domingo, 6 de octubre de 2024

_- Las grandes ilusiones

_- Todo fue preparado para que los ciudadanos del mundo se sintieran aliviados y reconfortados con los resultados de la Cumbre del G-20 realizada en Londres. Las sonrisas y los abrazos colmaron los noticieros, el dinero afloró más allá de lo que estaba previsto, no hubo conflictos -del tipo de los que hubo en la Conferencia […]

Todo fue preparado para que los ciudadanos del mundo se sintieran aliviados y reconfortados con los resultados de la Cumbre del G-20 realizada en Londres. Las sonrisas y los abrazos colmaron los noticieros, el dinero afloró más allá de lo que estaba previsto, no hubo conflictos -del tipo de los que hubo en la Conferencia de Londres de 1933, también en tiempos de crisis, cuando Roosevelt abandonó la reunión en protesta contra los banqueros- y, como si no hubiese mejor indicador del éxito, los índices de las bolsas de valores, comenzando por Wall Street, se dispararon en estado de euforia. Por encima de todo, la cumbre fue muy eficiente. Mientras que una reunión anterior con objetivos similares duró más de veinte días -Bretton Woods, 1944, de donde surgió la arquitectura financiera de los últimos cincuenta años-, la reunión de Londres sólo duró un día.

¿Podemos confiar en lo que leemos, vemos y oímos? No. Por varias razones. Cualquier ciudadano con las primeras luces de la vida y la experiencia sabe que, con excepción de las vacunas, ninguna sustancia peligrosa puede curar los males que causa. Ahora, por sobre la retórica, lo que se decidió en Londres fue garantizar que el capital financiero va a continuar actuando como lo ha hecho en los últimos treinta años, después de ser liberado de los estrictos controles a los que antes estaba sometido. Es decir, en las épocas de prosperidad va a continuar acumulando fabulosas ganancias y, en las épocas de crisis, va a contar con la «generosidad» de los contribuyentes, los desempleados, los pensionistas estafados, las familias sin techo, con la garantía del Estado de Su Bienestar.

Aquí reside la euforia de Wall Street. Nada de esto es sorprendente, si tenemos en cuenta que los verdaderos artífices de las soluciones -los dos principales asesores económicos de Obama, Timothy Geithner y Larry Summers- son hombres de Wall Street y que ésta, a lo largo de las últimas décadas, financió a la clase política norteamericana a cambio de la sustitución de la regulación estatal por la autorregulación. Algunos incluso hablan de un golpe de Estado de Wall Street sobre Washington, cuyo verdadero alcance y daño se revelan ahora.

El contraste entre los objetivos de la reunión de Bretton Woods -donde participaron no 20, sino 44 países- y la de Londres explica la vertiginosa rapidez de esta última. En la primera, el propósito fue resolver las crisis económicas que se arrastraban desde 1929 y crear una sólida arquitectura financiera, con sistemas de seguridad y de alerta, que le permitiese al capitalismo prosperar en medio de la fuerte oposición social, la mayor parte de orientación socialista. Al contrario, en Londres asistimos a la pura cosmética, al reciclaje institucional, sin otro objetivo que el de mantener el actual modelo de concentración de la riqueza, sin ningún temor a la protesta social -asumiendo que los ciudadanos están resignados ante la supuesta falta de alternativas-, e incluso con un retroceso en relación con las preocupaciones ambientales, que volvieron a ser consideradas como un lujo para tiempos mejores.

Las instituciones de Bretton Woods -en especial, el FMI y el Banco Mundial- hace mucho que vienen siendo desvirtuadas. Sus responsabilidades en las crisis financieras de los últimos veinte años -México, Asia, Rusia, Brasil- y en el sufrimiento humano causado a vastas poblaciones con medidas después reconocidas como erróneas -por ejemplo, la destrucción de un día para el otro de la industria de la castaña de cajú en Mozambique, dejando miles de familias sin medios de subsistencia- llevaron a pensar que podríamos estar ante un nuevo comienzo, con nuevas instituciones o con profundas reformas de las existentes. Nada de eso ocurrió. El FMI se vio reforzado en sus recursos, Europa continúa detentando el 32 por ciento de los votos y los Estados Unidos el 16,8 por ciento. ¿Cómo es posible imaginar que los errores no se van a repetir?

La reunión del G-20 va a ser recordada por lo que no quiso ver ni enfrentar: la creciente presión para que la moneda de reserva internacional deje de ser el dólar; el creciente proteccionismo como prueba de que ni los países que participaron de la cumbre confían en lo que fue decidido -el Banco Mundial identificó 73 medidas proteccionistas tomadas recientemente por diecisiete de los veinte países participantes-; el fortalecimiento de las integraciones regionales sur-sur, en América latina, en Africa, en Asia, y entre Latinoamérica y el mundo árabe; la restauración de la protección social -los derechos sociales y económicos de los trabajadores- como factor insustituible de la cohesión social; el deseo de millones de personas de que las cuestiones ambientales sean finalmente puestas en el centro del modelo de desarrollo; la oportunidad perdida para terminar con el secreto bancario y los paraísos fiscales, como medidas para transformar la banca financiera en un servicio público a disposición de empresarios productivos y consumidores conscientes.

Por Boaventura de Sousa Santos

Doctor en Sociología del Derecho; profesor de las universidades de Coimbra (Portugal) y de Wisconsin (EE.UU.). Traducción: Javier Lorca.

sábado, 5 de octubre de 2024

Entrevista al investigador Marcel van der Linden. El fin del fin de la clase obrera

Fuentes: Jacobin


A medida que la mano de obra mundial se vuelve cada vez más precaria y fragmentada, la solidaridad internacional y la unidad de la clase obrera parecen más difíciles que nunca. Pero, como explica el historiador del trabajo Marcel van der Linden explica a Jacobin, los desafíos actuales a la acción colectiva de la clase trabajadora son tan antiguos como el propio capitalismo.

Según un reciente informe de la OIT sobre “Perspectivas sociales y del empleo en el mundo”, en 2020 se produjo una fuerte caída de los ingresos laborales y un drástico aumento de los niveles de pobreza en el mundo como consecuencia de una pérdida del 8,8% del total de horas de trabajo a lo largo del año. Peor aún, el informe informa de que cualquier recuperación prevista se basará invariablemente en sectores laborales en los que la baja productividad y la falta de normas laborales -es decir, la precariedad- son rampantes.

Las últimas cifras de la OIT reflejan una tendencia a la baja en el poder de la clase trabajadora a escala mundial. Como escribía David Broder en un reciente artículo de Jacobin, la evidente pérdida de poder de la clase obrera –ya sea en las fabricas, a través de la automatización y la precariedad, o en el ámbito político a través de la lenta desaparición de los partidos obreros y socialdemócratas– ha sido durante mucho tiempo la fuente de pronósticos apresurados que proclamaban el “fin de la clase obrera”. Sin embargo, el declive del poder de la clase obrera no es irreversible, y sería temerario equiparar la disminución de la influencia estructural con el fin de la clase obrera como tal.

El historiador del trabajo y ex director del Instituto Internacional de Historia Social, Marcel van der Linden, ha sostenido una sofisticada versión de este argumento durante la mayor parte de su carrera de investigación. Al ampliar el alcance de la historia del trabajo en todas las direcciones –en el tiempo, para abarcar a las poblaciones trabajadoras del siglo XVI, y en el espacio, para las plantaciones coloniales en las que predominaba el trabajo forzado–, el trabajo de van der Linden sostiene que debemos ampliar nuestras propias definiciones de la clase trabajadora, incluso si eso significa repensar la propia historia del capitalismo.

La recompensa política de una definición ampliada de la clase obrera –que incluya el trabajo de cuidados, el trabajo forzado y el autoempleo informal– es que muestra los muchos “adioses a la clase obrera” por lo que son: demasiado dependientes de una imagen estrecha de la clase obrera como trabajo fabril fordista, y muy a menudo blanco y masculino.

El hecho, explica van der Linden al editor colaborador de Jacobin Nicolas Allen, es que la clase obrera no va a ninguna parte. Y, aunque pueda parecer más fragmentada y precaria, la clase obrera también está experimentando transformaciones que permiten descubrir nuevas formas de influencia estructural y de solidaridad internacional.

