domingo, 28 de enero de 2024

Las imágenes nunca antes vistas de la computadora que ayudó a ganar la Segunda Guerra Mundial

 Computadora


"Coloso" es considerada la primera computadora digital de la historia.

El computador que ayudó a los países aliados a ganar la II Guerra Mundial parece un enorme bloque de edificios metidos dentro de un cuarto pequeño.

Al menos eso se puede apreciar en las imágenes que el Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno británico (GCHQ, por sus siglas en inglés) reveló esta semana sobre “Coloso”, el computador que sirvió para descifrar varios códigos que ayudaron a los países aliados a quedarse con la victoria en la II Guerra Mundial.

Las imágenes muestran la dimensión del computador que este año cumple 80 años de haber sido creado en Reino Unido.

Y son una evidencia de cómo se diseñó uno de los dispositivos que es considerado por varios expertos como el primer computador digital de la historia.

Aunque se sospechaba de su existencia desde los tiempos de la guerra, lo cierto es que apenas a principios de la década del 2000 el gobierno británica dio a conocer todos los detalles de Coloso.

Este computador comenzó a operar en los primeros meses de 1944, con la idea de descifrar los códigos cifrados que eran interceptados por los agentes nazis.

Cuando finalizó la guerra se estima que cerca de 10 computadores formaban parte de este trabajo.

Computadoras de ColosoFUENTE DE LA IMAGEN,CROWN COPYRIGHT Pie de foto,
Computadoras de Coloso

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Unas diez computadoras conformaron el programa Coloso.

Y no era cualquier computador: equipado con 2.500 válvulas tenía una altura de cerca de dos metros.

Para ponerlo a funcionar requería un equipo especializado en los circuitos internos de la novedosa máquina.

La mayoría de las personas especializadas en el manejo de este computador pertenecían al Servicio Naval de Mujeres (WRENS, por sus siglas en inglés).

De hecho una de las imágenes reveladas esta semana muestra a las mujeres de WRENS trabajando en Coloso.

En la oscuridad
El GCHQ también reveló planos de cómo fue construido Coloso, una carta que se refería a “alarmantes instrucciones alemanas” que fue interceptada por el computador y un clip de audio donde se puede escuchar a la computadora mientras funciona.
Compuradora Coloso

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Compuradora Coloso

La existencia del programa Coloso solo fue revelado a principios de la década del 2000.

Las cifras de Coloso muestran su importancia: cerca de 63 millones de mensajes alemanes fueron descifrados por 550 personas que trabajaron en este computador.

Tal vez uno de los logros más importantes fue el de ayudar en que Hitler “mordiera el anzuelo” con la mentira de que el día D de junio de 1944 iba a ocurrir sobre la ciudad francesa de Calais y no en Normandía, donde finalmente ocurrió.

De acuerdo a distintos historiadores este computador redujo la extensión de la guerra y salvó muchas vidas.

Pero más allá de su impacto, ingenieros y descifradores de códigos que trabajaron en el programa Coloso habían firmado documentos de confidencialidad, por lo que durante décadas se desconoció su existencia real.

El programa sólo fue revelado de forma oficial por el gobierno británico a principios del nuevo siglo.

ComputadoraFUENTE DE LA IMAGEN,CROWN COPYRIGHT Pie de foto,
Computadora

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La mayoría de las operadoras de Coloso eran mujeres.

Después de la guerra, ocho de los 10 computadores que conforman el programa fueron destruidos.

De hecho a Tommy Flowers, el ingeniero que diseñó el computador, le fue ordenado entregar toda la documentación sobre Coloso.

Los intentos de mantenerlo en secreto tuvieron tanto éxito que Bill Marshall, un exingeniero del GCHQ que trabajó en Coloso en la década del 60, dijo que no tenía idea de la función que había tenido el computador en tiempos de guerra.

Andrew Herbert, presidente del consejo de administración del Museo Nacional de Computación, con sede en Bletchley Park, dijo que la publicación de las imágenes era otra oportunidad para celebrar el impacto duradero que había tenido Coloso.

Los planos muestran cómo fueron los diseños del computador.
Computador Coloso.

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"Desde una perspectiva técnica, Coloso fue un importante precursor de la computadora digital electrónica moderna", dijo.

"Muchos de los que lo utilizaron en Bletchley Park se convirtieron en importantes pioneros y líderes de la informática británica en las décadas posteriores a la guerra, y a menudo lideraron el mundo en su trabajo", añadió.

Mária Telkes, la científica "Reina del Sol" que fascinó al mundo con sus inventos a principios del siglo XX

La llamaban la Reina del Sol, y con razón.
Mária Telkes

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La biofísica Mária Telkes se distinguía por hacer dispositivos que aprovechaban la energía solar, cuando eso no era tan común.

Una de sus más famosas creaciones fue la Sun Dover House, una casa construida en la zona rural de Massachusetts, Estados Unidos, hace 75 años con un sistema de calefacción solar diseñado por ella.

Pero esa fue apenas una de sus creaciones, que incluyeron hasta un aparato que salvó vidas durante la Segunda Guerra Mundial.

Cuando estalló, Telkes estaba en el Instituto de Tecnología de Massachusetts o MIT, donde se creó en 1941 la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico de EE.UU. para ayudar en el esfuerzo bélico.

Le encomendaron idear una solución a un problema urgente: cuando los aviadores o marineros eran abatidos en el Pacífico, quedaban a la deriva en el océano y morían de deshidratación.

Telkes diseñó un kit de desalinización inflable alimentado por energía solar, que convertía el agua salada en potable.

El dispositivo fue incluido dentro de los botiquines médicos de emergencia del ejército estadounidense.

La misma tecnología fue posteriormente ampliada y rediseñada para satisfacer las necesidades de agua de las Islas Vírgenes, y, para que tengas una idea de cuán excepcional era que la inventora fuera mujer, así fue como lo anunció el diario Daily Boston Globe, en noviembre de 1948:

"Gracias a una rubia alta y de aspecto deslumbrante del Instituto Tecnológico de Massachusetts que es lo suficientemente bonita como para ganarse la vida como modelo o corista si no fuera una física establecida, la gente de St. John en las Islas Vírgenes ya no tiene que depender de las tormentas para obtener agua potable". ​

La "rubia deslumbrante" en la costa de Massachusetts con una de sus destiladoras.

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La "rubia deslumbrante" en la costa de Massachusetts con una de sus destiladoras.

No sería la única publicación que destacara con asombro su género al reportar sus logros.

Cuando en 1950 MIT celebró un simposio titulado “Calefacción espacial con energía solar”, Telkes y la arquitecta Eleanor Raymond fueron la comidilla por haber ideado y construido Sun Dover House.

“La casa de pasado mañana está en camino. De hecho, una ya ha sido construida... y otra, mucho menos costosa, fue concebida por una mujer científico y un arquitecto del mismo sexo”, señaló una de las muchas publicaciones que hablaron del tema en EE.UU. y otros países.

Tres mujeres
Para ser más precisos, no fueron dos sino tres mujeres las que unieron fuerzas para hacer realidad el proyecto de crear una vivienda completamente calentada con energía solar... en una época en la que se esperaba que las mujeres se encargaran de limpiar la casa, no construirla.

Raymond se había labrado una carrera a pulso en un campo en el que las mujeres eran escasas: en 1910, sólo había 50 arquitectas en todo EE.UU., y muchas escuelas de arquitectura negaban la admisión a las mujeres.

Nacida en 1887, se había graduado en 1917 y, tras asociarse con un arquitecto para poder trabajar, se independizó en 1928.

Cinco años más tarde, una comisión para diseñar un estudio al estilo Bauhaus en Dover, Massachusetts, resultó trascendental.

Era para la escultora y filántropa Amelia Peabody, quien se convertiría en su mecenas, y completaría el trío de mujeres que colaboraron en la Sun Dover House, aportando la financiación.

