lunes, 11 de septiembre de 2023

Los 191 días del gobierno de Allende que terminaron en un golpe de Estado que aún divide a Chile

Augusto Pinochet y Salvador Allende juntos en agosto de 1973.

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Pinochet fue nombrado por Allende comandante en jefe del Ejército chileno apenas tres semanas antes del golpe en que lo derrocó.

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Conspiraciones,sabotajes, traiciones, disputas y violencias marcaron el camino al quiebre de la democracia chilena el 11 de septiembre de 1973. Reconstrimos esos hechos que cumplen 50 años.

Cuando el presidente Salvador Allende pronunció sus últimas palabras desde el palacio de La Moneda y los militares bombardearon el edificio hace 50 años, Chile y su rumbo histórico se terminaron de partir.

Esa mañana del martes 11 de septiembre de 1973 comenzó en el país una dictadura militar que duraría 17 años y dejaría cerca de 40.000 víctimas, incluidos más de 3.000 asesinados o desaparecidos.

Al mismo tiempo, con el golpe de Estado acabó un experimento inédito en el mundo: Allende fue el primer marxista elegido presidente de forma democrática, alguien que buscó “la vía chilena al socialismo” dentro del marco jurídico vigente.

El quiebre de aquel día fue tan hondo que aún divide a Chile entre quienes lo consideran un zarpazo traicionero que abrió paso a todo tipo de abusos, y quienes lo ven como un acto de rescate de un país en el despeñadero.

“El golpe tuvo un efecto peor que el terremoto más grande que hemos tenido” y “cambió también a la sociedad chilena: la hizo desconfiada, neoliberal, mucho más conservadora de lo que era”, dice Cristián Pérez, historiador de la Escuela de Periodismo de la universidad chilena Diego Portales, a BBC Mundo.

Pero, ¿cómo llegó el país sudamericano a ese punto bisagra medio siglo atrás?

“Una vía alternativa”

Es difícil precisar el momento exacto en que el gobierno de Allende, un médico carismático con vasta experiencia como senador, entró a un callejón sin salida.

De hecho, algunas dificultades que enfrentó, como la polarización política o una inflación creciente, habían aparecido en Chile antes que Allende fuera electo en septiembre de 1970 con 36% de los votos, en su cuarto intento, al frente de la coalición de izquierda Unidad Popular (UP), que incluía a socialistas como él y comunistas.

Salvador Allende rodeado de seguidores en las elecciones de Chile de 1970.

Salvador Allende rodeado de seguidores en las elecciones de Chile de 1970.

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 Allende se volvió en 1970 el primer marxista elegido presidente en una democracia, algo que puso las miradas del mundo sobre Chile.

Pero esos y otros problemas se agravaron una vez que Allende asumió el poder el 3 de noviembre de ese año sin mayorías legislativas y comenzó a implementar un programa destinado a rehacer la estructura económica chilena.

El presidente tomó medidas para expropiar empresas, estatizar los bancos, redistribuir ingresos y profundizar la reforma agraria lanzada por su antecesor, el democristiano Eduardo Frei Montalva, aparte de nacionalizar el cobre con el respaldo unánime del Congreso.

Todo eso asustó a los conservadores chilenos, que se organizaron para frenar las reformas.

Mientras sectores empresariales y gremiales realizaron huelgas y protestas, en la ultraderecha surgió el frente Patria y Libertad, una organización que inició acciones de sabotaje contra el gobierno.

En el otro extremo ideológico, fuera de la UP actuaba el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), un grupo guerrillero que ocupaba tierras privadas y fábricas inspirado en la revolución cubana, la cual también despertaba admiración dentro del Partido Socialista.

Estados Unidos, a instancias del entonces presidente Richard Nixon y su consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, boicoteó a Allende desde su elección para impedir que su gobierno socialista proyectase una imagen exitosa y generase fenómenos similares en otros países en plena Guerra Fría, según documentos desclasificados por Washington.

Richard Nixon y Henry Kissinger hablando en 1972

Richard Nixon y Henry Kissinger hablando en 1972

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A instancias de Nixon y Kissinger, EE.UU. operó para desestabilizar a Allende.

Con acciones encubiertas, EE.UU. primero buscó evitar que el Congreso chileno ratificara la victoria electoral de Allende en 1970, apoyando un plan fallido de la ultraderecha para secuestrar al comandante en jefe del Ejército y defensor del orden constitucional, René Schneider, quien resultaría asesinado.

Después financió a la oposición y bloqueó créditos a Santiago para hacer “chillar” la economía chilena, a pedido textual de Nixon.

En ese escenario, en Chile se agudizaba la polarización, la violencia política y problemas económicos como desabastecimiento de comercios y un incipiente mercado negro.

Allende procuró ayuda financiera de la Unión Soviética, que había aportado dinero a su campaña electoral y luego dio maquinaria agrícola o becas estudiantiles a Chile, pero Moscú consideró inviable dar sustento monetario a un país tan lejano y enredado.

Así, el 4 marzo de 1973, Chile celebró unas elecciones parlamentarias que podían inclinar la balanza del poder.

La UP de Allende obtuvo en esos comicios 43% de los votos, siete puntos más que en 1970 pero debajo del apoyo que precisaba para lograr mayorías en el Congreso.

Un hombre vende diarios con los resultados de las elecciones parlamentarias de 1973 en Chile.

Un hombre vende diarios con los resultados de las elecciones parlamentarias de 1973 en Chile.

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Las elecciones parlamentarias de marzo de 1973 fueron clave para lo que ocurriría en Chile.

Y aunque la derecha agrupada en la Confederación para la Democracia (Code) sumó 56% de los votos, no alcanzó el objetivo que se planteaba de tener dos tercios del Senado para poder destituir a Allende.

Entonces a la derecha chilena se le plantea una disyuntiva, dice Pérez: “O espera hasta 1976 que haya nuevas elecciones, o busca una vía alternativa para sacarlo (a Allende) que sea inconstitucional, es decir, un golpe de Estado”.

Faltaban 191 días para el 11 de septiembre.

Y era evidente que Chile ya giraba en una espiral peligrosa para la democracia que había consolidado desde 1932.

“Un costo”

Tras las elecciones parlamentarias se agravó la crisis político-económica chilena, con episodios de violencia, huelgas, un intento de golpe de Estado y un creciente protagonismo de los militares.

El gobierno socialista siguió impulsando su programa, pero se estancaron reformas como la Escuela Nacional Unificada, un proyecto de reestructura educativa que criticó en marzo de 1973 la Iglesia católica, temerosa de perder influencia en la enseñanza.

