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lunes, 24 de junio de 2013

Las promesas rotas del PP o eran mentiras para que les votaran y después, una vez con el gobierno en el bolsillo, hacer lo que tenían planeado?






«El trabajo es anterior a, e independiente del capital. El capital es sólo el fruto del trabajo, y nunca hubiera existido si el trabajo no hubiera existido primero. El trabajo es superior al capital, y merece una más alta consideración» Abraham Lincoln. (12-02-1809/15-04-1865) Decimosexto Presidente de los EE.UU. y primero por el partido republicano

Enlaces a Lincoln en este blog.

Aunque parezca mentira, estas palabras han sido pronunciadas por Rajoy hace un rato y no por ningún economista de izquierdas: "Quisiera acabar con un mito muy extendido sobre el tamaño de la administración pública: España se sitúa entre los países de la eurozona con menor gasto público, un 43%, seis puntos menos que nuestro entorno". "Nuestro mayor problema es el desplome brutal de los ingresos".

lunes, 11 de mayo de 2015

Más Lorca. La muerte del escritor encarnó una derrota de la humanidad

“Quien salva una vida salva al universo entero”. Esa frase del Talmud, que refulge en la Medalla de los Justos, también nos remite a un reverso: “Quien mata una vida mata al universo entero”. Ese es el estremecimiento que sentimos cada vez que se nombra a Federico García Lorca. Su obra es un cuerpo que alberga todas las vidas y su muerte encarnó una derrota de la humanidad. Ese crimen vuelve y vuelve a visitarnos, a sacudir la amnesia, a la manera en que la historia maltratada alienta bajo la superficie del presente. La última revelación, la del informe de la policía franquista de 1965, aclara la intencionalidad política del crimen de Granada, su carácter de “crimen de crímenes”, de metáfora genocida. No hubo muerte “accidental” de Lorca. Una tarea prioritaria de los escribas franquistas fue desalmar el lenguaje. El documento habla de “confesión”. Lo que eso significa: sufrió tormento. Lorca fue un eccehomo. En él mataban a todo lo que odiaban. A la heterodoxia, pero también a la tradición de la risa y la libertad del pueblo. A la belleza, a la verdad y al alma íntima de las palabras. En Poeta en Nueva York hay una profecía: “Cuando se hundieron las formas puras / bajo el cri cri de las margaritas / comprendí que me habían asesinado (...) Ya no me encontraron. ¿No me encontraron? No. No me encontraron”.
La ONU ha vuelto a denunciar al Estado español por desentenderse de sus obligaciones con las víctimas y desaparecidos del franquismo.
Este mes de mayo se entregará en Nueva York el Premio Alba (Abraham Lincoln Brigade Archives) a los voluntarios de la Memoria Histórica. Podrán seguir así por un tiempo las tareas de las que se inhibe la inmoralidad vigente.
Tal vez Lincoln encuentre a Lorca.
 9 MAY 2015 
http://elpais.com/elpais/2015/05/08/opinion/1431085045_630156.html
Naciones Unidas reclama a España juzgar las desapariciones del franquismo.

Aquí la canción por Leonard Cohen con la letra en inglés y español:

https://youtu.be/jWMOqVKHeSQ

Leonard Cohen compuso la música y la letra, adaptación en inglés, basándose en el poema “Pequeño vals vienés” de Federico García Lorca,

(after Lorca)
Now in Vienna there’s ten pretty women
There’s a shoulder where Death comes to cry
There’s a lobby with nine hundred windows
There’s a tree where the doves go to die
There’s a piece that was torn from the morning
And it hangs in the Gallery of Frost
Ay, Ay, Ay, Ay
Take this waltz, take this waltz
Take this waltz with the clamp on it’s
 jaws
Oh I want you, I want you, I want you
On a chair with a dead magazine
In the cave at the tip of the lily
In some hallways where love’s
never been
On a bed where the moon has been sweating
In a cry filled with footsteps and sand
Ay, Ay, Ay, Ay
Take this waltz, take this waltz
Take it’s broken waist in your hand
This waltz, this waltz, this waltz, this waltz
With it’s very own breath of brandy and Death
Dragging it’s tail in the sea
There’s a concert hall in Vienna
Where your mouth had a thousand reviews
There’s a bar where the boys have stopped talking
They’ve been sentenced to death by the blues
Ah, but who is it climbs to your picture
With a garland of freshly cut
 tears?
Ay, Ay, Ay, Ay
Take this waltz, take this waltz
Take this waltz it’s been dying
 for years
There’s an attic where children are playing
Where I’ve got to lie down with you soon
In a dream of Hungarian lanterns
In the mist of some sweet afternoon
And I’ll see what you’ve chained to your sorrow
All your sheep and your lilies of snow
Ay, Ay, Ay, Ay
Take this waltz, take this waltz
With it’s ‘I’ll never forget you, you know!’
This waltz, this waltz, this waltz, this waltz...
And I’ll dance with you in Vienna
I’ll be wearing a river’s disguise
The hyacinth wild on my shoulder,
My mouth on the dew of your thighs
And I’ll bury my soul in a scrapbook,
With the photographs there, and the moss
And I’ll yield to the flood of your
beauty
My cheap violin and my cross
And you’ll carry me down on your dancing
To the pools that you lift on your wrist
Oh my love, Oh my love
Take this waltz, take this waltz
It’s yours now. It’s all that there is
(basado en Lorca)
Ahora en Viena hay diez preciosas mujeres.
Hay un hombro sobre el que la muerte llora.
Hay un hall de entrada con novecientas ventanas.
Hay un árbol, al que las palomas van a morir.
Hay un trozo que fue separado de la mañana.
Y está colgado en la Galería del Hielo.
Ay, Ay, Ay, Ay
Toma este vals, toma este vals.
Toma este vals con la mordaza de sus mandíbulas.
Oh te quiero, te quiero, te quiero.
En una silla con una revista muerta.
En una cueva, con el trozo de un lirio.
En algunos pasillos donde el amor
nunca ha estado.
En una cama donde la Luna ha sudado.
En un sollozo lleno de pisadas y arena.
Ay, Ay, Ay, Ay
Toma este vals, toma este vals.
Toma su cintura rota en tu mano.
Este vals, este vals, este vals, este vals.
Con su aliento a brandy y a
muerte.
Arrastrando su sobra hacia el mar.
Hay una sala de conciertos en Viena
Donde tu boca fue mil veces comentada.
Hay un bar donde los chicos han dejado de hablar,
condenados a muerte por el blues.
Ah, pero ¿quién se sube a tu imagen
con una guirnalda de lágrimas recién cortadas?
Ay, Ay, Ay, Ay
Toma este vals, toma este vals.
Toma este vals que ha estado muriendo durante años.
Hay un ático donde los niños están jugando.
¿Dónde tendré que acostarme contigo?
En un sueño de linternas húngaras
entre la niebla de una dulce tarde.
Y veré lo que has encadenado a tu
desdicha
Todas tus ovejas y tus lirios de nieve.
Ay, Ay, Ay, Ay
Toma este vals, toma este vals.
Con su “yo nunca te olvidaré, ya sabes”.
Este vals, este vals, este vals, este vals…
Y bailaré contigo en Viena
Llevaré un disfraz de río.
El jacinto silvestre en mi hombro.
Mi boca en el rocío de tus muslos.
Y enterraré mi alma en un libro de recuerdos,
con las fotografías allí y el moho.
Y me rendiré ante la inundación de tu belleza.
Mi violín barato y mi cruz.
Y tú me llevarás hacia abajo con tu baile,
a las piscinas que levantas en tu muñeca.
Oh mi amor, oh mi amor.
Toma este vals, toma este vals.
Es tuyo ahora. Es todo lo que hay.

martes, 5 de abril de 2016

La guerra que tocó el corazón americano. Adam Hochschild aborda en un libro el papel de los estadounidenses que lucharon en la contienda civil española. La obra también trata la colaboración de la compañía Texaco con Franco.

Albert Camus escribió que los hombres de su generación tenían a España en el corazón, que allí supieron “que uno puede tener razón y aun así ser golpeado, que algunas veces el coraje no tiene recompensa”. Eso lo aprendieron entre 1936 y 1939, en una guerra civil, la española, que comenzó con un golpe militar contra un Gobierno democrático. Para muchos, era la oportunidad de derrotar al fascismo en la Europa de Hitler y Mussolini.

La mecha prendió más allá de España tras el 18 de julio. Unos 40.000 hombres y mujeres de 52 países acudieron a luchar contra el fascismo en las Brigadas Internacionales. De ellos, 2.800 eran voluntarios estadounidenses, pese a que el presidente Franklin D. Roosevelt decidió no involucrar a EE UU en el conflicto. Más de 700 perdieron la vida, como el comandante Bob Merriman, ejecutado en Gandesa (Tarragona) en 1938. Nunca se encontró su cadáver.

También hubo estadounidenses que colaboraron con Franco, como Torkild Rieber, el presidente de la petrolera Texaco, quien desde su oficina en Nueva York vulneró la ley de neutralidad de su país y envió petróleo a los nacionales.

Madrid se llenó de corresponsales extranjeros. Muchos se alojaban en el Hotel Florida, en el centro de la ciudad, desde donde enviaban sus crónicas. Hemingway comenzó allí su romance con la escritora y periodista Martha Gellhorn, con quien se acabaría casando. Y allí se las tuvo y retuvo con su compatriota y colega John Dos Passos.

Adam Hochschild (Nueva York, 1942) reúne las mil y una historias de los estadounidenses en la Guerra Civil en Spain in Our Hearts, recién publicada en su país y que próximamente se editará en España. Hochschild pone el acento en el idealismo que movió a los jóvenes, la mayoría de ellos comunistas, de la Brigada Lincoln, donde se enrolaron los voluntarios estadounidenses que apoyaron a la República. “Retrasen el reloj a 1936. Había pasado la Gran Depresión en Estados Unidos. En España, el rey había dejado el poder y se habían celebrado elecciones democráticas. Fue visto con entusiasmo en todo el mundo, porque era la época de Hitler y Mussolini”, dijo el autor en la presentación de su obra el pasado jueves en Nueva York.

Parar al fascismo
Los ojos del mundo estaban sobre España. El conflicto mereció cerca de un millar de menciones en la portada de The New York Times durante sus tres años de duración. “Pero los periodistas internacionales tienden a pasar todo el tiempo juntos y escriben las mismas historias porque temen que les reprochen que han leído esta u otra historia en otro medio. Ese es el motivo por el que algunas historias no se contaron, como la colaboración de Texaco con Franco”, apunta.

Rieber ni siquiera le cobró el envío del crudo a los sublevados, algo que el ingeniero Guillem Martínez Molinos descubrió décadas más tarde buceando en los archivos de la antigua Campsa, según relata el libro. Se topó a su vez con la sorpresa de que la red internacional de la petrolera informaba a los franquistas de los tanqueros que iban a proveer a la República para que pudieran atacarlos.

El volumen también aborda el duelo entre los corresponsales de The New York Times. Herbert L. Matthews era el principal designado para cubrir a los republicanos y William P. Carney, su homólogo con los nacionales. El historiador sostiene que ambos simpatizaban con sus respectivos bandos: mientras uno destacaba la muerte de civiles por los bombardeos de Franco y el apoyo de Alemania e Italia, el otro enfatizaba el asesinato de sacerdotes.

De algún modo, también a ellos esa guerra les había tocado el corazón. El último superviviente de la Brigada Lincoln, Delmer Berg, murió en California el 28 de febrero con 100 años. Entre aquellos milicianos que perdieron la guerra estaba Maury Collow, un estudiante neoyorquino que fue a la guerra con 20 años. Tiempo después diría: “Para nosotros nunca se trató de Franco, sino de Hitler. Si el fascismo no se paraba en España, ¿dónde se pararía?”

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/04/03/actualidad/1459650278_430820.html
Rescatan del olvido a las mujeres brigadistas de la Guerra Civil Española. http://economia.elpais.com/economia/2013/06/15/agencias/1371288215_437899.html

viernes, 5 de enero de 2018

Entrevista a Andreu Espasa sobre Estados Unidos en la Guerra Civil española (y II) “La jerarquía católica estadounidense se posicionó inmediatamente a favor de Franco”.

El Viejo Topo


Con numerosas publicaciones en The International History Review, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea, L’Avenç, mientras tanto y  www.rebelión.org, Andreu Espasa de la Fuente es doctor en Historia Comparada, Política y Social por la Universitat Autònoma de Barcelona y miembro en la actualidad del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Nos centramos en esta conversación en su última publicación (Los libros de la Catarata, Barcelona, 2017), con prólogo de Aurora Bosch e introducción de Josep Fontana

***

Nos habíamos quedado en este punto. Hablas en el apartado final del nacimiento de los appeasement en Europa y en Estados Unidos. ¿Qué es eso de los appeasement?
Al terminar la Primera Guerra Mundial, las grandes potencias victoriosas no son capaces de diseñar un orden de posguerra estable. El síntoma más claro es el fracaso de la organización de la Sociedad de Naciones, el precedente de las Naciones Unidas. La promesa de Wilson para hacer entrar a Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial consistía en definir a la contienda como la guerra "para acabar con todas las guerras". El nuevo organismo multilateral con sede en Ginebra, con su esquema de sanciones para las naciones agresores y de auxilio colectivo a las naciones agredidas, tenía que ser el instrumento para hacer realidad esta promesa. Y, sin embargo, a pesar de ser una propuesta vinculada al presidente Wilson, Estados Unidos nunca llegó a formar parte de la Sociedad de Naciones, lo que supuso un decisivo lastre para su corta historia.

En cualquier caso, la Sociedad de Naciones estuvo condenada al fracaso por el nacimiento de la doctrina del appeasement (apaciguamiento) en los años treinta. El appeasement fue la respuesta de las tres grandes potencias democráticas –Reino Unido, Francia y Estados Unidos- a las exigencias de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini de cambiar el statu quo en Europa. En vez de hacer respetar los principios del derecho internacional y de la Sociedad Naciones, estas potencias prefirieron seguir una política de concesiones con el objetivo de "apaciguar" a Berlín y Roma. En el caso español, se sacrificó un importante principio del derecho internacional: en caso de revuelta interna, los gobiernos constitucionales y con reconocimiento internacional tienen derecho a comprar armas a los otros gobiernos, un derecho que no puede ser otorgado a los rebeldes. París, Londres y Washington estaban obligados, por respeto al derecho internacional, a vender armas al Gobierno republicano español. Sin embargo, prefirieron mantener una actitud de aparente neutralidad entre el Gobierno y los militares alzados para no provocar un enfrentamiento con Hitler y Mussolini. Al constatar que Berlín y Roma estaban vendiendo armamento a Franco a pesar de formar parte del Comité de No Intervención, los gobiernos de las grandes democracias temieron que las potencias fascistas europeas prefirieran iniciar una nueva guerra mundial antes que dejarse humillar con una derrota del fascismo en España. Los aliados también descartaron la posibilidad de aliarse con la Unión Soviética en un gran pacto de seguridad colectiva para contener la amenaza fascista. En realidad, para estos gobiernos, el temor a un nuevo conflicto mundial estaba muy ligado a la convicción de que, independientemente de su resultado final, las guerras mundiales debilitaban el statu quo mundial y abrían la puerta a la extensión del comunismo. La decisión de permitir la muerte de la República española se entiende, pues, como la consecuencia lógica de las premisas de la doctrina del appeasement, tan popular entre las élites diplomáticas de la época. No hay que olvidar que, en los círculos de poder de Londres, París y Washington, el anticomunismo era mucho más fuerte que el antifascismo.

Un apartado de este capítulo lleva por título: "El embargo moral". ¿Y eso qué es exactamente? ¿Cuándo un embargo es moral? ¿Lo practicó la administración Roosevelt? ¿No hubo voces disidentes?
En este caso, hay que entender el carácter "moral" del embargo en oposición a un embargo legal. Es decir, cuando en agosto de 1936 Roosevelt anuncia que el Gobierno está en contra de la venta de armamento a España lo que está formulando es una mera recomendación a los fabricantes y traficantes de armas. El embargo es "moral" porque es voluntario. En caso de incumplirse no puede haber sanciones legales. En 1935 el Congreso había aprobado la llamada legislación de neutralidad, que incluía el establecimiento de embargos de armas contra las dos partes de un conflicto. La legislación reflejaba la creencia de que, veinte años antes, los banqueros y los traficantes de armas habían logrado engañar al pueblo estadounidense, haciéndole combatir en la Primera Guerra Mundial por motivos inconfesables. Cuando en el verano de 1936 estalla la guerra en España y Washington quiere aplicar un embargo de armas, tropieza con el problema de que la legislación de neutralidad vigente estaba pensada únicamente para guerras entre naciones, no para guerras civiles. Es por este motivo que Washington no podía prohibir la venta de armas a través de un embargo legal.
Oficialmente solo podía apelar al sentimiento patriótico de sus ciudadanos.

El embargo moral funcionó bien durante medio año por dos motivos. En primer lugar, durante los primeros meses de la guerra, muy pocos estadounidenses exigían que su gobierno permitiera la venta de armas a la España republicana (una de las excepciones más notables fue el semanario progresista The Nation). En segundo lugar, durante estos años ya funcionaba una forma embrionaria de lo que años más tarde el presidente Eisenhower bautizaría como "el complejo militar-industrial". Es decir, aunque las empresas de armamento eran de propiedad privada, su comportamiento estaba muy condicionado por su relación de dependencia con su principal cliente, el gobierno de Estados Unidos. En cualquier caso, a finales de diciembre de 1936 el embargo moral es desafiado por un oscuro traficante de armas de Nueva Jersey, al que se le tienen que conceder licencias de exportación de armas por un valor de casi de tres millones de dólares. Es entonces cuando la Casa Blanca y el Congreso se ponen rápidamente de acuerdo para legalizar el embargo, con una ley específicamente diseñada para el caso español. A partir de entonces, el embargo contra España es legal, no moral. Las polémicas sobre el embargo irán creciendo a medida que avance la guerra en España, especialmente en mayo de 1938 (cuando llega a aparecer una portada de The New York Times que asegura que el fin del embargo es inminente) y en enero de 1939, pocos meses antes del fin de la guerra. Y lo cierto es que, a partir del otoño de 1937, el presidente Roosevelt parecía convencido sobre la necesidad de ayudar a los republicanos españoles a ganar la guerra, sobre todo para evitar un efecto de contagio en América Latina. Con todo, no será sino hasta el 1 de abril de 1939, con el fin oficial de la guerra en España, cuando la Administración Roosevelt decrete el fin del embargo. El restablecimiento del comercio de armas coincidió con el reconocimiento diplomático de la España de Franco, lo que, naturalmente, provocó un gran escándalo en el seno de la izquierda norteamericana. Un congresista demócrata del Estado de Washington, John M. Coffee, denunció que las armas que se venderían a partir de entonces a España podrían servir para aniquilar a los disidentes antifranquistas.

¿Qué fue para la ciudadanía estadounidense la guerra española? ¿Un combate por la democracia, una lucha contra el golpe militar, un combate por defender un orden constitucional?
Desde el principio, tanto la República como los militares golpistas encontraron amigos en Estados Unidos que intentaron definir el conflicto en los términos más favorables para la causa que querían defender. La jerarquía católica estadounidense se posicionó inmediatamente a favor de Franco. Según sus portavoces, lo que estaba en juego en España era la lucha entre la civilización cristiana y el comunismo ateo. De hecho, en los primeros meses, las noticias sobre los asesinatos de religiosos en España causaron una honda indignación. Durante aquel periodo, se identificó al bando republicano como el mayor perpetrador de atrocidades y crímenes de guerra. La tarea de denigrar al bando republicano recibió la crucial ayuda de la cadena de periódicos del magnate William Randolph Hearst, el personaje que inspiró Ciudadano Kane, la mítica película de Orson Welles.

Por su parte, los amigos de la República española definían la guerra en España como un combate entre la democracia y el fascismo. En el primer comunicado que emitió el Partido Socialista de Estados Unidos se describía a los defensores del bando republicano como los partidarios de una "democracia real" en lucha contra los que pretendían restaurar un orden feudal. A pesar de los esfuerzos de los dos bandos, en 1936 muchos estadounidenses –entre ellos, el propio presidente Roosevelt– veían el conflicto español como una guerra entre comunistas y fascistas, es decir, una lucha entre extremistas ideológicos que poco tenía que ver con la democracia.

Sin embargo, a partir de la primavera de 1937, entre una buena parte de la sociedad estadounidense –sobre todo, entre el sector de la población que seguía la actualidad internacional y estaba razonablemente bien informado– la causa republicana fue ganando fuerza. Este cambio se debe a varios factores. Por un lado, la tendencia moderadora en el bando republicano, con la llegada de Juan Negrín a la jefatura del Gobierno, ayudó a mejorar la imagen de los republicanos españoles. El sentimiento de indignación por las atrocidades cometidas en España también cambió de bando. Si en el verano de 1936 habían abundado las noticias sobre la violencia anticlerical, en la primavera de 1937 la opinión pública norteamericana estaba conmocionada por los bombardeos aéreos contra la población civil perpetrados por las aviaciones nazi y fascista. Incluso el Ejército estadounidense se pronunció contra esta práctica y prometió no emplearla en el futuro. En este sentido, cabe destacar el impacto provocado por las noticias de la destrucción de Guernica en abril de 1937. La reacción de la opinión pública fue tan intensa que incluso motivó una pregunta incómoda por parte de los editores de la revista afroamericana The Crisis: ¿por qué los salvajes bombardeos de la aviación italiana contra poblaciones etíopes un año antes no habían logrado generar el mismo sentimiento de empatía hacia las víctimas?

Por otro lado, como se ha comentado antes, los indicios de penetración fascista en América Latina a partir del otoño de 1937 también contribuyeron al aumento de simpatías hacia el bando republicano entre influyentes círculos políticos y políticos.

¿En qué sectores, colectivos y fuerzas políticas tuvo mayor apoyo la II República española?
En un principio, los republicanos españoles contaron con el apoyo solidario de numerosos sindicatos locales y de los dos principales partidos de tradición obrerista, los socialistas y los comunistas. Estos últimos destacaron por su activismo y por su capacidad para enviar brigadistas a España, en la célebre Brigada Lincoln [en realidad, la Lincoln es un nombre genérico para referirse a los brigadistas norteamericanos, que, de hecho, estuvieron encuadrados entre el Batallón George Washington, el Batallón Abraham Lincoln y la Batería John Brown]. Por su parte, el máximo dirigente del Partido Socialista, Norman Thomas, hizo una gran labor de interlocución con la Casa Blanca, presentando de forma eficaz y persistente los argumentos a favor de un cambio de política hacia la España en guerra.
A diferencia de lo ocurrido en otros países, en Estados Unidos el apoyo institucional del movimiento obrero se vio limitado por la alta presencia de trabajadores de religión católica en el Committe of Industrial Organizations (CIO), la central sindical más militante de la época, en la que los comunistas llegaron a controlar un tercio de las federaciones de ramo.

A partir de 1937, la causa republicana llegó a cosechar importantes apoyos en lugares aparentemente insospechados. Miembros importantes del movimiento aislacionista de tendencia progresista, como el senador de Dakota del Norte, Gerald Nye, encabezaron los esfuerzos parlamentarios para poner fin al embargo de armas contra España. El líder intelectual de los aislacionistas, el historiador Charles Beard, consideraba que el embargo suponía una inaceptable ruptura con el derecho internacional. Buena parte de este apoyo tenía que ver con la convicción de que el auténtico peligro que podía involucrar a Estados Unidos en la siguiente guerra mundial era la alianza con los imperios británico y francés. Para el argumentario aislacionista, si Londres y París daban la espalda al Gobierno republicano español, la venta de armas a España no debía implicar grandes riesgos.

Con todo, el apoyo más interesante a la II República española vino de algunas personalidades destacadas del establishment de política exterior. Muchos eran liberales wilsonianos, miembros de importantes think-tanks como el Council on Foreign Relations o la Foreign Policy Association. También había políticos conservadores, entre los que destaca el caso de Henry L. Stimson, a quien hemos mencionado anteriormente. Stimson había sido secretario de Estado con el presidente Hoover (1929-1933) y, durante la Segunda Guerra Mundial, sería secretario de Guerra bajo el mandato de Roosevelt y Truman. Como secretario de Estado, había amenazado a Madrid de romper relaciones diplomáticas en caso de que el Gobierno de Azaña intentara modificar unilateralmente la concesión del monopolio de telefonía a la compañía estadounidense ITT. Y, sin embargo, en el último invierno de la guerra en España, Stimson defendió públicamente la necesidad de vender armas al Gobierno republicano español. A diferencia de otros miembros de la élite diplomática, Stimson entendió rápidamente que el fascismo era una amenaza mayor al comunismo y que los Estados Unidos debían adoptar una política en Europa que no estuviera subordinada a las orientaciones del Foreign Office británico. A Stimson -un conservador muy crítico con el New Deal- no le importaba la tendencia ideológica del Gobierno español. Para este veterano estadista, lo relevante del conflicto español eran las consecuencias geopolíticas de permitir que Hitler y Mussolini lograran sus objetivos impunemente.

Me quedan mil preguntas más. Pero ya he abusado suficiente de tu paciencia y de tu tiempo. Sólo me queda recomendar el libro a los lectores. Me gustaría que cerraras la entrevista con algo que consideres esencial y que no te he preguntado.
Muchas gracias por tus interesantes preguntas. Me gustaría señalar un par de cuestiones que trato en el epílogo del libro.

Adelante con ellas.
Creo que, cuando hablamos sobre la dimensión internacional de la Guerra Civil española, a veces tendemos a cometer el error de criticar la política de Londres, París y Washington como fruto de una visión estrecha, basada en ilusiones y autoengaños sobre la auténtica naturaleza de los dictadores fascistas europeos. Y, en efecto, si el objetivo del embargo de armas contra la España republicana era evitar el estallido de la Segunda Guerra Mundial, los líderes de las grandes potencias democráticas cosecharon un gran fracaso en España. Aun así, debemos hacer el esfuerzo de entender que, más allá de sus objetivos explícitos concretos, las élites diplomáticas del momento basaban su política general en la defensa de sus intereses nacionales. En el contexto de los años treinta, eso equivaldría, para París y Londres, a intereses imperiales. Francia necesitaba tener asegurada su línea de comunicación con las colonias africanas. El Reino Unido también necesitaba que sus comunicaciones con la India a través del Mediterráneo no quedaran amenazadas. La izquierda frentepopulista del momento entendió bien los dilemas que afrontaban las élites de los imperios democráticos e intentó hacer entender que ni la Unión Soviética ni la España republicana se oponían al imperialismo de británicos y franceses. La auténtica amenaza al dominio británico de la India, decían los frentepopulistas, es una victoria de Franco en España, con el consiguiente fortalecimiento de Berlín y Roma. El Foreign Office británico se mostró siempre muy escéptico con este tipo de argumento. Lo más probable es que sospecharan que una victoria de los republicanos de izquierda en España contra el expansionismo fascista animaría a los movimientos anticoloniales del todo el mundo. La sospecha era razonable. Así lo confirmaría la actitud del Congreso Nacional Indio (CNI) ante el conflicto español –Nehru visitó a la España republicana, Gandhi mostró su apoyo con una carta a Negrín y el CNI llegó a organizar una colecta solidaria de comida y medicinas.

En el caso de los Estados Unidos, la lógica es la misma que la del Reino Unido, aunque el contexto sea distinto. En vez de colonias propiamente dichas, la principal área de influencia de Washington eran las repúblicas latinoamericanas. Su política ante la España en guerra siempre está fuertemente condicionada por esta realidad. En un principio, el embargo es muy conveniente porque permite conciliar la política de appeasement seguida en Europa con los sentimientos mayoritarios entre los gobiernos latinoamericanos, que eran abrumadoramente profranquistas (hay que recordar que, en el periodo de entreguerras, abundaban las dictaduras militares en la región). Sin embargo, como decíamos antes, el pánico ante los indicios de penetración fascista en América Latina a partir del otoño de 1937 permiten valorar el conflicto español con nuevos ojos. Si Hitler y Mussolini consiguen colocar un títere en España, ¿qué les impedirá hacer lo mismo en México o Chile?

Excelente reflexión
La conciencia de este hecho genera un cambio de simpatías en la Administración Roosevelt, un cambio que a veces parece que puede llegar a implicar la derogación del embargo. Finalmente, por diversos motivos, se mantiene el embargo hasta el final. Al terminar la guerra, cuando llegan peticiones para acoger refugiados republicanos, la respuesta de Washington es muy fría. De hecho, la actitud de Roosevelt ante la posible llegada de refugiados republicanos a Panamá resulta muy significativa. Siguiendo una propuesta de México, el Gobierno panameño había mostrado interés en acoger refugiados republicanos. Más que por un sentimiento de generosidad humanitaria, en el caso panameño el objetivo era reducir la influencia demográfica de los afrodescendientes. Es decir, los refugiados españoles tendrían que ayudar a "blanquear" el país. Cuando le preguntan a Roosevelt sobre el asunto, el presidente norteamericano niega su aprobación al plan porque considera que se trata de un tipo de refugiados que, por su carácter revoltoso, puede acabar causando problemas para la seguridad del Canal de Panamá. En el fondo, Roosevelt no deja de ser coherente. Sus simpatías hacia los republicanos españoles habían crecido en 1937 y 1938, cuando los creía útiles para frenar los planes de Hitler y Mussolini en América Latina. Terminado el conflicto, los juzga con el mismo criterio que antes, es decir, siempre los juzga en función de si pueden ayudar o no a mantener la hegemonía estadounidense en el continente americano.

Para terminar, solo quisiera recordar que los años treinta son un periodo de grandes crisis, que en muchos sentidos recuerda, de forma inquietante, al mundo que nos ha tocado vivir. Son años en los que conviven una fuerte crisis económica, una crisis del ideal democrático y una crisis geopolítica, con el declive de los imperios europeos como protagonista de fondo. Esta crisis geopolítica se resolverá, pocos años después, con la derrota del fascismo por las armas en la Segunda Guerra Mundial. Cuando analizamos la dimensión internacional de la guerra española, no podemos olvidar que este conflicto fue decisivo y aleccionador para las élites políticas de Estados Unidos, un país que, justo en aquel momento, estaba en pleno proceso de tomar el relevo a Londres como primera potencia mundial.  

Nota de edición:
Primera parte de esta entrevista: "Entrevista a Andreu Espasa sobre Estados Unidos en la Guerra Civil española (I). "La novedad de mi libro es el énfasis que se da a la influencia de América Latina en la política de Roosevelt hacia la España en guerra"http://www.rebelion.org/noticia.php?id=235315

sábado, 10 de julio de 2010

Badasom. Flamenco y fado en Badajoz. (del 7 al 10 de julio)

Enrique Morente cierra hoy el festival Badasom con un espectáculo que comenzará a las diez de la noche en el Auditorio Ricardo Carapeto de Badajoz.

Anoche viernes, el festival de flamenco y fado "Badasom" celebró su tercera jornada de conciertos con la actuación de Nono García Quintet y Miguel Poveda,

La actuación se celebró en el Auditorio Ricardo Carapeto de Badajoz. Nono García, natural de Barbate (Cádiz), nació en 1959 y aprendió a tocar en una barbería de su pueblo natal. A los 15 años recibió el primer premio del Festival de la canción de Andalucía. En Granada, en cuya Universidad estudió filosofía, se inició profesionalmente acompañando a los cantautores del 'Manifiesto Canción del Sur'. En 1980 realiza su primera gira junto a Carlos Cano.

La música de Nono García "ha ido creciendo en autenticidad por lo natural de su fusión y con el color de los instrumentistas de jazz que aportan originalidad y frescura a sus composiciones y las adaptaciones de temas clásicos del jazz, la copla, músicas sudamericanas y el cante jondo" como consta en el programa de mano.

Se trata de "un guitarrista versátil, además de pionero, que destaca por su buen gusto e inteligencia en sus composiciones y su clara inspiración flamenca", explica.

Por su parte, Miguel Poveda, Badalona 1973, es Premio Nacional de Música 2007, en la modalidad de Interpretación, por "su gran calidad y versatilidad" y por el interés que ha generado en otros ámbitos de la creación, empieza a cantar a los 15 años en el entorno de las peñas flamencas de Cataluña.

En 1993, tras ganar cuatro premios, que son el Premio Lámpara Minera, en las modalidades de La Soleá, La Cartagenera y La Malagueña en el Festival Nacional del Cante de las Minas de La Unión (Murcia) inicia su carrera como profesional.

Ha participado en los principales festivales de música nacionales e internacionales, cantando en auditorios como el Odeón de París, el Liceo de Barcelona, el Teatro Real de Madrid, el Carnegie Hall y el Lincoln Center de Nueva York, el Wiener Koncerthaus de Viena, el Teatro Colón de Buenos Aires, el Auditorio Parco della Música de Roma, el Sadler's Wells de Londres.

Colaborador de artistas como Santiago Auserón, Enrique Morente, Israel Galván, Eva Yerbabuena, Matilde Coral, Giovanni Hidalgo, Martirio, Rodolfo Mederos, Tomatito, Antonio Carmona, Pasión Vega, María del Mar Bonet, Mariza, etcétera, ha participado en diferentes películas con Bigas Luna, con Carlos Saura en "Fado", o el francés Nicolas Klotz y con Pedro Almodóvar., habiendo grabado, hasta hoy, ocho discos, el último de ellos 'Coplas del querer', en homenaje a la copla.

Si el grupo flamenco de Nono García Quintet, estuvo bien, Miguel Poveda y su grupo estuvieron geniales. Nos cantó desde el flamenco más hondo, tonás, al más alegre -bulerías, alegrías de Cádiz-, hasta el Fado o la copla, "Alfileres" que una parte del público le pedía hasta con una pancarta.

Comprobamos que tiene ya un numeroso grupo de "fans". La realidad es que su voz y su grupo desde los palmeros a la percusión o la extraordinaria guitarra de Chicuelo, fue un grandísimo espectáculo, marcando el ritmo, el toque , el compás perfecto, subiendo y bajando desde parecer que te lo decía a ti al oído, hasta las subidas con un poderío tremendo. Toda una lección de flamenco y de conocimiento y dominio de la voz, el compás y la modulación y armonía de la copla. Estamos, sin duda, ante un artista excepcional que nos dio una noche inolvidable y tiene, por edad, toda una carrera por delante en la que sin duda será una vida de éxitos y alegrías para el público.

viernes, 7 de abril de 2017

A 80 años de Jarama, recordando al internacionalista irlandés Charlie Donnelly.




28-02-2017

José Antonio Gutiérrez D.

Hace exactamente 80 años, un día como hoy, terminaba uno de los enfrentamientos más cruentos de la Revolución Española, (?) la Batalla de Jarama. Se calcula que en total unas 17.000 personas perdieron la vida, 10.000 de ellos combatientes del bando republicano que lucharon hasta la última gota de su sangre para frenar el avance de las hordas fascistas de Franco, respaldadas por Hitler y Mussolini. De esos combatientes, 2500 eran internacionalistas que venían de distintos puntos del planeta para contribuir a una lucha que bien lo entendieron, era global. Uno de ellos, era el joven Charlie Donnelly (Cathal Ó Donnghaile en irlandés), poeta, socialista, republicano, muerto a la tierna edad de 22 años.

Charlie Donnelly nació el 10 de Julio de 1914 en un pequeño poblado rural en el condado de Tyrone, en el Norte de Irlanda, llamado Killybrackey, cerca de Dungannon. La rebelión corre profunda en las venas de ese territorio que eventualmente, en las décadas de 1980-1990, se convertiría en el corazón de la resistencia republicana en contra de la ocupación británica. Nació en una familia de siete hermanos, su padre era un pequeño comerciante. A temprana edad, Charlie se acercó a las letras. Estudiaba en la escuela de los Hermanos Cristianos en Dundalk, condado de Louth, cuando comenzó a colaborar en la revista Our Boys (Nuestros Muchachos) de los Hermanos.

Un año después de la muerte de su madre, acaecida en 1927, Donnelly llega a vivir a Dublín con su familia, en los sobrepoblados barrios populares del área de Mountjoy Square, donde las paupérrimas condiciones de vida que tuvo que presenciar, así como el contacto con miembros del ala izquierda del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y del grupo socialista Saor Éire (Irlanda Libre), lo convirtieron en un rebelde, lo que le valió ser expulsado del colegio católico al que asistía. Después de haberse iniciado en el oficio de carpintería, logró entrar a hacer estudios universitarios en Historia, Irlandés, Inglés y Lógica, en UCD en 1931. Destacó como un prometedor poeta juvenil en diversas publicaciones literarias estudiantiles. Su actividad política, lo hicieron alejarse de sus estudios, a participar en numerosas actividades de agitación obrera y a enfrentarse a los Blueshirts (camisas azules) en interminables luchas callejeras. En 1934 participó en la formación del Congreso Republicano, que agruparía a los sectores socialistas del antiguo IRA, encabezados por Frank Ryan, George Gilmore y Peadar O’Donnell (cuyo nombre hoy es reivindicado por el Foro Socialista Republicano Peadar O’Donnell). Ahí Donnelly utilizó sus dotes literarias para contribuir en el periódico, llegando por sus dotes como organizador a integrar el Comité Ejecutivo Nacional de esta organización. En esta organización Donnelly también se enamoró de otra militante republicana, Cora Hughes. Luego de un breve período en la cárcel, en 1935 terminó por irse a Londres donde trabajó con la sección londinense del Congreso Republicano.

Dos años más tarde, convencido de que, como decía el anarquista español Buenaventura Durruti, “al fascismo no se le discute, se le destruye”, es que terminó junto a muchos de sus compañeros del Congreso Republicano uniéndose a las filas republicanas españolas para derrotar la sublevación fascista del general Franco. Otros irlandeses también llegaron a tierras ibéricas, los Camisas Azules, para apoyar al fascismo, liderados por Eoin O’Duffy –no debemos jamás olvidar que esta rama fascista en la política irlandesa, fue una de las vertientes que llevaron a la conformación del actual partido de gobierno de la República de Irlanda, Fine Gael. Donnelly había peleado con ellos en Irlanda, y siguió peleando con ellos en tierras ibéricas. Se unió en Enero de 1937 a la Columna Connolly que reunía a los combatientes republicanos irlandeses, comandados por Frank Ryan, columna adscrita a la XV Brigada “Abraham Lincoln”.

El 27 de Febrero, Donnelly participa en un ataque frontal hacia las posiciones fascistas en el Cerro Pingarrón, donde, según él mismo dijo, “hasta los olivos sangran”: ahí fue alcanzado tres veces por el fuego enemigo. Su cuerpo, recuperado por su camarada Peter O’Connor, terminó en una fosa común de combatientes republicanos internacionalistas. Hasta en su muerte, fue uno con sus compañeros de lucha.

En su memoria el grupo Amigos de las Brigadas Internacionales de Irlanda (FIBI), con el apoyo del Foro Republicano Socialista “Peadar O’Donnell”, realizaron un homenaje a este luchador, y a través de él, a los innumerables combatientes por la libertad y a la causa por la que vivieron y en muchos casos, murieron. El acto se realizó en Dungannon los días 24 y 25 de Febrero. Fue una ocasión para aprender, reflexionar, juntarse, recordar y explorar la historia mirando hacia el futuro. El primer día Feargal Mac Bhloscaidh y Tommy McKearney hicieron un recuento de la historia del movimiento obrero y del republicanismo de izquierda en Tyrone. El segundo día, se depositaron flores en el memorial a Charlie Donnelly en Killybrackey, para luego tener unas presentaciones sobre la vida de Charlie Donnelly, discusiones sobre el imperialismo en el siglo XXI a cargo de Eddie Glackin, Declan Bree y Patricia Campbell, discusiones sobre la construcción de una nueva república a cargo de Ciarán Perry, Thomas Pringle y la conocida luchadora de Derry, Bernadette McAliskey. Entre los invitados, tuvimos la oportunidad también de contar con la presencia de dos compañeros venidos desde Madrid para la ocasión: José Manuel Castro, del ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid, y Severiano Montero, de la Junta de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales (AABI). Ambos compañeros, en sus intervenciones, recordaron la relevancia de la lucha internacionalista ante un mundo cada vez más globalizado. Su presencia, fue testimonio de esa solidaridad que no conoce de fronteras. La jornada cerró con un video documental sobre los crímenes de Tony Blair presentado por el parlamentario británico George Galloway.

En vista al avance de la ultra-derecha en todo el territorio europeo, en medio de una creciente intolerancia que se traduce en seres humanos ahogados en el Mare Nostrum (Mediterráneo), de una islamofobia galopante que el fétido espectro del fascismo utiliza para darse aires de respetabilidad nuevamente, el ejemplo enternecedor de hombres y mujeres como Charlie Donnelly, que lo arriesgaron y lo dieron todo para frenar la pesadilla fascista en seco resuena como un poderoso eco y su ejemplo los hace aparecer ante la historia como gigantes. Aunque los tiempos sean otros, los principios que los animaron y que nos siguen animando, son los mismos. Nunca antes creo que el ejercicio de la memoria ha sido tan necesario como lo es ahora.

jueves, 13 de junio de 2013

El soldado Xie Weijin contra Franco. Un centenar de chinos se integraron en las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil

Un matrimonio taiwanés ha dedicado 10 años a reconstruir la vida de algunos de ellos.

No quedaba tiempo, tenía cáncer, por lo que corrió la cortina que separaba su cama de la de los otros pacientes y comenzó, pese a las amenazas de enfermeras y médicos, a ordenar enfebrecido las dos grandes cajas: papeles, diarios, fotos con otros soldados, libros… Día y noche. “Son más valiosas que la vida misma”, le dijo Xie Weijin a su hija cuando se las dio como particular herencia un día de 1976 en Pekín. Era todo lo que conservó de su paso como combatiente en la guerra civil española. Un material que había arrastrado 38 años por dos continentes, sobreviviendo al conflicto, a dos campos de internamiento en Francia, a la guerra china contra Japón, la revolución y la represión de la Revolución Cultural...

Xie Weijin es una bella y triste metáfora. Desde que en 1965 el Gobierno comunista le recomendó jubilarse para que se restableciera de su “viejo revisionismo”, convirtió en un álbum de fotos gigante su pequeña habitación en la remota Nanchong, a 500 kilómetros de la capital, donde se refugió con las pruebas de una aventura olvidada por la historia: la presencia china en las Brigadas Internacionales.

“De no ser porque tenemos enfrente al enemigo japonés, iríamos con toda seguridad a integrarnos en vuestras tropas”, escribió Mao en una carta abierta al pueblo español el 15 de mayo de 1937... Pero algunos terminaron por ir. Hwei-Ru Tsou y Len Y. Tsou, matrimonio taiwanés residente en EE UU, hallaron por azar la foto de un soldado oriental en un libro de los 50 años de las Brigadas Internacionales (BI). Les sorprendió. Con la perseverancia de los doctores químicos que son y tras 10 años investigando por tres continentes, localizaron un centenar de chinos en la contienda española. El resultado es Los brigadistas chinos en la guerra civil (Catarata), primera gran monografía sobre el tema, que el azar ha querido que se publique al unísono en China y en España.

Mao tenía razón, en parte. Solo Chen Agen, de entre los localizados, venía directamente de China. Se explica: le perseguía el Kuomintang (en feroz pugna con los comunistas) por haber creado un sindicato. En el barco que le llevaba a Europa, un cocinero vietnamita le habló tanto de la noble lucha antifascista en España que el idealista Chang se fue a Asturias tras desembarcar en Galicia. Cayó prisionero en 1937 y, entre presidios y trabajos forzados, no recobró la libertad hasta 1942, en Madrid, donde se pierde su rastro.

Solo dos chinos estaban ya en España cuando estalló el conflicto. Uno, Zhang Zhangguan, se dedicaba desde 1926 a la venta ambulante en Barcelona. El otro, Zhang Shusheng, como dominaba el idioma, fue incluido en una tropa plenamente española, en la 195 brigada de la 50ª división. El resto fueron llegando de EE UU y de toda Europa, en especial de Francia. Eran huagong, obreros que habían sido reclutados por las potencias occidentales en China para trabajar acabada la Primera Guerra Mundial, la mayoría militantes comunistas, como muchos de los casi 35.000 miembros de 53 países que conformaron las BI, nacidas por una decisión política de la URSS y de la Internacional Comunista. El callado y misterioso Bi Daowen era otro ejemplo del compromiso antifacista de los orientales. Médico indonesio de padres chinos que mantenía contactos con grupos independentistas de su país ya en Holanda, donde estudió, llegó a España en septiembre de 1937 enviado por la Internacional Comunista, para la que trabajó de enlace hasta los sesenta, apareciendo y desapareciendo por China, Rusia, Checoslovaquia y su Indonesia natal, donde el destino le acabó cruzando con Suharto.

Otra prueba de fuerte convicción fue la decisión de los chinos de ir a luchar a España y no a su país, invadido por los japoneses. “Identificaron la agresión fascista en España con la que le ocurría a China; además, así tenían a sus familias más cerca”, resume las causas de la elección Laureano Ramírez, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, que ha traducido parte del volumen y ayudó a encontrarle editor.

Dudaban y sufrían, como muestra su correspondencia. Se conjuran para ir a luchar a casa cuando acabasen en España. Pero el Partido Comunista Chino tenía otros intereses, consciente del valor propagandístico de su presencia en el conflicto español. “Mao Zedong, Wang Ming y otros dirigentes de nuestro partido me han escrito expresamente instándome a transmitirles que sigan incorporados al frente combatiendo contra el enemigo”, reza una carta que Weijin, ya líder del grupúsculo por tener la graduación más alta entre ellos (era comisario político), transmitía a sus compañeros.

Al alto idealismo internacionalista atribuye también Ramírez que la mayor parte de los combatientes chinos fueran de edades avanzadas. “Muchos oscilaban entre los 44 y los 50 años, y el más joven tenía 24”, contabiliza. El resultado práctico, a pesar de que hay rastros de su sangre en la defensa de Madrid o en la batalla del Ebro, es que a muchos se les vetó en el frente. Así, un ingeniero de minas formado en Berkeley como Zhang Ji, de 37 años, era camionero en la Brigada Lincoln. Zhang Ruishu y Liu Jingtian (siete años de soldado en China) querían incorporarse a la compañía de ametralladoras, pero, ya sobrepasados los 44 años, sirvieron como enfermeros. Ruishu, valiente como pocos, herido tres veces por recoger compañeros en primera línea, acabó siendo tan querido que fue portada del semanario Estampa en septiembre de 1937. “Ver el respaldo de gente que venía de tan lejos era una inyección de moral para los republicanos”, arguye Ramírez. Si no gozaron de más popularidad si cabe fue porque no acabaron formando destacamento propio como querían y demuestra que Mao y Zhou Enlai les hicieran llegar un pendón rojo de seda que los distinguiera, hoy en el Museo de la Revolución de Pekín.

Los brigadistas chinos perdieron dos veces. Cuando las BI se retiraron, la mayor parte vivieron un calvario: muchos dieron con sus huesos (hasta ocho meses) en campos de internamiento franceses (Argelès y Gurs), sin ayuda (o tardía y desconfiada) de su Gobierno. Sin demora, combatieron en esa China que desde 1949, con el triunfo de Mao, y tras la Revolución Cultural, acosó a los que habían tenido contacto con extranjeros. El héroe Ruishu, que rechazaba los permisos para no abandonar el frente, acabó alcoholizado ante la deriva comunista. Weijin, herido cerca de Belchite y que llegó a alto cargo en las Fuerzas Aéreas, se vio con 60 años confinado en Nanchong.

No parece que hubiera representación china en el emotivo y magno (se temía hasta un ataque aéreo franquista) desfile de despedida que el 28 de octubre de 1938 se brindó en Barcelona a las BI y que desmenuza en uno de sus espectaculares 50 gráficos Víctor Hurtado en el reciente Las Brigadas Internacionales (Dau). Hubieran podido lucir el pendón de Mao o la bandera roja que sus compatriotas del diario Jiuguo Shibao, editado en París, les enviaron y que llevaba bordada una frase en la que los brigadistas chinos creyeron ciega y generosamente: “El mundo es nuestro hogar”.
Fuente: El País.

miércoles, 21 de abril de 2021

Recuperar la historia de la II República española

La celebración del 90 aniversario de la llegada de la Segunda República no es una llamada a la melancolía del pasado que no volverá. Su recuerdo sigue presente, por ejemplo, en la campaña de las elecciones de la Comunidad de Madrid como referente a evitar. Al mismo tiempo, la nueva andanada de la autollamada nueva historia política intenta de forma burda situar la historia republicana entre paréntesis para enlazar directamente la segunda Restauración borbónica con la ‘añorada’ Constitución de 1876. Otras señas de identidad de este revisionismo, que comparten una parte influyente de la historiografía española, es la crítica cuando no el desprecio por el tema de la memoria histórica, asunto que junto con el de la Transición condicionan sin duda nuestra visión de la Segunda República. Estamos convencidos de que la marginación de la memoria histórica y la exaltación acrítica de la Transición, aunque se disfracen del ropaje científico, colaboran conscientemente o no en la descalificación de la única experiencia democrática –medida con los parámetros de la época– que hubo en la historia de España hasta 1977. La reprobación de sus logros -la enseñanza pública, el laicismo o una mejor distribución de la renta- forman la levadura del programa político de la derecha que ahora se llama “Libertad”. Hay una perspectiva internacional que conviene resaltar como acaba de recordar Eduardo González Calleja: entre 1934 y 1941 -y en ello hay un punto de honor que a menudo se olvida- ningún régimen político europeo ni democrático ni autoritario resistió de manera tan decidida y prolongada la agresión de las potencias fascistas y sus aliados domésticos como la segunda república española.

No se trata de colaborar hoy a ninguna idealización. Este artículo de Josep Fontana nos recuerda que uno de los aspectos más negativos de la Transición española fue la renuncia a investigar la historia del franquismo, a fin de ocultar sus responsabilidades.

Conferencia pronunciada en la Universitat Autònoma de Barcelona, octubre 2002

1. Se ha dicho en muchas ocasiones que uno de los aspectos más negativos de la Transición española fue la renuncia a investigar la historia del franquismo, a fin de ocultar sus responsabilidades. Basta con observar que hemos tenido que esperar 25 años para que los aspectos esenciales de la represión franquista fueran estudiados de manera adecuada (una tarea que todavía no ha terminado). Me complace ver que el señor Alfonso Guerra recupera ahora la memoria del exilio y reclama «el reconocimiento a los españoles que sufrieron el destierro por profesar ideas de libertad y modernidad«.

2. Podríamos reprocharle que quizá debió de haber sido mucho antes, cuando ejercía el poder, que tuvo que haber sido consciente de este deber. Y le objetaría también que la libertad y la modernidad no fueron las únicas cosas por las que luchamos los españoles, sino que había otras, como la igualdad y la justicia, no menos importantes. Esto me lleva a otra omisión muy grave de nuestra historiografía, como es la del estudio de la II República española. Y ahí me temo que la culpa no es sólo de la Transición, sino de la renuncia, por parte de los presuntos herederos de la izquierda española derrotada en 1939, al legado de sus antecesores.

3. Me di cuenta de ello hace unos años, cuando en un curso de verano en Santander, uno de los patriarcas del PSOE nos explicó sus antecedentes ideológicos para acabar afirmando que ellos eran los legítimos herederos de Joaquín Costa, sin llegar a mencionar ni una sola vez a Pablo Iglesias, que, por lo visto, le resultaba un referente incómodo. Lo cual me lleva a pensar que no ha sido tanto la derecha como la propia izquierda la que ha propiciado este olvido de lo que fue la República, reducida a una especie de antecedente de la guerra civil, que sirve para explicar el conflicto de 1936 como el resultado de los excesos de unos y otros, que hoy, felizmente, hemos superado, y que por eso mismo conviene que olvidemos. Como antídoto os invito a leer uno de los textos más nobles que se hayan escrito sobre la República.

4. Un texto, por otra parte, muy breve, de unas diez páginas: el artículo que Manuel Azaña publicó en 1939, ya en el exilio, con el título «Causas de la guerra de España». Azaña dice en él que sería un error ver «el movimiento de julio del 36 como una resolución desesperada que una parte del país adoptó ante un riesgo inminente«. Recuerda que las conspiraciones contra la República empezaron prácticamente desde su instauración, la cual se produjo sin violencia, en medio de una alegría general. La obra de gobierno de la República comenzó de acuerdo con los principios clásicos de la democracia liberal, excepto en las cuestiones económicas, en las que fue necesario intervenir para hacer frente a las consecuencias de la crisis mundial, en especial en la agricultura. «Con socialistas ni sin socialistas —escribe— ningún régimen que atienda al deber de procurar a sus súbditos unas condiciones de vida medianamente humanas podía dejar las cosas en la situación que las halló la República.»

Colegio electoral durante el referéndum autonómico del 5 de noviembre de 1933 en Éibar (foto: Indalecio Ojanguren)

5. El nuevo régimen llegaba con la herencia del desastre de la dictadura de Primo de Rivera, en plena crisis mundial y en un momento en que el mundo, atemorizado por el peligro soviético, giraba a la derecha, de manera que los diplomáticos de las grandes potencias transmitieron a sus gobiernos la idea de que el de España era un gobierno medio bolchevique, y contribuyeron a aislarlo desde su mismo nacimiento. Lo cierto es que la mayor parte de estos diplomáticos no entendían absolutamente nada de lo que sucedía: el embajador norteamericano en Madrid, por ejemplo, a quien el triunfo de la República tomó por sorpresa, estaba convencido de que Alfonso XIII era adorado por el pueblo español, y el 13 de abril envió un telegrama al Departamento de Estado diciendo que la derrota en las elecciones «no hay que tomarla de manera que implique necesariamente un cambio de una forma de gobierno monárquica a otra republicana; sin embargo, un cambio de ministerio podría producirse pronto«.

6. El día 16, indignado por el giro de los acontecimientos, decía: «el pueblo español, con su mentalidad del siglo XVII, cautivado por falsedades comunistoides, ve de pronto una tierra prometida que no existe. Cuando les llegue la desilusión, se volverán ciegamente hacia lo que esté a su alcance, y si la débil contención de este gobierno no cierra el paso, la muy extendida influencia bolchevique puede capturarles«. Y finalizaba: «No puedo aconsejar el reconocimiento inmediato de este régimen, por más que sea necesaria alguna manera de modus vivendi para tratar con él, pues de otra forma yo no estaría debidamente acreditado.» Esta opinión sobre el gobierno era tanto más injustificada cuanto la embajada norteamericana no sabía ni quiénes eran los políticos que llegaban al poder. En una semblanza de los nuevos ministros que envió a Washington el 15 de abril, se dice de Alcalá-Zamora: «Según la prensa nació en Andalucía y tiene 55 años de edad.» De Lerroux: «no hay informaciones recientes; según un despacho de la embajada de hace un año era entonces líder del grupo radical del Partido Republicano» (!). Y de Manuel Azaña: «no hallo ninguna referencia por parte de la embajada. El agregado militar se refiere a él como un asociado a Alejandro Lerroux. Aparentemente, un ‘republicano radical‘».

7. Al margen de esta hostilidad internacional, el nuevo gobierno había de enfrentarse a unos problemas internos que era urgente resolver, en primer lugar el de la propiedad de la tierra y la situación de los campesinos; pero también otros como el de las reivindicaciones catalanas, la limitación del poder de la Iglesia y una necesaria reforma militar para devolver a sus justas dimensiones un ejército hipertrófico de generales, cuyo número había aumentado alegremente como compensación por las supuestas heroicidades en el mando de la guerra de África. Conviene no olvidar que el Franco que el 3 de febrero de 1926 era nombrado general —a los 33 años, el más joven de Europa, como se nos dice siempre— logró los ascensos como premio a la frialdad con la que llevó a sus hombres a la muerte. Sin ello, este oficial que había salido de la Academia de Infantería con el número 251 dentro de una promoción de 312, habría hecho una carrera mediocre que le habría llevado en su vejez, como máximo, a gobernador militar de alguna provincia de segunda.

8. Que la política de las izquierdas al inicio de la República no era enteramente equivocada lo demostraría que lograra evitar la extensión a España de la crisis económica mundial. Los índices económicos españoles muestran descensos moderados, o estabilidad, e incluso cierto crecimiento en algunos sectores. En comparación con los datos de los años 1925-1929, las importaciones de algodón en rama en 1935 se situaron un 20 % por encima, y la lana empleada en Terrassa y Sabadell un 34 %.

Primero de mayo de 1931 en Sant Sadurní d’Anoia (foto: Ser Histórico)

9. La renta nacional había aumentado también un 10 %. La mejora en las condiciones de trabajo, consecuencia en gran medida del hecho de que se acabó la represión contra la actividad sindical, conllevó un alza de la masa salarial y el aumento de la capacidad de consumo de la población, generando un crecimiento interior desligado de la coyuntura de los mercados mundiales. Nada aquí que se parezca al desastre de la recesión en Estados Unidos o en Alemania, con la caída brutal de la producción y los millones de parados, que, en el caso alemán, serían el cultivo que favorecería el ascenso del nazismo. Hay que añadir, además, que todo ello fue el resultado de una política reformista elemental y limitada. De hecho, una medida importante como la de la reforma agraria fue emprendida con tal timidez y con tan pocos recursos (como dijo Camilo Berneri, «se aplicó con dosis homeopáticas«), que puede afirmarse que apenas había empezado en 1936.

10. Pero lo que combatían los terratenientes y los caciques, lo que les llevó realmente a la guerra, era mucho menos la amenaza, relativamente remota, de la reforma agraria, como la mucho más inmediata que surgía de la libertad dada a los campesinos para sindicarse y negociar sus condiciones de trabajo. Se estaba produciendo un cambio, no espectacular pero sí trascendente, que implicaba la ruptura en la relación tradicional de fuerzas que permitía a los propietarios rurales, con la colaboración de los funcionarios del Estado, los jueces y la guardia civil, mantener el control de la vida local, desvirtuando o neutralizando las leyes reformistas publicadas en tiempos de la monarquía.

11. Hace unos años, Angelina Puig realizó una tesis que utilizaba procedimientos de historia oral para investigar la historia de los emigrantes de un pueblo de Granada establecidos en Sabadell después de la guerra civil. Quiso también que hablaran de su situación antes de emigrar, y los más viejos, los que vivieron en tiempos de la República, nos descubrieron un panorama que, por lo menos para mí, que alimentado por los tópicos habituales esperaba que hablaran de las gracias y desgracias de la reforma agraria, me abrieron los ojos. Ni una sola palabra de la reforma agraria. Lo que aparecía era un cuadro de la vida local de aquellos años que mostraba a los propietarios acogiendo inicialmente al nuevo régimen con tranquilidad, ya que estaban acostumbrados a ver cómo cambiaban los gobiernos sin que su entorno social se modificara, de manera que pensaron que entonces sería lo mismo.

12. En cambio, se alarmaron al ver que los campesinos comenzaban a organizarse para negociar sus salarios y reivindicar sus derechos sin que la guardia civil los reprimiera de entrada, como había sucedido siempre. Por eso, cuando la derecha subió al poder en 1933, los terratenientes y los caciques reafirmaron de nuevo su autoridad: bajaron los salarios y los campesinos que se habían afiliado a un sindicato o se habían distinguido como partidarios de la izquierda sufrieron toda clase de persecuciones, fueron expulsados de los lugares donde trabajaban y se les negó la contratación como jornaleros. Esto ocurrió en Andalucía, como en Albacete, Cuenca (donde los trabajadores de Barajas de Melo dicen: «cuando pedimos trabajo, el alcalde nos dice que ‘comamos zarzas y república‘»), Ciudad Real (donde los de Solana del Pino aseguran que «para perseguirnos, prefieren dejar la tierra sin cultivar antes que dárnosla a nosotros«), Toledo, donde según explica Arturo Barea, a finales de 1933 los propietarios empezaron a echar a todos los que se habían afiliado a un sindicato «y a no dar trabajo más que a los que se sometían a lo de antes«.

Manifestación republicana en Pedro Martínez, mayo de 1932 (foto: memoriadimmingracio.com)

13. También fue el triunfo de la derecha la ocasión que los conservadores catalanes aprovecharon para denunciar la Ley de Contratos de Cultivo que había aprobado el Parlament de Catalunya. En cierta ocasión, en la época del franquismo, un antiguo dirigente de Unió Democràtica me confesó: «aunque, en realidad, tampoco era para tanto«. Podían haberse dado cuenta de ello antes. La naturaleza del conflicto entre grandes propietarios y trabajadores os permitirán entender reacciones como la que en julio de 1936 tuvo un terrateniente de la provincia de Salamanca, el conde de Alba de Yeltes, Gonzalo de Aguilera, que explicó personalmente a un periodista que el mismo día 18 de julio «hizo ponerse en fila india a los jornaleros de sus tierras, escogió a seis y los fusiló delante de los demás. Pour encourager les autres, ¿comprende?«.

14. O todavía hoy, en un libro publicado en 1998 —y destaco la fecha para que no se piense que se trata de un panfleto de la guerra civil—, cuando se enumeran los agravios que llevaron a Pedro Sainz Rodríguez a colaborar con la insurrección fascista, encontramos la siguiente descripción de los intolerables horrores de la República, que copio sin añadir ni quitar nada: «Se obligaba a los terratenientes a roturar y cultivar sus tierras baldías, se protegía al trabajador de la agricultura tanto como al de la industria, se creaban escuelas laicas, se introducía el divorcio, se secularizaban los cementerios, pasaban los hospitales a depender directamente del Estado…» He aquí el bolchevismo republicano denunciado con todo detalle. Os explico esto para subrayar que no es cierto que fuera el miedo a ser desposeídos de sus propiedades lo que puso a los terratenientes en pie de guerra.

15. Es sencillamente uno de los muchos tópicos que enturbian nuestra comprensión de la historia de la República y que debemos combatir. Como, por poner otro ejemplo, los tópicos que se refieren al papel de la Iglesia española en el fracaso republicano y en la organización de la revuelta, y que pretenden reducirlo todo a poco más que al contraste entre un personaje intransigente como el cardenal Segura y otro negociador como el arzobispo Vidal i Barraquer. El pobre Segura era un títere que no pintó gran cosa en el transcurso de su vida, ni cuando escribía pastorales contra la República, ni cuando en su vejez se negaba a ceder la cabecera de la mesa a la señora Franco y conseguía que el gobierno del Caudillo intentara que se marchase del país, lo mismo que había intentado la República.