Telkes y Raymond al lado de Sun Dover House y Peabody con esculturas
Telkes y Raymond al lado de Sun Dover House y Peabody con esculturas

FUENTE DE LA IMAGEN,MIT MUSEUM Y GETTY IMAGES

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Las 3 damas del Sol: Telkes y Raymond al lado de la Sun Dover House (izq. imagen cortesía de MIT Museum), y Peabody en su taller de escultura en 1962 (der.).

Heredera de la fortuna una familia de la crema y nata estadounidense, Peabody nació destinada a una vida como socialité de Boston, pero optó por quedarse soltera, dedicarse a su pasión por la escultura y usar la riqueza familiar para financiar causas benéficas.

En un paseo a montar caballo, se había enamorado de Dover y comprado una propiedad con acres de bosques en la que se refugiaba del ajetreo de la vida social.

Fue ahí donde Raymond le construyó su estudio de escultura y otras 7 estructuras, varias arquitectónicamente revolucionarias.

Y fue Raymond quien le propuso patrocinar un proyecto histórico de una científica llamada Mária Telkes, una idea que fascinó a Peabody.

MIT, el lugar donde esa científica había desarrollado el proyecto, no tuvo ningún problema con que Peabody estuviera involucrada, pero sí cuestionó la asociación con Raymond, pues no sólo era homosexual sino que no hacía mucho esfuerzo por ocultarlo.

El principal administrador solar de MIT escribió que su afiliación lo dejó "un poco preocupado" por el bien de la escuela.

No obstante, en 1948, en un terreno en la finca de Peabody en Dover y con unos US$20.000 dólares (unos US$255.000 actuales), los planos de Raymond y el novedoso diseño del sistema de calefacción de Telkes se transformaron en la Sun Dover House.

La primera

Fue la primera casa con calefacción de energía solar únicamente.

Aunque MIT exhibió otro proyecto en la conferencia, que utilizaba el Sol para calentar el agua que circulaba por tuberías, dependía de calor auxiliar en los días nublados.

Telkes evitó esa necesidad usando sal mirabilis o sal milagrosa, llamada también sal de Glauber, la sal sódica del ácido sulfúrico.

Es un sólido que contiene agua, y almacena calor con una eficiencia siete veces mayor que el agua.

La casa en sí funcionaba como un horno, cuyas 18 ventanas de vidrio y metal absorbían el calor del sol, calentando el aire que se canalizaba hacia contenedores con 21 toneladas de esa sal, construidos en las paredes.

El calor se almacenaba y se usaba cuando era necesario.

Portada de la revista Popular Science con ilustración de la casa Pie de foto,
Portada de la revista Popular Science con ilustración de la casa
Pie de foto,

La revista Popular Science le dedicó la portada a Sun Dover House en marzo de 1949, con la leyenda "Horno solar en tu ático".

En vísperas de Navidad de 1948, la familia conformada por Esther, Anthony y su hijo de 3 años Andrew Nemethy se mudó a ese experimento que sería su nuevo hogar.

Eran refugiados que huyeron de Hungría hacia el final de la Segunda Guerra Mundial y habían aceptado la oferta de Telkes, prima segunda de Anthony, convirtiéndose en inquilinos de la Sun Dover House.

Vivirían ahí inicialmente sin pagar alquiler.

Pero con una condición: tenían que abrirle las puertas a quienes quisieran ver su futurista casa... y muchos querían.

"Miles de personas vinieron a visitarnos", le contó a BBC Witness Andrew Nemethy, quien ahora es escritor y educador.

"Reporteros, curiosos, hombres y mujeres vestidos con sus mejores galas de domingo brindaban por la casa. Era todo un evento social, y mi padre, que era un intelectual muy simpático y entendía cómo funcionaba Sun Dover House, daba los recorridos, mientras mi madre sonreía".

Peabody y Raymond se hicieron amigas de la familia, y la arquitecta alguna vez dijo que cuando le abrieron la puerta de la casa "y fui recibida con una ráfaga de aire cálido que sabía que debía provenir únicamente del Sol, fue realmente emocionante”.

Pero la cara más visible del proyecto era Telkes, la mayor fuente de fascinación para la prensa.

"Era una mujer extremadamente atractiva y carismática, difícil de encasillar", recuerda Nemethy.

"En esa época, la estrella de cine también húngara Zsa Zsa Gabor era muy famosa, y quienes escribían sobre Telkes eran los mismos que seguían los círculos sociales en las artes en Massachusetts, así que describían su apariencia, sus gestos y su forma de hablar como si fuera alguien exótico.

"Pero también era una científica increíblemente centrada y brillante, y eso era difícil de entender. La cobertura fue casi cómica".

Recelos e inviernos
Telkes y otras tres mujeres mirando el documento del premio

Telkes fue la primera en recibir el Premio de la Sociedad de Mujeres Ingenieras, que aquí "muestra orgullosa", según la descripción de la foto en 1952.
Telkes y otras tres mujeres mirando el documento del premio

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Telkes se había enamorado del Sol cuando estudiaba en la Universidad de Budapest, donde se doctoró en química física en 1924, un logro poco común ya que sólo un mínimo porcentaje de los estudiantes universitarios eran mujeres.

Un año después, fue a visitar a un tío en EE.UU. y se quedó.

Trabajó como biofísica en la Cleveland Clinic Foundation e ingeniera de investigación en Westinghouse Electric, antes de unirse al Proyecto de Conversión de Energía Solar, una unidad de MIT, en 1939.

Causó recelo, no sólo por ser la única mujer, sino por su insistencia en crear cosas que se utilizaran en el mundo real y por su habilidad para promocionarlas.

"En el mundo académico, no salías a venderte de la manera en que ella lo hacía", apunta Nemethy.

"Ella era como una personalidad mediática, y esa no era la forma en que se hacían las cosas" en esa torre de marfil.

Así, elogios como “la principal autoridad mundial en ciencia solar para calefacción”, del diario The Boston Post, contrastaban con un informe de MIT de 1953 sobre el programa solar que calificó a Telkes como “una persona de opiniones firmes que expresó con fuerza, que no se somete voluntariamente a las instrucciones”.

Pero, a pesar de su éxito público, entre bastidores, el experimento de la casa solar no iba tan bien.

Durante el tercer invierno, el sistema de calefacción dejó de funcionar correctamente.

Telkes ya lo había advertido en la conferencia de MIT en 1950.

"El problema de la casa calentada por el Sol no puede ser resuelto por una o dos casas experimentales, pero cada casa nueva es otro paso experimental hacia el uso del Sol como recurso combustible", había dicho.
Telkes, con colegas y su horno, en 1955.

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Telkes, con colegas y su horno, en 1955. 

La Dra. Mária Telkes, "la inventora de energía solar más famosa del mundo" (según la descripción de entonces de la foto), con sus colegas y su horno, en 1955.

Telkes continuó investigando la energía solar a lo largo de su vida.

E inventando aparatos como un horno solar, diseñado para usar en países en desarrollo, que era capaz de alcanzar temperaturas de 400 °C, no requería materiales especiales para su construcción y costaba sólo US$4.

O como un calentador de aire solar, que controlaba la temperatura en todas las estaciones, absorbiendo o reflejando el calor del Sol, dependiendo del clima.

También trabajó para desarrollar materiales capaces de soportar las temperaturas extremas del espacio.

En 1980 ayudó al Departamento de Energía de EE.UU. en el desarrollo de la primera residencia eléctrica solar del mundo, construida en Carlisle, Massachusetts.

En el momento de su muerte en 1995, había obtenido más de 20 patentes, la mayoría de ellas por invenciones que explotaban lo que ella consideraba el potencial ilimitado de la energía solar.

