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lunes, 16 de febrero de 2015

No hay paz sin Rusia

El relato de política exterior que hacen nuestros políticos y medios de comunicación es una "construcción de mentiras", dice Oskar Lafontaine, uno de los políticos más lúcidos del viejo continente. Lafontaine menciona las declaraciones que la canciller Angela Merkel repite constantemente: a saber, la de que "es increíble que 25 años después de la caída del muro de Berlín se siga pensando en esferas de influencia y se viole el derecho internacional".

La canciller Merkel lo dice por Rusia. Y toda una legión de periodistas, políticos y expertos siguen esa corriente, mientras apelan a echar más leña al fuego armando más a Ucrania y aplaudiendo la creación de nuevas fuerzas militares de la OTAN en Europa Oriental.

Alguien que suscriba la consideración de Merkel sólo puede ser un ignorante del mundo que le rodea, porque en todo el mundo se libra una lucha por zonas de influencia, por recursos y mercados, y porque Occidente es el primero en practicar eso violando el derecho internacional.

Todo eso lo explican con toda claridad, y desde hace muchos años, los gurús de la política exterior estadounidense, los Zbigniew Brzezinski, Henry Kissinger y sus epígonos. Es algo conocido y admitido. La ampliación de la OTAN hacia el Este no fue más que una ampliación de esfera de influencia. Todas las guerras de Occidente de los últimos años (Yugoslavia, Afganistán, Iraq, Siria, Yemen, Libia, Somalia...) se han hecho en esa clave y pisoteando el derecho internacional, ignorando o abusando resoluciones de la ONU y cometiendo crímenes que entran de pleno en el concepto de terrorismo. "Quienes dicen que la política exterior occidental y sus guerras tienen que ver con derechos humanos, derechos de la mujer, libertad o democracia, mienten", dice Lafontaine.

En Ucrania, Rusia también ha cometido acciones claramente ilegales, como apropiarse de Crimea y apoyar a los rebeldes rusófilos del Este, que no se diferencian en su forma de las que Occidente ha practicado en muchas ocasiones, aunque su contexto defensivo y reactivo (es su gente y su frontera vital) sea meridianamente claro para cualquier observador neutral.

Crimea no fue el inicio agresivo, sino la culminación de un proceso arrollador de 25 años de extensión del área de influencia de la OTAN en Europa. Hace 25 años que, primero Gorbachov, luego Yeltsin y luego Putin, han venido pidiendo aquella "seguridad europea integrada" que se firmó en noviembre de 1990 en París y se prometió al primero de ellos a cambio de la reunificación alemana. Es sencillamente increíble que la señora Merkel, y detrás de ella el grueso de los políticos europeos y los periodistas belicistas, ignoren que en Europa no puede haber paz contra Rusia, ni sin Rusia.

En todo el mundo tenemos sistemas oligárquicos que impiden la realización del interés general en beneficio del interés de pequeñas minorías privilegiadas. Con diferentes cataduras y niveles eso es esencialmente común a Rusia, China y Europa. En Ucrania hubo el año pasado un movimiento por cambiar eso, el Maidán, pero enseguida fue secuestrado y burlado por su contexto geopolítico que lo redujo a un mero cambio de figuras oligárquicas, ahora al servicio de Occidente.

La novedad en esa serie de 25 años referida es que, por primera vez, Rusia ha reaccionado con medidas de fuerza, algo que debe ser castigado porque crea un mal precedente de desafío para todas las potencias emergentes del futuro mundo multipolar, cuya emergencia no se reconoce en Occidente. Cuanto antes entienda Occidente que ya no es el amo del mundo y que hay que regresar a la diplomacia, mejor para todos. Las negociaciones de Minsk no van en esa línea.

Merkel dijo el sábado en Munich una frase reveladora, respondiendo al senador estadounidense Bob Corker, partidario de armar a Ucrania: "Ese conflicto no puede ganarse militarmente" y añadió que "esa es la amarga verdad". Si pudiera ganarse militarmente, no habría problema, pero somos pragmáticos y no se puede, por lo que hay que negociar en Minsk. Esa no es una mentalidad de paz, ni mucho menos diplomática, por eso difícilmente dará frutos.

