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viernes, 3 de noviembre de 2023

_- La huella del maltrato infantil: “Mi padre me decía que no servía para nada”.

_- Miles de niños padecen abusos constantes que cada vez son más visibles, aunque es un fenómeno difícil de cuantificar. 

 Alejandro —nombre ficticio— sufrió todos los días los insultos, gritos y palabras hirientes de su padre. Durante casi 18 años, tuvo que oír, una y otra vez, la misma frase, que se ha quedado grabada en su memoria: “No sirves para nada”. A sus 27 años, Alejandro reconoce que aunque “el maltrato lo tiene más cicatrizado”, hay días en los que confiar en sí mismo se le hace cuesta arriba: “Me ha afectado en mi autoestima y en la confianza en mí mismo”. La violencia que vivió toda su infancia y adolescencia no es un hecho aislado, sino que representa la realidad de miles de niños, niñas y adolescentes, aunque es un fenómeno difícil de cuantificar.

“Cuando hablamos de maltrato, se tiende a pensar en los golpes, en situaciones extremas. Pero hay un tipo de maltrato, el emocional, que tiene que ver con situaciones mucho más sutiles. Y, a veces, ni siquiera con insultos, sino con invalidar al niño, con no hacerse cargo de sus emociones, con limitar su autonomía o aislarlo”, explica la psicóloga clínica María Marín. Muchos de estos comportamientos están normalizados en las familias.

Cristina Sanjuán, especialista en protección a la infancia de Save The Children, confirma que una de las características del maltrato infantil es que se legitima y normaliza la violencia como forma de corrección y disciplina. “Se percibe a los niños y niñas como propiedad de sus padres y no se hace un enfoque de la infancia como sujeto de derechos”, dice Sanjuán.

El maltrato infantil en España es una lacra cuya extensión resulta difícil de calibrar. Una de las formas de abordarlo es a través de las denuncias: según los últimos datos del Ministerio del Interior, en 2021 se registraron 55.000 denuncias por comportamientos presuntamente delictivos que tenían como víctima a niños y adolescentes. Un año antes, coincidiendo con el periodo de confinamientos más estrictos de la pandemia, la cifra alcanzaba las 35.778 denuncias. El Ministerio de Derechos Sociales cuenta, por su parte, con el Registro Unificado de Maltrato Infantil (RUMI), en el que se incluyen los avisos realizados por profesores o familiares advirtiendo de la posibilidad de que un niño esté siendo maltratado. En 2021 dicho registro recogió 21.521 notificaciones; un año antes, fueron 15.688, y en 2019, 15.365.

¿Están aumentando las agresiones o existe menos tolerancia social ante este tipo de violencia? “Sospechamos que se están sacando a la luz más casos que antes estaban ocultos”, afirma la directora general de derechos de la infancia y de la adolescencia del Ministerio de Asuntos Sociales, Lucía Losoviz. Por su parte, el director de la Plataforma de la Infancia —una alianza de ONG del sector—, Ricardo Ibarra, admite que es imposible saber si la evolución responde a que existe una mayor sensibilización o si es están aumentando los delitos.

Lo más doloroso es que los menores que son víctimas de violencia la viven a menudo a diario. Alejandro recuerda, con un “nudo en la garganta”, los insultos que recibía de su padre por no encajar en el estereotipo de chico bueno en deportes. “Mi padre buscaba un chico ‘normal’, al que le gustara el fútbol, el baloncesto… y yo era muy torpe. Me insultaba y me decía inútil y que no valía para nada”. Otras veces, su padre se enfadaba y le gritaba o le daba una colleja. “Desde siempre, desde muy pequeño, fui maltratado por mi padre. Mi hogar no era un espacio seguro”, relata. Para Alejandro, estar en casa era una verdadera pesadilla: “Llegaba y no recibía ningún beso, ninguna caricia. Me encerraba en mi cuarto y lloraba solo, sin que nadie me escuchara. Si mi padre me veía llorar, me decía que era un maricón”.

Como Alejandro, la violencia contra la infancia forma parte de la cotidianidad de muchos niños, niñas y adolescentes. El director técnico y portavoz de la Fundación ANAR, Benjamín Ballesteros, dice que de los casi 5.500 casos de maltrato reportados en su teléfono de ayuda, en más de la mitad (55%) la frecuencia de la violencia contra la infancia era diaria y en un 56% se describían situaciones que duran más de un año, lo que aumenta la gravedad de las secuelas: “Estamos hablando de traumas más complejos. No es lo mismo vivir la experiencia un día, que te impacte y haga daño, que estar viviéndolo diariamente”. Ballesteros añade: “Llega un momento en el que muchos menores lo normalizan. Cuando hablan con nosotros lo justifican y hasta piensan que son merecedores de ese tipo de violencia”.

Los expertos coinciden en que al ser sus padres quienes les maltratan se genera una ambivalencia afectiva: por un lado, son figuras de referencia que deberían cuidarles y, por otro, les están haciendo daño. Eso provoca un proceso de normalización, de interiorización de la violencia, también como una forma de resolver conflictos o problemas. “Al final el niño crece con esa imagen de sí mismo, que no es válido, con que se merece el castigo y que el amor va ligado a la violencia. Con la idea de que si alguien me cuida, también está legitimado para agredirme”, señala la psicóloga María Marín.

Esa normalización tiene entre sus efectos que las víctimas, con frecuencia, tarden en revelar lo que les sucede. Alejandro nunca contó a nadie lo que vivió durante años. “Me lo quedaba todo para mí. Tanto en secundaria como en primaria. De hecho, creo que nadie sabe lo que viví”, dice. Marín asegura que cuando son pequeños “tienen miedo de contarlo porque no hay una persona fiable en el entorno” y se sienten culpables. Otras veces, añade, los niños no saben que no está bien: “Todos estos comportamientos de maltrato, que ejercen las figuras primarias, se revisten de cariño con frases como: ‘Lo hago por tu bien’, o: ‘Mira lo que me haces hacer’”. Ricardo Ibarra, de la Plataforma de la Infancia, tercia: “Muchos casos se denuncian años después, precisamente, porque el niño ha entendido, cuando ha sido adulto, lo que ha sufrido y lo que ha vivido. Estamos viendo la punta del iceberg”.

Las secuelas a largo plazo

El abuso emocional que Alejandro vivió durante más de una década ha dejado huellas en su vida. Muchas veces es “bastante negativo” consigo mismo y tiene una baja autoestima: “Cuando no me sale algo enseguida, me sale el pensamiento negativo de: soy un inútil, no valgo para nada. Esa frase sigo teniéndola, es verdad que con menos intensidad que cuando era pequeño, pero no se ha ido, sigue ahí”.