"De todos modos, la luz del Sol se utilizará como fuente de energía, tarde o temprano", había escrito en un artículo de 1951, y añadió: "¿Por qué esperar?".

https://www.bbc.com/mundo/articles/c1e21j47z9qo

sábado, 27 de enero de 2024

‘Aquellos hombres grises’: un viaje al horror nazi desde la mirada de los perpetradores

Scene from the Netflix documentary Ordinary Men
Fotograma del documental 'Aquellos hombres grises' de Netflix
El documental, estrenado en Netflix, es un producto medido al milímetro que narra con calidad una de las páginas más negras de nuestra historia reciente

Aquellos hombres grises (Netflix) es un documental basado en el libro del historiador Christopher Browning El Batallón 101 y la solución final en Polonia (Edhasa, 2002). Es el propio autor, de hecho, quien dirige la narración que va mucho más allá del texto original. En apenas una hora nos sumerge en la mecánica del “holocausto olvidado”, un viaje a una de las páginas más negras de nuestro pasado reciente, desde la mirada de los perpetradores. El contexto histórico, que tenía más espacio en el libro, es conducido por una voz en off que conecta las imágenes. Estas marcan, con diferencia, la calidad de un documental cuidado al milímetro. La otra gran figura que interviene en la cinta es el fiscal de los juicios de Nüremberg, Benjamin Ferencz, que murió en abril con más de 100 años.

Una parte sustancial de ese material de archivo sale ahora a la luz, mostrando una visión muy distinta de la de Hollywood. Las grabaciones y audios de los interrogatorios de Nuremberg se alternan con los desconocidos juicios soviéticos de Kiev. Ambos revelan lógicas idénticas: tras seleccionar entre 1.500 y 1.700 judíos, dependiendo de la localidad, los dividían en grupos de 50 y los iban ejecutando, siempre de frente o de rodillas para que cayeran directamente en la fosa. Así, hasta el anochecer. Aquellos hombres que apretaban el gatillo no eran sádicos o enfermos mentales, eran “hombres normales y corrientes”: panaderos, carpinteros, policías o bomberos, totalmente integrados en su Hamburgo natal. El relato de posguerra impuso la idea de que cumplían órdenes. Browning, sin embargo, descubrió que tenían la posibilidad de negarse a participar en las masacres, pero la mayoría no lo hizo. Al principio sufrieron un enorme estrés emocional, pero terminaron acostumbrándose al ritmo, a la repetición diaria. Su angustiosa mirada inicial se torna cada vez más plácida. Beben juntos al final de cada jornada y hasta uno de ellos celebra allí su boda. No veían mal lo que estaban haciendo, terminaron generando autocompasión, pero nada hacia las víctimas.

Esta tensión es el argumento central, el debate de fondo que enlaza con el presente y mira hacia el futuro: cualquier persona puede convertirse en un criminal si su gobierno está decidido a implicar a la población en atrocidades masivas. Tras el Holocausto ha habido varios genocidios que así lo demuestran. La recreación de los miembros del batallón está basada en el trabajo de archivo sobre sus expedientes y fotografías personales. Sus acciones, en cambio, son testimonios excepcionales, imágenes reales e inéditas. Se reproduce al completo la única grabación conocida de una ejecución de judíos en el este, ya que estaban prohibidas y debían mantenerse en estricto secreto. Es muy probable que, por su dureza, este documental no se exhiba en los institutos o universidades, pero constituye un verdadero ejemplo de la capacidad de la investigación histórica para acercarse al gran público a través del cine. Para no olvidar, para saber, para reflexionar sobre la presión colectiva y la vulnerabilidad de las acciones humanas llevadas al límite.


_- Melasudismo

_- Hay una expresión que no me gusta nada, por grosera, incluso cuando se sustituye el sustantivo por el pronombre. Me refiero a la expresión “me la suda”. No me gusta oírla y nunca la utilizo en mis conversaciones. Se repite hasta la saciedad y es muy contundente en su carga semántica. Quiere decir que aquello de lo que se trata no importa absolutamente nada.

Existen otras expresiones que pueden utilizarse para decir que algo nos es completamente indiferente: me la trae al pairo, me la refanfinfla, me la trae floja, me la sopla, me la bufa (catalanización de la última)… Otras locuciones tienen también un contenido similar: me importa un bledo, me importa un pimiento, me importa un pito, me importa un huevo…

Así pues, la expresión que me ocupa hoy, surge del lenguaje popular sin poderse determinar en qué momento se originó y se utiliza con la intención despectiva de recalcar la poca importancia que sentimos hacia un asunto.

La moneda del melasudismo (palabra que no figura en la RAE pero que nos permite entendernos) tiene, a mi juicio, cara y cruz. En la cara se sitúan los asuntos que no deberían importarnos y nos abruman. La cruz, por contra, se refiere a los asuntos que deberían importarnos y nos la sudan

Tengo delante un libro titulado “Melasudismo”. Fue editado en 2023 por Plataforma Editorial. Su joven autor es Pablo Álvarez, que estudió Telecomunicaciones en Madrid y Berlín y que desde 2005 lidera proyectos globales de transformación digital, innovación y desarrollo en nuevos productos digitales para grandes corporaciones (Telefónica o Santander) como en consultoría (Designit). El subtítulo del libro nos sitúa ante aquellas cuestiones que nos impiden vivir felizmente: “¿Por qué te tomas la vida tan en serio?”

En la introducción dice el autor que una de las condiciones previas del aprendizaje es la perplejidad, “que es una sensación de sorpresa e indefensión que se experimenta cuando la vida tiene la impertinencia de ponerte delante de una realidad que no encaja con tus esquemas”.

Con un lenguaje desenfadado y desinhibido se ocupa de lo que he llamado cara del melasudismo, es decir de aquellas cuestiones que nos preocupan mucho y nos traen por la calle de la amargura.

Me ha recordado el texto la teoría de las ideas irracionales que plantea Albert Ellis y que está en la base de la terapia cognitiva. Esta terapia trata de desmontar de forma eficaz las ideas irracionales que sustentan nuestra infelicidad.

Pondré un par de ejemplos, de los que el autor desarrolla bajo el epígrafe: “las nueve razones del melasudismo para vivir bien”.

La razón número cuatro dice así: “A lo que no está en tu mano se la sudas. Ocúpate de lo que puedes controlar y deja fluir lo demás”.

Cita el autor una frase de Epectiteto en su pequeño libro Enquiridión, que era como su manual para ser feliz.

“De lo que existe, unas cosas dependen de nosotros, otras no. De nosotros dependen juicio, impulso, deseo, aversión y, en una palabra, cuantas son nuestras propias acciones; mientras que no dependen de nosotros el cuerpo, la riqueza, honras, puestos de mando y, en una palabra, todo cuanto no son nuestras propias acciones”.

“La razón número seis dice: Lo que no está alineado con tu propósito te la suda. Elige bien tus batallas y mantén calibrada tu brújula vital”.

Hace referencia a la fábula del pescador, que yo conocía desde hace muchos años en la versión del pastor que estaba tumbado tranquilamente a la sombra de un árbol mientras cuidaba el rebaño. Pasa por allí un individuo que le pregunta, después del preceptivo saludo:

¿Cuántas ovejas tiene usted en el rebaño?

Ciento cinco exactamente.

¿Por qué no duplica el número de ovejas y abre una pequeña fábrica de quesos? ¿Para qué, si se puede saber?

Porque así podría ganar más dinero y con ese dinero comprar otro rebaño. ¿Y para qué?

Con los beneficios podría abrir una franquicia de la fábrica en otra ciudad. ¿Para qué, señor?

Después de muchos años, con el dinero que ganase, podría vivir tranquilamente. ¿Y qué estoy haciendo ahora?

Vivimos inmersos en una trampa. Ambiciosos, acelerados, desquiciados, competitivos detrás de posición, de dinero, de fama, de poder…

Hablaba anteriormente de la cruz de la moneda del melasudismo. Estoy ya fuera de las ideas del libro de Pablo Álvarez. Estoy en la otra cara. Me refiero ahora a aquellas cuestiones que nos tienen que importar.