Nicolas Allen. George Orwell escribió que los trabajadores más importantes son también los más invisibles. Tu trabajo parece orientarse en función de un principio similar: comprender la especificidad de la clase obrera sin dejar de lado esas formas de trabajo consideradas anómalas por los enfoques marxistas tradicionales (trabajo no libre, no mercantilizado, intermedio, etc.).

MVDL. En el capitalismo siempre convivieron —y, probablemente, sigan haciéndolo— formas distintas de mercantilización de la fuerza de trabajo. Durante su largo desarrollo, el capitalismo recurrió a muchos tipos de relaciones laborales, algunas basadas en la coacción económica y otras en factores no económicos. Millones de esclavos fueron expulsados a la fuerza de África y llevados al Caribe, a Brasil y al sur de los Estados Unidos. Muchos trabajadores subcontratados son enviados hoy a Sudáfrica, Malasia y América del Sur. Otros trabajadores «libres» migran de Europa a las Américas, Australia y a otras antiguas zonas coloniales. Los aparceros producen una porción importante de los bienes agrícolas a nivel mundial.

Estas y otras relaciones laborales son sincrónicas, aun cuando la tendencia hacia el «trabajo asalariado libre» sigue creciendo. La esclavitud todavía existe, la aparcería está retornando en ciertas regiones, etc. El capitalismo es capaz de elegir las formas de mercantilización del trabajo que mejor se adecúen a sus propósitos en un contexto histórico determinado: una variante es más rentable hoy, pero mañana puede ser otra.

Si el argumento es correcto, debemos conceptualizar a la clase obrera asalariada como un tipo —importante, sin duda— de fuerza de trabajo mercantilizada entre otras. En consecuencia, no podemos concebir al trabajo denominado «libre» como la única forma de explotación que se adecúa al capitalismo moderno, sino como una alternativa específica. Luego, debemos elaborar conceptos que comprendan las múltiples dimensiones de esta problemática. La historia del trabajo capitalista debe abarcar todas las formas de mercantilización de la fuerza de trabajo, sin importar si recurre a la coerción física o a la económica: asalariados, esclavos, aparceros, presos, por no decir nada de todo el trabajo que colabora con la creación o la regeneración de la fuerza de trabajo mercantilizada, es decir, las labores de crianza, las tareas domésticas y los trabajos de cuidado y de subsistencia.

Si consideramos todas estas formas de trabajo, deberíamos tomar como unidad básica de análisis a los hogares en lugar de los individuos, pues eso nos permitiría mantener en el horizonte las vidas, tanto de hombres como de mujeres, de jóvenes y de viejos —en fin— el amplio espectro del trabajo remunerado y no remunerado.

NA. ¿Qué consecuencias tiene ese enfoque para la historia del capitalismo? La versión más popular es que el capitalismo surgió a partir de la transformación de los trabajadores en trabajadores asalariados libres, es decir, del acaparamiento de los medios de producción.

MVDL. Si mis observaciones son correctas, debemos transformar drásticamente nuestra concepción de la historia, empezando por nuestro concepto del capitalismo. Si el capitalismo no muestra ninguna preferencia estructural por el trabajo asalariado, es posible que emerja en situaciones en las que dicho trabajo es prácticamente inexistente, por ejemplo, en contextos donde prevalecen distintas formas de esclavitud. Si en lugar de concebir al capitalismo en términos de la contradicción entre trabajo asalariado y capital, lo hacemos en función de la mercantilización de la fuerza de trabajo y de otros elementos del proceso de producción, cobra sentido definir al capitalismo como un circuito de transacciones y procesos laborales que apunta tendencialmente hacia la «producción de mercancías por medio de mercancías», según la célebre expresión de Piero Sraffa.

Ese circuito de producción y distribución de mercancías en constante expansión, donde no solo los productos del trabajo, sino también los medios de producción y la fuerza de trabajo adquieren el estatus de mercancías, es lo que denomino capitalismo. Esta definición se aparta hasta cierto punto de Marx, pero no deja de ser consistente con su enfoque, pues él también concebía al modo de producción capitalista en función de la «generalización» o «universalización» de la producción de mercancías. Sin embargo, mi definición sí se aleja decisivamente de aquellas que circunscriben al capitalismo a la «producción para el mercado» y pasan por alto las relaciones laborales específicas implicadas en la producción. Es el caso, por ejemplo, de Immanuel Wallerstein y su escuela.

Pienso que, teniendo en cuenta esta definición revisada del capitalismo, es posible concluir que la primera sociedad completamente capitalista no fue la de Inglaterra en el siglo XVIII, sino la de Barbados, esa pequeña isla caribeña (430 km2), que durante el siglo XVII se convirtió en la sociedad esclavista más próspera del mundo. La colonización del territorio comenzó en los años 1620, y en 1680 la industria azucarera utilizaba el 80% de la tierra cultivable de la isla, empleaba el 90% de su fuerza de trabajo y representaba cerca del 90% de sus ingresos por exportaciones. Fue el comienzo de la denominada «revolución azucarera», que terminó dominando el desarrollo agrícola de las Indias Occidentales Británicas durante largos siglos.

La cuestión es que el proceso de producción y consumo de Barbados estaba casi completamente mercantilizado: los trabajadores (esclavos) eran mercancías, su comida era comprada en otras islas, sus medios de producción (como los molinos de caña de azúcar) eran fabricados con fines comerciales y el producto de su trabajo (caña de azúcar) era vendido en el mercado mundial. Hubo pocos países en los que la vida económica llegó a estar tan mercantilizada. En ese sentido, aunque pequeño, no dejaba de ser un verdadero país capitalista. Y, por supuesto, solo podía existir gracias a su integración a un imperio colonial más amplio.

Entonces no está tan claro que Inglaterra haya sido la patria original del capitalismo moderno. Cuando adoptamos una perspectiva no eurocéntrica, comprendemos tres cosas: que muchos avances significativos en la historia del trabajo capitalista son más antiguos de lo que pensábamos, que la historia del capitalismo comenzó con los trabajadores no libres y que comenzó en el Sur Global, no en Estados Unidos ni en Europa.

NA. Me da la sensación de que estas ideas aplican, no solo al pasado, sino también al presente: si expandimos la definición de la clase obrera, ciertamente nos beneficiamos de una nueva perspectiva sobre los orígenes del capitalismo, pero además nos vemos obligados a enfrentarnos a quienes afirman que estamos asistiendo al «fin de la clase obrera», pues esa hipótesis solo se sostiene bajo condición de mantener una concepción sumamente estrecha de la clase.

MVDL. Efectivamente, no hay ningún «fin de la clase obrera». De acuerdo a la Organización Internacional del Trabajo, entre 1991 y 2019, el porcentaje de personas que viven exclusivamente de sus salarios («empleados») oscila entre el 44 y el 55%. La proletarización crece sobre todo en los países capitalistas avanzados. Se estima que en las economías desarrolladas, los asalariados representan cerca del 90% del empleo total. Pero en las economías emergentes y en vías de desarrollo, los empleados representan, con suerte, el 30% del empleo total. Por supuesto, la clase obrera mundial supera con creces el número de empleados: deberían sumarse todos los miembros que aportan ingresos a las familias y la mayoría de los desempleados, como así también la enorme cantidad de trabajadores autónomos que suelen aparecer en las estadísticas como falsos cuentapropistas, es decir, son trabajadores autónomos en los papeles, pero en realidad trabajan para uno o dos clientes principales y dependen completamente de ellos. También forman parte de la clase obrera quienes realizan tareas domésticas (en general, mujeres), es decir, quienes garantizan que los empleados y otros trabajadores estén en condiciones de vender su fuerza en el mercado de trabajo.

Con todo, también observamos desplazamientos internos en la composición de la clase de los asalariados. Durante las últimas tres décadas, el número de trabajadores del sector de servicios básicamente se duplicó, la cantidad de trabajadores industriales creció un 50% y la cantidad de trabajadores agrícolas disminuyó poco más del 10%. Adicionalmente, observamos desplazamientos geográficos. En Europa y en América del Norte la desindustrialización se acelera, mientras que en Asia y otros lugares empieza a crecer el empleo industrial.

Quienes hablan del «fin de la clase obrera» suelen vivir en los países capitalistas avanzados, donde observamos que se está desintegrando gradualmente lo que solía denominarse —erróneamente— el «empleo estándar». Se trata de una forma de trabajo asalariado definida por la continuidad y la estabilidad del empleo, un cargo de tiempo completo con un solo jefe y una actividad que se desarrolla completamente en el lugar de trabajo dispuesto por la empresa, a cambio de una buena remuneración, garantías legales y seguridad social. Sin embargo, suele pasarse por alto que el «empleo estándar» es un fenómeno relativamente reciente, incluso en los países capitalistas avanzados y que, como mucho, solo el 15% o el 20% de los asalariados a nivel mundial accedió alguna vez a ese tipo de relación laboral.

NA. Creo que, en parte, el término «fin de la clase obrera» remite al poder menguante de los sindicatos y del movimiento obrero. Esa tendencia es indiscutible, ¿no?

MVDL. Sí. A pesar de que la clase asalariada a nivel mundial nunca había sido tan numerosa, casi todos los movimientos obreros tradicionales están en crisis. Las transformaciones económicas y políticas de los últimos cuarenta años los debilitaron mucho. Su núcleo depende de tres formas de organización social: las cooperativas, los sindicatos y los partidos obreros. Aunque se trata de una tendencia desigual en distintos países y regiones, esas tres formas están en decadencia. El ala política —la socialdemocracia, los partidos obreros, los partidos comunistas— afronta dificultades en todos los países del mundo. Muchos sindicatos también están perdiendo poder. Los sindicatos independientes organizan solo a un pequeño porcentaje de trabajadores, y la mayoría vive en las regiones relativamente ricas situadas a la altura del Atlántico Norte. En 2014, la Confederación Sindical Internacional, único paraguas organizativo de la clase obrera a nivel mundial, estimó que no más del 7% de la fuerza de trabajo total estaba afiliada a un sindicato. Supongo que hoy ese total debe haber disminuido al 6%.

La debilidad del movimiento obrero internacional no deja de ser una paradoja. Aun cuando los niveles de conciencia tienden a ser relativamente bajos, dada vez más trabajadores en todo el mundo entran en contacto directo. Los productos que se fabrican en un país suelen ser ensamblados con componentes fabricados en otros países, que a su vez contienen subcomponentes hechos en países distintos. El resultado es que al menos un cuarto de los asalariados tiene empleos vinculados a una cadena de suministro global. La migración también fomenta las relaciones económicas entre trabajadores de distintas partes del mundo. La proporción de migrantes entre la población mundial creció de 2,8% a 3,5% entre 2000 y 2020. El porcentaje específico de migraciones Sur-Norte se duplicó desde los años 1960 y hoy representa cerca del 40% del total. Y, sin embargo, nada de eso resultó en la resurrección del movimiento obrero.

Con todo, no deja de haber cierto espacio para el optimismo. Durante los últimos diez o quince años, asistimos a una intensificación de las luchas sociales. Por ejemplo, el 8 y 9 de enero de 2019, en India, 150 millones de trabajadores de todo el país fueron a la huelga por una lista de reivindicaciones, entre las que destacaban el aumento del salario mínimo, la alimentación digna y la consigna de igual remuneración por igual tarea. Las protestas sociales están creciendo en todas partes del mundo, incluida América Latina. En fin, no es menos importante notar que también se observan signos de renovación organizativa. Durante los últimos años se percibe un impulso creciente hacia la organización de los trabajadores de hospitales y del sector de cuidados.

La consolidación en 2009 de la Federación Internacional de Trabajadores del Hogar y su campaña, que resultó en la aprobación del Convenio 189 sobre trabajadores y trabajadoras domésticos de la OIT, fueron un gran motivo de inspiración. Las huelgas de trabajadores presos en Estados Unidos revelan que hay nuevos segmentos de la clase obrera que están empezando a movilizarse. En muchos países los sindicatos están intentando abrirse a los trabajadores «informales» e «ilegales». La New Trade Union Initiative (NTUI) de la India, fundada en 2006, es una experiencia espectacular, que reconoce la importancia del trabajo remunerado y no remunerado de las mujeres y apunta a organizar, no solo al sector «formal», sino también a trabajadores subcontratados, casuales, domésticos, autónomos —en fin— a los segmentos más pobres de la ciudad y del campo.

NA. Pienso, por otro lado, que la hipótesis del «fin de la clase obrera» tiene como premisa la idea de que los problemas de la sociedad de hoy efectivamente exceden cualquier cosa que hayan podido imaginar los movimientos obreros tradicionales.

¿Qué debe hacer el movimiento obrero para reinventar esa idea, tan fuerte durante los siglos diecinueve y veinte, de que los intereses de los trabajadores son también los intereses de la mayoría de la sociedad?

MVDL. Como dije, es una paradoja: el poder político y económico de la clase obrera empezó a mermar a partir de los años 1980, pero todavía no veo otra fuerza social capaz de reemplazar a la clase obrera como agente principal. La única solución que se me ocurre es el fortalecimiento de esa misma clase obrera, aunque debería ser capaz de recurrir a formas de organización novedosas. Un movimiento obrero renacido necesita una nueva orientación. Sin dejar de notar que este tema requiere mucho debate, me contento con unas breves indicaciones.

En primer lugar, existe todo un espectro de temas muy importantes que los viejos movimientos obreros nunca se tomaron en serio. La mayoría de los sindicatos, los partidos y las organizaciones en general siguen siendo dominados por una cultura masculina, por prejuicios raciales, localismos y tienen poca conciencia sobre las cuestiones del cambio climático y la crisis medioambiental. Es evidente que las cosas están mutando, pero queda mucho por hacer todavía. 

En segundo lugar, la nueva estrategia obrera debería incluir en su agenda la igualdad social y los derechos. Debemos distanciarnos del economicismo vulgar del pasado, sin perder nunca de vista que la satisfacción de las necesidades básicas sigue siendo un aspecto fundamental. Los movimientos obreros deben convertirse en movimientos de clase en un sentido amplio

En tercer lugar, el movimiento obrero mundial tiende a ser antidemocrático y no permite que las bases alcen la voz. Debemos reemplazar esta estrategia autocrática por una estrategia democrática radical

En cuarto lugar, es urgente que las organizaciones obreras empiecen a orientarse en función de vínculos globales y actividades internacionales. Muchos de los desafíos más importantes, como el desempleo, el cambio climático, la pandemia o la coyuntura económica, no tienen solución a nivel nacional.

En fin, todos estos elementos deben formar parte de una estrategia radical consistente. Mucho daño nos hicieron los movimientos del pasado que cedieron a la tentación de formar parte de las instituciones dominantes en vez de contar con su propia fuerza. Esto vale para los sindicatos, integrados a distintas formas de corporativismo, pero también para los partidos obreros que, sin un movimiento de masas que los respaldara y sin posibilidad de construir mayorías electorales, terminaron uniéndose a distintos gobiernos de turno. En las condiciones actuales no deberíamos pensar tanto en un gobierno alternativo como en una buena oposición política, comprometida con la autoemancipación de la clase obrera y con la democracia de base.

NA. Hasta ahora hablamos del movimiento obrero y del trabajo en términos abstractos, pero tal vez es momento de especificar un poco las cosas. Me sorprende la libertad con que, al referirse al Sur Global, se suele apelar a conceptos que supuestamente describen realidades nuevas, como «precariado», cuando en verdad parecen describir una situación que, a nivel mundial, no solo no es reciente, sino que es más bien estructural.

Además, estos conceptos «nuevos» parecen suponer que experiencias como el Estado de bienestar fueron universales (cuando en realidad fueron más bien excepciones). ¿Qué opinión te merece el término «precariado» al que recurre Guy Standing?

MVDL. Guy Stanting es un gran investigador, que hizo contribuciones fundamentales para comprender las transformaciones de las relaciones laborales del capitalismo contemporáneo. Pero creo que su idea de que el «precariado» es la nueva «clase peligrosa» es inadecuada. Por un lado, parece implicar que es posible descartar al resto de la clase obrera como agente de cambio social. Por otro, sugiere que los trabajadores precarios son capaces de desestabilizar el capitalismo por su propia cuenta. Este tipo de pensamiento, que privilegia a un segmento de la clase obrera sobre otros, no es nuevo: tenemos el ejemplo del operaísmo de los años 1970, defendido por Sergio Bologna, Antonio Negri y otros. Esta gente pensaba que los trabajadores calificados pertenecían a los sectores dominantes y que la «masa» de trabajadores no calificados era la vanguardia. Debemos oponernos a ese tipo de sectarismos. Existen buenos motivos para enfatizar la unidad de la clase obrera. Es mejor dejar las tentativas de fragmentación en manos de nuestros oponentes.

