sábado, 27 de enero de 2024

_- Melasudismo

_- Hay una expresión que no me gusta nada, por grosera, incluso cuando se sustituye el sustantivo por el pronombre. Me refiero a la expresión “me la suda”. No me gusta oírla y nunca la utilizo en mis conversaciones. Se repite hasta la saciedad y es muy contundente en su carga semántica. Quiere decir que aquello de lo que se trata no importa absolutamente nada.

Existen otras expresiones que pueden utilizarse para decir que algo nos es completamente indiferente: me la trae al pairo, me la refanfinfla, me la trae floja, me la sopla, me la bufa (catalanización de la última)… Otras locuciones tienen también un contenido similar: me importa un bledo, me importa un pimiento, me importa un pito, me importa un huevo…

Así pues, la expresión que me ocupa hoy, surge del lenguaje popular sin poderse determinar en qué momento se originó y se utiliza con la intención despectiva de recalcar la poca importancia que sentimos hacia un asunto.

La moneda del melasudismo (palabra que no figura en la RAE pero que nos permite entendernos) tiene, a mi juicio, cara y cruz. En la cara se sitúan los asuntos que no deberían importarnos y nos abruman. La cruz, por contra, se refiere a los asuntos que deberían importarnos y nos la sudan

Tengo delante un libro titulado “Melasudismo”. Fue editado en 2023 por Plataforma Editorial. Su joven autor es Pablo Álvarez, que estudió Telecomunicaciones en Madrid y Berlín y que desde 2005 lidera proyectos globales de transformación digital, innovación y desarrollo en nuevos productos digitales para grandes corporaciones (Telefónica o Santander) como en consultoría (Designit). El subtítulo del libro nos sitúa ante aquellas cuestiones que nos impiden vivir felizmente: “¿Por qué te tomas la vida tan en serio?”

En la introducción dice el autor que una de las condiciones previas del aprendizaje es la perplejidad, “que es una sensación de sorpresa e indefensión que se experimenta cuando la vida tiene la impertinencia de ponerte delante de una realidad que no encaja con tus esquemas”.

Con un lenguaje desenfadado y desinhibido se ocupa de lo que he llamado cara del melasudismo, es decir de aquellas cuestiones que nos preocupan mucho y nos traen por la calle de la amargura.

Me ha recordado el texto la teoría de las ideas irracionales que plantea Albert Ellis y que está en la base de la terapia cognitiva. Esta terapia trata de desmontar de forma eficaz las ideas irracionales que sustentan nuestra infelicidad.

Pondré un par de ejemplos, de los que el autor desarrolla bajo el epígrafe: “las nueve razones del melasudismo para vivir bien”.

La razón número cuatro dice así: “A lo que no está en tu mano se la sudas. Ocúpate de lo que puedes controlar y deja fluir lo demás”.

Cita el autor una frase de Epectiteto en su pequeño libro Enquiridión, que era como su manual para ser feliz.

“De lo que existe, unas cosas dependen de nosotros, otras no. De nosotros dependen juicio, impulso, deseo, aversión y, en una palabra, cuantas son nuestras propias acciones; mientras que no dependen de nosotros el cuerpo, la riqueza, honras, puestos de mando y, en una palabra, todo cuanto no son nuestras propias acciones”.

“La razón número seis dice: Lo que no está alineado con tu propósito te la suda. Elige bien tus batallas y mantén calibrada tu brújula vital”.

Hace referencia a la fábula del pescador, que yo conocía desde hace muchos años en la versión del pastor que estaba tumbado tranquilamente a la sombra de un árbol mientras cuidaba el rebaño. Pasa por allí un individuo que le pregunta, después del preceptivo saludo:

¿Cuántas ovejas tiene usted en el rebaño?

Ciento cinco exactamente.

¿Por qué no duplica el número de ovejas y abre una pequeña fábrica de quesos? ¿Para qué, si se puede saber?

Porque así podría ganar más dinero y con ese dinero comprar otro rebaño. ¿Y para qué?

Con los beneficios podría abrir una franquicia de la fábrica en otra ciudad. ¿Para qué, señor?

Después de muchos años, con el dinero que ganase, podría vivir tranquilamente. ¿Y qué estoy haciendo ahora?

Vivimos inmersos en una trampa. Ambiciosos, acelerados, desquiciados, competitivos detrás de posición, de dinero, de fama, de poder…

Hablaba anteriormente de la cruz de la moneda del melasudismo. Estoy ya fuera de las ideas del libro de Pablo Álvarez. Estoy en la otra cara. Me refiero ahora a aquellas cuestiones que nos tienen que importar.

Me preocupa que una persona diga: “la política me la suda”. Porque somos seres políticos, porque parte de la política depende de cada uno de los ciudadanos y de las ciudadanas. Con la participación, con la palabra y con el voto podemos actuar de forma comprometida con la mejora de la sociedad.

En el mundo y en España están ocurriendo cosas que nos afectan de manera decisiva. La oleada fascista está amenazando nuestro mundo. En Argentina gobierna un personaje estrafalario que grita “Viva la libertad, carajo”, pero que quiere meter seis años en la cárcel a quienes protestan en las calles contra su política; en Italia gobierna desde hace más de un año la ultraderechista Meloni; en Turquía gobierna Erdogan con facciones de extrema derecha; Vicktor Orban en Hungría y Mateusz Morawiecki en Polonia imponen sus políticas fascistas; en los países nórdicos la extrema derecha es parte de la coalición de gobierno en Finlandia y presta apoyo externo en Suecia; en nuestro país la derecha y la ultraderecha le han declarado la guerra al gobierno progresista con operaciones de acoso y de arribo; en Francia gana posiciones la ultraderechista Marine Le Pen; en EE UU vuelve a convertirse en una nube negra la figura de Donald Trump…

No es de recibo mirar para otra parte. No es justo ni sensato decir que este panorama “nos la suda”. Porque esta deriva amenaza la paz, la democracia, la justicia, la libertad y la igualdad…

Tampoco me gusta escuchar a un joven o a una joven decir que “me la suda lo que pase en la franja de Daza o en Ucrania”. Porque somos seres humanos que podemos levantar la voz, que podemos ofrecer ayuda, aunque mínima, que podemos cooperar para sensibilizar a otras personas, que tenemos la obligación de construir un mundo donde podamos vivir en paz.

Y en la vida cotidiana, en la relación con nuestros semejantes, en la convivencia con quienes compartimos la vida, no es aceptable decir “me la suda lo que les pase a los demás”. Porque los demás importan, porque tenemos una responsabilidad decisiva.

Como no puedo dejar de hacer cuando escribo sobre algún asunto, tengo que referirme a quienes se dedican a la enseñanza. Los profesores no pueden decir “me la suda lo que les pase a mis alumnos y a mis alumnas”. Ese pasotismo es una irresponsabilidad porque del quehacer docente se derivan consecuencias de importancia decisiva para los alumnos y las alumnas.

Acabo de recibir en mi blog un comentario de un docente chileno llamado Enrique Pérez Hidalgo. Reproduzco un párrafo de su mensaje en el que habla de su intervención en un grupo de trabajo en el que hablaba de su madre, docente normalista de una escuela de un pueblo llamado Mejillones: “Uno de los miembros del grupo se levantó, estremecido, me abrazó y llorando me preguntó: ¿tu madre se llamaba Lidia Hidalgo Dawson? Yo le respondí: efectivamente, así se llamaba. Él me dijo: yo soy un ex alumno de tu mamá y ella hizo milagros en mí, pues me enseñó el amor por los demás, me di cuenta que yo era importante y me dio el tesoro que necesitaba para ser el médico que soy hoy, la persona que soy ahora. Lloramos juntos por el recuerdo, pero cuando le pregunté cuánto tiempo había sido alumno de mi madre, él me dijo: solo seis meses, porque después mis padres se trasladaron de ciudad, pero ella me marcó para toda la vida. Lo increíble de esta vivencia, es cómo en tan poco tiempo se puede hacer un cambio en una persona que perdure para toda la vida”.

Estos testimonios son tan emocionantes como innumerables. Cada día, cada minuto, cada segundo se producen testimonios de esta naturaleza, pero muchas veces los silenciamos, mucho más atentos a informes “científicos” sobre el sistema educativo.

Cuando el docente dice que se la sudan sus alumnos no se producen estos efectos beneficiosos. Efectos que marcan la vida de sus alumnos. Solamente se producen cuando se pone el corazón en la tarea.

Miguel Ángel Santos Guerra.

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