lunes, 14 de abril de 2025

Siete opciones para alimentar a tu cerebro

Credit...Foto ilustración de Andrew B. Myers para The New York Times
Prueba algunos alimentos que se han relacionado con la mejora del estado de ánimo.

Es hora de empezar a alimentar tu cerebro.

Durante años, la investigación sobre la alimentación saludable se ha centrado principalmente en la salud física y en la relación entre la dieta, el peso y las enfermedades crónicas. Pero el campo emergente de la psiquiatría nutricional estudia cómo pueden hacernos sentir los alimentos.


“Mucha gente piensa en la comida en términos de cintura, pero también influye en nuestra salud mental”, afirma Uma Naidoo, psiquiatra de Harvard y directora de psiquiatría nutricional y de estilo de vida del Hospital General de Massachusetts. “Esa es una parte que falta en la conversación”.

La conexión entre el estómago y el cerebro es fuerte, y comienza en el útero. El intestino y el cerebro se originan en las mismas células del embrión, dice Naidoo. Una de las principales vías de conexión entre el cerebro y el intestino es el nervio vago, un sistema de mensajería química bidireccional que explica por qué el estrés puede desencadenar sentimientos de ansiedad en la mente y mariposas en el estómago.

Los alimentos también pueden influir en el estado de tu microbioma, y algunas especies de microbios intestinales se han relacionado con mayores tasas de depresión. Incluso la serotonina, sustancia química del cerebro que regula el estado de ánimo, tiene una fuerte conexión con el intestino. Solo el cinco por ciento de la serotonina del cuerpo se produce en el cerebro; el resto se fabrica, almacena y activa en el intestino, dijo Naidoo, autora del nuevo libro Lo que la comida le hace a tu cerebro.

Los psiquiatras especializados en nutrición afirman que la alimentación no debe sustituir a otros tratamientos para la salud mental, como la terapia y los medicamentos recetados, pero tampoco debe ignorarse. Varios estudios han sugerido que los cambios en la dieta pueden conducir a mejoras significativas en el estado de ánimo y el bienestar mental.

“Tenemos que comer; es una necesidad básica”, dice Naidoo, que también es chef profesional e instructora de la Escuela de Artes Culinarias de Cambridge. “Y la comida es también una herramienta muy poderosa en términos de nuestra salud mental”.

El mito de la comida reconfortante
A menudo la gente trata de influir en su estado de ánimo comiendo alimentos reconfortantes como helado, pizza o macarrones con queso. El problema, según los expertos, es que aunque esos alimentos suelen ofrecer una tentadora combinación de grasas, azúcares, sal y carbohidratos que los hacen hipercalóricos, en realidad pueden hacernos sentir peor.

Traci Mann, que dirige el laboratorio de salud y alimentación de la Universidad de Minnesota, realizó una serie de estudios para determinar si la comida reconfortante preferida por una persona mejora su estado de ánimo. A los participantes se les hizo la pregunta: “¿Qué alimentos harían que te sintieras mejor si estuvieras de mal humor?”. Las respuestas más comunes fueron chocolate, helado y galletas. Los encuestados también calificaron los alimentos que les gustaban, pero que normalmente no comerían para buscar consuelo.

Antes de cada prueba, los participantes vieron fragmentos de películas que se sabía que provocaban ira, hostilidad, miedo, ansiedad y tristeza. Después de la película, los espectadores rellenaron un cuestionario de “estado de ánimo negativo” para indicar cómo se sentían. A continuación, se les dio una porción abundante de su alimento reconfortante favorito, un alimento que les gustaba, pero que no consideraban reconfortante, un alimento “neutro” (una barrita de granola y miel) o ningún alimento. Todos disponían de tres minutos a solas para comer su comida o sentarse en silencio. Tras el descanso, volvieron a rellenar el cuestionario sobre el estado de ánimo.

El hecho de que un participante comiera comida reconfortante, cualquier comida o ninguna comida no supuso ninguna diferencia en el estado de ánimo de la persona. El factor que más parecía importar era el paso del tiempo.

“Si consumes comida reconfortante puedes sentirte mejor, pero si no la comes, también te sentirás mejor solo con el paso del tiempo”, dijo Mann. “La gente cree en la comida reconfortante, y le está dando crédito por mejoras en el estado de ánimo que habrían ocurrido de todos modos”.

Usar la comida para tratar la depresión
Mientras que la investigación de Mann descubrió que los alimentos tradicionales no tienen un efecto significativo en el estado de ánimo, un creciente número de investigaciones muestra que mejorar la calidad de la dieta de una persona puede tener un efecto significativo en la salud mental. Un análisis de 16 estudios reveló que las intervenciones dietéticas reducen significativamente los síntomas de la depresión.

La primera intervención que probó los cambios en la dieta como tratamiento de la depresión incluyó a 67 pacientes, todos ellos con dietas pobres que consistían en muchos alimentos procesados y azucarados, con muy poca fruta, verdura o fibra. Aproximadamente la mitad de los pacientes recibieron asesoría nutricional sobre una dieta de estilo mediterráneo, así como cestas de alimentos con muestras de comida, recetas y planes de comidas. El resto del grupo se reunía semanalmente para charlar y recibir apoyo amistoso, pero no se hablaba de la dieta. Al final del estudio de tres meses, el grupo de la dieta mostró una mejora significativamente mayor de los síntomas de la depresión, y un tercio de ellos había logrado la remisión completa, en comparación con solo el ocho por ciento del grupo de apoyo social.

Ese efecto también se ha observado en estudios más amplios. Un estudio de cuatro años de duración con más de 10.000 estudiantes universitarios en España descubrió que las personas que seguían una dieta mediterránea tenían menos riesgo de sufrir depresión. Investigadores australianos examinaron los diarios de alimentos de 12.385 adultos incluidos en una muestra aleatoria de una encuesta gubernamental en curso. Descubrieron que una mayor ingesta de frutas y verduras predecía una mayor felicidad, satisfacción vital y bienestar. Las ganancias psicológicas eran equivalentes a pasar de estar desempleado a ser contratado. Y las personas que cambiaron su dieta para incluir más verduras vieron mejoras en su estado de ánimo en dos años.

Todavía hay mucho que aprender sobre qué alimentos y cuál cantidad de ellos pueden mejorar la salud mental. Un ensayo de un año de duración publicado en JAMA en 2019 encontró que una dieta mediterránea redujo la ansiedad, pero no previno la depresión en aquellas personas con alto riesgo.

Los científicos sí saben que alrededor del 20 por ciento de todo lo que comemos va al cerebro, dijo Drew Ramsey, psiquiatra y profesor clínico asistente en el Colegio Vagelos de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia en Nueva York. Los neurotransmisores y receptores críticos se fabrican cuando se ingieren nutrientes y aminoácidos específicos, dijo. Las células gliales, por ejemplo, que constituyen una parte importante del cerebro, dependen de las grasas omega-3. Los minerales, como el zinc, el selenio y el magnesio, constituyen la base de la actividad celular y del tejido cerebral, así como de la síntesis de neurotransmisores que afectan directamente al estado de ánimo. El hierro, el folato y la vitamina B12 ayudan al cuerpo a producir serotonina.

“Nuestro cerebro evolucionó para comer casi cualquier cosa para sobrevivir pero, con el paso del tiempo, hemos aprendido que hay una manera de alimentarlo para mejorar la salud mental en general”, dijo Ramsey, autor del libro Eat to Beat Depression and Anxiety. “Sabemos que si comes un montón de basura, te sientes como una basura, pero la idea de que esto se extienda a nuestro riesgo de salud mental es una conexión que no habíamos hecho en psiquiatría hasta hace poco”.

Prueba algunos alimentos para el cerebro
Para ayudar a los pacientes a recordar cuáles son los mejores alimentos para favorecer la salud del cerebro, Ramsey ha ideado un sencillo mantra: “Mariscos, verduras, frutos secos y legumbres, y un poco de chocolate negro”. También imparte una clase de cocina en línea gratuita (la próxima es el 7 de febrero) llamada “Mental Fitness Kitchen”.

Para el desafío Come bien de esta semana, intenta añadir a tu plato algunos alimentos nuevos que se han relacionado con una mejor salud cerebral. Esta lista se basa en las sugerencias de Naidoo y Ramsey. Gran parte del fundamento científico sobre los posibles beneficios para el cerebro de varios alimentos está todavía en sus primeras etapas, y el consumo de estas comidas no dará lugar a cambios de humor de la noche a la mañana. Pero la incorporación de varios de estos alimentos en tus platos mejorará la calidad general de tu dieta diaria, y puede que notes una diferencia en cómo te sientes.

Vegetales de hojas verdes
Ramsey dice que son la base de una dieta para la salud del cerebro porque son baratas, versátiles y tienen una alta proporción de nutrientes en relación con las calorías. La col rizada es su favorita, pero las espinacas, la rúcula, las coles, las remolachas y las acelgas también son grandes fuentes de fibra, folato y vitaminas C y A. Si no te gustan las ensaladas, añade verduras a sopas, estofados, salteados y batidos, o conviértelas en pesto. También recomienda añadir una pequeña ración de algas (los “vegetales de hojas verdes del mar”) a tu plato una vez a la semana como fuente de yodo, fibra, zinc y fitonutrientes adicionales.