16. Lo que deberíamos conocer mucho mejor, por el contrario, es la forma en que el tejido de las organizaciones patrocinadas por la Iglesia montó la contraofensiva para detener los intentos de laicismo de la República. Cuando la Ley de Confesiones y Congregaciones religiosas prohibió la enseñanza a las órdenes religiosas, las organizaciones católicas actuaron rápidamente, y entidades como la Sociedad Anónima de Enseñanza Libre, que aparecía como una asociación laica, o las organizaciones de padres de familia católicos, se hicieron cargo de los antiguos colegios de los religiosos, con el resultado que Herrera Oria podía decir en 1940 que «gracias a esta fortaleza en la lucha de las órdenes religiosas y de seglares, sobre todo de los padres de familia organizados, pudieron las órdenes religiosas educar a tantos o más jóvenes que antes«.

La maestra Veneranda García-Blanco Manzano (1893-1992) junto a sus alumnas de la escuela pública de Vidiago (Asturias) (foto coloreada por Tina Paterson)

17. Al mismo tiempo que organizaban campañas contra el cine y las lecturas inmorales. Es decir, contra lo que en los criterios eclesiásticos de la época se consideraba inmoral. Para hacerse una idea de qué va el asunto, baste decir que en la primera lista de libros prohibidos que se publicó en Valladolid en 1936, figuran entre los totalmente prohibidos las fábulas de La Fontaine, casi todo Pérez Galdós incluida la mayor parte de los Episodios nacionales, Baroja, Unamuno, Valera, algunos libros de Azorín, Goethe por entero, los artículos de costumbres de Larra, todo Gabriel Miró, La Celestina o el Libro de buen amor… Y que entre los «tolerados», sólo aptos para lectores maduros y autorizados, están los de Gustavo Adolfo Bécquer, las Novelas ejemplares de Cervantes, el Lazarillo de Tormes, el Ideario español de Ganivet, el Gil Blas de Santillana, los cuentos de Perrault, el Buscón de Quevedo o El diablo cojuelo de Vélez de Guevara.

18. Y lo que todavía es más importante que entendamos, y que sería necesario estudiar, en vez de perder el tiempo con los exabruptos del cardenal Segura o con las buenas intenciones de Vidal i Barraquer, es la forma en que esta red eclesiástico-civil funcionó en poblaciones como Valladolid —y aludo a Valladolid porque hay un estudio reciente que proporciona algunas informaciones sobre este tema—, en cuanto a elemento de preparación y apoyo de la insurrección de 1936 y, después de su triunfo, como base del control intelectual y social de los años de posguerra.

19. El asunto de la enseñanza religiosa —que, como sabéis, todavía colea— me lleva a destacar que uno de los aspectos «revolucionarios» de la República que las derechas no pudieron tolerar, fue precisamente su preocupación por la educación popular. Herederos de una antigua tradición ilustrada, los republicanos creyeron que educar a la población era el camino que había de llevarles a movilizarla para un programa de transformación social. Y se dedicó a ello con un entusiasmo que nunca se había conocido en España —y que no ha vuelto a conocerse después—. Suele olvidarse que entre los primeros decretos republicanos figura uno que creaba cerca de 7.000 plazas de maestro y aumentaba el sueldo de los enseñantes.

20. Se llevó a cabo una gran tarea de formación de maestros, se construyeron más de 16.000 escuelas, al tiempo que se desarrollaron programas de difusión cultural a fin de llevar a todos los rincones del país los libros o el teatro. No en vano los franceses decían que esta República española era «la República de los profesores«. Un escritor cubano pasó revista a la gran cantidad de nombres de intelectuales que ocupaban cargos políticos o diplomáticos, y dijo: «En todas las avanzadas del régimen figuran profesores y escritores, representantes de esa pequeña, casi exigua, burguesía intelectual que siempre estuvo residenciada bajo la monarquía.»

Misiones Pedagógicas en Mombeltrán (Ávila), 1932 (foto del archivo de la Residencia de Estudiantes, coloreada por Tina Paterson)

21. Es bien conocida la dureza, sangrienta, de la represión dirigida contra los maestros, o la supresión inicial por parte de las autoridades franquistas de muchos institutos de segunda enseñanza creados por la República, por considerarlos sobrantes. El asunto iba mucho más allá: la voluntad de liquidar hasta sus raíces intelectuales el proyecto reformista republicano, explica que se hicieran públicos planteamientos como los aparecidos en un periódico de Sevilla en los primeros días de la guerra, en un artículo significativamente titulado «A las cabezas», donde se decía: «No es justo que se degüelle al rebaño y se salven los pastores. Ni un minuto más pueden seguir impunes los masones, los políticos, los periodistas, los maestros, los catedráticos, los publicistas, la escuela, la cátedra, la prensa, la revista, el libro y la tribuna, que fueron la premisa y la causa de las convulsiones y efectos que lamentamos.»

22. El rector de la Universidad de Zaragoza, por su parte, propuso la quema de libros como medida higiénica conveniente y necesaria. ¿Para qué se necesitaban libros? En 1937 Pemán defendió en un discurso delante de Franco, que aprobó entusiasmado lo que dijo, una enseñanza simplista y que adoctrinara, de imposición de los valores «de arriba a abajo, misionalmente«, todo ello ejemplificado en esta afirmación: «El catecismo o el refranero, que hablan por afirmaciones, son más creídos que los profesores de Filosofía, que hablan por argumentos.» Era cosa sabida que eso de pensar es un vicio extranjerizante y malsano. Eso era, por lo menos, lo que decía un libro publicado en 1939 por un «asesor técnico del Ministerio de Educación Nacional«: «‘Europa es el mundo ideal del 2 y 2 son 4′, me dijo un día mi maestro. A lo que yo le respondí: ‘Y España es el mundo pasional del 2 y 2 son 5.‘» Esta apología del irracionalismo iba acompañada por una referencia a Ángel Ganivet, el cual habría dicho que a un pueblo que había conquistado el mundo no se le podía hacer perder el tiempo mirando por un microscopio (que era precisamente lo que hacía Ramón y Cajal en la época en que Ganivet decía esas tonterías).

23. Lo esencial para lograr este retroceso de la racionalidad era combatir lo que Pemartín llamaba «el necio fetiche del siglo estúpido: la superioridad de la ciencia sobre la fe». El tipo de enseñanza que se propugnaba había de ser una mezcla de patrioterismo y religión. No tengo ninguna duda de que el señor Pemartín y la señora Pilar del Castillo se habrían entendido bastante bien.

24. No hay que caer en la trampa de admitir que lo que movió a la revuelta de 1936 fue el temor a una amenaza revolucionaria inmediata, porque esta amenaza no existió. Basta con leer un documento que no suele citarse, el pacto-programa del Frente Popular publicado en la prensa el 16 de enero de 1936, para comprobar que no iba más allá de la propuesta de «restablecer el imperio de la Constitución» y procurar que se desarrollaran las leyes orgánicas derivadas de ella dentro del respeto a los principios constitucionales. En el pacto-programa los republicanos se negaban explícitamente a aceptar ninguno de los puntos de transformación revolucionaria que proponían los socialistas, y realizaban una declaración tan inequívoca como esta: «La República que conciben los partidos republicanos no es una República dirigida por motivos sociales o económicos de clase, sino un régimen de libertad democrática, impulsado por razones de interés público y progreso social.«

Miembros del gobierno provisional de la Segunda República; de izquierda a derecha: Álvaro Albornoz, Niceto Alcalá-Zamora, Miguel Maura, Francisco Largo Caballero, Fernando de los Ríos y Alejandro Lerroux (foto: agencia Meurisse/BNF)

25. Y hemos de recordar también el peso insignificante de los comunistas entonces, que no tenían ninguna clase de representación en el gobierno y no estaban en aquellos momentos para revoluciones. Lo que ocurrió en 1936 fue la consecuencia del hecho de que la derecha española no estaba dispuesta a aceptar una nueva etapa reformista como la de 1931 a 1933, con el peligro añadido del desarrollo de las promesas implícitas en la Constitución, por moderadas que fuesen. Un estudio sobre Zaragoza sostiene que la burguesía local jugó por un tiempo la carta posibilista, hasta febrero de 1936, y que al ver los avances de la izquierda, optó por animar a los militares que se preparaban para rebelarse, y una vez obtenida la victoria pudieron realizar el viejo sueño de «eliminar violentamente de la escena todas aquellas fuerzas políticas y sociales […] que habían ofrecido […] un proyecto sociopolítico alternativo al de las élites españolas«. En algunos casos, el asunto estaba preparado desde antes.

26. En Andalucía, muchos de quienes no se habían decidido a tomar parte en el intento de Sanjurjo en 1932, cambiaron de idea después del movimiento revolucionario de las izquierdas en 1934, que, aunque fracasara, les asustó. Francisco Espinosa ha mostrado que las oligarquías andaluzas, aterrorizadas frente a la amenaza del peligro que creyeron haber corrido, prepararon un plan de eliminación sistemática de sus enemigos, reales o imaginarios, que se apresuraron a poner en práctica en verano de 1936, en una operación de exterminio que empezó a escala local, pero que se generalizó hacia el mes de agosto cuando, según dice Espinosa, «se decidió desde la más alta instancia golpista la eliminación masiva de toda persona marcadamente asociada a la experiencia republicana: políticos, intelectuales y dirigentes obreros«.

27. De hecho, sabemos que antes de las elecciones de febrero de 1936 los militares estaban decididos a acabar de una vez con el juego democrático, cuestión en la que coincidían con la actitud de la derecha tradicional, que manifestaba su voluntad de «votar para dejar de votar algún día«. En un documento secreto dirigido a la Unión Militar Española, Mola sostenía que era necesario dar el golpe antes de las elecciones: «Sería un error funesto plantear la batalla a la revolución en el terreno del sufragio y de la actuación legalista […]. Hay que evitar las elecciones, de las cuales sacarían algunos partidos de izquierda argumentos para intervenir en el gobierno […]. Nada de turnos ni transacciones; un corte definitivo, un ataque contrarrevolucionario a fondo es lo que se impone, […] la destrucción del régimen político actualmente imperante en España. […] En el porvenir, nunca debe volverse a fundamentar el Estado ni sobre las bases del sufragio inorgánico, ni sobre el sistema de partidos […], ni sobre el parlamentarismo infecundo.» No estaba en contra de la revolución, que, como puede verse, no figura entre sus temores, sino en contra de la democracia parlamentaria.

28. Uno de los decretos que había preparado para aplicar tras el triunfo del golpe militar, contiene toda su teoría política: «es lección histórica, concluyentemente demostrada, la de que los pueblos caen en la decadencia, en la abyección y en su ruina, cuando los sistemas de gobierno democrático-parlamentario, cuya levadura esencial son las doctrinas erróneas judeo-masónicas y anarco-marxistas, se han infiltrado en las cumbres del poder«. Pero, a pesar de la moderación de los propósitos del Frente Popular (o quizá por eso mismo, por la capacidad de convivencia entre unos partidos republicanos de centro que deseban mantener los principios democráticos y unos grupos de izquierda que aspiraban a la transformación social por una vía pacífica), aquello que representaba la República española en verano de 1936 resultó que tenía un significado y un valor universales.

Queipo de Llano y el cardenal Segura en 1937 (foto: archivo de la Universidad de Sevilla) 29. En unos momentos de renuncia de los gobiernos democráticos europeos, España se convirtió en una esperanza para todos aquellos que se daban cuenta de la amenaza que representaba el ascenso del fascismo, y el riesgo que implicaba la inconsciente tolerancia de unos políticos que preferían convivir con las dictaduras fascistas antes que con un régimen reformista tan poco revolucionario como el de España. Los testimonios de quienes vinieron entonces a jugarse la vida para defender nuestra libertad, muestran hasta qué punto estaban convencidos de que luchaban por una causa de alcance universal. Lo vemos cuando Koltsov le dice a Gustav Regler: «Si ganamos aquí, pronto podrás regresar a Alemania.» O en la carta que David Guest, un matemático que murió en 1938 a los 27 años de edad, luchando cerca de Móra d’Ebre, escribía a su madre: «esta es una de las batallas más decisivas que nunca se hayan librado para el futuro de la raza humana, y todas las consideraciones personales se desvanecen ante este hecho».

30. O en la conciencia de Cecil Day-Lewis, cuando escribe: «Es a nosotros a quienes defendían quienes defendían Madrid.» Los testimonios podrían multiplicarse casi indefinidamente. Hace unos meses, algunos supervivientes de la Brigada Abraham Lincoln norteamericana nos visitaron de nuevo, y nos recordaron que vinieron a este país para luchar por aquella República finalmente derrotada por el fascismo, porque con ella defendían los valores de una democracia avanzada por la cual pensaban que merecía la pena arriesgar la vida. Y vinieron para decirnos que siguen creyendo en aquellos valores y que están orgullosos de haber defendido la República. Quizá ahora, en unos momentos en que estos valores vuelven a ser negados, sea a nosotros a quienes corresponda reivindicar aquel intento de transformación de la sociedad y de recuperar aquellas esperanzas, quizá frustradas, pero no caducadas.

31. Y en esta tarea, a quienes nos dedicamos al estudio de la historia nos corresponde una parte bastante importante, como es acabar con el silencio, deshacer los tópicos malintencionados, analizar objetivamente los aciertos y los errores del régimen y, sobre todo, liquidar una historiografía construida a base de la rumia de antiguas afirmaciones repetidas de manual en manual, para reemplazarla con otra que saque a la luz las esperanzas de los hombres y mujeres de aquellos días, a fin de recuperar lo que aún pueda haber de válido en aquel proyecto colectivo que tenía como objetivos la libertad y la modernización, como ha dicho recientemente Alfonso Guerra, pero también otras cosas que no hay que olvidar, como la lucha por una mayor igualdad y una mayor dignidad. Me parece muy oportuno que el esfuerzo de los jóvenes historiadores esté sacando a la luz los crímenes del franquismo.

32. Ayer mismo, en La Vanguardia, y con referencia al congreso que tendrá lugar en esta misma universidad dentro de unos días, del cual os adelanto que espero unos espléndidos resultados, se decía que la lectura histórica de la guerra civil y del franquismo está iniciando una nueva etapa. Es cierto. Pero yo quisiera que no olvidarais, al estudiar los crímenes del franquismo, que el mayor de todos fue, precisamente, el haber destruido esta gran esperanza colectiva de la II República española. Es por ello que os invito a recuperar su historia.

Octubre de 2002

Fuente original: «Recuperar la història de la Segona República espanyola», Revista HMiC. Història moderna i contemporània (Universitat Autònoma de Barcelona), n.º I, 2003, pp. 147-154. (Traducción de Jordi Domènech).

Portada: proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931: celebración en la Puerta del Sol (foto: Alfonso Sánchez Portela/MNCARS).
Para ver las fotos ir al documento original.
Ilustraciones: Conversación sobre la historia.

Fuente: 

jueves, 4 de enero de 2018

Entrevista a Andreu Espasa sobre Estados Unidos en la Guerra Civil española (I) “La novedad de mi libro es el énfasis que se da a la influencia de América Latina en la política de Roosevelt hacia la España en guerra”

El Viejo Topo


Con numerosas publicaciones en The International History Review, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea, L’Avenç, mientras tanto y www.rebelión. org, Andreu Espasa de la Fuente es doctor en Historia Comparada, Política y Social por la Universitat Autònoma de Barcelona y miembro del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Nos centramos en esta conversación en su última publicación (Los libros de la Catarata, Barcelona, 2017), con prólogo de Aurora Bosch e introducción de Josep Fontana.

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Felicidades por el libro. Me centro en él en esta entrevista y aviso al lector/a que me voy a dejar mil novecientas diez preguntas en el tintero. No queda otra. Déjame explicar su estructura: prólogo, presentación, siete capítulos, un epílogo y bibliografía. 616 notas a pie de página, 11 páginas, a doble columna de bibliografía, ¿cuántos años de trabajo te ha costado este ensayo sobre Estados Unidos en la Guerra Civil española?

En primer lugar, muchas gracias por el interés y poder darme la oportunidad de poder hablar contigo sobre el libro. Esta obra es el producto de una larga investigación, que empezó en 2010 con el inicio de la tesis doctoral. Incluyendo varios intervalos de tiempo en los que no podía dedicarme a tiempo completo, me ha costado unos seis o siete años de trabajo. A parte del gran trabajo de investigación, debo confesar que también he invertido mucho esfuerzo en encontrar un estilo de redacción fluido y transparente. Ojalá lo note el lector.

Lo nota, se nota, yo mismo lo he notado. ¿De dónde y por qué tu interés por este tema?

En 2007, con los primeros indicios de la crisis, empecé a investigar sobre el presidente Roosevelt y su programa de reformas políticas y sociales, el llamado New Deal, las bases sobre las que se fundó la versión norteamericana del Estado del Bienestar. Los paralelismos entre la Gran Depresión de los años treinta y la Gran Recesión actual atraparon mi interés. En aquellos tiempos, escribí un breve trabajo sobre los intelectuales cercanos al Frente Popular estadounidense de la época, concretamente sobre Lewis Corey, Arthur Rosenberg y Max Lerner. Lo que en aquel momento me pareció más interesante eran sus propuestas para forjar alianzas antifascistas entre el movimiento obrero y la clase media progresista.

También me pareció interesante estudiar las dificultades específicas del "frentepopulismo" en Estados Unidos. La tradición política norteamericana tiene particularidades muy importantes. La más notable es la ausencia de un gran partido obrerista de raíces marxistas. Ante esta situación algo complicada, la izquierda norteamericana de la época tuvo que apoyar de forma externa al gobierno de Franklin D. Roosevelt, alguien que, por su trayectoria, muy difícilmente podría ser considerado de izquierdas. Sin embargo, como se sabe, la Administración Roosevelt se destacó por implantar reformas sociales profundas, que, con el tiempo, se han convertido en conquistas legislativas populares que ni cuarenta años de hegemonía neoliberal han logrado borrar del todo.

En política exterior, a Roosevelt se le identifica, con razón, como el presidente que lideró la contribución norteamericana a la derrota del fascismo internacional. En cualquier caso, como no podía ser de otra manera, el periodo "rooseveliano" tuvo sus claroscuros. Entre estos, sin duda, destaca su posición ante el conflicto español. Al impedir la venta de armas estadounidenses a la España republicana, la Administración Roosevelt tuvo que saltarse sus propias leyes de neutralidad y los principios básicos del derecho internacional. ¿Cómo era posible que el presidente más progresista del siglo XX estadounidense hubiera contribuido de una forma tan notoria al asesinato de la democracia en España? Esta pregunta guió los inicios de mi investigación.

¿Debemos seguir utilizando la expresión "Guerra civil española"? ¿Fue realmente una guerra civil?

Creo que todo el mundo está de acuerdo en que el conflicto fue, en muchos sentidos, una guerra civil. El problema es que no fue únicamente una guerra civil. Por eso la expresión "Guerra Civil española" es problemática, porque parece eclipsar la importancia de la dimensión internacional del conflicto. Aunque los motivos que provocaron el inicio de la guerra fueron eminentemente nacionales, la duración y el desenlace solo se pueden entender por los factores internacionales. Sin la ayuda de Hitler y Mussolini a Franco, la insurrección militar hubiera fracasado. Sin el auxilio de la Unión Soviética y de las Brigadas Internacionales a la República española, Madrid habría caído en el otoño de 1936. Más importante todavía, la Política de No Intervención de Francia, Reino Unido y Estados Unidos provocó un desequilibrio en el acceso al armamento militar que acabó aniquilando las posibilidades de victoria del bando republicano. De hecho, la expresión "Guerra Civil española" siempre ha convivido con otras expresiones que son, en términos históricos, algo más precisas. Yo mismo, en el libro, combino varias expresiones: "conflicto español", "guerra en España", "guerra de España", etc.

Sin embargo, no soy partidario de abandonar completamente "Guerra Civil española". Hay que tener en cuenta que la denominación de este tipo de conflicto muchas veces se explica por factores políticos y de memoria colectiva que no se pueden desdeñar. Pensemos, por ejemplo, en la historia de México e Irlanda. El conflicto militar en México durante la segunda década del siglo XX tuvo mucho de guerra civil, aunque también hubo una importante intervención exterior por parte de Estados Unidos, que contribuyó a definir el resultado final. Si hablamos de Revolución Mexicana y no de Guerra Civil mexicana, se debe, en gran parte, a que, por diversos motivos, casi nadie reivindicó el legado de Victoriano Huerta tras el conflicto. El caso irlandés sería el opuesto.

La Guerra Civil irlandesa (1922-1923) no fue un asunto puramente irlandés. El apoyo militar del Reino Unido al bando ganador fue crucial. La guerra dejó escindida a la sociedad durante décadas. Dos de los principales partidos irlandeses actuales, el Fianna Fáil y el Fine Gael, provienen de este conflicto. Es la perduración del conflicto en la memoria colectiva la que explica, en gran parte, que se hable de una "Guerra Civil irlandesa".

En España, el conflicto todavía provoca, ocho décadas después, importantes escisiones políticas y sociales, con lo que no deja de ser comprensible que la expresión "Guerra Civil española" siga siendo la más popular. En cualquier caso, tampoco soy muy partidario de las batallas nominalistas. Creo que las expresiones "Guerra Civil española" y "Guerra de España" pueden convivir de forma parecida al uso alternativo que hoy se da a "Guerra de Siria" y "Guerra Civil siriana".

La prologuista, Aurora Bosch, escribe: "Por otro lado, en lo que resulta su aportación más original: qué papel jugó en la evolución de la política exterior estadounidense y en la política del Buen Vecino la repercusión de la guerra en Latinoamérica, especialmente en el cambio de postura hacia España desde otoño de 1937. Esta es la conexión americana y, sobre todo, mexicana de la que habla el autor". ¿Está bien visto? ¿Esta es la aportación más original de tu investigación?

Sin duda, como bien señala Aurora Bosch, este no es el primer libro sobre el papel de Estados Unidos en el conflicto español. Ella misma publicó un libro importante sobre la cuestión hace poco años, que se sumó a los existentes hasta el momento, entre los que cabría destacar los de Dominic Tierney y Richard P. Traina. La novedad de mi libro es, en efecto, su enfoque americanista, concretamente el énfasis que se da a la influencia que tuvo América Latina en la política de la Administración Roosevelt hacia la España en guerra. En aquellos años, cuando Estados Unidos estaba atravesando un gran debate de política exterior en el que se debatía si era mejor consolidar la hegemonía continental o asumir el liderazgo mundial, la guerra en España se juzgó a partir de sus posibles consecuencias en América Latina.

A partir del otoño de 1937, Estados Unidos empieza a dudar de la conveniencia de mantener el embargo de armas contra España. Estas dudas tienen que ver con lo que está pasando en América Latina. El autogolpe de Vargas en Brasil –con la creación del llamado Estado Novo brasileño, de indudables resonancias fascistas- hace pensar que las potencias fascistas europeas pretenden extender su influencia geopolítica en el Hemisferio Occidental. En este caso, si Franco gana en España, se cree que Berlín y Roma tendrán un nuevo aliado útil para provocar insurrecciones parecidas en las repúblicas hispanoamericanas, que, por razones obvias, mantienen unos lazos de afinidad cultural y lingüística que las hace más vulnerables a la influencia franquista. Desde entonces, Washington se planteará en numerosas ocasiones la necesidad de terminar con el embargo de armas contra España para evitar una victoria franquista.

Josep Fontana abre su introducción con estas palabras: "Solemos identificar a Franklin D. Roosevelt con el New Deal, esto es, con la política interior que salvó la paz social en los Estados Unidos en una época de crisis: pero su actuación en el campo de la política exterior fue tal vez más transcendente". Sé que hemos hablado de ello anteriormente pero déjame insistir. En este ámbito, en el de la política exterior, ¿estuvo Roosevelt a la altura de las circunstancias? ¿Lo estuvo en el caso español? Una cita con la que abres el libro, de Louis Fischer (de 1941), señala alguna crítica no menor. La de George Seldes, de 1970, es aún más rotunda: "fue Roosevelt, más que cualquier otro individuo, el responsable, a través del embargo de armas, de la destrucción de la República española. Probablemente fue el mayor error que cometió el presidente, uno de los más grandes errores de la historia".

En efecto, está es la clave del interés de este episodio histórico. Como bien dice Fontana, la política exterior de Roosevelt fue, como mínimo, tan trascendental como su política interior. Conviene recordar que, a finales de los años treinta, había una fuerte corriente de opinión en Estados Unidos, el llamado "aislacionismo", que era visceralmente contraria a la idea de reeditar la alianza con los dos grandes imperios democráticos del momento, Francia y Gran Bretaña. El mismo Roosevelt tuvo que gobernar en sus primeros años respetando los principales aspectos del programa aislacionista: no pidió el ingreso en Sociedad de Naciones, intentó no provocar excesivamente a Tokio y, en el ámbito europeo, combinó una actitud de aparente distancia ante el aumento de las tensiones intereuropeas con un apoyo indirecto a las políticas de París y Londres. Washington no se quería comprometer a una defensa militar del statu quo en Europa. Un ejemplo significativo de esta actitud fue la respuesta de Estados Unidos a la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi en marzo de 1938. Washington cerró la embajada en Viena para abrir un consulado general –una forma encubierta de reconocimiento diplomático– y trasladó a las autoridades de Berlín su principal preocupación: ¿Quién asumiría a partir de entonces la deuda del Estado austríaco?

Sin embargo, a finales de los años treinta, sobre todo después de los Acuerdos de Múnich de otoño de 1938, Roosevelt hizo un gran esfuerzo para reorientar la política exterior estadounidense hacia un mayor confrontación con las potencias del Eje. Para lograrlo, tuvo que hacer frente a una enorme oposición interna, una oposición ideológicamente diversa que iba más allá de los círculos conservadores. Hay una novela de Philip Roth, La conjura contra América, que retrata de una forma muy interesante y verosímil una hipótesis de escenario histórico contrafactual: ¿Qué hubiera pasado si Roosevelt hubiera perdido las elecciones de 1940 contra un candidato del movimiento aislacionista America First? Dada la popularidad del antisemitismo en los Estados Unidos de los treinta -en aquel entonces, las principales universidades privadas limitaban el acceso de estudiantes judíos-, no se puede descartar que Washington hubiera permanecido al margen de los intentos para derrotar al fascismo internacional.

Este cambio en la política exterior de Estados Unidos, esta tensión entre el internacionalismo liberal y el "aislacionismo continental" –continental en el sentido de que nadie proponía aislar a Estados Unidos del mundo, sino limitar sus objetivos geopolíticos al continente americano–, esta transición, decíamos, es lo que David S. Haglund llamó en su momento "la transformación del pensamiento estratégico estadounidense". En este proceso de cambio, la España en guerra jugaría un papel decisivo y trágico. Por un lado, fue el último episodio importante en el que Washington adoptó una actitud comprensiva hacia las demandas y los engaños de las potencias fascistas. Por el otro, gracias al ejemplo de España y a sus temidas consecuencias en los países de América Latina –principalmente, en México-, Roosevelt aprendió ciertas lecciones sobre lo que no debía volver a pasar y, sobre todo, encontró una línea argumentativa de síntesis para superar el aparente bloqueo del debate geopolítico del momento. Gracias a España, Roosevelt podía hacer pedagogía sobre lo que implicaba la amenaza fascista europea en América Latina. A partir de la potencial amenaza del surgimiento de nuevos "Francos" latinoamericanos dirigidos por Berlín y Roma, el problema ya no era elegir entre ser el líder de las Américas o una nueva potencia mundial. Según este nuevo escenario, lo que estaba en juego era la seguridad nacional. Si no se enfrentaba a las potencias fascistas en Europa, más pronto que tarde Estados Unidos tendría que defender su frontera de conflictos militares inspirados en el eficaz ejemplo español. Intervenir en Europa se convirtió en un requisito para la seguridad en las Américas.

El primer capítulo se titula: "La diplomacia norteamericana de entreguerras". ¿Quiénes fueron los máximos responsables? ¿Cuáles fueron sus finalidades más importantes en ese período? ¿Los diplomáticos eran, como señalas, políticos frustrados?

Los diplomáticos estadounidenses de los años veinte y treinta del siglo XX tenían algunas características especiales. Por un lado, como en la mayoría de países, la carrera diplomática era un feudo de las élites económicas. En el caso concreto de Estados Unidos, este hecho solía venir reforzado por las peculiaridades del sistema político norteamericano. Al fin y al cabo, aunque plagado de sesgos de clase y de raza, los Estados Unidos de la época no dejaban de ser un sistema bastante democrático, en el que los líderes parlamentarios tenían que pasar por la prueba del voto popular. Esto tenía el efecto de reforzar la tendencia a convertir el Departamento de Estado en un refugio de las élites. Los hijos de la clase alta, educados en las prestigiosas y exclusivas universidades del Ivy League de la Costa Este, pasaban por una dura y frustrante experiencia cuando intentaban hacer carrera política. Muchos de ellos no podían disimular su origen social de cuna dorada. Su aspecto y sus modales los hacían poco atractivos para la contienda electoral. Al fracasar en su intento de ser elegidos por las urnas, se refugiaban en la carrera diplomática como una forma alternativa y segura de hacer política sin tener que competir en la arena de la confrontación democrática.

Los años de entreguerras fueron años muy importantes en la historia de la diplomacia estadounidense. En esta época, se profesionalizó definitivamente la carrera diplomática, con lo que se aseguró que, independientemente de quien ganara las elecciones, la diplomacia norteamericana podía seguir unos consensos básicos que serían ejecutados por unos profesionales comprometidos y experimentados. Además, también fue un importante periodo de transición. Tras la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos era la primera potencia económica. Sin embargo, se mostraba reacia a asumir un liderazgo claro a nivel geopolítico. En vez de implicarse en Sociedad de Naciones y coordinarse con el resto de potencias vencedoras, la diplomacia norteamericana se concentró en la promoción de la inversión extranjera y del comercio internacional. Se creía que, para asegurar la prosperidad estadounidense y favorecer la causa de la paz mundial, las naciones debían estrechar sus vínculos comerciales. Según la llamada "teoría liberal de la paz", la mejor forma de evitar las guerras era bajando las tarifas arancelarias. A mayor comercio internacional, se decía, mayor amistad entre los gobiernos del mundo. Entre los máximos responsables de esta política, habría que señalar al republicano Henry L. Stimson (secretario de Estado con Hoover) y al demócrata Cordell Hull (el sucesor de Stimson en la Administración Roosevelt). Los dos, a pesar de numerosas diferencias, estaban comprometidos con la teoría liberal de la paz y con el combate a las tendencias aislacionistas en la sociedad y en el Congreso. El aspecto progresista de este modo de entender las relaciones internacionales era la apuesta por un mundo relativamente desarmado, en el que la competencia por la hegemonía mundial se definiría por la capacidad de penetración económica en el exterior, no por el tamaño de los ejércitos. Conviene recordar que, en el periodo de entreguerras, Estados Unidos tenía un ejército de tamaño reducido.

¿El anticomunismo impregnaba esa política? ¿Era importante el movimiento comunista norteamericano en esos momentos? ¿Antes de la caza de brujas y del intento, parcialmente conseguido, de destrucción de la izquierda estadounidense?

Sin duda. La política exterior norteamericana del periodo de entreguerras también se debe entender como una respuesta al desafío soviético. Incluso antes de finalizar la Primera Guerra Mundial, la Administración Wilson estaba muy condicionada por su voluntad de contener y aplastar el experimento bolchevique. Cuando los revolucionarios rusos recién llegados al poder denuncian los tratados secretos entre las potencias aliadas, Wilson responde con unos objetivos de guerra claros, los famosos 14 puntos (los cuales inspirarán, veinte años después, los 13 puntos del gobierno de Juan Negrín). Con el fin de la guerra, Wilson y los soviéticos se disputan también la bandera del derecho a la autodeterminación para ganarse la opinión pública mundial, tal y como ha señalado acertadamente el historiador Erez Manela. La promoción de la inversión extranjera y del comercio internacional en los años veinte también forma parte de la apuesta para reducir los riesgos de nuevas revoluciones en el mundo.

Al fracasar la intervención aliada en la Guerra Civil rusa, los Estados Unidos no dejan de intentar aislar a los soviéticos. En los años veinte, Washington tiende a interpretar cualquier desafío nacionalista en América Latina –por ejemplo, la revuelta de Sandino en Nicaragua- como el resultado de una maniobra encubierta de los soviéticos. El anticomunismo del Departamento de Estado queda reforzado por la llamada Ley Rogers de 1924, por la que, entre otras cosas, se crea una escuela diplomática en la que los alumnos reciben un fuerte adoctrinamiento anticomunista. Cuando Roosevelt llega a la presidencia en 1933, rompe parcialmente con la política seguida en los años veinte y reconoce diplomáticamente al gobierno de Moscú. El cambio está motivado por la conciencia de que los intentos de aislar a los soviéticos han fracasado –de hecho, los comunistas en el poder parecen más consolidados que nunca– y por la esperanza de que la apertura del mercado soviético podría ayudar a superar la crisis económica que sufre Estados Unidos. Sin embargo, muy pronto las relaciones entre ambos países vuelven a congelarse, principalmente por el disgusto que creó en Washington la presencia de delegados norteamericanos en el congreso de la Internacional Comunista en agosto de 1935 en Moscú y por la insistencia de la Administración Roosevelt en el cobro de las deudas contraídas por el régimen zarista.

El sentimiento anticomunista en Estados Unidos se debía, en parte, a una percepción exagerada de la fuerza real de los comunistas norteamericanos. Sin embargo, lo que sí estaba justificado era el pánico de las élites por la oleada de huelgas que vivió el país justo al finalizar la Primera Guerra Mundial. En 1919, un muy joven Franklin D. Roosevelt, en aquel tiempo subsecretario de la Marina con Wilson, llegó a proponer un servicio militar obligatorio permanente como medio para combatir la amenaza comunista. De hecho, aunque es muy famosa la caza de brujas encarnada por el senador McCarthy a principios de los años cincuenta, lo cierto es que la primera caza de brujas se dio en 1919, con las Redadas Palmer, que implicaron la deportación de cientos de extranjeros acusados de subversivos. Entonces el sentimiento anticomunista estaba parcialmente animado por un fuerte sentimiento xenófobo contra los inmigrantes europeos del Este y del Sur de Europa: en 1924 se aprobaría la primera gran ley de inmigración con cuotas restrictivas en función del origen nacional. Para el conservadurismo estadounidense, los comunistas también representaban una inquietante impugnación al sistema de dominación racial. El Partido Comunista de los Estados Unidos fue, de hecho, la primera organización política predominantemente blanca que otorgaba un carácter prioritario a la lucha contra la discriminación racial. Sobre los primeros años del Partido Comunista, es recomendable ver el retrato que se hace en la película Reds (1981) de Warren Beatty, basada en la vida del célebre periodista comunista John Reed.

A finales de los años treinta, el Partido Comunista logra llegar al cenit de su influencia en la sociedad norteamericana. En aquellos años, los comunistas alcanzan una notable influencia en el movimiento obrero, entre los estudiantes politizados y en amplios sectores intelectuales y artísticos. Es bien conocida la importancia que llegaron a tener entre los guionistas comunistas de Hollywood. La influencia de la izquierda norteamericana en el mundo de la cultura llegó a ser tan fuerte que, según el historiador Michael Denning, se necesitó una "guerra civil cultural" –así define Denning a la caza de brujas de McCarthy– para poder erradicarla de forma definitiva.

Varios factores favorecieron este crecimiento. Por un lado, la Gran Depresión sacudió fuertemente a la población trabajadora y supuso un serio desprestigio para la ideología capitalista. Además, la estrategia "frentepopulista" aprobada por la Internacional Comunista en 1935 encajaba muy bien con las necesidades y peculiaridades del movimiento progresista estadounidense. La defensa de las libertades democráticas y de la unidad contra el fascismo resultaban muy apropiadas para un país cuya identidad nacional estaba basada teóricamente en valores republicanos e ilustrados. En este contexto, el activismo a favor de la democracia española jugó un papel muy importante. Ya fuera en las colectas humanitarias para enviar comida y medicinas, en las campañas políticas para derogar el embargo impuesto por la Administración Roosevelt o en los esfuerzos por reclutar voluntarios para la Brigada Lincoln, los comunistas demostraron un gran compromiso y eficiencia militantes, lo que sin duda contribuyó a aumentar su prestigio entre la izquierda y romper con su anterior aislamiento sectario. También es muy importante tener en cuenta que la solidaridad con la España republicana les permitió ensayar una nueva forma de hacer política que iba más allá del mundo del trabajo. Los comunistas lograron implicar a los sectores de la clase media progresista a través del North American Committee to Aid Spanish Democracy (NACASD), una plataforma de asociaciones liderada por un obispo metodista, Francis J. McConnell. A través de la solidaridad con España, los comunistas pudieron demostrar que su nuevo compromiso con la defensa de la democracia parlamentaria no era meramente retórico. También pusieron en práctica su discurso antirracista. Aunque es un hecho poco conocido, lo cierto es que España ocupa un lugar relevante en la historia de las relaciones raciales de Estados Unidos. Fue en la Brigada Lincoln donde, por primera vez, oficiales afroamericanos tuvieron bajo sus órdenes a soldados blancos estadounidenses.

Hablas en el apartado final del nacimiento de los appeasement en Europa y en Estados Unidos. Te pregunto sobre ello a continuación. Un descanso para nosotros y para el lector.

De acuerdo. Descansemos.

Fuente: El Viejo Topo, noviembre de 2017