Con todo, también debemos reconocer que quienes piensan como Standing no se equivocan cuando señalan la importancia de la precarización. La precarización es una tendencia global y crece casi en todo el mundo. En las regiones más desarrolladas del capitalismo global, la competencia feroz entre capitalistas genera hoy un efecto de «igualación» descendente en la calidad de vida y en las condiciones de trabajo. Las relaciones laborales de los países ricos empiezan a parecerse bastante a las de los países pobres. El filósofo István Mészáros se refiere a este fenómeno como la perecuación tendencial de las tasas de explotación.

Hay otro tema candente, muy vinculado con el anterior: el desempleo y el subempleo. En el curso del siglo veinte, especialmente a partir de los años 1940, el número de desempleados y subempleados del Sur Global creció a un ritmo vertiginoso. A fines de los años 1990, Paul Bairoch estimó que, en América Latina, África y Asia, el «desempleo total» se situaba en el orden del 30-40%, situación sin precedente en la historia, «salvo tal vez en el caso de la Antigua Roma». En Europa, América del Norte y Japón, el nivel promedio de desempleo siempre fue mucho más bajo. Además, en esos casos, responde siempre a la coyuntura económica y, por lo tanto, es de carácter cíclico, mientras que el «sobredesempleo» —el término es de Bairoch— en el Sur Global dispone de rasgos estructurales.

Los investigadores que estudiaron este problema, como José Nun, de Argentina, y Aníbal Quijano, de Perú, argumentaron que las decenas de millones de trabajadores permanentemente «marginados» del Sur Global no podían ser considerados como un «ejército industrial de reserva» en el sentido marxista: su condición social no era temporaria y no conformaban una masa de material humano siempre dispuesta a la explotación, pues sucedía que sus calificaciones simplemente no eran compatibles con los requisitos de la industria capitalista.

La precarización manifiesta una transformación importante del capitalismo contemporáneo. Aunque el capital productivo (la manufactura, la minería) sigue en expansión, existen otras porciones de la burguesía que están ganando cada vez más poder. El capital productivo está cada vez más subordinado al capital mercantil y al capital financiero, denominados por Marx, respectivamente, capital comercial y capital que rinde interés. Hoy asistimos, no solo al crecimiento impresionante de empresas de comercio (Amazon, Ikea, Walmart, etc.) y a una marejada de nuevos bancos y empresas de seguros, sino también al florecimiento de las subcontrataciones y de la tercerización. Este proceso debilita el poder de los sindicatos, pues estos suelen ser mucho más fuertes en el sector productivo que en los de comercio y finanzas.

NA. Entonces, las relaciones laborales del Norte Global están empezando a parecerse a las del Sur, pero el subempleo y el desempleo crónicos se manifiestan en el Sur de formas inconcebibles en los países del Norte.

Me pregunto si tu concepto de desigualdad relacional remite a esa situación, es decir, a la idea de que hay una especie de «aristocracia obrera» en el Norte Global que sigue sacando provecho de la explotación del Sur Global.

MVDL. Pienso que el concepto de «modo de vida imperial», acuñado por Ulrich Brand y Markus Wissen, es muy útil en este sentido. Su idea central es que los asalariados de los países capitalistas avanzados —comprendidos aquí en el sentido amplio al que hice referencia antes— sacan provecho de la explotación ecológica y económica de las regiones más pobres del mundo. Esto es lo que denomino desigualdad relacional: si los asalariados del Norte están mejor, es en parte porque los del Sur están peor, tanto en términos socioeconómicos como ecológicos. Esto es válido en el caso del consumo (las remeras baratas de Bangladesh incrementan el ingreso real de los asalariados del Norte), pero también dispone de una dimensión ecológica: los países capitalistas avanzados tienen poder económico y político para importar recursos y exportar desechos. En ese sentido, los asalariados del Norte se benefician del intercambio económico y ecológico desigual entre los países capitalistas desarrollados y los atrasados.

El colapso del «socialismo» en la Unión Soviética, China y en otras partes del mundo, y la adaptación de la India al pensamiento liberal —procesos que se desarrollaron durante los años 1980 y principios de los 1990— tuvieron como consecuencia la emergencia en esos países de segmentos de la clase asalariada que cuentan con ingresos relativamente buenos, a los que suele subsumirse bajo la categoría más bien imprecisa de «clases medias». Por eso el «modo de vida imperial» también existe en la ex-URSS, en Asia y en otras partes del mundo.

En consecuencia, la clase obrera mundial internalizó contradicciones que dificultan la solidaridad en términos objetivos. Esto nos plantea un problema importante y urgente: no basta con garantizar la igualdad económica y social, sino que también hay que garantizar la igualdad ecológica. Los recursos naturales son limitados. Como dijo Arghiri Emmanuel en los años 1960, las personas que viven en los países ricos pueden consumir esos productos que tanto les gustan solo porque hay personas que consumen muchos menos y otras que no consumen ninguno. ¿Cómo lograr la igualdad en este terreno? Si no es posible hacerlo de forma descendente —es decir, bajando los estándares de vida de los países desarrollados—, ni ascendente —por causas técnicas y ecológicas—, ¿significa que la solución debería pasar por un cambio global en los patrones de vida y consumo, es decir, en el concepto mismo de bienestar?

NA. Pero cabe pensar que la solidaridad internacional no solo fracasa a causa de las distintas capacidades de consumo. También están los que piensan que los trabajadores tienen más o menos poder en función del lugar que ocupan en los patrones de acumulación a nivel mundial.

Por ejemplo, la huelga de una fábrica automotriz en Alemania es «objetivamente» más importante, en el sentido de que afecta más decisivamente al capital global, que una huelga de recolectores de residuos en Argentina. ¿Cómo es posible sintetizar las distintas luchas obreras?

MVDL. Deberíamos pensar menos en términos de clases nacionales y más en términos de poder posicional. En los años 1970, Luca Perrone, un sociólogo brillante que lamentablemente murió joven, argumentó que las distintas secciones de la clase obrera ocupan posiciones distintas en un sistema definido por la interdependencia económica. En ese sentido, su potencial disruptivo puede divergir enormemente. Tomemos por caso los mataderos de Chicago del siglo diecinueve, que eran una especie de línea de montaje. El primer departamento era denominado el sitio de la muerte y era donde efectivamente se sacrificaba a los animales antes de que fueran procesados en los otros departamentos. Si el sitio de la muerte paraba, se paralizaba toda la industria de la carne. Ese poder posicional tiene un rol político. Por ejemplo, hubiese sido imposible derrocar al sah de Irán sin las huelgas de los petroleros de 1978-1979.

No creo que el Estado nación al que pertenecen los trabajadores defina su poder posicional. Los procesos de trabajo son mucho más importantes. Otro ejemplo: las commodities, que son el resultado de la combinación del trabajo de obreros y campesinos de todo el mundo. O tomemos, por ejemplo, los jeans que estoy usando ahora. El algodón más duro de la parte azul viene de los pequeños agricultores de Benín, país de África occidental. El algodón más suave de los bolsillos viene de Pakistán. El índigo sintético se produce en una planta química de Frankfurt, Alemania. Los remaches y los botones contienen zinc extraído por mineros australianos. El hilo es de poliéster manufacturado a partir de productos petrolíferos por los trabajadores de una planta química de Japón. Todas las partes son ensambladas en Túnez y el producto final se vende en Ámsterdam. Por lo tanto, mis jeans son el resultado de una combinación global de procesos de trabajo. De los trabajadores implicados en su producción, ¿qué grupo tiene más poder y qué grupo tiene menos? Es una pregunta empírica que solo podemos responder con información adecuada sobre —entre otras cosas— las posiciones que ocupan los distintos grupos en la competencia.

Ahora que una porción cada vez más grande de la clase obrera mundial empieza a formar parte de cadenas mercantiles transcontinentales, es probable que los trabajadores del Sur Global tengan más poder, al menos en potencia. Su situación es similar a la de los matarifes de Chicago. Si no entregan el cobalto, el coltán y el cobre, Samsung y Apple no pueden fabricar sus teléfonos. Pero seamos claros: se trata de un poder potencial. Para que se actualice, los trabajadores deben tomar conciencia de su posición estratégica y organizarse.

