domingo, 10 de julio de 2011

La izquierda: allá ellos.

Unidad o derrota

Que la derecha de este país es un todo monolítico en el que cabe desde la derecha moderada hasta la más ultra, pasando por la cúpula de la Iglesia católica, los empresarios y la gran mayoría de los medios de comunicación, es un hecho. Como lo es que sus votantes son de una fidelidad conmovedora, ajenos a cualquier circunstancia, ya sea de supuesta corrupción o de errores comprobados, que no sea votar a los suyos.

Que el Gobierno socialista ha caído en graves errores asumiendo políticas muy cercanas a la derecha en lo que se refiere a la economía, a la vista está; lo mismo que es evidente que le ha faltado el valor necesario para señalar a los principales responsables de este caos económico.

Que Izquierda Unida lleva camino de convertirse en un partido residual lo dicen los resultados del 22-M, donde apenas han arañado unos votos de los descontentos con el PSOE y han dado el lamentable espectáculo de permitir Gobiernos del PP en algunos Ayuntamientos, así como la incomprensible actuación en Extremadura y el goteo de abandonos de algunos de sus más valiosos componentes como son Rosa Aguilar e Inés Sabanés.

Si, ante todo esto, la izquierda es incapaz de unirse, de replantear por completo su línea política, de plantar cara a la Iglesia, de hacer comprender a los empresarios que hay otras formas de actuar que no sea el recorte continuo de salarios y de derechos, de hacerles notar la obscenidad(1) que suponen esas retribuciones millonarias de los grandes directivos frente a salarios de miseria, de que los familiares de los asesinados por el régimen franquista tengan, al fin, una tumba en que depositar sus restos, de hacer, de una vez, una política de izquierda, razonable pero sin complejos, están abocados, no solo a una nueva derrota aplastante en las próximas elecciones generales, sino a una travesía del desierto de duración interminable. Allá ellos. ÁNGEL VILLEGAS - cartas al directos El PAÍS. 09/07/2011

(1)No se trata, para mi, sólo de una obscenidad o codicia como tantas veces hemos oído, como si fuese algo de tipo moral, o de bondad o maldad, o, tal vez, de ejemplaridad. Evidentemente no se trata de eso o al menos no sólo de eso, sino de una injusticia (una cuestión de derecho) y de falta de eficiencia económica (un problema económico) y el resultado de unas decisiones injustas, lo que es un problema de poder político. Entendiendo por política la toma de decisiones a la hora de la asignación de recursos y bienes que son escasos. Es decir que cuando se decide asignar cantidades ingentes a los bancos y no a los parados, se está haciendo política. Cuando se fija el sueldo base o se congelan las pensiones y se gasta más en armamento o se decide entrar en una guerra aceptada o incluso no aceptada por la ONU, se está haciendo política. O cuando se da dinero para la enseñanza privada, de los presupuestos generales del Estado, o para la Fundación X y se le quita a la E. Pública o no se le da a la Fundación Y, se hace política. En este país donde el dictador Franco se permitía aconsejar a sus ministros que "no hicieran política", se ha desinformado a los ciudadanos sistemáticamente; pero todos los gobernantes, alcaldes, presidente de Diputación o Comunidad hacen política, porque toman decisiones y dan más a unos que a otros, eso sí, diciendo siempre que lo hacen "justamente". Pero como los bienes y el presupuesto es escaso, siempre se da a unos más o menos, y se quita a otros más o menos. En definitiva es una cuestión de poder, de lucha de clases, aunque esto último se intente prohibir o borrar del imaginario social.

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