jueves, 7 de marzo de 2024

_- Franco y la 2ª G.M.

Fotografía difundida en España por la Agencia Efe de la entrevista de Francisco Franco con Adolf Hitler en Hendaya (Francia) el 23 de octubre de 1940.
_- Derrotados los fascismos, Franco, que había tratado de navegar entre el Eje y los aliados, buscó desesperadamente perpetuar su dictadura. Lo consiguió.

Se acerca el final de la II Guerra Mundial y un Franco temeroso de las consecuencias de su comunión con nazis y fascistas todavía confía en el milagro alemán. De hecho, hasta cuatro meses antes del estrepitoso derrumbe del Tercer Reich, Franco no abandonó la esperanza de que las armas hitlerianas se impusieran, incluso mágicamente, a sus enemigos.

El embajador de España en Gran Bretaña, Jacobo Fitz-James Stuart, duque de Alba, se entrevistó con el dictador al que servía para hacerle ver que, dado el exitoso avance del desembarco aliado en Normandía [D-Day: 6 de junio de 1944], eran necesarios cambios a favor del viento. “No corra tanto, Alba”, le dijo Franco, “el desembarco puede aún resultar una trampa. Conozco los efectivos del Eje –sigo muy de cerca las operaciones– y me faltan [la situación de] alrededor de 80 divisiones que creo veremos aparecer por algún sitio en cualquier momento”. Y le repitió lo que les confió a los firmantes del conocido como Manifiesto de los Veintisiete, del otoño de 1943, 17 procuradores en Cortes y otras diez personas con relevancia social, entre ellos numerosos militares de alta graduación, que le solicitaban la neutralidad formal y la prometida restauración monárquica: el führer posee armas secretas potentísimas, un fantasioso ‘rayo cósmico’, que garantizan la victoria del Eje. Como su ilusa convicción de que los Estados Unidos no tardarían en adoptar el ideario falangista.

De las tres partes del conflicto mundial, el Eje, los aliados y España, Franco era quien más deseaba que España entrara en guerra: la situación económica y financiera era desesperada, la hambruna generalizada extendía el desánimo por toda la sociedad y las peleas y discrepancias entre las ‘familias’ del Régimen amenazaban gravemente la estabilidad del Nuevo Estado aún a medio instaurar. Así lo prueba la carta que envió Franco a Mussolini el 15 de agosto de 1940, requisada en Roma por el ejército de los Estados Unidos, en la que pide a su colega dictatorial ayuda que le permita incorporarse activamente al conflicto: “A la aportación que España hizo al establecimiento del nuevo orden, con nuestros años de dura lucha, ofrece una más al prepararse a tomar un lugar en la contienda contra los enemigos comunes. En este sentido hemos solicitado de Alemania los elementos indispensables a la acción, impulsando preparativos y haciendo todos los esfuerzos para mejorar en lo posible la situación de abastecimiento. Por todo ello comprenderéis la urgencia en escribiros para pediros vuestra solidaridad en estas aspiraciones para el logro de nuestra seguridad y grandeza con la reciprocidad más absoluta de nuestro apoyo para vuestra ‘espansión’ [sic] y vuestro futuro”. Il Duce del Fascismo y Capo del Governo Italiano contestó aplaudiendo su decisión –“su carta no me ha sorprendido. Siempre he pensado que desde que empezó la guerra, ‘Vuestra’ España, es decir, la España de la Revolución falangista, no habría podido permanecer neutral y que finalmente de la neutralidad pasaría a la no beligerancia [estatus recién adquirido] y finalmente a la intervención. Si esto no ocurriera, España se alejaría de la historia europea, sobre todo de la historia del mañana que será determinada por las dos potencias victoriosas del Eje”, pero dándole largas a sus peticiones: “Su situación económica interna no empeorará si usted pasa de la no beligerancia a la intervención”.

Hitler y Mussolini preveían, tras una declaración de guerra de Franco a Gran Bretaña, la toma de Gibraltar como inicio de la Operación Félix –establecer bases en el protectorado español de Marruecos, el Sahara español y en Canarias y, posteriormente, en las Azores y las Madeira tras invadir Portugal desde Galicia–, pero las necesidades económicas y armamentísticas de España eran tan desorbitadas como las pretensiones imperiales de Franco. Lo que, unido a la grave situación de Italia en Grecia, los Balcanes y el Mediterráneo oriental y la inminencia de la Operación Barbarroja de invasión de la Unión Soviética, aplazó sine die la entrada de España en la guerra.

A los aliados, en fin, tampoco les convenía la entrada de España en la guerra, pues añadía a los ya demasiado extensos frentes de batalla el segundo territorio mayor de la Europa occidental, por lo que se conformaban con el estatus de España y con presionar para conseguir concesiones. Entre estas, restringir las facilidades portuarias a los navíos italianos y alemanes y las exportaciones a Alemania de wolframio y otras materias primas estratégicas, etc. Algunas de gran calado, como excluir la cesión de bases y el territorio español como territorio de paso y, en septiembre de 1942, la sustitución al frente del ministerio de Asuntos Exteriores del germanófilo Ramón Serrano Suñer por Francisco Gómez-Jordana, anglófilo y partidario de la no intervención.

Además, Churchill, primer ministro británico desde mayo de 1940, aseguró la neutralidad española mediante el soborno de una treintena de generales, a los que pagó trece millones de dólares entre 1940 y 1943 a través de uno de los financieros del golpe de estado del 18 de julio de 1936, el contrabandista mallorquín Juan March, “el último pirata del Mediterráneo”, quien ocultó a los sobornados la procedencia del dinero, haciéndoles creer que procedía de una iniciativa de banqueros e inversores españoles que querían evitar a España la ruina y el horror de otra guerra. Cuando Franco se reunió con Hitler en Hendaya, el 23 de octubre de 1940, llevaba en el bolsillo la prohibición terminante de la influyente Junta de Defensa Nacional de entrar en la guerra.

style="font-size: large;"> El protocolo secreto Hitler-Franco
No obstante, a Franco no le quedó más remedio que someterse en Hendaya a los designios ‘hitlerianos’. El dictador alemán ya se lo había hecho saber unas semanas antes de reunirse con su homólogo español, a través de Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores y concuñado de Franco: el 17 de septiembre de 1940 lo convocó en la Cancillería de Berlín para hacerle saber que España había de declarar la guerra a Gran Bretaña para dar comienzo a la Operación Félix. Lo que quedó plasmado en el llamado protocolo secreto de Hendaya, por el que Franco se comprometía a entrar inmediatamente en guerra si había un ataque enemigo a Portugal o España. Aunque a las tres semanas, en vista de que los aliados no emprendían tal ataque, Hitler decidió que España entrara ya en guerra. Así se lo comunicó a Serrano el 19 de noviembre, esta vez convocado a la residencia del führer en Berchtesgaden, el Nido del Águila. El ministro español pudo obtener una prórroga de “unos pocos meses” para que llegaran a España las importaciones de trigo norteamericano y canadiense pendientes de los navicerts, permisos de navegación, británicos.

El protocolo secreto adscribía a España al Pacto Tripartito y tras él Franco consideraba que España era aliada de la Alemania nazi. Con la astucia política que le era característica y le valió para perpetuarse en el poder, navegó entre las presiones de Hitler y de sus mandos militares enviando al frente oriental alemán la División Azul, hasta 46.000 soldados voluntarios: jóvenes falangistas, otros pronazis o anticomunistas, sospechosos para la dictadura que así limpiaban su historial político o policial y familiares de republicanos que eludían su destino, la pena de muerte o largas condenas de prisión, si un hijo se alistaba –caso del cineasta Luis García-Berlanga, aunque, además tuvieron que pagar en sobornos 650.000 pesetas (obtenidas de la venta de una fábrica de electricidad y una gran finca) para salvar a su padre del paredón y de la cárcel–, a los que Hitler, con su exquisito lenguaje diplomático habitual, consideraba “una banda de andrajosos”, aunque los admiraba: “Son extraordinariamente valientes, duros para las privaciones”.

El documento firmado por ambos dictadores fue hecho público en 1946 por los norteamericanos –procedente de los documentos nazis incautados, mientras que la copia española se había hecho desaparecer de los archivos de la dictadura– era un trágala abusivo. Ignoraba las condiciones españolas para entrar en guerra –además de “facilitar la asistencia militar y otras requeridas [”el apoyo económico de España también será necesario“] para llevar adelante la guerra”, el “cumplimiento de una serie de demandas territoriales nacionales: Gibraltar, Marruecos Francés, la parte de Argelia colonizada y habitada predominantemente por españoles (Orán) y, además, la ampliación de Río de Oro, provincia del sur saharaui, y de las colonias del Golfo de Guinea”, según el memorándum “altamente secreto” que el embajador alemán en Madrid, Eberhard von Stohrer, envió el 8 de agosto de 1940 a Berlín– y exigía la entrega de las islas Canarias y las posesiones en Guinea.

