enseñar. Y ni siquiera eso. Sin embargo, para que se produzca el aprendizaje no basta con que alguien pretenda enseñar sino que es imprescindible que alguien quiera aprender. Y ahí esta la cuestión: ¿cómo despertar en los alumnos y alumnas el deseo de aprender?, ¿cómo suscitar la pasión por el conocimiento?, ¿cómo ayudar a que el saber se convierta en sabiduría?, ¿cómo acompañar al aprendiz en la búsqueda de la libertad y de la felicidad?, ¿cómo conseguir poner el conocimiento adquirido al servicio de la sociedad?
Frente a la desafección reinante e, incluso, frente a la agresividad de algunos, contra quienes se dedican a la enseñanza, quiero dedicar estas líneas a rendir un sincero elogio a quienes, de forma humilde, paciente y generosa dedican su trabajo y su vida a cultivar la mente y cuidar el corazón de sus alumnos y alumnas. Creo que la sociedad no valora de manera justa el trabajo de la enseñanza. No valora en la medida necesaria a los profesionales de la educación.
No hace mucho tiempo, conocí el caso de una familia cuya hija había obtenido una nota de 13.75 en las pruebas de acceso a la Universidad (el máximo es 14). Al conocer la voluntad de su hija de hacer la carrera de Educación Primaria, le recriminaban su escasa ambición. Con esa nota podía elegir una carrera más importante, de mayor estatus, de más proyección, de mayor remuneración.
Alguna vez he contado, no sé si en este espacio, que una maestra argentina me dijo en cierta ocasión que tenía una alumna que iba a casa todos los días con la misma cantinela:
– Mamá, no veas qué maestra más inteligente me ha tocado este año, pero qué inteligente…
La madre, haciéndose eco de ese estado de opinión que menosprecia o minusvalora a los docentes, le contestó un buen día, cansada de la insistencia:
– Mira, hija, no insistas. No será tan inteligente si es maestra…
La madre quería decir que si de verdad fuera inteligente, sería médica, o arquitecta, o ingeniera, o informática, o farmacéutica, o astronauta, o abogada…
Michel Serres fue un filósofo e historiador de las ciencias, miembro de la Academia Europea de las Ciencias y las Artes y de la Academia francesa. Fue también profesor de historia de la ciencia en la Universidad de París. Un personaje de tan alta cualificación profesional dice lo siguiente de la tarea de enseñar. “Si usted tiene un pan y yo tengo un euro, y yo voy y le compro el pan, yo tendré un pan y usted tendrá un euro. Esto es, A tiene un pan y B tiene un euro. Y después de la transacción, a la inversa: A tiene un euro y B tiene un pan. Es un equilibrio perfecto. Pero si usted sabe un soneto de Verlaine o el teorema de Pitágoras y yo no los sé. Y ahora usted me los enseña, al final de ese intercambio, yo sabré el soneto y el teorema de Pitágoras pero usted los habrá conservado. En el primer caso, hay equilibrio. Esto es, mercancía. En el segundo, hay crecimiento. Esto es, cultura, educación”.
No olvidemos que, en una sociedad en la que todo el mundo sabe que quien tiene información tiene poder, el profesor o la profesora dedican su vida a compartir el saber que poseen y ayudan a los alumnos y alumnas a buscar por sí mismos el conocimiento.
Uno de los caminos que lleva de forma rápida y fácil a la valoración de la enseñanza es la manifestación gratitud y admiración que hacen los alumnos y exalumnos a quienes les han enseñado. Tengo una colección casi interminable de testimonios famosos. Y estoy seguro de que existe infinidad de experiencias de este tipo que podría contar la inmensa mayoría de los docentes de a pie. Uno de los más elocuentes que recuerdo es el de Albert Camus a su maestro, el señor Germain, cuando su alumno recibe el premio Nobel de Literatura.
Dice en la carta que le dirige: “Esperé que se apagara un poco el ruido que ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero, cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que yo era, sin su esperanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que conceda demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido”.
