sábado, 20 de enero de 2024

Los coleccionistas de ceros

En el aeropuerto de Barajas compré hace unos días un pequeño librito titulado “Los coleccionistas de ceros”. Un libro cuya lectura dura el tiempo del trayecto aéreo de Madrid a Málaga. Es decir, un poquito menos de una hora. Su autora es Eva Escudero Fraile, profesora de primaria. He de decir que se nota que quien escribe tiene muy pegado a sus zapatos el barro de la práctica. La obra ha sido ganadora del II Premio Hortensia Roig de Literatura Infantil 2023.Siempre insisto en mis clases y conferencias a profesores en la necesidad y la importancia de escribir. Por eso me sumo al aplauso que supone un premio. Con sencillez y meridiana claridad aborda la autora un profundo problema que afecta a la evaluación. Me refiero al problema de la actitud estricta que algunos profesores (afortunadamente pocos) tienen a gala exhibir a la hora de evaluar los aprendizajes de sus alumnos y alumnas. Digo exhibir porque, frecuentemente, alardean de los pésimos resultados que los aprendices consiguen en su asignatura. En este caso, de matemáticas. Piensan de sí mismos que son profesores excelentes porque con ellos solo aprueban los que realmente saben. Y esos son muy pocos.

El libro cuenta el caso de Tomás Zurdo, un profesor de matemáticas cuyas evaluaciones, una tras otra, muestran un fracaso generalizado. La inmensa mayoría de sus alumnos son coleccionistas de ceros. Solo hay una excepción que le sirve al profesor como argumento para demostrar que lo que exige se puede alcanzar. Una niña que se llama Helena. Y de ella dice el señor Zurdo (como le gusta que le llamen) a sus estudiantes “que bastante desgracia tiene la pobre con ser vuestra compañera, que estáis coartando sus posibilidades”.

El hilo argumental de la historia de este grupo es Ana, una niña daltónica, con estupendas cualidades artísticas pero especialmente negada para las matemáticas, según su severo profesor.

La comprobación que este docente realiza viene a decir que no han aprendido nada de lo que pretendía enseñar. (En realidad no deberían pagarle un sueldo, porque le pagan para que sus alumnos aprendan y él certifica en cada evaluación que la mayoría no ha aprendido nada). Y ahora viene el segundo y decisivo problema: la atribución. ¿Por qué no han aprendido? El profesor atribuye el cien por cien de la responsabilidad del fracaso a sus alumnos y, por consiguiente, él no tiene nada que revisar, que modificar o que cuestionarse. Ni en la forma de enseñar ni en la forma de evaluar. Y, lo que es más grave, ni en las concepciones que tiene sobre estos procesos y sobre la capacidad y disposición de quienes aprenden.

Curiosa e interesada forma de analizar la realidad. Porque esos mismos niños y niñas van bien en otras asignaturas y, en este caso, se evidencia el error del profesor cuando cambian los resultados y el clima del aula con la nueva maestra. Incluso tienen una comprobación externa incontestable del éxito al ganar un certamen de matemáticas organizado por varias escuelas.

El primer párrafo del libro dice así “El día que Tomás Zurdo, tutor y profesor de matemáticas, se dio de baja por ansiedad, todo comenzó a cambiar en la clase de 4ª B del Colegio Marie Curie”. Cuando aquella tarde la directora anuncia la baja del profesor de matemáticas, Ana “sintió una felicidad tan grande que, al salir, invitó a sus amigos a cruasanes de mantequilla en la pastelería de al lado, a modo de celebración”.

Al señor Zurdo le sustituye una joven profesora interina llamada Diana Cortés. Y ya el primer día les sorprende colocando las mesas para trabajar en equipo. Con su predecesor cada uno, desde su pupitre, seguía de forma aislada las explicaciones del profesor, realizaba las tareas y hacía los exámenes.

“Diana llegaba cada día cargando al hombro con varias bolsas de tela repletas de materiales quesolo ella sabía para qué y cuando iba a utilizar”.

El rumbo y la actitud del grupo cambia radicalmente. Se interesan por la asignatura, aprenden de forma cooperativa, se sienten valorados por la maestra y, como es lógico, mejoran las calificaciones. Se acabaron los ceros. Las matemáticas ya eran hermosas, divertidas y útiles. El grupo, que antes era considerado nefasto, ahora tiene la etiqueta de magnífico.