María Marín resalta que el maltrato en la infancia afecta a todo el desarrollo, tanto físico como emocional. “Vemos que un porcentaje nada desdeñable de adultos que están en las consultas de salud mental, han sufrido maltrato en su infancia”, explica. En otros casos, si no se trata el problema a tiempo, dice la especialista en protección Cristina Sanjuán, se puede perpetuar el círculo de la violencia.

El maltrato que sufrió Alejandro cesó cuando sus padres se separaron. Él tenía 18 años. Desde entonces, no ha vuelto a hablar con su padre. Alejandro lleva cuatro meses en terapia psicológica y ha logrado gestionar mejor sus emociones. “La psicóloga me ha dicho que tengo bloqueo emocional con ciertas etapas de mi vida”, relata. Ha encontrado sus “lugares seguros” en su pareja, madre y amigos. Y en un cuadernillo donde escribe todos sus recuerdos felices. “Cuando estoy pocho o me siento mal, tomo la libreta, lo leo y hace que me sienta mejor. Me reconforta”.

lunes, 5 de junio de 2023

Insulta, que algo queda. El Adarve.

Ha ganado la derecha las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo. Y también la ultraderecha, que ha pasado de tener 530 concejales a 1678. Desde mi punto de vista se han dado pasos hacia atrás, pasos hacia la caverna. Es muy inquietante que gane posiciones un partido que niega que exista la violencia de género, que no condena el franquismo, que asocia inmigración con delincuencia, que niega el cambio climático y que dice que los homosexuales no deben celebrar el día de San Valentín porque lo suyo no es amor sino vicio.

Parece que ganar las elecciones es el único modo de comprobar que se ha tenido razón y que se está del lado del bien. Pero no siempre es así. Cuando el señor Jesús Gil y Gil ganaba por mayoría absoluta las elecciones en el Ayuntamiento de Marbella decía que los números cantan. Le contesté en un artículo titulado “Los números desafinan”. Porque lo cierto es que ganaba engañando y luego gobernaba a su antojo perjudicando a la ciudad.

En la campaña no ha habido un debate sobre los problemas de los ciudadanos y las ciudadanas, sobre el análisis de lo realizado en el ejercicio del gobierno local o autonómico o sobre los programas que iban a desarrollar los candidatos. Lo que ha contado es la demonización del Presidente del Gobierno. Porque pacta con Bildu (que hoy es un partido democrático) y con los independentistas (que tienen derecho a serlo en una democracia), porque gobierna con Unidas Podemos (otro partido democrático) y porque se promulgó la ley del sí es sí que ha tenido efectos laterales nocivos.

Esta ley se ha convertido en una piedra de toque de la campaña: quienes defienden la causa de las mujeres por convicción han sido atacadas sin piedad por quienes critican hasta la existencia del Ministerio de Igualdad. Qué bien les ha venido. El hecho de que hayan excarcelado a más de 100 delincuentes sexuales y reducido las penas a más de 1000 se ha convertido en un arma arrojadiza contra quienes han puesto en marcha la ley porque realmente creen en la causa. Esos casos de excarcelación y de reducción de penas les han dolido más a las impulsoras de la ley que a quienes las han sepultado con insultos por el error cometido. Es decir que las excarcelaciones y las reducciones de penas eran bienvenidas para los críticos como un arma arrojadiza contra quienes no habían previsto que ocurrieran. Ya van 200, ya van 300, ya van 400… Armas para atacar al enemigo. No diré que cuantas más mejor, pero casi. Una ley para perseguir a los violadores se utiliza como si hubiera sido promulgada para premiarlos. La consagración de la hipocresía.

Ahora el partido ganador de las elecciones tendrá que pactar con Vox, con la extrema derecha. Y por mucho que pida el señor Feijóo una mayoría suficiente para no tener que pactar, acabará haciéndolo como ya lo ha hecho en Castilla-León, con resultados de todos conocidos. Retrasarán todo lo posible los pactos, Pero llegarán porque no van a renunciar al poder.

No se ha hablado en la campaña de la enseñanza ni de la sanidad pública, ni sobre inmigración, no se ha debatido sobre modelos, no se han defendido proyectos… Se ha utilizado la campaña de forma ladina para lanzar ataques al gobierno central. Y ha dado sus frutos. La derecha ha propinado una patada al gobierno que ha acabado en el culo de muchos alcaldes y de algunos presidentes de comunidades autónomas. El discurso del odio ha calado. El fin ha justificado los medios.

La euforia de los vencedores es tal que ya dan por ganadas las elecciones generales del día 23 de julio. El envalentonamiento es tan grande que ya hablan de un cambio de ciclo. Piensan que ya han acabado con el “sanchismo”. Por cierto, convendría que se aplicasen un poquito más en el uso correcto del lenguaje. No se puede derogar a una persona o a una corriente porque el verbo derogar tiene un significado preciso y claro: “dejar sin efecto una norma jurídica o cambiar parte de ella”. No es posible “derogar el sanchismo”. Ya veremos lo que dicen las urnas el día 23 de julio. Ya lo veremos.

Dice el señor Feijóo, desde el balcón de Génova que estamos en una nueva etapa, una etapa sin descalificaciones. ¿Sin descalificaciones? ¿Es que la señora Ayuso, que estaba a su lado, y él mismo no hacen ninguna descalificación? Yo diría, más bien, que solo saben hacer descalificaciones.

La señora Ayuso es el perfecto ejemplo de persona que desprecia, que descalifica, que insulta, que odia, que considera al gobierno de la nación “una maldición que le ha caído a España”. Esta señora, ¿qué piensa de los votantes del partido socialista? ¿Cómo se pueden sentir los votantes de izquierdas al oír esas palabras? ¿Son tan estúpidos y tan malos que eligen la maldición para su patria?

El país va bien económicamente. El señor Garamendi, presidente de los empresarios españoles, dice que va incluso mejor de lo que se preveía. Pero de eso no se habla. ¿También es una maldición que se haya subido el salario mínimo o que se hayan incrementado las pensiones, o que se haya promulgado una ley laboral que ha mejorado el empleo?

Pocas veces he visto un rechazo, una antipatía, una fobia, un odio tan depurado. Todo lo que dice, todo lo que hace, todo lo que propone el Presidente del Gobierno se interpreta desde su vertiente negativa. Todo. Si no convoca elecciones es porque se aferra al poder. Si las convoca con inmediatez es porque busca la desmovilización ciudadana y castigar a quienes vayan a votar con tanto calor. Qué barbaridad.

