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lunes, 2 de diciembre de 2024

_- La otra Gran Depresión

_- En 1989 la juventud de Alemania Oriental derribó el Muro de Berlín llevada por sus sueños de libertad y prosperidad. Sin embargo, el programa de reformas que pronto se le impuso tuvo unos efectos devastadores, comparables a los que tiene una guerra.

El verbo inglés “to gaslight”, “hacer luz de gas”, es un verbo transitivo. El diccionario Merriam-Webster lo define como “la manipulación psicológica de una persona, generalmente a lo largo de un largo periodo de tiempo, que hace que la víctima dude de la validez de sus propios pensamientos, de su percepción de la realidad o de sus recuerdos”. Se si hace luz de gas a una persona, es de esperar que reaccione furiosamente cuando se dé cuenta. Cuando se hace luz de gas a millones de personas respecto a cómo perciben un generalizado periodo turbulento en los ámbitos político y económico, es de esperar algo mucho peor.

Empezó hace 35 años, en noviembre de 1989, cuando unas exaltadas multitudes treparon a un Muro de Berlín que de pronto se había vuelto irrelevante. Desde Polonia a Bulgaria cayeron los regímenes comunistas. Los antiguos Estados autocráticos celebraron elecciones libres y limpias. Y en diciembre de 1991 la bandera soviética ondeó por última vez en el Kremlin. La Guerra Fría acababa de manera inesperada: fue un momento de un enorme optimismo respecto a un futuro más próspero.

La ciudadanía del bloque del este se deleitó con la introducción de la democracia, la abolición de las restricciones para viajar y la desaparición del opresivo aparato de seguridad del Estado. Los mercados libres iban a sustituir a las obsoletas empresas estatales, lo que prometía crecimiento económico y una muy deseada abundancia consumista. La población, harta de las largas colas, de la escasez y de unos productos manufacturados de inferior calidad, anhelaban nuevos y relucientes productos importados.

Por supuesto, al demoler la economía de planificación centralizada también se acabó con el empleo garantizado y con una sociedad que se esforzaba por proporcionar una red de seguridad social que cubriera las necesidades básicas de toda la población, aunque se aseguró a la ciudadanía que todo iba a ir bien. El 1 de julio de 1990 (el día en que la República Federal de Alemania y la República Democrática Alemana unificaron sus monedas) el canciller alemán Helmut Kohl prometió en un discurso televisado que “ninguna persona estará peor que antes y muchas estarán mejor”.

Las cosas no sucedieron como estaba previsto. Lo que ocurrió en la mayoría de aquellos antiguos países socialistas fue que hubo un declive económico más largo y más profundo que el que hubo durante la Gran Depresión de la década de 19430, un desastre absolutamente devastador para las vidas de unos 420 millones de personas, aproximadamente el 9% de la población mundial en 1989. Tanto si se mide por la caída de la producción económica, el estallido de la hiperinflación, el colapso de las tasas de natalidad, el repentino crecimiento de la desigualdad y la delincuencia violenta, o por el aumento generalizado del paro, de los desplazamientos y del exceso de muertes vinculadas a las políticas neoliberales, no había precedentes en época de paz de los daños humanos colaterales de la creación de economías de mercado.

“Demasiado shock y muy poca terapia”
Basándonos en datos de diferentes fuentes oficiales de 27 países postcomunistas, Mitchell A Orenstein y yo hemos demostrado que durante los diez primeros años de la transición desde el socialismo al capitalismo el 47% de la población de Europa del Este y de Eurasia cayó por debajo del umbral de pobreza establecido por el Banco Mundial para esta región: 5,50 dólares al día. Para el año 1999 unos 191 millones de hombres, mujeres y niños sufrían graves privaciones materiales. La tasa total de pobreza se mantuvo por encima del nivel de 1990 hasta 2005, cuando la crisis financiera mundial azotó la región con una segunda oleada de dolor (1). El PIB per capita de las repúblicas sucesoras de la Unión Soviética se hundió casi un 7% anual entre 1990 y 1998.

Podría haber dudas respecto a la calidad de los datos estadísticos de los países del bloque soviético anteriores a 1990, pero cuando las poblaciones padecen un difícil situación económica, los científicos sociales pueden buscar pruebas sobre cambios repentinos tanto en la fertilidad, la mortalidad y la morbilidad, como respecto a cambios profundos de las opciones de vida y los comportamientos sociales. El Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo concluyó en 2017 que las y los niños nacidos a principios de la década de 1990 son de media un centímetro más bajos que aquellos nacidos antes o después, un dato que refleja los efectos físicos de las deficiencias de micronutrientes y del estrés psicosocial (2). La diferencia de estatura es similar a la que los investigadores descubren en a bebés nacidos en zonas de guerra.

Algunos asesores occidentales habían predicho que la transición económica iba a provocar momentos muy duros e incluso lo denominaron “terapia de choque”. Con todo, creían que las recesiones pasarían rápidamente y que las alegrías de la libertad política harían más resilientes a las personas. El economista sueco Anders Åslund comentó en 1992 que, como la población quería un cambio fundamental, “está dispuesta a aceptar bastante sufrimiento para lograrlo” (3).

Sin embargo, en 1993 saltaron las alarmas cuando un enfurecido electorado ruso votó en contra del rápido ritmo del cambio económico. Millones de personas del antiguo bloque del Este se encontraron sin trabajo o se vieron obligadas a aceptar una jubilación anticipada mientras que la liberalización de los precios, la inestabilidad macroeconómica y la hiperinflación devoraban sus ahorros de toda una vida. Las personas corrientes observaron con horror el aumento de la delincuencia y de la corrupción mientras que las antiguas élites de los partidos se convertían de la noche a la mañana en una nueva clase depredadora de oligarcas. Un nivel de desigualdad desconocido hasta entonces dividió a las sociedades entre unas pocas personas superricas y vastos ejércitos de personas indigentes.

El entonces asesor principal sobre Rusia del presidente estadounidense Bill Clinton, Strobe Talbott, admitió ante este rechazo que las reformas de libre mercado habían consistido en “demasiado shock y muy poca terapia”. El prestigioso economista húngaro János Kornai se mostró abiertamente preocupado por la «weimarización» de Europa del Este. Aunque al principio Kornai era partidario de la terapia de choque y de que los mercados se liberaran de la intervención estatal, acabó mostrándose cauteloso ante los riesgos potenciales de la gran depresión postcomunista. “La disminución de los ingresos reales de una parte considerable de la población y el fenómeno hasta ahora desconocido del paro generalizado han provocado un enorme descontento económico”, escribió Kornai en 1993. “Si la fuerza y el alcance de este descontento llegan a un umbral crítico, supondrá un grave peligro” (4). Tras recordar las condiciones que había en la Alemania de la década de 1930 que habían llevado al poder a Adolf Hitler, Kornai advirtió que “la desilusión provocada por la economía es un fértil caldo de cultivo para la demagogia, las promesas fáciles y el deseo de un liderazgo de mano dura”.

No se hizo caso de estas advertencias y se empezó a hacer luz de gas. Respondiendo directamente al comentario de Strobe Talbott, el primer ministro de Estonia, Mart Laar, opinó que “los rusos necesitan más terapia de choque, no menos” (5). En 1994 Laar reconoció en un artículo de opinión del New York Times que “en los pueblos de la región hay un grave descontento con la terapia de choque”. No obstante, en vez de reconocer que existía un sufrimiento real, Laar afirmó que la población rusa se quejaba como “niños malcriados” y sugirió que “esos niños se convierten en unos adultos desobedientes, arrogantes y tiranos”.

Como la Gran Depresión Postcomunista continuó a lo largo de la década de 1990, los organismos de la ONU empezaron a documentar sus efectos nocivos sobre la salud y el bienestar de las poblaciones afectadas, y empezaron a preocuparse por las consecuencias políticas a largo plazo de ese malestar social generalizado. Un informe del Programa de la ONU para el Desarrollo de 1999 concluyó que desde 1990 habían perdido la vida 9.7 millones de hombres adultos debido al alcoholismo, al consumo de drogas y al suicidio (6).

A pesar de esa masacre social, los defensores de la ideología fundamentalista del libre mercado persistieron en sus políticas cortas de miras. Dos economistas del Banco Mundial se preguntaban en un análisis de 2002 sobre la primera década de la transición: “¿Pueden los gobiernos de los países de Europa del Este y de la antigua Unión Soviética tratar de estimular el crecimiento fomentando nuevas empresas mientras posponen el dolor de liquidar los antiguos sectores hasta el momento en que se haya establecido una protección? La respuesta es no”.

En vez de cambiar de rumbo, las instituciones financieras internacionales cambiaron su relato. Cuando los neoliberales se dieron cuenta de que la recesión no iba a ser tan breve ni tan superficial como habían previsto al principio, afirmaron que no había otra salida, que su método era el más rápido y eficaz. Cuando el Banco Mundial reconoció que la población de Bielorrusia (cuyo gobierno autocrático había rechazado la terapia de choque y mantenido la propiedad estatal) en realidad estaba sufriendo menos que la de aquellos países en los que se había aplicado la terapia de choque, los economistas occidentales empezaron a poner en duda la existencia estadística de la Gran Depresión Postcomunista. En 2001 Åslund afirmó que el colapso de la producción económica de la década de 1990 era un “mito”. Sugirió que “el bienestar real podría no haberse visto afectado” por el inicio de las reformas económicas (7). La población de Europa del Este no solo sufrió el peor desastre económico desde la Gran Depresión de la década de 1930, sino que se le dijo que no estaba ocurriendo. Un caso de libro de hacer luz de gas.

Pagar el precio de la arrogancia política
El miedo que János Kornai tenía en 1993 a la “weimarización” parece muy clarividente en 2024. Han surgido dirigentes iliberales como Vladímir Putin en Rusia, Viktor Orban en Hungría y otros como reacción al persistente sentimiento de frustración debido tanto las promesas incumplidas de democracia y libre mercado, como a la sensación que hay en esos países de tener un estatus de segunda clase en Occidente. Dirk Oschmann explica en su libro publicado en 2023 The East: A West German Invention [El Este: un invento de Alemania Occidental] que a pesar de las muchas cosas buenas que vivieron tras la unificación, muchas personas de Alemania del Este recuerdan todavía hoy “una historia de 30 años de difamación, descrédito, ridiculización y gélida exclusión tanto individual como colectiva” (8).

El partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) obtuvo en las recientes elecciones regionales unos resultados sin precedentes en el este de Alemania, ya que quedó en primera posición en Turingia con casi el 33% de los votos, en Sajonia obtuvo el 30,6% de los votos, justo por detrás de los democristianos, y quedó segundo en Brandeburgo, con el 29,9%, apenas un 1,2% menos que los socialdemócratas.

Sí, el comunismo al estilo soviético fue una catástrofe para muchas personas, pero con unas pocas excepciones notables, el triunfalismo cortoplacista de Occidente propio de la Guerra Fría llevó a una profundamente defectuosa transición a los mercados capitalistas. El mundo paga hoy el precio de esta arrogancia política. El daño y la subsiguiente luz de gas que los líderes occidentales perpetraron contra las poblaciones del bloque del Este no justifican la invasión militar de Ucrania por parte de Putin, ni tampoco justifican la políticas iliberales de Orban en Hungría ni deberían justificar las deportaciones masivas de personas emigrantes que quiere hacer AfD. Con todo, cuando se crean eriales que se sabe producen monstruos, no se debería fingir sorpresa cuando los monstruos aparecen.

Notas:
(1) Kristen Ghodsee y Mitchell Orenstein, Taking Stock of Shock. Social Consequences of the 1989 Revolutions, Oxford University Press, 2021.

(2) ‘Transition report 2016-17’, European Bank for Reconstruction and Development, 4 de noviembre de 2016.

(3) Anders Åslund, Post-Communist Economic Revolutions. How Big a Bang?, Center for Strategic and International Studies, Washington, DC, 1992.

(4) János Kornai, ‘Transformational recession. A general phenomenon examined through the example of Hungary’s development’, Harvard Institute of Economic Research Working Papers, 1993.

(5) Mart Laar, ‘The Russians need more shock therapy, not less’, The New York Times, 27 de enero de 1994.

(6) ‘The Human Cost of Transition: Human Security in South East Europe’, United Nations Development Programme, 1998

(7) Anders Åslund, ‘The myth of output collapse after communism’, Carnegie Endowment for International Peace, 13 de marzo de 2001.

(8) Dirk Oschmann, Der Osten, eine westdeutsche Erfindung, Ullstein, Berlín, 2023.

Kristen R Ghodsee es profesora de Estudios de Rusia y Europa del Este, y miembro del Grupo de Graduados en Antropología de la Universidad de Pensilvania.

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

 Texto original: 

martes, 19 de noviembre de 2019

Construido por uno, el muro fue un asunto de dos. El muro fue consecuencia de Hitler (I)

Rafael Poch de Feliu
Blog personal

Alemania fue responsable de su división
La ocupación militar de Alemania en 1945, con los aliados occidentales en el Oeste y los soviéticos en el Este y la capital dividida en cuatro sectores, no fue un resultado del estalinismo, sino de Hitler. La Alemania nazi desencadenó la Segunda Guerra Mundial, invadió, ocupó y destruyó países. Aniquiló a millones de civiles desde su ideología racista y supremacista. Lo demás fueron consecuencias. El mismo escenario de ocupación militar compartida con la capital divida en cuatro sectores, también se había producido en Austria, pero allí los soviéticos accedieron a retirarse a cambio de la neutralidad del país. Ese trato no se aceptó en el caso de Alemania y la consecuencia fue la división con la creación de dos estados alemanes. En el Oeste se instauró una mezcla de capitalismo y democracia. En el Este se afirmó una mezcla de socialismo y dictadura. Dos fórmulas igualmente contradictorias de la misma civilización industrial.

Con 30 millones de muertos y la parte europea de su territorio devastada por la guerra, los soviéticos no estaban bien predispuestos hacia Alemania al fin de la guerra. Mientras en Estados Unidos el “Plan Marshall” se concebía como un incentivo a la propia economía, que brindó una asistencia masiva de 4.000 millones de dólares y un ejército de técnicos al sector occidental de Alemania, en el sector oriental la URSS practicaba el ejercicio inverso: extraía medios, desmontando fábricas y llevándose recursos para paliar su propia ruina.

La vida en los cincuenta fue de una dureza extrema en las dos Alemanias, y no solo ahí, pero atendiendo a ese contexto, el verdadero “milagro económico alemán” se produjo en la RDA.

La RDA se desangra
Aquel Estado estalinoide impuesto a una sociedad ex nazi, logró organizar el trabajo, los servicios y la cultura, entre las ruinas y sin ayudas. El nivel de vida, la oferta de consumo y alimentación, los salarios y el pulso de la vida en general, eran más altos, más ricos y más atractivos en el Oeste. En ese contexto comenzó un gran flujo de emigración desde el Este al Oeste.

“La RDA experimentaba una fuga de cerebros, de técnicos y de mano de obra, la mayor parte de los que se iban era gente que buscaba una vida mejor. La propaganda occidental los presentaba como huidos de la represión roja, pero no más del 5% podían considerarse refugiados políticos”, explica en sus memorias el periodista de la agencia Reuters John Peet, corresponsal en Berlín.

Era la época en la que el Secretario de Estado norteamericano John Foster Dulles hablaba de “desalojar” al socialismo de Europa del Este, el Bundeswehr se constituía en la RFA bajo el mando de generales de Hitler y cuando los principales partidos políticos en Bonn reclamaban para Alemania el tercio occidental del territorio polaco y un trozo de la URSS, recuerda Peet. Una época en la que la guerra fría del Oeste hacia el Este incluía aspectos bastante calientes hoy olvidados, como el sabotaje industrial, con explosivos, descarrilamientos, incendios provocados, etc., contra todo tipo de infraestructuras de la RDA a cargo de grupos como el de los “Combatientes contra la inhumanidad” o el “Comité Nacional para una Europa Libre”, sostenidos por la CIA y la Fundación Ford, bajo la propaganda de “Radio Free Europe”, incomparable, por su eficacia, dotación presupuestaria y efectos, respecto a sus homólogos del Este.

Para mediados de 1961, 300.000 ciudadanos de la RDA emigraban anualmente a la RFA. En Berlín se acumulaban aritméticamente los problemas económicos para el gobierno de la RDA. Mucha gente del Este cruzaba a los sectores occidentales para trabajar y luego regresaba al sector oriental y cambiaba el dinero en el mercado negro al precio de un marco occidental por cuatro del Este, lo que disparaba la inflación. La frontera interalemana estaba más o menos cerrada desde 1952, pero Berlín, sometida a un acuerdo especial, era un desagüe por el que la RDA se desangraba. La decisión de levantar el infame Muro de Berlín se tomó en ese contexto, pensando en que la RDA se podía ir al traste. Para el régimen estalinista de Walter Ulbricht, la única manera de impedirlo fue algo tan kafkiano como encerrar con llave a su población.

El muro como solución
El politólogo y pastor protestante Paul Oestreicher, que entonces era corresponsal de la BBC en Berlín, explica su entrevista de septiembre de 1961, un mes después de que se erigiera el Muro, con el jefe militar del sector británico de Berlín Oeste. “Oficialmente, su declaración condenó el levantamiento del Muro como violación del acuerdo de las cuatro potencias sobre Berlín, violación de los derechos humanos, etc., etc.”. A continuación, “off the record” y con la condición de no escribir ni radiar una sola palabra sobre el asunto, el militar le explicó la realidad: “Las potencias occidentales hemos recibido el Muro como alivio. A medio plazo, Berlín Oeste se ha estabilizado. La corriente de emigrantes se estaba haciendo insoportable y desestabilizadora. Una quiebra económica de Alemania del Este habría desencadenado una reacción soviética incalculable. Se ha despejado por fin de una vez el peligro de una guerra. Claro que nos ha sorprendido el momento de su construcción, pero no el Muro como tal. Los soviéticos sabían que no habría ninguna contramedida occidental”. Y, finalmente, “con el Muro nos han dado una nueva arma de propaganda”.

Walter Ulbricht, el dirigente oriental que había declarado públicamente poco antes, “nadie tiene intención de construir un muro”, acuñó para su nefasta obra el término “muralla de protección antifascista” (“Antifaschistischer Schutzwall“). Poco después, Ulbricht recibió a Oestreicher en su despacho de Berlín Este. También en condiciones de “off the record”, sus declaraciones fueron igual de sinceras y reveladoras de la mentalidad de la época:

“Mi Estado estaba en peligro. Nuestra población educada en el mundo burgués que aun no ha desarrollado ninguna comprensión del socialismo, estaba huyendo en estampida. Los hospitales se vaciaban de médicos, toda nuestra economía estaba amenazada. En aras de la salvación del campo socialista y de la paz mundial, el Muro se ha hecho una trágica necesidad”.

A Ulbricht se le preguntó si no se podría haber conseguido lo mismo con una política de paz como la que el deshielo de Jrushov apuntaba desde la URSS, explica Oestreicher. Su respuesta fue:

“Claro, los que están ahí detrás pueden permitírselo todo. Yo estoy en primera línea y el soldado que está en la trinchera ni siquiera puede encender un cigarrillo. Solo así podemos salvar el socialismo, cuyos resultados disfrutarán las futuras generaciones. Yo no viviré para verlo y tengo que acarrear con el odio de mis ciudadanos”.

Preguntado por los tiros contra la gente que intentaba cruzar el muro, añadió, “Tampoco en eso tengo elección. Como la estadística muestra, no se dispara siempre, pero sin la orden de disparar (contra los tránsfugas) el Muro no habría tenido sentido. Cada disparo en el Muro es un disparo contra mí. Con ello damos al enemigo de clase el mejor recurso propagandístico, pero poner en juego el socialismo y la paz costaría infinitamente muchas más muertes”.

La historia la escriben los vencedores y estos hechos, naturalmente, se olvidan hoy, pero la realidad es que el Muro, construido por uno, fue un asunto de dos.

El sufrimiento del Este
Un asunto de dos, pero que sufrieron sobre todo unos, los alemanes orientales. Para los dieciséis millones de ciudadanos de la RDA, la posibilidad de salir del país era un sueño sin parangón con los de sus semejantes de otros países del Este. Desde 1972 se podía viajar a Polonia y Checoslovaquia con el DNI, pero a partir de 1980 la aparición de Solidarnosc eliminó a Polonia. Para ir a Hungría, Rumania y Bulgaria se precisaba de un permiso de la policía que salvo sospecha de disidencia casi siempre se otorgaba al solicitante. Con la excepción de la corona checa, el cambio de moneda se limitaba a una pequeña cantidad, lo que convertía el turismo en ejercicio de precariedad y lo condenaba a prácticas de intercambio. Los viajes a otros países del bloque, desde la URSS a Vietnam pasando por Cuba, eran complicados, casi siempre organizados y oficiales. El viaje a la Alemania Occidental (RFA) era capítulo aparte.

Desde 1964, los jubilados con parientes en el otro lado podían visitar la RFA una vez al año, posibilidad a la que se acogían 1,3 millones de jubilados al año. A partir de 1972 varios miles de jóvenes podían también viajar por “razones familiares especiales” como, bautismos, bodas, enfermedades o fallecimientos de parientes del otro lado. En 1986, por ejemplo, Angela Merkel, que entonces trabajaba en un Instituto científico de Berlín Este, viajó a Hamburgo para asistir a la boda de su prima, lo que aprovechó para recorrer la RFA de punta a punta. El año anterior, 185.000 ciudadanos de la RDA habían utilizado esa posibilidad, que, como la de los jubilados, era consecuencia de iniciativas negociadas por los políticos de la RFA. En la misma época se registraban entre tres y ocho millones de visitas a la RDA desde la RFA y Berlín Oeste.

La media de ciudadanos de la RDA huidos ilegalmente a través de la frontera era de unos 3.000 anuales entre 1980 y 1985. Antes, la menor sofisticación del muro interalemán había permitido huir a más gente. Hasta la construcción del Muro de Berlín, de 155 kilómetros, en 1961, y de la frontera interalemana, de 1.390 kilómetros, tres millones de ciudadanos del Este pasaron al Oeste, la inmensa mayoría porque se vivía mejor y había más oportunidades económicas. Desde 1962 hasta la caída del Muro, en 1989, 600.000 personas de la RDA pudieron emigrar, oficial o ilegalmente, a la RFA, incluidas 33.000 de ellas encarceladas que el gobierno de la RDA vendió, a un precio que en 1988 alcanzó los 100.000 euros por cabeza.

La frontera interalemana se cobró más de 1200 vidas de gente que intentó cruzarla por los medios más diversos, desde túneles hasta globos, a nado o metidas en paquetes y maletas. Entre ellos, varios centenares, el número exacto se desconoce, murieron tiroteados por guardias fronterizos o instalaciones de disparo automático del Este.

(Publicado en Ctxt)

Fuente:

https://rafaelpoch.com/2019/11/07/el-muro-fue-consecuencia-de-hitler-i/

sábado, 9 de noviembre de 2019

_- Se cumplen treinta años de la caída del Muro de Berlín. Resistencia, no muros

_- Maren Mantovani
Rebelión

Este 9 de noviembre se cumplen treinta años de la caída del Muro de Berlín y de la proclamación de la superioridad de Occidente y de su modelo de libre mercado con el que iban a caer todos los muros. Tres décadas después se han construido más de 70 muros en todo el mundo. Visto desde el punto de vista de la Campaña Palestina contra el Muro, parece que el mundo está atravesando un proceso de ‘israelización’. De hecho, hasta 2002, fecha en que Israel comenzó a construir su muro de apartheid en la Cisjordania ocupada, los muros eran un tabú político. Incluso el muro que encarcela a toda la población palestina de Gaza desde 1995 se mantuvo en silencio. La indignación que provocó la construcción por parte de Israel de un muro de ocho metros de altura en Cisjordania fue enorme al principio, en parte porque, al contrario de la mayoría de los otros muros, este se construye en territorio ocupado. Pero a pesar de que la Corte Internacional de Justicia en 2004 declaró ilegal este muro así como cualquier apoyo internacional al mismo, la decisión se quedó en los cajones de la diplomacia de la ONU mientras que los muros se normalizaron y globalizaron.

La propia Europa ya ha construido más de mil kilómetros de vallas, seis veces más que la extensión del Muro de Berlín. El presidente de Estados Unidos Donald Trump arrancó el año con el cierre de gobierno más prolongado de la historia del país y un Congreso enfrentado entre quienes querían financiar su “gran, grueso y hermoso” muro y quienes apoyaban la versión de un “muro tecnológico”, como proponía la dirigente demócrata Nancy Pelosi. India, Turquía, Arabia Saudí, Túnez, Marruecos, Argentina y muchos otros países están construyendo muros de los que se oye hablar mucho menos.

Para entender este proceso de globalización de los muros Stop the Wall ha publicado "Resistencias, no muros: una antología para un mundo sin muros", una recopilación de ensayos y entrevistas que presenta tanto un análisis profundo y una investigación sobre los muros como experiencias de las luchas contra ellos. Esta antología saca a la luz las conexiones entre los muros de todo el mundo y en su último capítulo recoge diversas iniciativas llevadas a cabo como parte de la convocatoria de un Mundo sin Muros hecha por los movimientos palestinos y mexicanos en 2017 y respaldada por más de 400 movimientos y redes en todo el mundo.

El llamamiento inicial, que ha instituido el 9 de noviembre como Día Global de InterAcción por un Mundo sin Muros, declara:

Desde el Muro del apartheid de Israel en tierras palestinas hasta el muro de la vergüenza de Estados Unidos en tierras indígenas en la frontera con México los muros son monumentos de expulsión, exclusión, opresión, discriminación y explotación. [...] Los muros no sólo se han levantado para fortificar las fronteras bajo control estatal sino para demarcar la frontera entre los ricos, los poderosos, los socialmente aceptables y los 'otros'.

Con ocasión del III Día Global intelectuales, periodistas de investigación y activistas del movimiento popular de Palestina, Israel, México, Estados Unidos, Grecia, Italia, el Estado Español, el País Vasco, Marruecos, el Sáhara Occidental, Brasil, Argentina, India y Cachemira comparten en esta antología sus puntos de vista y visiones.

La globalización de los muros es consecuencia de la actual crisis económica, civilizacional y ambiental global que revela la incapacidad de la élite gobernante para dar respuestas efectivas a las necesidades de las personas. Incapaces de prometer de manera creíble el bienestar, adoptan lo que Charles Derber y Yale R. Magrass llaman el "relato de la seguridad". Este relato infunde miedo en nuestras sociedades al inventar amenazas falsas y empeorar las amenazas reales, además de justificar la autoridad de la élite gobernante como la única fuerza que puede garantizar al menos la seguridad y la supervivencia. El resultado inevitable es la aparición de fuerzas racistas, supremacistas y excluyentes, desde Narendra Modi de India hasta Bolsonaro de Brasil, la extrema derecha europea y Donald Trump.

No es casual que estas fuerzas consideren a Israel su modelo y los distintos tipos de muros una herramienta de dominio sociopolítico y geopolítico. El apartheid y el proyecto colonial de Israel ofrecen paradigmas, métodos y tecnología probados sobre el terreno para implementar esas políticas racistas y supremacistas.

Sin embargo, los muros no son algo nuevo, sino una herramienta colonial antigua, que Israel adoptó para sus propósitos actuales. Khury Peterson-Smith, uno de los organizadores de la declaración Solidaridad Negra con Palestina de 2015, describe en su contribución cómo Estados Unidos es una "Nación de Muros" ya que históricamente ha usado muros para avanzar en su conquista colonial. El apoyo de Estados Unidos y la adopción de la versión israelí de los muros contemporáneos no son sino una consecuencia de esa trayectoria.

Juan Hernández Zubizarreta, miembro del movimiento vasco por los derechos de las personas migrantes Ongi Etorri Errefuxiatuak, define los muros como elementos de una dinámica en la que las prácticas fascistas y totalitarias avanzan hacia un nuevo modelo de neofascismo. Los considera parte de la guerra de las estructuras capitalistas, heteropatriarcales y coloniales contra pueblos de los que se libran mediante la expulsión, la explotación y la necropolítica.

Para Israel la globalización de los muros, el aumento de la extrema derecha y las políticas de expulsión y exclusión son una fuente inestimable de legitimación y, al mismo tiempo, abren mercados cada vez mayores. Un resumen del extenso estudio de Mark Akkerman sobre la industria del muro muestra un aumento global del 8% anual y un aumento europeo del 15% en el gasto de militarización fronteriza. Riya AlSanah y Hala Mashood muestran cómo las compañías militares y de seguridad nacional de Israel utilizan su ventaja comparativa sobre otras al vender su militarización fronteriza y tecnología de muro como "probadas sobre el terreno", no solo para la construcción del muro de Estados Unidos en la frontera con México.

En el marco del relato de la seguridad, la otra cara del paradigma de los muros es, según Jamal Juma', la creación de una sociedad de vigilancia que crea un panóptico que despoja a las personas de todas las capas que podrían proteger sus derechos y su intimidad. Una vez más, la tecnología y la metodología israelíes son líderes en el mercado al utilizar Palestina como laboratorio al aire libre las 24 horas del día. Los recientes escándalos en AnyVision o el spyware de NSO Group son solo dos ejemplos.

El sistema de los muros es penetrante y no está solamente en las fronteras ni se expresa solamente en estructuras físicas. Los muros de nuestras mentes –o lo que Gilberto Conde denomina las cartografías imaginarias– son el resultado del poder simbólico de los muros y del poder normativo de su régimen asociado de leyes, políticas públicas, ideologías y otros muchos factores que impiden el acceso a la justicia.

Está claro que solo juntas podemos derribar estos muros.

La antología ofrece también espacio para reflexionar sobre las acciones iniciadas conjuntamente para derribar los muros: los Tribunales Populares, las Caravanas Populares, así como las iniciativas de boicot, desinversión y sanciones (BDS) para derrumbar la arquitectura de la impunidad que protege a las empresas que permiten, facilitan y se benefician de los muros de la injusticia.

Las y los activistas de base y movimientos al frente de la lucha reiteran en sus contribuciones su llamado a c ortar los vínculos de complicidad, de apoyo de Israel a la militarización y las políticas racistas en todo el mundo. Gizele Martins, del movimiento de favelas en Río de Janeiro, reflexiona sobre su experiencia en Palestina, donde ha visto utilizar las mismas tácticas que utiliza la policía militar de Río adiestrada por ISDS, una compañía de seguridad israelí. Subraya elocuentemente que es imprescindible que los movimientos se unan cuando "globalizan la forma en que nos matan".

En vez de ceder a la tentación de dejarse llevar por los cada vez más furibundos y brutales ataques, es hora de levantar la cabeza, mirar más allá de los muros, percibir otras luchas y conectarlas con la nuestra para ganar fuerza y confianza juntas. Esta mirada más allá de los muros nos permite vislumbrar en el horizonte un mundo de justicia, libertad e igualdad, nos da esperanza y nos marca el rumbo.

La antología Resistencia, no muros. Una antología para un mundo sin muros se puede leer en este enlace http://antologia.stopthewall.org/

Maren Mantovani es coordinadora de las relaciones internacionales de la campaña palestina Stop the Wall.

lunes, 28 de agosto de 2017

Un ‘picnic’ para la historia. Hungría y Austria conmemoran la huida de 600 alemanes del este a través de sus fronteras.

El Muro de Berlín comenzó a agrietarse a las 14.55 horas del 19 de agosto de 1989, hace 25 años, cuando el teniente coronel húngaro Arpad Bella vio cómo decenas de ciudadanos de la RDA se acercaban al puesto fronterizo de la localidad húngara de Sopron para cruzar a territorio austriaco.

El oficial tenía órdenes de utilizar su pistola en caso de agresión o violencia, pero cuando vio a cientos de hombres, mujeres y niños, tardó 10 segundos en tomar una decisión de trascendencia histórica. “No quería convertirme en un asesino”, relató Bella al justificar la orden que impartió a sus cuatro subalternos: “Mirad en dirección a Austria, controlad pasaportes en caso de que alguien los muestre y lo que pase detrás de nosotros no lo hemos visto”, les dijo. En menos de tres horas, más de 600 ciudadanos de la RDA pasaron a Austria, la primera gran huida masiva en la Europa de la Guerra Fría.

El picnic pudo ser organizado gracias a una rara concesión del presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, al primer ministro húngaro, Miklos Nemeth, ese mes de marzo. Gorbachov autorizó a Budapest a desmontar la vigilancia electrónica a lo largo de la frontera con Austria.

Ocho semanas después, los ministros de Asuntos Exteriores de Hungría y Austria, Gyula Horn y Alois Mock, armados con sendas tenazas, llegaron a Sopron para cortar simbólicamente un trozo de la valla. La foto conmocionó a la Alemania comunista. En pocos días, miles de germanos viajaron a Hungría bajo la excusa de las vacaciones y a la espera de un milagro.

Fue entonces cuando el líder reformista húngaro Imre Pozsgay y Otto von Habsburg, heredero de la desaparecida corona austro-húngara, organizaron una fiesta popular para celebrar la fraternidad entre los pueblos húngaro y austriaco. El lugar escogido para el picnic fue Sopron y se acordó que la frontera se abriría durante tres largas horas para que los austriacos asistieran. La noche del 18 de agosto, desconocidos repartieron miles de panfletos entre los alemanes de Budapest. El anuncio del festejo incluía un mapa para llegar a Sopron (a 210 kilómetros) e instrucciones para alcanzar el paso fronterizo, a dos kilómetros.

El ensayo general que significó esta merendola en la que 600 alemanes abandonaron el este fue un éxito; y el silencio de Moscú hizo posible que el ministro de Asuntos Exteriores húngaro anunciara el 10 de septiembre la apertura de sus fronteras con Occidente. La medida fue negociada, no entre Budapest y Moscú, sino entre Myklos Nemeth y su colega de la RFA, Helmut Kohl, durante una reunión secreta en el castillo de Gymnich, el 25 de agosto de 1989. El resultado fue inmediato: en dos meses más de 60.000 alemanes orientales abandonaron Hungría para llegar a la tierra prometida. Kohl reveló el precio que pagó su Gobierno para obtener la apertura de la frontera: un crédito de 500 millones de euros. Erich Honecker, en cambio, murió convencido de que quien acabó con su país fue Otto von Habsburg. “Repartió panfletos en los que invitaba a los alemanes a un picnic. Les dio regalos, comida y marcos, y, luego, les convenció de huir hacia Occidente”, dijo.

El picnic ocupa posiciones muy distintas en la historia oficial de sus protagonistas. Ayer fue recordado con una ceremonia presidida por el primer ministro húngaro Viktor Orban —veterano opositor al comunismo y china en el zapato de la Unión Europea por las posturas poco demócratas que ha desarrollado con los años— y en la que participó una amplia delegación austriaca. Alemania, sin embargo, estuvo representada sólo por la jefa del Gobierno regional de Turingia, Christine Lieberknecht.

https://elpais.com/internacional/2014/08/20/actualidad/1408529554_932738.html

jueves, 15 de diciembre de 2016

El antifascismo, una memoria sepultada. En los últimos años se ha intensificado el debate sobre un pasado reciente, que ha llegado a las instituciones y que ha incluido el cuestionamiento de los monumentos erigidos en honor del dictador.

Manuel Guerrero Boldó 14/12/16


Desfile de partisanos en Roma.

Una Europa que ha conocido a Hitler, Mussolini y Franco, no debería confundir el rechazo apolítico al compromiso con una forma de sabiduría histórica. Fascistas, nazis y comunistas son rechazados por igual como causantes de la barbarie totalitaria del siglo XX. Dicho compromiso apolítico sería más bien una categoría ética o moral que, además, interesa a un determinado sector político. Debemos, pues, superar este tipo de categorías y transformarlas en categorías históricas, reemplazar el juicio moral por un análisis serio y riguroso de la historia. Hemos de realizar un esfuerzo necesario por historizar nuestro pasado reciente.

Como nos recuerda Enzo Traverso, se establece una simetría antitotalitaria perfecta cuando se transforma la igualdad de las víctimas en la igualdad de las causas por las que lucharon. Sin embargo, la igualdad de las víctimas, señalaba Claudio Magris en Il Corriere della Sera, “no significa la igualdad de las causas por las que murieron. Los alemanes que murieron en el bombardeo de Dresde no son menos dignos de memoria y respeto que los caídos americanos e ingleses, pero no se puede pasar por alto, en una conciliación fraudulenta […] la diferencia sustancial entre la Inglaterra de Churchill y la Alemania de Hitler”.

La noción de política de totalitarismo aplasta todas las diferencias, identifica comunismo y nazismo como dos caras de una misma moneda y no los reconoce como fenómenos discrepantes, lo cual resulta epistemológicamente absurdo. Trata de ocultar antes que esclarecer el pasado, ya que, al manejar esta categoría, no podemos historizar y comprender los objetivos y orígenes de estos movimientos políticos.

De este modo, el antifascismo, entendido como parte de esa herencia totalitaria, ha sido revisado en Italia y Alemania; llegando a ser presentado como una operación propagandista comunista con el fin de proporcionar cierto barniz democrático a sus partidos. Sin pretender aquí obviar los intentos de apropiación de los partidos comunistas de todo el legado de dicho movimiento, reducir el antifascismo a una campaña de marketing comunista, nos impediría ver la verdadera complejidad y pluralidad del fenómeno. El consenso antitotalitario, podría considerarse pues, un consenso antitotalitario liberal y anti-antifascista.

Desde determinadas tribunas políticas, retomando el esquema clásico de Max Weber, utilizado también por Enzo Traverso, se opone la “ética de la responsabilidad” a la “ética de la convicción”. La “ética de la convicción” que habrían representado los brigadistas o los partisanos que lucharon contra en fascismo, conduciría necesariamente a la catástrofe.

Sentaría las bases totalitarias, ya que los partisanos estarían dispuestos a perder la vida por su causa, lo que les convertiría en fanáticos dispuestos a todo por liberar al hombre y construir un mundo mejor. El fin justificaría los medios para lograr el triunfo en nombre de una ideología.

En contraposición, encontraríamos la deseable “ética de la responsabilidad”. Sus objetivos serían más modestos, ya que sus representantes tendrían en cuenta las consecuencias de cada acción que pudieran llevar a cabo. Perseguirían salvar inocentes y contribuir a mitigar los efectos devastadores de la guerra, sin pretender construir un orden social nuevo. Esta ética es privilegiada en los últimos tiempos para denostar el compromiso ideológico en la izquierda, igualado, en último término, al fascismo o al nazismo.

El siglo XX estuvo marcado por una dialéctica del progreso y la reacción y hoy, en nombre de la condena a la violencia y debido a la estigmatización que han sufrido las ideologías, construimos una democracia amnésica. Tras la caída del muro de Berlín, la memoria del “socialismo realmente existente” se equiparó, como elementos indisociables a la memoria del pasado fascista y nazi, desde la dimensión criminal de ambos. Para este fin, sirvió la categoría política de totalitarismo como clave interpretativa. Al ser el nazismo y el comunismo los grandes enemigos de Occidente, ya solo nos quedaría como opción válida el liberalismo, que se erige como su redentor.

En Italia, en los últimos tiempos, se ha rehabilitado y reivindicado el fascismo como parte de la historia nacional, mientras que, a su vez, se ha ido denostando el antifascismo, considerado como una posición ideológica causante de disenso y “antinacional”. En 2001, el presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, conmemoraba conjuntamente a soldados, judíos, resistentes y fascistas de forma indiferenciada por su estatus común de víctimas. El Estado esquivaba así cualquier responsabilidad respecto a los valores dispares que sustentan todas estas memorias que se estaban homenajeando. Se ponía al mismo nivel, además, a víctimas y verdugos. Como si fueran memorias simétricas y compatibles.

La utilización del antifascismo en la República Democrática Alemana (RDA) como ideología de Estado, impidió que se integrara la memoria del holocausto en la sociedad. Además, perdió su potencialidad como legado de un movimiento de resistencia. Sometido a un fuerte control ideológico en la RDA, el antifascismo, tras la reunificación alemana, fue rechazado por considerarse la ideología de un estado totalitario y, con él, la tradición historiográfica de la RDA que lo sostenía.

En España se eligió una transición amnésica que ha provocado que el trabajo de reparación de la memoria de los vencidos, que incluye exhumar los restos de cientos de miles de republicanos, comunistas y anarquistas fusilados y sepultados en fosas comunes, se haya visto entorpecido o directamente imposibilitado hasta la actualidad.

En los últimos años se ha intensificado el debate sobre un pasado reciente, que ha llegado a las instituciones y que ha incluido el cuestionamiento de los monumentos erigidos en honor del dictador. Así como otras referencias a su causa, y proyectos de renombramiento de un callejero con numerosas referencias al pasado franquista y sus protagonistas durante la guerra civil.

En España también se ha pretendido escenificar la reconciliación haciendo desfilar el 12 de octubre de 2004 a un exiliado republicano de la División Leclerc y a un ex miembro de la División Azul como si, una vez más, fueran memorias simétricas y compatibles. En mayo de 2013, la ex delegada del gobierno del Partido Popular en Cataluña, María de los Llanos de Luna, participó en un homenaje a la División Azul en un acto de celebración del aniversario de la Guardia Civil. Podríamos encontrar más ejemplos similares sin demasiada dificultad.

La amnistía, pese a resultar una herramienta eficaz para implementar una política de reconciliación, en España ha conllevado la negación de la memoria de las víctimas. Además, ha ido acompañada de un pacto del olvido que ha impedido la actuación de la justicia provocando la indignación y el resentimiento de los familiares de las víctimas. En España, como destaca Julián Casanova, tenemos el componente añadido de que no ha habido un proceso de “desnazificación" o “desfascisticización” como el europeo, en el que la derecha, desde su derrota, se ha visto obligada a condenar ese pasado.

Esto tiene implicaciones significativas de cara a implementar políticas que busquen la reparación de la memoria de las víctimas del bando republicano. Desde las instituciones, la derecha puede o bien utilizar el socorrido “y tú más”, mencionando Paracuellos y/o a Santiago Carrillo; o legitimar el pacto del olvido apoyándose en un supuesto sentido de la responsabilidad frente a los que siempre están dispuestos a reabrir heridas. Como si tal cosa fuera posible cuando no han sido cerradas.

https://www.diagonalperiodico.net/saberes/32522-antifascismo-memoria-sepultada.html?fbclid=IwAR3Ev_lJKY8Rk05-TWd1-tBhuKTBpyePRwP1a227br_YHBDQaDQDPtI77Y4

jueves, 28 de mayo de 2015

Y tras 80 años, justicia en la Universidad. La centenaria Ingeborg Rapoport logra el doctorado que los nazis le negaron por ser judía

Ingeborg Rapoport tenía todo listo a los 24 años para obtener su doctorado. Había entregado una tesis sobre la difteria y solo le quedaba pendiente el examen oral. Pero las leyes raciales recién aprobadas por la Alemania nazi impedían expedir títulos a gente como ella. Su pecado lo había heredado de su madre, que era judía. Han pasado 78 años desde entonces, y el mismo país que arrebató a Rapoport lo que era suyo le rendirá homenaje el próximo 9 de junio. Ese día recibirá el título para el que comenzó a prepararse de joven y ha concluido ya centenaria.

“Este ha sido el examen que más trabajo me ha costado en mi vida”, asegura en su casa del este de Berlín esta mujer que a los 102 años tiene la cabeza tan lúcida como para recibir al periodista con unos versos de Manuel Machado. “El ciego sol se estrella en las duras aristas de las armas. Polvo, sudor y hierro. ¡El Cid cabalga!”, recita en español, un idioma que desconoce.

Nadie ha regalado a Rapoport el doctorado que está a punto de recibir. La Universidad le ofrecía un título honorífico, pero esa solución no le convencía. Si lo hacía, debía ser con todas las de la ley.

La iniciativa partió del decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Hamburgo, que en un acto le dijo unas palabras que no olvida: “Usted va a tener noticias mías en breve”. A los pocos días, el decano le propondría hacer lo posible para recuperar su doctorado. Desde entonces, los obstáculos han sido muchos. Rapoport, que a su edad está prácticamente ciega, no podía investigar los avances científicos de los últimos años. Pero este hueco fue suplido con la colaboración de colegas, que le ayudaron a ponerse al día. Finalmente, el decano y otros profesores la examinaron en su propio salón hace dos semanas. Pasó la prueba con creces. “No lo he hecho por mí. A estas alturas de mi vida un título ya no me aporta nada. Era una cuestión de principios. Se trata de restituir la injusticia cometida”, asegura. “Además, quería hacer bien el examen para no decepcionar al decano”, añade con una sonrisa.

Los escollos burocráticos también han sido importantes. “Yo soy muy desordenada, pero por suerte encontramos el certificado en el que se me denegaba el título”, explica. Pese al tiempo transcurrido desde que se escribió este texto, leerlo hoy sigue estremeciendo. “Por la presente certifico que Ingeborg Syllm [su apellido de soltera] me entregó un trabajo que sería válido como doctorado si las leyes vigentes no lo hicieran imposible por la ascendencia de la señorita Syllm”, dice sin rodeos el documento, firmado por el director de la Clínica Universitaria Infantil de Hamburgo el 30 de agosto de 1938. “Sin este papel, no habría sido posible poner en marcha el proceso”, añade la doctora.

No es este el primer récord que bate Rapoport. Antes de convertirse en la persona de más edad que consigue un doctorado ya ocupó en 1969 la primera cátedra de neonatología de toda Europa en el hospital berlinés de Charité, en la antigua República Democrática de Alemania.

Rapoport, que descuelga el teléfono para evitar las constantes llamadas de felicitación y poder mantener una charla tranquila, está ya acostumbrada a que su vida genere interés.

En 1938 huyó del país que gobernaba Adolf Hitler rumbo a Estados Unidos. “Me sentí expulsada de mi propio hogar. Aquí se quedaba toda mi familia y yo me iba tan solo con 38 marcos en el bolsillo”, recuerda. Al otro lado del Atlántico conocería a su marido, tendría cuatro hijos y obtendría otro doctorado. Pero de allí también tuvo que huir. Las simpatías comunistas del matrimonio no eran bien vistas en la época de la caza de brujas del senador McCarthy. La familia se trasladó primero a Austria y en 1952 a la RDA. “Pese a todo lo que he pasado no me quejo. Las cosas han salido bien”, concluye.
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/05/21/actualidad/1432202186_531906.html

domingo, 9 de noviembre de 2014

“La RDA tuvo una mentalidad de asedio, y en una ciudad asediada es difícil que se alcen torres”

No todos cruzaron el Muro de Berlín en la misma dirección. Victor Grossman (Nueva York, 1928) fue uno de los que lo hizo en dirección contraria. Stephen Wechsler llegó a Baviera como soldado del ejército estadounidense a comienzos de los cincuenta, en el momento álgido del maccarthismo. Cuando el ejército descubrió su pasado como militante del Partido Comunista de EEUU, Wechsler decidió desertar. Lo hizo por Austria, cruzando el Danubio a nado. En la otra orilla, Stephen Wechsler cambió su nombre por el de Victor Grossman, y comenzó a trabajar como periodista. Como estadounidense en la primera línea de frente de la Guerra Fría, Grossman fue testigo de privilegio tanto de la construcción como de la desaparición de la RDA...

Es interesante, porque las historias que leemos son casi siempre sobre quienes desertaron a Occidente...
Aunqué había desertado del ejército, siempre me consideré un patriota estadounidense, pero no en el sentido habitual del término, sino en el de aquellos que lucharon y luchan por un país mejor, desde John Brown hasta Angela Davis, pasando por Martin Luther King, Malcolm X o Pete Seeger. Ésa era mi América.

...¿En qué trabajó en la RDA?
En Leipzig estudié periodismo. De hecho, como he dicho en alguna ocasión, soy la única persona en el mundo que tiene un diploma de Harvard y otro de la Universidad Karl Marx. Y seguiré siéndolo, porque esa universidad ya no existe. [Risas] Mi trabajo en la RDA era básicamente informar de la vida en EE UU. No de la manera simplista y negativa que aparecía en los libros de texto o en los medios de comunicación, pero tampoco de la manera igualmente simplista, pero positiva, que aparecía en la televisión occidental, que mucha gente se creía. Traté de ofrecer una imagen de EE UU como un país lleno de conflictos y contrastes, con estándares de vida relativamente mejores que los de la RDA, pero también en el que vivía mucha gente con unos estándares de vida muy inferiores a los de la RDA.

¿Cómo ve el 25 aniversario de la caída del Muro?
Viví en la RDA casi desde su fundación hasta el final. Viajé por todo el país. Vi todos los aspectos negativos, y habían muchos. Algunos eran simplemente estúpidos, otros trágicos –como toda la gente que murió intentando cruzar el Muro–, otros podrían haberse evitado, otros no podían haberse evitado. La RDA era más débil que Alemania occidental y tenía que estar a la defensiva. Vi todos esos aspectos negativos y no tengo ninguna necesidad de embellecerlos. Pero al mismo tiempo, siempre vi a la RDA como la Alemania moral. Por cuatro motivos: 

1. El primero, la RDA era la Alemania antifascista. En Alemania occidental, la cúpula del partido nazi había muerto o desaparecido, pero el resto ocuparon sectores importantes de la sociedad en el ejército, la diplomacia, los servicios secretos, la universidad o el periodismo. La mayoría de ellos ni siquiera se arrepentían, simplemente guardaron silencio. Durante los primeros años de posguerra, la opinión mayoritaria en EE UU era antifascista. Pero en 1947, y especialmente a partir de 1950, el Gobierno estadounidense decidió que Alemania occidental era demasiado importante y que había que transformarla en un bastión contra el comunismo. Aceptaron a todos los nazis por su experiencia y permitieron que Alemania occidental estuviese gobernada por gente que o bien habían sido nazis o bien no habían hecho nada para combatirlos. La RDA, en cambio, los expulsó a todos...

2. El segundo motivo es que la RDA creía en la solidaridad internacional. Ya fuese con Vietnam o España. La RDA apoyaba los movimientos de liberación nacional en África. Alemania occidental estaba en contra de Mandela, la RDA estaba con Mandela.

3. El tercer motivo es que la RDA comenzó siendo más pobre que Alemania occidental. Tuvo que pagar todas las reparaciones de guerra a Polonia y la URSS. Alemania occidental sólo pagó un 5%, más o menos. El Este de Alemania era la zona más rural y pobre del país. Y no recibió el Plan Marshall. Pero construyó una economía que logró ofrecer una sanidad y educación hasta la universidad universal y gratuita. El aborto era libre y gratuito. Los alquileres eran bajos. Había seguridad laboral, nadie tenía miedo de perder su trabajo. Y nadie podía ser desahuciado de su casa, como ocurre ahora en EE.UU. o en España. Estaba prohibido.

4. El cuarto motivo es más personal. Como antifascista y judío estadounidense odiaba a los nazis. Mientras las grandes compañías que habían colaborado con el Tercer Reich, como Siemens, Thyssen, Krupp o IG-Farben (ahora BASF) seguían haciendo negocios en Alemania occidental, en la RDA fueron desmanteladas por completo. Eso hacía a la RDA más moral...
Fuente: http://www.eldiario.es/internacional/RDA-mentalidad-asediada-dificil-torres_0_320568283.html

lunes, 3 de diciembre de 2012

Cómo Alemania anuló el secreto postal y telefónico

Un historiador de Freiburg desvela que el correo y las comunicaciones telefónicas con y desde el Este comunista fueron masivamente intervenidas y censuradas durante décadas

Casi todo el correo procedente de la Alemania comunista, la RDA, enormes cantidades de correspondencia y paquetes de los países comunistas así como las comunicaciones telefónicas y telegráficas hacia y desde la RDA, e incluso muchas en el interior de la RFA, fueron sistemáticamente intervenidas, censuradas o incautadas durante décadas en Alemania.

Este es el simple e impresionante resultado de la investigación realizada por el historiador de la Universidad de Freiburg Josef Foschepoth, que acaba de publicar un libro titulado Alemania vigilada. El control de correos y teléfonos en la antigua República Federal.

Desde los primeros años de la República Federal Alemana hasta principios de los años setenta “más de 100 millones de envíos postales” procedentes de la RDA fueron confiscados, abiertos y destruidos, explica el historiador en una entrevista con La Vanguardia. Si a eso se le añade lo que hicieron los aliados, se llega a un total de “250 o 300 millones de envíos incautados entre 1949 y 1970”. A ello se suman otros envíos de la propia RFA que eran retirados de la circulación y que se estiman en unos cien mil al año.

“Todo el correo que venía del Este en trenes fue parado, controlado y también destruido, porque se pensaba que contenía propaganda que podía hacer daño a la República Federal”, explica Foschepoth. La intercepción, censura y destrucción afectaba libros, paquetes, cartas privadas y misivas enviadas a diputados del Bundestag, por ejemplo. En esa labor participaron miles de funcionarios de correos, del servicio de aduanas, del ejército, la policía y los servicios secretos, así como jueces y políticos que violaron el artículo 10 de la constitución alemana que establece entre sus derechos fundamentales el de la “inviolabilidad” de las comunicaciones postales, telefónicas y electrónicas.

“El correo era transportado aquí desde el depósito de correos de la estación, cargado en el ascensor y llevado al séptimo piso donde unas 4000 cartas eran separadas diariamente”, recuerda Carl-Henry Dahms, un empleado de correos de Hamburgo en los años sesenta y setenta. “La violación de la ley formaba parte de la rutina del ejecutivo”, contaba siempre con la “lealtad de los funcionarios”, incluidos jueces y fiscales, dice el historiador.

En 2009 Foschepoth descubrió una carpeta con el título Censura de correo durante una investigación en archivos sobre la guerra. “Me sorprendió encontrar un expediente con ese título en un archivo de Alemania occidental, ya que pensaba que la censura del correo solo existía en la RDA”, dice. “Estudié el expediente y eso me llevó a una investigación mayor, desde la creación de la República Federal hasta el año 1990, paré en ese año, pero el asunto continúa”.

Conseguir el acceso a las fichas de los archivos fue un “proceso complicado que me costó año y medio”, explica el historiador. “Durante ese largo proceso me di cuenta de que existen millones de fichas secretas en los archivos”. Al principio Foschepoth estimó en 7,5 millones el número de esas fichas no accesibles, pero la cifra se ha disparado a la medida en que se iban añadiendo más y más archivos, entre ellos el de los servicios secretos (BND), la policía política de “protección de la constitución” (BfV) y el Ministerio de Defensa.

“Solo en el Ministerio de Defensa hay cinco kilómetros de estanterías llenas de documentos secretos, y puede que aún haya más”, explica el historiador, según el cual, “para la historia contemporánea es importante saber que la historia de la República Federal Alemana todavía no se ha escrito”.

Entre 1949 y 1989 la República Federal fue un enorme, eficaz estado policial. “La Alemania controlada deja de ser un tema específico de la RDA para situarse como una cuestión alemana común”, dice Foschepoth, según el cual, “a diferencia del sistema de vigilancia postal y telefónica de la RDA el de la RFA no ha sido investigado y carecemos de una comparación histórica crítica de los sistemas de vigilancia de los dos estados alemanes”.

Con 80.000 empleados en su Ministerio de Seguridad del Estado, la RDA, “tenía una reputación absolutamente justificada de vigilancia y escuchas clandestinas, pero nuestras limitaciones técnicas se encargaban de impedir que pudiéramos igualar a los norteamericanos en ese terreno”, escribe en sus memorias Markus Wolf el ya fallecido jefe del Hauptverwaltung Aufklärung HVA, el espionaje exterior de la Alemania del Este.

Nada ilustra mejor el doble estándar propagandístico en este tema que la meticulosa atención y seguimiento que merece el estado policial en la RDA, a cargo del Bundesbeauftragte für die Unterlagen des Staatssicherheitsdienstes (BStU), la autoridad encargada de ventilar las hazañas de la Stasi, cotejada con el secretismo y la desmemoria que rodean a la situación en el lado vencedor de la guerra fría. Con un presupuesto anual de 100 millones de euros, la BStU organiza más de 750 eventos al año en todo el país, mantiene a 1800 empleados y genera constantemente noticias sobre la vigilancia en la extinta RDA.

”Quien crea que todo eso se acabó con la reunificación de 1990 se equivoca: Alemania era y sigue siendo un estado vigilado”, dice Franziska Augstein, la sagaz columnista del Süddeutsche Zeitung. Un informe de los servicios secretos (BND) de 1996 mencionado por Foschepoth demuestra que el BND intercepta diariamente unos 600 “paquetes” de telecomunicaciones. Tras diversos procedimientos de selección esos paquetes se reducen primero a 45 y así sucesivamente hasta identificar una media de cinco comunicaciones por día. Cada uno de esos paquetes contiene más de 15.000 llamadas, faxes, teletextos, etc., con lo que el número de telecomunicaciones interceptadas supera los 5,28 millones. El control parlamentario de todo eso “es imposible” reconoce Claus Arndt miembro durante treinta años de la comisión de control competente del Bundestag (G-10).

En el curso de una jornada de protesta contra una manifestación nazi que tuvo lugar el 19 de febrero de 2011 en Dresde, la policía interceptó medio millón de llamadas de teléfono móvil para controlar al espectro antinazi de la ciudad sin la menor base jurídica. Eso demuestra que, “el fundamental derecho a la comunicación se pone a disposición de la policía cuando se quiere, lo que es una clara tendencia hacia un estado de vigilancia”, dice Foschepoth.

La Alemania 'libre' de Adenauer
La investigación de Foschepoth abunda en lo ya sabido: que la historia de la Alemania de posguerra aún está por escribir. El autor se pregunta si, “la democracia de Adenauer era un estado liberal moderno“. Mas bien fue un estado autoritario sostenido por una administración llena de ex nazis reconvertidos que mantuvo, por lo menos en los años cincuenta muchos “paralelos” con la RDA estalinista ante la que se presentaba como “mundo libre”. La persecución de la izquierda aporta ejemplos abrumadores a ese respecto.

El recién estrenado documental Verboten–Verfolgt–Vergessen (“Prohibidos, Perseguidos, Olvidados”) de Daniel Burkholz, muestra que la represión política y la caza de brujas fue generalizada y despiadada en la Alemania de aquella época.

En 1950 un decreto de Adenauer decretó la expulsión del servicio público de los miembros de once organizaciones izquierdistas, y de dos nazis. Con la reforma penal de 1951, la llamada ley relámpago, se podía detener a cualquier adversario del rearme alemán que entonces comenzaba.

Entre 1951 y 1968 se emprendieron 200.000 procesos contra comunistas e izquierdistas en Alemania y diez mil personas fueron encarceladas. Por tener libros impresos en la RDA o cantar una canción comunista a favor de la unificación alemana te podían meter 18 meses de cárcel, explica Herbert Wils un veterano que sufrió esa suerte por el segundo motivo. Un joven obrero de 21 años, Philipp Müller fue abatido a tiros por la policía en una manifestación pacifista celebrada en Essen en mayo de 1952.

En 1956 se prohibió el Partido Comunista (KPD) y se criminalizó a amplios sectores de la izquierda, de la socialdemocracia y de la Iglesia. Millones de personas fueron víctimas de seguimientos y prohibiciones para ejercer su profesión por motivos ideológicos. Su vida resultó quebrada y es una historia hoy apenas conocida en el país, cuyas autoridades dedican ingentes cantidades de dinero y recursos a evocar semanalmente hasta el último detalle de la represión política en la RDA.

Fuente: http://www.lavanguardia.com/internacional/20121201/54356015715/alemania-anulo-secreto-postal-telefonico.html