Fuentes: Ganas de escribir
Hoy se celebra el 80 aniversario del Día D, el 6 de junio de 1944, cuando comenzó el desembarco de las tropas aliadas en Normandía y puede que el titular de este artículo parezca exagerado. Yo creo, sin embargo, que es un hecho. Los países que forman parte de la OTAN y algún otro más, encabezados y liderados por Estados Unidos, están ya en guerra con Rusia.
En guerra comercial es evidente que lo estamos. Según la base de datos Castellum, desde que se produjo la invasión de Ucrania se han ejecutado 18.472 sanciones que se unen a de las 2.695 anteriores, por parte de los siguientes países: Estados Unidos (4.490), Canadá (2.952), Suiza, (2.624), Unión Europea (2.005), Francia (1.948) y Reino Unido (1.800).
Una vez que la «operación militar especial», como la llamó el Kremlin, se convirtió en guerra abierta con Ucrania, la utilización de armamento de la OTAN ha sido masiva.
Según el Kiel Institute for the World Economy, desde febrero de 2022, Estados Unidos ha dedicado 69.800 millones de dólares a ayuda militar y 34.200 millones de apoyo presupuestario al gobierno de Ucrania y la Oficina de Presupuesto del Congreso cifra el total aprobado en 175.000 millones de dólares. Europa, por su parte, ha aportado 42 mil millones de euros. Entre ambos, representan el 95% de la ayuda militar recibida y, junto a otros socios de la OTAN, se alcanza el 99%, según reconoce la propia OTAN.
Se quiera o no, la realidad es que la guerra en Ucrania no la libran solamente ese país injustamente invadido y Rusia, sino también los que forman parte de esta última alianza militar.
Es cierto que la intervención militar de la OTAN en la guerra ha sido hasta ahora diluida o edulcorada por la prohibición de utilizar el armamento proporcionado a Ucrania para llevar a cabo ataques dentro del territorio ruso. Pero esto ha cambiado. Ucrania ya ha atacado objetivos militares en territorio ruso con el beneplácito explícito de Estados Unidos y de otros países que también le proporcionan armamento.
Ya no se puede disimular que estamos en guerra. El diario británico The Telegraph acaba de informar hace un par de días que la OTAN está construyendo carreteras que sirvan de corredores para que las tropas de Estados Unidos lleguen a la frontera rusa tras posibles desembarcos en puertos de Italia, Grecia, Turquía, en el sur, y Países Bajos o Noruega, por el norte. Es sabido que varios países han comenzado ya a poner en marcha el servicio militar obligatorio y los líderes europeos ni siquiera utilizan medias tintas ni disimulan cuando dicen que preparan a sus países para entrar en combate. Añádanse a ello las maniobras con decenas de miles de soldados y gran potencia de armamento realizas o previstas, y se tendrá un escenario que no es sino de guerra mucho más que latente.
Como siempre que actúa la OTAN, la operación se viste como estrategia defensiva; ahora, para responder «en caso de una invasión rusa de la OTAN». A pesar de que, a diferencia de lo que siempre había advertido que haría en Ucrania, Rusia ha señalado que nunca tendría interés alguno en ir más allá. No tendría ningún sentido.
La situación es muy peligrosa porque, lo mismo que los dirigentes europeos se equivocaron cuando decían que las sanciones acabarían con la economía rusa en unos meses, se van a equivocar de nuevo en el plano militar: no se le puede ganar una guerra a una potencia nuclear sin que se produzca una destrucción mutua. Y, para una guerra convencional de desgaste (seguramente, el objetivo de Estados Unidos para empantanar a Europa y beneficiarse del negocio de la guerra), Rusia estará siempre mucho mejor preparada que Europa, al menos a corto y medio plazo.
La Unión Europea se ha dejado caer en brazos de Estados Unidos, y esta potencia imperial ha conseguido lo que necesitaba: romper cualquier posible alianza estratégica entre Europa y Rusia, y hacer a los países europeos dependientes militar y económicamente. Es lo que necesita para que así no le pongan dificultades en su plan de enfrentamiento estratégico con China. Algo que inevitablemente se va a producir como consecuencia del declive de Estados Unidos como potencia y del auge, paralelo, de China.
Los mapas que transcribo abajo del mencionado Instituto Kiel reflejan cuáles son los países que proporcionan armamento a Ucrania. Ahí se ve claramente que no es un conflicto global, de Rusia contra el mundo, como se quiere hacer creer.
Justo ochenta años después del Día D, es Europa la que está de nuevo en guerra. Todavía de facto, a falta un detonante material y de su declaración subsiguiente como tal para que lo esté también formalmente. Una guerra desgraciada en la que Europa ha caído al cometer tres pecados de los que no sólo no se quiere hablar, sino que se persigue a quien los ponen sobre la mesa: haber contribuido a provocarla, no haberla sabido evitar y, finalmente, haberse involucrado materialmente en ella. Tres pecados que se resumen en uno capital: haber renunciado a la paz, como ideal y como práctica.
En guerra comercial es evidente que lo estamos. Según la base de datos Castellum, desde que se produjo la invasión de Ucrania se han ejecutado 18.472 sanciones que se unen a de las 2.695 anteriores, por parte de los siguientes países: Estados Unidos (4.490), Canadá (2.952), Suiza, (2.624), Unión Europea (2.005), Francia (1.948) y Reino Unido (1.800).
Una vez que la «operación militar especial», como la llamó el Kremlin, se convirtió en guerra abierta con Ucrania, la utilización de armamento de la OTAN ha sido masiva.
Según el Kiel Institute for the World Economy, desde febrero de 2022, Estados Unidos ha dedicado 69.800 millones de dólares a ayuda militar y 34.200 millones de apoyo presupuestario al gobierno de Ucrania y la Oficina de Presupuesto del Congreso cifra el total aprobado en 175.000 millones de dólares. Europa, por su parte, ha aportado 42 mil millones de euros. Entre ambos, representan el 95% de la ayuda militar recibida y, junto a otros socios de la OTAN, se alcanza el 99%, según reconoce la propia OTAN.
Se quiera o no, la realidad es que la guerra en Ucrania no la libran solamente ese país injustamente invadido y Rusia, sino también los que forman parte de esta última alianza militar.
Es cierto que la intervención militar de la OTAN en la guerra ha sido hasta ahora diluida o edulcorada por la prohibición de utilizar el armamento proporcionado a Ucrania para llevar a cabo ataques dentro del territorio ruso. Pero esto ha cambiado. Ucrania ya ha atacado objetivos militares en territorio ruso con el beneplácito explícito de Estados Unidos y de otros países que también le proporcionan armamento.
Ya no se puede disimular que estamos en guerra. El diario británico The Telegraph acaba de informar hace un par de días que la OTAN está construyendo carreteras que sirvan de corredores para que las tropas de Estados Unidos lleguen a la frontera rusa tras posibles desembarcos en puertos de Italia, Grecia, Turquía, en el sur, y Países Bajos o Noruega, por el norte. Es sabido que varios países han comenzado ya a poner en marcha el servicio militar obligatorio y los líderes europeos ni siquiera utilizan medias tintas ni disimulan cuando dicen que preparan a sus países para entrar en combate. Añádanse a ello las maniobras con decenas de miles de soldados y gran potencia de armamento realizas o previstas, y se tendrá un escenario que no es sino de guerra mucho más que latente.
Como siempre que actúa la OTAN, la operación se viste como estrategia defensiva; ahora, para responder «en caso de una invasión rusa de la OTAN». A pesar de que, a diferencia de lo que siempre había advertido que haría en Ucrania, Rusia ha señalado que nunca tendría interés alguno en ir más allá. No tendría ningún sentido.
La situación es muy peligrosa porque, lo mismo que los dirigentes europeos se equivocaron cuando decían que las sanciones acabarían con la economía rusa en unos meses, se van a equivocar de nuevo en el plano militar: no se le puede ganar una guerra a una potencia nuclear sin que se produzca una destrucción mutua. Y, para una guerra convencional de desgaste (seguramente, el objetivo de Estados Unidos para empantanar a Europa y beneficiarse del negocio de la guerra), Rusia estará siempre mucho mejor preparada que Europa, al menos a corto y medio plazo.
La Unión Europea se ha dejado caer en brazos de Estados Unidos, y esta potencia imperial ha conseguido lo que necesitaba: romper cualquier posible alianza estratégica entre Europa y Rusia, y hacer a los países europeos dependientes militar y económicamente. Es lo que necesita para que así no le pongan dificultades en su plan de enfrentamiento estratégico con China. Algo que inevitablemente se va a producir como consecuencia del declive de Estados Unidos como potencia y del auge, paralelo, de China.
Los mapas que transcribo abajo del mencionado Instituto Kiel reflejan cuáles son los países que proporcionan armamento a Ucrania. Ahí se ve claramente que no es un conflicto global, de Rusia contra el mundo, como se quiere hacer creer.
Justo ochenta años después del Día D, es Europa la que está de nuevo en guerra. Todavía de facto, a falta un detonante material y de su declaración subsiguiente como tal para que lo esté también formalmente. Una guerra desgraciada en la que Europa ha caído al cometer tres pecados de los que no sólo no se quiere hablar, sino que se persigue a quien los ponen sobre la mesa: haber contribuido a provocarla, no haberla sabido evitar y, finalmente, haberse involucrado materialmente en ella. Tres pecados que se resumen en uno capital: haber renunciado a la paz, como ideal y como práctica.
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