Que esa mentalidad parta de Alemania, manifiestamente desinteresada en una guerra y objetivamente interesada en una sintonía con Rusia, es lamentable.
Rafael Poch. La Vanguardia
Fuente: http://www.lavanguardia.com/opinion/articulos/20150212/54427147102/hay-paz-rusia-rafael-poch-opi.html

lunes, 22 de diciembre de 2014

Jeffrey Sachs: La lección de la Primera Guerra Mundial que la economía global olvida.

Jeffrey Sachs es uno de los más destacados economistas del mundo. Entre los muchos gobiernos a los que ha asesorado durante tres décadas están Bolivia, Polonia y Rusia al final de la Guerra Fría. En esta reflexión escrita para la BBC, señala que la forma en la que se comportan los vencedores al final de un conflicto determina lo que ocurrirá en el futuro.

Este ha sido un año de grandes aniversarios geopolíticos. Hace 100 años empezó la Primera Guerra Mundial, un evento que, más que ningún otro, le dio forma a la historia durante el siglo pasado. Hace 25 años cayó el Muro de Berlín, el primer capítulo de la desaparición del Imperio soviético y el fin de la Guerra Fría. Y sin embargo, dolorosamente observamos algo que va más lejos que el mero recuerdo.

Como dijo William Faulkner, "el pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado".

La Primera Guerra Mundial y el Muro siguen moldeando nuestras realidades más urgentes en la actualidad. Las guerras en Siria e Irak son un legado del cierre de la Gran Guerra, y los dramáticos eventos en Ucrania se desarrollan bajo la larga sombra de 1989.

1914 y 1989 son momentos bisagra, puntos decisivos en la historia que cambian el rumbo de los eventos subsecuentes. La manera en la que se comportan tanto las naciones grandes como las pequeñas en esos momentos determina el curso futuro de la guerra y la paz.

Yo participé directa y personalmente en los eventos de 1989, y vi cómo se desarrollaba esa lección: positivamente en el caso de Polonia y negativamente en el de Rusia. Les puedo decir que mientras me desempeñaba como asesor económico durante 1989-92, constantemente recordaba preocupado lo ocurrido en 1914. Y hoy en día sigo con la misma preocupación.

En 1919, al final de la Primera Guerra Mundial, el gran economista británico John Maynard Keynes nos enseñó una lección invaluable y perdurable sobre esos momentos bisagra: cómo las decisiones de los vencedores impactan las economías de los vencidos, y cómo los pasos falsos de los poderosos pueden fijar el rumbo de las guerras futuras.

Con una visión astuta, clarividencia y dotes literarias, "Las consecuencias económicas de la paz" de Keynes (1919) predijo que el cinismo y miopía de la base del Tratado de Versalles, especialmente la imposición de reparaciones de guerra punitivas para Alemania, y la falta de soluciones para las crisis financieras de los países deudores, condenaría a las economías europeas a crisis continuas que de hecho incitarían el surgimiento de otro tirano vengativo en la próxima generación.

El apasionado llamado de Keynes es uno de esos admirables estallidos geniales que retumba por generaciones. Ese libro y sus lecciones se convirtieron en una guía formativa para mí durante mi carrera como asesor y analista económico.

De la angustia de Bolivia a la de Polonia
Como un economista recientemente formado hace unos 30 años, de repente me vi a cargo de asistir a un pequeño y casi olvidado país: Bolivia, en la búsqueda de una salida a su rotundo desastre económico. Los escritos de Keynes me ayudaron a entender que la crisis financiera de Bolivia debía considerarse en términos sociales y políticos y que el acreedor de ese país, Estados Unidos, compartía la responsabilidad de resolver la angustia económica boliviana.

Mi experiencia en Bolivia en 1985-86 me llevó a Polonia, en la primavera de 1989, invitado por el último gobierno comunista y el sindicato Solidaridad, que era su fuerte opositor. Polonia, como Bolivia, estaba en la bancarrota financieramente. Y Europa en 1989, como Europa en 1919, estaba en un gran momento bisagra de la historia.

Mijaíl Gorvachov estaba en el poder en la Unión Soviética, y estaba dispuesto a ver a Europa reconciliada en paz y democracia. Ese gran hombre deseaba llevar a su propio país hacia un nuevo orden democrático. Polonia fue la primera nación de la región en tomar el camino de la democracia en ese año trascendental. Pronto me convertí en el principal asesor económico foráneo del nuevo gobierno polaco. Una vez más, basándome en Keynes, abogué por el tipo de asistencia internacional que me parecía vital para que Polonia pudiera hacer una transición pacífica y exitosa a un gobierno democrático postcomunista.

Específicamente, apelé a la Casa Blanca, 10 Downing Street, el Palacio del Elíseo y la Cancillería alemana para que proveyeran una asistencia progresista, como un elemento clave en la construcción de una Europa nueva, unida y democrática.

Fueron días embriagadores para mí como asesor económico. Había momentos en los que parecía que mis deseos eran órdenes para la Casa Blanca. Una mañana, en septiembre de 1989, recurrí al gobierno estadounidense para que le diera a Polonia US$1.000 millones para estabilizar la moneda. En la tarde del mismo día, la Casa Blanca confirmó la entrega del dinero. No es chiste: ¡ocho horas entre la solicitud y el resultado!

Convencer a la Casa Blanca de que apoyara una cancelación de las deudas polacas tomó un poco más de tiempo, con negociaciones de alto nivel que se extendieron por cerca de un año, pero al final en eso también tuve éxito.

El resto, como dicen, es historia. Polonia introdujo fuertes medidas de reforma, basadas en parte en las recomendaciones que yo había ayudado a diseñar. EE.UU. y Europa apoyaron esas medidas con ayuda generosa y oportuna. La economía polaca fue restructurada y empezó a crecer, y 15 años después, se convirtió en un miembro de pleno derecho de la Unión Europea.
Ojalá pudiera suspender aquí mi rememoración, con este final feliz.

Pero la historia del final de la Guerra Fría no comprende sólo aciertos de Occidente -como en Polonia- sino también un tremendo desacierto: Rusia.

Para Moscú, Versalles
Mientras que la generosidad estadounidense y europea prevaleció en Polonia, la actitud en el caso de la Rusia postsoviética recuerda mucho más los errores garrafales del Tratado de Versalles. Y hasta el día de hoy estamos pagando las consecuencias.

En 1990 y 1991, el gobierno de Gorvachov, habiendo visto los resultados positivos en Polonia, me solicitó que lo asesorara respecto a las reformas económicas. En esa época Rusia enfrentaba el mismo tipo de calamidad financiera que había hundido a Bolivia a mediados de los 80 y a Polonia en 1989.

En la primavera de 1991, trabajé con colegas de la Universidad de Harvard y MIT para ayudarle a Gorvachov a obtener apoyo financiero de Occidente, para poder reformar la política y transformar la economía. No obstante, nuestros esfuerzos fracasaron completamente.

Ese verano, Gorvachov regresó a Moscú de la cumbre del G7 con las manos vacías. A su retorno, una conspiración intentó derrocarlo en el notorio Golpe de Agosto, del que nunca se recuperó políticamente. Cuando Boris Yeltsin ascendió, y la disolución de la Unión Soviética estaba a puertas, su equipo económico nuevamente me pidió asistencia, tanto para lidiar con los desafíos técnicos de la estabilización como en la tarea de obtener la vital ayuda financiera de EE.UU. y Europa.

Yo le vaticiné al presidente Yeltsin y a su equipo que esa ayuda llegaría pronto. Después de todo, la asistencia de emergencia para Polonia se organizó en cuestión de horas o semanas. Estaba seguro de que lo mismo sucedería en el caso de la nueva Rusia independiente y democrática. Sin embargo, perplejo y horrorizado, me fui dando cuenta de que no sería igual.

Mientras que a Polonia le habían perdonado las deudas, a Rusia le exigieron que las siguiera pagando.

Mientras que a Polonia le habían concedido asistencia financiera generosa y rápida, Rusia recibió visitas de grupos de estudio del FMI pero nada de fondos.

Yo le supliqué a EE.UU. que hiciera más. Apelé a las lecciones de Polonia, pero todo fue en vano. Washington no cedió.

Al final, la maligna crisis financiera rusa aplastó los intentos de reformar y regularizar. El gobierno de Yegor Gaidar cayó en desgracia. Yo renuncié tras dos años duros de tratar de ayudar y lograr muy poco. Unos años más tarde, Vladimir Putin reemplazó a Yeltsin y tomó el timón de la nación rusa.

El botín de los vencedores
A lo largo de esa debacle, los expertos estadounidenses culparon a los reformadores en Rusia en vez de a la cruel negligencia de EE.UU. y Europa.

Me tomó 20 años entender bien qué pasó después de 1991. ¿Por qué EE.UU., que se había comportado con tanta sabiduría y visión en Polonia, actuó con una negligencia tan cruel en el caso de Rusia? Paso a paso, recuerdo tras recuerdo, la verdadera historia salió a la luz.

Occidente había ayudado a Polonia financiera y diplomáticamente porque Polonia se iba a convertir en el baluarte oriental de una OTAN en expansión. Polonia era Occidente, por lo tanto, era digna de ayuda. Rusia, en contraste, era vista por los líderes estadounidenses más o menos de la misma forma en la que Lloyd George y Clemenceau habían considerado a Alemania en Versalles: como un enemigo vencido que merecía ser aplastado, no auxiliado.

En su libro recientemente publicado, el general Wesley Clark, antiguo comandante de la OTAN, relata una conversación que tuvo en 1991 con Paul Wolfowitz, quien era el director de política del Pentágono.

Wolfowitz le dijo a Clark que EE.UU. sabía que podía actuar con impunidad en Medio Oriente, y ostensiblemente en otras regiones también, sin la amenaza de la interferencia rusa.

En resumen, EE.UU. podía comportarse como un vencedor y un matón, cosechando los frutos de la victoria en la Guerra Fría de ser necesario a través de guerras. Washington estaría a la cabeza y Moscú sería incapaz de impedirlo.

En un reciente discurso pronunciado en Moscú, Putin describió la conducta de EE.UU. en casi los mismos términos que Wolfowitz.

"La Guerra Fría llegó a su fin", dijo Putin, "pero no terminó con la firma de un tratado de paz con acuerdos claros y transparentes sobre el respeto de las reglas existentes o la creación de nuevas reglas y estándares. Eso creó la impresión de que los llamados 'vencedores' de la Guerra Fría decidieron presionar y moldear al mundo para que satisfaga sus propios intereses y necesidades"... sigue
Fuente: BBC,

http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/12/141218_jeffrey_sachs_problemas_globales_finde_dv

sábado, 7 de septiembre de 2013

Rajoy apoya, sin hacerlo público, la estrategia de EE UU sobre Siria

El presidente del Gobierno echa balones fuera ante las preguntas sobre el papel de España en la intervención en el país árabe en sus primeras declaraciones públicas sobre la crisis siria


El PSOE pide a Rajoy que aclare el “ambiguo” comunicado sobre Siria
El pulso sobre un ataque fractura a la comunidad internacional
Putin confirma el respaldo ruso a Siria ante una intervención de EE UU. Rusia cuenta con el apoyo de China



La violencia sectaria distancia a los rebeldes sirios de EE UU
Grupos yihadistas atacan una localidad cristiana a 50 kilómetros de Damasco.


'Hacia el caos', por SAMI NAÏR

viernes, 30 de agosto de 2013

Rusia afirma que tiene pruebas de que los “rebeldes” cometieron el ataque con armas químicas

Pepe Escobar. Facebook

Khalil Harb, del periódico libanés As-Safir, confirmó hace unos minutos a mi gran amigo Claudio Gallo un artículo publicado en árabe hace dos días, citando una fuente rusa.

Según la fuente, el embajador de Rusia en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Vitaly Churkin, presentó evidencias concluyentes –basadas en documentos e imágenes satelitales rusas– de dos cohetes portando productos químicos tóxicos, disparados desde Douma y controlados por “rebeldes” sirios, que cayeron en East Ghouta. Cientos de “rebeldes” y civiles –incluidos los niños de las primeras planas de los periódicos de los medios corporativos occidentales– murieron. La evidencia, dice la fuente rusa, es concluyente. A eso se refería ayer el propio Lavrov. Y por ese motivo no hay una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU contra Siria y por eso Washington no quiere que los inspectores encuentren algo.
Fuente: https://www.facebook.com/pepe.escobar.77377/posts/10151840247251678

lunes, 18 de febrero de 2013

El cine ruso vuelve a ser social

Las películas presentadas en Berlín acusan el cambio generacional y cierto regreso al intelectual comprometido en Moscú | Ken Loach recuerda el impulso ético que dio origen al Welfare State con su The Spirit of 45.

Los cineastas rusos, ¿vuelven a ser “sociales”? Si hay que juzgar por las dos películas rusas presentadas este año en el festival de Berlín, parece que estamos ante un cambio generacional que presagia la segunda revolución rusa. Se trata de “Za Marksa” (A favor de Marx), de la directora Svetlana Báskova (Moscú, 1965). Su película es una comedia sobre la formación de los nuevos sindicatos independientes en Rusia.

“Para devolver la dignidad a la gente, hay que asustar al poder”, dice Báskova. El título de su película delata lecturas de Althusser (Pour Marx), explica el productor e intelectual orgánico de la obra, Anatolii Osmolovski, según el cual el objetivo de la película es “devolver el debido respeto a la clase obrera”.

La intelligentsia rusa le hizo la cama a la restauración capitalista de Boris Yeltsin en los años noventa. Ahora los nietos de los estalinistas y los hijos de los oportunistas se rebelan contra su legado. Aún no son “narodnikis”, pero comienzan a “ir al pueblo”, como hicieron aquellos en el XIX. Báskova dice haber recorrido muchas fábricas y localidades de provincia, asistiendo a muchas asambleas obreras. De ahí sacó a sus personajes, líderes obreros aún con cierta cultura soviética, que son eliminados físicamente por sus patrones si se atreven a desafiar el estado de cosas. Con Yeltsin querían que Rusia fuera “como allá”, siendo “allá”, Suecia, Alemania o Estados Unidos, pero resultó que el “allá” verdadero se parecía mucho más a México y el Brasil de antes, con muy poco estado de derecho y muchos muertos en las cunetas por exigirlo.

“El ser determina la conciencia”, dijo Marx, y he aquí, que al calor de la nueva realidad social rusa, de flagrante injusticia, de abuso, corrupción y violencia, una nueva generación de cineastas llega a la conclusión que sus abuelos abrazaron: “el arte es el fundamento de la protesta política”, dice Osmolovski.

La otra película de este despertar social ruso ha sido “Dólgaya Schastlívaya Zhizn” (Una larga y feliz vida) de Boris Jlébnikov (Moscú, 1972). Y estamos en lo mismo: el joven administrador de lo que queda de un koljoz, una granja cooperativa, se enfrenta a la corrupción, un drama rural de clara lectura social. Se confirma que algo está cambiando en Rusia.

En la vieja Europa occidental atravesada por la crisis ha sido el británico Ken Loach quien ha traído a Berlín la necesaria memoria de los orígenes del Welfare State con su película documental fuera de concurso, El espíritu del 45. Cuando ideólogos de la actual involución, como el Presidente del BCE, Mario Draghi o la canciller Angela Merkel, abogan o propician, respectivamente, su desmantelamiento, Ken Loach recuerda su génesis histórica.

Al regreso de la guerra, la nación británica tenía claro que no quería volver al país de los años 30, un panorama de pobreza, desempleo y estricto clasismo. Por eso se dio la victoria a los laboristas y se iniciaron las nacionalizaciones de los sectores clave, transporte minería, energía, y se instauró el sistema de seguridad social. Sobre esas bases se levantaron los “treinta gloriosos”: las mejores tres décadas de la historia moderna europea. Loach regresa a aquella época con un documental, que debería ser obligatorio en colegios.