Frutas y verduras coloridas
Cuanto más color tenga tu plato, mejor será la comida para tu cerebro. Los estudios sugieren que los compuestos de las frutas y verduras de colores vivos, como los pimientos rojos, los arándanos, el brócoli y las berenjenas, pueden tener un impacto en la inflamación, la memoria, el sueño y el estado de ánimo. Los alimentos de color rojizo-morado son “jugadores poderosos” en esta categoría. Y no te olvides de los aguacates, que tienen un alto contenido en grasas saludables que mejoran la absorción de los fitonutrientes de otros vegetales.

Mariscos
Las sardinas, las ostras, los mejillones, el salmón salvaje y el bacalao son fuentes de ácidos grasos omega-3 de cadena larga, esenciales para la salud del cerebro. Los mariscos también son una buena fuente de vitamina B12, selenio, hierro, zinc y proteínas. Si no comes pescado, las semillas de chía, las semillas de lino y las verduras de mar también son buenas fuentes de omega-3. Para quienes tienen un presupuesto limitado, el salmón en lata es una opción más asequible, dice Naidoo.

Nueces, frijoles y semillas
Intenta comer entre media y una taza entera de frijoles, frutos secos y semillas al día, dice Ramsey. Los frutos secos y las semillas, como los anacardos, las almendras, las nueces y las semillas de calabaza, son un buen tentempié, pero también pueden añadirse a los platos salteados y a las ensaladas. Los frijoles negros y rojos, las lentejas y las legumbres también pueden añadirse a sopas, ensaladas y estofados o disfrutarse como comida o guarnición. Las mantequillas de frutos secos también cuentan.

Hierbas y especias
Cocinar con especias no solo hace que la comida sepa mejor, sino que los estudios sugieren que ciertas especias pueden conducir a un mejor equilibrio de los microbios intestinales, reducir la inflamación e incluso mejorar la memoria. A Naidoo le gusta especialmente la cúrcuma; los estudios sugieren que su ingrediente activo, la curcumina, puede tener beneficios para la atención y la cognición en general. “La cúrcuma puede ser muy poderosa con el tiempo”, dice. “Prueba a incorporarla al aliño de tus ensaladas o a las verduras asadas”, o a añadirla a adobos, currys, salsas, estofados o batidos. “Añadir una pizca de pimienta negra hace que la curcumina sea un 2000 por ciento más biodisponible para nuestro cerebro y cuerpo”, dijo. “Es un truco fácil cuando se cocina”. Otras especias que pueden favorecer la salud del cerebro son la canela, el romero, la salvia, el azafrán y el jengibre.

Alimentos fermentados
Los alimentos fermentados se elaboran combinando leche, verduras u otros ingredientes crudos con microorganismos como levaduras y bacterias. Un estudio reciente ha descubierto que seis raciones diarias de alimentos fermentados pueden reducir la inflamación y mejorar la diversidad del microbioma intestinal. Entre los alimentos fermentados se encuentran el yogur; el chucrut; el kéfir, una bebida láctea fermentada; la kombucha, una bebida fermentada hecha con té; y el kimchi, un plato tradicional coreano de col y rábano fermentados. El kéfir de coco es una opción no láctea. Otros alimentos fermentados son el miso, el queso cottage, el queso Gouda y algunos tipos de vinagre de sidra de manzana. También se pueden tomar pequeñas botellas de bebidas fermentadas, normalmente de un cuarto de taza, que contienen probióticos y se venden en muchas tiendas de comestibles.

Chocolate negro
Las personas que consumen regularmente chocolate negro tienen un 70 por ciento menos de riesgo de padecer síntomas de depresión, según una gran encuesta gubernamental realizada a casi 14.000 adultos. El mismo efecto no se observó en quienes comían mucho chocolate con leche. El chocolate negro está repleto de flavonoles, entre ellos la epicatequina, pero el chocolate con leche y las populares barritas de caramelo están tan procesados que no contienen mucha epicatequina.

https://www.nytimes.com/es/2022/01/24/espanol/alimentos-cerebro-estado-animo.html

domingo, 13 de abril de 2025

Devastación en Gaza, ignominia mundial

Por Ignacio Gutiérrez de Terán Gómez-Benita

Fuentes: El Salto

 Año y medio después de iniciada esta hecatombe, la comunidad internacional permanece contemplativa, por mucho que algunas voces, tímidas, hablen de genocidio, promuevan juicios internacionales y unos cuantos Estados hayan suspendido relaciones diplomáticas.

La campaña bélica decretada por el régimen de Tel Aviv contra Gaza desde hace más de 16 meses ha dejado un reguero de muerte, destrucción e ignominia imposible de asimilar. Por lo menos para una persona imparcial y capaz de empatizar con el sufrimiento humano, porque, a ojos de numerosos, por lo que se ve, “ciudadanos del mundo”, el castigo inclemente sufrido por los habitantes de la desventurada franja no es sólo asimilable sino perfectamente justificable.

Pensábamos que la barbarie expresada por la maquinaria bélica sionista había llegado a su cota máxime de depravación con los bombardeos indiscriminados de desplazados, en su mayoría niños y ancianos, la tortura sistemática a los jóvenes gazatíes en las cárceles de la ocupación o la medida más miserable y atroz de todas, la imposición de un cerco de hambre y sed a millones de personas privadas de servicios básicos esenciales para sobrevivir.

Creíamos que habíamos visto lo suficiente en esta exhibición de violencia despótica pero, con el sionismo en su versión contemporánea, has de esperarte siempre un salto cualitativo más. El último, el asesinato de una docena larga de enfermeros y rescatistas palestinos de la Cruz Roja y Naciones Unidas, ametrallados por el ejército ocupante cuando acudían a socorrer, para variar, a un grupo de compañeros heridos por una incursión anterior en el sur.

El ejército ocupante ha matado a 1.402 profesionales de la medicina y ha destruido o dejado fuera de servicio 34 hospitales junto con 240 centros e instalaciones sanitarias

A lo largo de los últimos meses hemos asistido al descubrimiento de fosas comunes con cadáveres de palestinos amontonados a toda prisa bajo cúmulos de tierra apelmazada por las ominosas excavadoras de la ocupación; sin embargo, lo verdaderamente sobrecogedor, como podría decir alguno de esos comentaristas que a estas alturas parece asombrarse antes las carnicerías perpetradas por los soldados israelíes, es que algunos de aquellos cadáveres hayan sido encontrados con las manos atadas o con disparos de gracia. Eso, y el hecho de que en el momento del bombardeo se hallaran a bordo de vehículos convenientemente señalizados, con los indicativos pertinentes de pertenencia a organismos de ayuda humanitaria, ha despertado ¿un movimiento de repulsa internacional? No, en absoluto.

La Oficina de Medios de Comunicación de Gaza afirma que, desde el 7 de octubre, el ejército ocupante ha matado a 1.402 profesionales de la medicina y ha destruido o dejado fuera de servicio 34 hospitales junto con 240 centros e instalaciones sanitarias, algunas de las cuales han sido reconvertidas en cuarteles o centros de operaciones.

Se han ensañado de forma especial con las ambulancias, cerca de 150 bombardeadas o ametralladas, como en el caso al que nos referimos. Diversos organismos de ayuda internacional hablan de un crimen de guerra ahora, lo mismo que en sucesos anteriores, a partir de las declaraciones de testigos y las pruebas recogidas in situ; sin embargo, la versión aducida por el régimen de Tel Aviv apunta que en realidad aquellos supuestos sanitarios eran miembros o simpatizantes de Hamás y que se les disparó porque no atendieron a las requisitorias de identificación.

La versión sionista prevalece, sí, pase lo que pase, desde que se inventaron la estupidez de la “tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” o el mito de la “única democracia de Oriente”

Un problema de narrativas: la israelí resulta siempre la más “comprable” pues, a fin de cuentas, dominan el discurso y mantienen bajo su égida a la inmensa mayoría de las grandes agencias de noticias y medios de comunicación occidentales que, a su vez, moldean la “narrativa” oficial que ha de prevalecer en el mundo. El libro de estilo sionista ha condicionado la percepción de eso que llaman opinión pública mundial; evadirse por tanto a las líneas maestras de esta des-información programática solo termina aportando la etiqueta, inefable, de extremista.

La versión sionista prevalece, sí, pase lo que pase, desde que se inventaron la estupidez de la “tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” o el mito de la “única democracia de Oriente” (¿cómo va a ser democrático un estado basado en la supremacía de una nación-religión que expulsa a los habitantes legítimos de la tierra y les prohíbe regresar a ella?).

Aun cuando los postulados de esta visión espuria y falsificadora de la realidad no resisten un mínimo análisis basado en el sentido común y la noción de justicia, la narrativa sionista se impone. Y ay de quien, en cualquier parte, sobre todo en Estados Unidos y determinados países europeos, ose ponerla en duda. Es la víctima universal, eterna, quien define los criterios de lo correcto y lo pensable. Habiéndose convertido la gran estructura intelectual e institucional del sionismo en la “víctima por excelencia” resulta imposible que ella misma haya podido devenir implacable verdugo.

De igual manera que el ejército israelí ha asesinado y herido ya a un número de enfermeros, médicos y conductores de ambulancias superior a cualquier otro acontecimiento en lo que llevamos de siglo, la vesania empleada contra el oficio de periodista excede ya cualquier tipo de registro. Más de doscientos han muerto sin que haya pasado gran cosa. Como los sanitarios, son palestinos: y, lo sabemos bien, la vida de un o una palestina no vale nada. No se les puede considerar víctimas, porque en aquella tierra el protagonismo en este sentido se ha asignado ya a la parte dominante, la cual, haga lo que haga, siempre será una víctima; y tampoco se puede considerar que se trate de un atentado flagrante contra una profesión en particular, porque un periodista palestino siempre será, en primer lugar, un palestino; una persona, por tanto, sospechosa de infringir, por naturaleza, la deontología profesional.

Más que informar, manipula y sirve los intereses del “mal”. Los antecedentes de las hordas sionistas en la agresión a reporteras e informadores son notorios. Han muerto de todos los colores y en todas las circunstancias, por lo general cuando cubrían una incursión militar.

El régimen de Tel Aviv no se molesta demasiado en aclarar las circunstancias de la muerte de esta periodista o aquel reportero. Solo si se trata de corresponsales procedentes de países occidentales, en ocasiones con origen palestino, se pone en marcha el protocolo habitual, eximente por necesidad: primero, el disparo procedió de “terroristas” palestinos; segundo, cuando se demuestra la invalidez de este subterfugio, el o la periodista se hallaba donde no debía estar; tercero, de cualquier modo, organizamos una comisión de investigación que, indefectiblemente, decretará la inocencia del ejército y el cum laude de la diplomacia estadounidense: “¿Ven? No había nada que ocultar. Las Fuerzas de Defensa Israelíes son, una vez más, inocentes”. Y cuarto, todos estos pasos demuestran que estamos ante una democracia en la que prevalecen la justicia y la imparcialidad. Por ello, cualquier intento de criminalizar a su ejército constituye un acto de intolerable agresión hacia su perpetua condición de víctima

El Gobierno israelí, con el apoyo incondicional de su gran patrón estadounidense, ha asesinado a decenas de miles de personas, ha reducido a escombros la mayor parte del territorio de Gaza, ha provocado el desplazamiento de casi todos sus habitantes, a quienes condena al hambre y la privación. Los colonos, mientras, están acelerando el plan de expansión colonialista en Cisjordania —la cosa ha ido siempre de eso, de echar a más palestinos y quedarse con sus tierras y, si se tercia, las de sus vecinos árabes—, en pos de ese funesto y perverso gran Israel.

Para la administración estadounidense y el proyecto sionista en su conjunto lo preocupante, sin embargo, es que los gazatíes sigan resistiendo, negándose a dejar su tierra. O a venderse

Pero año y medio después de iniciada esta hecatombe, la comunidad internacional permanece contemplativa, por mucho que algunas voces, tímidas, hablen de genocidio, promuevan juicios internacionales y unos cuantos estados hayan suspendido relaciones diplomáticas. Ante tanto horror, estos gestos, honrosos por excepcionales, resultan anecdóticos. Cuesta asimilar que numerosos estados sigan aportando armas y cobertura diplomática a esta caterva criminal y que determinados Gobiernos árabes hagan lo posible para que la maquinaria bélica sionista erradique cualquier atisbo de oposición política en Palestina, ante la pasividad de sus súbitos, una pasividad tan hiriente e injustificable como la nuestra.

Todo eso constituye un oprobio universal. Para la administración estadounidense y el proyecto sionista en su conjunto lo preocupante, sin embargo, es que los gazatíes sigan resistiendo, negándose a dejar su tierra. O a venderse. Pero esta fabulosa confabulación no tiene por qué triunfar. Como escribe el poeta marroquí Mohámmed Bennís (Vigilia de silencio, traducción y estudio crítico de Federico Arbós, Verbum, Madrid, 2025, p. 212):

Vi a Gaza
volar
con alas
de esmeraldas.
En el lado de enfrente, extranjeros intercambian
regalos y brindan por la tierra de Palestina.
En lugares que nadie ve,
otros se conduelen por Gaza llena de sangre

Esos “extranjeros que se intercambian regalos”, como los griegos que ofrecían presentes a las puertas de Troya en los famosos versos de Virgilio, son el trasunto de una operación largamente orquestada para consagrar un proyecto colonial vergonzante. Estados Unidos, como está demostrando su presidente con el penoso affaire de los aranceles, socavando los pilares de un liberalismo mercantil diseñado por ellos mismos, tiene suficiente poder, todavía, para amparar su visión israelí para Oriente Medio. Eso sí, unas alas de esmeralda son muchas alas. 

Fuente: 

sábado, 12 de abril de 2025

Jason Stanley, el profesor de Yale experto en fascismo que se va de EE.UU. por el clima político bajo el gobierno de Trump: "Ya somos un régimen fascista"

Jason Stanley

Fuente de la imagen,Robin Dembroff

Pie de foto,Jason Stanley sostiene que en Estados Unidos "ya se ha roto el Estado de derecho".
  • Autor,

Jason Stanley corre de un compromiso a otro: reuniones, un debate frente a cientos de personas, un teléfono que suena sin cesar con pedidos de entrevistas y sus hijos que le avisan que siguen sin tomar el desayuno. 

 Este profesor de filosofía de la Universidad de Yale tiene una vida más agitada que de costumbre desde que hace unos días anunció que abandonará Estados Unidos debido al clima político en el país y a lo que considera riesgos de una incipiente dictadura.

Autor de "Cómo funciona el fascismo" —un libro que desde su publicación en 2018 ha sido traducido a más de 20 idiomas, incluido el español — Stanley está convencido de que esa etiqueta se ajusta al gobierno de Donald Trump.

"Creo que ya somos un régimen fascista", dice Stanley durante una entrevista con BBC Mundo en la que aborda desde su decisión de mudarse a Canadá hasta la ofensiva gubernamental sobre universidades en EE.UU.

Así como él, otros dos destacados académicos de Yale y críticos de Trump, los profesores de historia Timothy Snyder y Marci Shore, también han anunciado que se irán a trabajar a la Universidad de Toronto, en Canadá.

Lo que sigue es una síntesis del diálogo telefónico con Stanley, quien nació hace 55 años de una pareja de inmigrantes europeos (su abuela huyó de la Alemania nazi con su padre en 1939) y cuyo último libro se titula "Borrar la historia: cómo los fascistas reescriben el pasado para controlar el futuro":

¿Por qué dejas tu país de origen, los Estados Unidos de América?

La razón principal es el clima político, tanto para mi profesión de académico como para mis hijos, que son negros y judíos.

Creo que a los judíos estadounidenses los están convirtiendo en el centro de la política aquí y eso es muy peligroso. Es como que están siendo utilizados por la administración Trump para atacar instituciones democráticas como las universidades. Y que a la gente judía nos usen como una especie de mazo para el fascismo me resulta muy perturbador para nuestro futuro como país, porque emplean el estereotipo de que controlamos las instituciones, y eso sólo va a crear antisemitismo.

Además mis dos hijos son negros y su identidad está siendo borrada, atacada y minimizada.

Probablemente no iba a marcharme, pero una vez que Columbia cedió (ante Trump), empecé a pensar que las instituciones académicas no están viendo la naturaleza existencial de este momento ni reconociendo que es una guerra mucho más grande de lo que advierten.

Te refieres a la decisión de la Universidad de Columbia de aceptar ciertas exigencias del gobierno de Trump para mantener financiamiento federal. ¿Qué te alarmó exactamente en este caso?

Es el peor ataque a la libertad de expresión en mi vida, peor que el Macartismo. Intervinieron un departamento académico porque el gobierno federal no estaba de acuerdo con su ideología.

Las personas ajenas al mundo académico no entienden lo dramático que es esto. Intervenir un departamento académico por motivos ideológicos es algo completamente nuevo.

Académicos y estudiantes de la Universidad de Columbia protestan contra las concesiones de esa casa de estudios al gobierno de Trump. 

Académicos y estudiantes de la Universidad de Columbia protestan contra las concesiones de esa casa de estudios al gobierno de Trump.

Fuente de la imagen,Getty Images


Pie de foto,
Las concesiones de la Universidad de Columbia al gobierno de Trump motivaron protestas de sus propios académicos y estudiantes. Columbia ya había obligado a jubilarse anticipadamente a Katherine Franke, una importante directora de un centro de su facultad de derecho, por comentarios que hizo.

Yo he criticado las acciones de Israel en Gaza y no soy antisionista. Estuve a favor de un cese el fuego muy temprano. Me preocupa mucho que se produzcan acciones genocidas en Gaza. Y esto me pone en la categoría de... ya sabes, es la excusa que están utilizando: gente crítica con las acciones de Israel, con la guerra.

He trabajado con los estudiantes judíos progresistas en mi propio campus. Pero el gobierno usa cínicamente la acusación de antisemitismo contra los izquierdistas, hasta el punto de que Columbia obligó a jubilarse a uno de sus profesores más distinguidos. Entonces, ¿quién dice que esto no se extenderá?

Ya sabes cómo funciona el fascismo. Están haciendo de Columbia un ejemplo, pero la administración de Columbia cedió de inmediato.

La presidenta de la Universidad de Columbia dimitió tras aceptar las exigencias del gobierno de Trump. ¿Cambia esto en algo tu posición?

Por supuesto que no, porque nombraron a una integrante del consejo directivo como presidenta interina. ¿Qué tiene que ver un miembro del consejo directivo con esto? Es aún más inquietante.

No está claro por qué dimitió la presidenta. Pero cuando el fascismo amenaza hay muchas ilusiones, muchos dicen que no es tan malo.

Al principio pensamos que la presidenta de Columbia dimitió por la presión del profesorado. Cuando intervinieron el departamento de Medio Oriente decían que quizás quien lo dirija deje al profesorado seguir tomando sus propias decisiones, que tal vez era algo apenas simbólico.

Katrina Armstrong (la entonces presidenta de la universidad) aparentemente dijo en una reunión de facultad que no habría un gran cambio. Parece que la Casa Blanca se enteró y fue como que sí tiene que haber gran cambio, así que debía renunciar. Es algo aterrador, porque significa que están prestando atención de verdad.

El presidente Trump, su gobierno y sus partidarios sostienen que durante las protestas universitarias contra la guerra en Gaza, Columbia permitió comportamientos antisemitas y reprimió el discurso académico. ¿Cómo analizas esto?

Bueno, yo estoy en Yale y no presencié las protestas de Columbia. Es probable que hubiera al menos tanto antipalestinismo como antisemitismo en ese campus. ¿Y qué experimentaron los estudiantes palestinos o árabes? A todos les llaman antisemitas. La situación para los estudiantes árabes en el campus era igual de dura.

Elon Musk y Donald Trump en el Salón Oval de la Casa Blanca.
Elon Musk y Donald Trump en el Salón Oval de la Casa Blanca.

Fuente de la imagen,Getty Images


Pie de foto,
"El presidente y Elon Musk están haciendo lo que quieren", dice Stanley. Y había muchos estudiantes judíos en los campamentos. Pero su existencia se borró por completo. Los medios tardaron meses en notar que había muchos estudiantes y profesores judíos como yo protestando contra Israel.

La gente hizo una distinción entre judíos buenos y malos. Los judíos buenos eran los que apoyaban las acciones de Israel en Gaza, y los malos eran los que protestaban. Es antisemita hacer distinciones entre judíos buenos y malos.

Muchos judíos estadounidenses, los que son jóvenes en especial, estábamos tan horrorizados por las acciones de Israel como cualquier persona. Y borrarnos del movimiento progresista nacional, del movimiento contra la guerra, diciendo que los judíos que participaron en las protestas no eran judíos es la peor forma de antisemitismo.

Eres experto en fascismo. ¿Puedes explicar el riesgo que ves de que EE.UU. se convierta en una "dictadura fascista", como has advertido al anunciar tu decisión en el Daily Nous, un sitio web sobre la profesión filosófica?

Bueno, las instituciones democráticas serán atacadas. Ya se ha roto el Estado de derecho. Están deteniendo a estudiantes... Creo que ya somos un régimen fascista.

¿Por qué lo dices?

Porque lo somos, porque ya no tenemos Estado de derecho.

Estoy aburrido de discutir eso. Si no puedes verlo... El presidente y Elon Musk están haciendo lo que quieren. Los tribunales son un desastre... No somos la Alemania nazi, pero vamos camino de algo muy malo.

No puedo hablar de cosas obvias. En esto no se necesitan expertos. ¿Por qué se precisa un experto para decir que el Estado de derecho se ha roto? Están atacando a los medios, a los tribunales y a las universidades. Mike Johnson (el congresista republicano que preside la Cámara de Representantes) dijo explícitamente: vamos a disolver los tribunales si no están de acuerdo con nosotros.

Hay un millón de razones. Están deteniendo a estudiantes en la calle por escribir artículos de opinión, y están diciendo que nadie que no sea ciudadano estadounidense ahora mismo puede hablar de política porque pueden quitarle el visado de inmediato. ¿Por qué habrían de detenerse con los que no son ciudadanos estadounidenses?

Trump ha sido muy claro sobre sus puntos de vista y sus objetivos desde antes de ser elegido, y aun así ganó el voto popular en noviembre. ¿Dirías entonces que gran parte de la sociedad estadounidense simpatiza con el fascismo?

Sí. En todos los países el 30% de la gente quiere fascismo. La Europa de la posguerra es muy consciente de que las democracias pueden votar para socavarse a sí mismas.

Tapa del libro "Erasing History", de Jason Stanley

Tapa del libro "Erasing History", de Jason Stanley

Fuente de la imagen,Simon & Schuster

Pie de foto,
En su último libro, "Borrando la historia", publicado el año pasado en EE.UU., Stanley analiza los ataques de la derecha autoritaria a la educación.

Este es el problema más antiguo de la filosofía política democrática. Se remonta a Platón: que en las democracias se presente un demagogo aterrorizando al pueblo acerca de un enemigo interno y un enemigo externo, y cuando tome el poder... Mira a Putin: ¿por qué más del 80% de los rusos apoyan a Putin en encuestas independientes.

Pero también se trata de las instituciones, ¿no? Estás sugiriendo que perdiste la confianza en la capacidad de las instituciones que han impedido hasta ahora una dictadura en EE.UU. para puedan hacerlo...

Creo que tenemos una dictadura. Afirman que son una dictadura. Dicen que tienen los poderes de una dictadura. Y no creo que las instituciones les estén demostrando que están equivocados.

Ciertamente Trump actúa como un dictador y dice que es un dictador. Y su partido vota 100% con él. Actúan como en un sistema unipartidista, sin oposición, como el partido de un dictador. Y se supone que las instituciones deben decir: "No, usted no es un dictador". Pero eso no está ocurriendo.

Trump dice que es un rey, que es la autoridad absoluta. El 100% de su partido está con él. Se parece a China o a cualquier país autoritario, y las instituciones no lo detienen. ¿Que a la gente le gusta ese tipo de cosas? Claro que sí.

Eres profesor de filosofía, que en cierto modo consiste en plantear preguntas. ¿Cuál dirías que es la principal pregunta filosófica que enfrentan los estadounidenses en este momento?

La principal pregunta filosófica es una antigua, la cuestión de la ideología: ¿por qué hay tanta gente dispuesta a sufrir?

Muchos partidarios de Trump sufren terriblemente bajo estas políticas para darle dinero a los multimillonarios. Es una vieja pregunta que también surgió con la monarquía: ¿por qué había tanta gente dispuesta a morir para que un rey pudiera vanagloriarse? ¿Por qué hay tantos estadounidenses dispuestos a sacrificar su bienestar material para que Elon Musk se vuelva más rico?

viernes, 11 de abril de 2025

_- Los mítines de Bernie Sanders y AOC podrían convertirse en un movimiento de masas



_- Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez [AOC] han ignorado el consejo de destacadas cabezas pensantes del Partido Demócrata de «darse la vuelta y hacerse el muerto». A Dios gracias. Sus masivos mítines contra la oligarquía han logrado cifras históricas, dando testimonio de un deseo popular generalizado de resistir a Elon Musk y Donald Trump.

Al llenar el vacío que han dejado Chuck Schumer y los de su cobarde ralea, Bernie y AOC se están convirtiendo en líderes no sólo de los activistas de izquierda, sino también de la base liberal dominante del Partido Demócrata. La pregunta difícil se cifra ahora en cómo aprovechar toda esta energía en un movimiento capaz de derrotar realmente a Musk, y luego a Trump.

El Equipo Bernie ya ha dado grandes pasos en esta dirección. No se trata sólo de que la gira «Luchar contra la oligarquía» («Fighting Oligarchy») haya dinamizado a los norteamericanos pie y difundido un mensaje rotundo en contra de los multimillonarios y a favor de la democracia. Estos actos han tenido un enfoque estratégico concreto, tal como ha explicado en la Red uno de los asesores de Bernie: «Para los que lo pregunten, sí, estos mítines están vinculados a la acción. Todos se han celebrado en distritos indecisos controlados por el Partido Republicano o cerca de ellos, y estamos haciendo un seguimiento con acciones específicas para presionar a sus diputados para que voten NO a cualquier recorte de Medicaid o exención fiscal multimillonaria, o se enfrenten de lo contrario a las consecuencias electorales».

Todo esto resulta esencial. Pero Bernie y AOC podrían dar un paso adicional: pedirles a todos los asistentes al mitin que se conviertan en organizadores. El destino de nuestro país depende en parte de poder canalizar el entusiasmo de estos actos en una campaña masiva y creciente.

Para generar el volumen de resistencia necesario para poder ganar, los asistentes no sólo tienen que actuar, firmando una petición o asistiendo a una protesta en fecha próxima, sino también conseguir que decenas de sus compañeros de trabajo, amigos y vecinos hagan lo propio, y no sólo una vez, sino como parte de un esfuerzo sostenido y creciente. En otras palabras, «conectarse» con la organización. Los momentos de gran atención, como las grandes concentraciones, pueden utilizarse para incorporar directamente a todos los que quieran luchar. No basta con hacer llamamientos generales a la participación. La gente necesita cosas concretas y pasos a seguir.

Para ser justos, el hecho de que las concentraciones de «Lucha contra la oligarquía» no hayan llevado a cabo todavía este tipo de llamamientos no es culpa de sus anfitriones. Refleja la debilidad de un movimiento obrero norteamericano demasiado tímido y de una izquierda demasiado pequeña y fragmentada. Se han registrado muchas acciones desde que Trump fuera elegido, pero han sido relativamente descoordinadas y a pequeña escala. Si hubiéramos logrado ya galvanizar un movimiento cohesionado capaz de atraer a los indecisos, AOC y Bernie muy probablemente lo estarían impulsando.

Pero la realidad hoy es que necesitamos desesperadamente que los dos principales tribunos progresistas de los Estados Unidos aprovechen su popularidad y sus programas para dinamizar al máximo los incipientes actuales esfuerzos de base y ayudar a crear un movimiento de masas cohesionado que todavía no existe.

Puesto que Bernie y AOC tienen un perfil tan pronunciado, y puesto que la crisis de nuestro país es tan grave, cualquier campaña organizada que decidan impulsar o lanzar conjuntamente se convertiría probablemente en viral. Mi opinión es que el mejor objetivo es ese Musk caricaturescamente malvado y profundamente impopular, y que el mejor mensaje consiste en salvar servicios tan queridos como el Departamento de Asuntos de Veteranos (VA), la Seguridad Social y los Parques Nacionales de los ataques que Musk está llevando a cabo contra ellos.

¿Qué podrían hacer concretamente Bernie y AOC para animar a la gente? De forma más inmediata, podrían pedirle a la gente que se haga las veces de organizadores del próximo 5 de abril, jornada de movilización «¡Manos fuera!» convocado por MoveOn, Indivisible, el Partido de las Familias Trabajadoras y otros. El 5 de abril tiene el potencial de convertirse en algo enorme. Pero la petición a sus seguidores no puede limitarse a acudir a las concentraciones locales. También hay que animar y ayudar a la gente a pasar las próximas dos semanas convenciendo activamente a sus compañeros de trabajo, vecinos y demás para que participen.

Ya tenemos ejemplos a menor escala de lo que puede ser una campaña orientada hacia el exterior. La Red de Sindicalistas Federales (Federal Unionist Network), por ejemplo, está reclutando y formando a un número significativo de nuevos organizadores sindicales -tanto de trabajadores federales como de comunidades aliadas más extensas- en el proceso de preparación del día de acción del 5 de abril, que considera punto de partida de una mayor escalada en su campaña de organización desplegada para salvar nuestros servicios. Al igual que la reciente gira de Bernie y AOC, el propio 5 de abril va a constituir otra gran oportunidad para absorber a decenas de miles de nuevos organizadores en campañas capaces de ampliar la resistencia actual.

Imaginemos a decenas de miles de veteranos, trabajadores federales y aliados sentados y arriesgándose a verse detenidos en las oficinas de los congresistas republicanos para decir no a los recortes a los veteranos y a los servicios federales. Decenas de ancianos podrían hacer lo mismo para salvar la Seguridad Social. Las huelgas de un día de los controladores aéreos podrían paralizar el transporte aéreo para presionar a Trump y al Congreso. Los trabajadores federales despedidos ilegalmente en todos los Estados Unidos podrían marchar de vuelta al trabajo, respaldados por miles de simpatizantes, para exigir su reincorporación inmediata. Y las peticiones masivas de profesores, estudiantes y trabajadores que culminen en manifestaciones y huelgas en todo el país podrían obligar a las administraciones universitarias a resistirse a la represión autoritaria de Trump.

Todas estas acciones son posibles. Y hay muchas posibilidades de que una reacción tan generalizada obligue a Trump a batirse en retirada y echar a los perros al Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), haciendo saltar por los aires el impulso y el aura de invencibilidad de la nueva administración. Pero solo un movimiento popular impulsado por un número creciente de organizadores voluntarios puede hacer que suceda todo esto.

Aunque es fácil caer en la desesperación en estos días, hay razones sólidas para el optimismo político. Las políticas de la nueva administración son unpopulares. Sus niveles de apoyo, ya bajos, siguen cayendo. Y como el movimiento anti-Trump de hoy está más centrado en preocupaciones económicas, más arraigado en los sindicatos y más antimultimillonario que la Resistencia de la era 2017, tiene el potencial de superar definitivamente al MAGA hundiendo raíces más profundas entre la gente trabajadora.

Pero para lograr este objetivo, lo primero que necesitamos es transformar la energía de hoy en una acción de masas sostenida. Eso puede suceder si Bernie y AOC les piden a sus seguidores que empiecen a organizarse.

Eric Blanc autor de los libros Revolutionary Social Democracy: Working-Class Politics Across the Russian Empire, 1882-1917 (Brill 2021) y Red State Revolt: The Teachers’ Strike Wave and Working-Class Politics (Verso 2019), y recientemente "We Are the Union: How Worker-to-Worker Organizing is Revitalizing Labor and Winning Big" (UC Press, febrero de 2025); es profesor adjunto de Estudios Laborales en Rutgers. 

Fuente: Jacobin, 24 de marzo de 2024 
Temática: EEUU Socialismo

jueves, 10 de abril de 2025

¿Y si lo de Trump no es una simple locura personal?

La opinión que más escucho cuando oigo hablar de Donald Trump, incluso en boca de académicos o gente bien informada, es que está loco.

Es cierto que su comportamiento, tan diferente al de quienes nos hemos acostumbrado a ver como dirigentes y líderes mundiales, induce a pensar así. Es errático, estrambótico, grosero, inculto, mentiroso compulsivo, desvergonzado y chulo, carece de la más mínima empatía con los débiles y alardea de gobernar al país más poderoso del mundo como si fuese su inmobiliaria. Ha reconocido que desea ser un dictador, se salta las decisiones judiciales en su contra, insulta a sus adversarios sin compasión ni mesura y los amenaza, e incluso desprecia y humilla a sus propios socios. Sus ideas son extremistas, presume de religiosidad y valores morales cuando es conocida su relación con prostitutas y antros de todo tipo. Su trayectoria vital y comercial es la de un personaje sin principios ni límites, obsesionado por ganar a cualquiera que se le ponga por delante. Numerosas biografías y documentales lo han puesto de manifiesto y basta verlo en acción para comprobar su forma de ser, y cómo actúa y trata al resto de la gente.

Sin embargo, me temo que es erróneo pensar que lo que está haciendo y lo que hará más adelante es la simple expresión de una locura, de un comportamiento personal aberrante y reaccionario. Puede ser que Trump sea efectivamente un loco, un multimillonario que se puede permitir cualquier capricho y presumir como un pavo real del poder que tiene, siendo, como es, tan ignorante.

Yo tiendo a pensar que lo que está haciendo Donald Trump es mucho más que un comportamiento personal y la mejor prueba de ello es que las acciones que lleva a cabo vienen de lejos, antes de que él incluso aspirase a ser presidente.

He escrito con detalle sobre lo que creo que está ocurriendo y el por qué Trump hace lo que hace en mis dos últimos libros, Más difícil todavía (Deusto 2023) y Para que haya futuro (Deusto 2024), así que resumiré aquí muy brevemente lo que pienso.

Tiendo a pensar, en primer lugar, que Trump no es sino una pieza más de un proceso que viene de más lejos encaminado a desmantelar las democracias y los sistemas de legitimación que, desde los años ochenta del siglo pasado, habían generado la aceptación, por las clases sociales empobrecidas, de los procesos que las han desposeído. La razón o necesidad de hacerlo es sencilla: el nivel de concentración de riqueza y desigualdad alcanzado es tan extraordinario que ya resulta incompatible con la democracia representativa y el debate social transparente. Alguien tan poco sospechoso de izquierdismo como Martin Wolf lo ha explicado y documentado perfectamente en su libro La crisis del capitalismo democrático (Deusto, 2023).

En segundo lugar, creo que la nueva presidencia de Trump es un momento más de un proceso de desglobalización y proteccionismo que viene de atrás, aunque ahora se produzca, ciertamente, de un modo más exagerado y radical,. Contabilizadas en su sentido más amplio, en el Global Trade Alert se registran casi 59.000 medidas restrictivas del comercio en todo el mundo desde 2009.

Como acabo de recordar en un artículo reciente, Obama ya fue calificado por The Wall Street Journal, como «un presidente proteccionista». Biden no sólo no rectificó las medidas que había adoptado Trump en su primer mandato, sino que incluso las aumentó en algunos casos y, sobre todo, con China. De él se escribió que practicaba «proteccionismo cortés» y «educado» y que su política comercial era «trumpismo con rostro humano», sin «tuits furiosos ni afirmaciones absurdas, pero con aranceles de seguridad nacional».

Es verdad que Trump ha exacerbado la política proteccionista (está por ver hasta dónde llega) pero es un error creer que es sólo «cosa suya».

Me parece que hay que leer bien lo que está haciendo ahora Donald Trump. Cuando muestra pomposamente al mundo que impone aranceles incluso a una isla en donde sólo habitan pingüinos o a países con los que Estados Unidos apenas tiene intercambios, no lo hace porque esté poniendo en marcha una nueva política comercial, sino para mostrar la forma diferente con la que esa potencia con voluntad de seguir siendo imperial va a dirigirse a partir de ahora al mundo. O, mejor dicho, al universo, pues habla de «arancel universal», un término quizá nada casual cuando los grandes capitales tecnológicos están planificando apropiarse del espacio, de otros astros y asteroides, para hacer negocio.

En tercer lugar, lo que más claramente está haciendo Trump es exonerar al capital, en la mayor medida de lo posible, de los costes que inevitablemente va a tener el cambio climático y la desigualdad exagerada que se ha generado en las últimas décadas. Sus declaraciones al respecto pueden parecer rimbombantes, exageradas, increíblemente negacionistas e incluso inhumanas, dado el desprecio con el habla de la pobreza o las medidas que ha tomado en materia medio ambiental, sanitaria y social. Sin embargo, ¿cuánto han tardado las grandes empresas en suspender sus programas de diversidad e inclusión? ¿qué grandes dirigentes empresariales han manifestado su oposición a las medidas de Trump? ¿dónde están las corporaciones que hablaban de capitalismo responsable y con rostro humano? ¿cómo se explica que, sobre la marcha, se estén eliminando todas las buenas intenciones y programas de inversión que hasta hace unos días tenían para combatir el cambio climático? ¿Cómo es posible o se explica que hayan bastado unas cuantas declaraciones y alguna orden ejecutiva de Trump para que ya no lo consideren una amenaza?

Finalmente, también creo que lo que está haciendo Trump se parece mucho, por no decir que es lo mismo, a lo que ya habían comenzado a hacer otros presidentes anteriores y especialmente Biden para hacer frente al declive del imperio estadounidense, aunque es verdad que ahora con estruendo y en medio de insultos y amenazas. No se olvide que fue Biden quien saboteó el gaseoducto Nord Stream, una infraestructura vital para uno de sus grandes aliados, cometiendo un acto que, de haberlo hecho otros, hubiera sido perseguido como terrorista,

Lo que estamos comenzando a ver (cada día con más nitidez y abiertamente) es cómo Estados Unidos trata de salvar sus muebles cuando se agota el modelo que, desde los años ochenta del siglo pasado, le ha permitido vivir endeudándose gratuitamente ante el resto del mundo.

Es patético y daría risa, si no fuese por el sufrimiento humano que viene detrás, ver cómo el gobierno de Estados Unidos hace trampa al contabilizar los saldos exteriores, registrando sólo los comerciales y dejando a un lado los de servicios y capitales, que es donde está hoy día el meollo del comercio internacional. U olvidando que si tiene déficits comerciales con muchos países no es por culpa de estos, como dice Trump, sino porque empresas estadounidenses se fueron a terceros países para ganar más dinero y desde allí exportan lo que podría haber computado como ingresos de exportación de Estados Unidos si se hubieran quedado en su país.

Al acabar la II Guerra Mundial, Estados Unidos tenía más del 80 por ciento del oro que había en el planeta, su PIB era la mitad del conjunto de todos los países, y controlaba el 60 por ciento del comercio mundial y casi el 50 por ciento de las inversiones directas de todo el mundo. Le fue fácil que se aceptara que su moneda actuase de reserva y se pudo garantizar sin problemas su plena convertibilidad en oro.

Con el paso del tiempo, sin embargo, los países que habían sido casi totalmente destruidos en la guerra comenzaron a resurgir y sus industrias se hicieron potentes, expandiendo su producción y exportaciones. El dólar se vino abajo y, como ha recordado Yanis Varoufakis en un artículo reciente, Nixon dio un golpe de mano brutal en 1971. A mi juicio, muchísimo más duro y dañino que el que estos días está dando Trump y que tanta gente está calificando como «el mayor golpe de la historia al comercio internacional».

Nixon devaluó primero el dólar y luego acabó con su convertibilidad en oro, obligando así a que su moneda se utilizara sin necesidad de que la economía de Estados Unidos lo respaldase, no ya con el metal precioso, sino con producción o inversiones. ¿Se imaginan que tuvieran en su casa una máquina que emitiera un billete verde que casi todo el mundo quisiera tener en sus manos para comerciar? ¿Quién sería capaz de resistirse a semejante privilegio y no endeudarse constantemente, mientras pudiera imprimirlo sin limitación alguna? Por eso cuentan que los dirigentes de Estado Unidos decían a los demás países: el dólar es nuestra moneda, pero es vuestro problema.

A pesar de ello, ni siquiera así se pudo resolver la crisis estructural que se venía produciendo y que constituía un peligro existencial para el capitalismo (entre otras razones, por la existencia alternativa y amenazante de la antigua Unión Soviética). Los conflictos se multiplicaban, los trabajadores tenían cada vez más fuerza y los salarios se disparaban, la producción en masa ya no se vendía, la inflación subía y el beneficio caía … Se venía abajo el edificio que había permitido que Estados Unidos se consolidara como la gran potencia que dominaba el mundo.

Otro presidente republicano, Ronald Reagan, se encargó de tomar medidas y adoptó otra también mucho más brutal y lesiva para el resto de las economías que las actuales de Donald Trump: la Reserva Federal disparó los tipos de interés (llegaron al 20 por ciento en1981), hundiendo la producción, multiplicándose el desempleo y la deuda, y provocando deliberadamente una crisis generalizada.

Una vez más, Estados Unidos se sacudió el polvo de su espalda y descargó sobre los demás todo el peso de los problemas que había producido el régimen sobre el que se basaba su poderío, para conservarlo a partir de entonces de otro modo.

Repito que la bravuconería vacía de Trump, sus declaraciones tan burdas, la forma tan científicamente inconsistente de hacer las propuestas y la renuncia a tener presente ni uno solo de sus potenciales efectos adversos, puede llevar a considerar que nos encontramos ante un histrión cuya locura se ha desatado. Yo mismo tengo a veces la tentación de simplificar mi pensamiento y creer que es eso lo único que tengo por delante.

Hoy mismo leo a un comentarista brillantísimo de la política estadounidense, Roger Senserrich, afirmar que «las élites económicas de Estados Unidos estaban atónitas ante la escala del desastre».

Es posible que lleve razón, pero me cuesta mucho trabajo creer que todo lo que hace Trump se pueda llevar a cabo en contra del poder económico. Lo que veo, más bien, es que a su alrededor han estado y están las personas más ricas del mundo, las que han permitido con su financiación extraordinariamente generosa que llegue a presidente. Las mismas que pusieron el dinero para que la Fundación Heritage elaborase el Proyecto de Transición Presidencial 2025 que Trump está llevando a cabo casi letra a letra y que comenté justo hace un año en un artículo que titulé La extrema derecha viene para quedarse.

Puede ser que yo me esté equivocando y vea más cosas de las que hay, pero lo que me dicen los análisis que vengo realizando desde hace años es que nos encontramos ante un fenómeno de largo alcance. A mi juicio, lo que sucede es que Estados Unidos está tratando de reasentarse para enfrentarse a un planeta al que sabe que ya no va a poder dominar como exclusiva potencia imperial. Se asume que el poderío creciente e imparable de China va a conformar un mundo nuevamente bipolar y Estados Unidos va a romper violentamente el tablero, una vez más, para obligar a que las economías y sus gobiernos reasignen posiciones estratégicas a su alrededor en la condición más debilitada posible y en beneficio estadounidense. Una estrategia que, en lo económico, debería concluir con un proceso generalizado de reubicación de capitales e industrias en Estados Unidos, como única forma de asegurar su hegemonía.

En principio, yo no veo obstáculos insalvables para que eso pueda producirse, siempre y cuando:

a) Aisle lo más posible a China y al bloque que inevitablemente se formará en su entorno, y los obligue a iniciar una escalada armamentista que deteriore sus capacidad tecnológica e industrial.

b) Debilite hasta el extremo a Europa y la haga desaparecer aún más del mapa como operador estratégico y competidor comercial.

c) Mantenga suficientemente a raya a Rusia, y

d) Si encuentra (de ahí Panamá o Groenlandia) nuevas fuentes de ventaja competitiva y geoestratégica.

Dicho eso, creo que hay que señalar también las grandes dificultades a las que se enfrenta hoy día el intento de salvaguardar la supremacía de Estados Unidos. Entre otras:

a) Es un proceso que necesita medio plazo para dar resultados y a corto puede ser tan traumático que puede producir perturbaciones globales inusitadas, con daños tan grandes que ni siquiera Estados Unidos pueda evitar.

b) Llevar este proceso de reajuste de la mano de la extrema derecha para avanzar en el desmantelamiento de las democracias que se extiende por todo el mundo es un arma de doble filo, una auténtica bomba de efecto perverso y retardado de consecuencias muy peligrosas. Al fin y al cabo, las democracias son un elemento de contención del conflicto. El totalitarismo, por el contrario, lo crea y la polarización generalizada puede estallar, con consecuencias incalculables, antes de que Estados Unidos logre redefinir el terreno de juego que más le conviene y reforzar suficientemente su economía.

c) La situación interna de Estados Unidos puede hacerse explosiva y cualquier cosa puede suceder allí en cualquier momento.

d) Estados Unidos cada vez tiene menos posibilidad de imponerse sobre China en términos económicos o tecnológicos y, seguramente, también en financieros. La opción que le queda es la militar, y no hay que decir mucho sobre los riesgos que eso conlleva cuando se está hablando de potencias nucleares.

En resumen, si lo que estamos viendo es el comportamiento de un loco que se enfrenta a todos, lo más posible es que antes o después se revierta la situación; al menos, lo suficiente como para evitar la crisis inevitable que llevaría consigo la guerra comercial y el desmoronamiento económico que se producirá si no se frena cuanto antes a Trump.

Si mi hipótesis es acertada, lo que vamos a ver será algo más y mucho peor. Será lo mismo que ya se produjo en ocasiones anteriores: una tabula rasa, la generación deliberada de una gran crisis económica y de la democracia que permita que todo cambie para que no se modifique lo que se busca preservar, el dominio de una potencia en declive acelerado, e incluso en riesgo de extinción si no reacciona, ante un bloque rival en ascenso y con fortaleza creciente. Tengo dudas, pero si tuviera que apostar lo haría por esta segunda hipótesis.

Sobre cómo se podría actuar ante todo esto, especialmente en Europa, trataré de escribir en los próximos días.

miércoles, 9 de abril de 2025

Las grandes mentiras de la guerra de Ucrania

Fuentes: CTXT [Imagen: reunión entre el Consejo de la OTAN y Rusia en Bruselas a finales de enero de 2022, un mes antes de que empezara la guerra. / OTAN]



Europa es la gran perdedora del conflicto, pero ahora parece empeñada en perjudicarse aún más profundizando en la marcha de la locura
 

En el libro La marcha de la locura: la sinrazón desde Troya hasta Vietnam, la historiadora Barbara Tuchman aborda la desconcertante cuestión de por qué a veces los países promueven políticas radicalmente opuestas a sus intereses. Esta pregunta vuelve a cobrar relevancia ahora que Europa ha decidido empeorar aún más la marcha de la locura sobre Ucrania. Continuar con esta marcha tendrá graves consecuencias para Europa, pero abandonarla plantea un desafío político colosal que obliga a explicar cómo la Unión Europa ha resultado perjudicada por su política ucraniana; cómo es evidente que, si redobla esa apuesta, va a verse aún más perjudicada; cómo se ha vendido políticamente esa marcha de la locura; y, por último, por qué el poder político porfía en esa idea.

Los costes político-económicos de la locura

A pesar de no haber intervenido directamente en el conflicto ucraniano, Europa –y, sobre todo, Alemania– se ha convertido en uno de los grandes perdedores de la guerra debido a las sanciones económicas, que han tenido un efecto bumerán en la economía europea. La energía barata procedente de Rusia ha sido reemplazada por energía cara procedente de Estados Unidos. Esto ha tenido un impacto negativo sobre el nivel de vida de la sociedad y la competitividad del sector manufacturero; asimismo, ha influido en el aumento de la inflación en el territorio europeo.

A lo anterior se suma la pérdida de un mercado importante como es el ruso, en el que Europa vendía productos manufacturados y obtenía inversiones y oportunidades de crecimiento. Además, Europa se ha quedado sin el fastuoso gasto de las élites rusas: la combinación de estos factores ayuda a esclarecer el estancamiento de la economía europea. Por si fuera poco, su futuro económico está gravemente comprometido por la marcha de la locura, que amenaza con hacer permanentes esos efectos.

Europa se ha quedado sin el fastuoso gasto de las élites rusas

La llegada masiva de refugiados ucranianos también ha tenido consecuencias adversas: ha aumentado la competencia a la baja de los salarios; ha agravado la escasez de viviendas, lo que ha subido el precio de los alquileres; el sistema escolar y los servicios sociales se han sobrecargado, y el gasto público se ha incrementado. Aunque estas consecuencias han repercutido sobre el conjunto del territorio europeo, Alemania se ha llevado la peor parte. Esto, sumado a los efectos económicos adversos, ha contribuido a enturbiar el clima político, lo que ayuda a explicar el ascenso de la política protofascista, sobre todo –de nuevo–, en Alemania.

La gran mentira y cómo se vende la locura

La “gran mentira” es una idea que Adolf Hitler formuló en Mein Kampf (Mi lucha). Viene a decir que, si una mentira descarada asociada a un prejuicio popular se repite muchas veces, terminará por aceptarse como verdad. Joseph Goebbels, propagandista nazi, logró perfeccionar la teoría de la gran mentira en la práctica. Es innegable que muchas sociedades la han usado en cierta medida, y el poder político europeo ha recurrido a ella con total libertad para vender ahora la marcha de la locura.

La primera gran mentira es el resurgimiento de la narrativa sobre los acuerdos de apaciguamiento de Múnich de 1938, que afirma que Rusia invadirá Europa central si no es derrotada en Ucrania. Esa mentira también se alimenta con los restos de la teoría del dominó de la Guerra Fría, según la cual la conquista de un país desencadenaría una oleada de colapsos en otros países.

La narrativa de apaciguamiento motiva, asimismo, comparaciones sumamente desacertadas entre el presidente Putin y Hitler, avivadoras de una segunda gran mentira: el moralismo maniqueo que presenta a Europa como la encarnación del bien y a Rusia como la encarnación del mal. Este marco impide reconocer la responsabilidad de Occidente en la gestación del conflicto, por medio de la expansión de la OTAN hacia el este, y la propagación del sentimiento antirruso en Ucrania y otras repúblicas exsoviéticas.

La tercera gran mentira atañe a la capacidad militar de Rusia: se argumenta que su poderío militar representa una amenaza existencial para Europa central y oriental, y esto aporta credibilidad a la acusación del expansionismo ruso. Ninguna ecuación matemática podría desmentirlo; sin embargo, los antecedentes en el campo de batalla indican lo contrario, al igual que el análisis de su base económica, relativamente exigua en comparación a la de los países de la OTAN, sin olvidar el envejecimiento demográfico que padece.

El “apaciguamiento de Múnich”, el “expansionismo ruso”, “Rusia como encarnación del mal” y la “amenaza militar rusa” son imágenes ficticias que se utilizan para deslegitimar a este país y, a la vez, justificar y encubrir las agresiones occidentales. Nunca existieron pruebas de que Rusia tuviese la intención de controlar Europa occidental, ni durante la Guerra Fría ni hoy en día. Al contrario, la intervención de Rusia en Ucrania fue motivada principalmente por el miedo –en términos de seguridad nacional– que desató la expansión de la OTAN por parte de Occidente, de la que Rusia se ha quejado repetidamente desde la desintegración de la Unión Soviética.

La gran mentira emponzoña la posibilidad de paz, porque no se puede negociar con un adversario que encarna el mal y constituye una amenaza existencial. Con todo, y a pesar de su naturaleza engañosa, las mentiras ganan terreno entre la opinión pública; por un lado, porque se conectan con una dilatada historia de sentimiento antirruso, que incluye la Guerra Fría y el miedo a los rojos de los años veinte; por otro, porque apelan a la soberbia pretensión de superioridad moral, uno de los emblemas de la marcha de la locura.

Cortina de humo: el establishment europeo intensifica la marcha de la locura

La gran mentira ayuda a explicar cómo el poder político europeo ha vendido la marcha de la locura, pero invita a preguntarnos por qué. La respuesta es tan simple como compleja. La parte simple del análisis advierte que el establishment político europeo ha fracasado en la política interior y se asoma al abismo: adoptar la locura con mayor ahínco es un intento de salvación.

El establishment político europeo ha fracasado en la política interior y se asoma al abismo

Ejemplo de ello es Francia, con un presidente, Macron, bastante impopular y menguante legitimidad democrática. La estrategia de guerra exterior actúa como cortina de humo redirigiendo la atención de los fracasos en la política interna hacia un enemigo externo. Así, Macron apela al nacionalismo militarista y se posiciona como defensor de La France.

En la misma línea, Keir Starmer, primer ministro británico, ha redoblado la apuesta por la estrategia política de la triangulación, de modo que los laboristas siguen los pasos del partido conservador. Starmer y su partido han llevado la estrategia tan al extremo que de laboristas ya solo les queda el nombre, e incluso han superado a los conservadores con su postura belicista en Ucrania. Ahora bien, estas decisiones lo han hundido políticamente. En un escenario en el que lo único que ofrece son medidas conservadoras, los votantes de derecha eligen la marca original y los de centroizquierda se abstienen cada vez más. Como respuesta, Starmer ha optado por ampliar la intervención de Reino Unido en Ucrania y ha participado en sesiones fotográficas acordadas con fines militares en un intento de evocar las figuras de Winston Churchill y Margaret Thatcher.

Pero es que, si observamos el panorama general, comprobaremos que los socialdemócratas europeos tienden a una postura aún más militarista que los conservadores. En parte, esto se debe al fenómeno de mimetización derivado de la triangulación, que fuerza a estos grupos a tratar de superar a sus rivales constantemente. De igual manera, se debe al infame abandono de la oposición al nacionalismo militarista que ha definido a la izquierda desde los horrores de la I Guerra Mundial. En otras palabras: muchos socialdemócratas se han convertido ahora en amigos de la locura.

La animadversión de Europa contra Rusia y las largas raíces de la locura

La parte compleja de por qué Europa ha adoptado el paradigma de la locura se arraiga en las largas y enmarañadas raíces de esta, que se remontan a muchos años atrás. Esa historia ha sembrado la animadversión institucionalizada contra Rusia que ahora impulsa la marcha de la locura europea. Hace setenta años que Europa carece de un enfoque independiente en materia de política exterior. En su lugar, se somete al liderazgo de Estados Unidos y designa a personas afines a los intereses estadounidenses para ocupar los cargos de defensa y política exterior que ostentan el poder.

Este sometimiento se propaga a las élites de la sociedad civil –laboratorios de ideas, universidades prestigiosas y grandes medios de comunicación– y al complejo industrial-militar y el empresariado, que han secundado este posicionamiento con la esperanza de abastecer al ejército de Estados Unidos y conseguir acceso a los mercados estadounidenses. Todo esto ha desembocado en el secuestro del pensamiento político europeo en materia de política exterior y la conversión de Europa en un actor subordinado a la política exterior estadounidense, una situación que sigue vigente.

Dada la falta de autonomía en política exterior, Europa se ha mostrado dispuesta a apoyar la expansión hacia el este de la OTAN comandada por Washington en la era posterior a la Guerra Fría. El objetivo de Estados Unidos era crear un nuevo orden mundial en el que se consolidaría como potencia hegemónica sin que ningún país pudiese disputar su dominación, como había hecho la Unión Soviética. El proceso comprendía tres pasos, siguiendo el plan maestro articulado por Zbigniew Brzezinski, exconsejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Primero, expandir la OTAN hacia el este para incorporar países del antiguo Pacto de Varsovia; segundo, expandir la OTAN hacia el este para incorporar repúblicas exsoviéticas; tercero, concluir el proceso con la división de Rusia en tres estados.

El sometimiento de Europa al liderazgo estadounidense también permite explicar la urgencia paralela de la Unión Europea por expandirse hacia el este. Habría sido muy sencillo acceder a las ventajas económicas del mercado por medio de acuerdos de libre comercio, que, además, habrían posibilitado el aprovechamiento de la mano de obra barata procedente de Europa central y oriental por parte de las empresas europeas. Lejos de eso, se optó por la ampliación –a pesar de resultar sumamente costosa en términos económicos y de que Europa del Este carecía de una tradición política democrática común–, porque así se afianzaba a los Estados miembro en la órbita occidental y se acorralaba a Rusia; esto es, la expansión hacia el este de la UE complementaba la expansión hacia el este de la OTAN.

Por último, también existen factores idiosincráticos propios de cada país que sirven para explicar la adopción de la locura por parte de Europa. Uno de los casos que ilustran la histórica animadversión contra Rusia es el de Reino Unido, cuya antipatía se origina en el siglo XIX, cuando veía la expansión rusa en Asia central como una amenaza a su dominio en India. A esto se sumó el miedo a que Rusia ganase influencia ante el declive del Imperio Otomano, lo que propició la Guerra de Crimea. Hoy en día, la animadversión británica contra Rusia se asienta en la Revolución bolchevique de 1917 y el establecimiento del gobierno comunista, la ejecución del zar y su círculo familiar, y el incumplimiento de pago por parte de la Unión Soviética de los préstamos que Reino Unido había concedido en el marco de la I Guerra Mundial. En 1945, menos de seis meses después de la firma del Acuerdo de Yalta con la Unión Soviética, Winston Churchill propuso la Operación Impensable, un plan que incluía el rearme de Alemania y la continuación de la Segunda Guerra Mundial contra Rusia. Afortunadamente, el presidente Truman lo rechazó. Tras la Segunda Guerra Mundial, el servicio secreto británico apoyó un levantamiento en la Ucrania soviética comandado por el ucraniano Stepan Bandera, fascista y colaborador nazi. Este trazado histórico clarifica el alcance de la animadversión de la clase gobernante británica contra Rusia, un sentimiento que perdura en la concepción de la política y la seguridad nacional del presente.

La expansión hacia el este de la UE complementaba la expansión hacia el este de la OTAN

Todo lo que se sembró en este largo e intrincado recorrido histórico se está cosechando ahora con el conflicto ucraniano. Dada su condición de actor subordinado, Europa se posicionó de inmediato con la respuesta estadounidense, a pesar de los costes en términos económicos y sociales y de que el conflicto apelaba a la hegemonía estadounidense, no a la seguridad europea.

Peor aún: debido a la expansión previa de la OTAN y la UE, estas instituciones han anexado Estados –a saber, Polonia y los países bálticos, entre otros– con una profunda y activa aversión hacia Rusia, lo que los convierte en firmes partidarios de la marcha de la locura. Como miembro de la OTAN, incluso antes de la intervención militar rusa en Ucrania, Polonia acogió con agrado el despliegue de instalaciones para misiles que podrían suponer una amenaza directa a la seguridad nacional de Rusia. En el mismo orden de ideas, y con anterioridad a la intervención en Ucrania, los países bálticos habían insistido en el despliegue de más fuerzas de la OTAN en su territorio.

En cuanto a la UE, ha elegido mandatarios rusófobos deliberadamente, como Ursula von der Leyen, actual presidenta de la Comisión Europea. El último nombramiento en ese sentido ha sido el de la estonia Kaja Kallas, nacionalista extremista designada como alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Kallas ha pedido abiertamente la disolución de Rusia y, durante su mandato como primera ministra de Estonia, promovió con vehemencia políticas contra la población de etnia rusa.

Más papista que el papa: los amargos frutos político-económicos de la locura

Paradójicamente, es Estados Unidos, bajo el gobierno de Trump, el que ha roto con la estrategia de seguridad nacional estadounidense del aparato bipartidista que abogaba por cercar a Rusia y escalar la tensión cada vez más. Esta ruptura abre una oportunidad para que Europa se libre de la trampa en la que ha caído por su falta de visión política. No obstante, se muestra más papista que el papa; leal al Estado profundo estadounidense que vela por la seguridad nacional.

Tanto el presidente Macron como el primer ministro Starmer hablan del envío unilateral de efectivos militares franceses y británicos a Ucrania. No hay duda de que eso escalaría drásticamente el conflicto, además de evocar la estupidez de los eventos que condujeron a Europa a la I Guerra Mundial. El Gobierno laborista de Starmer también habla de una “coalición de los dispuestos”, ignorando que esa expresión hace referencia a la invasión ilegal de Estados Unidos en Irak.

Mientras tanto, la Unión Europea, con la aprobación del establishment político europeo, impulsa un mastodóntico plan de gasto militar de 800.000 millones de euros, financiado a través de bonos. La facilidad con la que se diseñó un plan con un presupuesto de este calibre dice mucho sobre el carácter de la UE. El dinero para el keynesianismo militar se dispone con prontitud; el dinero para las necesidades de la sociedad civil nunca está disponible por razones de responsabilidad fiscal. Reino Unido, Alemania y Dinamarca, entre otros países, también han presentado propuestas para incrementar su propio gasto militar.

Esta deriva augura la consolidación de una economía impulsada por la guerra

El giro hacia el keynesianismo militar generará un impacto macroeconómico positivo, ya que está respaldado por el complejo industrial-militar europeo, uno de los grandes beneficiarios. Eso sí: fabrican cañones, no mantequilla. Peor todavía, esta deriva augura la consolidación de una economía impulsada por la guerra, sin espacio para la política fiscal; es decir, sin espacio para la inversión pública en ciencia y tecnología, educación, vivienda o infraestructura, áreas que realmente aportan bienestar.

Por otro lado, el giro hacia el keynesianismo militar traerá consecuencias políticas negativas, ya que reforzará la posición y el poder políticos del complejo industrial-militar y de los partidarios del militarismo. La celebración del militarismo, por otra parte, va calando paulatinamente en la percepción del electorado, de forma que promueve el desarrollo de movimientos políticos reaccionarios más amplios.

En definitiva, los frutos político-económicos de la marcha de la locura se anuncian amargos y tóxicos. La única manera de evitarlos es que los liberales y los socialdemócratas europeos recuperen el sentido común, pero me temo que el panorama es desolador.

Thomas Palley es economista. Miembro de Economics for Democratic and Open Societies. 

 Texto traducido por Cristina Marey Castro.