Esa reforma era emblemática para Allende, en cuyo mandato aumentó 17% la cantidad de alumnos registrados en diferentes niveles educativos.

A su vez, en los meses siguientes cobró intensidad un pulso entre los poderes Ejecutivo y Judicial.

La Corte Suprema —presidida por un magistrado que luego apoyó el golpe y omitió castigar los abusos del régimen militar— acusó al gobierno de Allende de intentar someter los tribunales a sus necesidades políticas y propiciar una crisis del Estado de derecho, algo que el mandatario rechazó.

Enfrentamiento callejero entre opositores y partidarios del gobierno chileno de Allende en 1972-

Enfrentamiento callejero entre opositores y partidarios del gobierno chileno de Allende en 1972-

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La polarización y la violencia política crecieron en Chile en los años de Allende.

En el plano político, hubo negociaciones infructuosas entre la UP de Allende y la Democracia Cristiana de centro para evitar el colapso del gobierno.

La premiada historiadora chilena Sol Serrano señala que una posibilidad era “nombrar un gabinete cívico-militar con poderes para las Fuerzas Armadas, lo cual significaba represión al ‘poder popular’ y de hecho el fin del programa de la UP aunque no del gobierno”, o “que Allende enviara al Congreso una reforma constitucional para poder llamar a un plebiscito que iba a perder”.

Pero ya parecía inviable una salida política, en la que insistía el presidente, debido a la falta de voluntad partidaria para alcanzarla y a que “había un costo que Allende no iba a pagar, que era romper la coalición de gobierno”, dice Serrano a BBC Mundo.

En la mañana invernal del 29 de junio hubo un intento de golpe de Estado, el último de varios en los años previos al 11 de septiembre, cuando oficiales sublevados del regimiento blindado Nº2 con el apoyo de Patria y Libertad avanzaron con tanques y vehículos militares hacia La Moneda.

Conocido como “Tanquetazo”, el ataque fue sofocado por una contraofensiva dirigida por el comandante en jefe del Ejército, Carlos Prats. Dejó 22 muertos y la sensación de que el golpismo aún carecía de apoyo pleno en las Fuerzas Armadas.

Sin embargo, quienes estaban dispuestos a derrocar a Allende parecieron tomar nota de la importancia que tenían los oficiales leales a él.

Un hombre pasa delante de un tanque militar durante el intento de golpe de Estado en junio de 1973 en Chile.

Un hombre pasa delante de un tanque militar durante el intento de golpe de Estado en junio de 1973 en Chile.

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El "Tanquetazo" fue un aviso de lo que se venía en Chile.

Menos de un mes más tarde, el 27 de julio, fue asesinado el edecán naval del presidente, Arturo Araya, en un ataque armado frente a su casa.

Poco después, el 9 de agosto, Allende nombró al general Prats como su ministro de Defensa y a otros altos mandos militares y policiales para dirigir ministerios cruciales en lo que se denominó un “gabinete de salvación nacional”.

En ese momento ya se había reanudado un paro de transportistas que en octubre de 1972 bloqueó el país y acentuó las dificultades económicas. Más tarde se supo que los camioneros, al igual que el diario conservador El Mercurio, recibieron financiamiento de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de EE.UU.

“Si las huelgas y lo demás derribaron al gobierno, lo dudo”, dijo Alexandro Smith, un propietario de dos autobuses y un taxi que se definía como un izquierdista frustrado con Allende y que se plegó al paro.

“Pero por supuesto”, agregó Smith en una entrevista con la BBC poco después, “eso fue añadiendo presión para que los militares se hicieran con el poder”.

“En un tránsito histórico”

Con más sangre derramada en choques políticos callejeros y una inflación desbocada que superaría 600% en 1973, la pregunta que muchos se hacían era si Chile se encaminaba a una guerra civil.

Pero lo inminente era el golpe de Estado.

Manifestantes lloran y se cubren por el gas lacrimógeno lanzado por la policía chilena en marzo de 1973

Manifestantes lloran y se cubren por el gas lacrimógeno lanzado por la policía chilena en marzo de 1973

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Protestas y problemas económicos complicaron al gobierno socialista chileno.

El 22 de agosto, la Cámara de Diputados declaró que el gobierno de Allende había causado un “grave quebrantamiento del orden constitucional” y señaló que las Fuerzas Armadas y la policía “son y deben ser, por su propia naturaleza, garantía para todos los chilenos y no sólo para un sector”.

La resolución —aprobada por 81 votos a favor, incluidos los de diputados democristianos, y 47 en contra— sería usada como justificación para el derrocamiento de Allende, quien respondió que el texto facilitaba “la intención sediciosa de determinados sectores”.

Al día siguiente ocurrió lo que la inteligencia de EE.UU. definiría en un informe secreto como la remoción del “principal factor atenuante contra un golpe de Estado”: la renuncia al ministerio de Defensa y a la jefatura del Ejército de Prats, el general leal a la Constitución.

Esa dimisión se produjo después de que Prats pidiera sin éxito una declaración de apoyo de sus generales, tras una protesta frente a su casa en la que participaron esposas de altos oficiales militares.

Prats recomendó entonces que Augusto Pinochet lo sucediera como jefe del Ejército, sin imaginar que poco después ese mismo general conduciría el golpe de Estado y el largo régimen militar que lo asesinaría a él mismo junto a su esposa en un atentado en Argentina en 1974.

El 9 de septiembre, Pinochet y el nuevo jefe de la Fuerza Aérea, Gustavo Leigh, recibieron una carta escrita a mano por el almirante José Toribio Merino avisándoles que el 11 sería “el día D”, y ambos aceptaron.

Militares apostados frente al palacio de La Moneda bombardeado en el golpe del 11 de septiembre de 1973 en Chile.

Militares apostados frente al palacio de La Moneda bombardeado en el golpe del 11 de septiembre de 1973 en Chile.

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El bombardeo a La Moneda por los militares golpistas el 11 de septiembre de 1973 fue un punto bisagra en la historia chilena.

“Ese domingo 9 de septiembre se decide: creo que Pinochet piensa que debe embarcarse en el golpe porque está consciente que Merino va a dar el golpe”, señala el historiador Pérez. “Lo que no les podía pasar es que se dividieran, (porque) habría estallado una guerra cívico-militar”.

El mismo día ocurrieron otros dos hechos relevantes.

El entonces secretario general del Partido Socialista, Carlos Altamirano, dijo en un polémico discurso junto al líder del MIR en el Estadio Chile que se había reunido con suboficiales de la Armada contrarios al golpe y advirtió que el país se transformaría en “un nuevo Vietnam heroico” si la sedición pretendía dominarlo.

