jueves, 20 de febrero de 2014

Todas esas veces que pude haber muerto

Esas son las ironías de la vida: escapas de las balas y las bombas, te das la vuelta al mundo varias veces y al final siempre te atrapa tu destino

Hace un par de semanas murió Manu Leguineche, periodista magnífico, hombre generoso, maestro en tantas cosas. Fue un gran corresponsal de guerra; se jugó el pellejo en muchas ocasiones, pero la muerte le estaba esperando en su casa, vengativa y pérfida, haciéndole antes sufrir durante largo tiempo: llevaba demasiados años muy enfermo. Esas son las ironías de la vida: escapas de las balas y las bombas, te das la vuelta al mundo varias veces y al final siempre te atrapa tu destino, como en el conocido cuento de Las mil y una noches del criado que, asustado al encontrar a la Muerte en el mercado y ver que le hacía llamativos gestos, sale huyendo de su ciudad y no para hasta llegar a Bagdad; cuando los gestos de la Muerte sólo manifestaban la sorpresa de hallarle en aquel sitio, porque esa misma noche tenía una cita con él en la lejana Bagdad. Tanto correr, tanta agitación para acabar en eso.

Recordé entonces que me encontré con Manu Leguineche en Managua, dos o tres días después de que Somoza huyera del país. Los sandinistas habían ganado la guerra, pero el conflicto bélico todavía coleaba. Había muertos en las calles y por las noches dormíamos debajo de la cama porque por las ventanas podían colarse balas perdidas. Y recordé que entré en el país por tierra, junto con una amiga también periodista, la colombiana Ana Cristina Navarro. La salida de Somoza nos pilló estando en Guatemala y para poder llegar a Managua aprovechamos el coche de un jesuita que supuestamente iba a devolver a sus padres nicaragüenses a una adolescente que había pasado la guerra refugiada en Guatemala. Y digo supuestamente porque, en efecto, la niña venía con nosotros y la depositamos con su familia; pero al regresar a Guatemala, el cura nos confesó que su coche iba cargado de “algo” peligrosísimo (lo más probable es que trajera armas de los sandinistas para la resistencia guatemalteca). Y con este contrabando de alto voltaje habíamos atravesado El Salvador (bajo una sangrienta dictadura militar y en estado de excepción), jugándonos Ana Cristina y yo inocente y estúpidamente la vida, la libertad y desde luego indudables torturas si nos descubrían. Odié a aquel jesuita y todavía le odio.

Este recuerdo avivó otros de otras ocasiones en las que mi vida había estado en peligro. Aquella vez en la que la periodista Sol Fuertes y yo estuvimos a punto de naufragar en el lago Titicaca, entre Bolivia y Perú, y nos pasamos horas en una barca infame con el agua helada hasta las rodillas y achicando con un solo cubo (por cierto que achicar a 4.200 metros de altitud asfixia muchísimo). O aquel viaje en un trenecito, también en Perú, en el Valle Sagrado del Urubamba, colgada de los estribos, porque el tren iba lleno; y ver a tus pies los abismos de las montañas de los Andes, y sentir que las manos con las que te agarrabas frenéticamente a la barra se quedaban entumecidas; y pensar que no ibas a aguantar hasta la próxima parada (obviamente aguanté). O bien ese avión de Iberia en el que el fotógrafo Chema Conesa y yo íbamos a ir a Roma para entrevistar al presidente italiano, Sandro Pertini. El vuelo salía a las 8.30 de la mañana y la noche anterior nos llamamos para atrasar el viaje y embarcar dos horas más tarde (eran épocas opulentas del periodismo y los billetes eran enteros y se podían cambiar sin más problemas). Pues bien, ese avión de Iberia se estrelló en la pista de despegue contra uno de Aviaco; hubo cerca de doscientos muertos y heridos muy graves y abrasados (el avión de Iberia se incendió). O aquella vez que cuatro adolescentes marginales me arrinconaron en un descampado con un coche de lujo obviamente recién robado; me salvó mi perra Trasto, una pastora alemana mestiza que se plantó delante,...

...La vida es un puro azar, un milagro renovado en cada instante. Me pregunto cuánto queda, qué me queda...

Leer más aquí, Rosa Montero, El País Semanal.

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