Parece que ganar las elecciones es el único modo de comprobar que se ha tenido razón y que se está del lado del bien. Pero no siempre es así. Cuando el señor Jesús Gil y Gil ganaba por mayoría absoluta las elecciones en el Ayuntamiento de Marbella decía que los números cantan. Le contesté en un artículo titulado “Los números desafinan”. Porque lo cierto es que ganaba engañando y luego gobernaba a su antojo perjudicando a la ciudad.
En la campaña no ha habido un debate sobre los problemas de los ciudadanos y las ciudadanas, sobre el análisis de lo realizado en el ejercicio del gobierno local o autonómico o sobre los programas que iban a desarrollar los candidatos. Lo que ha contado es la demonización del Presidente del Gobierno. Porque pacta con Bildu (que hoy es un partido democrático) y con los independentistas (que tienen derecho a serlo en una democracia), porque gobierna con Unidas Podemos (otro partido democrático) y porque se promulgó la ley del sí es sí que ha tenido efectos laterales nocivos.
Esta ley se ha convertido en una piedra de toque de la campaña: quienes defienden la causa de las mujeres por convicción han sido atacadas sin piedad por quienes critican hasta la existencia del Ministerio de Igualdad. Qué bien les ha venido. El hecho de que hayan excarcelado a más de 100 delincuentes sexuales y reducido las penas a más de 1000 se ha convertido en un arma arrojadiza contra quienes han puesto en marcha la ley porque realmente creen en la causa. Esos casos de excarcelación y de reducción de penas les han dolido más a las impulsoras de la ley que a quienes las han sepultado con insultos por el error cometido. Es decir que las excarcelaciones y las reducciones de penas eran bienvenidas para los críticos como un arma arrojadiza contra quienes no habían previsto que ocurrieran. Ya van 200, ya van 300, ya van 400… Armas para atacar al enemigo. No diré que cuantas más mejor, pero casi. Una ley para perseguir a los violadores se utiliza como si hubiera sido promulgada para premiarlos. La consagración de la hipocresía.
Ahora el partido ganador de las elecciones tendrá que pactar con Vox, con la extrema derecha. Y por mucho que pida el señor Feijóo una mayoría suficiente para no tener que pactar, acabará haciéndolo como ya lo ha hecho en Castilla-León, con resultados de todos conocidos. Retrasarán todo lo posible los pactos, Pero llegarán porque no van a renunciar al poder.
No se ha hablado en la campaña de la enseñanza ni de la sanidad pública, ni sobre inmigración, no se ha debatido sobre modelos, no se han defendido proyectos… Se ha utilizado la campaña de forma ladina para lanzar ataques al gobierno central. Y ha dado sus frutos. La derecha ha propinado una patada al gobierno que ha acabado en el culo de muchos alcaldes y de algunos presidentes de comunidades autónomas. El discurso del odio ha calado. El fin ha justificado los medios.
La euforia de los vencedores es tal que ya dan por ganadas las elecciones generales del día 23 de julio. El envalentonamiento es tan grande que ya hablan de un cambio de ciclo. Piensan que ya han acabado con el “sanchismo”. Por cierto, convendría que se aplicasen un poquito más en el uso correcto del lenguaje. No se puede derogar a una persona o a una corriente porque el verbo derogar tiene un significado preciso y claro: “dejar sin efecto una norma jurídica o cambiar parte de ella”. No es posible “derogar el sanchismo”. Ya veremos lo que dicen las urnas el día 23 de julio. Ya lo veremos.
Dice el señor Feijóo, desde el balcón de Génova que estamos en una nueva etapa, una etapa sin descalificaciones. ¿Sin descalificaciones? ¿Es que la señora Ayuso, que estaba a su lado, y él mismo no hacen ninguna descalificación? Yo diría, más bien, que solo saben hacer descalificaciones.
La señora Ayuso es el perfecto ejemplo de persona que desprecia, que descalifica, que insulta, que odia, que considera al gobierno de la nación “una maldición que le ha caído a España”. Esta señora, ¿qué piensa de los votantes del partido socialista? ¿Cómo se pueden sentir los votantes de izquierdas al oír esas palabras? ¿Son tan estúpidos y tan malos que eligen la maldición para su patria?