Es una estupidez y un infundio decir, como sostiene la señora Ayuso, que “la izquierda es una fábrica de crear pobreza”. Y más aún que “busca el empobrecimiento de la gente”, que “desea la ruina de los empresarios”, que “necesita que haya pobreza para justificar su existencia”. ¿Cómo va bien, entonces, la economía?

¿Por qué no ha explicado en campaña lo sucedido con los ocho mil ancianos fallecidos en las residencias madrileñas? (Lo explica muy bien su consejero Alberto Reyero en el libro “Morirán de forma indigna”. ¿Por qué no dice que ha tenido una huelga interminable de profesionales de la sanidad porque la tiene desmantelada? ¿Por qué no explica su querencia por la enseñanza privada? ¿Por qué no cuenta lo que sucedió con quienes se contagiaron y murieron por tener abiertos los restaurantes y los comercios cuando todos los cerraban?

El eslogan de Ayuso que ha empezado a manejar el señor Feijóo es tan breve como tramposo y perverso. La disyuntiva no puede ser más mendaz: O Sánchez o España. Es decir, que los que voten a Sánchez votan contra España. Claro, es que España es de Ayuso, es del PP. Y por eso no soportan que la gobierne la izquierda. Y por eso han dicho del Presidente, que es el ocupa de la Moncloa. Porque la Moncloa es suya. Ese eslogan es una maldad. Como lo serían los siguientes: Ayuso o decencia, Feijóo o progreso, derecha o derechos…

Lo más triste es el aplauso que genera ese discurso agresivo, despectivo, descalificador. Porque ella y sus palmeros no desprecian los malos comportamientos de algunos personajes que delinquen (que compran votos o que prevarican…) desprecian al partido al que pertenecen esos delincuentes. Ella habló de pucherazo, acusación que dejó de lanzar cuando se supo ganadora. ¡Pues vaya pucherazo!

Este es el estilo. Esta es la estrategia. El insulto. La trampa. Socialismo o libertad. La libertad de la señora Ayuso. La de ir a tomar cañas, aunque haya riesgo de contagio.

Dice la señora Presidenta que le pidió a Dios que acabase con Podemos. Y casi le ha hecho caso. Con otras oraciones complementarias lo acabará consiguiendo. Porque Dios también es suyo, como España, como Madrid.

Tiene el PP algunos periodistas tan rigurosos que parecen hooligans. Ya hice alusión a ellos. Ahí siguen Carlos Herrera y Federico Jiménez Losantos, antes preparando la campaña y ahora celebrando la victoria. No son analistas de la realidad política. Sabes con antelación lo que van a decir. Sánchez lo va a hacer todo tarde y mal y Ayuso lo va a hacer todo bien y a su tiempo. Hagan lo que hagan. Lo hagan como lo hagan. Qué imparcialidad. Qué profesionalidad. Claro que el gobierno ha cometido errores pero criticar no es demoler, es discernir.

La retahíla de insultos al Presidente del Gobierno no tiene fin: psicópata, felón, traidor, tirano, ilegítimo, ególatra, chulo, mentiroso, sinvergüenza… Cuando Rosa Díez dialoga con Losantos da la impresión de que participan en un concurso sobre quién profiere el insulto más dañino, más original y más hiriente. Se animan mutuamente a la descalificación. Parece que fuera de España todos están ciegos o todos son imbéciles. El Presidente español tiene un extraordinario prestigio.

No se puede gobernar desde el odio, desde la descalificación permanente del adversario, desde el insulto constante, desde la idea de que los malos son los otros.

El Adarve

domingo, 26 de febrero de 2023

Le llamé hijo de perra y otras indirectas

Estoy alarmado por la proliferación de insultos que nos lanzamos unos a otros. Basta seguir algunas sesiones parlamentarias para ver cómo cruzan en todas las direcciones palabras cargadas de desprecio. Hace unos días, en el Senado, el Presidente del gobierno hacía una relación de los insultos que, en unos pocos meses, le había lanzado el jefe de la oposición: déspota, sectario, débil, mediocre, ególatra, adanista, irresponsable, autista, autoritario, frívolo, caudillista… E ironizaba diciendo al señor Feijóo que había dicho cuando asumió la jefatura del partido de la oposición que no había venido a la política nacional para insultar. ¿Sí? ¿De verdad?

Se cuenta de dos amigos que pasaban por delante del parlamento italiano. Se detuvieron en la puerta y oyeron una sarta casi interminable de insultos:

Hay que ver cómo se tratan, dijo uno de ellos.

El amigo respondió:

– Es que están pasando lista.

En su libro “Humor y política”, Alfred Sanvy habla de una recepción en la embajada de Moscú en la que el propio Khuschev cuenta esta historia: Un hombre en plena plaza de Moscú comienza a gritar: Khuschev está loco. Al momento llega la policía secreta y lo detiene. En el juicio le caen tres meses por insultos… y diez años por revelar un secreto de estado.

En la radio, hay algunos periodistas que se ensañan repartiendo calificativos gruesos a quienes consideran del otro bando. Voy a citar a Federico Jiménez Losantos que, cada mañana, se permite hacer descalificaciones insultantes a quienes no considera dentro de su línea de pensamiento. Creo que confunde con demasiada facilidad libertad de expresión con libertad de agresión. Resulta impresionante escuchar un diálogo de Losantos con Rosa Díaz, por ejemplo, hablando sobre el Presidente del gobierno. Es como si estuviesen en una disputa sobre quién insulta más y mejor. Se animan mutuamente a soltar exabruptos. Lo menos que le llaman es psicópata, trilero, mentiroso, traidor, felón… Probablemente sepan, y por eso lo hacen, que esos insultos no solo descalifican al interesado, también dejan un poso de desprecio a todos sus electores y electoras. El Presidente no hace nada, absolutamente nada, bien. Se merece todo el desprecio, todo el odio, todo tipo de insultos. Losantos tiene una sección en el programa que se titula “La república de los tontos”. Por ella desfilan cada mañana un buen número de aquellos a quienes consideran estúpidos. La risa y la burla están aseguradas.

Hay programas de televisión en los que parece existir licencia para insultar, a contertulios y a personas ausentes. Me pregunto muchas veces qué es lo que estamos enseñando desde los medios a nuestros niños, a nuestras niñas. Me acuerdo muchas veces del entrañable Eduardo Galeano y de su libro La escuela del mundo al revés. Un libro en el que explica que la vida es el gran currículum en el que las personas aprenden las lecciones que imparten las personas. Un currículum demoledor.

En los partidos de fútbol se corean insultos y frases despectivas. Recuerdo un partido que vi en el estadio Santiago Bernabeu hace algunos años. Muchos, porque entonces se veían los partidos de pie. Delante de mí se encontraban un padre y su hijo. El padre profería insultos que repartía a voz en grito entre el árbitro, el entrenador y los jugadores. De pronto el niño, que tendría unos diez años, soltó una palabrota dirigida al árbitro. El padre le sacudió una tremenda bofetada mientras decía:

Eso no se dice.
A los dos minutos, el padre siguió gritando de forma desaforada los más gruesos insultos. ¿Qué aprendió el niño? ¿Qué hará cuando se encuentre solo?

Algunas veces se profieren insultos a personas que no conocemos. ¿Quién no ha visto un accidente de coche en el que chocan dos vehículos? Salen ambos conductores de sus respectivos coches y, enfurecidos, comienzan a insultarse, aunque sea la primera vez que se han visto.

El lenguaje sirve para entendernos y también para confundirnos y enfrentarnos. Para insultarnos. Hay una sección en el programa el Intermedio que se titula “Hablando se enciende la gente”. Espero que el lector haya leído con atención. Porque es fácil que se haya dejado arrastrar por el sentido del tradicional aforismo: hablando se entiende la gente. Una ce por una te. Y cambia todo.

Algunos se sienten orgullosos mientras más duros se muestran con los adversarios. Alardean de contundencia y dureza. Como dice mi querida amiga Lola Alcántara, citando a un poco espabilado energúmeno: le llamé hijo de puta y otras indirectas.

Se insulta no solo con palabras. También se insulta con hechos y, a veces, con silencios. Lo cuenta José María Cabodevilla: El señor Iacarino, redactor jefe de un periódico italiano de derechas, se rompió la clavícula en un accidente de equitación. Otro periódico, también italiano, pero de izquierdas, tituló así la noticia: el caballo del señor Iacarino ha salido indemne de un accidente.

Hay frases hirientes que se utilizan como insultos. ¿Has estado alguna vez en el zoo…, quiero decir…, como espectador? Un crítico de teatro resumió su análisis del estreno de la obra de un consagrado autor teatral con una sencilla pregunta: Ayer se estrenó en el Teatro X la obra de Z. ¿Por qué?

Capítulo aparte merecen los apodos y pseudónimos, algunos cargados de veneno concentrado. El citado Jiménez Losantos llama habitualmente al señor Biden, presidente de los Estados Unidos, la Momia. Otros más benignos pretenden provocar la sonrisa a través del ingenio. A un muchacho de mi pueblo le llamaban Mocolindo. No hay necesidad de explicar por qué. A un profesor que tenía la costumbre de leer en voz alta sus lecciones como un busto parlante, le apodaban el Telediario.

Dentro de este capítulo de ingenio menos agresivo leí hace algún tiempo la siguiente anécdota. El Papa Pablo VI padecía una dolencia de próstata en los últimos años de su pontificado. En el Vaticano le llamaban Pablo VI el Apróstata.

Es curioso el mecanismo semántico del insulto. Con una palabra nos referimos a una persona que, dada su tremenda complejidad, no podría ser definida con precisión en varios libros. Es un resumen despiadado que solo pretende hacer daño.

He leído en estos días un precioso libro titulado “Diccionario de las palabras olvidadas”, cuya autora es la londinense Pip Williams. ¿Por qué convertir algo tan maravilloso como las palabras, algo que se puede amar intensamente, en un arma arrojadiza contra el prójimo?

Es una pena que el trabajo educativo de las escuelas, encaminado a cultivar la solidaridad, la compasión y el respeto entre todos los seres humanos, tenga el enorme contrapeso de los insultos radiados, televisados y coreados en masa?

Tengo en mis estanterías un libro titulado “Inventario general de insultos”. Contiene, de la A la Z, exactamente 856 insultos.. Como para llevar el libro a una discusión. Como para hacer un regalo a los candidatos de los partidos en tiempos de mítines y elecciones. Como para llevarlo a una reunión: siéntate, que te voy a leer un libro. En ese catálogo ilustrado hay insultos especializados para dirigirse al marido engañado, a la persona que no responde al prototipo sexual, al extranjero, al de otro color… El odio convertido en palabras. La intolerancia en píldoras. Los insultos están cargados de sexismo, de homofobia, de racismo, de desprecio… Algunos de los insultos recogidos y analizados en el Inventario (tanto en su raíz histórica como en su dimensión literaria) necesita estudio: asnejón, balandrón, boquiblando, bujendón, chafallón, churrullero, estafermo, fodolí, jaquetón, lilipendo, macandón, mojarreras, rastrapaja, tontilindando… Y así hasta zurumbático, que es el último que aparece en la extensa relación. La verdad es que alguna de estas palabras pueden ser utilizadas como insultos sin saber su significado.

Para insultar hace falta tener animus iniuriandi o voluntad maldiciente. El deseo de hacer daño, de herir, de injuriar se colma a través de los insultos que se dirigen al destinatario, haya o no testigos. Hay quien insulta de forma cobarde, en ausencia de los aludidos o, lo que es peor, a través de anónimos.

Algunas veces se pretende hacer gracia con el insulto. Se trata de provocar la risa y el aplauso de los afines. Hay personas muy dotadas en ese rasgo cruel. Son especialistas del sarcasmo.

¿No podríamos tratarnos un poco mejor, más amablemente, más respetuosamente, sin tanto desprecio, sin tanta acritud? ¿No sería un buen ejercicio decirle algo agradable a nuestros colegas? Claro que alguno, empecinado en su destemplanza, acabaría diciendo: es que no se me ocurre absolutamente nada bueno. ¡Qué pena!

sábado, 26 de noviembre de 2022

TRIBUNA. No, no es libertad de expresión.

Las dos Cámaras no se rigen por los mismos códigos que una tertulia televisiva, un tuit o una columna de opinión. El insulto, las vejaciones, el linchamiento, la ofensa y las injurias no forman parte del derecho a verbalizar las ideas

El 14 de marzo de 1991, en el campus de una universidad pública neoyorquina (Binghampton), se organizó una conferencia para presentar una asociación conservadora de académicos, la National Association of Scholars (NAS). Richard Hofferbert, un profesor de Ciencia Política cuya reputación en el campus sugería que, supuestamente, había invitado a sus clases a miembros del Ku Klux Klan, era el ponente principal, y el tema era la caída del muro de Berlín. Durante la conferencia, uno de los estudiantes presentes mostró una actitud grosera (según los testimonios, tiró al suelo una foto que el ponente había hecho circular entre el público), que dio pie a que otro profesor de la NAS, Saul Levin, presentara una denuncia. Tanto el periódico universitario como la televisión local señalaron, en la cobertura del hecho, que se había tratado de una conducta anecdótica, tras la cual la conferencia continuó en ambiente tenso pero sin más problemas.