Me preocupa que una persona diga: “la política me la suda”. Porque somos seres políticos, porque parte de la política depende de cada uno de los ciudadanos y de las ciudadanas. Con la participación, con la palabra y con el voto podemos actuar de forma comprometida con la mejora de la sociedad.

En el mundo y en España están ocurriendo cosas que nos afectan de manera decisiva. La oleada fascista está amenazando nuestro mundo. En Argentina gobierna un personaje estrafalario que grita “Viva la libertad, carajo”, pero que quiere meter seis años en la cárcel a quienes protestan en las calles contra su política; en Italia gobierna desde hace más de un año la ultraderechista Meloni; en Turquía gobierna Erdogan con facciones de extrema derecha; Vicktor Orban en Hungría y Mateusz Morawiecki en Polonia imponen sus políticas fascistas; en los países nórdicos la extrema derecha es parte de la coalición de gobierno en Finlandia y presta apoyo externo en Suecia; en nuestro país la derecha y la ultraderecha le han declarado la guerra al gobierno progresista con operaciones de acoso y de arribo; en Francia gana posiciones la ultraderechista Marine Le Pen; en EE UU vuelve a convertirse en una nube negra la figura de Donald Trump…

No es de recibo mirar para otra parte. No es justo ni sensato decir que este panorama “nos la suda”. Porque esta deriva amenaza la paz, la democracia, la justicia, la libertad y la igualdad…

Tampoco me gusta escuchar a un joven o a una joven decir que “me la suda lo que pase en la franja de Daza o en Ucrania”. Porque somos seres humanos que podemos levantar la voz, que podemos ofrecer ayuda, aunque mínima, que podemos cooperar para sensibilizar a otras personas, que tenemos la obligación de construir un mundo donde podamos vivir en paz.

Y en la vida cotidiana, en la relación con nuestros semejantes, en la convivencia con quienes compartimos la vida, no es aceptable decir “me la suda lo que les pase a los demás”. Porque los demás importan, porque tenemos una responsabilidad decisiva.

Como no puedo dejar de hacer cuando escribo sobre algún asunto, tengo que referirme a quienes se dedican a la enseñanza. Los profesores no pueden decir “me la suda lo que les pase a mis alumnos y a mis alumnas”. Ese pasotismo es una irresponsabilidad porque del quehacer docente se derivan consecuencias de importancia decisiva para los alumnos y las alumnas.

Acabo de recibir en mi blog un comentario de un docente chileno llamado Enrique Pérez Hidalgo. Reproduzco un párrafo de su mensaje en el que habla de su intervención en un grupo de trabajo en el que hablaba de su madre, docente normalista de una escuela de un pueblo llamado Mejillones: “Uno de los miembros del grupo se levantó, estremecido, me abrazó y llorando me preguntó: ¿tu madre se llamaba Lidia Hidalgo Dawson? Yo le respondí: efectivamente, así se llamaba. Él me dijo: yo soy un ex alumno de tu mamá y ella hizo milagros en mí, pues me enseñó el amor por los demás, me di cuenta que yo era importante y me dio el tesoro que necesitaba para ser el médico que soy hoy, la persona que soy ahora. Lloramos juntos por el recuerdo, pero cuando le pregunté cuánto tiempo había sido alumno de mi madre, él me dijo: solo seis meses, porque después mis padres se trasladaron de ciudad, pero ella me marcó para toda la vida. Lo increíble de esta vivencia, es cómo en tan poco tiempo se puede hacer un cambio en una persona que perdure para toda la vida”.

Estos testimonios son tan emocionantes como innumerables. Cada día, cada minuto, cada segundo se producen testimonios de esta naturaleza, pero muchas veces los silenciamos, mucho más atentos a informes “científicos” sobre el sistema educativo.

Cuando el docente dice que se la sudan sus alumnos no se producen estos efectos beneficiosos. Efectos que marcan la vida de sus alumnos. Solamente se producen cuando se pone el corazón en la tarea.

Miguel Ángel Santos Guerra.

viernes, 26 de enero de 2024

HOLOCAUSTO. La judía que sobrevivió al Holocausto oculta en el corazón del terror nazi.

El libro de memorias ‘Clandestina’ relata la insólita historia de Marie Jalowicz, que desafió al Tercer Reich sin salir de Berlín, eludiendo a la Gestapo y superando las violaciones, el frío y el hambre.
Pasaporte falsificado que usó Marie Jalowicz, cortesía de su hijo Hermann Simon.
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Marie Jalowicz, judía berlinesa que tenía 11 años cuando Adolf Hitler llegó al poder en 1933, nunca había contado cómo sobrevivió al Holocausto. Tras la guerra, se matriculó en la universidad, se casó y tuvo dos hijos, y desarrolló una exitosa carrera académica como profesora de Filosofía en la Universidad Humboldt de Berlín. Durante 50 años, apenas dejó caer algún dato suelto a su familia.

Ya septuagenaria, un día su hijo Hermann le colocó sin previo aviso una grabadora sobre la mesa del comedor. Y empezó a relatar. De forma cronológica, fue contando sus recuerdos, los de una adolescente que hizo frente a la adversidad como trabajadora forzada en Siemens, escapando de los tentáculos de la Gestapo, ofreciendo su cuerpo a cambio de cobijo, pasando frío y hambre. En definitiva, intentando salir a flote de forma clandestina en pleno Berlín, el centro de la pavorosa maquinaria del Tercer Reich, hasta que en 1945 los Aliados derrotaron a la Alemania nazi.

“No sabía cómo iba a reaccionar. Era una mujer difícil de manejar, de sí o de no, en el medio no había nada. Le dije que siempre había querido contar su historia. Y me sorprendió: preguntó: ‘¿Por dónde empiezo?’. Le dije que por el principio, y así lo hizo”, recuerda hoy su hijo, Hermann Simon, historiador de 74 años. El resultado de aquellas sesiones iniciadas el 26 de diciembre de 1997 fueron 77 casetes (900 páginas transcritas), horas y horas de grabación que Jalowicz se tomaba como si fueran una clase magistral. “Duraban 60 o 90 minutos, y tenían principio y final. Algo así solo se puede hacer una vez en la vida”, apunta todavía maravillado Simon en una cafetería del barrio de Prenzlauer Berg, muy cerca de la Nueva Sinagoga de Berlín.

La última de las cintas se grabó ya en el hospital, pocos días antes de la muerte de Jalowicz en 1998. Le dio tiempo a relatar la increíble historia de cómo una joven de 19 años decidió en 1941 que quería vivir y que iba a intentarlo ocultándose en la boca del lobo del terror nazi. Simon trabajó durante 15 años el contenido de las cintas. Comprobó nombres, fechas, lugares y hechos. Aún se sorprende de la exactitud del relato de su madre, de cómo pudo retener toda aquella información durante décadas y sin más ayuda que su memoria.

Hermann Simon, en la entrada de la Nueva Sinagoga de Berlín, en julio. PATRICIA SEVILLA CIORDIA

Cuando la historia de Jalowicz vio la luz en Alemania en 2014, impactó a crítica y lectores. Se habían publicado muchos relatos de supervivientes, pero ninguno como este. Ninguno contaba cómo una joven judía había pasado a la clandestinidad y había aguantado sin ser descubierta en Berlín hasta el final de la guerra. Tampoco era habitual ese estilo desapasionado, crudo, sin voluntad estilística sino puramente documental. Y, sobre todo, como destaca Simon, “tan honesto”.