El mensaje marcó una vez más las diferencias que arrastraba la izquierda entre los radicales que agitaban la crisis y los moderados que buscaban conciliar.

En las horas previas al golpe, Allende reiteró a sus allegados la idea de convocar a un plebiscito y preparó un mensaje público que nunca llegaría a pronunciar.

Otro fue el discurso inolvidable que Allende pronunció por radio aquel 11 de septiembre, antes que los aviones Hawker Hunter de la Fuerza Aérea atacaran La Moneda.

“Yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”, dijo y finalizó instantes después: “Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que por lo menos habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.

Allende rodeado de custodias en el palacio de La Moneda durante el golpe que lo derrocó el 11 de septiembre de 1973.

Allende rodeado de custodias en el palacio de La Moneda durante el golpe que lo derrocó el 11 de septiembre de 1973.

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Allende se negó a renunciar durante el ataque golpista al palacio de La Moneda.

El médico de cabecera del presidente, Patricio Guijón, relató a la BBC días más tarde cómo encontró a Allende muerto sobre un sofá rojo en La Moneda: "Ya no había nada que hacer porque literalmente se había volado la cabeza. No tenía pulso. Su muerte fue instantánea”.

Tras el golpe, Guijón y otros colaboradores cercanos de Allende fueron detenidos y enviados temporalmente a la isla Dawson, en el sur del país. El Estadio Chile se volvió centro de detención y tortura. Y los militares seguirían en el poder hasta 1990, en un régimen que simbolizó las dictaduras que atravesaba la región en esa época.

Medio siglo después, aquel trágico quiebre institucional enseña que “no pueden hacerse cambios fuera de la democracia, (y) nada justifica la violación de los derechos humanos”, concluye Serrano. “La principal lección: la importancia radical de la política”.

domingo, 10 de septiembre de 2023

"Creen que los niños occidentales crecen consentidos y sobreprotegidos": lo que una antropóloga europea descubrió al vivir con su bebé en una comunidad del Amazonas ecuatoriano

Francesca Mezzenzana junto a su bebé en una canoa sobre un río

FUENTE DE LA IMAGEN,CORTESÍA: FRANCESCA MEZZENZANA

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“Yo soy una gringa para ellos”, dice con una sonrisa la antropóloga italiana Francesca Mezzenzana. “Pero a mi hijo, todos lo perciben como un Runa”.

En 2015, cuando su hijo tenía cuatro meses, se fue al Amazonas ecuatoriano, a un poblado indígena de unos 500 habitantes.

Esa experiencia, que la marcó profundamente no solo como académica sino como madre, la plasmó en el ensayo “Amazonian childcare” (“Cuidado infantil en el Amazonas”), publicado en el sitio Aeon.

Mezzenzana tiene un doctorado en antropología de la London School of Economics y es la investigadora principal del proyecto Learning Natures del Centro Rachel Carson para el Medio Ambiente y la Sociedad, en Múnich, Alemania.

Desde esa ciudad nos contó cómo el pueblo Runa le ha demostrado “sutil, pero implacablemente que hay más de una forma de florecer como seres humanos”.

En el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, compartimos la vivencia que nos contó en la siguiente entrevista:

¿Por qué se fue a vivir con su bebé a la comunidad de los Runa?

He trabajado en la provincia de Pastaza, la región amazónica de Ecuador, desde 2011.

Mi pareja es de allí y la primera vez que me fui a vivir allá lo hicimos por tres años. Desde entonces, vamos cada año por periodos de seis u ocho meses.

Cuando nació nuestro hijo, quisimos llevarlo para que la familia lo conociera. No lo pensé mucho, pero la gente de mi entorno se sorprendía: “¡Cómo te vas a ir a un lugar tan remoto!”

Sí, la Amazonía de Ecuador es remota, pero también es mi casa. Ahí viven mis familiares, tenemos una choza. Así que para mí fue una decisión instintiva.

En su artículo nos habla de Digna, “una mujer sabía que crió 12 hijos”.

Digna era la abuela de mi esposo. Falleció hace unos cuatro años.

Solo hablaba kichwa, tuvo una vida increíble. Su papá, que era un chamán muy conocido en el área, no la envió a la escuela.

Creció con una disciplina dura, pero muy bella también. Aprendió a curar con las plantas, a caminar, a conocer la selva.

"A mi hijo los otros niños se lo llevaban por acá, por allá, lo cargaban, lo abrazaban", cuenta Mezzenzana.

Fue una de las personas que más me enseñó en mi tiempo en Ecuador.

Era una de las mujeres que llaman sinchi warmi, que quiere decir: mujer fuerte, sabia. Aún hay, pero las mayores ya se están yendo y es muy triste porque con ellas se va una manera entera de ver el mundo y de vivir.

¿Recuerda cómo fue ese encuentro entre Digna y su bebé?

Ella estaba muy feliz de que hubiésemos ido y de ver a este niño que ella decía era “de dos mundos”.

Fue muy cariñosa y quería encargarse de él, pero tenía mucho cuidado conmigo porque intuía que la manera de criar los hijos en Europa es muy distinta a como se hace en la Amazonía.

Tenía sus ideas de lo que había que hacer con un bebé, pero siempre fue muy respetuosa.

Cuenta que cuando la vio metiendo a su hijo en el baby sling, el portabebés, le preguntó a su esposo: “¿Qué está haciendo?”. ¿Cómo recuerda ese momento?

Fue muy chistoso. Yo había comprado un portabebés último modelo, había pasado mucho tiempo escogiéndolo, y cuando Digna me ve meter a mi hijo, tras muchos intentos porque él no quería y lloraba, le pregunta a mi esposo: “¿Por qué está comprimiendo al niño dentro de eso? El niño no puede mover la cara, solo ve el pecho de su mamá”.

El bebé de la doctora Mezzenzana con miembros del pueblo Runa.

La forma en que lo planteó no era como si me estuviera juzgando, sino más bien que estaba sorprendida, quería entender por qué lo hacía.

Yo no supe qué contestar y me hizo reflexionar: si ella está sorprendida, quiere decir que lo que estoy haciendo no es obvio. Tiene que haber una narrativa cultural detrás de esto. Ahora la que tenía curiosidad era yo y, además, me surgieron dudas.

Con su portabebés, partió de la idea de que su hijo “necesitaba ser protegido del mundo”, pero para los Runa, los niños “necesitan ver el mundo al que pertenecen”. Ellos, escribió, son cargados en la espalda o en la cadera para que puedan ver “hacia afuera”. Ese acto encierra una filosofía de vida ¿no?

Sí, me acuerdo que cuando compré el portabebés, en los sitios web que visité lo vendían como ideal para desarrollar el vínculo de apego. También estaba la idea de que era importante proteger a los bebés para que no escucharan demasiados ruidos, ni miraran demasiadas cosas.

Cuando te vas a la Amazonía, pero no solo allá sino en cualquier lugar que no sea Europa o Estados Unidos, ves a niños que participan en la vida social todo el tiempo. No existe el concepto de que el niño tiene que ver poco, estar tranquilo, que el mundo es demasiado para él.

La imponente Amazonía de Ecuador.

Si uno lo piensa bien, esa idea de que el mundo es demasiado para un bebé es ridícula en el sentido de que los humanos son animales, vivimos adentro del mundo.

Aunque los niños estén recién nacidos, en las comunidades Runa, están con las mamás en las fiestas, visitando otras casas, están en la selva.

Señala que existe la idea en las sociedades postindustriales que las experiencias en la infancia temprana son clave en el éxito del desarrollo cognitivo y emocional. ¿Qué visión tienen los Runa?

Mi percepción es que los Runa tienen una idea mucho más flexible de lo que es el desarrollo humano y no tienen este paradigma de que todo lo que pasa en la primera edad es fundamental para lo que vendrá.

De hecho, muchos psicólogos del desarrollo coinciden en que se trata de una idea muy singular la que hemos desarrollado en los últimos 50, 60 años: que lo que pasa en los primeros tres años tiene consecuencias muy serias para el futuro de nuestros hijos.

Seguramente, hay cosas que pueden tener una influencia, pero no son irreversibles.

Estoy leyendo un libro, publicado hace unos 20 años, de un psicólogo que aborda esta idea, que es muy fuerte en nuestra sociedad, y dice que no hay y nunca podrá haber un estudio que demuestre la influencia de algo que pasó en los primeros años de vida, 40 años después.

Aun así, es una idea que nos obsesiona.

Una de mis preocupaciones es que todo ese énfasis en los primeros años tiene consecuencias muy duras, especialmente para las madres. Se genera una culpabilización en ellas.

Dice que su estadía con los Runa tuvo repercusiones en su vida como antropóloga y como madre. ¿Cómo?

En ese primer viaje con mi hijo, él estaba feliz.

Esa experiencia me ayudó a ver que hay otras maneras de criar a los hijos.

Me hizo reconsiderar muchas cosas que aquí, en Alemania, en Italia, en Inglaterra, donde he vivido muchos años, son consideradas como esenciales y si no las haces eres una mala mamá o tu hijo va a tener problemas en el futuro.

El conocimiento sobre las bondades de la selva forma parte de la crianza de los niños de la Amazonía. Esta foto fue tomada en Sarayaku, en la provincia de Pastaza, en 2021.

Por ejemplo, la idea de estar pendiente del niño todo el tiempo por el temor de que si no lo haces, puede tener algún trauma, la logré dejar a un lado.

Cada vez que estoy con los Runa y mis hijos, veo la importancia de estar con otras personas, sientes que no estás solo en este mundo, que tienes que vivir con gente muy diferente a ti, con otras ideas y necesidades. Y eso es más importante que llegar a ser excelente (en algo) o destacarte por encima de los demás. Mis familiares Runa me recordaron eso.

Relata que la forma de cuidar a su bebé, como interrumpir cualquier cosa que estuviese haciendo para atenderlo o incluso anticipar sus necesidades, empezó a llamar la atención y a generar reacciones en la comunidad, que pasaron “del humor a la preocupación”. ¿Cómo fue eso?

Por mucho tiempo, los familiares, los vecinos, me observaron. Se notaba que estaba muy cansada, muy concentrada en mi hijo y que no veía nada más, ni hacía nada más. Yo creo que era muy inútil como miembro de la familia.

Me empezaron a hacer bromas sobre este amor infinito que le tenía a mi hijo. Una de las cosas que me dijeron en tono de chanza fue: “Estas mamás gringas cómo quieren a sus hijos”.

Los niños Runa participan en las diferentes actividades de los adultos, como sucede en otros pueblos del Amazonas.

Le decían a mi hijo cosas como: “Pobre bebé ¿qué harás cuando tu mamá se muera? Te vas a quedar solo en este mundo”.

Se lo llevaban a otros lugares para que no estuviese solamente conmigo y lo hacían de una manera muy alegre.

Nadie me dijo: “Deja de hacer eso, es malo para tu hijo”, nunca me sentí juzgada. Me estaban haciendo sentir que mi hijo era un niño de todos, no solo mío.

Quiero enfatizar que los Runa, como muchos pueblos indígenas amazónicos, son muy humildes y muy independientes. Les parece totalmente inapropiado decirles a los demás lo que creen que deben hacer, su respeto por las decisiones individuales es muy fuerte.

Fue esa dinámica de ver cómo trataban a mi hijo que me hizo reflexionar sobre mis acciones, fue un proceso muy sutil e importante.

“Pobre bebé ¿qué harás cuando tu mamá se muera?” es una frase que, como señala en su artículo, puede resultar inapropiada para algunos en Occidente, pero a usted la hizo pensar, no solo sobre el día en que su hijo no la tenga, sino sobre exponer a los niños a emociones complejas como la tristeza. ¿Los Runa tienen otra manera de ver la muerte?

Sí, absolutamente.

Los niños Runa están involucrados en las vidas de los adultos, no hay nada que no se pueda decir delante de ellos.

Es muy fuerte, se habla de todo y los niños aprenden de todo a muy corta edad.

En muchos pueblos indígenas, los hermanos mayores desempeñan un rol clave en la crianza de los niños más pequeños.

Recuerdo que cuando regresamos, mi hijo tenía dos años y medio y participamos en una actividad colectiva para limpiar las hiervas en el cementerio.

Mi hijo me preguntó qué era ese lugar, le respondí: “un cementerio” y empezó a indagar más: “¿qué significa eso? ¿por qué están los muertos ahí? ¿qué quiere decir morir?”

Y me acuerdo que mi comadre simplemente le dijo que todos un día vamos a morir, incluido él. Fue muy impactante porque a su edad lo entendió. Se puso muy serio y respondió: “Pero ¿cómo?”

Mi comadre le dijo: “Todo lo que vive tiene un inicio y un fin, las plantas, nosotros”.

A los niños no se les protege del tema de la muerte.

Una de las diferencias más grandes que mi esposo encuentra entre los europeos y los Runa es que según él cuando a nosotros se nos muere alguien es como el fin del mundo, mientras que para él, para los Runa, es parte de lo que tiene que ser, aunque sea triste, tienen una actitud casi como la de los budistas.

Saben que la muerte y el dolor son parte de la vida y no me refiero a que lo comprendan conceptualmente, sino que lo viven.

Es algo que admiro mucho y que me da un poco de envidia. Y eso empieza en la niñez.

Cuenta que la gente empezó a “rebelarse” de buena manera y que cuando un vecino se llevó al bebé de paseo, su esposo al verla buscarlo frenéticamente, le dijo: “Deja de perseguir a la gente, el niño está bien”.

Eso pasó varias a veces. Cuando me iba a hacer algo rápido y dejaba al niño con su papá, alguien se lo llevaba a dar una vuelta.

Al no verlo, me daba ansiedad y me iba a buscarlo, pero era muy difícil encontrarlo por las distancias en la selva.

Le pedía a mi esposo que me ayudara, pero me decía que no, que el niño iba a estar bien cuidado, que tenía que confiar en la gente que había tenido muchos más hijos que yo.

Fue difícil de aceptar, seguí buscándolo, pero después me dije: hay que confiar en otras personas.

La primera vez me enoje mucho. Para mí era muy difícil entender cómo se podían llevar por horas a mi hijo de cuatro meses sin pedirme permiso.

Pero siempre regresaba sano, feliz, tranquilo.

Su esposo es un miembro de los Runa, creció allá, él vivió lo que su hijo experimentó.

Después de vivir muchos años en Europa, él entiende mi ansiedad, pero en ese entonces no. Él creció rodeado de muchas personas. No veía ese cuidado colectivo como algo raro o problemático.

La crianza en el pueblo Runa entonces es un acto colectivo.

Sí, porque al final esos niños se convertirán en las personas que cuidaran a su gente y a su selva.

En el caso de los Runa, el niño es un miembro de la comunidad y va a trabajar por ella, va a vivir en paz con sus vecinos.

Esas comunidades son muy pequeñas, hay mucha libertad, los niños se desplazan por todos lados, si llegan a cualquier casa, les dan de comer.

Todos se conocen, todos son ayllu, familia, comunidad.

De hecho, una amiga cercana le dijo: “Dame a tu hijo, me lo llevo a mi casa y así tú puedes descansar”. ¿Qué sintió cuando la vio con su bebé en una canoa?

Para mí fue muy fuerte porque ella se lo quería llevar al pueblo de Puyo, que está a unas ocho horas.

Ella seguramente lo hubiese cuidado muy bien, le hubiera dado leche de fórmula, pero creo que por el shock no pude darme cuenta de que era un gran acto de empatía, de cariño hacia mí, de que era un reconocimiento de una necesidad que yo tenía y que me era muy difícil de expresar con un bebé tan pequeño.

En esta foto de enero, se ve a un grupo de niños del pueblo Siekopai, que habita la Amazonía de Ecuador y Perú.

Esta obsesión de que yo tenía que encargarme de él, hacerlo sola y que mi presencia era fundamental, no me lo dejó ver en ese momento.

Con mi segunda hija, fui más relajada, más abierta a esos actos de ayuda.

Descubrió que su familia Runa parecía ajena a la idea de una relación “madre-hijo exclusiva y preponderante” y también a la idea de que las necesidades y deseos de los niños deben ser atendidos “siempre y con prontitud”. En su artículo nos habla del concepto del “individualismo suave”. ¿Por qué?

La idea fue desarrollada por una antropóloga (Adrie Kusserow) que hizo una investigación, en Nueva York, con niños de familias de la élite y niños de la clase trabajadora.

Encontró que los niños que pertenecían a la élite eran percibidos por sus padres como personas que necesitaban de un cuidado constante, de motivación permanente, como si fueran muy frágiles y sus egos tuvieran que ser cultivados con frecuencia y gentileza.

Esta forma de atención constante se ha naturalizado mucho, ni siquiera lo tomamos como problemático.

Otra foto de este año de niños Siekopai. Viviendo con los Runa, Mezzenzana se dio cuenta de que para los niños salir a pescar es como un juego, pero con una repercusión social.

Entre los Runa nadie les dice a los niños: “Bien hecho” o “Lo hiciste muy bien, estoy muy orgulloso de ti”.

Un entrevistador de un podcast me decía que eso le parecía muy duro, pero no lo es.

Esos niños pueden hacer tantas cosas, son tan independientes, tienen tanta libertad de movimiento que no necesitan que alguien les esté diciendo: “Muy bien”. Ellos saben que lo hacen muy bien.

Siempre pienso en niños que pueden prender un fuego en dos minutos y nadie los reconoce por eso, el fuego es la demostración de que pueden.

Y ese “individualismo suave” -escribió- promueve la autoexpresión y el individualismo psicológico y no es coincidencia que sean cualidades también promovidas en la sociedad neoliberal.

Los debates sobre cómo criar a los hijos están centrados en el desarrollo cognitivo de los niños con la idea de que puedan ser exitosos, pero todo ese éxito no es para que los niños sean miembros de una comunidad sino para su desarrollo individual y para que triunfen en el mercado (laboral).

Muchos de esos debates hablan del cerebro: “cómo mejorar el desarrollo cerebral del niño”, pero no se habla de las capacidades para estar con otros, de cooperar, que son habilidades que realmente les van a servir después.

La narrativa está enfocada en cómo mejorarte a ti mismo para prosperar en términos de carrera y económicos, para tu felicidad.

Habla de que fuera de las poblaciones WEIRD (siglas en inglés de: white, educated, industrialised, rich and democratic), blancas, educadas, industrializadas, ricas y democráticas, los niños son cuidados por diferentes personas y no solo se trata de adultos.

Sí, no son solo abuelas o tías las que ayudan a las madres a cuidar a los niños, también son otros niños que se encargan de los bebés.

Y eso es muy importante porque para nosotros la idea de que un niño de 7 años se pueda encargar por unas horas de un bebé de seis meses es tabú y creo que ilegal también.

En mi experiencia como investigadora, he visto que dejar a un niño que se responsabilice de un hermano, un primo, le da una serie de habilidades que son increíbles.

Tendríamos que repensar lo que creemos que ellos pueden hacer.

¿Puede un niño de 7 años ser tan responsable al cuidar a su hermano? Y la respuesta es que en la Amazonia puede, es algo cultural.