Sin embargo, dos semanas después, varios periódicos de gran tirada se hicieron eco en editoriales y noticias de la versión victimista elaborada por los académicos de la NAS, dándole valor de verdad y asumiendo un tono crítico, claramente acusador, hacia la universidad y los estudiantes. Hay que esperar al 21 de abril del mismo año para que The New York Times recogiera la noticia, señalando la enorme diferencia entre lo que habían referido en la investigación universitaria las acusaciones y los testigos: “La asociación dijo que al ponente se le había negado el derecho a la libertad de expresión mediante lo que él y el Dr. Levin describieron como una ‘turba’ de estudiantes, la mayoría de ellos negros, que ‘irrumpió’ en la sala de conferencias. El Dr. Levin y el Dr. Hofferbert afirmaron que varios estudiantes empuñaban palos y garrotes”. Esta versión, desmentida en la investigación, fue, no obstante, la que se difundió; si en 1991 hubiera habido redes sociales, sin duda habría sido la versión más viralizada y nuestros teléfonos habrían recibido memes de estudiantes afroamericanos con palos.

Esta anécdota suele referirse para explicar los orígenes del mito que criminaliza y ridiculiza el “lenguaje políticamente correcto”, descrito por algunos autores como “la creación de un enemigo fantasma” por parte de la derecha. Para entender su alcance real es necesario tener en cuenta cuál era el contexto de los campus estadounidenses. La apertura académica que habían provocado movimientos de Nueva Izquierda como el feminismo o la defensa de los derechos civiles —por ejemplo, revisando el canon literario para incluir mujeres y autores de minorías étnicas, o creando departamentos de Estudios de la Mujer o de Estudios Africanos, etcétera— se vio claramente frenada por el neoliberalismo de la era Reagan. En esta tesitura, los neocons, los paleoconservadores y las múltiples asociaciones y think tanks del entorno del Partido Republicano alentaron desde los años ochenta un enorme movimiento de victimización. En un acto que cabe reconocer —sí— como de brillante inversión retórica, y ayudados por los medios conservadores, convirtieron en un ataque a “su” libertad de expresión cualquier reivindicación de un discurso respetuoso con las minorías y atento a la diversidad. Conspirativamente, sus conferencias, textos y panfletos atribuían las bases intelectuales de esta supuesta censura a la teoría crítica y el posmodernismo, es decir, dos escuelas de pensamiento importadas a Estados Unidos por los autores marxistas de la Escuela de Fráncfort y los deconstructivistas franceses. Una intención ulterior, más allá del lenguaje, aspiraba a eliminar los programas de discriminación positiva (affirmative actions) que habían abierto las aulas y los puestos de trabajo a mujeres y a minorías.

Y les salió bien. De hecho, les salió tan bien que quienes más se creyeron las exigencias de tal corrección política fueron muchas voces progresistas, fascinadas de pronto por la falacia determinista que atribuye poderes mágicos al lenguaje y que asume que este crea la realidad. Surgieron así, in crescendo, las tendencias censoras que no solo empezaron a prohibir ciertas palabras, sino que acabaron por vetar en los temarios académicos temas concretos, y libros y autores completos, y que han terminado provocando un verdadero problema en muchos campus. No es casualidad que el teórico de los estudios culturales Stuart Hall describa amargamente la corrección política como “el contragolpe que los ochenta dieron a los sesenta”.

He rescatado el fenómeno de cómo surge el mito de la corrección política porque la última década nos ha expuesto a una situación similar. Tenemos claramente identificados unos políticos y unos partidos, adscritos a posiciones extremas y normalmente ultraconservadoras, que radicalizan sus discursos más y más, mientras el entramado institucional parece darles la razón en que eso es libertad de expresión; la única respuesta es mostrarse escandalizado y, resignadamente, hacer declaraciones. Y aunque estamos llamado “polarización” a este proceso, las hemerotecas muestran evidente asimetría en cómo los dos “polos” recurren a este discurso del odio.

La consecuencia evidente es una degradación del discurso público que impregna todo. Los exabruptos y salidas de tono empezaron a tolerarse en los medios (no solo en televisión; hay columnas de opinión en diarios de gran tirada que destilan bilis hace décadas) y en el intercambio partidista (especialmente en las redes sociales de partidos radicales). La coartada era, por lo general, junto a la boutade desafiante de toda la vida, una reivindicación de lo natural, lo espontáneo; incluso de sinceridad. Progresivamente, además, los medios se han convertido mayoritariamente en cámaras ecoicas, y cuanto más gamberra o estridente sea una declaración, más la amplifican como noticia. Da lo mismo quién dice qué: presidenta autonómica, presentadora incompetente o sacerdote católico exaltado, todos encuentran micrófono o titular con absoluta facilidad, muchas veces porque los editores saben que eso se traduce en visitas a la web.

Lo ocurrido últimamente a tenor de la Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual es la manifestación radical de que hace tiempo que ese discurso saltó a las instituciones. Lo hemos presenciado, como mínimo, desde que irrumpió la autodenominada “nueva política”, así que no cabe gran sorpresa por lo visto estos días. Pero las instituciones, especialmente las dos Cámaras parlamentarias, no se rigen por los mismos códigos que una tertulia televisiva, un tuit o una columna de opinión. No son lo mismo, y sus normas comunicativas no pueden confundirse.

Y, sobre todo, no puede confundirse la libertad de expresión, protegida por el sistema democrático, con la libertad de acción lingüística; la primera es un valor absoluto, pero la segunda se subordina a los contextos. Cualquier diputado, cualquier ministro o cualquier senador debe poder exponer cualquier contenido, incluso de expresividad negativa, mediante un formato verbal que encaje, si ya no en los límites de la cortesía parlamentaria, al menos en la mínima educación.