En su novela póstuma titulada “El primer hombre”, Camus quiso inmortalizar el recuerdo de su maestro y escribió unas bellísimas páginas en las que recuerda la increíble y gozosa aventura que eran las clases del señor Germain. Escribe Camus: “Después venía la clase. Con el señor Germain era siempre interesante por la sencilla razón de que él amaba apasionadamente su trabajo… En la clase del señor Germain, por lo menos, la escuela alimentaba en ellos un hambre más especial todavía para el niño que para el hombre, que es el hambre de descubrir. En las otras clases les enseñaban sin duda muchas cosas, pero un poco como se ceba a un ganso. En las clases del señor Germain sentían por primera vez que existían y que eran objeto de la más alta consideración: se les juzgaba dignos de descubrir el mundo”.
Le he oído a Irene Vallejo hacer un elogio apasionado de la profesión docente en estos tiempos de pandemia.. Me gustaría trascribirlo íntegramente porque no tiene desperdicio. Solamente haré referencia a un pasaje que ella lee entresacado de uno de sus libros.
“Aprendemos la lengua materna siendo muy pequeños, recién llegados al mundo. Sin embargo, las palabras que empezamos a decir con torpe lengua de trapo son muy antiguas, algunas milenarias. Nosotros estrenamos la vida y los nombres de las cosas, pero el idioma tiene una larga historia. Si nos detenemos un instante para interrogar a las etimologías, descubrimos significados asombrosos que nos interpelan desde el pasado. Al indagar el origen del término “ministro”, topamos con una de esas sorpresas. Deriva del latín “minus”, es decir, “menos”. El ministro, según nuestros antepasados, es quien se ocupa de las minucias, o sea, de administrar asuntos más bien incordiantes que esenciales. En cambio, lo fundamental, lo que realmente importa, lo más —en latín “magis” — es la tarea del “magister”, del maestro. Esta es la antigua idea plasmada en las palabras que, sin saberlo, utilizamos hoy: hace algo más grande quien se dedica a enseñar que quien gobierna. La voz del pasado nos dice que la educación es, más que ningún otro oficio, el territorio donde soñamos y creamos el futuro. Una profesión que merece gratitud, no solo en latín sino en todos los idiomas. Quizá convenga repensar nuestras nuevas ideas: ¿qué valoramos más como sociedad, a quiénes encumbramos? Las etimologías responden: pasar de un ministerio a una escuela supone un ascenso”.
Hay quien piensa que las vacaciones de los maestros y de las maestras son excesivas, pero no piensan en todo el tiempo que se necesita para preparar las clases, para formarse, para fortalecerse anímicamente. Un banquero cierra la puerta de su oficina y se va para casa sin tener que llevarse tarea al domicilio. Pero un maestro tiene que prepararse, tiene que leer, tiene que planificar y tiene que evaluar, fuera de las horas de clase. Se es maestro de manera ininterrumpida.
En tiempos de pandemia, la docencia ha sido un faro en la noche, ha sido un referente no solo para las mentes sino para los corazones de los alumnos y de las alumnas. Y también de las familias. Además, en las etapas de enseñanza presencial, ha cuidado también de la salud de todos los integrantes de la comunidad educativa. Dice Irene Vallejo en un mensaje en el que desea felices vacaciones a los docentes: “En estos tiempos de borrascas, de nieblas y de rutas inciertas, la educación ha sido nuestro refugio. Quienes os dedicáis al antiguo oficio de la enseñanza habéis protegido frente a la amenaza, las claves para imaginar el futuro”. Larga vida a los docentes y unas vacaciones felices que ayuden a fortalecer la pasión por la enseñanza.
https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2021/08/07/maestros-y-ministros/
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martes, 10 de agosto de 2021
viernes, 7 de febrero de 2014
Tres ex ministros de Educación piden un pacto de Estado. "La ley tiene que ser probada, no aprobada", dice Díaz Ambrona en la Semana de la Fundación Santillana
Tres ex ministros de Educación de la democracia Juan Antonio Ortega y Díaz Ambrona (UCD, 980-2001), Mercedes Cabrera (PSOE, 2006-2009) y Ángel Gabilondo (2009-2011), y un ex secretario general, Eugenio Nasarre (PP, 1996-1998), han pedido esta noche un pacto de Estado para la Educación. Los Pactos de la Moncloa -que se saldaron con 750.000 plazas escolares más- o la Comisión de Humanidades en el Parlamento –que buscó un enfoque menos tecnocrático de la enseñanza- han sido dos ejemplos que reiteradamente han salido a relucir. Estas reflexiones han tenido lugar en la última jornada de la Semana de la Educación que celebra la Fundación Santillana desde hace 28 años.
Gabilondo piensa que el pacto es necesario por democracia y eficiencia. “Lo que no puede ser es que una vez que tienes un texto llames al consenso y a que se puedan hacer comentarios. Otra historia es llamar desde el momento mismo de la concepción de esa ley. El acuerdo tiene que ser con los agentes sociales, porque, si no, aunque haya ley no se cambiará el sistema”. Su antecesora en el puesto, Cabrera, prefiere los pactos sociales a los políticos. “Hay que hacer espacios de debate que no toquen lo que tocan las leyes, que son los intereses empresariales y los contenidos curriculares hasta extremos ridículos. Hay que prepararnos para el cambio, porque educamos para un mundo que ya no está.”
Díaz Ambrona se muestra escéptico a la reforma: “No tengo confianza de que una ley, porque sea aprobada, vaya a ir bien. Tiene que ser probada. Debía de haber un pacto de Estado entre los políticos”. Aunque cree que predica en el desierto. “No sé si es peor que la haya aprobado solo un partido o que el resto se haya puesto de acuerdo en derogarla”. En opinión de este ex ministro de UCD el problema es que “la educación es un granero de votos”, y se debería de poner en manos de los profesionales de la educación, creando un marco estable de 10 años - “que es lo que al menos se necesita para que un sistema educativo rinda- y con el compromiso de tener siempre la inversión de la media de la OCDE.
Nasarre, de todos modos, cree que no ha habido tanta “inestabilidad legislativa” porque hay “muchos son remiendos” en las siete leyes que se han redactado. Considera que la ley del 70 necesitaba un recorrido de más de 20 años y lamenta el “cambio sustancial” de los noventa. Pero se muestra optimista con o sin pacto: “El sistema tiene medios materiales y humanos para mejorar los objetivos y los rendimientos con la ley que sea”.
Fuente: El País
Gabilondo piensa que el pacto es necesario por democracia y eficiencia. “Lo que no puede ser es que una vez que tienes un texto llames al consenso y a que se puedan hacer comentarios. Otra historia es llamar desde el momento mismo de la concepción de esa ley. El acuerdo tiene que ser con los agentes sociales, porque, si no, aunque haya ley no se cambiará el sistema”. Su antecesora en el puesto, Cabrera, prefiere los pactos sociales a los políticos. “Hay que hacer espacios de debate que no toquen lo que tocan las leyes, que son los intereses empresariales y los contenidos curriculares hasta extremos ridículos. Hay que prepararnos para el cambio, porque educamos para un mundo que ya no está.”
Díaz Ambrona se muestra escéptico a la reforma: “No tengo confianza de que una ley, porque sea aprobada, vaya a ir bien. Tiene que ser probada. Debía de haber un pacto de Estado entre los políticos”. Aunque cree que predica en el desierto. “No sé si es peor que la haya aprobado solo un partido o que el resto se haya puesto de acuerdo en derogarla”. En opinión de este ex ministro de UCD el problema es que “la educación es un granero de votos”, y se debería de poner en manos de los profesionales de la educación, creando un marco estable de 10 años - “que es lo que al menos se necesita para que un sistema educativo rinda- y con el compromiso de tener siempre la inversión de la media de la OCDE.
Nasarre, de todos modos, cree que no ha habido tanta “inestabilidad legislativa” porque hay “muchos son remiendos” en las siete leyes que se han redactado. Considera que la ley del 70 necesitaba un recorrido de más de 20 años y lamenta el “cambio sustancial” de los noventa. Pero se muestra optimista con o sin pacto: “El sistema tiene medios materiales y humanos para mejorar los objetivos y los rendimientos con la ley que sea”.
Fuente: El País
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