El país va bien económicamente. El señor Garamendi, presidente de los empresarios españoles, dice que va incluso mejor de lo que se preveía. Pero de eso no se habla. ¿También es una maldición que se haya subido el salario mínimo o que se hayan incrementado las pensiones, o que se haya promulgado una ley laboral que ha mejorado el empleo?
Pocas veces he visto un rechazo, una antipatía, una fobia, un odio tan depurado. Todo lo que dice, todo lo que hace, todo lo que propone el Presidente del Gobierno se interpreta desde su vertiente negativa. Todo. Si no convoca elecciones es porque se aferra al poder. Si las convoca con inmediatez es porque busca la desmovilización ciudadana y castigar a quienes vayan a votar con tanto calor. Qué barbaridad.
Es una estupidez y un infundio decir, como sostiene la señora Ayuso, que “la izquierda es una fábrica de crear pobreza”. Y más aún que “busca el empobrecimiento de la gente”, que “desea la ruina de los empresarios”, que “necesita que haya pobreza para justificar su existencia”. ¿Cómo va bien, entonces, la economía?
¿Por qué no ha explicado en campaña lo sucedido con los ocho mil ancianos fallecidos en las residencias madrileñas? (Lo explica muy bien su consejero Alberto Reyero en el libro “Morirán de forma indigna”. ¿Por qué no dice que ha tenido una huelga interminable de profesionales de la sanidad porque la tiene desmantelada? ¿Por qué no explica su querencia por la enseñanza privada? ¿Por qué no cuenta lo que sucedió con quienes se contagiaron y murieron por tener abiertos los restaurantes y los comercios cuando todos los cerraban?
El eslogan de Ayuso que ha empezado a manejar el señor Feijóo es tan breve como tramposo y perverso. La disyuntiva no puede ser más mendaz: O Sánchez o España. Es decir, que los que voten a Sánchez votan contra España. Claro, es que España es de Ayuso, es del PP. Y por eso no soportan que la gobierne la izquierda. Y por eso han dicho del Presidente, que es el ocupa de la Moncloa. Porque la Moncloa es suya. Ese eslogan es una maldad. Como lo serían los siguientes: Ayuso o decencia, Feijóo o progreso, derecha o derechos…
Lo más triste es el aplauso que genera ese discurso agresivo, despectivo, descalificador. Porque ella y sus palmeros no desprecian los malos comportamientos de algunos personajes que delinquen (que compran votos o que prevarican…) desprecian al partido al que pertenecen esos delincuentes. Ella habló de pucherazo, acusación que dejó de lanzar cuando se supo ganadora. ¡Pues vaya pucherazo!
Este es el estilo. Esta es la estrategia. El insulto. La trampa. Socialismo o libertad. La libertad de la señora Ayuso. La de ir a tomar cañas, aunque haya riesgo de contagio.
Dice la señora Presidenta que le pidió a Dios que acabase con Podemos. Y casi le ha hecho caso. Con otras oraciones complementarias lo acabará consiguiendo. Porque Dios también es suyo, como España, como Madrid.
Tiene el PP algunos periodistas tan rigurosos que parecen hooligans. Ya hice alusión a ellos. Ahí siguen Carlos Herrera y Federico Jiménez Losantos, antes preparando la campaña y ahora celebrando la victoria. No son analistas de la realidad política. Sabes con antelación lo que van a decir. Sánchez lo va a hacer todo tarde y mal y Ayuso lo va a hacer todo bien y a su tiempo. Hagan lo que hagan. Lo hagan como lo hagan. Qué imparcialidad. Qué profesionalidad. Claro que el gobierno ha cometido errores pero criticar no es demoler, es discernir.
La retahíla de insultos al Presidente del Gobierno no tiene fin: psicópata, felón, traidor, tirano, ilegítimo, ególatra, chulo, mentiroso, sinvergüenza… Cuando Rosa Díez dialoga con Losantos da la impresión de que participan en un concurso sobre quién profiere el insulto más dañino, más original y más hiriente. Se animan mutuamente a la descalificación. Parece que fuera de España todos están ciegos o todos son imbéciles. El Presidente español tiene un extraordinario prestigio.
No se puede gobernar desde el odio, desde la descalificación permanente del adversario, desde el insulto constante, desde la idea de que los malos son los otros.
El Adarve
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