Sería deseable que, como sociedad, sepamos impedir la consolidación de nuevos enemigos fantasma. El insulto, las vejaciones, el linchamiento, la ofensa y las injurias —cuyo máximo despliegue se da en los ataques al feminismo, de todo signo— no tienen nada que ver con la libertad de expresión, sino con instaurar un clima cuyo logro es, precisamente, frustrar cualquier diálogo: ¿qué se contesta a un insulto? Estos días, junto a la repetición en bucle de las intervenciones ofensivas, han circulado algunos vídeos del modo implacable en que el entonces presidente de la Cámara de los Comunes John Bercow atajaba las transgresiones verbales de Boris Johnson. Hay maneras.

https://elpais.com/opinion/2022-11-25/no-no-es-libertad-de-expresion.html#?rel=lom

jueves, 24 de noviembre de 2022

Tiene razón Irene Montero: es fascismo. La diputada de Vox Carla Toscano ha desplegado en el Parlamento su violencia contra la ministra de Igualdad y contra la democracia española

Toda violencia verbal o de pensamiento contra una persona es una violencia física. De hecho, no hay una transición tan grande como nos gustaría creer entre insultar a una persona y golpearla, entre insultar a una mujer y matarla, entre insultar a un colectivo y aniquilarlo. Es fácil llegar a esta conclusión cuando escuchamos los discursos de Hitler y Mussolini: sus palabras son pura violencia física contra las vidas y los cuerpos de millones. Sus palabras son y fueron asesinas porque así es como funciona la violencia fascista. Siempre, pero siempre, empieza en la boca.

Intentar hacer desaparecer moralmente al otro es un crimen. Y ese crimen lo hemos visto cometer públicamente por Carla Toscano, diputada de Vox, en el Congreso lo hemos visto cometer públicamente por Carla Toscano, diputada de Vox, en el Congreso de los Diputados. Es allí donde Toscano ha llamado a Irene Montero “libertadora de violadores” y allí donde le ha espetado:  “Su único mérito es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”. El discurso de Carla Toscano es un argumento ad hominem, en su variante ad mulierem. Es decir, un argumento contra la persona y, en consecuencia, contra la existencia de la persona, por cuanto la despoja de su identidad y de su sentido. Un argumento que ha dejado de discutir ideas y aspectos técnicos y se centra únicamente en hacer desaparecer de la escena a la persona cuyos argumentos debería rebatir. Y esta clase de discurso solo demuestra que se ha renunciado a cualquier idea o tecné política en favor de la violencia. De hecho, las palabras de Carla Toscano solo tienen un objetivo: degradar en Irene Montero su condición de diputada,  de mujer y de ser humano y por eso son un acto criminal. Y este crimen viene a demostrar (más bien a recordar) cómo Vox pretende que el Congreso de los Diputados se convierta en un espacio de exterminio.

Históricamente, esta clase de violencia verbal fascista siempre viene acompañada de otra del cuerpo. No olvidemos que, para poder matar a millones de judíos, el nazismo tuvo que recurrir primero a esta clase de “borrado”. El primer paso del exterminio es la deshumanización, la merma de la moral y la credibilidad del enemigo. No olvidemos que el insulto es el germen de la violencia más atroz y reconozcamos que Carla Toscano ha desplegado su violencia fascista contra Irene Montero y contra la democracia española en la sede del Parlamento.

P.D.: Y encima se autoerigen en "superiores moralmente". Superioridad moral que autoproclaman poseer, contradiciendo toda realidad, pues estos seguidores de nazis, fascistas y franquistas, y a los que no condenan, con lo que son cómplices de esos asesinos nazis. Los que comenzaron las agresiones y guerras con mentiras, manipulaciones y montajes, como el que hicieron en la frontera polaca para justificar su agresión e invasión del país. Después, siguieron invadiendo países sin declaración previa de guerra, asesinaron, sin piedad, esclavisaron a millones de hombres y mujeres, los asesinaron mediante palizas, hambre, experimentos médicos, jornadas larguísimas de trabajo, castigos crueles, y hambre, hambre y hambre. Fusilamientos, cámaras de gas, torturas, malos tratos, ...etc.  
Por ello fueron juzgados y condenados en los juicios de Nuremberg. ¿Es esa su superioridad moral de la que alardean? Aquí en España su comportamiento a lo largo de la guerra y después con la dictadura... su cinismo e hipocrecía no tienen límites, se levantaron traicioneramente contra la República, el gobierno legal y legítimo elegido por el pueblo, en quien reside la autoridad de la nación. Son verdaderos fascistas que debían estar ilegalizados por la democracia a la que corrompen y con la que quieren acabar. En Gracia han sido ilegalizados y aquí se le da espacios en los medios y se fomenta su discurso. Son delincuentes contra la democracia y la constitución. No son dignos de ser diputados, ni representantes de unas ideas contrarias a la democracia, la constitución y la vida cívica. Sobre todo, con lo que ha padecido nuestro pueblo bajo su dictadura. 

domingo, 10 de junio de 2018

Estos son los “hitos” del PP en memoria histórica.

La última humillación se produjo esta semana en el Congreso en torno a la condecoración a Billy El Niño.

La sombra de Franco y su dictadura es alargada. No son suposiciones dichas a la ligera: los datos y, sobre todo, la historia que tanto quieren distorsionar, son quienes ponen a los populares frente a un espejo con sus mayores vergüenzas. Incluso, han sido los responsables de que la fundación dedicada al dictador haya recibido dinero público durante la época de Aznar. Tampoco les molesta que dicha institución disponga de documentación original secreta que corresponde al patrimonio público.

Once años, desde que se aprobara la llamada Ley de Memoria Histórica, en los que la humillación y los continuos obstáculos han sido la máxima del partido de Mariano Rajoy cuando ha tocado hablar de memoria histórica. Una ley descafeinada y nacida con la voluntad de mantener intacta las cloacas de de la transición. Fue sacada adelante con la oposición del PP y ERC, este último al considerar que no terminaba con el “sistema español de impunidad” de los años posteriores al fin de la dictadura.

El último episodio de humillación a las víctimas del franquismo sucedió esta semana, en la última intervención en el Congreso de Juan Ignacio Zoido al frente del Ministerio de Interior, cuando se negó a retirar la condecoración a Billy El Niño. Luego, en el debate de la moción de censura, el que se rio fue el líder de Ciudadanos, Albert Rivera. Estos son los “hitos” del PP en memoria histórica.

2008

Muchos han acabado por creerse sus propias mentiras. Otros, directamente, son puros negacionistas de los horrores del franquismo. En una entrevista concedida a La Voz de Galicia en octubre de 2007, Jaime Mayor Oreja, ministro del Interior en el gobierno de Aznar, definió de “extraordinaria placidez” los cuarenta años de dictadura. Afirmaba no sentir la necesidad de condenar nada porque “hubo muchas familias que lo vivieron con naturalidad y normalidad”.

Decía Mariano Rajoy en febrero de 2008, durante una entrevista a 20 minutos , que, si por él fuera, “eliminaría todos los artículos de la ley de memoria histórica que hablan de dar dinero público para recuperar el pasado”. Unas declaraciones que no son frutos de una equivocación, sino que atienden a una idea clara de enterrar el pasado. Ese mismo año, tras la solicitud de Garzón de acceder a diversos archivos para elaborar un “censo” de fusilados y desaparecidos durante la Guerra Civil y el franquismo, Rajoy declaró no ser “partidario de abrir heridas del pasado, que no conducen a nada”.

Estas afirmaciones son totalmente entendibles teniendo en consideración la del resto de compañeros de partido. Durante un Congreso del PP de Madrid, el vicesecretario de Comunicación del PP, Pablo Casado , señaló que la gente de izquierdas son “unos carcas” porque están “todo el día pensando en la guerra del abuelo” y “en la fosa de no se quién”. Años después se ha intentado retractar de dichas palabras poniendo como prueba que su abuelo también sufrió la represión.

No obstante, estas políticas no se han limitado a la esfera nacional. En Canarias , el PSOE se topó con CC y los populares para la aprobación de una PNL con la que elaborar un proyecto de exhumación de las fosas en las islas, que finalmente no salió adelante. El mismo sentido final el vivido en Valencia. El por entonces gobierno presidido por Rita Barberá promovió la construcción de más de mil nichos sobre una fosa común del franquismo. A pesar de que se paralizaron las obras tras ser denunciados los hechos, el Ayuntamiento apeló al TSJV, quien les otorgó nuevamente el permiso para continuar.

Ese año se cerró con la negativa del PP y del PSOE a una proposición de ley impulsada por ERC, que instaba a revisar la ley aprobada por Zapatero hacía casi doce meses.

2009

José Millán-Astray, general golpista, fundador de la Legión y jefe de prensa y propaganda de Franco es “un coruñés de pro, de toda la vida”. Estas fueron las palabras esbozadas por el presidente provincial del PP de A Coruña, Carlos Negreira, en defensa a la estatua del militar que se pretendía retirar tras aprobarse en el pleno del Ayuntamiento sin el apoyo de los conservadores.

Por aquellos tiempos, Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía no era muy conocido para gran parte del país, salvo en Cataluña. Autoproclamados como la alternativa a la vieja política, lo cierto es que desde sus comienzos han compartido gran parte de su ideario. En junio de ese año, el grupo se abstuvo en la votación del proyecto de ley sobre la localización y la identificación de las personas desaparecidas durante la Guerra Civil y la dictadura franquista. Albert Rivera expresó entonces que “para Ciudadanos, el texto que garantiza el derecho individual de las personas es correcto” pero veía peligroso que se utilizara esta ley “para hacer revisionismo político”. El Partido Popular, una vez más, votó en contra.

2011

Con Zapatero sobrepasado, se acabó por adelantar las elecciones. Rajoy se convirtió en el nuevo presidente del Gobierno con mayoría absoluta y comenzaba así la crónica de una muerte anunciada para la Ley de Memoria Histórica. Ese 2011, el gobierno socialista –en funciones– consiguió colar in extremis subvenciones por valor de 5,6 millones de euros, destinados a 190 proyectos de recuperación y justicia. El año siguiente, el gobierno del PP enterró definitivamente una época sin acabar de nuestro país.

Los populares ya en aquel momento estaban más ocupados de hacer imposible la vida a familiares de las víctimas. En Poyales del Hoyo, municipio de la provincia de Ávila, el primer edil, Antonio Cerro, decidió dar por concluida la cesión de un espacio en el cementerio –que ellos mismos aprobaron en 2002– donde descansaban los restos mortales de tres mujeres del pueblo asesinadas por falangistas en 1936. Cerro aprovechó la coyuntura que se le presentó cuando un familiar reclamó los restos de su abuela para trasladar definitivamente todos los huesos a una fosa común.

2012

Con el Partido Popular ya asentado en las instituciones, los recortes no se hicieron esperar. En los PGE de 2012 se estableció la cantidad de 2,5 millones de euros “para toda clase de gastos derivados de las propuestas de la Comisión Interministerial creada por el Real Decreto 1891/2004 de 10 de septiembre”, lo que suponía un 60% menos que en el ejercicio anterior. A eso le acompañó la supresión de la oficina de Víctimas de la Guerra Civil y de la Dictadura, un organismo creado para coordinar la exhumación de desaparecidos. Se acabó reubicando para su posterior caída en el olvido en la División de Derechos de Gracia y otros Derechos, dependiente del Ministerio de Justicia.

2013

Por primera vez desde su aprobación, la Ley de Memoria Histórica se quedaba sin dotación presupuestaria . Fue el mismo año en que el diputado Rafael Hernando aseguraba en una tertulia que “algunos se han acordado de su padre, parece ser, cuando había subvenciones para encontrarle”. Ahora, ya ni eso. Como había prometido años atrás Mariano Rajoy, ni un solo euro más se destinaría a recuperar los cuerpos de las víctimas.

Continuando con el camino que se habían marcado, en mayo los populares rehusaron condenar el franquismo en el Congreso . Izquierda Unida había llevado a la Cámara Baja convertir el 18 de julio, día del golpe de Estado, en jornada “oficial de condena de la dictadura”. Todos los grupos secundaron la propuesta salvo el PP, que votó en contra, y UPyD, que se abstuvo. Como justificación, el diputado Pedro Ramón Gómez de la Serna espetó: “No podemos condenar a las nuevas generaciones al peso insoportable de la guerra civil. No aspiramos a una memoria unánime, aspiramos a una memoria para poder convivir”. Meses más tarde, mismo escenario y situación parecida. En esta ocasión, la proposición instaba a retirar los símbolos franquistas y la postura se repitió.

2014

Por si no hubiese sido poco las repetidas llamadas a la cordura desde España, entró en juego la Organización de Naciones Unidas. Pablo de Greiff, relator especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición, emitió un informe donde instaba al Ejecutivo a reparar el daño que la dictadura provocó. Como venía siendo habitual, el Partido Popular restó importancia al documento hasta el punto de ignorarlo.