Además, hay otra dificultad: cuanto más cerca están los trabajadores del producto final de una cadena mercantil, más interés tienen en que los trabajadores de las etapas anteriores cobren salarios más bajos, al menos en el corto plazo. Los trabajadores de una fábrica automotriz sacan provecho, en el corto plazo, si los obreros metalúrgicos reciben bajos salarios, pues eso incrementa el margen de ganancias de la venta de los automóviles, conlleva seguridad laboral y, tal vez, una mejor remuneración. Ese obstáculo solo puede ser superado a través de la politización, pues los trabajadores deben tomar conciencia del cuadro completo. Y, en general, la conciencia tiende a incrementar en función de la actividad y la educación que los trabajadores desarrollan de manera independiente.

NA. La verdad es que tu tesis no parece muy optimista…

MVDL. Soy menos optimista que hace veinte o treinta años. Hoy los obstáculos a la renovación son mayores, y también son mayores los desafíos globales (especialmente el problema medioambiental). La crisis que observamos podría estar marcando el fin de un «gran ciclo» de desarrollo del movimiento obrero, que duró casi dos siglos. El trabajo organizado (como su aliado, el socialismo) cuenta casi dos siglos de existencia y durante su historia sufrió muchas transformaciones. Apoyándose sobre las tradiciones igualitaristas previas, el movimiento obrero comenzó a desarrollarse con las experiencias «utópicas» del período 1820-1840. Influenciado por la rápida emergencia del capitalismo y por la naturaleza cambiante de los Estados, empezó a bifurcarse luego de las revoluciones de 1848: un ala luchaba para construir una sociedad alternativa, sin Estados separados, aquí y ahora, mientras que la otra intentaba transformar el Estado con el fin de utilizarlo como un medio.

El primer movimiento —el anarquismo y el sindicalismo revolucionarios— tuvo su auge en las últimas décadas previas a la Segunda Guerra Mundial. El segundo movimiento —encarnado inicialmente por la socialdemocracia, pero transformado después hasta llegar a los partidos comunistas— tuvo su apogeo en las primeras décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Ninguno de los movimientos logró conseguir su objetivo de reemplazar el capitalismo por una sociedad justa y democrática.

Es dado pensar en un segundo «gran ciclo». De hecho, es lo que parecen anunciar, aunque sea tenuemente, los acontecimientos actuales. Los conflictos de clase no cesarán y los trabajadores de todo el mundo seguirán sintiendo la necesidad de organizarse y de luchar. Un nuevo movimiento obrero podría arraigar sobre los anteriores, aunque no sin que se produzcan cambios significativos. Por ejemplo, es fundamental que surja un internacionalismo real, que exceda la mera solidaridad simbólica. No creo que se trate simplemente de un principio humanista: la verdad es que no existen soluciones nacionales a los problemas que hoy enfrenta el mundo.

En el caso de que se concrete el renacimiento, es probable que el nuevo movimiento obrero difiera considerablemente del tradicional. Me atrevo a decir que cualquier estrategia exitosa dependerá de la capacidad de sintetizar a nivel transnacional respuestas efectivas a los grandes desafíos del presente (la economía global, la ecología, la igualdad de género, la seguridad social, el cambio climático, etc.). También debemos reconsiderar la bifurcación del anarquismo y del socialismo de partido. El anarquismo tiende a enfatizar la construcción de un «socialismo desde abajo» por medio de la autoemancipación de las masas movilizadas. Los socialistas de partido, en cambio, tienden a enfatizar el «socialismo desde arriba», es decir, la perspectiva de que el socialismo debe «bajar» a las masas, tendencia reforzada en las décadas recientes por muchos partidos que prácticamente no tienen inserción social. Aunque se supone que deberían escuchar a los ciudadanos, sobre todo en épocas electorales, la verdad es que los partidos hacen todo lo contrario: son medios a través de los cuales el Estado se comunica unilateralmente con la sociedad.

Espero que durante este segundo «gran ciclo» veamos una combinación entre las estrategias «desde abajo» y «desde arriba» que logre sintetizar las políticas de gobierno, la autoorganización y las grandes movilizaciones. Un cambio de este tipo llevará mucho tiempo. Según Max Weber, el «espíritu» del capitalismo resultó de un largo y arduo proceso de formación, que se desarrolló durante siglos enteros. Del mismo modo, es probable que solo podamos concebir una sociedad socialista como el resultado de un amplio proceso de formación en el que el cambio a nivel social interactúa con el cambio a nivel individual. En ese proceso, las organizaciones independientes y los avances concretos hacia la autoemancipación en todas las esferas de la vida, no solo en la económica, están llamados a jugar un rol fundamental.

Marcel van der Linden. Investigador principal del Instituto Internacional de Historia Social (Ámsterdam) y autor de Trabajadores y trabajadoras del mundo (Imago Mundi, 2019).

Nicolas Allen es coordinador de redacción de Jacobin América Latina. 
Traducción: Valentín Huarte 

Fuente: 

viernes, 4 de octubre de 2024

_- Estas cuatro infecciones comunes pueden causar cáncer

A certified medical assistant fills a needle with the drug Gardasil, used for HPV vaccinations.


Según un nuevo informe, el 13 por ciento de los cánceres están relacionados con bacterias o virus. Las vacunas y los tratamientos ofrecen una potente protección.

La mayoría de los casos de cáncer de estómago están causados por bacterias. La mayoría de los cánceres de cuello de útero, así como algunos cánceres genitales y orales, están causados por un virus. Y ciertas infecciones virales crónicas pueden provocar cáncer de hígado.

Según un nuevo informe publicado el miércoles por la Asociación Estadounidense para la Investigación del Cáncer, se calcula que este tipo de infecciones son responsables del 13 por ciento de todos los casos de cáncer en el mundo. Pero saber qué infecciones pueden derivar en cáncer significa que los científicos también tienen una buena idea de cómo evitar que lleguen tan lejos: existen vacunas y medicamentos eficaces para prevenir y tratar estas infecciones, y pueden detectarse precozmente mediante cribado.

Michael Pignone, catedrático de medicina de la Escuela de Medicina de Duke y miembro del comité directivo que supervisó el informe, dijo que los progresos realizados en la prevención y el tratamiento de estas cuatro infecciones, entre otras que pueden causar cáncer, eran una de las razones para destacarlas. Ahora estamos cerca de “convertir en enfermedades raras lo que antes habrían sido algunos cánceres comunes”, dijo.

Virus del papiloma humano
Existen más de 200 tipos del virus del papiloma humano, entre ellos una decena que aumentan significativamente el riesgo de cáncer cervical, genital y oral.

La mayoría de las personas infectadas por el VPH lo eliminan por sí solas. Pero alrededor del 10 por ciento de las mujeres con infección por VPH en el cuello uterino desarrollarán una infección persistente por un tipo de alto riesgo. Esto puede hacer que las células se reproduzcan rápidamente e inactiven las proteínas que suprimen los tumores, dijo Denise Galloway, directora científica del Centro de Investigación Integrada de Tumores Malignos Asociados a Patógenos del Centro Oncológico Fred Hutch de Washington.

La mayoría de las personas sexualmente activas se infectarán con el virus del papiloma humano al menos una vez en su vida. El uso del preservativo puede proteger frente a la infección por VPH, aunque no totalmente. La vacunación ofrece la mayor protección.

“Si se vacuna a quien es joven, el riesgo se reduce a cero”, dijo Galloway.

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades recomiendan dos o tres dosis de la vacuna contra el VPH a partir de los 11 o 12 años y hasta los 26 años. Algunos adultos mayores también pueden optar por vacunarse.

Pero las investigaciones han demostrado que muchos jóvenes que cumplen los requisitos para vacunarse no lo han hecho.

“Aumentar las tasas de vacunación es la estrategia más importante a largo plazo”, dijo Pignone. La detección temprana también es esencial para tratar las anomalías celulares causadas por el VPH antes de que se conviertan en cáncer. Los médicos pueden detectar una infección por VPH mediante un frotis vaginal o cervical. Muchas personas se hacen la prueba del VPH al mismo tiempo que la citología vaginal.

Hepatitis B y C
Según dijo Sunyoung Lee, oncólogo gastrointestinal del MD Anderson Cancer Center de Texas, estos virus provocan cáncer principalmente porque causan inflamación en las células hepáticas. La inflamación crónica provoca una acumulación de tejido cicatricial en el hígado, denominada cirrosis, que es un importante factor de riesgo de cáncer. En ciertos casos, la hepatitis B también puede causar directamente cáncer al alterar las células sanas del hígado, dijo Lee.

Tanto la hepatitis B como la C pueden transmitirse por contacto con sangre, semen u otros fluidos corporales. En Estados Unidos, la hepatitis C es más frecuente entre los consumidores de drogas intravenosas que comparten agujas contaminadas.

La hepatitis B suele transmitirse de madre a hijo. El virus es más común en Asia oriental —China, Japón, Corea del Sur y Vietnam— y entre pacientes asiáticos en Estados Unidos que se infectaron a través de sus madres al nacer, dijo Lee.

Los médicos pueden detectar ambas infecciones con análisis de sangre.

Existe una vacuna muy eficaz contra la hepatitis B, y desde 1991 se recomienda vacunar a los niños contra el virus. Los adultos de hasta 60 años y los de cualquier edad que presenten determinados factores de riesgo deben someterse a las pruebas de detección y vacunarse si aún no lo han hecho.

No hay vacuna contra la hepatitis C, pero no compartir agujas es la mejor forma de prevenir el riesgo de infección.

Los medicamentos antivirales pueden curar la hepatitis C, dijo Lee. Pero a menudo los pacientes permanecen sin tratamiento durante años, bien porque no se dan cuenta de que su infección es grave y requiere tratamiento, bien porque pierden el contacto con el sistema de salud.

Lee siempre pregunta a los pacientes cuándo se les diagnosticó la hepatitis, dijo. Algunos le dicen que hace 20 años. Esa exposición prolongada puede dañar el hígado y aumentar el riesgo de cáncer hepático.

La hepatitis B puede ser desde una infección aguda leve hasta una infección crónica. Estas infecciones persistentes requieren tratamiento, incluso con medicamentos antivirales y, en algunos casos, interferón, una proteína que ayuda al sistema inmunitario a combatir las infecciones.

Dado que la hepatitis B suele transmitirse de madre a hijo, las mujeres embarazadas deben someterse a las pruebas, dijo Lee.

H. pylori
Las infecciones por H. pylori son muy frecuentes: aproximadamente la mitad de la población mundial es portadora de la bacteria. Pero solo entre el 1 y el 3 por ciento de ellos desarrollarán cáncer. Los científicos no están completamente seguros de por qué ocurre esto, ni de cómo la bacteria causa realmente el cáncer, dijo Nina Salama, vicepresidenta sénior de educación del Centro Oncológico Fred Hutch, quien ha estudiado el H. pylori.

La bacteria se encuentra en la saliva, la placa dental y las heces. Según dijo Salama, las infecciones suelen producirse en la infancia a través de contactos familiares estrechos o en viviendas hacinadas, y la mayoría de las personas son asintomáticas.

La infección produce inflamación crónica en el revestimiento del estómago, lo que favorece el cáncer, dijo Salama; las bacterias también introducen proteínas tóxicas en las células que pueden causar mutaciones. La cepa de la bacteria y la genética de la persona también pueden influir.

La mejor forma de prevenir el contagio en las familias es evitar, en la medida de lo posible, compartir utensilios de comida, vasos y cepillos de dientes, dijo Salama. Lavarse bien las manos con agua y jabón durante al menos 20 segundos antes de preparar la comida o comer, así como después de ir al baño, eliminará el virus.

Salama señaló que en Estados Unidos no se realizan pruebas rutinarias de detección del cáncer gástrico. Pero las personas con úlceras de estómago, dolor de estómago o heces sanguinolentas deben someterse a pruebas de detección de la bacteria.

Los médicos tratan las infecciones por H. pylori con antibióticos y también suelen recetar fármacos que reducen el ácido y protegen el revestimiento del estómago, dijo.

jueves, 3 de octubre de 2024

Estos alimentos ayudan a combatir la inflamación. La inflamación crónica puede ser un asesino silencioso, pero ciertos cambios en la dieta pueden contribuir a reducirla.

Los expertos a veces describen la inflamación como un mal necesario. Por un lado, esta respuesta esencial del sistema inmunitario te ayuda a mantenerte a salvo y a curarte de las enfermedades, aunque no siempre es agradable: a menudo provoca síntomas como enrojecimiento, hinchazón y dolor. 

Pero cuando los niveles de inflamación en el organismo se mantienen elevados durante meses o años —incluso en ausencia de una amenaza—, pueden crear sus propios riesgos para la salud. Si no se atiende, la inflamación crónica puede aumentar el riesgo de padecer problemas de salud graves como cáncer, enfermedades cardiovasculares, artritis y trastornos metabólicos como la diabetes de tipo 2.

Esta afección, que según algunos estudios afecta a un tercio de los adultos en EE. UU., es difícil de diagnosticar. Esto se debe en parte a que los síntomas de la inflamación crónica pueden variar mucho y no existe una prueba que pueda diagnosticarla de forma fiable.

Las dietas ricas en alimentos muy procesados y azucarados están relacionadas con la inflamación crónica, mientras que se ha demostrado que el consumo de ciertos alimentos saludables —frutas frescas, verduras, fibra y determinadas grasas— ayuda a reducirla. Estos son los alimentos que tienen beneficios antiinflamatorios demostrados.

An illustration of various leafy greens in watercolor style.
 Verduras, especialmente las de hoja verde 
Sean Spencer, gastroenterólogo y médico-científico de la Universidad de Stanford, dijo que la fibra de las verduras es esencial para alimentar y mantener el microbioma intestinal, que envía señales al sistema inmunitario para mantener baja la inflamación. Los antioxidantes de las verduras también pueden ayudar a reducir la inflamación.

Tami Best, dietista de Rochester, Nueva York, recomendó verduras de hoja verde como las espinacas, la col rizada, la berza (o col forrajera), el brócoli, las acelgas y la arúgula, que tienen un alto contenido en antioxidantes.

También son útiles, dijo Best, las verduras ricas en apigenina, un tipo de compuesto vegetal llamado flavonoide que tiene propiedades antiinflamatorias. Estas incluyen el apio, las zanahorias y el perejil.

Barbara Olendzki, profesora asociada de medicina en la UMass Chan Medical School quien desarrolló una dieta antiinflamatoria, dijo que la mayoría de las personas no consumen suficientes verduras, pero hay maneras fáciles de incorporar más.

Recomendó añadir cebollas, espinacas y tomates a los huevos o agregar zanahorias ralladas o verduras de hoja verde a la salsa de la pasta.

An illustration of blueberries, cherries and a lemon slice in watercolor style.
 Frutas, especialmente bayas 
Las frutas son otro grupo de alimentos antiinflamatorios ricos en fibra y antioxidantes, dijo Best. Señaló que las cerezas ácidas o guindos y las bayas, especialmente los arándanos, son ricas en flavonoides que combaten la inflamación.

También aconsejó comer cítricos porque son ricos en vitamina C, un antioxidante que protege las células contra la oxidación, que puede provocar inflamación.

An illustration of two transparent orange bowls filled with beans, painted in watercolor. One bowl contains green beans, one contains brown beans.
Legumbres 
Nate Wood, médico y director de medicina culinaria de la Escuela de Medicina de Yale, dijo que los frijoles, las lentejas, el edamame, el tofu, el tempeh y otros alimentos a base de legumbres pueden ser poderosos combatientes de la inflamación porque son ricos en fibra y antioxidantes.

Leona West Fox, nutricionista funcional de Santa Mónica, California, dijo que las legumbres no solo son beneficiosas para el microbioma intestinal, sino que también son ricas en vitaminas y minerales como el folato y el magnesio, que algunos creen que están asociados con la reducción de la inflamación.

Las legumbres son versátiles, dijo Best. Puedes añadirlas a una sopa o una ensalada, disfrutarlas solas o molerlas en un hummus o una pasta de frijoles negros para acompañar verduras. O tostar unos garbanzos con un poco de aceite de oliva y el condimento de tu elección para un tentempié saludable, añadió.
An illustration of cloves, ginger, cinnamon sticks, and oregano in watercolor painting style.
 Cúrcuma y otras especias
Las especias pueden combatir la inflamación, aunque la mayoría de la gente no las consume en grandes cantidades.