Tenemos la idea de los bebés como extremadamente frágiles y a mi hijo los otros niños se lo llevaban por acá, por allá, lo cargaban, lo abrazaban.

También plantea que afuera del mundo postindustrial rara vez los niños son el centro de la vida de los adultos. ¿Qué vivió con los Runa?

El niño participa en todas las actividades y, como otro miembro de la comunidad, no existe la idea de que el deseo de uno, aunque sea un niño, pueda influir sobre el deseo de los demás.

Obviamente si un niño está muy enfermo, el sentido común funciona, como en todas partes.

Recuerdo que, como yo tenía un bebé, yo quería que mi viaje en canoa fuese rápido, sin paradas y a una cierta hora para que no fuera tan caluroso.

Toda esta planificación alrededor de las necesidades, percibidas por mí, de mi hijo, era algo simplemente increíble.

Si mi niño estaba bien, él podía ir en el viaje como el resto, no había que cambiarlo todo por él.

La belleza de la Amazonía.

Es muy interesante porque aunque los niños son cuidados amorosamente, son centrales y siempre están presentes, la vida no funciona alrededor de ellos. Más bien ellos aprenden a seguir lo que hacen los demás.

Como ese proceso empieza a muy temprana edad, los llamados “terribles dos años” no existen ahí porque los niños ya están socializados con la idea de que tus deseos son importantes, pero si hay un contexto en el que no pueden ser satisfechos rápidamente porque no hay tiempo o porque otras personas tienen otras necesidades, tienes que esperar y entenderlo.

Los niños aprenden muy rápidamente a leer el contexto.

Escribió que “a los ojos del pueblo Runa, los niños occidentales crecen consentidos, sobreprotegidos e incapaces de enfrentar el mundo que los rodea”.

Una de las mayores preocupaciones de los Runa que viven en comunidades de la Amazonía es que cuando sus hijos se van a la ciudad, aprenden a vivir como la población mestiza.

Y cuando tienen sus hijos, los educan como si fueran mestizos y para ellos la educación de los blancos está muy enfocada en tus necesidades y no toma en cuenta tu rol social dentro de la comunidad.

La preocupación de los abuelos es que sus nietos se vuelvan muy consentidos.

En la ciudad, por ejemplo, se tiene la idea de que una manera justa de educar a los niños es dejándolos jugar mucho, es algo sagrado, mientras que para la comunidad Runa la distinción entre juego y trabajo es muy sutil.

Por ejemplo, los niños se van a pescar y para ellos es un juego, pero tiene una utilidad para sus familias. Igual sucede cuando se van a recolectar frutas, se montan en árboles, se divierten, pero al mismo tiempo le aportan a la comunidad con lo que traen.

Creo que la idea de niños como una categoría aparte, que son frágiles, que necesitan hacer sus cosas, desconectados de la vida de los adultos, es lo que le preocupa a la gente y la hace decir que se vuelven consentidos.

Y es que no se involucran en la vida social.

¿Cómo fue regresar con dos hijos?

Mi hijo tenía 7 años, se iba de mañana y regresaba en la tarde. Yo no sabía qué comía, lo que hacía, porque así es como los niños pasan los días allá, en grupo, correteando por la comunidad.

Para él fue muy lindo sentirse tan independiente y perteneciente a un grupo de niños.

A mi hija también le encantó, tenía dos años.

Para mi fue más fácil. Ha sido un proceso gradual y me he calmado cada vez más.

sábado, 9 de septiembre de 2023

Nueva edición de La otra historia de los Estados Unidos, de Howard Zinn (Pepitas de calabaza, 2021). El infame pasado que esconde el país más poderoso del mundo


La publicación por Howard Zinn de A People’s History of the United States (Harper & Row, 1980) supuso un hito importante, porque con esta obra el empeño de historiadores marxistas británicos como E. Hobsbawm o E. P. Thompson, de construir una “Historia desde abajo”, atenta a las voces de los excluidos y olvidados, se materializó por fin en un estudio, tan sugestivo como riguroso, del pasado del país más poderoso del planeta.


El libro se convirtió en un best seller mundial, y cumplió ciertamente el objetivo que se autor le encomendó, según confesó en una entrevista en 1998, de promover una “revolución silenciosa” en las conciencias que propiciara actuaciones desde una nueva visión del mundo. En castellano la obra, presentada como La otra historia de los Estados Unidos, ha conocido varias ediciones, la última de las cuales es la de Pepitas de calabaza en 2021, con traducción de Enrique Alda.

Una vida de estudio y compromiso

Nacido en una humilde familia judía de Brooklyn en 1922, Howard Zinn se opuso en un principio a la entrada de su país en la II Guerra Mundial, pero convencido de la perversidad del fascismo, terminó enrolado como oficial de la fuerza aérea y participó en bombardeos sobre ciudades europeas que produjeron numerosas víctimas civiles, según él mismo investigó después y describe en The Politics of History (1970).

Tras la guerra, Zinn se especializó en historia y desarrolló una carrera académica que lo llevó a profesar en diversas universidades norteamericanas y europeas. Siempre reconoció influencias anarquistas y socialistas en su propio pensamiento, y participó como expuesto activista en los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam, a los que contribuyó además con artículos y libros. Especial relevancia tuvo su edición en 1971, junto a Noam Chomsky, de The Pentagon Papers, los documentos filtrados por el analista militar Daniel Ellsberg que revelaron aspectos oscuros de la guerra. Posteriormente, Zinn destacó también por su oposición a la invasión de Irak.

Howard Zinn falleció en 2022 en Nueva York. En una de sus últimas entrevistas, el historiador que le dio la vuelta al relato sobre el pasado de su país, afirmó que le gustaría ser recordado «Por introducir una forma diferente de pensar sobre el mundo, sobre la guerra, sobre los derechos humanos, sobre la igualdad (…) y por tratar de lograr que cada vez más personas se den cuenta de que el poder que hasta ahora está en manos de unos pocos, en última instancia reside en ellas mismas, y pueden usarlo.”

La fase colonial

Ya desde el principio y desafiando la óptica tradicional, La otra historia de los Estados Unidos muestra un interés especial por las víctimas de los hechos que se estudian. Los indios de las Antillas, que conocían la agricultura y sabían tejer e hilar, vieron su forma de vida destruida y fueron esclavizados para el trabajo en plantaciones y minas. Siguiendo a historiadores como S. E. Morison en Cristóbal Colón, marinero, de 1955, Zinn considera que el colapso demográfico desencadenado pudo suponer un genocidio, y aunque ésta es una discusión abierta, es indudable que los europeos manifiestan por doquier a través del continente en esa ápoca una insana pasión por el oro, correspondiente a lo que Marx denominaría después “acumulación primitiva de capital”, que resultó fatal para los pobladores originarios

Los ejemplos que se describen en el este de Norteamérica evidencian el mismo impulso. En este caso, la resistencia de los indígenas condujo a una auténtica guerra de exterminio en la que su sociedad, más igualitaria que la europea, y su cultura, basada en un noble respeto a la naturaleza, desaparecieron de la faz de la tierra.

La sociedad que se establece en las colonias va a estar por mucho tiempo marcada por el esclavismo, pero para Zinn el racismo no es una premisa inicial que condicione el proceso, sino que surge como un instrumento para apuntalar la estratificación social. Una prueba de esto es que en ocasiones los desheredados, blancos y negros, unieron sus fuerzas contra unos opresores cada vez más tiránicos, como ocurrió en la rebelión liderada en Virginia por Nathaniel Bacon en 1676.

En 1700 la población de las colonias ascendía a 250 000 habitantes, y en 1760 a 1 600 000, con agricultura, comercio e industria en expansión, pero el 1 % de los terratenientes acumulaba el 44 % de la riqueza, mientras la miseria causaba estragos y no eran raras las revueltas. En esta sociedad atrozmente desigual, había sin embargo una clase media que los poderosos van a movilizar a su favor con el señuelo de la libertad y la igualdad. Para Zinn, éste es el origen de la revuelta por la independencia, con la que las élites locales van a conseguir el control total.

El panorama tras la guerra muestra que la explotación económica y la desigualdad no han remitido, y así surgen motines contra los impuestos que ahogan a los más humildes. La constitución que se aprueba tiene la virtud de servir a los intereses de los más ricos y dejar también satisfecha a la clase media, y será un instrumento contra negros, indios y blancos pobres.

La libertad de prensa consagrada en la Primera Enmienda es matizada después con la posibilidad que se legisla de perseguir a los autores de textos juzgados subversivos. El historiador Ch. Beard lo dejó bien claro al afirmar que: “Los gobiernos -incluido el de los Estados Unidos- no son neutrales, sino que representan los intereses económicos predominantes, y sus constituciones se hacen para servir a estos intereses.”

El siglo XIX: la forja de un imperio

Tras un capítulo destinado a repasar la resistencia de las mujeres ante las injusticias específicas que sufrían en los primeros años de los Estados Unidos, Zinn acomete el análisis de los procesos más relevantes que marcan la historia del siglo XIX en el país. Es el caso de las sucesivas guerras contra las naciones indias que aún subsistían, un rastro interminable de imposiciones, promesas incumplidas y brutalidad, adobadas siempre desde los centros de poder con cínica verborrea. Los datos aportados por Zinn en el libro resultan demoledores.

Se recuerda después la guerra contra México (1846-1848), que puso claramente de manifiesto el imperialismo que animaba a las élites políticas de Washington. Y no sólo a ellas; el poeta Walt Whitman escribió en el Eagle de Brooklyn al estallar el conflicto: “Sí, ¡a México hay que castigarlo severamente! Que ahora se lleven nuestras armas con un espíritu que enseñe al mundo que, mientras no nos perdemos en discusiones, América sí sabe aplastar, como también extender sus fronteras.” Sin embargo, por las mismas fechas, Henry David Thoreau se negó a pagar el impuesto ciudadano, denunciando así la guerra. Hubo oposición a ella también entre algunos políticos abolicionistas, que la veían como una forma de expandir el territorio negrero del Sur. Al fin de la campaña, México perdió aproximadamente un 55 % de su extensión.

A lo largo de las seis primeras décadas del siglo XIX, las revueltas de esclavos fueron frecuentes y nos dejaron muchos episodios heroicos, como el protagonizado por Jim Brown, ejecutado en 1859. Para Zinn, la Guerra Civil supuso una “demolición controlada” del sistema esclavista, planteada para desactivar una posible revolución de consecuencias imprevisibles. En los años que siguieron al conflicto, fructificaron algunos intentos de conceder derechos a la gente de color, pero fueron respondidos rápidamente por terrorismo blanco supremacista en los estados del Sur, y también por retrocesos legislativos en el Norte. Así, por ejemplo, en 1883 la Ley de Derechos Civiles de 1875, que ilegalizaba la discriminación contra los negros en el uso de los servicios públicos, fue anulada por el Tribunal Supremo.

El desarrollo del capitalismo durante el siglo XIX dio lugar a gran número de revueltas, como el motín de la Harina de 1837 o los promovidos por la sociedad secreta de los Molly Maguires, de origen irlandés, entre muchos otros que se estudian en detalle. Estos eventos reflejan la intensidad de la lucha de clases en el país, exacerbada por las crisis económicas que se sucedían. En las décadas finales de la centuria, las grandes industrias, los ferrocarriles y los bancos tomaron el control, imponiendo una dinámica de explotación que fue contestada por los Knights of Labor, asociación pionera fundada en 1869. Zinn repasa las vicisitudes de la lucha obrera en los años siguientes, tanto en el campo libertario, en el que destacan la tragedia del Haymarket y protagonistas como Emma Goldman o Alexander Berkman, como en el socialista, en el que fue muy activo Eugene V. Debs.

La lectura de estos capítulos iniciales resulta especialmente conmovedora. Las luchas sociales que vendrán después van a estar iluminadas por un acompañamiento de imágenes, pero en las que se nos describen hasta aquí la brutalidad contrasta con la lejanía de un sufrimiento apenas adivinado. Tras el prólogo colonial, la del siglo XIX estadounidense es una historia de expansión a través de la guerra y de entronización del poder corporativo en un sistema que tiene como fundamento la explotación salvaje de los seres humanos. El libro tiene el gran mérito de denunciar estos hechos y recordar a los que se esforzaron en combatirlos.

El siglo XX, culminación de la tarea imperial

Los conflictos bélicos, en Cuba y Filipinas, con que comienza el nuevo siglo inauguran la etapa global del imperio, mientras que a nivel doméstico sirven para poner firmes a las masas al pie de la bandera. No obstante, los anarquistas y algunos socialistas se oponían a la guerra, y concluida ésta, muy pronto las luchas obreras se recrudecieron, con incorporación de sindicatos como los Industrial Workers of the World (IWW), fundado en 1905, y la actividad de líderes emblemáticos como Mother Jones, Joe Hill o W. E. B. Du Bois. Al mismo tiempo, famosos escritores, como Upton Sinclair o Jack London, también tomaban partido por los oprimidos. Los IWW combinaban socialismo y anarquismo y con sus tácticas de “acción directa” consiguieron movilizar a la clase obrera en numerosos episodios que se recuerdan en detalle.