Sin embargo, no era la primera vez –ni sería la última– que desde organismos internacionales se había dado un toque de atención al Gobierno. Ya en 2012, el representante de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navanethem Pillay, dirigió a España una petición formal para la derogación de la Ley de Amnistía en nombre de la ONU, denunciando que incumplía la normativa internacional de Derechos Humanos. En 2017, Pablo de Greiff volvió a recordar a España que el Estado debe atender de forma urgente los reclamos de las víctimas de la guerra civil y del franquismo, y señaló como prioridad las exhumaciones, el Valle de los Caídos y la nulidad de las sentencias arbitrarias adoptadas durante la Guerra Civil y el franquismo.

2015

“No hay fosas por descubrir”, dijeron ese año los populares, “salvo que se empeñen en buscar a Federico García Lorca en los cuatro puntos cardinales de España”, remataron. Fueron unas declaraciones pronunciadas en el Senado tras rechazar, otra vez, la concesión de fondos a la recuperación de la memoria de las víctimas de la dictadura.

Otro rechazo, esta vez en Catalayud, fue el del PP y el PAR junto con la abstención de Ciudadanos, evitando que se retirase a Franco la medalla de oro de la ciudad. Preguntado por esto, Albert Rivera explicó que es el modus operandi de su partido en votaciones similares para así evitar “abrir un debate sobre la memoria histórica”.

No fue la única ocasión donde los conservadores azules se negaron a retirar viejas condecoraciones. El 18 de junio de 2015 el Partido Popular votó en el Congreso en contra de la PNL presentada por el Grupo Mixto para retirar el título de “Grandes de España” a los Franco, y otros títulos nobiliarios a golpistas como Emilio Mola, José Moscardó, Gonzalo Queipo de Llano, Juan Yagüe y José Antonio Primo de Rivera, entre otros.

En los municipios, por su parte, se respiraban nuevos aires. Era el año de los llamados gobiernos del cambio. Barcelona y Madrid estrenaban alcaldesas dispuestas a modificar el callejero de sus ciudades. Todos se mostraron partidarios de la iniciativa a excepción del grupo que entonces encabezada Esperanza Aguirre, quien no dudó en arremeter contra el ” sectarismo y revanchismo ” que decía suponer la medida .

2016

Ese año los nostálgicos del régimen de la dictadura e integrantes del partido que gobernaba se vieron para cenar y celebrar. En ese encuentro, un alto cargo del PP de Extremadura y dos alcaldes fueron premiados por honrar la memoria de Franco e incumplir la Ley de Memoria Histórica y defender al dictador. Un trabajo que han cumplido a rajatabla al oponerse de manera invariable a la retirada. En esta ocasión fue en el Ayuntamiento de la capital. El Partido Popular mostró su negativa contra la retirada de los honores a 13 personalidades del franquismo. “La Ley de Memoria Histórica es fratricida y debería de haberla derogado el PP”, dijo Esperanza Aguirre.

2017

Estaba en Costa de Marfil y parecía que hubiese sufrido una amnesia selectiva. Rajoy contó a los asistentes que no comprendía el cambio de nombre de la calle en la que llegó a vivir . Ese nombre era el de Salvador Moreno, partícipe del golpe militar de 1936 y, una vez acabada la guerra, ministro de la dictadura. Resulta entendible, por tanto, que su grupo parlamentario diera su “no” a una PNL –sin efectos jurídicos– que declaraba nulas las sentencias del franquismo. Una petición que también se vio con la negativa de ERC, reprochando al PSOE el momento y las formas. Por su parte, Ciudadanos se abstuvo.

La que sí salió adelante fue la histórica Ley de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía que suponía una ampliación de la estatal y que, si bien no contó con ningún contrario, PP-A y Cs se abstuvieron. Estos últimos, porque “pone en cuestión” un periodo “sagrado” como la Transición, así como la Ley de Amnistía, que “se aprobó para perdonarnos”.

2018

Este año, el movimiento en torno a la memoria histórica está siendo notorio. En la capital se presentó la muestra No pasarán. Madrid 1936. Para sorpresa de nadie, el portavoz del PP en el Ayuntamiento de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, indicó que este acto buscaba la “división y el enfrentamiento”.

En la Comunidad, hasta hace unos días presidida por Cristina Cifuentes, el PP votó en contra de una iniciativa de Podemos que pedía a la justicia que investigue los crímenes franquistas. Ciudadanos, en cambio, optó una vez más por la abstención, hecho que no impidió que saliese adelante una PNL sin carácter legislativo.

A nivel estatal, ambas cámaras parlamentarias han acogido distintas propuestas legislativas. Por un lado, el Congreso ha visto frenado por el Gobierno la tramitación de la proposición del PSOE de reforma de la ley de Memoria Histórica que, entre muchas medidas, proponía exhumar los restos de Franco, sacarlos del Valle de los Caídos y convertir el monumento en un Centro Nacional de la Memoria. El motivo de dicha decisión atendió a razones presupuestarias que alcanzarían los 214 millones de euros, aseguraban. Mismo resultado obtuvo otra iniciativa dirigida a, entre otros puntos, investigar la Fundación Nacional Francisco Franco.

Las dos últimas grandes estocadas a la memoria de las víctimas se han producido en los últimos meses. La primera, el pasado 20 de marzo en el Congreso. PP, PSOE y Cs en bloque decidieron rechazar la reforma de la Ley de Amnistía para así abrir la puerta a juzgar los crímenes del franquismo. Una ley que ampara a franquistas acusados de torturas, como es el caso de Billy el Niño. La segunda, el pasado 24 de abril. El Pleno del Senado dio puerta, con el voto en contra del PP, a una iniciativa del PSOE con el apoyo del resto de grupos. Con ella se pretendía el cumplimiento íntegro de la ley de Memoria Histórica, así como investigar a la Fundación Francisco Franco y declararla ilegal.

En definitiva, 11 años donde ha quedado patente el claro interés del Partido Popular por que no se haga justicia y repare el daño que ocasionó Franco, su guerra y el posterior régimen dictatorial.

Decía el historiador José María García Márquez, que no debe olvidarse que la fundación de Alianza Popular se cerró con todos los cientos de delegados “puestos en pie y gritando ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!”. Tal vez así se comprende mejor que l a memoria histórica jamás haya sido abordada como lo que debe ser: una cuestión de Estado.

Ahora, con la vuelta de los socialistas al poder tras salir adelante la moción de censura, Pedro Sánchez tiene ante sí la posibilidad de recuperar la ley de Memoria Histórica. Le toca al PSOE hacer honor a sus siglas y recuperar los años perdidos con el mandato de Mariano Rajoy.

Fuente: http://www.lamarea.com/2018/06/03/las-veces-que-el-pp-se-rio-de-la-memoria-historica/