La versión abreviada y editada de las grabaciones de Jalowicz, elaborada con ayuda de la autora Irene Stratenwerth, no ahorra detalles de ningún tipo, tampoco los más íntimos. “No quisimos dejar nada fuera”, confirma el historiador. Las memorias, tituladas Clandestina, se han publicado en España en las editoriales Periférica y Errata Naturae, en traducción de Ibon Zub

Marie Jalowicz.
Marie Jalowicz Imagen de Marie Jalowicz alrededor de 1944, cortesía de su hijo Hermann Simon. @HERMANN SIMON

La historia de Jalowicz es sobre todo una hazaña de supervivencia. Hija de una familia culta de clase media, con 15 años pierde a su madre víctima del cáncer y con 17 es reclutada como trabajadora forzada en una fábrica de Siemens. Allí participa en pequeños sabotajes de la producción junto a otras obreras y capataces, y por primera vez describe cómo muchos alemanes no estaban de acuerdo con los nazis. En el relato no hay buenos ni malos, sino personas con sus ambigüedades que se comportan bien o mal según las circunstancias. Recuerda por ejemplo lo que les decía el capataz alemán Max Schulz: “Mi párroco dice que los nazis son los mayores criminales de la historia de la humanidad”.

En 1941, hostigado por las restricciones antisemitas, su padre fallece y ella decide abandonar la fábrica. Pide a su jefe que la deje marchar. Sabe, o intuye, que la persecución de los judíos solo puede empeorar. “¿Por qué quiere irse de aquí?”, le pregunta él. “Quiero salvarme”, responde Jalowicz. “¿Qué pretende hacer sola? Ahí fuera estará sola en el páramo helado”. “Prefiero el páramo helado y prefiero estar sola porque veo en qué va a acabar todo esto. Nos deportarán, y será el final para todas”. En Berlín vivían más de 160.000 judíos en 1933; al final de la guerra quedaban apenas 5.100, según recoge el ensayo Judíos en Berlín, coeditado por Simon.

La odisea de la protagonista cruza un punto de no retorno en junio de 1942, cuando escapa de una pareja de la Gestapo que iba a detenerla y pasa a la clandestinidad. Se quita la estrella amarilla y permanece bajo la superficie de la vida cotidiana de la gran ciudad, con el miedo constante a ser descubierta y una aguja enhebrada en el forro del abrigo. En los tres años que vivió oculta de la burocracia nazi cambió casi 20 veces de casa. La acogieron o ayudaron comunistas, sindicalistas, opositores al régimen, y hasta nazis fanáticos. Algunos sabían quién era, otros lo sospechaban. Al nazi, que presumía de detectar a un judío a distancia, consiguió engañarlo.
Marie Jalowicz Simon

 Marie Jalowicz Simon en 1988, en una imagen cedida por su hijo. @HERMANN SIMON

A través de estas experiencias, los recuerdos de Jalowicz dibujan un vívido fresco de la diversa sociedad berlinesa bajo el yugo del nazismo. No solo de los comerciantes, médicos e intelectuales que formaban su entorno más cercano, sino también de obreros, empleadas del hogar, inmigrantes y marginados. A diferencia de otros clandestinos, como Ana Frank, la joven Jalowicz se movía constantemente por la ciudad. Cogía el transporte público, caminaba, hacía las colas del racionamiento para quienes la cobijaban.

En una ocasión, mientras esperaba que le consiguieran un nuevo lugar donde dormir, tuvo que pasar la noche fuera dando vueltas por Berlín. Y la llamaron las necesidades fisiológicas. Cuenta que se coló en un edificio pequeñoburgués al sudeste de la ciudad. “Cuando encontré una placa con un nombre que me resultó antipático y sonaba a nazi, me acuclillé e hice mis necesidades. ¿Qué pensaría aquella gente al descubrir por la mañana el regalito en el felpudo?”.

La importancia de la suerte
Sus recuerdos evocan momentos de una gran crudeza, como cuando tiene que ofrecer su cuerpo para mantenerse a salvo. Lo cuenta como quien relata lo que desayunó por la mañana. Tampoco elude las violaciones masivas que describe Una mujer en Berlín, el escalofriante texto anónimo que cuenta cómo las mujeres se convirtieron en víctimas de las tropas soviéticas que entraron en Berlín al final de la II Guerra Mundial. “A mí también me tocó, claro. […] Me visitó de noche un tipo fornido y amable llamado Iván Dedoborez. No me importó gran cosa. Luego escribió a lápiz una nota que dejó en mi puerta: que esa de allí era su novia y que me dejaran en paz. Y el hecho es que después de aquello no volvieron a molestarme”.

Su determinación y fuerza de voluntad la empujaron hacia la salvación, pero Jalowicz siempre subrayó la importancia de la pura suerte, tal como lo recordaba en una conferencia en 1993: “La supervivencia de cada individuo que subsistió en la clandestinidad se asentó en una concatenación de azares que a menudo resulta increíble y cabe llamar milagrosa”.

Trump, Milei y la condena ideológica: amar al opresor, odiar al oprimido.

A veces las masas operan de formas extrañas, contrarias a sus propios intereses. Parte de la culpa la tiene la ideología, que moldea al individuo para abrazar su propia miseria echándole la culpa al contrario. El elefante en la habitación es real y está a la vista de todos, pero ¿cómo y por qué crecen estas convicciones?

En un reciente artículo de Paul Krugman, el economista se preguntaba cómo es posible que, a pesar de que la economía y la creación de empleo en EEUU han sorteado con holgura el precipicio de la recesión durante el 2023 (logrando amortiguar el impacto de la inflación sobre el consumo), haya arraigado en la mente de una mayoría de la población estadounidense la idea de que, según su autopercepción de la realidad, la economía va muy mal y, por lo tanto, que sientan que sus vidas continúan empeorando.

La respuesta inmediata que proporciona Krugman queda circunscrita a dos convicciones. La primera se centra en que los votantes republicanos y sus lobistas continúan cabreados por haber perdido las últimas elecciones y, con ello, que Trump dejase de ser su presidente. La segunda, se refiere al calado que ha tenido en las masas afines el mensaje trumpista de MAGA (Make America Great Again o “que América vuelva a ser grande”).

Tal y como sostiene en su conclusión, hay un misterio inmanente en este fenómeno que las encuestas sobre la confianza en la economía nunca van a ser capaces de desentrañar por sí mismas, y solo le queda la consolación de asociar esta deriva a que el Partido Republicano ya no es lo que era. En verdad, su diagnóstico se queda corto. El fascismo, en cambio, como dinámica histórica, lo tiene más claro y siempre irá por delante de las estadísticas.

Para un teórico de la economía, establecer conexiones racionales entre lo que sucede en la base material o productiva de una sociedad y el influjo que la ideología dominante (la superestructura) despliega en su modo de funcionamiento viene a ser terreno pantanoso. Cuando lo intenta, el resultado suele ser asimétrico y hasta incomprensible. Ciertamente, no es racional a la vista de los hechos que casi el 70% de los simpatizantes republicanos todavía crea que el resultado electoral de 2020 fue un fraude.

En consonancia, se ha constado durante décadas el sesgo partidista que prolifera en la mentalidad colectiva de un país en función del partido que gobierna, de modo que, en este ejemplo concreto, cuando los republicanos están en el poder, el sentimiento fuerte de sus votantes se encamina a percibir que inexorablemente la economía se comporta fabulosamente, aunque los datos objetivos demuestren lo contrario. Esta disonancia cognitiva también arraiga entre los demócratas, pero en este grupo la distorsión resulta más moderada en cuanto a que la fantasía de ver en un determinado momento un oasis donde solo hay un enorme desierto se reproduce con una considerable menor intensidad.

En España, como en otros países de nuestro entorno, tiene lugar el mismo contagio procedente de ese tipo de espejismo o imagen fantasmática proyectada sobre el espejo ideológico en el que la población queda determinada para reconocerse a sí misma (así es como se explicaría que los votantes del Partido Popular crean sin dudar en la propaganda de que sus representantes son extraordinarios gestores en detrimento, por lo general, de las habilidades de los del PSOE. Después, cuando la realidad desmiente la imperturbabilidad de tal asunción, optan por un rechazo categorial en vez de aceptar la perturbación de la creencia sedimentada). En resumen, podemos intuir que la recreación subyacente de quién creemos ser como integrantes de una sociedad no se puede explicar únicamente en términos sociológicos ni económicos. Hay que exfoliar la subjetividad que crea lo ideológico para distinguir los mecanismos por los que el discurso político logra transformar el carácter psíquico de las masas.

En efecto, la manera en que a la gente le va en la vida real (su capacidad de ingresos para valerse de alimentación, vivienda, sanidad, educación, ocio, transporte, etcétera), unida a los procesos de socialización basados en el respeto a la ley, los valores morales, la concepción y práctica de la sexualidad, la paternidad y resto de costumbres, impactan en el formalismo con el que se reprimen los instintos, formando el inconsciente, así como el conjunto de la estructura psicológica que condiciona la personalidad. Dicho de otro modo, el factor socioeconómico modifica lo caracterológico de las personas tanto como el factor ideológico. De hecho, el poder ideológico no estriba en su capacidad para dirigir la economía o reformar las instituciones, sino en alterar las estructuras psíquicas con las que las personas “funcionan” y consienten que se les imponga una visión especifica con la que comprender la realidad y aceptarla.

LO PSICOLÓGICO ES SOCIAL: ALTERAR EL ESTADO DE ÁNIMO

En el período de entreguerras, Freud estableció un principio de anclaje entre el materialismo y el proceso civilizatorio que opera a escala mental cuando reconoció que “la psicología individual es al mismo tiempo, y desde un principio, psicología social”. Por consiguiente, observó que había una relación directa entre la posible cura de un individuo y el hecho de que su origen estuviera localizado tanto en la estructura social que forma a las masas como en las familiares en la que se desenvuelve cada persona. Luego, o bien se corrige en el ambiente colectivo lo que produce la patología o bien ésta se hará resistente y no dejará en paz al sujeto, retornando una y otra vez para importunarle la existencia.

Es pertinente que aclare que no es mi intención prescribir que haya que aplicar el método psicoanalítico sobre todo tipo de fenómenos sociales contradictorios, incluidos los que tanto le sorprenden a Krugman, ni que dicho método sea una herramienta infalible para desocultar los motivos indecibles, vergonzantes o maliciosos de las personas para hacer o dejar de hacer, sino que hay que aprovechar los descubrimientos del psicoanálisis y algunos de sus conceptos para que aporten luz sobre aquello que no termina de encajar, es decir, sobre lo que para las ópticas sociológica y económica resultan ser conductas extrañas que necesariamente tienen su origen en fuentes irracionales.

Para entenderlo con precisión, imaginemos que un colectivo se rebela contra una autoridad. Esta decisión podría ser racional y materialmente explicable por el hecho de que estuvieran soportando una situación de obediencia ciega por la que tendrían que reproducir una conducta sumisa que les estuviera condenando a vivir explotados, por lo que el previsible autoritarismo que estaría gobernando sus vidas habría llegado a un punto en el que se habría vuelto insoportable para su propia dignidad e intereses. En un escenario como este, el levantamiento nos parecería que es justamente lo que tenía que ocurrir, con independencia de nuestras simpatías o animadversiones a apriorísticas con ese hipotético colectivo.

Sin embargo, ¿qué sucede cuando ciertos colectivos oprimidos no solo es que prescindan de cualquier acción para cambiar una situación similar que les empobrece, sino que, paradójicamente, la apoyan como algo necesario o natural? Entonces sí que resulta forzosa la indagación psicológica para abordar la totalidad de las causas que propician que hayan cedido. Sería una situación en la que la ideología estaría operando sobre la respuesta emocional de cada persona y su comportamiento dentro de una masa.

Un enunciado con el que trabaja el poder ideológico hegemónico consiste en convencernos de que los sujetos que se rebelan contra lo establecido por la ley, fundamentalmente lo hacen por su incapacidad para saber adaptase, de manera que sufren de una regresión a un estadio infantil. Si llevamos este marco a la educación política de las masas, resultaría que la no-adaptación supone que determinadas personas no terminan de aceptar que, para ciertos, contextos deben adoptar una actitud que, en la práctica, les perjudica o legitima efectos destructivos en lo social.

El trasfondo de aquello a lo que aspira lo ideológico es crear obstáculos para que no se produzca el desarrollo normal de los procesos sociológicos. Es decir, un desarrollo sociológico típico o normal sería que las personas de clase trabajadora se asocien entre sí y apuesten por políticas económicas y sociales que les supongan ganancias objetivas (la misma coherencia se debería dar entre emprendedores o propietarios de empresas). Cuando esta dinámica es obstruida y las partes toman decisiones antagónicas, el abordaje tiene que ser otro.

Wilhelm Reich, discípulo de Freud (aunque posteriormente repudiado por su maestro debido a la radicalidad de sus posiciones), fue pionero en tratar de esclarecer los diversos eslabones que conectan la pertenencia de las masas a una determinada clase social, con sus respuestas típicamente irracionales y contrarias a lo que cabría esperar por su indexación socioeconómica. En una de sus célebres comparaciones, consideraba que una mujer trabajadora católica y afiliada al partido nazi versus una mujer trabajadora atea y comunista se diferenciaban psicológicamente en que la primera, como representante de un arquetipo sociológico, habría desarrollado una dependencia autoritaria respecto a sus padres durante su niñez y juventud, y que dicha subordinación habría continuado reproduciéndose durante su matrimonio, cediendo a que su subjetividad fuera articulada por el orden patriarcal que, por defecto, reprime sus deseos sexuales, produciendo en ella una aversión o resentimiento hacia los planteamientos del feminismo comunista alemán de la época y el proyecto de autodeterminación y emancipación de la mujer que se manejaba. Reich explicaba que este etalonaje del carácter modelado ideológicamente por la tradición burguesa y la influencia religiosa desembocaba en una incapacitación del sujeto para cultivar el pensamiento crítico, en el sentido de negarse a cualquier tipo de revisión de sus creencias trasmitidas por el Superyó y no abrirse a otro tipo de influencias, es decir, desvalorizar por norma el discurso del Otro. Cualquier esfuerzo persuasivo basado en argumentos racionales sobre este tipo de persona, a su juicio, resultaría un despilfarro propio de un ingenuo.

En suma, el punto de capitón con el que Reich justifica la urgencia de analizar este tipo de realidades sociales aparentemente incompresibles pasaría por evitar la crítica vulgar de limitarse a calificar que determinado tipo de estrato social ha sido víctima de un ofuscamiento pasional o de un atontamiento cognitivo, para, en cambio, advertir que se ha producido antes una alteración psíquica profunda que, irremediablemente, afecta a la sexualidad como proceso social. En cualquier caso, la anterior comparación de los arquetipos de una nazi y una comunista del siglo XX necesitaría hoy en día de una calibración ad hoc para, por ejemplo, clasificar los diferentes tipos de carácter que están asimilando las ideologías feministas circulantes y divergentes entre sí, e identificar cómo tramitan su ligazón particular (sea de afecto o de rechazo) con la diversidad de identidades sexuales que se han visibilizado en la modernidad, especialmente con la transexualidad.

El impacto de la ideología puede hacer mella en cualquier tipo de personalidad, pero, a tenor de las diferentes experiencias analíticas de Reich, Freud, Ferenczi y Adler, posee más posibilidades de generar neurosis cuando aterriza sobre aquellos que son tendentes al masoquismo y, por extensión, al sadismo. Hay que señalar de modo sucinto que el masoquista no es alguien que sienta placer con las cosas que a una persona normal le generan displacer (asco, miedo, dolor, etcétera), sino que tiene una predisposición a no soportar el placer, sustituyéndolo por acciones, estímulos, pensamientos o decisiones (síntomas) que le generan sufrimiento, privación, angustia, sentimiento de inferioridad, pesimismo, envidia, odio, impotencia y otras emociones negativas similares. Esta fase continúa aleatoriamente con la sádica, es decir, con el resentimiento y la ira, torturando a otros como medida para sofocar su propia frustración por no poder gozar si este goce no se acompaña de dolor (mordiendo, rasgando, fracturando, e hiriendo tanto el cuerpo del Otro como el de uno mismo).

