
La industria cosmética promete pieles tersas y jóvenes, la literatura advierte de los inconvenientes de no envejecer. Cremas y cirugías, frente a las lecturas del Fausto de Goethe y El retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde. Los que un día no se reconocerán al mirarse en un espejo, frente a quienes ven la Shangri-La de Horizontes Perdidos y el país de Nunca Jamás de Peter Pan como lugares de visita más que de residencia. De estos últimos es parte Sania Jelic, una mujer española de origen croata de 67 años. Una palmadita en la espalda y la frase “Ahora tienes tiempo para viajar, ¿eh?”, el día que celebraba su jubilación, le impulsaron a emprender su particular batalla contra el edadismo a través de un viaje en solitario de cinco meses por Brasil, Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Costa Rica, Guatemala y Belice. Países que ha recorrido por tierra, mar y aire. Territorios que ha surcado en avión, parapente, barco, lancha a motor, canoa, balsa de rafting, tren, autobús, minibús, coche, moto, tuk-tuk, caballo y mula. También ha caminado, tanto que desgastó por completo la suela de goma de sus botas de senderismo. Botas que no volverán a viajar con Sania, como tampoco lo harán su maleta de cabina y mochila, que también perecieron.
Viajar, pero durante menos tiempo, es algo que había hecho a lo largo de su vida. Una vida que profesionalmente también estuvo ligada al turismo. Sania Jelic trabajó en Amadeus, una empresa proveedora de soluciones tecnológicas para la industria de los viajes, y fue directora de la Oficina de Turismo de Croacia en España. Con ese bagaje y con todo el tiempo por delante se vio capaz de viajar sola y de transmitir un mensaje que vale a los de su generación y a las que vienen detrás: “La vida no acaba el día que te jubilas. A partir de ese momento uno tiene menos cargas laborales, familiares y sociales. La libertad que se alcanza con la jubilación llega a abrumar”. A las más jóvenes les avisa que para poder disfrutar de su futura jubilación tienen que llegar sanas y fuertes, física y mentalmente. A los medios de comunicación les recuerda que son parte de la solución para cambiar la percepción que se tiene de las personas mayores. “Hay que tener respeto por la gente mayor, pero no hacerla sentir más mayor de lo que es”, dice quien no acepta ser tratada de manera que se le estigmatice, ni tampoco como una inválida que lastra al resto de la sociedad. A las agencias de turismo les pregunta por qué no aparecen fotografías de personas mayores de 60 años en sus catálogos y redes sociales, si son clientes habituales de las mismas, y les recomienda contratar a viajeros séniors como asesores que les ayuden a planificar actividades para este segmento de la población.
Para realizar el viaje que ella ha hecho, además de dinero y tiempo, hay que tener ganas de hacerlo, curiosidad y coraje. Coraje para hacer frente al miedo que provocan las situaciones y entornos desconocidos, las barreras idiomáticas y los posibles engaños, robos y asaltos. “Comprender la raíz de los miedos ayuda a idear estrategias para abordarlos”, asegura sobre esta cuestión. Y añade: “Es importante aprender a vivir con tus miedos y no dejar que te impidan experimentar todo lo que el mundo tiene para ofrecer”. Ella su miedo lo compartió con la gente que salió a su encuentro y que le dedicó tiempo y cariño. Las precauciones que tomó para evitar percances fueron: beber agua embotellada, nada de hielo, comida cocinada, rociar los asientos de los autobuses con repelente antimosquitos y usar prendas de ropa con capucha.
Durante varias conversaciones mantenidas vía Skype, desde el aeropuerto Madrid-Barajas, pocos minutos antes de embarcar con destino a Río de Janeiro, o desde Bolsón (Argentina), o desde Lima (Perú) y desde Zadar ya de regreso, con tantas picaduras de mosquitos como impresiones, Sania recuerda lo que ha ido viendo y lo que le han hecho sentir esos paisajes y la gente que vive en ellos.
De su viaje no se olvida del entorno del Amazonas, de su encuentro con profesoras indígenas y del baño que se dio con ellas en el río. Cuenta que la Patagonia le pareció espectacular, que lloró al ver el cerro del Cristo Redentor, cerca de Mendoza. Con la empresa Cruce Andino realizó una ruta en la que atravesó los tres lagos entre Chile y Argentina. Del Canal Beagle dice que era como navegar en otro siglo: “No me cabía en el alma lo que estaba viendo”. También se acuerda del hotel La Casa de Don Tomás, en la localidad chilena de San Pedro de Atacama, un ejemplo a seguir por el trato a los trabajadores y a los clientes. En Santa Marta (Colombia) le pareció extraordinario el personal de la agencia Expotour, con la que realizó el recorrido por la jungla a la Ciudad Perdida. En Medellín conoció a María del Socorro Mosquera Londoño, fundadora de la Asociación de Mujeres para la Independencia en la Comuna 13. Cuenta que jamás había conocido a una mujer con tanta fuerza. A Sania le retumba una frase que le dijo: “Sin la voz de la mujer la verdad no está completa”. El salar de Uyuni, en Bolivia, y el lago Atitlán, en Guatemala, son otros dos lugares que suma a la lista de sitios que más le impactaron.