Zinn interpreta que los Estados Unidos entraron en la I Guerra Mundial en busca de expandir sus mercados y su influencia económica, aunque para ello hubo que revertir con propaganda el notable sentimiento antibélico existente en el país. La dominación colonial en disputa podía aportar exaltación patriótica y dividendos, todo útil para desactivar la lucha de clases. Y para que nadie cuestionara el montaje, se persiguió con dureza cualquier declaración pacifista, lo que llevó a la cárcel a Emma Goldman, Alexander Berkman o Eugene V. Debs, entre muchos otros.

En el período de entreguerras los IWW, tras la dura represión sufrida durante el conflicto, afrontaron un tiempo marcado por una importante escisión hacia el Partido Comunista. Zinn considera la Gran Depresión una consecuencia de la propia dinámica capitalista, que en este momento extendió al grueso de la población la pobreza de los sectores más desfavorecidos. Los testimonios que se recogen de la situación creada son terribles, con lo que el New Deal de F. D. Roosevelt, que consiguió estabilizar la economía, puede entenderse en parte como un intento de favorecer a las clases bajas en una tesitura en que las monstruosas desigualdades propiciaban un estallido revolucionario.

Zinn reconoce que la II Guerra Mundial tuvo un enorme apoyo popular, pero señala también que éste fue promovido desde el poder, y se detiene en aspectos especialmente odiosos, como los bombardeos de ciudades alemanas. Respecto al holocausto atómico de Hiroshima y Nagasaki, se adhiere a la tesis de los que afirman que la rendición de Japón se hubiera conseguido igual sin recurrir a él. Analiza después el significado de la Guerra Fría, que a su juicio permitió aumentar el control social y establecer un estado de “guerra permanente” que justificara el desarrollo del Complejo Militar-Industrial.

Las revueltas raciales de los 50 y 60 son interpretadas como la deriva inevitable de una situación insostenible. Los intentos en los años anteriores de legislar contra la discriminación no fueron llevados a la práctica y al fin la olla simplemente explotó. Martin Luther King lideró un movimiento no violento que fue ferozmente reprimido, pero logró concienciar a toda la nación de la injusticia que sufrían los negros en los estados del Sur. Sin embargo, para Zinn, esta política no funcionó cuando se produjeron motines en los guetos negros por todo el país y entonces se impusieron tácticas de autodefensa, como la promovida por los Panteras Negras. El sistema reaccionó con una combinación de represión y guerra sucia que desmanteló el movimiento, y realizó después intentos de asimilación de la población negra.

El fracaso de la gran potencia nuclear en Vietnam fue fruto para Zinn del contraste entre la alta moral de los que defendían su país con un liderazgo sólido y los que carecían absolutamente de ella. Se llega a decir: “Fue una confrontación entre una poderosa tecnología y seres humanos organizados, y vencieron los seres humanos.” Se recuerdan las protestas y deserciones en las fuerzas armadas, que alcanzaron un nivel nunca visto, y la impresionante oposición al conflicto que se desarrolló en el país, y que contra lo que suele pensarse no fue un asunto de campus e intelectuales, sino que impregnó a toda la sociedad. En esta época también se presta atención a la segunda ola feminista y los movimientos por la reforma de las prisiones, de los nativos americanos o la contracultura, con un repaso detallado de los protagonistas de cada uno de ellos.

Un recorrido por los acontecimientos más destacados de las décadas siguientes sirve para demostrar que los relevos en el poder entre republicanos y demócratas no alteraban el eje esencial de una política orientada al control imperial global. Se describen también en estos años un gran número de movimientos de resistencia, como los anti-nucleares, los que trataban de defender los derechos de los trabajadores rurales o los que se oponían a las guerras de invasión promovidas por diferentes presidentes.

La adición de capítulos en ediciones sucesivas permitió considerar eventos posteriores a 1980, con lo que la versión definitiva de la obra se cierra con un análisis de los atentados del 11 de septiembre de 2001, resultado para Zinn del odio no a las libertades americanas, como afirmó Bush, sino a los desmanes de una potencia imperial que avasallaba por todo el planeta.

Historia para construir futuro

La otra historia de los Estados Unidos es resultado de decenas de años de minuciosa selección y análisis de datos por parte de su autor, pero lo más notable es que la abrumadora crónica elaborada deja al fin una enseñanza muy clara, que no es otra que contra la injusticia y la explotación seculares la resistencia no ha cesado nunca, aunque haya cambiado en forma e intensidad. La gran pregunta es entonces cuál podría ser el horizonte capaz de poner fin a este conflicto eterno.

En un capítulo final, Zinn reflexiona sobre esto y concluye que resulta imprescindible superar el abismo de desigualdad que impone el capitalismo, aunque ha de conseguirse sin caer en autoritarismos que degradan la dignidad humana. En esta tesitura, su propuesta es profundizar en lo que se encuentra comúnmente en los movimientos sociales más concienciados, esto es, en una democracia que podría asentarse en los barrios y los lugares de trabajo para construir una sociedad basada en una red de cooperativas autónomas y federadas. Las luchas del presente nos ciegan muchas veces, pero el ser humano no está condenado a ellas por su naturaleza o un destino ineluctable. En el mundo hay suficiente para las necesidades de todos, aunque no para la codicia de unos pocos.

En ocasiones el trabajo de Howard Zinn ha sido criticado por otros historiadores, achacándole un uso sesgado de fuentes o escasa atención a los puntos de vista opuestos al suyo. A este respecto, hay que decir que siempre son de agradecer las precisiones oportunas a afirmaciones que puedan ser discutibles, pero la incontestable realidad es que tras el secular empeño glorificador de la historiografía dominante, en La otra historia de los Estados Unidos encontramos al fin algo tan novedoso como ineludible desde una perspectiva humanista. Las páginas de esta extensa obra revelan a cada paso un oído cuidadosamente atento a las voces de los perdedores de la historia y construyen una denuncia bien fundada de los crímenes de la élite propietaria que rige la nación más poderosa del planeta.

Estamos tan acostumbrados al relato imperial que se desgrana cada día en todos los medios y con todas las artes, que somos incapaces de imaginar algo diferente. Con La otra historia de los Estados Unidos, Howard Zinn nos demuestra que la historia del país también puede contarse haciendo que los protagonistas sean los que se rebelaron y muchas veces perdieron todo al tratar de resistir los atropellos.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.