Un buen día, Ana va a buscar a su maestra porque han descubierto una noticia importante. Un certamen que lleva por lema “Calculo, luego existo. Categoría infantil”. El anuncio seguía diciendo: “Participa con tu clase y gana jugosos premios Porque todos llevamos un pequeño genio dentro”. Movidos por los premios prometidos y por el deseo de demostrar a su maestro lo equivocado que estaba, deciden presentarse al certamen. Esa decisión provoca un compromiso entusiasta con el entrenamiento para poder competir.

Diana inscribió a la clase en el Certamen y les empezó a preparar: “A partir de mañana quiero que cada uno de vosotros me redacte en el cuaderno de mates una situación que deseéis resolver y que pueda lograrse con números o lógica. Pensadlo bien. Las pondremos en común y trataremos de encontrar la solución”.

Andrés planteó el siguiente problema: “Si voy a casa de mi padre los miércoles y el fin de semana y el resto e los días estoy con mi madre, ¿cuánto tiempo paso con cada uno de ellos al año? ¿Con quién de los dos estoy más tiempo?”.

Para controlar las respuestas, Diana utilizaba un cronómetro. Era preciso cuidar el rigor y también la rapidez. Porque ambas cosas se tendrían en cuenta en el certamen. Por eso la maestra dijo:

¡Tres, dos, uno! ¡Tiempo!
Al cabo de unos minutos, antes de que sonase el cronómetro para indicar el final de la prueba, Helena dijo:

– ¡Lo tenemos!

“Si un año tiene 52 semanas, calculando dos días de finde por 52 y sumando un día por cada una de esas semanas, todo sería igual a 156 días al año con tu padre. Y, si restamos a los 365 días del año los 156 que pasas con él, obtenemos los 209 días que pasas con tu madre”.

La historia que nos cuenta Eva Escudero nos muestra un encuentro fortuito de un grupo de alumnos entre los que no podía faltar su antigua alumna Ana con el señor Zurdo acompañado de su madre. Él sigue aferrado a sus concepciones, a sus estereotipos, a su frialdad emocional. Por lo que, cuando le dicen que van a participar en el XXXV Certamen “Calculo, luego existo”, les dice:

– Pues mucha suerte, la vais a necesitar.

Llegó el día del certamen. 25 alumnos, 8.30 horas, 5000 euros de premio. Comenzaron las pruebas. Helena, abrió el sobre y, con voz temblorosa, leyó para su equipo: “El día 3 de marzo de 2013 nació Hugo. En ese momento, su hermano Juan tenía 8 años y su hermana Sara 6. Si el día 3 de marzo del año 2023, su padre tiene 50 años, ¿cuántos años les saca a todos ellos en la actualidad? ¿En qué año nacieron Juan y Sara?”.

Y siguieron los ejercicios., que fueron realizando con la mayor premura.

Para su sorpresa vieron que el señor Zurdo estaba entre el público, con una media sonrisa que venía a decir: he venido para ver cómo sufrís un irremediable fracaso.

Los antiguos coleccionistas de ceros empezaron a anotar los datos y a calcular con rapidez las edades que les pedían. Lo cierto es que 4º B del colegio Marie Curie pasó a la gran final y la ganó justamente para orgullo y regocijo de los antiguos coleccionistas de ceros.

La tesis del pequeño libro nos muestra una realidad vívida y aleccionadora. Una buena parte del éxito en el aprendizaje radica en la calidad del maestro: en su cercanía emocional, en la concepción que tiene de su tarea, en su capacidad didáctica, en las expectativas que tiene sobre sus alumnos, en su creatividad innovadora, en el amor a lo que enseña y a los que enseña. Pero hay tres efectos secundarios de la actitud del señor Zurdo que no se suelen tener muy en cuenta y que yo considero de gran importancia. Uno se refiere a la repercusión que este persistente fracaso tiene en el autoconcepto de los alumnos: “soy incapaz”, “soy torpe”, “no valgo”… Otro se refiere a la actitud hacia la asignatura: “no me gusta”, “es muy difícil”, “no quiero estudiar matemáticas”… O, peor aún, no quiero estudiar nada. El tercero tiene que ver con el vínculo profesor/alumno, que se debilita o se destruye ante el persistente fracaso y la actitud hostil. Cualquier otro tipo de influencia beneficiosa se hace casi imposible.

Está muy claro en esta historia y en la vida. Con un buen maestro el clima se transforma, la motivación se aviva, el aprendizaje se produce, la felicidad aparece y nunca se va. Qué importante es un buen docente.

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2024/01/13/los-coleccionistas-de-ceros/

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