La película recuerda cómo surgió, con qué ideas de solidaridad y justicia social, lo que ahora se recorta. La intención del director es clara: contribuir a alertar sobre los derechos socio-laborales que ahora se restan en una época en la que, como dice uno de los sindicalistas entrevistados, “el capitalismo está maltrecho, pero su ideología triunfa”. Rafael Poch. La Vanguardia
Fuente: http://www.lavanguardia.com/cultura/20130216/54366803790/cine-ruso-social.html

jueves, 1 de abril de 2010

Sobre el tratado de desarme entre EE.UU. y Rusia

Comienzo de la evaluación de seguimiento
Después de perder más de algunas fechas límite y lograr varios de los llamados avances significativos, los Estados Unidos y Rusia, finalmente han llegado a un acuerdo sobre un nuevo tratado de control de armamentos. Será firmado en Praga el 8 de abril, casi un año después del día en que EE.UU. Con su presidente Barack Obama y el presidente ruso, Dmitry Medvedev, acordaron iniciar las negociaciones de tratados y Obama anunció, también en Praga, su compromiso con las armas nucleares del mundo libre. Así las cosas, ¿merece la pena esperar el tratado? Como una medida de desarme, será un paso muy modesto.

El tratado establece un límite máximo de 1.550 ojivas nucleares desplegadas -técnicamente una reducción de más del 30 por ciento sobre los niveles actuales -, aunque casi todas las reducciones se logran cambiando la forma en que las cabezas se cuentan. Eso significa que la mayoría de las ojivas nucleares seguirán estando en los EE.UU. y en Rusia como arsenales activos.

Las cifras por sí solas, sin embargo, no cuentan toda la historia. De hecho, no son tan importantes. Ya se trate de 1.550 ojivas o de 500 ojivas, hay mucho de más. Lo importante es que el tratado brinde al público una manera de apoyar a los EE.UU. y al gobierno de Rusia para que sean responsable de las armas nucleares que poseen.

Es un poco pronto para decir si el tratado de control de armamentos será capaz de cumplir con los acuerdos de transparencia y verificación, pero parece que será posible: El acuerdo final debe proporcionar la apertura sustancial de los arsenales nucleares".

Como escribí hace un año, “Un eficiente mecanismo de transparencia y control es mucho más importante que cualquier número determinado de cabezas que el tratado finalmente controle”. Es un poco pronto para decir si el nuevo tratado será capaz de lograr, este aspecto, pero parece que lo conseguirá: El acuerdo final debe proporcionar la apertura sustancial de los arsenales nucleares.

La crítica más grande sobre el nuevo acuerdo es que se reduce toda la relación entre EE.UU. y Rusia para controlar las armas del estilo de la Guerra Fría y poco más. De hecho, en varios puntos durante el último año, parecía que la idea de “reiniciar” la relación entre EE.UU., y Rusia se había relegado a las minucias de temas mundanos como el intercambio de información sobre telemetría. Pero la realidad es que estos desacuerdos son reales, y habría sido un error esperar que sin el proceso de control de armas, Rusia hubiera dejado de preocuparse, por ejemplo, de los interceptores de defensa antimisiles de EE.UU. en Europa. Todo lo contrario: Como vimos durante los años de George W. Bush, a falta de un diálogo, incluso pequeños malentendidos y temores injustificados puede crecer hasta proporciones grotescas y envenenan las relaciones entre Estados Unidos y Rusia en los años venideros.

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Escrito por Pavel Podvig

Físico formado en el Instituto de Física y Tecnología de Moscú, Podvig trabaja como investigador asociado en el Centro de la Universidad de Stanford para la Seguridad y la Cooperación Internacional. Su experiencia se extiende al arsenal nuclear de Rusia, las relaciones entre EE.UU. y Rusia, y la no proliferación. En 1995, dirigió el Proyecto de investigación de la fuerzas nucleares estratégicas de Rusia, la edición de libro del mismo nombre del proyecto, que proporciona una visión general de las fuerzas estratégicas soviéticas y rusas y las capacidades técnicas de los sistemas de armas estratégicas de Rusia.