La posición de España ante el conflicto pasó de la estricta neutralidad cuando las tropas alemanas invadieron Polonia, el 1 de septiembre de 1939, desencadenando así la II Guerra Mundial, a la no-beligerancia el 12 de junio de 1940, ante la caída de París el 14 de junio de 1940 –estatus similar al de prebeligerancia declarada por Mussolini en septiembre de 1939 y para los juristas de la época. No beligerancia es el nombre usado, en calidad de excusa, para perpetrar la violación de las leyes de la neutralidad y en la esperanza de poder cometer actos de naturaleza bélica, escapando a las consecuencias del estado de beligerancia” (Edwin Montefiore Borchard, 1941)– hasta la definitiva y peculiar de ‘neutralidad vigilante’ –o “neutralidad benevolente” con los aliados (Unión Soviética excluida, naturalmente), expresión acuñada por el historiador Carlton J. H. Hayes, embajador en España de los Estados Unidos de. 1942 a 1945–, adoptada en 1944 ante el inequívoco transcurso de la guerra, a pesar de las citadas bravatas de Franco a Alba.

“Tres guerras” para caminar sobre el alambre
Si Franco había ganado la guerra –aunque no lo verbalizaría hasta el 27 de septiembre de 1953, cuando el ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo, le informó que había firmado los Acuerdos con los Estados Unidos con el embajador James Clement Dunn: “He ganado la guerra de España… Tengo la conciencia tranquila y puedo descansar”– lo cierto es que, con el fin de la II Guerra Mundial, perdía la larga posguerra. Además del protocolo secreto de Hendaya, los norteamericanos habían confiscado otro documento comprometedor en poder de los nazis: el protocolo también secreto firmado el 10 de febrero de 1943, cuando los Estados Unidos ya habían entrado en guerra, por el ministro español de Asuntos Exteriores, Francisco Gómez-Jordana y el embajador nazi en España, Helmuth von Moltke, por el que España se comprometía a entrar en guerra junto al Eje cuando los aliados pusieran “pie en la península Ibérica o en territorios españoles fuera de la Península, es decir, en el Mediterráneo, Océano Atlántico y en África”. Protocolo que sorprendió a los estadounidenses, pues el presidente Roosevelt ya había garantizado a Franco de que los aliados no pisarían nuca suelo español, como lo habían demostrado en la Operación Torch, el desembarco aliado en el norte de África en noviembre de 1942, que respetó escrupulosamente el Protectorado español en Marruecos. Quizá Franco autorizara la firma como un brindis al sol ‘hitleriano’, confiando ingenuamente que por su carácter de “alto secreto” nunca sería conocido por los aliados.

En todo caso, ya había limitado los envíos a Alemania e incrementado las exportaciones a los aliados de wolframio español, que era ambicionado por ambos bandos para su munición artillera y antitanque por su capacidad de endurecimiento del acero. Una medida para paliar los efectos de su larga complicidad, desde el inicio de la Guerra Civil, con sus correligionarios nazis y fascistas. Como, en el plano teórico, fue su extravagante teoría de “las tres guerras” que se desarrollaban simultáneamente: la primera era la del Eje con los aliados, en la que España se declaraba neutral; la segunda, la de Alemania y sus aliados contra la Unión Soviética, en la que España –que el 27 de marzo de 1939 se había adherido al Pacto Anti-Komintern para luchar contra “la amenaza de la Internacional Comunista” – era beligerante de facto, por lo que mandó la División Azul y la tercera, la de los aliados contra los japoneses, a los que de la admiración y amistad iniciales, hasta declararse no-beligerante en ese conflicto, había pasado a tildarlos de “bárbaros orientales” e incluso, en 1945, a mostrarse ante los Estados Unidos patéticamente dispuesto a declarar la guerra a Japón y enviar otra División Azul a luchar en el Pacífico a las órdenes del general McArthur, en esta ocasión por ser “enemigos del cristianismo”.

Buscando reconocimiento con desesperación. 
Un libro reciente, Historia de la Segunda Guerra Mundial sin mitos ni tópicos, de Manuel P. Villatoro e Israel Viana, nos recuerda la carta que Franco escribió a Winston Churchill, el 18 de octubre de 1944, buscando un lugar al sol que más calentaba, las armas victoriosas de los aliados, quizá convencido de las advertencias del duque de Alba.

A Franco le constaban la empatía del primer ministro británico con su régimen –aunque, aficionado a la frases para el mármol, dijo a principios de la guerra: “Todo está ocupado por el ejército alemán, salvo España, que está ocupada por su propio ejército”
– y sus continuados esfuerzos para atemperar la dureza de Washington con la dictadura. Respondía a dos cuestiones prácticas: no dejar el mercado en poder de Francia e impedir la entrada de España en la guerra, y uno ideológico: prefería el régimen franquista a una revolución comunista. En mayo de 1944, Winston Churchill hizo un alegato favorable a España en la Cámara de los Comunes, que la prensa de Londres calificó de “apasionada”; el premier británico subrayó la neutralidad que observaba Franco a pesar de sus simpatías por el Eje; las satisfactorias relaciones comerciales, subrayando el acuerdo sobre el wolframio; el respeto mantenido con los intereses británicos en España; la ausencia de acciones que entorpecieran las operaciones en Gibraltar y en el norte de África… Y reiteró su política de no injerencia e incluso su convencimiento de que España tendría “gran influencia para mantener la paz del Mediterráneo después de la guerra” y que, en fin, “consideraba un error injuriar gratuitamente a Franco”.

Simpatías que, entre otras razones, le llevarían a perder las elecciones de 1945, a pesar de la victoria sobre Hitler, en las que uno de los eslóganes electorales de los carteles laboristas de Clement Attlee era un ominoso: “Votar a Churchill es votar a Franco”, tanto por lo que consideraban su excesiva comprensión del régimen franquista como por su desentendimiento no menos excesivo de las denuncias de la situación española.

Todo ello le pareció a Franco suficiente señal para dirigirle una extensa carta en la que le agradecía su defensa, se quejaba de que “ni la prensa gubernamental ni las radios británicas han cesado de hostilizar periódicamente a España, a su régimen, cuando no a su Caudillo”, hablaba hipócritamente de “la Italia liberada” y centraba su salvavidas en la alianza de los “pueblos más fuertes y viriles” que, “destruida Alemania”, quedaban en Europa: “Inglaterra y España” para enfrentarse a la amenaza soviética, por lo que “convendría que trabajásemos para estrechar las relaciones y hacer posible una acción futura en común”.

Churchill tardó dos meses en contestar y aunque rechazó el borrador preparado por el Foreign Office y dio instrucciones para que se mencionaran en ella los “supremos servicios” que había rendido Franco a la causa británica –“en dos momentos críticos de la guerra. A saber: el momento del derrumbamiento de Francia en 1940 y cuando se produjo la invasión anglo-americana del norte de África, en 1942”–, no dejó de ser contundente: “Le induciría a usted a un serio error si no desvaneciera en su ánimo la idea equivocada de que el Gobierno británico está dispuesto a considerar ninguna agrupación de potencias en Europa occidental, o en cualquier otro punto, basada en hostilidad hacia nuestros aliados rusos o en la supuesta necesidad de defensa contra ellos. La política del Gobierno británica se funda firmemente en el Tratado anglo-soviético de 1942 y considera la permanencia de la colaboración anglo-rusa dentro del armazón de la futura organización mundial, como esencial. Y no solamente a sus intereses, sino también a la futura paz y prosperidad de Europa en su conjunto”.

Ante la amenaza anunciada en la Conferencia de Yalta de los tres grandes aliados, celebrada del 4 al 11 de febrero de 1945 que anunció posteriores medidas “a los pueblos de los Estados europeos liberados o de los Estados europeos que fueron satélites del Eje”, Franco escribió una segunda carta a Churchill, el 25 de febrero, repitiéndole su proposición recibió una contestación tardía, cortés y, de nuevo, negativa.

El diario londinense ‘The Observer’ se hizo eco de la correspondencia: “Hase revelado ahora que Primer Ministro en días recientes ha contestado carta que Franco dirigióle en noviembre. General Franco aparentemente no comprendió bien proyectada unión Occidente misma manera que no comprendió palabras amables acerca de España. Es muy verosímil que interpretólo como pacto anti-Komintern de democracias y apresuróse a ofrecer sus indeseables servicios”, en traducción de la época manifiestamente mejorable.

Además, Churchill y su gobierno ya sabían lo que Franco pensaba en realidad: el duque de Alba, progresivamente antifranquista, se lo transmitió al agregado militar de la embajada británica en Madrid: Franco no sólo no pensaba restaurar la monarquía sino que no concedía importancia a la actitud de los “esclavos de la francmasonería”, como consideraba que eran Churchill y su gobierno y, como era inevitable el enfrentamiento entre norteamericanos y la Unión Soviética cuando se encontraran en Alemania, esta sería rehabilitada y España basaría su futura política exterior en Estados Unidos e ignoraría a un país “corrupto y decadente como era Inglaterra”.

En la subsiguiente Conferencia de San Francisco, fundacional de las Naciones Unidas, del 25 de abril al 26 de junio de 1945, llegó el aislamiento. A Franco no le importó reinar sobre una España arruinada sino perpetuarse en el poder. Ocho años después lo consiguió: el Vaticano y la Casa Blanca lo sacaron a flote, a que respirara entre los gobiernos civilizados; los españoles, no.

Fuente: https://www.eldiario.es/politica/cartas-franco-aliados-salir-aislamiento_129_10951729.html

miércoles, 6 de marzo de 2024

El presidente Milei y su novela negra. Muchos argentinos –ya lo anunció su nuevo presidente– van a sufrir mucho: todo depende, una vez más, de cuánto quieran y puedan soportar, cuánto quieran y puedan esperar

Muchos argentinos –ya lo anunció su nuevo presidente– van a sufrir mucho: todo depende, una vez más, de cuánto quieran y puedan soportar, cuánto quieran y puedan esperar.

Temíamos la motosierra, la dolarización, la voladura del Banco Central, la venta de órganos. Y ahora, por momentos, pareciera que lo más temible de Javier Milei es que será un Macri cualquiera –o un Menem o un Videla.

El licenciado Javier Gerardo Milei ya es el Excelentísimo Señor Presidente de la República Argentina. La ceremonia de traspaso tuvo la pompa efímera que suelen tener estos jabones: un señor feliz porque empieza, un señor amargado porque ya nunca empezará. Aquel verso triste de Calamaro, “Todo lo que termina, termina mal”, debe haber sido escrito para los gobiernos ñamericanos: en las últimas 18 elecciones una sola vez ganó el oficialismo –y fue, con perdón, en Paraguay.

Como asumió debía hablar y, en lugar de hacerlo frente a diputados y senadores y gobernadores, supuestos representantes del país, lo hizo frente a unos pocos miles de seguidores en la Plaza del Congreso. Su discurso era transmitido por esa televisión y radio públicas que pretende privatizar, y empezó diciendo que “hoy comienza una nueva era en la Argentina” –y se quedó pegado a la palabra era, era, era, era. Pero en cuanto pudo se lanzó a su espacio de supuesto saber, la economía. Para decir que había recibido una herencia tremenda, la peor de la historia, y lanzar una catarata de números horribles –siempre en miles de millones de dólares– y enredarlos en unas multiplicaciones muy dudosas y, así, terminar profetizando una inflación del 15.000% anual “la cual vamos a luchar contra uñas y dientes para erradicarla”, dijo, literal.

Y que, entonces, el ajuste es inevitable y no puede ser gradual sino modelo shock, todo de golpe. El centro de su política, ahora, parece consistir en amenazar con un futuro tan oscuro que un futuro negro sería su gran triunfo. Anuncia meses de sufrimientos económicos brutales y que “naturalmente eso impactará de modo negativo”, dijo, “sobre el nivel de actividad, el empleo, los salarios reales, la cantidad de pobres e indigentes”. Pero que habrá “una luz al final del camino”, remató, equivocando de nuevo la metáfora.

O mintiendo, como cuando repitió por enésima vez que a principios del siglo XX “la Argentina fue la primera potencia mundial”, dato absolutamente falso. O cuando dijo que “en materia de seguridad, la Argentina se ha convertido en un baño de sangre”, hablando de un país con cinco homicidios cada 100.000 habitantes por año, por debajo de la media mundial, muy por debajo de los Estados Unidos, Chile o Uruguay –y el público o pueblo gritaba “policía, policía”.

Y, por supuesto, le echaba la culpa de todo el desastre actual al estatismo, eludiendo otro hecho significativo: en la Argentina, en el último medio siglo, hubo tres gobiernos privatizadores: el de los militares (1976-83), el de Carlos Menem (1989-99) y el de Macri (2015-19). O sea que casi la mitad de este medio siglo el país estuvo gobernado por neoliberales –que, en realidad, tomaron medidas mucho más enérgicas e influyentes que los estatistas. Pero una cosa es la realidad y otra el discurso, y el discurso actual es que la única forma de solucionar los problemas argentinos es volver a hacer –con mayor furia– lo mismo que se hizo en 1976, 1989, 2015. Cuyos resultados, cada vez, fueron catástrofes.

* * *

El discurso fue, de todos modos, una anécdota menor. Ahora se trata de saber qué hará el señor Milei con su gobierno. Para empezar, su equipo: de sus diez ministros, cinco fueron altos funcionarios de Macri y cuatro integraron la administración de Menem. Son pura “casta”, la tan odiada casta. Solo la canciller no ha tenido cargos públicos previos y todos ellos –y sus subordinados cercanos– exhiben másters de negocios en universidades privadas; la mayoría trabajó, en algún momento, para bancos y grandes fondos de inversión. Mientras tanto, los personajes peculiares que armaron al principio el partido ganador –y que le daban ese aire entre delirante y renovador que tanto lo ayudó– se quedaron sin cargos. El único que desentona un poco, entre ex funcionarios y ex ejecutivos de negocios, es un tal Javier Milei. Todo consistirá en ver, en estos meses, quién logra usar a quién. Si la casta que tanto denunció lo manipula, si él consigue desasirse de ella, si pretende hacerlo.

No parece, porque ahora, además de su gabinete, las medidas que estaría por tomar dejarían su campaña reducida a una farsa excelente. (Y sería un alivio, porque entonces no dolarizará ni volará el Banco Central ni liberará las armas ni se venderán órganos humanos). Pero, en tal caso, el resultado sería un magnífico engaño: que, para imponer la cuarta encarnación neoliberal –tras Videla, Menem y Macri– un señor embarcó a millones con el cuento de la motosierra cuando lo que va a hacer es consolidar el poder de los que siempre tuvieron el poder en la Argentina.

Si es así, nos queda la discusión inútil: ¿lo planeó desde el primer momento o las circunstancias se lo fueron imponiendo? O, incluso: si fue planeado, ¿lo planeó él mismo o solo fue una pieza en un engranaje mucho más complejo?

Es otro debate anecdótico. Ahora, con toda su fuerza, el futuro avanza. Para tratar de reconocerlo juega un dato menor: parece seguro que Milei confirmó, en su reciente visita a Washington, la compra a Estados Unidos de 24 aviones de combate F-16. Para un proyecto cuya gran promesa es recortar el gasto público la medida es curiosa.

Pero nos faltan datos, todavía. El nuevo gobierno había anunciado que este lunes 11, primer día de sesiones extraordinarias del Congreso, mandaría su ley ómnibus con la gran mayoría de los medidas económicas, pero ahora dice que tardarán unos días más.

Mientras tanto, hay tres grandes sectores –grosso modo– que impulsan y celebrarían que al señor Milei le fuera bien.

El principal es el poder empresario y sus grandes canales: esos medios de prensa que semanas atrás se espantaban con sus espantos y que ahora lo ven más alto y más rubio y con posibilidades de salvar a la patria en peligro. Han descubierto un “mileísmo pragmático” que, tras la limpieza de imagen y las concesiones del nuevo presidente, les permite tomarlo como uno de los suyos, el que podría beneficiarlos con sus medidas económicas y la permisividad de un mercado sin controles.

Después está el núcleo duro de los jóvenes mileístas, los apasionados de la motosierra, que querían con buenas razones romper todo. Y están, por fin, muchos millones de argentinos que no tienen nada muy a favor ni muy en contra de Milei salvo la evidencia de que él es ahora el que manda y la esperanza de que si a su gobierno le va bien a ellos les irá menos mal.

Pero los tres sectores podrían chocar contra rompientes muy molestas. Los empresarios, si la situación económica de “esfuerzos y sacrificios” que promete Milei se les vuelve en contra y la inflación reduce aún más el consumo y pierden las obras públicas y no les alcanza con echar empleados y la apertura de las exportaciones los hunde un poco más.

Los motosierros, si descubren que su ídolo, más que romper, va a consolidar las estructuras que los hacen vivir como viven. ¿Qué pasará si los muchachos mileístas –esos tan cacareados jóvenes de clase baja y media baja, menores de 30, sin trabajos formales– ven que el León que se iba a comer el mundo a dentelladas se ha transformado en un Macri con melena y decisión? ¿Cuánto tiempo van a esperar tranquilos que se desencadene esa furia justiciera que el furibundo les prometió a los gritos? ¿Cuánto durará la paciencia de los que votaron la impaciencia más rabiosa?

Y queda, por supuesto, la decepción más silenciosa, más profunda de los millones que esperan algo porque siempre es mejor esperar algo, si descubren que no pueden pagar el agua o la luz o el transporte sin subsidios o simplemente pierden el empleo o las ayudas que les permitían comer de vez en cuando.

Todas estas variables están abiertas y se van a jugar en los próximos meses. Muchos argentinos –ya lo anunció su nuevo presidente– van a sufrir mucho. Todo depende, una vez más, de cuánto quieran y puedan soportar, cuánto quieran y puedan esperar. Ya lo dijo el presidente Milei: la Argentina comenzó una nueva era –y se parece tanto a las de antes.


Una historia de amor en la mediana edad con un final explosivo. En su nueva novela, “Leaving”, Roxana Robinson reúne a una ex pareja. Uno de ellos está divorciado; el otro todavía está casado. ¿Ahora qué?

En su nueva novela, “Leaving”, Roxana Robinson reúne a una ex pareja. Uno de ellos está divorciado; el otro todavía está casado. ¿Ahora que?

Toda historia de amor necesita un obstáculo, alguien o algo que amenace con mantener separados a los amantes. ¿Qué obstáculos son adecuados para una historia de amor estadounidense contemporánea? El escritor de una historia de este tipo tal vez desee evitar la sobrecomunicación, la tolerancia (real o representada) y el hastío que disipan la tensión romántica. ¿Pueden los amantes todavía estar “desventurados”, condenados desde el principio a trabajar bajo una “estrella maligna”?

Pueden, dice Roxana Robinson, en su elegante historia de amor “Leaving”. (Robinson es autor de nueve obras de ficción anteriores, así como de una biografía de Georgia O'Keeffe).

Warren y Sarah, dos personas de 60 años que fueron pareja en su juventud, se cruzan durante la presentación de “Tosca”. Años atrás, Sarah había pensado en casarse con Warren, pero decidió que sería una elección imprudente como pareja. Las mismas cosas que lo hacen encantador una vez que reaparece a los 60 años (su entusiasmo, su intenso deseo de intimidad) asustaron a la joven Sarah y, en cambio, apostó por Rob. Resultó ser una elección equivocada y el matrimonio fue un fracaso. Cuando Warren y Sarah se encuentran en la ópera, tienen asuntos pendientes.

Los dos viven felices hasta este encuentro. Warren está casado, mientras que Sarah, madre de dos hijos mayores y divorciada desde hace mucho tiempo de Rob, está casada con su hogar en el bosque, su soledad y su perro excepcionalmente humano. Pero a medida que la narrativa avanza suavemente entre los dos puntos de vista, los vemos asombrarse y cambiarse el uno por el otro. El asunto que sigue es maduro, aunque sea destructivo. Sarah, producto de un entorno intensamente de clase alta, es una mujer comedida que habla con frases autoeditadas. Apreciamos su metaconocimiento de su posición. A una amiga que soportó la aventura de su propio marido, Sarah le señala: “Yo soy la otra mujer”.

Imagen La portada de "Leaving" es de color verde brillante, con un lirio tigrado descolorido visible a la izquierda del título, que aparece en letras minúsculas blancas.

Tampoco nos desagrada Janet, la esposa de Warren, pero no nos gustaría casarnos con ella. Ella es un poco tonta, demasiado literal y "tiene miedo de personas diferentes a ella". Por otro lado, ella no merece la duplicidad de Warren, quien intenta “ejecutar su matrimonio sin causar dolor”.

Todos los adultos del libro están representados con delicadeza. Años después de la aventura, Warren le escribe a su hija todavía furiosa: "He hecho algo para dañar nuestra relación, pero como sabes, he hecho todo lo que está en mi poder para expiar lo que he hecho". Expía, lo hace.

Resulta que es Kat, la hija adulta de Warren, quien es la antagonista de esta historia de amor. Cuando Kat se entera de que Warren ha decidido dejar a su madre por Sarah, le ruega: “Por favor, no lo hagas, papá. Aún no lo has hecho. No. Nos matarás. Matarás a nuestra familia”. El dolor de la hija pronto se endurece y se vuelve algo más severo. Finalmente, Kat establece sus condiciones: “Si te divorcias de mamá, yo me divorciaré de ti. Me divorciaré de ti por completo”. Lo que sigue puede poner a prueba la credulidad de algunos lectores y resultar incómodamente realista para otros. Vemos a Warren vacilar ante el exilio de su única hija. “Resultó que era más que nada un padre. Él fue el primero”.

Las demandas de Kat son escandalosas y, sin embargo, hay algo de lógica en ellas. No estamos “casados” con nuestros hijos, pero estamos involucrados en algo profundamente contractual. Podemos situar culturalmente la posición de Warren como el resultado final del estado actual de la paternidad (algunos dirían que la paternidad es excesiva) que se ha convertido en la norma de muchas familias que cuentan con los medios y el tiempo para ello. Esta intimidad que tuvimos o intentamos tener con nuestros hijos tiene un precio y nos deja más desposeídos sin ellos. Un padre de este estilo no puede invocar retroactivamente imperativos sociales de antaño, cuando los niños eran culpables del deber y del contacto continuo.

En lo más profundo del libro, “Leaving” parece una remezcla de Westchester de “La dama del perro” de Chéjov, otra historia de adulterio con un enfrentamiento en el teatro. La narración de Robinson es clásica, página tras página de escenas que se mueven rápidamente y una escritura tan precisa como hileras de tierra labrada. Robinson reelabora musicalmente la frase corta, repitiendo y volviendo hasta que las palabras expresan su significado. Cuando era niña, Sarah “nunca había pasado mucho tiempo con niños; los encontró misteriosos. ¿De qué querían hablar? ¿Qué se les permitía decir a las mujeres? No estaba permitido el desacuerdo con su padre; no le gustó. No hagas una escena, decía su madre. ¿Qué estaba permitido decirles a los niños? Por momentos, la moderación de los personajes me pareció propia de otra época. Pero me relajé con las cadencias y perspicacias magistrales de Robinson. Después de leer “Leaving” y su novela sobre adicción de 2008, “Cost”, leí cualquier historia que tuviera para contar.

Tenía la esperanza, debido a mis tiernos sentimientos por todos los involucrados, que esta historia terminaría con las mismas garantías que la de Chéjov. Pero resulta que cuando Robinson dice "Tosca", quiere decir "Tosca". El final es un bombazo, eminentemente discutible. Esta ágil novela fascina. Robinson demuestra que los escritores todavía pueden evocar los silencios y las renuncias que frustran el deseo y que las estrellas aún se cruzan.

martes, 5 de marzo de 2024

EDUCACIÓN TRIBUNA. El mejor profesor de matemáticas del mundo, solo para ti

Un chico resuelva un problema matemático en la pizarra
Un chico resuelva un problema matemático en la pizarra.
La inteligencia artificial va a ser una ayuda inestimable para mejorar la enseñanza de esta materia y los profesores tienen que entender que no es ninguna amenaza ni para ellos ni para sus alumnos.

El daño que puede hacer un mal profesor de matemáticas es incalculable. Literalmente: no se puede calcular. Lo que llamamos ansiedad matemática, o miedo a las matemáticas, tiene menos de ansiedad que del más puro, simple y desesperante aburrimiento. El niño y la niña aprenden disciplinadamente a multiplicar matrices, intersectar conjuntos y derivar funciones, pero no entienden una palabra de lo que están haciendo, de qué significa eso, para qué vale, por qué es una forma de pensar de extraordinaria elegancia y eficacia.

Para que los alumnos entiendan los conceptos matemáticos fundamentales, se interesen por ellos y los incorporen a su caja de herramientas para el futuro, hace falta un buen profesor, quizá incluso un gran profesor. Pero claro, ¿cómo se hace eso? Tu cuadro docente no puede estar compuesto por medallas Fields (uno de los galardones más prestigiosos de las matemáticas) y premios Abel  (considerado el Nobel de las matemáticas). Tienes que obrar el prodigio con los recursos humanos que tienes al alcance, que son gente normal con una formación media. Entonces ¿qué hacemos?
 
Respuesta: usar las neuronas, amigos. Las nuestras y las de las máquinas. La inteligencia artificial va a ser una ayuda inestimable para mejorar la enseñanza de las matemáticas, del lenguaje y de todo lo demás. Y los profesores tienen que entender que las máquinas no son ninguna amenaza ni para ellos ni para sus alumnos, sino que están aquí para ayudarles a ambos.

Mientras la atmósfera social se carga de un rechazo a la inteligencia artificial no muy reflexivo, a veces casi religioso, los expertos están proponiendo ideas muy interesantes para introducir las máquinas en las aulas. Mi favorita es la personalización, y voy a intentar explicar por qué.

Como todos los mocosos, aprendí en el colegio a operar con matrices, esos rectangulitos con filas y columnas de números que se pueden sumar, restar, multiplicar y manipular de varias formas. Los chavales aprendíamos esos procedimientos como si fueran una verdad revelada, pasábamos el examen si había suerte y nos poníamos a otra cosa. Aquello me sirvió más o menos para lo mismo que memorizar la lista de los reyes godos: para nada. Instruir a los niños para que se comporten como calculadoras humanas es inútil y dañino. El saber ocupa lugar, y conviene reservar nuestra memoria siempre escasa para cosas más importantes que esos sudokus insustanciales.

Ya era un adulto con entradas en la frente, cuando por fin pude entender de qué iba todo eso, y darme cuenta de lo fascinante, profundo y creativo que resulta ese arte de jugar con las matrices, álgebra lineal en la jerga. Y esa epifanía se debió a mi buena fortuna de descubrir a Gilbert Strang, el mejor profesor de matemáticas del mundo.

Strang, un pionero de la educación en línea, había grabado sus clases de álgebra lineal en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) sus clases de álgebra lineal en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), y las había colgado en la web de la universidad. No era más que el tipo explicando el tema a sus alumnos tiza en mano sobre la pizarra, pero de pronto, de alguna manera, allí se hacía la luz y el entendimiento se abría paso entre la espesura de mi infancia.

Es tan fácil como eso. Basta con tener al mejor profesor del mundo en tu aula. Antes era imposible, pero ahora está al alcance de cualquier escuela urbana o rural. Y ahora demos un paso más. Strang me fue bien a mí, pero seguro que otros alumnos y otros profesores tendrán otras preferencias, otras necesidades, lagunas, demandas de explicación adicional o de volver a la primera casilla sobre algún punto que se te atasca. Ahí es donde la inteligencia artificial puede aportar unos recursos educativos personalizados y muy valiosos.

A partir de ahora, cada alumno puede inventar a su Gilbert Strang, diseñar a su profesor de matemáticas perfecto. El miedo a los robots no nos lleva a ningún lado. Si no puedes vencerlos, únete a ellos. Es por el bien de los niños, amigo.

Integral I

















El problema matemático que a Napoleón le urgía resolver y que tiene aplicaciones en economía, meteorología e IA

 Napoleón montado en un caballo blanco

Pie de foto,
Napoleón en 1810 (sección del cuadro de Joseph Chabord).

Margarita Rodríguez Role, BBC News Mundo 10 diciembre 2023

El más grande general de la historia, como muchos entendidos lo reconocen, fue un hombre de intensas pasiones. Lo que quizás no sea tan conocido es que una de ellas fue la ciencia.

“Si no me hubiera convertido en general en jefe e instrumento del destino de un gran pueblo, (…) me habría lanzado al estudio de las ciencias exactas. Hubiese hecho mi camino junto a los Galileos y los Newtons.

Y como constantemente tuve éxito en mis grandes empresas, me habría distinguido mucho también por mis trabajos científicos. Habría dejado el recuerdo de hermosos descubrimientos. Ninguna otra gloria hubiera tentado mi ambición”, dijo Napoleón Bonaparte, según el físico francés François Arago.

No solo amó la ciencia, sino que vio que los científicos podían ayudarlo en su ambicioso proyecto político.

Así lo señala en el artículo Napoléon Bonaparte and Science, el destacado matemático francés Étienne Ghys, investigador emérito del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia.

El emperador consiguió el apoyo de grandes científicos, como el matemático Gaspard Monge, considerado el inventor de la geometría descriptiva y padre de la geometría diferencial.

Monge lo acompañó en la campaña en Egipto, la cual “terminó con una derrota militar, pero con un notable éxito científico”, escribió Ghys.

“¿Se había visto alguna vez en la historia un ejército de invasores al que se unieran matemáticos, naturalistas, arqueólogos y filólogos?”.

De vuelta en París, en 1799, Napoleón dio el golpe de Estado que lo encaminaría hacia el poder absoluto en Francia.

Bajo su protección, que incluía incentivos económicos, premios y posiciones de alta jerarquía para los científicos, la ciencia francesa vivió un periodo realmente glorioso.

La cuestión matemática
El problema del transporte óptimo se trata de cómo transportar objetos de un lugar a otro de la manera más eficiente y económica posible.

Su origen se remonta a finales del siglo XVIII, a la época de la Revolución Francesa.

Retrato del matemático Gaspard Monge.

Retrato del matemático Gaspard Monge.

FUENE DE LA IMAGEN,SEPIA TIMES/UNIVERSAL IMAGES GROUP VÍA GETTY IMAGES

Pie de foto,
Gaspard Monge, gran matemático y también amigo de Napoleón.

Lo formuló, en 1781, Monge, quien le vio su utilidad en el ámbito militar para saber cuál era la mejor manera de construir fortificaciones.

Y es que le tocó vivir en un periodo en el que Europa era sacudida por conflictos bélicos.

Fue con la llegada al poder de Napoleón que Monge se pudo concentrar plenamente en la cuestión que le intrigaba.

Como un gran estratega, el general también fue un promotor de la ciencia aplicada a la guerra.

Le urgía una respuesta sobre las fortificaciones, no quería perder tiempo, recursos ni mano de obra en sus campañas.

Así que Monge, que ya era un matemático muy reconocido y amigo de Napoleón, se halló en el momento y en el lugar perfectos para continuar profundizando en ese problema.

Complejidad

En términos prácticos, Monge, como Napoleón, quería saber dónde construir fortificaciones para minimizar costos. Pero había algo más.

“Como científico, Monge estaba también interesado en la cuestión teórica que había detrás: ¿cómo funciona el transporte óptimo en la teoría?”, indica Alessio Figalli, profesor de la prestigiosa Escuela Politécnica Federal de Zúrich.

Figalli, quien ha ganado diferentes reconocimientos por sus varias contribuciones al campo de las matemáticas, conquistó en 2018, con 34 años, la Medalla Fields, considerado el Nobel de matemáticas.

El transporte óptimo es precisamente uno de los conceptos en que ha concentrado su trabajo.

Alessio Figalli 

Alessio Figalli

FUENTE DE LA IMAGEN,LAURA LEZZA/GETTY IMAGES

Pie de foto,

El experto en ecuaciones diferenciales parciales también ha enseñado en Francia y EE.UU. y ha recibido numerosas distinciones. Hasta nombraron un asteroide en su honor: 438523 Figalli.


“Monge empezó a entender el problema desde una perspectiva geométrica y, para eso, hizo muchos dibujos”, explica.

Imaginemos que tenemos dos ciudades, A y B, y queremos construir una fortificación en cada una.

Si el objetivo es minimizar el transporte de materiales, es lógico que saquemos los que necesitáremos para la construcción en A de un lugar cercano a A, y de un sitio próximo a B para la que levantaremos en B.

No tendría mucho sentido extraerlos y enviarlos desde otros puntos más lejanos del país si no es necesario.

“Si solo tienes dos ciudades y dos sitios de extracción es muy fácil ver la solución: simplemente envías el material desde el lugar más cercano que haya”, señala Figalli, pero advierte:

“Si empiezas a tener más ciudades y más sitios de extracción, el problema se vuelve mucho más amplio y entender qué enviar a dónde podría no ser tan obvio”.

“Quizás la cantidad de material que extraigo de un lugar no es suficiente para todas las fortificaciones que tengo que construir en esa área y necesitaré traer material de un sitio más lejano”.

“Y si empiezas a pensar en números más grandes, por ejemplo, 10.000 ciudades y 200 puntos de extracción, el problema se vuelve más complicado. Buscas saber si hay una teoría matemática general que puedas usar”.

Una mirada económica

Monge realizó análisis muy interesantes y avanzó en el problema.

Pero Figalli nos pide recordar que en el siglo XIX no existían matemáticos profesionales en el sentido moderno: los científicos hacían matemáticas y otras muchísimas cosas más.

Además, fue un periodo en el que se le dio prioridad a otras teorías matemáticas.

Panes en una estantería 

Panes en una estantería

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,
El problema cobró una nueva dimensión en el siglo XX y sirvió de base para una teoría económica.

Así es como el problema del transporte óptimo cayó un poco en el olvido: “después de Monge no pasó mucho por más de cien años”.

Fue en los años 40 del siglo XX que un matemático y economista soviético lo rescató.

“Leonid Kantorovich realmente entendió cómo atacar el problema”, señala el profesor.

“Desarrolló una robusta teoría matemática para estudiarlo y, a partir de eso, elaboró una teoría económica muy sólida que la gente podía usar para resolver problemas muy concretos. Por ejemplo, cómo las panaderías podían planificar la mejor manera de enviar sus panes a los distintos establecimientos de la ciudad”.

En 1975, Kantorovich fue merecedor del Premio Nobel de Economía, junto al holandés Tjalling C. Koopmans, por su trabajo en el campo de la teoría económica normativa, que es la teoría de la asignación óptima de recursos.

Son muchos los problemas que se pueden abordar con el concepto del transporte óptimo.

“Piensa en el viaje hacia el trabajo que hacen las personas cada día. ¿Cuál es la manera más eficiente de que lo hagan?”, indica el experto.

Una gran cantidad de personas yendo a sus  trabajos

Una gran cantidad de personas yendo a sus trabajos

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

“Una de las razones que hace que ese problema sea difícil es porque no se trata de una ganancia personal, sino colectiva: no es que se quiera minimizar el tiempo que tú pasas desplazándote hacia tu trabajo, lo que se busca es minimizar el tiempo total de viaje al trabajo en todas las ciudades”.

“Eso quizás implique que tú tengas que viajar un poco más, pero si pensamos en el bienestar general de la población, la solución será la mejor posible”.

En los fluidos

En los años 80, el problema tomó un giro inesperado.

El matemático francés Yann Brenier se dio cuenta de que el concepto de transporte óptimo se podía usar en el estudio de fluidos.

“Fue mágico”, dice Figalli. “Nadie se lo esperaba”.

Un fluido de agua

Un fluido de agua

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,

¿Cómo se comporta el agua? La teoría del transporte óptimo puede dar luces.

“Brenier estaba estudiando el movimiento del agua, problemas relacionados con la dinámica de fluidos, que es un campo de la matemática y también de la ingeniería en el que intentas entender cómo se transporta el agua, cómo se comporta en una tubería, en un recipiente, pero también en fenómenos físicos complejos, como un huracán”.

“No fue que Brenier hiciera de repente un nuevo descubrimiento en dinámica de fluidos, lo que sorprendió fue que hiciera la conexión con el concepto de transporte óptimo. La gente se dio cuenta de que este problema era más rico de lo que parecía”.

“Y los matemáticos aman eso, que se establezcan conexiones entre problemas”.

Surgió una especie de renacimiento del problema y en los 90 hubo un boom. “Fue como si se hubiera puesto de moda, se volvió super cool”.

“Es que los matemáticos somos animales sociales. Aunque exista la leyenda de que nos quedamos en nuestras cuevas trabajando solos, en realidad la matemática es una actividad muy social en la que el intercambio de ideas es constante”.

De moda

El inicio de la década de los años 2000 fue la era dorada del problema, cuenta el profesor.

Él era un muy joven estudiante en la Scuola Normale di Pisa y también se interesó en el transporte óptimo. Quedó finalmente cautivado cuando cursaba su último año de Master. Al año siguiente (en tan solo un año) obtendría su PhD.

Alessio Figalli escribiendo en un pizarrón 

Alessio Figalli escribiendo en un pizarrón

FUENTE DE LA IMAGEN,SCUOLA NORMALE DI PISA VÍA GETTY IMAGES

Pie de foto,
Figalli, en 2006, en la Scuola Normale di Pisa. No se resistió al transporte óptimo y su trabajo en ese campo fue una de las razones que lo llevaron al que se considera el máximo reconocimiento en matemáticas.

“Este problema es muy complejo. Hay tantas variables, posibilidades, que necesitas construir una nueva teoría. Lo que se haya hecho hasta ahora no es suficiente para resolverlo y ahí está la belleza: este problema te obliga a desarrollar matemáticas nuevas”.

¿Tiene una respuesta final?, le pregunto.

“En matemáticas nunca hay una respuesta final”, contesta. “En un problema como este siempre hay cosas nuevas, no es que esté solo, aislado, este es un problema macro”.

Y me invita a pensar en la sangre que está circulando por mi cuerpo como un fenómeno de transporte.

“¿Estás interesada en fortificaciones? ¿Estas interesada en la sangre? Dependiendo del problema, hay diferentes respuestas”.

Así es cómo entiendo lo que quiere decir cuando asegura que “nunca hay una respuesta final”: si bien pueden haber soluciones a contextos específicos y necesidades concretas, no será la respuesta definitiva a todo lo que puede llegar a implicar el concepto de transporte óptimo.

Y es que sus aplicaciones parecen ser tan vastas como el cielo mismo.

Entre nubes

Y así, sin ir muy lejos, Figalli me habla de sus usos en meteorología.

“Desde un punto de vista teórico, el movimiento de las nubes puede entenderse como un problema de transporte óptimo: las nubes están hechas de partículas de agua que se desplazan a medida que ellas lo hacen”.

Nubes
Nubes

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,  
“La naturaleza quiere ser eficiente", señala Figalli. "Por esa razón, el transporte óptimo y la naturaleza van bien juntos”.

Las técnicas que se han desarrollado en el estudio del trasporte óptimo pueden ayudar a analizar la evolución de las nubes.

“¿Cómo hacer la conexión entre estas pequeñas partículas de agua que se mueven con estas nubes grandes? ¿Cómo deducir la presión, la velocidad con la que viajan? ¿Cómo conectas esta descripción microscópica con esta descripción macroscópica? ¿Cómo puedes trazar la ruta? Esa es una cuestión matemática”.

Y es que hay un principio básico: “la naturaleza quiere ser eficiente: gastar la mínima energía para hacer lo que tiene que hacer, y, por esa razón, el transporte óptimo y la naturaleza van bien juntos”.

Pero también le va bien en otros contextos. Pensemos en tecnología: en vez de partículas de agua, imagina pixeles, y en vez de nubes piensa en fotos.

En las computadoras

En el machine learning o aprendizaje automático, rama de la inteligencia artificial, se busca entrenar programas informáticos para que ejecuten tareas específicas. Una de ellas es reconocer imágenes.

Imagina que en tu computadora tienes una colección de fotos de animales -hay perros, gatos, elefantes, vacas- y te llega una nueva imagen de un animal que no sabes cuál es.

Un ave dejando pixeles 

Un ave dejando pixeles

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,
El reconocimiento de imágenes y objetos es una de las funciones que desarrolla la rama de la IA conocida como machine learning.

“Necesito comparar imágenes, ¿cómo puedo hacerlo? El transporte óptimo puede hacerlo por ti”, indica Figalli.

“Quiero transportar los pixeles, o lo que componga esa nueva foto, a otra imagen y ver cuánto cuesta ese proceso. Si es muy poco, es porque la imagen en cuestión es similar a la de referencia. Es muy probable que mi foto sea la de un perro porque es muy parecida a la que ya existe de un perro”.

“Pero si cuesta mucho el transporte, significa que la imagen era muy diferente a la imagen de un perro. Por lo tanto, debe representar algo distinto”.

“El metaprincipio es que el transporte óptimo es una muy buena manera de comparar imágenes, objetos, y una vez con eso, se puede usar para entrenar una red de inteligencia artificial”.

Y volvemos al punto de la belleza.

“¿La ves?”, me dice el profesor con una sonrisa.

“A la matemática no le importa si lo que transportas es un objeto concreto o abstracto, puede ser material de construcción, panes, gente yendo a trabajar, una imagen, un píxel. Es siempre un objeto del cual sacamos modelos, hacemos fórmulas, se vuelve abstracto y haces lo que quieras. Siempre tienes nuevas aplicaciones”.

En tu vida

Así, este problema cuya formulación se remonta al siglo XVIII está presente en nuestras vidas.

Piensa por un momento en cuando te mudas, me dice Matteo Bonforte, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas de España.

Una camioneta llena de objetos

Una camioneta llena de objetos de una mudanza

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,
La próxima vez tengas una mudanza, piensa en Monge y en Figalli.

“Hay que mover cosas de una casa a otra y dispones de una furgoneta o un camión. ¿Cómo colocar tus pertenencias en la camioneta de una forma óptima, de modo que cueste lo menos posible: un menor número de viajes, un menor esfuerzo para las personas a cargo?”

Para Bonforte es clave seguir adentrándose en problemas como el transporte óptimo.

“Alessio Figalli es una de estas mentes maravillosas de las cuales hay una por generación".

"Es muy importante que los matemáticos de primera fila como él, los top-top-top, se dediquen a estos problemas porque pueden ver cosas que ‘los mortales comunes no ven’, crean conexiones entre cosas que parecen muy diferentes, pero con las gafas oportunas, al final se observa que el mecanismo subyacente, el principio básico, es el mismo y los congrega”.

Destaca que Figalli ha podido resolver problemas que han estado abiertos desde muchos años, lo que hace que la teoría desarrollada se pueda aplicar a “problemas de la vida real”.

“Es fundamental que estas grandes figuras de las matemáticas se ocupen de estos problemas porque además le dan un impulso a toda la comunidad: muchos investigadores se ‘suben al carro’, el problema se pone ‘de moda’ y eso genera un avance del conocimiento espectacular, siempre por la razón de que somos animales sociales”.

lunes, 4 de marzo de 2024

La represión económica, elemento central de las políticas de exclusión de la dictadura franquista


El largo camino recorrido por la historiografía especializada en la represión económica, desde los pioneros trabajos de mediados de los años ochenta hasta las más recientes investigaciones de ámbito autonómico, certifica la vitalidad de unos estudios caracterizados por la creciente incorporación de nuevas temáticas y enfoques que van más allá de la mera cuantificación de las sanciones para dar paso al análisis de nuevas realidades desde una óptica cada vez más social y cultural. De este modo, se ha podido profundizar en uno de los aspectos esenciales de ese microcosmos represivo que se proyectaba sobre los aspectos más insignificantes de la vida de los hombres y mujeres durante los años más duros de la guerra y la posguerra. Y con ello, cada vez resulta más evidente que las diferentes modalidades represivas deben ser contempladas como parte de un vasto programa de acción global que fue mucho más allá de una simple violencia engendradora de relaciones de poder, ya que perseguía asegurar la dominación y el sometimiento de los individuos para facilitar la asunción, incluso subconsciente, de los nuevos códigos y valores inspiradores del nuevo Estado.

Desde esta perspectiva, la represión económica se convirtió en un elemento central de las políticas de exclusión social de la dictadura, iniciadas ya desde la fase del golpe de Estado cuando los primeros consejos de guerra sentaron la tesis de que quienes se habían opuesto al pronunciamiento eran los únicos culpables de los daños causados por su degeneración en guerra civil. La posterior normativa de responsabilidades civiles y políticas contribuiría a asentar todavía más en el imaginario colectivo la idea de la responsabilidad general de cuantos se identificaron, de un modo u otro, con todo lo que había representado la Segunda República. Desde este punto de vista, cumplió a la perfección su cometido dentro del entramado represivo: más allá de su utilidad a la hora de proporcionar recursos para los frentes bélicos y para el funcionamiento de la retaguardia, acabó por convertirse en una valiosa arma de disuasión e intimidación que inhibía cualquier muestra de desafección.

Requisas e incautaciones anteriores a la entrada en vigor del Decreto nº 108

El amplio catálogo de actuaciones que conforman el complejo entramado de la represión económica durante la guerra civil y el franquismo exige extremar las precauciones para no confundir prácticas en apariencia muy semejantes, pero que constituyen realidades bien diferentes y en absoluto homologables. Por ejemplo, las requisas llevadas a cabo por las autoridades militares durante la guerra civil se integran dentro de esa gigantesca maquinaria burocrática y de extorsión creada por los rebeldes para intentar responder con eficacia a las necesidades derivadas del fracaso del golpe de Estado y su transformación en guerra civil. Pero no presentan otra novedad que la exigencia de llevarlas a cabo en unas circunstancias en las que asegurar las «necesidades del servicio» primó sobre otras consideraciones de índole administrativa o formalista. ....
Continuar aquí:
https://conversacionsobrehistoria.info/2019/10/09/la-represion-economica-durante-el-franquismo/

La salud como mercancía, los derechos como moneda, las personas como herramientas. Comentarios a la Sentencia del Tribunal Constitucional sobre el despido por razón de enfermedad.

Ya es oficial. En España una empresa con millones de euros de beneficios, miles de trabajadores en plantilla, con una tasa de absentismo igual a cero durante los últimos 10 años, y unas cifras incesantemente crecientes de productividad, puede despedir al primer trabajador o trabajadora, que esté enfermo 8 días en dos meses, siempre que haya estado enfermo 12 días en el último año. De esta forma, se valida el art. 52 d) del Estatuto de los Trabajadores, que fue introducido, en su actual redacción por la reforma laboral de 2012[1].

La razón de ello, según el TC, es la defensa de la productividad de la empresa, consagrada en el art. 38 de la CE.

Al parecer, ni la salud (art. 43 CE), ni el derecho a la integridad física (art. 15 CE), ni el derecho a no ser despedido sin justa causa (art. 35 CE), ni el derecho a la prevención de riesgos laborales (art. 40.2 CE) de las personas trabajadoras, tienen la importancia suficiente para mermar un ápice el interés empresarial. Aunque dicho interés sea teórico y no real y efectivo en el caso concreto, como ilustra el ejemplo con que hemos iniciado estas líneas.

El argumentario de la mayoría del TC es de una claridad tan simple como inquietante. Veamos un breve resumen del mismo.

- Despedir a alguien porque esté enfermo unos pocos días tiene una finalidad legítima: proteger la productividad de la empresa. Las personas enfermas cuestan dinero y los beneficios empresariales se reducen por el coste de sustitución y el abono de subsidios a los enfermos. Por ello, en consonancia con la normativa economicista de la Unión Europea y la interpretación de su TJUE (STJUE 18 enero 2018, Caso Ruiz Conejero Asunto C-270/2016), la lucha contra el absentismo, entendiéndose por tal, no las ausencias injustificadas o el fraude, sino las ausencias por enfermedad real e impeditiva para el trabajo, es un objetivo legítimo. Sin embargo, el TC no repara en la productividad en concreto en la empresa [2], sino que se refiere a una productividad en abstracto, con independencia de la situación, tamaño, beneficios o productividad de la empresa en cuestión. ¿Es lo mismo la ausencia de un empleado en una empresa de 5 que en una empresa de 500?. Si la productividad fuera la justificación, dicha valoración se contendría en la sentencia. Sin embargo, toda referencia al tamaño de la empresa, la incidencia real en la productividad de las enfermedades o el índice general de absentismo en la empresa están completamente ausentes de la norma cuya constitucionalidad se enjuicia y de la motivación del TC.

- El despido de personas enfermas no afecta a su integridad física (art. 15 CE), porque no supone un riesgo o peligro grave para su salud. Es decir, que ir a trabajar con gripe, conjuntivitis vírica, paperas, sarampión o cualquier otra enfermedad contagiosa, no afecta a la salud ni integridad física de quien la padece, y tampoco a la de sus compañeros/as de trabajo.

Hay que decir, redundando en lo absurdo del argumento, que la productividad empresarial no será mermada ni un ápice pues a buen seguro, todos los trabajadores irán a trabajar aunque padezcan enfermedades contagiosas, con el fin de no perder la fuente única para sustentarse ellos/as y sus familias, esto es, su trabajo. En efecto, si hay algo peor que estar enfermo, es estar enfermo y en el paro.

El TC, quizás consciente del absurdo, razona que en realidad no se despide por el mero hecho de estar enfermo, sino por la reiteración intermitente del número de faltas de asistencia. (que son por razón de enfermedad) (¿?)

Al TC, y al legislador, que no les debió quedar muy buena conciencia con la norma cuestionada, les basta con recordar que no es legal despedir por enfermedad derivada de embarazo, o por cáncer u otras enfermedades graves, y por otros supuestos que, por escandalosos, quedan fuera de la controvertida norma.

- El despido de personas enfermas, por supuesto, tampoco afecta a su derecho a la protección de la salud (art. 43 CE). El TC no descarta que los trabajadores/as enfermos acudan al trabajo, en contra de la prescripción facultativa, para evitar ser despedidos; sin embargo ello no parece ser motivo que deba preocuparles en lo que se refiere a su protección de la salud. El TC razona que nadie priva del derecho a la asistencia sanitaria al trabajador/a enfermo que acude a trabajar en contra de lo que le aconseja su médico. Poco importa que, conforme a criterio médico y según la propia Ley General de Seguridad Social (art. 169 LGSS) el trabajador esté impedido -literalmente- para el trabajo. El hecho de ir a trabajar, según el TC, en nada ha de perjudicar su salud. (¿!)

En cualquier caso, la salud cede ante la defensa de la productividad en un equilibrio "justo y ponderado" -según el TC-

- El despido de los trabajadores/as por estar enfermos, tampoco afecta a su derecho al trabajo (art.35 CE), que incluye el derecho a no ser despedido sin justa causa. Según el TC el derecho al trabajo protege el acceso al trabajo y a conservarlo, y lo que el art.52d) ET hace es regular otra cosa "bien distinta", el despido. (¿?)

Además, -dice el TC- el despido está bien regulado y de forma precisa en cuanto a su causa: la ley regula el despido por no ir al trabajo a causa de enfermedad, y lo hace de forma detallada, excluyendo la posibilidad de despido por enfermedades graves, cáncer, o enfermedades derivadas del embarazo o de accidente de trabajo. Por ello mismo, la causa del despido (la enfermedad), es para el TC una causa "justa".

El Convenio 158 de la OIT en su art. 6.1. dice que "La ausencia temporal del trabajo por motivo de enfermedad o lesión no deberá constituir una causa justificada de terminación de la relación de trabajo." La prohibición parece clara. El TC reconoce que carece de competencia para interpretar si el art. 52 d) ET incumple dicho Convenio Internacional (vid. STC 140/2018, f. 6), sin embargo, termina interpretándolo, y lo hace para concluir que el legislador puede limitar esa prohibición, como ha hecho el legislador español, excluyendo de la misma las enfermedades de corta duración.

El TC, a pesar de interpretar el ajuste de una ley a un Convenio de la OIT, -para lo que reconoce que carece de competencia- , tampoco acude a los criterios hermenéuticos (art. 10.2 CE) sentados por el órgano internacional de interpretación por excelencia de los Convenios de la OIT, la Comisión de Expertos en Aplicación de Convenios y Recomendaciones de la OIT, que dice [3] (f. 136) "El Convenio deja que el concepto de ausencia temporal se defina en las disposiciones nacionales. Pero, a entender de la Comisión, si la ausencia se define sobre la base de la duración, se la debería prever de modo tal que siga siendo compatible con el objetivo del artículo, que consiste en proteger el empleo del trabajador en un momento en que éste se encuentre en la imposibilidad de cumplir con sus obligaciones por razones de fuerza mayor."

Partiendo de ello, parece que el TC considera que es compatible con el objetivo de proteger al trabajador enfermo, despedirle por ausencias justificadas de corta duración. (¿?).

Para terminar, aunque no se planteó en la cuestión de inconstitucionalidad, el TC afirma sin mayor motivación que el despido de personas enfermas tampoco afecta al derecho de los trabajadores a la seguridad en el trabajo. (art. 40. 2 CE). Ello a pesar de reconocer que es posible que la eventualidad de ser despedido incentive lo que el TC no menciona en ningún momento: "el presentismo", es decir, la asistencia al trabajo de personas enfermas con el objetivo de evitar su despido y los consiguientes riesgos para la propia salud y, en su caso, de contagios para otras personas trabajadoras.

Decía Hugo SINZHEIMER en 1927: "El hombre tiene una dignidad. Lograr tal dignidad es la misión especial del Derecho del Trabajo. Su función consiste en evitar que el hombre sea tratado igual que las cosas". [4]

Con esta sentencia, el TC continúa un camino de involución en la dignidad de las personas en el trabajo, iniciado por sentencias como las SSTC 119/2014 o la 8/2015, que validaron la reforma laboral de 2012. Olvida lo que significa el Derecho del Trabajo y su función en un Estado Social.

Considera la salud como una mercancía, los derechos a la integridad física, a no ser despedido sin justa causa o a la prevención de riesgos laborales como moneda de cambio para mejorar la producción y eleva a los altares a la libertad de empresa y a la productividad, sin importar que en los casos concretos ni una ni otra sufran la más mínima afectación por las enfermedades de breve duración.

Lo más grave es que la argumentación empleada por la mayoría del TC -decíamos- es tan simple como inquietante, pues parece apoyarse en la lógica del absurdo, propia de la distopía orwelliana [5] de 1984, que cristalizaba en los tres eslóganes que el pobre Wilson contemplaba estupefacto en la fachada blanca del Partido:

"La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza".

A lo que cabría añadir, -sin desentonar un ápice-: "trabajar enfermo es saludable y productivo."

Para concluir, nos hallamos ante una sentencia cuya argumentación parece extraída del Siglo XVIII. En efecto, en pleno auge de la revolución industrial y la explotación infantil, resultó emblemático el Discurso de William Pit en 1796 ante el Parlamento británico, en defensa del trabajo de los niños/as:

Decía: "La experiencia nos ha demostrado lo que puede producir el trabajo de los niños y las ventajas que se pueden obtener empleándolos desde pequeños en los trabajos que pueden hacer [...]. Si alguien se tomase la molestia de calcular el valor total de lo que ganan ahora los niños educados según este método, se sorprenderán al considerar la carga de la cual su trabajo - suficiente para subvenir a su mantenimiento- libera al país, y lo que sus esfuerzos laboriosos y las costumbres en las que se les ha formado vienen a añadirse a la riqueza nacional"

Póngase "enfermos" donde dice "niños" en el discurso de Pit y veremos que la lógica productivista que considera a las personas como herramientas o meros recursos productivos es la misma ahora que entonces.

Lo único encomiable de esta resolución son sus votos particulares, en los que cuatro magistrados/as critican, con tanto rigor como indignación, una sentencia que pasará a la historia por su proverbial olvido de lo que la dignidad humana comporta. Las personas no somos cosas.

[1] Art. 52.d) ET Por faltas de asistencia al trabajo, aun justificadas pero intermitentes, que alcancen el veinte por ciento de las jornadas hábiles en dos meses consecutivos siempre que el total de faltas de asistencia en los doce meses anteriores alcance el cinco por ciento de las jornadas hábiles, o el veinticinco por ciento en cuatro meses discontinuos dentro de un periodo de doce meses.

No se computarán como faltas de asistencia, a los efectos del párrafo anterior, las ausencias debidas a huelga legal por el tiempo de duración de la misma, el ejercicio de actividades de representación legal de los trabajadores, accidente de trabajo, maternidad, riesgo durante el embarazo y la lactancia, enfermedades causadas por embarazo, parto o lactancia, paternidad, licencias y vacaciones, enfermedad o accidente no laboral cuando la baja haya sido acordada por los servicios sanitarios oficiales y tenga una duración de más de veinte días consecutivos, ni las motivadas por la situación física o psicológica derivada de violencia de género, acreditada por los servicios sociales de atención o servicios de Salud, según proceda.

Tampoco se computarán las ausencias que obedezcan a un tratamiento médico de cáncer o enfermedad grave.

[2] La reforma laboral de 2012 suprimió toda referencia al índice de absentismo total de la plantilla. El redactado anterior del art. 52 c) ET permitía la extinción del contrato: "c) Cuando exista la necesidad objetivamente acreditada de amortizar puestos de trabajo por alguna de las causas previstas en el artículo 51.1 de esta Ley y en número inferior al establecido en el mismo. Los representantes de los trabajadores tendrán prioridad de permanencia en la empresa en el supuesto a que se refiere este apartado."

[3] Conferencia internacional del Trabajo 82ª reunión 1995. "Protección contra el despido injustificado". p. 67 y ss. Puede consultarse en: https://www.ilo.org/public/libdoc/ilo/P/09663/09663(1995-4B).pdf

[4] SINZHEIMER, H. "La esencia del Derecho del Trabajo".

Puede consultarse en: https://wilfredosanguineti.files.wordpress.com/2009/10/la-esencia-del-de... .

[5] ORWELL, G. "1984". ED. Debolsillo contemporánea.

Carlos Hugo Preciado Domènech Magistrado especialista en el Orden Social. Doctor en Derecho

Fuente:
www.sinpermiso.info, 3-11-19

Derivadas.

 

Un paso más del Tribunal Supremo contra la ley de amnistía.

Los destinatarios del auto del TS son los negociadores del PSOE y Junts. El objetivo es dificultar que alcancen un acuerdo, porque Junts pida más de lo que el PSOE puede dar, y desgastar, en todo caso, la imagen del Gobierno ante la opinión pública — El Supremo abre una causa contra Puigdemont por terrorismo en Tsunami

Tal como está redactada la proposición de ley de amnistía se excluye su aplicación respecto de los actos tipificados como delitos de terrorismo “siempre y cuando haya recaído sentencia firme y hayan consistido en la comisión de algunas de las conductas descritas en el artículo 3 de la Directiva [de la UE] 2017/541(…)”

Si la proposición de ley continúa su tramitación y se convierte en ley en el mes de mayo, parece claro que sería de aplicación a Carles Puigdemont y Rubén Wagensberg, sobre los que el Tribunal Supremo (TS) ha acordado este jueves considerarse competente para juzgarlos por terrorismo. También lo sería para los diez miembros del Tsunami Democràtic, que el TS ha acordado remitir a la Audiencia Nacional (AN) por entender que este es el órgano competente para procesarlos.

En el caso de los diez miembros de Tsunami Democràtic es completamente imposible que en el mes de mayo se haya dictado una sentencia firme sobre su conducta. La sentencia que eventualmente pudiera dictar la AN es prácticamente imposible que se dictase antes de la entrada en vigor de la ley de amnistía y, en todo caso, no sería una sentencia firme.

En el caso de Carles Puigdemont, el TS tendrá que dirigirse al Parlamento Europeo, a fin de que se levante la inmunidad de la que goza en cuanto miembro de dicho Parlamento. Ya ha sido levantada su inmunidad para poder ser juzgado en España por el delito de malversación, aunque la decisión del Parlamento Europeo no es todavía firme, ya que, aunque ha sido validada por el Tribunal General de la Unión Europea (TGUE), todavía no ha sido confirmada por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE). Es improbable que dicha confirmación se produzca dentro de esta legislatura, ya que en los primeros días de junio habrá elecciones europeas. De ser así, el levantamiento de la inmunidad respecto del delito de malversación decaería y tendría que volver a solicitarse de nuevo ante el Parlamento resultante de las elecciones de junio. Respecto del levantamiento de la inmunidad para ser juzgado por terrorismo, es improbable que se pueda formalizar siquiera la solicitud ante este Parlamento y, en el caso de que lo fuera, no dispondría de tiempo para resolverla. Tendrá que ser, en su caso, el Parlamento elegido en junio el que deba pronunciarse, sin que podamos anticipar en qué fecha lo haría, aunque con seguridad sería bastantes meses después de que la ley de amnistía haya entrado en vigor.

La sentencia firme, que es la condición sine qua non para que quede excluida la aplicación de la ley, no se cumple en ningún caso. Tampoco que los actos figuren entre las conductas descritas en el artículo 3 de la Directiva de la Unión Europea.

¿Podría el TS elevar una cuestión prejudicial ante el TJUE, a fin de que este órgano le aclarara si los actos de Puigdemont son constitutivos o no de un delito de terrorismo de los que no están cubiertos por la ley de amnistía? ¿Podría hacerlo sin que el Parlamento Europeo le hubiera levantado la inmunidad o tendría que esperar a recibir la respuesta de este órgano a su solicitud?

La retención de la competencia para juzgar a Carles Puigdemont por terrorismo es una suerte de brindis al sol. Es muy difícil de imaginar que el TS vaya a poder juzgar al expresident de la Generalitat por terrorismo.

Tampoco parece probable que vaya a poder hacerlo respecto de Rubén Wagensberg, aunque en este caso el TS podría dictar de manera inmediata una orden de detención y entrega dirigida a la justicia suiza, a fin de que fuera acordada la extradición del político de ERC para ser juzgado por terrorismo. Ya sabemos cuál ha sido la respuesta de la Administración de Justicia suiza respecto de la solicitud que le fue dirigida por el juez García Castellón en este mismo asunto. Me imagino que la orden de detención y entrega del TS correría la misma suerte. Otro brindis al sol.

¿A qué obedece la decisión del TS? En mi opinión, se trata de poner un obstáculo adicional a la aprobación de la ley de amnistía. Los destinatarios del auto del TS son los negociadores del PSOE y Junts. El objetivo es hacer difícil que puedan ponerse de acuerdo, porque Junts pida más de lo que el PSOE puede dar, y desgastar, en todo caso, la imagen del Gobierno ante la opinión pública.

Statewatch, institución que monitorea el estado y las libertades civiles en Europa, publicó el 27 de febrero pasado una carta de 20 organizaciones europeas dedicadas a la supervisión del respeto de los derechos fundamentales y las libertades públicas en los países europeos, en la que se solicita que el Estado español retire la acusación por terrorismo a los nacionalistas catalanes. El título bajo el que se publica la carta lo dice todo: 'Spain: Terrorism charges against protesters undemine internacional human rights and democratic standards' ('España: los cargos de terrorismo contra manifestantes socava los estándares democráticos y de derechos humanos internacionales').

Mejor no se puede decir.