Por supuesto, el resultado de la venganza es la culpa que se instrumentaliza en todas las direcciones posibles, incluida la inconsciente, para suministrar la repetición del síntoma a través de la victimización. En este circuito, la respuesta del lenguaje del sujeto afectado es algo parecido a: “No valgo nada, pero merezco que me quieras”; “Castígame cuanto desees si con ello te hago feliz”; “La culpa de que sea como soy es solo tuya”. Digamos que la condena que recibe, aunque siendo inmerecida, le estaría suministrando la única posibilidad de alcanzar la relajación o, dicho con otras palabras, el dogmatismo de no permitirse ninguna oportunidad para dudar de la idea de que el migrante es siempre una amenaza para los suyos, que la homosexualidad es una psicosis perjudicial y que padecerla es una vergüenza, que el patriarcado es independiente de la naturaleza autoritaria, que la mujer, el negro, el judío y el musulmán son seres biológicamente inferiores y sospechosos de incurrir en actos inmorales, o que el socialismo científico supone automáticamente el colapso de la economía y la democracia, son derivados inmediatos de un impacto ideológico sobre la psique, y mantener a salvo la veracidad de estas creencias irracionales pasa a formar parte del equilibrio libidinal del sujeto.

FASCISMO UNIVERSAL: EL DISCURSO DE MAGA

Para el fascismo, el paciente ideal al que convertir es aquel que sufre de una intensa frustración por haber cedido a la represión que las estructuras sociales y económicas le han impuesto. Por eso, el fascismo irrumpe fácilmente en aquella persona que tiene miedo a “explotar” (a un orgasmo sin inhibiciones), esto es, atrae al que alberga miedo a la auténtica libertad (lo que viene a ser el mayor temor del neurótico sadomasoquista).

El fascismo no podemos reducirlo a la existencia de un partido político, sino que se trata de la expresión de lo irracional de los hombres cuando responden como una masa o colectivo a los problemas de la vida, componiendo una actitud absurda y anticientífica con respecto al conocimiento de lo que es el hombre, el amor y el trabajo. Consecuentemente, es una totalidad discursiva que pretende trastocar a lo cultural económico, lo cultural social y lo cultural que afecta a lo sexual. ¿Qué vende? Suministra, como solución imaginara para cubrir las ansias de una autoridad fuerte, la reverencia a una personalidad con el poder de darlo todo y suprimirlo todo. El fascismo administra el deseo de ceder a un caudillaje para que sea la voluntad de un padre agresivo y omnipotente (con la reminiscencia de poseer el poder de castración) quien aporte su propósito vital individual como si este debiera ser el destino para toda la humanidad.

En el aclamado filme La cinta blanca (2009) de Michael Haneke, reconocemos algunos de los indicios que siempre deberían llamar nuestra atención sobre la presencia latente de estas dinámicas en la cultura que nos rodea. En la película se realiza una valiosa indagación sobre cómo la familia autoritaria y la represión sexual desencadenaban conductas psicóticas y actos sádicos que silenciosamente iban acomodando la emergencia del nuevo estado autoritario que estaba a punto de despuntar en Alemania justo en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial.

De forma similar, el fascismo histórico que ha penetrado en las bases republicanas de la América profunda en nuestros días (con la proliferación de las instituciones de filiación religiosa que desintoxican a jóvenes de sus deseos homosexuales, a la vez que cada año se refuerza la legislación anti-LGBTQ en estados como Montana, Florida, Arkansas y Tennessee) refleja este mismo tipo de enraizamiento captado por Haneke: un cúmulo de inhibiciones y angustias que afectan a la identidad sexual y que se conectan tanto con el carácter como con la ideología.

A la vista de lo expuesto hasta aquí, podemos suponer que, en línea con las conclusiones de Reich, los sujetos, hombres o mujeres, que viven en un estado material precario, si resulta que la ideología les ha modificado su conduta sexual (lo que incluye los impulsos artísticos), esa modificación podría dar lugar al habitus de que fueran en contra de sus propios intereses materiales. Lo explico con más detalle: cuando la represión afecta solo a lo material, la sublevación política de las personas será más factible de que suceda. Pero cuando la represión provoca que los impulsos y deseos queden ocultos o se hagan inconscientes, y hace que simultáneamente se prodiguen ataduras con una compresión vulgar, por ejemplo, de un tipo de mentalidad religiosa o de una ética del trabajo disciplinada hasta el extremo o dictatorial, buscando inhibir lo sexual y perpetuar el patriarcado. Todo ello moviliza una coraza infranqueable para que pueda estallar cualquier forma de movilización emancipadora en las masas a pesar de su precariedad existencial. De ahí que las libertades en el ámbito de lo social (cambio de sexo, derecho al aborto, el divorcio, el matrimonio entre personas LGBT, la igualdad de género) sean fenómenos que socavan las fuerzas del fascismo en cualquier sociedad.

Los resultados de una encuesta recién publicada en este inicio de 2024, dirigida por investigadores de un centro de estudios para la prevención de la violencia de la Universidad de California en San Diego, arrojan que, dentro de los votantes republicanos, los que se identifican con el discurso MAGA (escorado hacia la xenofobia, la homofobia, el control de las libertades individuales a través del sistema educativo, la defensa del uso de armas, el belicismo exterior, elevar muros frente a los migrantes, negar el cambio climático, bajar los impuestos y todo tipo de ayudas a minorías, prescindir de servicios públicos y de políticas de igualdad de género y racial, etcétera) están más de acuerdo en considerar que en EEUU la democracia se encuentra en peligro, que tener un líder fuerte como presidente es todavía más importante que preservar las libertades democráticas, y que sería muy conveniente patrullar con ciudadanos armados los colegios electorales en las próximas elecciones presidenciales para garantizar que no se manipulen los resultados. Estos “relatos” sociólogos nos indican que el elefante en la habitación es real y que está a la vista de todos, pero volvemos al punto de inicio: cómo y por qué crecen estas convicciones.

En Psicología de las masas y análisis del yo (1921), Freud explicaba que, en el fenómeno del populismo, el dominador se presenta con la apariencia de libertador, es decir, como un opositor al sistema. La masa descontenta se identifica con él, pero será únicamente él quien obtenga la tan anhelada satisfacción. El resto, sus seguidores, solo encontraran vacío llegado el momento. Solo así se explican los casos de Milei y Trump. La extrañeza irracional nos sacude por el hecho de que el individuo que se une a la masa, véase los MAGA, jamás accede a un poder colectivo efectivo como para transformar su situación personal, salvo que se convierta en un vicario del poder del caudillo.

¿Qué le podría sugerir Freud a Krugman para buscar alguna solución al dilema estadounidense? Quizá que cada uno de los votantes republicanos ya no son niños, y que, por ello, dado que no existen tan solo dentro de una estructura familiar, sino que forman parte de una intricada red de producción, es necesario transformar lo uno y lo otro. La solución para salvar la democracia no puede limitarse a que la economía vaya bien, porque, además, el sistema prevé que nunca lo hará para todos por igual, y su lógica de funcionamiento continuará sirviendo como conductor de relaciones de dependía hacia una autoridad superior. El enigma de la autoridad en el terreno de la sexualidad, la ciencia y la política continúa siendo el campo de batalla en el que se decide tanto el presente como el porvenir, aunque este último sea una ilusión.

3 estrategias que usan los escandinavos para no sucumbir a la depresión del invierno

Laura Plitt
Role, BBC News Mundo
18 enero 2024
Va llegando. Poco a poco. Lo sabes. Y lo ves venir. Los días se vuelven cada vez un poco más cortos y, en lo que te demoras en abrir y cerrar los ojos, el invierno ya está allí.

