En uno de sus últimos libros, el titulado Un ser de lejanías, el escritor Francisco Umbral nos dice que el ser humano se hizo barroco desde el momento en que Miguel Servet descubre la circulación de la sangre. Visto así, razón no le faltaba a Umbral.
Porque Servet explicó que la sangre llega al corazón desde distintas partes del cuerpo, y es el mismo corazón quien la impulsa hacia los pulmones, donde se carga de oxígeno para volver, de nuevo, al corazón que la bombea al resto del cuerpo. Con este circuito, con este ir y venir de sangre y oxígeno, el barroco se confunde con la vida y también se confunde con la religión, pues Servet era teólogo y un hombre profundamente creyente que apostaba por un Cristo de carne y sangre. Estas cosas le costaron la vida; murió quemado en la hoguera inquisitorial por hereje.
Sin ir más lejos, será en su libro de carácter teológico titulado Restitución del Cristianismo, publicado en 1553, donde aparezca por primera vez la función de la sangre en el cuerpo humano y su transmisión desde la arteria pulmonar a la vena pulmonar. “Quien realmente comprende cómo funciona la respiración del hombre ya ha sentido la respiración de Dios y por tanto salvado su alma”, escribe Servet, identificando la Divinidad con la sangre; la vida con la religión.
Según Servet, gracias a este líquido nutriente, gracias a la sangre, el alma es transportada por todo el cuerpo. Bien mirado, la aproximación a la circulación, y con ello al sistema linfático, entronca con ciertos aspectos de la medicina ayurveda, donde la linfa es el componente primario y el que mantiene el cuerpo con vida. No hay que olvidar que Servet estaba más cerca de lo místico que de la materia. Tal vez, por eso, llevado por la idea de Dios, se convirtió en el primer autor en Occidente que comprendió la respiración. Porque respirar no es otra cosa que relacionarte con el exterior. Si no respiras, si no te relacionas con tu exterior mediante tus órganos, es que estás muerto. Y para Servet, el origen del milagro de la comunicación con lo exterior residía en Dios. Con estas cosas, y desde el espíritu, Servet alcanzó la materia.
Su teoría acerca de la función pulmonar, o circulación menor, desbanco la de Galeno, vigente hasta entonces, por la cual el aire llegaba al corazón por la vena pulmonar y una vez allí se mezclaba con la sangre, que, después, se filtraba por el organismo. Lo que propuso Servet fue que la transmisión de la sangre se produce a través de un “magno artificio” por el que es impulsada desde el ventrículo derecho hacia los pulmones para su oxigenación y pasa posteriormente al ventrículo izquierdo.
Con ello, el barroco se adelanta en la historia unos años, haciéndose sangre y volviéndose hacia adentro, a decir de Umbral en Un ser de lejanías (Austral), uno de sus últimos trabajos cuyo título crepuscular evoca la lejanía de las cosas a medida que nuestro cuerpo, con los años, va haciéndose viejo; un trabajo que desde la literatura alcanza la materia científica.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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