La curcumina, un compuesto que se encuentra en la cúrcuma (también conocida como palillo), se ha relacionado con la reducción de la inflamación en animales. Los estudios también han demostrado que especias como el jengibre, el cardamomo y el ajo también pueden ayudar a combatir la inflamación.

An illustration of 3 transparent jars containing kimchi, yogurt and kombucha, painted in watercolor.

 Alimentos fermentados 
Algunos estudios proponen que consumir una variedad de alimentos fermentados, como yogur, kimchi, chucrut y kombucha, también puede ayudar a reducir la inflamación.

En un pequeño estudio, publicado en 2021, los investigadores dividieron a 36 adultos sanos en dos grupos: a uno se le indicó que siguiera una dieta rica en alimentos fermentados, mientras que el otro tenía una dieta rica en fibra. Al final del estudio, el grupo que comió más alimentos fermentados vio una disminución consistente en los niveles de inflamación, mientras que el otro grupo vio una mezcla de resultados dependiendo del estado de su microbioma intestinal al comienzo del estudio.

Aun así, Wood dijo que se necesita más investigación sobre si el consumo de alimentos fermentados puede reducir significativamente la inflamación. Solo hay que evitar los alimentos fermentados como ciertos yogures y kombuchas que contienen azúcares añadidos, dijo Spencer.
An illustration of a piece of salmon, a walnut, an egg and flax seeds, painted in watercolor.
 Ácidos grasos omega-3 
Los estudios sugieren que los ácidos grasos omega-3 también pueden combatir la inflamación. Wood dijo que estas grasas saludables pueden ayudar a producir moléculas llamadas resolvinas y protectinas en el cuerpo, que “parecen reducir los niveles de inflamación”, explicó, “aunque los investigadores todavía están investigando cómo” lo hacen, añadió.

Entre los alimentos ricos en ácidos grasos omega-3 se encuentran los pescados grasos (salmón, arenque, caballa, atún), los huevos, los frutos secos (sobre todo las nueces) y las semillas (como las de lino y cáñamo). West Fox recomienda untar una cucharada de mantequilla de frutos secos en rodajas de manzana o espolvorear semillas de lino molidas en el yogur, las hojuelas de avena o la ensalada.
An illustration of a transparent teacup containing light tea next to a transparent, purple teacup containing coffee. Both are rendered in watercolor.
Café y té 
El café y el té son ricos en antioxidantes, por lo que consumirlos con moderación podría ayudar a reducir la inflamación, dijo el doctor Wood. En un estudio de 2015 de alrededor de 1700 adultos mayores blancos, se encontró que los consumidores regulares de café tenían niveles más bajos de ciertos marcadores inflamatorios que aquellos que no bebían café regularmente.

Eso sí: ten cuidado con el azúcar añadido, dijo Olendzki.

En conclusión
Dado que varios nutrientes pueden ayudar a reducir la inflamación de distintas maneras, quienes deseen reducirla deben centrarse en consumir una amplia variedad de frutas, verduras, fibra, omega-3 y otros alimentos que combatan la inflamación, dijo Wood. Recomendó comer al menos 30 alimentos diferentes a la semana.

De hecho, no existe un alimento o producto mágico que pueda calmar la inflamación por sí solo, pero Spencer dijo que hay muchas opciones de menú saludables y deliciosas que pueden ayudar, y animó a la gente a encontrar algunas que les gusten. Hay todo un universo de sabores más allá de los alimentos procesados, añadió.

miércoles, 2 de octubre de 2024

_- El efecto Kuleshov

_- Hace ya muchos años cursé una Diplomatura en cinematografía en la Universidad de Valladolid. Me preocupaba entonces (preocupación que, lejos de aminorarse o desaparecer, se ha seguido acrecentando) el hecho de que las personas recibamos la mayoría de los mensajes a través de los medios de comunicación sin conocer el código de los lenguajes en que se transmiten. Un pequeño grupo de expertos fabrican los contenidos y un sinnúmero de analfabetos audiovisuales los consumimos. Por eso somos presas fáciles de la manipulación.

Este experimento, realizado a través del montaje, se basó en la yuxtaposición de un mismo primer plano del actor Iván Mozzhujin con planos de un plato de sopa, una niña en un ataúd y una mujer en un diván.

Y además, al no dominar los códigos de ese lenguaje, tenemos dificultades para discernir si los mensajes que nos presentan tienen calidad o son pura basura.

Recuerdo de aquellos cursos la explicación en las clases de montaje, del llamado efecto Kuleshov. Lev Vladimirovivh Kuleshov fue uno de los pioneros del cine soviético. Nació en 1889 y falleció en 1970. Creó la primera Escuela de Cine del mundo de la que luego fue destacado profesor. Como cineasta y teórico, se hizo famoso por su experimentos en torno al montaje. Es de todos conocido el llamado efecto Kuleshov. En él se reconoció, una vez más, la enorme importancia del montaje y se demostró la tendencia a leer textos yuxtapuestos como uno solo, construyendo una historia.

Este experimento, realizado a través del montaje, se basó en la yuxtaposición de un mismo primer plano del actor Iván Mozzhujin con planos de un plato de sopa, una niña en un ataúd y una mujer en un diván. Las tres breves secuencias hacían al espectador reconocer en la impasible cara del actor las sensaciones de hambre (primer montaje), dolor (segundo montaje) y lujuria (tercer montaje).

La expresión del rostro era idéntica en los tres casos pero, al estar vinculada en el primero a un plato de sopa, el espectador veía en el rostro del actor la sensación de hambre, al vincularse al cadáver de la niña en el ataúd la sensación atribuida por el espectador fue de dolor y al contemplar el rostro asociado a la mujer recostada en un diván, se despertaba la actitud de deseo.

El espectador proyecta sus sensaciones y las sitúa en la expresión del actor, tiñéndolas de un sentimiento u otro, según lo que él ha percibido. Está mas que claro en este caso que el espectador ve las cosas no como son (el actor está impasible en las tres secuencias) sino como él las quiere ver.

Esta diferencia de percepción ante el mismo rostro tiene que ver con lo denotativo y lo connotativo. La denotación es el significado objetivo que nos trasmiten una palabra, una imagen o un hecho. Lo connotativo es su dimensión subjetiva, lo que nosotros les hacemos decir a las palabras, a las imágenes o a los hechos.

Y así sucede, en general, con la forma de ver las cosas y de ver el mundo. Si no nos andamos con cuidado, si no analizamos con rigor, tenderemos a ver la realidad con el color del cristal que las miramos. “No vemos las cosas como son, vemos las cosas como somos”, dice Anais Nin.

El espectador es, de alguna manera, “engañado” por el montaje. No es cierto que el actor del experimento esté viviendo esos sentimientos que el espectador percibe. Es el montaje el que le induce a interpretarlo así. Se me viene a la mente la expresión española “menudo montaje” para explicar que alguien está dando una explicación o actuando de una manera que pretende conseguir un efecto determinado en el destinatario. En efecto, una acepción de la palabra montaje es “situación preparada para hacer verdadero lo que es falso”. Y así se dice, por ejemplo, que el asesino intentó demostrar que todas las pruebas eran un montaje de la policía. Manejan la percepción

Y hay gente que se dedica a hacer montajes para que los demás pensemos y reaccionemos de una determinada manera. Con la intención de conseguir un fin concreto: que el receptor acabe pensando algo o que acabe haciendo algo. Sucede con la publicidad. Nos presentan montajes destinados a la compra. Así sucede con la política en tiempos electorales: nos ofrecen montajes tendentes a captar el voto. Así sucede con los proselitistas: elaboran montajes para captar seguidores. Así sucede con las relaciones. Nos hacemos montajes para conseguir determinadas reacciones de los otros.

Baste ver las portadas de los periódicos de un día cualquiera o los telediarios que ofrecen una visión de la actualidad. La realidad que pretenden contar ha sido la misma para todos. Pero cada periódico o cadena ofrece en portada un titular que contiene un sesgo subjetivo, a veces, descarado. Nos ofrecen a los lectores y espectadores una realidad pasada por el filtro de su connotación, de su ideología o de su interés. Nos hacen un montaje que es al que nosotros accedemos para ver y juzgar la realidad.

Hay otro nivel de manipulación previo, que es la selección de los contenidos. ¿Por qué estos y no otros? De modo que la manipulación puede venir por el modo en que se cuenta la realidad y también, por la selección de aquello que se decide contar.

Lo que pretendo decir con estas líneas es que no hay que dejarse engañar. Es preciso saber discernir, sabe analizar con rigor. Hay que ser capaces de descubrir las trampas. Tenemos que estar muy despiertos. A veces nos engañamos solos, consciente o inconscientemente, ya lo sé. Muchas veces somos engañados por quienes manejan la información. Una de las causas es la ingenuidad, la credulidad. Otra es la falta de formación, la falta de herramientas elaboradas para hacer el análisis.

El espíritu crítico nos debe acompañar siempre. Hemos de tener ojo avizor. En realidad, en eso consiste la educación, en ayudarnos a pasar de una mentalidad ingenua a una mentalidad crítica, como decía Paulo Freire. Educar es ayudar a que la mosca pueda escapar del cazamoscas. La realidad es una pero la forma de verla tiene muchas perspectivas. Estamos en plena campaña electoral. Los partidos políticos ofrecen visiones de los mismos hechos, de los mismos datos, de las mismas realidades. Parecería que están describiendo y analizando hechos diferentes. Cada partido tiene una perspectiva peculiar.

Esta peliaguda cuestión de la comunicación tiene, como es lógico, una doble cara. La del emisor que pretende engañar al receptor mediante diversos tipos de montajes y la del receptor que se deja engañar por el emisor cuando los recibe de forma ingenua, acrítica y estúpida. Una comunicación sincera evita los engaños intencionados. Una comunicación inteligente, descubre las trampas de la comunicación. Ambas formas de proceder se adquieren y afianzan a través de la educación. Porque la educación, como atinadamente apunta Philippe Perrenoud, ayuda a construir las herramientas necesarias para hacer el mundo inteligible y a comprender las causas y las consecuencias de la acción.

martes, 1 de octubre de 2024

_- Noche de bodas. Joaquín Sabina.

_- Que el maquillaje no apague tu risa,
que el equipaje no lastre tus alas,
que el calendario no venga con prisas,
que el diccionario detenga las balas,
Que las persianas corrijan la aurora,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.
Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana

Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.

Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te den la razón los espejos,
que te aproveche mirar lo que miras.
Que se divorcie de ti el desamparo,
que cada cena sea tu última cena,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.
Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina.
Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.

lunes, 30 de septiembre de 2024

Viviendas de sobra, gente sin vivienda: así es el mercado

El cada vez mayor número de personas y grupos de población sin acceso a la vivienda es un problema creciente en casi todos los países avanzados del planeta.

En este comentario no pretendo hacer un análisis exhaustivo de este problema. Sólo pretendo mostrar que no se podrá resolver mientras el mercado siga siendo el mecanismo principal que determine el número, el tipo y el precio de las viviendas que se construyen.

Cuando se asume este último principio, la provisión a través del mercado, siempre se dice lo mismo: hay población sin acceso a la vivienda por un problema de oferta; es decir, porque no hay suficientes en el mercado. La solución, entonces, es seguir construyendo.

Es curioso que se mantenga esa tesis porque los datos no muestran que eso sea exactamente lo que ocurre.

Según los últimos datos disponibles, en España hay 26,9 millones de viviendas. Puesto que el número de hogares es de 19,2 millones, resulta que hay casi 1,5 viviendas por cada familia u hogar. Con edades entre 20 y 30 años (el grupo de población con mayor porcentaje de preocupación por carecer de vivienda), hay 4,9 millones y, al mismo tiempo, 3,8 millones de viviendas vacías. Y el Banco de España afirma que es preciso construir 600.000 viviendas cuando en 2023 se acumulaban en nuestro país 447.691 sin estrenar; es decir, construidas, pero sin haber encontrado quien las comprara.

Ya sé que acabo de dar datos generales y que hacer medias en estos casos puede inducir a conclusiones equivocadas. Sin embargo, los que acabamos de ver me parecen válidos para demostrar que, si se quiere resolver el problema del casi imposible acceso a la vivienda de cada vez más personas, no basta con construir más. ¿Quién garantiza que, si se construyesen las 600.000 viviendas nuevas que reclama el Banco de España, iban a ser habitadas por las personas que las necesitan?

El problema del acceso a la vivienda no es que haya insuficiente número de ellas o, ni siquiera, que no se encuentren en donde desea o necesite vivir la gente que no la tiene.

Para acceder hoy día a una vivienda no sólo basta con que haya suficientes en el mercado sino, además y sobre todo, disponer de ingresos suficientes para comprarlas o alquilarlas. Y eso no depende, como se quiere hacer creer, de que se construyan más a través del mercado, por una sencilla razón: este no proporciona viviendas a quien las necesita, sino a quien tenga dinero para comprarlas. La prueba evidente es que, mientras que millones de españoles no pueden acceder a la vivienda, el fondo de inversión Blackstone es propietario de 30.000. De hecho, como bien ha dicho Alejandro Inurrieta, quien más dificulta que se tomen las medidas necesarias para facilitar el acceso a la vivienda en España son los grupos de presión de los fondos de inversión y de los multipropietarios de viviendas de alquiler.

La dificultad para acceder a la vivienda es un problema producido porque se ha permitido e incentivado que la vivienda deje de ser una mercancía que satisface una necesidad de habitación cuyo precio, como el de todos los bienes de consumo, tiende a decrecer. Por el contrario, se ha convertido en un activo financiero en el cual se invierte especulativamente porque se puede hacer que su precio aumente sin cesar o, últimamente, en un bien de capital para desarrollar negocios turísticos.

El uso social y económico de la vivienda se ha desnaturalizado y esto es lo que realmente origina la dificultad o falta de acceso a su propiedad o alquiler. Como activo financiero, interesa que su precio suba constantemente y quienes operan en esos mercados hacen todo lo posible para que así sea. En una carta a sus accionistas del pasado mes de febrero, el fondo Blackstone reconocía que le conviene que haya escasez de viviendas porque su estrategia es que suban sus precios.

La presencia cada más intensa en el mercado de viviendas de este fondo y de otros con sus mismos objetivos y modos de actuación comienza a impedir que hasta las más asequibles lleguen a manos de quienes, con menor ingreso, las necesitan. No sólo están aumentando su presencia como compradores de ese tipo de viviendas, sino también en el mercado de alquiler. Acaparan y hacen que aumente el precio utilizando para ello la Inteligencia Artificial o, simplemente, el poder para marcar las referencias de todas las operaciones inmobiliarias que les da su enorme número de propiedades.

Es verdad que no se construye un número suficiente de viviendas sociales y accesibles para la población de menor ingreso, pero el problema ni empieza ni acaba aquí. Ha sido la conversión de la vivienda en activo financiero lo que genera el conjunto complejo de factores que las están haciendo inasequibles para tantas personas: la especulación inmobiliaria, el alza de precios y su desajuste con los sueldos y salarios, o el aumento de los costes hipotecarios. Y, todo ello, unido a la mayor precariedad laboral y al incremento de la desigualdad que reduce el poder adquisitivo de la mayoría mientras da capacidad ilimitada de compra a una exigua minoría que acapara los mercados.

Lo que se está padeciendo es la consecuencia de dejar que sea el mercado quien decida cuántas viviendas construir y a qué precio. Y, ante eso, no caben soluciones parciales, ni simplistas.

Son necesarias actuaciones globales, de conjunto, que ataquen todas las causas del problema y, sobre todo, que se basen en un principio operativo básico y esencial: la vivienda es un bien público destinado a satisfacer una necesidad social y no un activo financiero con el que se comercia con el único fin de obtener provecho. Hay que aumentar, desde luego, la construcción de nuevas viviendas asequibles, fomentar el alquiler, controlar los precios o establecer que el pago para acceder a ella no supere un determinado porcentaje del ingreso. Sin duda alguna. Pero si no se parte de asumir, respetar y poner en práctica ese principio no se podrá conseguir nunca que las viviendas asequibles que se construyan sean habitadas finalmente por quienes realmente las necesitan.

Dicho de otra manera, sólo dejando a un lado al mercado y pasando a considerar a la vivienda como un bien público cuya provisión debe quedar asegurada a todas las personas que la necesiten se puede dar cumplimiento al artículo 47 de nuestra Constitución: «Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación».