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martes, 22 de agosto de 2023

La enorme tragedia de Oppenheimer

Robert Oppenheimer sitting at a table, speaking before a group of microphones.
Un día de la primavera de 1954, J. Robert Oppenheimer se encontró con Albert Einstein a la salida de sus oficinas en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, Nueva Jersey. Oppenheimer era director del instituto desde 1947 y Einstein, miembro de la facultad desde que huyó de Alemania en 1933. Los dos hombres podían discutir sobre física cuántica —Einstein refunfuñaba que no creía que Dios jugara a los dados con el universo—, pero eran buenos amigos.

Oppenheimer aprovechó la ocasión para explicarle a Einstein que iba a ausentarse del instituto durante algunas semanas. Se estaba viendo obligado a defenderse en Washington, D. C., durante una audiencia secreta por acusaciones de que era un riesgo para la seguridad, y quizás incluso desleal. Einstein argumentó que Oppenheimer “no tenía ninguna obligación de someterse a la caza de brujas, que había servido bien a su país y que, si esta era la recompensa que [Estados Unidos] le ofrecía, debía darle la espalda”. Oppenheimer objetó y afirmó que no podía darle la espalda a Estados Unidos. “Amaba a su país”, dijo Verna Hobson, su secretaria, quien vio la conversación, “y ese amor era tan profundo como su amor por la ciencia”.

“Einstein no lo entiende”, le dijo Oppenheimer a Hobson. Pero mientras Einstein volvía a su despacho le dijo a su asistente, asintiendo en dirección a Oppenheimer: “Ahí va ese tonto”.

Einstein tenía razón. Oppenheimer se estaba sometiendo tontamente a un tribunal irregular en el que pronto fue despojado de su autorización de seguridad y humillado públicamente. Los cargos eran endebles pero, por una votación de dos a uno, el panel de seguridad de la Comisión de Energía Atómica consideró a Oppenheimer un ciudadano leal que, sin embargo, era un riesgo para la seguridad: “Consideramos que la conducta y asociación continuas de Oppenheimer han reflejado un grave desprecio por los requisitos del sistema de seguridad”. Al científico ya no se le confiarían los secretos de la nación. Celebrado en 1945 como el “padre de la bomba atómica”, nueve años más tarde se convertiría en la principal víctima célebre de la vorágine macartista.

Puede que Oppenheimer fuera ingenuo, pero hizo bien en luchar contra las acusaciones y en utilizar su influencia como uno de los científicos más destacados del país para hablar en contra de la carrera armamentista nuclear. En los meses y años anteriores a la audiencia de seguridad, Oppenheimer había criticado la decisión de construir una superbomba de hidrógeno. De manera sorprendente, había llegado a decir que la bomba de Hiroshima se utilizó “contra un enemigo en esencia derrotado”. La bomba atómica, advirtió, “es un arma para agresores, y los elementos de sorpresa y terror son tan intrínsecos a ella como los núcleos fisionables”. Estas disensiones francas respecto de la opinión predominante de la élite de seguridad nacional de Washington le trajeron enemigos políticos poderosos. Precisamente por eso se le acusaba de deslealtad.

Tengo la esperanza de que la nueva y asombrosa película de Christopher Nolan sobre el legado complejo de Oppenheimer inicie una conversación en el país no solo sobre nuestra relación existencial con las armas de destrucción masiva, sino también sobre la necesidad de que los científicos participen como intelectuales públicos en nuestra sociedad. La película de Nolan, que dura tres horas, es una apasionante historia de suspenso y misterio que profundiza en lo que Estados Unidos le hizo a su científico más famoso.

Tristemente, la historia de la vida de Oppenheimer es relevante para nuestros predicamentos políticos actuales. Oppenheimer fue destruido por un movimiento político caracterizado por demagogos ignorantes, antiintelectuales y xenófobos. Los cazadores de brujas de aquella época son los antepasados directos de nuestros actuales actores políticos de cierto estilo paranoico. Estoy pensando en Roy Cohn, el abogado principal del senador Joseph McCarthy, que intentó hacerle un citatorio a Oppenheimer en 1954, pero le advirtieron que hacerlo podría interferir con la inminente audiencia de seguridad en contra del científico. Sí, ese Roy Cohn, el que le enseñó al expresidente Donald Trump su descarado y totalmente delirante estilo de hacer política. Basta con recordar los comentarios del expresidente sobre la pandemia o el cambio climático, rebatidos por los hechos. Se trata de una visión del mundo que desprecia con orgullo la ciencia.

Después de que el científico más célebre de Estados Unidos fuera acusado falsamente y humillado en público, el caso Oppenheimer supuso una advertencia a todos los científicos para que no se presentaran en la arena política como intelectuales públicos. Esa fue la verdadera tragedia de Oppenheimer. Lo que le ocurrió también dañó nuestra capacidad como sociedad para debatir honestamente sobre la teoría científica, la base misma de nuestro mundo moderno.

La física cuántica ha transformado por completo nuestra comprensión del universo. Y esta ciencia también nos ha conducido a una revolución en la potencia informática e innovaciones biomédicas asombrosas para prolongar la vida humana. Sin embargo, demasiados de nuestros ciudadanos siguen desconfiando de los científicos y no comprenden la búsqueda científica, ni el ensayo y error inherentes a la comprobación de cualquier teoría frente a los hechos mediante la experimentación. Solo hay que ver lo que les ocurrió a nuestros funcionarios de salud pública durante la reciente pandemia.

Nos encontramos en el umbral de otra revolución tecnológica en la que la inteligencia artificial transformará nuestra forma de vivir y trabajar y, sin embargo, aún no tenemos el tipo de discurso civil e informado con sus innovadores que podría ayudarnos a tomar decisiones políticas acertadas sobre su regulación. Nuestros políticos deben escuchar más a innovadores tecnológicos como Sam Altman y a físicos cuánticos como Kip Thorne y Michio Kaku.

Oppenheimer intentaba con desesperación mantener ese tipo de conversación sobre las armas nucleares. Intentaba advertir a nuestros generales que no se trataba de armas para el campo de batalla, sino de armas de puro terror. Sin embargo, nuestros políticos optaron por silenciarlo; el resultado fue que pasamos la Guerra Fría enfrascados en una carrera armamentística costosa y peligrosa.

Hoy en día, las amenazas no tan veladas de Vladimir Putin de desplegar armas nucleares tácticas en la guerra de Ucrania son un duro recordatorio de que nunca podemos ser complacientes a la hora de convivir con las armas nucleares. Oppenheimer no lamentó lo que hizo en Los Álamos; comprendía que no se puede impedir que seres humanos curiosos descubran el mundo físico que les rodea. No se puede detener la búsqueda científica ni desinventar la bomba atómica. No obstante, Oppenheimer siempre creyó que los seres humanos podían aprender a regular estas tecnologías e integrarlas a una civilización sustentable y humana. Esperemos que tenga razón.

Kai Bird es director del Leon Levy Center for Biography y coautor junto con Martin J. Sherwin de American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer. Ahora está escribiendo la biografía de Roy Cohn.

jueves, 18 de octubre de 2018

Brasil: un país históricamente golpeado. La tragicomedia de errores de la primera vuelta en las elecciones del Brasil y el “¿Qué hacer?”, de Lenin, en la segunda vuelta.





Al leer y analizar la tragedia, Franz von Sickingen, en una carta fechada el 6/mar/1859, Karl Marx argumentó al respecto: la tragedia de Lassale tiene un error grave porque no ha sabido identificar el conflicto de base de aquel periodo histórico, que no se dio entre caballeros medievales y príncipes, sino entre campesinos y príncipes, ocurrido dos años después, entre 1524 y 1525.

Con ese argumento, el autor de El Capital (1867) nos proporcionó un verdadero axioma para el realismo estético: el acierto de la plasmación literaria de la historia como tragedia y de la tragedia como historia está en dependencia de la definición del conflicto que importa en una época dada, bajo el punto de vista de la lucha de clases.

Por consiguiente, errar el conflicto que define la tragedia de una época es incurrir en un error fatal, imperdonable, por el simple hecho de que el epicentro de la tragedia, no siendo visualizado ni debidamente representado, produce, como efecto, mistificaciones, equívocos evaluativos, desencuentros: una verdadera comedia de errores, tema, por ejemplo, de Don Quijote (1604/5), del escritor español Miguel de Cervantes Saavedra.

En ese contexto, lo que habitualmente se llama tragicomedia, siendo la mezcla entre la tragedia y la comedia, cuando no se atiene al conflicto de base de una época dada, la tendencia que emerge es la transformación de dicho conflicto en tragicomedia: una tragedia figurada como comedia de los errores históricos acumulados.

Bajo ese punto de vista, la tragicomedia de la historia de la lucha de clases brasileña (y eso vale también para nuestra oligarquía, para nuestras Fuerzas Armadas...), como en el episodio de los molinos de viento de la novela Don Quijote, de Miguel de Cervantes, tiene que ver con el hecho de que tendencialmente hemos luchado contra blancos equivocados y, más allá, blancos producidos tácticamente para enredarnos y hacernos perder la cabeza, el corazón, en fin, el foco vital, en falsos conflictos, teniendo en cuenta la tragedia histórica que nos toca realmente: nuestro estatuto colonial.

Considerando los argumentos presentados, es posible señalar que la especificidad del conflicto de base de la lucha de clases brasileña tiene la siguiente configuración histórica: fuimos colonia de Portugal, de 1500 a 1822; de Inglaterra, entre 1822 y 1889; de EE.UU, considerando la Doctrina Monroe (1823), de 1889 hasta hoy. En ese sentido, el desafío histórico fundamental del pueblo brasileño, y, por extensión, de la Izquierda, no es otro sino este: independencia nacional (económica, política, militar, cultural, étnica, de género), con soberanía popular.

Por lo tanto, hace más de cien años los EE.UU someten al pueblo brasileño a un verdadero régimen de esclavitud, impidiendo su desarrollo económico, tecno-científico, su soberanía popular, cultural e histórica. En asociación con la no menos colonizada oligarquía interna, para ello, cada treinta años en promedio Tío Sam nos ha golpeado. El golpe de 1889, disfrazado con el advenimiento de la Primera República y el fin del Imperio. El golpe de 1930, que decretó el fin de la Primera República y el inicio de la Nueva República (nacida, como la anterior, golpeada). El golpe de 1954, con el desencadenamiento trágico marcado por el “suicidio” del presidente Getúlio Vargas. El golpe militar/mediático/empresarial de 1964, que fue, en rigor, la continuidad del golpe de 1930. Y el actual golpe jurídico/mediático/militar de 2016, que derribó a la presidente electa Dilma Rousseff.

Sin contar el hecho de que, en realidad, los golpes que hemos sufrido son continuos (como una permanente contrarrevolución), todos cumplieron el siguiente objetivo transversal: atacar la memoria económica, política, cultural (como el “incendio” del Museo de la UFRJ), sobre todo la de resistencia, que produjimos en los intersticios de los golpes. El primer efecto trágico de eso es: hemos sido un pueblo desmemoriado. El segundo efecto trágico (efecto del efecto, como una tragicomedia) es: a cada golpe nos volvemos más parecidos, de forma caricaturesca, con nuestro agresor. El tercer efecto (efecto del efecto del efecto) es: hemos tenido una relación de Ideal de Ego con el país que nos esclaviza. El cuarto efecto del efecto del efecto del efecto trágico es: ceguera histórica acumulada: lo que nos vuelve extremadamente vulnerables a la comedia de errores; a la tragicomedia de la lucha de clases contra los “molinos de viento”. Todo esto, se da igual en Colombia. Lo único que cambia es que hemos sido esclavos de menos países: España y EE.UU. De los otros, no nos hemos dado cuenta, jejeje. Ah, y que pocos han leído Don Quijote, jeje.

Un golpe por acumulación por destrucción del Estado brasileño

Nunca es tarde para recordar que el actual golpe fue protagonizado por la operación Lava Jato o Lava a Chorros, iniciada en marzo de 2014. Esta, imitando la operación Manos Limpias, en Italia, se asoció a los medios corporativos y, teniendo en cuenta el sistema jurídico brasileño, actuó y actúa fuera de la ley de comienzo a fin, sea en lo que se refiere a las conducciones coercitivas (todas ilegales); sea en lo que atañe a las prisiones preventivas (todas ilegales); sea en lo que toca a las delaciones premiadas, que deben cargar su lastre en pruebas objetivas y ser objeto del más absoluto secreto judicial, lo que efectivamente no ocurrió ni ocurre, una vez que la prueba ha sido lo que menos importa y que todo es usado, precisamente, para activar la “ametralladora giratoria” del sistema de calumnias de los medios corporativos, sin contar lo peor: la prueba tiende a ser la propia noticia: la calumnia.

Esto es, algo muy parecido a esa outra comedia (musical) de equivocaciones que es la canción Cowboy fora da lei, del rockero Raul Seixas, en la que el vaquero ya no es Bush II ni Obama (además, no hay vaqueros negros) pues ha sido reemplazado por un animador de reality shows, muy parecido a Hitler en sus acciones, ya no en el fenotipo, y también a Bolsonazi. En la letra solo hay que cambiar prefeito (alcalde) por presidente y se tiene a éste último de protagonista: “Mamãe, não quero ser prefeito/ Pode ser que eu seja eleito/ E alguém pode querer me assassinar/ Eu não preciso ler jornais/ Mentir sozinho eu sou capaz/ Não quero ir de encontro ao azar.” “Mamá, no quiero ser presidente/ Puede ser que yo sea elegido/ Y alguien pueda querer asesinarme/ No necesito leer periódicos/ Soy capaz de mentir solito/ No quiero ir contra el azar.” https://www.youtube.com/watch?v=4syrZTW2aiI

Considerando el golpe permanente, a la moda ‘Manual del Golpe’, de Gene Sharp, si en el ámbito de la sentencia televisada del Mensalão, en 2007 y 2008, el entonces presidente del Supremo Tribunal Federal (STF), Joaquim Barbosa, condenó, basado en lo que fue conocido como dominio del hecho y, por lo tanto, sin pruebas, algunos de los principales líderes petistas, como José Dirceu y José Genuíno, en el ámbito de la operación Lava Jato el dominio del hecho se transformó en acto de oficio indeterminado, justificando, de ese modo, la condena de Lula da Silva, igualmente sin pruebas, así como la propia economía brasileña, una vez que el combate a la corrupción nunca fue su verdadero blanco, sino más bien lo contrario: la operación Lava Jato sirvió de soporte para el saqueo de las grandes empresas brasileñas, ya no más por medio de las privatizaciones basadas en la acumulación por desposesión, para recordar la tesis de David Harvey de la década de 1990, sino por la acumulación por destrucción, con el objetivo de empujar al país hacia la categoría de países parias, bajo el punto de vista económico, tecno-científico y social.

En ese contexto, Bolsonazi no constituye una sorpresa. Así, no es verdad que los dueños de los medios de producción del golpe, EE.UU, prefiriesen un perfil de centro para dar continuidad al desgobierno Temer, como el candidato del PSDB, Geraldo Alckmin. Bolsonazi es el tipo escupido de la acumulación por destrucción del estado brasileño y, así, de su economía y de su sociedad. Bien entendido, él es la continuidad de la Propuesta de Enmienda Constitucional, PEC 55, que congeló los gastos del Estado brasileño por 20 años a partir del 2017, aunque fue aprobada en diciembre de 2016. http://www.lr21.com.uy/mundo/1313932-brasil-senado-aprueba-pec-55-gasto-publico

La tragicomedia de los errores de la resistencia al golpe y de la lucha contra Bolsonaro

El primer acto de resistencia, propiamente dicho, contra el actual golpe tuvo como bandera: “¡Fuera, Temer!”. Por medio de nuestra instituida ceguera histórica, que nos bloquea para avistar nuestro verdadero conflicto de base, nos dejamos llevar por una caricatura que no tenía ni tiene importancia alguna, por ser un cobarde corrupto chantajeado. Mientras tanto, la operación Lava Jato seguía destruyendo la economía brasileña y chantajeando no solo a toda la clase política, sino también a la propia jerarquía del judicial, incluyendo a los ministros del STF.

Mientras estaba suelto, Lula da Silva dio un show de resistencia consecuente. Sacó de escena el “¡Fuera, Temer!” y se concentró en una resistencia afirmativa, denunciando a sus perseguidores del poder judicial y llamando al pueblo común, que es más que la suma de sus partes, a votar a creer en el país y a luchar por la restitución de la soberanía nacional. Con eso, la operación Lava Jato sufrió un revés importante, en términos de apoyo popular e incluso el Partido de los Trabajadores, el blanco principal, recuperó parte de su imagen positiva, siendo anotado por todas las encuestas como el partido menos desgastado por la política fascista del falso combate a la corrupción.

Aunque consideremos que haberse entregado a sus verdugos “fuera de la ley” haya sido un error histórico, incluso después de su arresto, al insistir en la bandera “Elección sin Lula es fraude”, Lula consiguió poner en suspenso la actual elección tutelada por los golpistas (nunca fue tan posible la existencia de fraude en la urna electrónica), razón por la cual, incluso preso, su popularidad continuó en aumento, abonando a su vez la victoria en la primera vuelta, con amplia ventaja, de acuerdo con todas las encuestas, si pudiera presentarse.

En ese contexto, la tragedia de la lucha de clases brasileña, aunque de forma errante y titubeante, estaba enfrentando el conflicto histórico que importa, a saber: los articuladores internos del golpe, al servicio del Tío Sam, fueron visualizados por primera vez, por medio de la resistencia al golpe, resistencia protagonizada por Lula da Silva.

Sobre todo después de la decisión favorable de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, que legitimó el derecho de Lula a ser candidato, a nuestro entender la decisión más acertada del PT habría sido mantener su candidatura hasta el final, poniendo así en suspenso unos comicios tutelados por los golpistas y que tienen como objetivo legitimar, vía urnas, el golpe dado a Dilma en 2016. Esa decisión, si se llevara a cabo, no obstante el efecto negativo de hacer que el PT no presentara candidato a la presidencia para los actuales comicios, contribuiría de forma fundamental a liberar el camino a Ciro Gomes, el candidato del Partido Democrático Laborista (PDT, en portugués, por Trabalhista), anotado en las encuestas como el más votado para derrotar a Bolsonazi en la segunda vuelta.

Sin embargo, como las decisiones políticas no siempre son maquiavélicas y las cosas son lo que resultaron y no lo que deseamos, la escogencia de Fernando Haddad, del PT (como cabeza de chapa) y Manuela d’Ávila, del PCdoB (como vice) enfrentó el primer desafío, el de la transferencia de votos del lulismo. En ese contexto, en las dos primeras semanas en que Haddad se presentó como candidato de Lula, el traslado de votos de éste para aquél no paraba de crecer, lo que hizo a aquél aproximarse, en las encuestas de intención de voto, a Bolsonazi, con una nítida tendencia a sobrepasarlo ya en la primera vuelta.

Una alerta roja, en el doble sentido del término, fue encendida entre los administradores del golpe: era necesario detener la transferencia de votos de Lula a Haddad, lo que fue hecho al mismo tiempo, por medio de los siguientes procedimientos:

Callar (y ya se sabe que, de acuerdo con Lyotard, “mandar a callar es como mandar a matar”) a Lula da Silva de cualquier manera, impidiendo cualquier entrevista con él, aunque tal decisión sea absolutamente inconstitucional: al cabo, golpe es golpe; La apropiación del autodeclarado apartidario movimiento “Él No”, aprovechándose de su marca de género para transformarlo en guerra de los sexos, repitiendo así la guerra de las razas del siglo XIX: entonces, no se hablaba de la única raza que hay, la humanidad; La divulgación criminal, hecha directamente por el “juez” (otro cowboy fora da lei) Sérgio Moro, de delaciones sin pruebas de Antônio Palocci, ex ministro de Lula y de Dilma Rousseff, contra éstos últimos;

Entrevista exclusiva, y no menos ilegal, al candidato Jair Bolsonazi realizada por un canal de TV de la Iglesia Universal del Reino de Dios, la Record, en el mismo horario y día del último debate entre los candidatos, hecho por TV Globo, con la ausencia de Jair Bolsonazi; Con rarísimas excepciones, la entrada en escena de las Iglesias Pentecostales del Brasil, con sus pastores no solo declarando su voto por el candidato del golpe, sino, más allá de eso, transformándolas, las Iglesias, en verdaderos comités o jihads de los evangélicos contra el candidato profano de la supuesta diversidad sexual;

Toda esa “jihad” (o guerra no santa) antipetista fue activada por medio de algoritmos instalados en soportes como Watts y redes (anti)sociales, multiplicando, así, memes caricaturescos, en el ámbito de la “lucha de los sexos”, con el objeto doble de detener las transferencias de voto de Lula a Haddad y, también, de incorporar las clases populares lulistas a la campaña del (b)andidato del golpe.

Ese conjunto de factores, como una bomba, activó una ola pro-Bolsonazi en vísperas de los comicios, transformando el “Ele Não” en “PT Não”, alimentando, así, de miedo y de odio, a millones de electores que votarían por Lula da Silva, pero que efectivamente no votaron por Fernando Haddad. Esa situación —una verdadera guerra híbrida contra la transferencia de votos de Lula a Haddad— no solo consiguió parar esa transferencia, sino también hacerla migrar al candidato de los golpistas, lo que explica la derrota de candidatos que estaban al frente de las encuestas, como Dilma Rousseff, quien concurría al senado por Minas Gerais, así como Fernando Pimentel, que aspiraba al gobierno de Minas; y también el combativo senador Roberto Requião, quien disputaba su reelección al senado por el Estado de Paraná, más allá de “ene” casos más... sin contar la emergencia del hasta entonces inexpresivo partido de Jair Bolsonazi, Partido Social Liberal (una imitación del partido de Hitler), que logró transformarse en la segunda mayor bancada de la Cámara de Diputados, formando mayoría con otras siglas inexpresivas, empujadas por la misma ola fascista que los factores de guerra híbrida ya descritos han motivado.

Evidentemente, la ola fascista solo fue posible por dos motivos y el primero es el más obvio: callar a Lula y sustituir la lucha de clases anti-colonial brasileña por la tragicomedia de los errores, que son desvíos de desvíos de nuestro conflicto histórico de base, ya analizados en este ensayo. El segundo motivo es: al no enfrentar la lucha de clases a partir de nuestro conflicto de base, pero por el sesgo de la tragicomedia de los errores históricos de la ceguera brasileña, los candidatos del PT con más chance de ganar, así como el propio Haddad, quedaron a la defensiva, favorecendo, así, la ola fascista pro-Bolsonazi que ocurrió en vísperas de los comicios, con su desenlace en el último domingo, precisamente, el día de la elección de la primera vuelta.

Conclusiones

Los administradores internos del golpe, con el epicentro en la operación Lava Jato, muy probablemente van a entrar en escena nuevamente en la segunda vuelta de las elecciones brasileñas, activando el fascismo del poder judicial contra la candidatura de Haddad. Todo puede suceder; lo peor, lo que significa que no está fuera del escenario la conducción coercitiva, seguida de prisión preventiva, de líderes petistas como la propia Dilma Rousseff, si dedujeran que eso tendría un impacto positivo a favor del candidato del golpe y de los golpistas.

Como estamos en el meollo de la tragedia de la colonización brasileña, no hay otra salida: Haddad necesita evitar a toda costa la tragicomedia de los errores, muchas veces activada por los propios administradores del golpe, para enfocar lo que realmente interesa: denunciar el golpe; como no es posible pensar la táctica ni la estrategia para la segunda vuelta, sin una crítica objetiva a los errores cometidos en la primera, pensamos lo siguiente al respecto:

1. El mayor error en la primera vuelta fue no haber enfrentado la injusticia de la estructura judicial. Ese fue y será el tema que los golpistas esgrimieron y esgrimirán y el PT quedó a la absoluta defensiva. Para el pueblo (no solo brasileño), Lula preso es señal de que cometió crimen de corrupción de hecho... no sin aclarar aquí, desde luego, que no se le metió a la cárcel por ningún delito y, menos, con prueba alguna en su contra: de eso hay suficientes documentos y testimonios, como los que aquí se adjuntan: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=240470 y http://www.rebelion.org/noticia.php?id=240897.

Es necesario desenmascarar esa injusticia enfocándose en la “justicia”, denunciando a Bolsonazi por sus tantos delitos (como el de usar testaferros para hacerse, con sus tres hijos, a 13 inmuebles en Rio de Janeiro, a través del programa “Minha Casa” de Lula) y, de paso, mostrando, por a+b, que Lula está preso injustamente y que, además, es un preso político: lo que no es cualquier cosa, sino un argumento jurídico, legal y constitucional que, de paso, denota violación del DIH (caso ONU decretando su libertad y venales jueces brasileños negándola) y del Estado de derecho, así como de la Ley brasileña. https://veja.abril.com.br/blog/sensacionalista/bolsonaro-anuncia-o-projeto-minhas-casas-minha-vida/.

Es necesario relacionar la estructura judicial al golpe y a la profundización de la crisis económica. Es necesario martillar en el mismo clavo o repetir hasta el cansancio, que la operación Lava Jato desempleó a millones de brasileños. Es necesario explicar al pueblo (también al colombiano y demás pueblos del mundo) cuál es el problema histórico de Brasil: su estatuto colonial. Es necesario comparar a Lula con Tiradentes, con Getúlio Vargas, con Juscelino Kubitschek;

2. Otro error grave fue el desvio del tema de la lucha de clases hacia el tema de la guerra de géneros, teniendo en cuenta la especificidad del caso brasileño, que en casi nada, a propósito, difiere del caso colombiano. Vimos que ese desvio no agrega votos y favorece tremendamente la candidatura del adversario: es el tema preferido por el nazi-fascismo;

3. Faltó, también en la primera vuelta, una crítica incisiva a la biografía política del adversario de la segunda, para mostrar cuál es su verdadero rostro, no el que se les quiere vender a los brasileños por parte de sus amigos fascistas/golpistas: puesto que, por contraste, se trata de un político que odia al trabajador, que votó para liquidar los derechos laborales y que buscará acabar con la jubilación del pueblo brasileño.

Como en Colombia ya empieza a hacerlo el MinFinca, no MinHacienda, Alberto Carraspillo, no Carrasquilla, atendiendo las “recomendaciones” del FMI y siguiendo los lineamientos del, en su orden, presidente y subpresidente Uribe/Duque, dado que, para completar la faena criminal, el primero de éstos sostiene que hay que elevar la edad de jubilación, en tanto, para él y solo para él, la edad promedio de las mujeres es mayor que la de los hombres (dato que se extrapoló al garete del reciente y manipulado censo) y que, por ende, dicha jubilación es insostenible. La única jubilación viable, en tal sentido y por ahora, sería la jubilación política del (b)andidato Bolsonazi y no por razones exiguas, sino de alto contenido jurídico y socio/político: los delitos ya citados y su peligrosísimo carácter racista, xenófobo, sexista, misógino y apologista de la tortura. En suma, un auténtico enajenado de lo que se conoce como la condición humana y, por contraste, lo más cercano a la desnaturalización del tipo Uribe/Trump/Peña Nieto/Temer/Piñera.

En fin, en ambos casos, el de Brasil y el de Colombia, también por ahora, no queda otra salida que irnos a la lucha de clases. Con voluntad y sin dilaciones. Se sabe que el enemigo no duerme: bueno, tampoco puede hacerlo por su rol hierático/hienático. Sus viles funciones se lo impiden. En cambio, a Haddad, le queda reivindicar la figura de Lula a través de su decidida/decisiva vocación de educador, político y, más que nada, humanista.