Envuelto en un suéter viejo pero grueso miras tímidamente por la ventana. El cielo amenaza con tornarse aún más gris y tú esperas con una mezcla de excitación y resignación a que caiga la primera gota de lluvia. Esa será tu excusa perfecta para no salir.

Muchos de quienes se encuentran en este preciso instante en el hemisferio norte sienten el impacto psicológico del invierno; la falta de energía, de ánimo, la desazón que trae no necesariamente el frío, sino la oscuridad (y la maldita lluvia).

Es un tipo de depresión asociado a los cambios de estación que se conoce como trastorno afectivo estacional (Seasonal Affective Disorder o SAD, por sus siglas en inglés), que suele comenzar y finalizar aproximadamente en la misma época cada año, típicamente en los meses de invierno, aunque algunas personas lo experimentan en verano.

Sin embargo, los escandinavos registran un índice bajo de depresión estacional.

Y no es únicamente que no muchos sienten esa suerte de bajón cuando llega el inverno, sino que además esperan su llegada con sorprendente entusiasmo, según constató Kari Leibowitz, investigadora y psicóloga especializada en salud, doctorada en la Universidad de Stanford, en Estados Unidos.

De la playa al círculo polar
Leibowitz viajó en 2014 a Tromsø, una ciudad en Noruega a unos 300 km al norte del cículo polar ártico, para investigar precisamente este fenómeno.
Familia de paseo FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Hay un refrán que dice que no hay mal clima, sino ropa inadecuada.

Las razones por la que los habitantes de esta isla, en la que durante los meses más crudos de invierno el sol no llega a asomarse por el horizonte, son varias, le dice a BBC Mundo la investigadora.

Pero, básicamente, es que “tienden a tener una mentalidad positiva respecto al invierno”.

Esta disposición les permite adoptar una serie de estrategias –que Leibowitz resume en tres– que todos podemos incorporar a fin de cambiar nuestra percepción sobre el invierno, si queremos atravesarlo con el mayor bienestar posible.

1- Aprecia el invierno
Apreciar el invierno significa poner el foco de atención en todo lo que es posible hacer durante esta estación, en las oportunidades que brinda, en cambio de centrarse en aquello que no podemos hacer.

“Esto puede implicar adaptar nuestro comportamiento”, señala Leibowitz. Quiere decir buscar actividades que se acomoden a esta época del año.

“Podemos leer, tejer, hornear, crear arte. Y esas no son cosas que hacemos porque el invierno es aburrido, sino porque el mundo natural es de algún modo el más adecuado para estas actividades en esta parte del año”, añade.

Hombre leyendo FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

El invierno es un momento ideal para dedicarse a la lectura.

Y si te sientes cansado, el invierno te brinda la “oportunidad de descansar, bajar el ritmo y darle espacio a la introspección”, asegura Leibowitz.

2- Haz que sea algo especial
Esta segunda estrategia –muy ligada a la primera- tiene que ver con aprovechar las ventajas que tiene el invierno, y puede consistir en “realizar actividades especiales que solo son posibles en esta estación".

“Es tomar medidas deliberadas para abrazar y celebrar el invierno, como cambiar tu comportamiento en términos de las comidas que comes, en las formas en las que te reúnes con tus amigos o haces ejercicio”, dice Leibowitz.

Puede ser el decorar tu casa con velas y encenderlas cuando oscurece, transformar el espacio para que se sienta cálido y acogedor, o hacer una fogata al aire libre, por ejemplo.

Decoración con velas FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Las velas aportan mucha calidez a los espacios.

O aprovechar que como no hace calor, puedes salir a correr por más tiempo y hacer mayores distancias, comenta la investigadora.

3- Sal de tu casa
Esta última recomendación es fundamental: “Sal de tu casa, independientemente de cómo esté el clima”.

“En nuestra cultura hay una gran tradición de salir afuera todo el año. Y hay un refrán que dice: ‘No hay mal tiempo, sino ropa inadecuada’”, le explica a BBC Mundo Ida Solhaug, psicóloga del Hospital Universitario del Norte de Noruega.

El hábito de pasar tiempo al aire libre, y en contacto con la naturaleza durante todo el año, es algo que los escandinavos aprenden a hacer y valorar desde muy pequeños.

“A mi hija, que está en edad escolar, le piden con frecuencia que lleve un tronco de madera en su mochila. Luego salen y arman una fogata con los leños que lleva cada uno, sin importar cómo esté el clima”, cuenta Solhaug.

Fogata FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Hacer una fogata al aire libre puede ser una actividad fantástica aún en pleno invierno.

“Creo que es algo muy bueno que nos ayuda a estar en contacto con la naturaleza y los elementos, y el ritmo natural de las cosas. Sentir que somos parte de la naturaleza nos ayuda a tener una perspectiva más amplia y dejar de pensar solo en nosotros mismos”, agrega.

Leibowitz coincide: “Salir, conectarse con la naturaleza, estar al aire libre, mover nuestro cuerpo, todas esas cosas funcionan como antidepresivos naturales”.

Cambios de energía
Aún así, también es importante aceptar que se trata de un momento donde probablemente tengamos menos energía.

“Sentirnos un poco apagados o cansados es natural en esta parte del año”, señala Solhaug.

“Lo que no es natural es ser todo el tiempo productivos, cumplir con ese imperativo cultural de ser fuertes y eficientes todo el tiempo y rendir 24 horas al día, 7 días a la semana”, añade.

Mujer bostezando FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Es normal sentirse cansado o tener menos energía durante el invierno.

“Hay cierta sabiduría en aceptar que hay un momento del año en que nos vamos a sentir un poco más cansados, en respetar nuestras propias variaciones naturales y la necesidad de hacer una pausa”.

“Mi consejo es aceptar eso y abrazar la estación”.

Cambiar es posible
La mirada de Leibowitz, no obstante, no es ingenua. La investigadora reconoce que el contexto favorece la adopción de una actitud positiva.

“(Esta postura) está facilitada por el hecho de vivir en un lugar donde la infraestrutura apoya a la gente para que abrace el invierno, donde los cafés y los restaurantes son acogedores y cálidos, usan velas, y tienen lugares donde colgar los abrigos, donde las calles se mantienen despejadas de nieve todo el año".

"Es decir, donde se facilita que el invierno no sea una época limitante del año sino un momento repleto de oportunidades especiales”.

También es cierto que es más fácil disfrutar el invierno en países como Noruega o Finlandia, por ejemplo, donde el clima suele ser extremo y las experiencias están permeadas por una cultura que disfruta de esta estación, que “en lugares como España o Portugal, que están construidos para el verano”, señala la Leibowitz.

Playa en Portugal FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Los países más orientados hacia el verano, suelen estar peor preparados para afrontar los inviernos.

Allí puede hacer frío en los espacios interiores y “es más difícil disfrutar del invierno cuando de hecho tienes frío y estás incómodo”.

Pero aunque la cultura en la que vivamos tienda a favorecer el verano y la temporada invernal no posea una belleza dramática, coronada de copos de nieve y auroras boreales mágicas, es posible aplicar las estrategias que mecionamos en un principio para mejorar nuestra experiencia de esta parte del año, asegura Leibowitz.

“He visto que sí es posible tranformar tu experiencia del invierno”, dice la investigadora, que lo observó en sus talleres y en sí misma, tras vivir en otros países habiéndose criado en la costa este estadounidense, en una sociedad con la mirada puesta en el verano y la playa.

“Claro que sería lindo que esto pasara en una sociedad que lo apoyara, pero también pienso que los individuos puede cambiar la cultura. A medida que los individuos cambian y propagan esos cambios entre su familia, amigos y compañeros de trabajo, así es como se producen los cambios culturales”.

Y si no funciona a nivel macro, “al menos pueden hacer estas cosas y marcar una diferencia en su propia vida".