viernes, 19 de enero de 2024

LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS. “Sé que si quedo con amigos me tomo ocho cervezas”: el enero en que los jóvenes decidieron dejar de beber.

La generación Z es la más abstemia de la historia, según varios estudios, y gran parte de los que beben se plantean la posibilidad de dejarlo o hacer parones para que su cuerpo respire (especialmente tras los excesos navideños) 

Quedaban todos los domingos a tomar el aperitivo. Era un grupo de madrileños veinteañeros, algunos se conocían de toda la vida, y otros, como Oliva Alonso, se habían unido más tarde. Juntaban varias mesas en un bar de San Bernardo, y se quedaban ahí hasta que se iba la luz. 

Todo ese tiempo lo pasaban bebiendo: vermú, un doble, después una copa. Un día, su amigo Dani dejó de ir. Al principio no dio explicaciones, pero al final confesó que era incapaz de aguantar ese ritmo de beber, dijo que estaba harto de empezar cada semana con resaca. “Nos dimos cuenta de que a todos nos estaba pasando un poco lo mismo”, recuerda Alonso. “Y ahora intentamos hacer planes distintos que no impliquen beber”.

–Como ir al Jardín Botánico. Ya sé que suena un poco a Alcohólicos Anónimos, pero también es un planazo. Cada vez son más los jóvenes que reducen su consumo de alcohol o incluso dejan de beber. Según un estudio de Statista realizado en Estados Unidos, que incluyó a 10.000 ciudadanos de entre 18 y 64 años, la Generación Z —aquellos nacidos entre finales de los noventa y principios de los 2000— es la más sobria de la historia. Además, un estudio internacional de HBSC, respaldado por la Organización Mundial de la Salud, indica que solo el 8% de los adolescentes consume alcohol semanalmente, una cantidad significativamente menor comparada con la de sus coetáneos en 2006. Esta tendencia se refleja en la popularidad de iniciativas como Dry January (enero seco), que surgió en el Reino Unido en 2013, y anima a los participantes dejar de consumir alcohol durante el primer mes del año como respuesta a los excesos navideños. "Guillermo González, de 25 años, afrontó este reto entre mayo y junio del año pasado. “La verdad es que no escogí el mejor mes”, afirma, haciendo referencia a la sed que habitualmente acompaña a la llegada del buen tiempo. 

Venía de una temporada intensa de viajes, con mucho plan social, y una elevada ingesta etílica. “Terminé hecho una porquería”, resume. No recuerda si alguien le habló del reto, o lo leyó en algún sitio. “Probablemente me apareció en Instagram”, comenta. “Tenía muy claro que necesitaba un break, así que decidí probarlo como un desafío personal”. Lo primero que notó fue una “clara mejoría” en su rendimiento físico. De pronto le daba menos pereza ir al gimnasio y, en general, se sentía menos cansado. 

Sus planes sociales siguieron exactamente igual, lo que cambió fue su disposición a permanecer en ellos. “Debí salir unas tres veces de fiesta y, obviamente, no aguanté tanto. Ves a la peña completamente mamada, oyes música que ni siquiera te apetece escuchar... al final te vas antes” 

Una encuesta de la Universidad de Sussex de 2019 reveló que el 59% de los participantes bebían menos en el mes de junio (comparado con los índices del año anterior) que antes de iniciar el reto en el mes enero. En el otro extremo, un 11% había experimentado un efecto rebote y bebían más que antes. Esto sucedía, principalmente, entre los que no habían logrado completar los 31 días sin alcohol. 

El doctor Jon Díez Alcántar señala que incluso un corto período de abstinencia puede beneficiar la salud, mejorando aspectos como la calidad del sueño, la reducción de síntomas psicológicos como ansiedad y depresión, la mejora en la calidad de la piel y la pérdida de peso. Sin embargo, un artículo en la revista Nature sugiere que esta campaña no es recomendable para bebedores crónicos debido al riesgo de síndrome de abstinencia y que períodos cortos de abstinencia no impiden los efectos a largo plazo del consumo excesivo de alcohol. Aitana Oliveros, de 24 años, empezó muy pronto a salir de fiesta. No le costaba aguantar hasta que cerrara la discoteca, ni quedarse demañaneo en un polígono, escuchando música en los altavoces de un coche. Hace dos años se apuntó a clases de. Al principio iba un par de veces por semana. Hacía tiempo que había perdido la costumbre de hacer ejercicio. Empezó a disfrutar cada vez más de los entrenamientos. Sin darse cuenta, se acostumbró a programar su despertador a las seis de la mañana para arrancar la jornada en el box, haciendo sentadillas y “Me empezó a dar más pereza la fiesta. Dejé de soportar encontrarme mal al día siguiente, saltarme el entreno o ahogarme porque me había fumado dos paquetes en una noche”, explica. El cambio conllevó dejar atrás a ciertos grupos de amigos a los que relacionaba directamente con la fiesta. 

“Hay gente a la que dejé de hablar. Algunos amigos se enfadaron conmigo por no ir a sus cumpleaños y cosas así, pero sinceramente prefería estar tranquila que ir a esos planes que ya sabía cómo iban a terminar”. Ahora, salvo en ocasiones excepcionales, ha limitado su vida social entre semana, lo que ha llevado a una reducción significativa en su consumo de alcohol. “Sé que si quedo con alguien me voy a terminar bebiendo ocho cervezas, o que si digo que me voy pronto, me van a mirar mal, o van a decir que soy una aburrida”. España es el segundo país de la Unión Europea en cuanto a frecuencia de consumo de alcohol, superado tan solo por Portugal. El 13% de los españoles beben alcohol cada día. La cerveza y el vino actúan como lubricante social obligado en fiestas, charangas, verbenas, cenas o barbacoas de todos los rincones del país. En algunos ambientes, el abstemio se convierte en una especie de apestado, continuamente requerido a dar explicaciones por no beber. Sergio Paredes, de 26 años, estuvo seis meses sin probar una sola gota de alcohol. “Me sentaba en el bar, me pedía un Aquarius, y siempre las mismas preguntitas: ‘Ah, ¿pero tú no bebes?’ o ‘¿Qué te pasa, está malo?’. Lo mismo al salir de fiesta. Yo no veo que a nadie le pregunten por qué se ha pedido una cerveza”, sostiene. Su periodo de abstinencia se extendió de enero a julio de 2023. “De los siete días de la semana, bebía en cinco o seis, no excesivamente, pero me di cuenta de que no podía hacer ningún plan sin alcohol”, cuenta. Al igual que Aitana Oliveros, encontró en el ejercicio físico una forma de reorganizar sus prioridades. “A mí me gusta mucho correr y estaba viendo que esto era contraproducente, hasta me empezaba a notar barriga de tanto beber alcohol. Me preguntaba: ¿de qué sirve levantarme temprano y pasar frío si luego lo arruino por la tarde?”. 

Su abstinencia alcohólica se interrumpió poco después de mudarse a Chile para un programa de intercambio, y está considerando de nuevo dejar o al menos reducir su consumo de alcohol. ”Por ejemplo, en Nochebuena empecé con un vaso de agua y ya durante la cena me bebí una o dos copas de vino”. Beber lento requiere tener una personalidad fuerte o unos nervios de acero, como el personaje de Brad Pitt en la película El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (Andrew Dominik, 2007), que tardaba varias horas en acabar una jarra de cerveza, tras lo cual declaraba sentirse completamente borracho. A la periodista inglesa Rosamund Dean se le adjudica la creación del término mindful drinking (beber de forma consciente). En 2017 publicó un libro, Mindful drinking: cómo moderar el consumo de alcohol cambiará tu vida, en el que explicaba sus estrategias para dejar de entender el consumo de alcohol como un hábito y una obligación social. Esta práctica implica ser consciente de los efectos del alcohol en uno mismo y buscar un equilibrio más saludable, en lugar de beber por hábito o presión social. El objetivo es controlar y sentirse cómodo con el consumo etílico, optando por una moderación en lugar de la abstinencia total. No es necesario una existencia ascética. Una alegre moderación es compatible con disfrutar de los placeres que ofrece la bebida. En esta filosofía se ubica Paula Mira, de 25 años, que el 1 de enero dejó el tabaco, pero no renunció al alcohol. “Aunque es probable que también tome menos cerveza; muchas veces bebía por no echarme un piti en seco”. Para esta joven madrileña, los inviernos están hechos para hibernar, y quedarse en casa, y los veranos para pasar el día fuera. “Todos pasamos por rachas en cuanto a beber y salir de fiesta, aunque yo creo que en mi caso hay una tendencia, siento que viene otra etapa de la vida, que en todos los sentidos me está pidiendo la necesidad de algo nuevo. Y ese cambio también va de la mano de eso: no beber todos los findes, no salir todo el rato”. 

 –¿Nos hemos cansado de la fiesta? 
 –No sé, igual es que nos hacemos mayores. 


No hay comentarios: