martes, 5 de marzo de 2024

El problema matemático que a Napoleón le urgía resolver y que tiene aplicaciones en economía, meteorología e IA

 Napoleón montado en un caballo blanco

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Napoleón en 1810 (sección del cuadro de Joseph Chabord).

Margarita Rodríguez Role, BBC News Mundo 10 diciembre 2023

El más grande general de la historia, como muchos entendidos lo reconocen, fue un hombre de intensas pasiones. Lo que quizás no sea tan conocido es que una de ellas fue la ciencia.

“Si no me hubiera convertido en general en jefe e instrumento del destino de un gran pueblo, (…) me habría lanzado al estudio de las ciencias exactas. Hubiese hecho mi camino junto a los Galileos y los Newtons.

Y como constantemente tuve éxito en mis grandes empresas, me habría distinguido mucho también por mis trabajos científicos. Habría dejado el recuerdo de hermosos descubrimientos. Ninguna otra gloria hubiera tentado mi ambición”, dijo Napoleón Bonaparte, según el físico francés François Arago.

No solo amó la ciencia, sino que vio que los científicos podían ayudarlo en su ambicioso proyecto político.

Así lo señala en el artículo Napoléon Bonaparte and Science, el destacado matemático francés Étienne Ghys, investigador emérito del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia.

El emperador consiguió el apoyo de grandes científicos, como el matemático Gaspard Monge, considerado el inventor de la geometría descriptiva y padre de la geometría diferencial.

Monge lo acompañó en la campaña en Egipto, la cual “terminó con una derrota militar, pero con un notable éxito científico”, escribió Ghys.

“¿Se había visto alguna vez en la historia un ejército de invasores al que se unieran matemáticos, naturalistas, arqueólogos y filólogos?”.

De vuelta en París, en 1799, Napoleón dio el golpe de Estado que lo encaminaría hacia el poder absoluto en Francia.

Bajo su protección, que incluía incentivos económicos, premios y posiciones de alta jerarquía para los científicos, la ciencia francesa vivió un periodo realmente glorioso.

La cuestión matemática
El problema del transporte óptimo se trata de cómo transportar objetos de un lugar a otro de la manera más eficiente y económica posible.

Su origen se remonta a finales del siglo XVIII, a la época de la Revolución Francesa.

Retrato del matemático Gaspard Monge.

Retrato del matemático Gaspard Monge.

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Gaspard Monge, gran matemático y también amigo de Napoleón.

Lo formuló, en 1781, Monge, quien le vio su utilidad en el ámbito militar para saber cuál era la mejor manera de construir fortificaciones.

Y es que le tocó vivir en un periodo en el que Europa era sacudida por conflictos bélicos.

Fue con la llegada al poder de Napoleón que Monge se pudo concentrar plenamente en la cuestión que le intrigaba.

Como un gran estratega, el general también fue un promotor de la ciencia aplicada a la guerra.

Le urgía una respuesta sobre las fortificaciones, no quería perder tiempo, recursos ni mano de obra en sus campañas.

Así que Monge, que ya era un matemático muy reconocido y amigo de Napoleón, se halló en el momento y en el lugar perfectos para continuar profundizando en ese problema.

Complejidad

En términos prácticos, Monge, como Napoleón, quería saber dónde construir fortificaciones para minimizar costos. Pero había algo más.

“Como científico, Monge estaba también interesado en la cuestión teórica que había detrás: ¿cómo funciona el transporte óptimo en la teoría?”, indica Alessio Figalli, profesor de la prestigiosa Escuela Politécnica Federal de Zúrich.

Figalli, quien ha ganado diferentes reconocimientos por sus varias contribuciones al campo de las matemáticas, conquistó en 2018, con 34 años, la Medalla Fields, considerado el Nobel de matemáticas.

El transporte óptimo es precisamente uno de los conceptos en que ha concentrado su trabajo.

Alessio Figalli 

Alessio Figalli

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El experto en ecuaciones diferenciales parciales también ha enseñado en Francia y EE.UU. y ha recibido numerosas distinciones. Hasta nombraron un asteroide en su honor: 438523 Figalli.


“Monge empezó a entender el problema desde una perspectiva geométrica y, para eso, hizo muchos dibujos”, explica.

Imaginemos que tenemos dos ciudades, A y B, y queremos construir una fortificación en cada una.

Si el objetivo es minimizar el transporte de materiales, es lógico que saquemos los que necesitáremos para la construcción en A de un lugar cercano a A, y de un sitio próximo a B para la que levantaremos en B.

No tendría mucho sentido extraerlos y enviarlos desde otros puntos más lejanos del país si no es necesario.

“Si solo tienes dos ciudades y dos sitios de extracción es muy fácil ver la solución: simplemente envías el material desde el lugar más cercano que haya”, señala Figalli, pero advierte:

“Si empiezas a tener más ciudades y más sitios de extracción, el problema se vuelve mucho más amplio y entender qué enviar a dónde podría no ser tan obvio”.

“Quizás la cantidad de material que extraigo de un lugar no es suficiente para todas las fortificaciones que tengo que construir en esa área y necesitaré traer material de un sitio más lejano”.

“Y si empiezas a pensar en números más grandes, por ejemplo, 10.000 ciudades y 200 puntos de extracción, el problema se vuelve más complicado. Buscas saber si hay una teoría matemática general que puedas usar”.

Una mirada económica

Monge realizó análisis muy interesantes y avanzó en el problema.

Pero Figalli nos pide recordar que en el siglo XIX no existían matemáticos profesionales en el sentido moderno: los científicos hacían matemáticas y otras muchísimas cosas más.

Además, fue un periodo en el que se le dio prioridad a otras teorías matemáticas.

Panes en una estantería 

Panes en una estantería

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El problema cobró una nueva dimensión en el siglo XX y sirvió de base para una teoría económica.

Así es como el problema del transporte óptimo cayó un poco en el olvido: “después de Monge no pasó mucho por más de cien años”.

Fue en los años 40 del siglo XX que un matemático y economista soviético lo rescató.

“Leonid Kantorovich realmente entendió cómo atacar el problema”, señala el profesor.

“Desarrolló una robusta teoría matemática para estudiarlo y, a partir de eso, elaboró una teoría económica muy sólida que la gente podía usar para resolver problemas muy concretos. Por ejemplo, cómo las panaderías podían planificar la mejor manera de enviar sus panes a los distintos establecimientos de la ciudad”.

En 1975, Kantorovich fue merecedor del Premio Nobel de Economía, junto al holandés Tjalling C. Koopmans, por su trabajo en el campo de la teoría económica normativa, que es la teoría de la asignación óptima de recursos.

Son muchos los problemas que se pueden abordar con el concepto del transporte óptimo.

“Piensa en el viaje hacia el trabajo que hacen las personas cada día. ¿Cuál es la manera más eficiente de que lo hagan?”, indica el experto.

Una gran cantidad de personas yendo a sus  trabajos

Una gran cantidad de personas yendo a sus trabajos

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“Una de las razones que hace que ese problema sea difícil es porque no se trata de una ganancia personal, sino colectiva: no es que se quiera minimizar el tiempo que tú pasas desplazándote hacia tu trabajo, lo que se busca es minimizar el tiempo total de viaje al trabajo en todas las ciudades”.

“Eso quizás implique que tú tengas que viajar un poco más, pero si pensamos en el bienestar general de la población, la solución será la mejor posible”.

En los fluidos

En los años 80, el problema tomó un giro inesperado.

El matemático francés Yann Brenier se dio cuenta de que el concepto de transporte óptimo se podía usar en el estudio de fluidos.

“Fue mágico”, dice Figalli. “Nadie se lo esperaba”.

Un fluido de agua

Un fluido de agua

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¿Cómo se comporta el agua? La teoría del transporte óptimo puede dar luces.

“Brenier estaba estudiando el movimiento del agua, problemas relacionados con la dinámica de fluidos, que es un campo de la matemática y también de la ingeniería en el que intentas entender cómo se transporta el agua, cómo se comporta en una tubería, en un recipiente, pero también en fenómenos físicos complejos, como un huracán”.

“No fue que Brenier hiciera de repente un nuevo descubrimiento en dinámica de fluidos, lo que sorprendió fue que hiciera la conexión con el concepto de transporte óptimo. La gente se dio cuenta de que este problema era más rico de lo que parecía”.

“Y los matemáticos aman eso, que se establezcan conexiones entre problemas”.

Surgió una especie de renacimiento del problema y en los 90 hubo un boom. “Fue como si se hubiera puesto de moda, se volvió super cool”.

“Es que los matemáticos somos animales sociales. Aunque exista la leyenda de que nos quedamos en nuestras cuevas trabajando solos, en realidad la matemática es una actividad muy social en la que el intercambio de ideas es constante”.

De moda

El inicio de la década de los años 2000 fue la era dorada del problema, cuenta el profesor.

Él era un muy joven estudiante en la Scuola Normale di Pisa y también se interesó en el transporte óptimo. Quedó finalmente cautivado cuando cursaba su último año de Master. Al año siguiente (en tan solo un año) obtendría su PhD.

Alessio Figalli escribiendo en un pizarrón 

Alessio Figalli escribiendo en un pizarrón

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Figalli, en 2006, en la Scuola Normale di Pisa. No se resistió al transporte óptimo y su trabajo en ese campo fue una de las razones que lo llevaron al que se considera el máximo reconocimiento en matemáticas.

“Este problema es muy complejo. Hay tantas variables, posibilidades, que necesitas construir una nueva teoría. Lo que se haya hecho hasta ahora no es suficiente para resolverlo y ahí está la belleza: este problema te obliga a desarrollar matemáticas nuevas”.

¿Tiene una respuesta final?, le pregunto.

“En matemáticas nunca hay una respuesta final”, contesta. “En un problema como este siempre hay cosas nuevas, no es que esté solo, aislado, este es un problema macro”.

Y me invita a pensar en la sangre que está circulando por mi cuerpo como un fenómeno de transporte.

“¿Estás interesada en fortificaciones? ¿Estas interesada en la sangre? Dependiendo del problema, hay diferentes respuestas”.

Así es cómo entiendo lo que quiere decir cuando asegura que “nunca hay una respuesta final”: si bien pueden haber soluciones a contextos específicos y necesidades concretas, no será la respuesta definitiva a todo lo que puede llegar a implicar el concepto de transporte óptimo.

Y es que sus aplicaciones parecen ser tan vastas como el cielo mismo.

Entre nubes

Y así, sin ir muy lejos, Figalli me habla de sus usos en meteorología.

“Desde un punto de vista teórico, el movimiento de las nubes puede entenderse como un problema de transporte óptimo: las nubes están hechas de partículas de agua que se desplazan a medida que ellas lo hacen”.

Nubes
Nubes

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“La naturaleza quiere ser eficiente", señala Figalli. "Por esa razón, el transporte óptimo y la naturaleza van bien juntos”.

Las técnicas que se han desarrollado en el estudio del trasporte óptimo pueden ayudar a analizar la evolución de las nubes.

“¿Cómo hacer la conexión entre estas pequeñas partículas de agua que se mueven con estas nubes grandes? ¿Cómo deducir la presión, la velocidad con la que viajan? ¿Cómo conectas esta descripción microscópica con esta descripción macroscópica? ¿Cómo puedes trazar la ruta? Esa es una cuestión matemática”.

Y es que hay un principio básico: “la naturaleza quiere ser eficiente: gastar la mínima energía para hacer lo que tiene que hacer, y, por esa razón, el transporte óptimo y la naturaleza van bien juntos”.

Pero también le va bien en otros contextos. Pensemos en tecnología: en vez de partículas de agua, imagina pixeles, y en vez de nubes piensa en fotos.

En las computadoras

En el machine learning o aprendizaje automático, rama de la inteligencia artificial, se busca entrenar programas informáticos para que ejecuten tareas específicas. Una de ellas es reconocer imágenes.

Imagina que en tu computadora tienes una colección de fotos de animales -hay perros, gatos, elefantes, vacas- y te llega una nueva imagen de un animal que no sabes cuál es.

Un ave dejando pixeles 

Un ave dejando pixeles

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El reconocimiento de imágenes y objetos es una de las funciones que desarrolla la rama de la IA conocida como machine learning.

“Necesito comparar imágenes, ¿cómo puedo hacerlo? El transporte óptimo puede hacerlo por ti”, indica Figalli.

“Quiero transportar los pixeles, o lo que componga esa nueva foto, a otra imagen y ver cuánto cuesta ese proceso. Si es muy poco, es porque la imagen en cuestión es similar a la de referencia. Es muy probable que mi foto sea la de un perro porque es muy parecida a la que ya existe de un perro”.

“Pero si cuesta mucho el transporte, significa que la imagen era muy diferente a la imagen de un perro. Por lo tanto, debe representar algo distinto”.

“El metaprincipio es que el transporte óptimo es una muy buena manera de comparar imágenes, objetos, y una vez con eso, se puede usar para entrenar una red de inteligencia artificial”.

Y volvemos al punto de la belleza.

“¿La ves?”, me dice el profesor con una sonrisa.

“A la matemática no le importa si lo que transportas es un objeto concreto o abstracto, puede ser material de construcción, panes, gente yendo a trabajar, una imagen, un píxel. Es siempre un objeto del cual sacamos modelos, hacemos fórmulas, se vuelve abstracto y haces lo que quieras. Siempre tienes nuevas aplicaciones”.

En tu vida

Así, este problema cuya formulación se remonta al siglo XVIII está presente en nuestras vidas.

Piensa por un momento en cuando te mudas, me dice Matteo Bonforte, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas de España.

Una camioneta llena de objetos

Una camioneta llena de objetos de una mudanza

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La próxima vez tengas una mudanza, piensa en Monge y en Figalli.

“Hay que mover cosas de una casa a otra y dispones de una furgoneta o un camión. ¿Cómo colocar tus pertenencias en la camioneta de una forma óptima, de modo que cueste lo menos posible: un menor número de viajes, un menor esfuerzo para las personas a cargo?”

Para Bonforte es clave seguir adentrándose en problemas como el transporte óptimo.

“Alessio Figalli es una de estas mentes maravillosas de las cuales hay una por generación".

"Es muy importante que los matemáticos de primera fila como él, los top-top-top, se dediquen a estos problemas porque pueden ver cosas que ‘los mortales comunes no ven’, crean conexiones entre cosas que parecen muy diferentes, pero con las gafas oportunas, al final se observa que el mecanismo subyacente, el principio básico, es el mismo y los congrega”.

Destaca que Figalli ha podido resolver problemas que han estado abiertos desde muchos años, lo que hace que la teoría desarrollada se pueda aplicar a “problemas de la vida real”.

“Es fundamental que estas grandes figuras de las matemáticas se ocupen de estos problemas porque además le dan un impulso a toda la comunidad: muchos investigadores se ‘suben al carro’, el problema se pone ‘de moda’ y eso genera un avance del conocimiento espectacular, siempre por la razón de que somos animales sociales”.

lunes, 4 de marzo de 2024

La represión económica, elemento central de las políticas de exclusión de la dictadura franquista


El largo camino recorrido por la historiografía especializada en la represión económica, desde los pioneros trabajos de mediados de los años ochenta hasta las más recientes investigaciones de ámbito autonómico, certifica la vitalidad de unos estudios caracterizados por la creciente incorporación de nuevas temáticas y enfoques que van más allá de la mera cuantificación de las sanciones para dar paso al análisis de nuevas realidades desde una óptica cada vez más social y cultural. De este modo, se ha podido profundizar en uno de los aspectos esenciales de ese microcosmos represivo que se proyectaba sobre los aspectos más insignificantes de la vida de los hombres y mujeres durante los años más duros de la guerra y la posguerra. Y con ello, cada vez resulta más evidente que las diferentes modalidades represivas deben ser contempladas como parte de un vasto programa de acción global que fue mucho más allá de una simple violencia engendradora de relaciones de poder, ya que perseguía asegurar la dominación y el sometimiento de los individuos para facilitar la asunción, incluso subconsciente, de los nuevos códigos y valores inspiradores del nuevo Estado.

Desde esta perspectiva, la represión económica se convirtió en un elemento central de las políticas de exclusión social de la dictadura, iniciadas ya desde la fase del golpe de Estado cuando los primeros consejos de guerra sentaron la tesis de que quienes se habían opuesto al pronunciamiento eran los únicos culpables de los daños causados por su degeneración en guerra civil. La posterior normativa de responsabilidades civiles y políticas contribuiría a asentar todavía más en el imaginario colectivo la idea de la responsabilidad general de cuantos se identificaron, de un modo u otro, con todo lo que había representado la Segunda República. Desde este punto de vista, cumplió a la perfección su cometido dentro del entramado represivo: más allá de su utilidad a la hora de proporcionar recursos para los frentes bélicos y para el funcionamiento de la retaguardia, acabó por convertirse en una valiosa arma de disuasión e intimidación que inhibía cualquier muestra de desafección.

Requisas e incautaciones anteriores a la entrada en vigor del Decreto nº 108

El amplio catálogo de actuaciones que conforman el complejo entramado de la represión económica durante la guerra civil y el franquismo exige extremar las precauciones para no confundir prácticas en apariencia muy semejantes, pero que constituyen realidades bien diferentes y en absoluto homologables. Por ejemplo, las requisas llevadas a cabo por las autoridades militares durante la guerra civil se integran dentro de esa gigantesca maquinaria burocrática y de extorsión creada por los rebeldes para intentar responder con eficacia a las necesidades derivadas del fracaso del golpe de Estado y su transformación en guerra civil. Pero no presentan otra novedad que la exigencia de llevarlas a cabo en unas circunstancias en las que asegurar las «necesidades del servicio» primó sobre otras consideraciones de índole administrativa o formalista. ....
Continuar aquí:
https://conversacionsobrehistoria.info/2019/10/09/la-represion-economica-durante-el-franquismo/

La salud como mercancía, los derechos como moneda, las personas como herramientas. Comentarios a la Sentencia del Tribunal Constitucional sobre el despido por razón de enfermedad.

Ya es oficial. En España una empresa con millones de euros de beneficios, miles de trabajadores en plantilla, con una tasa de absentismo igual a cero durante los últimos 10 años, y unas cifras incesantemente crecientes de productividad, puede despedir al primer trabajador o trabajadora, que esté enfermo 8 días en dos meses, siempre que haya estado enfermo 12 días en el último año. De esta forma, se valida el art. 52 d) del Estatuto de los Trabajadores, que fue introducido, en su actual redacción por la reforma laboral de 2012[1].

La razón de ello, según el TC, es la defensa de la productividad de la empresa, consagrada en el art. 38 de la CE.

Al parecer, ni la salud (art. 43 CE), ni el derecho a la integridad física (art. 15 CE), ni el derecho a no ser despedido sin justa causa (art. 35 CE), ni el derecho a la prevención de riesgos laborales (art. 40.2 CE) de las personas trabajadoras, tienen la importancia suficiente para mermar un ápice el interés empresarial. Aunque dicho interés sea teórico y no real y efectivo en el caso concreto, como ilustra el ejemplo con que hemos iniciado estas líneas.

El argumentario de la mayoría del TC es de una claridad tan simple como inquietante. Veamos un breve resumen del mismo.

- Despedir a alguien porque esté enfermo unos pocos días tiene una finalidad legítima: proteger la productividad de la empresa. Las personas enfermas cuestan dinero y los beneficios empresariales se reducen por el coste de sustitución y el abono de subsidios a los enfermos. Por ello, en consonancia con la normativa economicista de la Unión Europea y la interpretación de su TJUE (STJUE 18 enero 2018, Caso Ruiz Conejero Asunto C-270/2016), la lucha contra el absentismo, entendiéndose por tal, no las ausencias injustificadas o el fraude, sino las ausencias por enfermedad real e impeditiva para el trabajo, es un objetivo legítimo. Sin embargo, el TC no repara en la productividad en concreto en la empresa [2], sino que se refiere a una productividad en abstracto, con independencia de la situación, tamaño, beneficios o productividad de la empresa en cuestión. ¿Es lo mismo la ausencia de un empleado en una empresa de 5 que en una empresa de 500?. Si la productividad fuera la justificación, dicha valoración se contendría en la sentencia. Sin embargo, toda referencia al tamaño de la empresa, la incidencia real en la productividad de las enfermedades o el índice general de absentismo en la empresa están completamente ausentes de la norma cuya constitucionalidad se enjuicia y de la motivación del TC.

- El despido de personas enfermas no afecta a su integridad física (art. 15 CE), porque no supone un riesgo o peligro grave para su salud. Es decir, que ir a trabajar con gripe, conjuntivitis vírica, paperas, sarampión o cualquier otra enfermedad contagiosa, no afecta a la salud ni integridad física de quien la padece, y tampoco a la de sus compañeros/as de trabajo.

Hay que decir, redundando en lo absurdo del argumento, que la productividad empresarial no será mermada ni un ápice pues a buen seguro, todos los trabajadores irán a trabajar aunque padezcan enfermedades contagiosas, con el fin de no perder la fuente única para sustentarse ellos/as y sus familias, esto es, su trabajo. En efecto, si hay algo peor que estar enfermo, es estar enfermo y en el paro.

El TC, quizás consciente del absurdo, razona que en realidad no se despide por el mero hecho de estar enfermo, sino por la reiteración intermitente del número de faltas de asistencia. (que son por razón de enfermedad) (¿?)

Al TC, y al legislador, que no les debió quedar muy buena conciencia con la norma cuestionada, les basta con recordar que no es legal despedir por enfermedad derivada de embarazo, o por cáncer u otras enfermedades graves, y por otros supuestos que, por escandalosos, quedan fuera de la controvertida norma.

- El despido de personas enfermas, por supuesto, tampoco afecta a su derecho a la protección de la salud (art. 43 CE). El TC no descarta que los trabajadores/as enfermos acudan al trabajo, en contra de la prescripción facultativa, para evitar ser despedidos; sin embargo ello no parece ser motivo que deba preocuparles en lo que se refiere a su protección de la salud. El TC razona que nadie priva del derecho a la asistencia sanitaria al trabajador/a enfermo que acude a trabajar en contra de lo que le aconseja su médico. Poco importa que, conforme a criterio médico y según la propia Ley General de Seguridad Social (art. 169 LGSS) el trabajador esté impedido -literalmente- para el trabajo. El hecho de ir a trabajar, según el TC, en nada ha de perjudicar su salud. (¿!)

En cualquier caso, la salud cede ante la defensa de la productividad en un equilibrio "justo y ponderado" -según el TC-

- El despido de los trabajadores/as por estar enfermos, tampoco afecta a su derecho al trabajo (art.35 CE), que incluye el derecho a no ser despedido sin justa causa. Según el TC el derecho al trabajo protege el acceso al trabajo y a conservarlo, y lo que el art.52d) ET hace es regular otra cosa "bien distinta", el despido. (¿?)

Además, -dice el TC- el despido está bien regulado y de forma precisa en cuanto a su causa: la ley regula el despido por no ir al trabajo a causa de enfermedad, y lo hace de forma detallada, excluyendo la posibilidad de despido por enfermedades graves, cáncer, o enfermedades derivadas del embarazo o de accidente de trabajo. Por ello mismo, la causa del despido (la enfermedad), es para el TC una causa "justa".

El Convenio 158 de la OIT en su art. 6.1. dice que "La ausencia temporal del trabajo por motivo de enfermedad o lesión no deberá constituir una causa justificada de terminación de la relación de trabajo." La prohibición parece clara. El TC reconoce que carece de competencia para interpretar si el art. 52 d) ET incumple dicho Convenio Internacional (vid. STC 140/2018, f. 6), sin embargo, termina interpretándolo, y lo hace para concluir que el legislador puede limitar esa prohibición, como ha hecho el legislador español, excluyendo de la misma las enfermedades de corta duración.

El TC, a pesar de interpretar el ajuste de una ley a un Convenio de la OIT, -para lo que reconoce que carece de competencia- , tampoco acude a los criterios hermenéuticos (art. 10.2 CE) sentados por el órgano internacional de interpretación por excelencia de los Convenios de la OIT, la Comisión de Expertos en Aplicación de Convenios y Recomendaciones de la OIT, que dice [3] (f. 136) "El Convenio deja que el concepto de ausencia temporal se defina en las disposiciones nacionales. Pero, a entender de la Comisión, si la ausencia se define sobre la base de la duración, se la debería prever de modo tal que siga siendo compatible con el objetivo del artículo, que consiste en proteger el empleo del trabajador en un momento en que éste se encuentre en la imposibilidad de cumplir con sus obligaciones por razones de fuerza mayor."

Partiendo de ello, parece que el TC considera que es compatible con el objetivo de proteger al trabajador enfermo, despedirle por ausencias justificadas de corta duración. (¿?).

Para terminar, aunque no se planteó en la cuestión de inconstitucionalidad, el TC afirma sin mayor motivación que el despido de personas enfermas tampoco afecta al derecho de los trabajadores a la seguridad en el trabajo. (art. 40. 2 CE). Ello a pesar de reconocer que es posible que la eventualidad de ser despedido incentive lo que el TC no menciona en ningún momento: "el presentismo", es decir, la asistencia al trabajo de personas enfermas con el objetivo de evitar su despido y los consiguientes riesgos para la propia salud y, en su caso, de contagios para otras personas trabajadoras.

Decía Hugo SINZHEIMER en 1927: "El hombre tiene una dignidad. Lograr tal dignidad es la misión especial del Derecho del Trabajo. Su función consiste en evitar que el hombre sea tratado igual que las cosas". [4]

Con esta sentencia, el TC continúa un camino de involución en la dignidad de las personas en el trabajo, iniciado por sentencias como las SSTC 119/2014 o la 8/2015, que validaron la reforma laboral de 2012. Olvida lo que significa el Derecho del Trabajo y su función en un Estado Social.

Considera la salud como una mercancía, los derechos a la integridad física, a no ser despedido sin justa causa o a la prevención de riesgos laborales como moneda de cambio para mejorar la producción y eleva a los altares a la libertad de empresa y a la productividad, sin importar que en los casos concretos ni una ni otra sufran la más mínima afectación por las enfermedades de breve duración.

Lo más grave es que la argumentación empleada por la mayoría del TC -decíamos- es tan simple como inquietante, pues parece apoyarse en la lógica del absurdo, propia de la distopía orwelliana [5] de 1984, que cristalizaba en los tres eslóganes que el pobre Wilson contemplaba estupefacto en la fachada blanca del Partido:

"La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza".

A lo que cabría añadir, -sin desentonar un ápice-: "trabajar enfermo es saludable y productivo."

Para concluir, nos hallamos ante una sentencia cuya argumentación parece extraída del Siglo XVIII. En efecto, en pleno auge de la revolución industrial y la explotación infantil, resultó emblemático el Discurso de William Pit en 1796 ante el Parlamento británico, en defensa del trabajo de los niños/as:

Decía: "La experiencia nos ha demostrado lo que puede producir el trabajo de los niños y las ventajas que se pueden obtener empleándolos desde pequeños en los trabajos que pueden hacer [...]. Si alguien se tomase la molestia de calcular el valor total de lo que ganan ahora los niños educados según este método, se sorprenderán al considerar la carga de la cual su trabajo - suficiente para subvenir a su mantenimiento- libera al país, y lo que sus esfuerzos laboriosos y las costumbres en las que se les ha formado vienen a añadirse a la riqueza nacional"

Póngase "enfermos" donde dice "niños" en el discurso de Pit y veremos que la lógica productivista que considera a las personas como herramientas o meros recursos productivos es la misma ahora que entonces.

Lo único encomiable de esta resolución son sus votos particulares, en los que cuatro magistrados/as critican, con tanto rigor como indignación, una sentencia que pasará a la historia por su proverbial olvido de lo que la dignidad humana comporta. Las personas no somos cosas.

[1] Art. 52.d) ET Por faltas de asistencia al trabajo, aun justificadas pero intermitentes, que alcancen el veinte por ciento de las jornadas hábiles en dos meses consecutivos siempre que el total de faltas de asistencia en los doce meses anteriores alcance el cinco por ciento de las jornadas hábiles, o el veinticinco por ciento en cuatro meses discontinuos dentro de un periodo de doce meses.

No se computarán como faltas de asistencia, a los efectos del párrafo anterior, las ausencias debidas a huelga legal por el tiempo de duración de la misma, el ejercicio de actividades de representación legal de los trabajadores, accidente de trabajo, maternidad, riesgo durante el embarazo y la lactancia, enfermedades causadas por embarazo, parto o lactancia, paternidad, licencias y vacaciones, enfermedad o accidente no laboral cuando la baja haya sido acordada por los servicios sanitarios oficiales y tenga una duración de más de veinte días consecutivos, ni las motivadas por la situación física o psicológica derivada de violencia de género, acreditada por los servicios sociales de atención o servicios de Salud, según proceda.

Tampoco se computarán las ausencias que obedezcan a un tratamiento médico de cáncer o enfermedad grave.

[2] La reforma laboral de 2012 suprimió toda referencia al índice de absentismo total de la plantilla. El redactado anterior del art. 52 c) ET permitía la extinción del contrato: "c) Cuando exista la necesidad objetivamente acreditada de amortizar puestos de trabajo por alguna de las causas previstas en el artículo 51.1 de esta Ley y en número inferior al establecido en el mismo. Los representantes de los trabajadores tendrán prioridad de permanencia en la empresa en el supuesto a que se refiere este apartado."

[3] Conferencia internacional del Trabajo 82ª reunión 1995. "Protección contra el despido injustificado". p. 67 y ss. Puede consultarse en: https://www.ilo.org/public/libdoc/ilo/P/09663/09663(1995-4B).pdf

[4] SINZHEIMER, H. "La esencia del Derecho del Trabajo".

Puede consultarse en: https://wilfredosanguineti.files.wordpress.com/2009/10/la-esencia-del-de... .

[5] ORWELL, G. "1984". ED. Debolsillo contemporánea.

Carlos Hugo Preciado Domènech Magistrado especialista en el Orden Social. Doctor en Derecho

Fuente:
www.sinpermiso.info, 3-11-19

Derivadas.

 

Un paso más del Tribunal Supremo contra la ley de amnistía.

Los destinatarios del auto del TS son los negociadores del PSOE y Junts. El objetivo es dificultar que alcancen un acuerdo, porque Junts pida más de lo que el PSOE puede dar, y desgastar, en todo caso, la imagen del Gobierno ante la opinión pública — El Supremo abre una causa contra Puigdemont por terrorismo en Tsunami

Tal como está redactada la proposición de ley de amnistía se excluye su aplicación respecto de los actos tipificados como delitos de terrorismo “siempre y cuando haya recaído sentencia firme y hayan consistido en la comisión de algunas de las conductas descritas en el artículo 3 de la Directiva [de la UE] 2017/541(…)”

Si la proposición de ley continúa su tramitación y se convierte en ley en el mes de mayo, parece claro que sería de aplicación a Carles Puigdemont y Rubén Wagensberg, sobre los que el Tribunal Supremo (TS) ha acordado este jueves considerarse competente para juzgarlos por terrorismo. También lo sería para los diez miembros del Tsunami Democràtic, que el TS ha acordado remitir a la Audiencia Nacional (AN) por entender que este es el órgano competente para procesarlos.

En el caso de los diez miembros de Tsunami Democràtic es completamente imposible que en el mes de mayo se haya dictado una sentencia firme sobre su conducta. La sentencia que eventualmente pudiera dictar la AN es prácticamente imposible que se dictase antes de la entrada en vigor de la ley de amnistía y, en todo caso, no sería una sentencia firme.

En el caso de Carles Puigdemont, el TS tendrá que dirigirse al Parlamento Europeo, a fin de que se levante la inmunidad de la que goza en cuanto miembro de dicho Parlamento. Ya ha sido levantada su inmunidad para poder ser juzgado en España por el delito de malversación, aunque la decisión del Parlamento Europeo no es todavía firme, ya que, aunque ha sido validada por el Tribunal General de la Unión Europea (TGUE), todavía no ha sido confirmada por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE). Es improbable que dicha confirmación se produzca dentro de esta legislatura, ya que en los primeros días de junio habrá elecciones europeas. De ser así, el levantamiento de la inmunidad respecto del delito de malversación decaería y tendría que volver a solicitarse de nuevo ante el Parlamento resultante de las elecciones de junio. Respecto del levantamiento de la inmunidad para ser juzgado por terrorismo, es improbable que se pueda formalizar siquiera la solicitud ante este Parlamento y, en el caso de que lo fuera, no dispondría de tiempo para resolverla. Tendrá que ser, en su caso, el Parlamento elegido en junio el que deba pronunciarse, sin que podamos anticipar en qué fecha lo haría, aunque con seguridad sería bastantes meses después de que la ley de amnistía haya entrado en vigor.

La sentencia firme, que es la condición sine qua non para que quede excluida la aplicación de la ley, no se cumple en ningún caso. Tampoco que los actos figuren entre las conductas descritas en el artículo 3 de la Directiva de la Unión Europea.

¿Podría el TS elevar una cuestión prejudicial ante el TJUE, a fin de que este órgano le aclarara si los actos de Puigdemont son constitutivos o no de un delito de terrorismo de los que no están cubiertos por la ley de amnistía? ¿Podría hacerlo sin que el Parlamento Europeo le hubiera levantado la inmunidad o tendría que esperar a recibir la respuesta de este órgano a su solicitud?

La retención de la competencia para juzgar a Carles Puigdemont por terrorismo es una suerte de brindis al sol. Es muy difícil de imaginar que el TS vaya a poder juzgar al expresident de la Generalitat por terrorismo.

Tampoco parece probable que vaya a poder hacerlo respecto de Rubén Wagensberg, aunque en este caso el TS podría dictar de manera inmediata una orden de detención y entrega dirigida a la justicia suiza, a fin de que fuera acordada la extradición del político de ERC para ser juzgado por terrorismo. Ya sabemos cuál ha sido la respuesta de la Administración de Justicia suiza respecto de la solicitud que le fue dirigida por el juez García Castellón en este mismo asunto. Me imagino que la orden de detención y entrega del TS correría la misma suerte. Otro brindis al sol.

¿A qué obedece la decisión del TS? En mi opinión, se trata de poner un obstáculo adicional a la aprobación de la ley de amnistía. Los destinatarios del auto del TS son los negociadores del PSOE y Junts. El objetivo es hacer difícil que puedan ponerse de acuerdo, porque Junts pida más de lo que el PSOE puede dar, y desgastar, en todo caso, la imagen del Gobierno ante la opinión pública.

Statewatch, institución que monitorea el estado y las libertades civiles en Europa, publicó el 27 de febrero pasado una carta de 20 organizaciones europeas dedicadas a la supervisión del respeto de los derechos fundamentales y las libertades públicas en los países europeos, en la que se solicita que el Estado español retire la acusación por terrorismo a los nacionalistas catalanes. El título bajo el que se publica la carta lo dice todo: 'Spain: Terrorism charges against protesters undemine internacional human rights and democratic standards' ('España: los cargos de terrorismo contra manifestantes socava los estándares democráticos y de derechos humanos internacionales').

Mejor no se puede decir.

domingo, 3 de marzo de 2024

EDUCACIÓN. Linda Darling-Hammond: “Los niños necesitan que les enseñen a lidiar con los móviles, no simplemente quitárselos”. La profesora de la Universidad de Stanford, al frente de la junta de educación de California, es una de las voces más influyentes en política educativa en Estados Unidos

Linda Darling-Hammond (Cleveland, Ohio, 72 años), presidenta de la Junta de Educación de California desde 2019, lleva toda una vida hablando, escribiendo, estudiando y enseñando sobre educación. Profesora en la Universidad de Stanford y asesora educativa durante la campaña presidencial de Barack Obama en 2008 y la de Joe Biden en 2020, ha escrito numerosos libros y artículos sobre política educativa y considera que la enseñanza se encuentra ahora en un punto de inflexión. 

Para la académica, que atiende por videollamada a EL PAÍS, los estudiantes de las nuevas generaciones necesitan menos memorización y más acompañamiento, exámenes donde puedan aplicar lo que saben y herramientas para que aprendan desde cualquier parte.

Pregunta: En 2015, durante una charla en Stanford sobre la evolución de la enseñanza, dijo que “la educación debe responder a la demanda de la era en la que se encuentra”. ¿En qué era estamos ahora?
Respuesta: En la de explosión de conocimientos, expansión tecnológica y cambios masivos en el mundo. Y, por supuesto, con la inteligencia artificial volviéndose aún más común y con más automatización, los trabajos que las personas tendrán que realizar y el conocimiento que necesitarán serán muy diferentes. Un ejemplo que a menudo menciono es que entre 1999 y 2003 se creó más conocimiento nuevo en el mundo que en toda la historia anterior a ese periodo. El conocimiento ahora se duplica más rápido cada año, por lo que la idea antigua de un plan de estudios que los alumnos pueden aprender año tras año y luego estar listos para el mundo ha quedado completamente obsoleta.

P: ¿Cómo debe ser esta “nueva” educación?
R: Los niños y adultos necesitan aprender continuamente por sí mismos, porque siempre habrá nuevo conocimiento para comprender, combinar, evaluar, analizar, sintetizar y aplicar. Además, estamos experimentando cambios masivos en la economía y el clima, lo que requiere el uso de la tecnología tanto para el trabajo como para el aprendizaje. Con eventos climáticos cada vez más frecuentes que afectan la asistencia escolar, la educación debe ir más allá de los confines físicos de las aulas tradicionales. La tecnología se convierte en un medio vital para asegurar que los estudiantes, incluso cuando no pueden asistir a la escuela, puedan seguir aprendiendo en línea y conectándose con sus compañeros y profesores.

P: Mientras esto cambia, el acceso a educación superior en muchos países sigue centrada en pruebas comunes, como la EBAU o los A-Leves en Reino Unido.
R: Durante la pandemia no se pudieron realizar muchas pruebas debido al cierre de los centros de evaluación. En Estados Unidos, hemos tenido una prueba durante muchos años llamada Scholastic Aptitude Test (SAT) que permitía el ingreso a la universidad. El 80% de las universidades abandonaron el SAT durante la pandemia, ya sea haciéndolo opcional o indicando que no les importaba en absoluto. Ahora están utilizando otras cosas para admitir estudiantes a la universidad.

P: ¿Por ejemplo?
R: El programa de Bachillerato Internacional, que está en 125 países, donde la evaluación es una combinación de trabajos de investigación y proyectos colaborativos. Cuando completas ese tipo de programa y te desempeñas bien en esas evaluaciones, que son mucho más prácticas, es un buen indicador de tu capacidad para hacer trabajos universitarios. En los Estados Unidos, está el programa de Colocación Avanzada, que ha estado realizando este tipo de pruebas y cursos en las escuelas secundarias y ahora están agregando proyectos a sus cursos y evaluaciones.

Quizás en el pasado, cuando la gente no tenía libros a los que acudir o Google para consultar, tenían que memorizar muchas cosas, pero ese no es el modo de aprendizaje más útil ahora

P: ¿Son este tipo de evaluaciones a las que debe aspirar el sistema educativo del futuro?

R: Las evaluaciones más productivas realmente te dan una idea de lo que los niños pueden hacer con su conocimiento, no se limitan a conocer cosas y elegir una respuesta entre cinco en una prueba de opción múltiple. Si vamos a tener evaluaciones, necesitan volverse más auténticas, basadas en el rendimiento y depender mucho menos de la memorización. Quizás en el pasado, cuando la gente no tenía libros a los que acudir o Google para consultar, tenían que memorizar muchas cosas, pero ese no es el modo de aprendizaje más útil ahora. Lo que necesitamos es ayudar a los jóvenes a aprender a indagar y aplicar sus conocimientos en la vida real.

P: En España no es posible, pero en los Estados Unidos y otros países los padres pueden elegir si inscriben a sus hijos en la escuela o si los educan en casa. ¿Cuál es su visión sobre la enseñanza en el hogar?
R: La educación en el hogar está aumentando en los Estados Unidos, y creo que se debe a que tenemos que alejarnos del modelo de escuelas de fábrica que heredamos de hace cien años. Estas escuelas son muy rígidas, burocráticas, jerárquicas y no están diseñadas para ser altamente individualizadas ni para satisfacer a los estudiantes. La educación en el hogar es, en parte, una reacción de las personas que piensan que sus hijos se están perdiendo en el modelo de fábrica, y que necesitan hacer algo diferente por ellos. Tenemos maestros y directores fabulosos que trabajan para adaptarse a las demandas de hoy, pero necesitamos rediseñar el modelo.

P: ¿Qué tipo de rediseño?
R: Por ejemplo, escuelas más pequeñas con 300 o 400 estudiantes, no 2.000. Diseñadas con un equipo docente que rodee a los estudiantes, planifiquen en función de ellos, ofrezcan instrucción interdisciplinar y tengan tiempo para esa planificación. Que los estudiantes participen en programas de asesoramiento durante cuatro años, donde tienen un profesor que se queda con ellos y se encarga del aprendizaje social y emocional, controla su desempeño académico y está en contacto con los padres. En esos entornos, los niños están prosperando, mientras que en las escuelas de modelo de fábrica, muchas veces no lo están.

Insistir en volver a la “normalidad” está empeorando las cosas

P: En 2023 se publicó el último el informe PISA y en un gran número de países la puntuación disminuyó en comparación con años anteriores.
R: La pandemia fue traumática y lo fue de muchas maneras. No solo que los niños estuvieran fuera de la escuela física, sino que estaban en línea y aprendiendo de diferentes maneras. Las familias estaban traumatizadas, los niños perdían a sus padres y abuelos, hubo una interrupción económica. Estamos en un período de tiempo donde, nuevamente, las escuelas no pueden funcionar como solían hacerlo. Y hay dos impulsos diferentes. Algunas han dicho: aprovechemos lo que hemos aprendido en la pandemia, las formas en que usamos las tecnologías, en que comenzamos a cambiar el aprendizaje. Otras dicen: volvamos a la normalidad, y quieren que las escuelas vuelvan a ser exactamente como eran en 2019. Eso no va a funcionar. Insistir en volver a la “normalidad” está empeorando las cosas.

P: ¿Estar en el top del informe PISA equivale a tener un mejor sistema educativo?
R: Dice algo [del sistema de ese país]. Las evaluaciones PISA son mejores que otras evaluaciones porque son un poco más progresistas y tratan de evaluar cosas como la colaboración, la resolución de problemas y la aplicación del conocimiento. Nos dicen algo sobre la calidad [educativa] dentro de un país, por ejemplo, cómo de bien lo hacen la mayoría de los estudiantes. También hay otras cosas que están sucediendo que no tienen que ver con el sistema educativo. Si tienes pobreza y los niños no tienen suficiente para comer o un lugar para vivir, el sistema educativo no puede curarlo. Y hay bajas puntuaciones en PISA asociadas con esas condiciones sociales. Eso no es culpa de las escuelas. Cuando las personas miran este tipo de calificaciones, tienen que tomarlo con precaución y decir, “bien, ¿qué más tendríamos que preguntar para entender qué está pasando?”.

P: Uno de los desafíos actuales, ha mencionado, son las nuevas tecnologías. En España, uno de los principales debates al respecto es si el teléfono móvil debería prohibirse o no en las escuelas.
R: Parte de la presión para prohibir los teléfonos es doble: los niños están en sus móviles y no prestan atención; y las redes sociales, que son tan destructivas para los estudiantes. Francamente, no creo que prohibir el teléfono reduzca la cantidad de distracción. Los niños necesitan que les enseñen a lidiar con estas cosas, no simplemente quitarlas. Hay cierta utilidad en establecer algunos límites en el uso de teléfonos en algunos momentos en la escuela, pero también quizás no ignorarlos por completo y ayudar a los niños a aprender a usarlos. Tenemos que aprender a lidiar con eso en lugar de simplemente decir: vamos a reprimirlo.

P: ¿Cuál es su visión de la educación ideal en los próximos 15 años?
R: Aquella en la que las escuelas son más personalizadas, con apoyos integrados para los estudiantes, que se centran en el desarrollo social, emocional y académico, de manera que los alumnos puedan ser aprendices empoderados que utilicen y accedan al conocimiento y sepan aplicarlo en todas las situaciones desafiantes que formarán parte de su mundo.

sábado, 2 de marzo de 2024

La hechicera, el gato y el demonio: De Zenón a Stephen Hawking: 12 experimentos imaginados que cambiaron la historia. (Ensayo y Pensamiento)– 13 abril 2023 de Manuel Lozano Leyva (Autor)

Un estimulante viaje a través de los experimentos imaginados de la física que han puesto a nuestras mentes a jugar.

¿Qué relación guarda una competición de atletismo entre una tortuga y el campeón Aquiles con nuestra noción de infinito?

¿En qué medida afectan los movimientos de un demonio del siglo XIX a la hora de refrigerar nuestros ordenadores?

¿Pueden ayudar a explicar dos hermanos nadando en un río la teoría especial de la relatividad?

Con el mismo estilo ameno y didáctico que ya empleó en De Arquímedes a Einstein, Los diez experimentos más bellos de la historia de la física, el célebre físico nuclear Manuel Lozano Leyva vuelve a acompañar al lector en este nuevo libro por un viaje humanista, didáctico y creativo a través de los doce experimentos imaginados más ingeniosos y productivos de la historia de la física, aquellos cuya teoría (y paradojas) mejor explican nuestro mundo sin siquiera necesitar probarse empíricamente.

Sobre el autor: «Uno de nuestros mejores cerebros». ABC Sobre De Arquímedes a Einstein: «Un derroche de amenidad y capacidad divulgativa».

Emilio Lahera, sobre El fin de la ciencia: «El fin de la ciencia se ocupa, principalmente, de revelar errores de juicio, supercherías notorias y campos donde la ciencia será decisiva en un futuro inmediato: la pesca, la alimentación, el suministro de agua, la prevención y el combate de enfermedades endémicas, etc». 

Diario de Sevilla, sobre Los hilos de Ariadna: «Lozano Leyva ha escrito un libro entretenido y de lenguaje claro que ayuda a acercarse a la ciencia».

Santiago Belausteguigoitia, El País, sobre El cosmos en la palma de la mano: «Plantea un cosmos con proporciones humanas». ABC «Se nota que en el libro ha unido sus dos pasiones: la astrofísica y la docencia». Revista Fusión El Corte Inglés. 

Discurso de José Saramago ante la Academia sueca

José Saramago:

El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo.

Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama. Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable. Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado. Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera".

Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera. Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la vía lactea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea. Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba. Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato: "¿Y después?". Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo. Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa.

Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza". Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños. Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir". No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada. Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.

Muchos años después, escribiendo por primera vez sobre éste mi abuelo Jerónimo y ésta mi abuela Josefa (me ha faltado decir que ella había sido, según cuantos la conocieron de joven, de una belleza inusual), tuve conciencia de que estaba transformando las personas comunes que habían sido en personajes literarios y que ésa era, probablemente, la manera de no olvidarlos, dibujando y volviendo a dibujar sus rostros con el lápiz siempre cambiante del recuerdo, coloreando e iluminando la monotonía de un cotidiano opaco y sin horizontes, como quien va recreando sobre el inestable mapa de la memoria, la irrealidad sobrenatural del país en que decidió pasar a vivir. La misma actitud de espíritu que, después de haber evocado la fascinante y enigmática figura de un cierto bisabuelo berebere, me llevaría a describir más o menos en estos términos un viejo retrato (hoy ya con casi ochenta años) donde mis padres aparecen. "Están los dos de pie, bellos y jóvenes, de frente ante el fotógrafo, mostrando en el rostro una expresión de solemne gravedad que es tal vez temor delante de la cámara, en el instante en que el objetivo va a fijar de uno y del otro la imagen que nunca más volverán a tener, porque el día siguiente será implacablemente otro día.

Mi madre apoya el codo derecho en una alta columna y sostiene en la mano izquierda, caída a lo largo del cuerpo, una flor. Mi padre pasa el brazo por la espalda de mi madre y su mano callosa aparece sobre el hombro de ella como un ala. Ambos pisan tímidos una alfombra floreada. La tela que sirve de fondo postizo al retrato muestra unas difusas e incongruentes arquitecturas neoclásicas". Y terminaba: "Tendría que llegar el día en que contaría estas cosas. Nada de esto tiene importancia a no ser para mí. Un abuelo berebere, llegando del norte de Africa, otro abuelo pastor de cerdos, una abuela maravillosamente bella, unos padres graves y hermosos, una flor en un retrato ¿qué otra genealogía puede importarme? ¿en qué mejor árbol me apoyaría?". Escribí estas palabras hace casi treinta años sin otra intención que no fuese reconstituir y registrar instantes de la vida de las personas que me engendraron y que estuvieron más cerca de mí, pensando que no necesitaría explicar nada más para que se supiese de dónde vengo y de qué materiales se hizo la persona que comencé siendo y ésta en que poco a poco me he convertido.
 
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Ahora descubro que estaba equivocado, la biología no determina todo y en cuanto a la genética, muy misteriosos habrán sido sus caminos para haber dado una vuelta tan larga. A mi árbol genealógico (perdóneseme la presunción de designarlo así, siendo tan menguada la sustancia de su savia) no le faltaban sólo algunas de aquellas ramas que el tiempo y los sucesivos encuentros de la vida van desgajando del tronco central. También le faltaba quien ayudase a sus raíces a penetrar hasta las capas subterráneas más profundas, quien apurase la consistencia y el sabor de sus frutos, quien ampliase y robusteciese su copa para hacer de ella abrigo de aves migratorias y amparo de nidos. Al pintar a mis padres y a mis abuelos con tintas de literatura, transformándolos de las simples personas de carne y hueso que habían sido, en personajes nuevamente y de otro modo constructores de mi vida, estaba, sin darme cuenta, trazando el camino por donde los personajes que habría de inventar, los otros, los efectivamente literarios, fabricarían y traerían los materiales y las herramientas que, finalmente, en lo bueno y en lo menos bueno, en lo bastante y en lo insuficiente, en lo ganado y en lo perdido, en aquello que es defecto pero también en aquello que es exceso, acabarían haciendo de mí la persona en que hoy me reconozco: creador de esos personajes y al mismo tiempo criatura de ellos. En cierto sentido se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser. Ahora soy capaz de ver con claridad quiénes fueron mis maestros de vida, los que más intensamente me enseñaron el duro oficio de vivir, esas decenas de personajes de novela y de teatro que en este momento veo desfilar ante mis ojos, esos hombres y esas mujeres, hechos de papel y de tinta, esa gente que yo creía que iba guiando de acuerdo con mis conveniencias de narrador y obedeciendo a mi voluntad de autor, como títeres articulados cuyas acciones no pudiesen tener más efecto en mí que el peso soportado y la tensión de los hilos con que los movía. 

De esos maestros el primero fue, sin duda, un mediocre pintor de retratos que designé simplemente por la letra h., protagonista de una historia a la que creo razonable llamar de doble iniciación (la de él, pero también, de algún modo, la del autor del libro, protagonista de una historia titulada Manual de pintura y caligrafía, que me enseñó la honradez elemental de reconocer y acatar, sin resentimientos ni frustraciones, sus propios límites: sin poder ni ambicionar aventurarme más allá de mi pequeño terreno de cultivo, me quedaba la posibilidad de cavar hacia el fondo, hacia abajo, hacia las raíces. Las mías, pero también las del mundo, si podía permitirme una ambición tan desmedida. No m compete a mí, claro está, evaluar el mérito del resultado de los esfuerzos realizados, pero creo que es hoy patente que todo mi trabajo, de ahí para adelante, obedeció a ese propósito y a ese principio. Vinieron después los hombres y las mujeres del Alentejo, aquella misma hermandad de condenados de la tierra a que pertenecieron mi abuelo Jerónimo y mi abuela Josefa, campesinos rudos obligados a alquilar la fuerza de los brazos a cambio de un salario y de condiciones de trabajo que sólo merecerían el nombre de infames. Cobrando por menos que nada una vida a la que los seres cultos y civilizados que nos preciamos de ser llamamos, según las ocasiones, preciosa, sagrada y sublime. Gente popular que conocí, engañada por una Iglesia tan cómplice como beneficiaria del poder del Estado y de los terratenientes latifundistas, gente permanentemente vigilada por la policía, gente, cuántas y cuántas veces, víctima inocente de las arbitrariedades de una justicia falsa. Tres generaciones de una familia de campesinos, los Mau-Tempo, desde el comienzo del siglo hasta la Revolución de Abril de 1974 que derrumbó la dictadura, pasan por esa novela a la que di el título de Alzado del suelo y fue con tales hombres y mujeres del suelo levantados, personas reales primero, figuras de ficción después, con las que aprendí a ser paciente, a confiar y a entregarme al tiempo, a ese tiempo que simultáneamente nos va construyendo y destruyendo para de nuevo construirnos y otra vez destruirnos. No tengo la seguridad de haber asimilado de manera satisfactoria aquello que la dureza de las experiencias tornó virtud en esas mujeres y en esos hombres: una actitud naturalmente estoica ante la vida.

Teniendo en cuenta, sin embargo, que la lección recibida, pasados más de veinte años, permanece intacta en mi memoria, que todos los días la siento presente en mi espíritu como una insistente convocatoria, no he perdido, hasta ahora, la esperanza de llegar a ser un poco más merecedor de la grandeza de los ejemplos de dignidad que me fueron propuestos en la inmensidad de las planicies del Alentejo. El tiempo lo dirá.

¿Qué otras lecciones podría yo recibir de un portugués que vivió en el siglo XVI, que compuso las Rimas y las glorias, los naufragios y los desencantos patrios de Os Luisiadas, que fue un genio poético absoluto, el mayor de nuestra Literatura, por mucho que eso pese a Fernando Pessoa, que a sí mismo se proclamó como el Super-Camoens de ella? Ninguna lección a mi alcance, ninguna lección que yo fuese capaz de aprender salvo la más simple que me podría ser ofrecida por el hombre Luis Vaz de Camoens en su más profunda humanidad, por ejemplo, la humildad orgullosa de un autor que va llamando a todas las puertas en busca de quien esté dispuesto a publicar el libro que escribió, sufriendo por eso el desprecio de los ignorantes de sangre y de casta, la indiferencia desdeñosa de un rey y de su compañía de poderosos, el escarnio con que desde siempre el mundo ha recibido la visita de los poetas, de los visionarios y de los locos. Al menos una vez en la vida, todos los autores tuvieron o tendrán que ser Luis de Camoens, aunque no escriban las redondillas de Sobolos rios. Entre hidalgos de la corte y censores del Santo Oficio, entre los amores de antaño y las desilusiones de la vejez prematura, entre el dolor de escribir y la alegría de haber escrito, fue a este hombre enfermo que regresa pobre de la India, adonde muchos sólo iban para enriquecerse, fue a este soldado ciego de un ojo y golpeado en el alma, fue a este seductor sin fortuna que no volverá nunca más a perturbar los sentidos de las damas de palacio, a quien yo puse a vivir en el teatro en el escenario de la pieza de teatro llamada Que farei con este livro? (¿Qué haré con este libro?), en cuyo final resuena una otra pregunta, aquélla que importa verdaderamente, aquélla que nunca sabremos si alguna vez llegará a tener respuesta suficiente: "¿Qué haréis con este libro?". Humildad orgullosa fue ésa de llevar debajo del brazo una obra maestra y verse injustamente rechazado por el mundo. Humildad orgullosa también, y obstinada, esta de querer saber para qué servirán mañana los libros que vamos escribiendo hoy, y luego dudar que consigan perdurar largamente (¿hasta cuándo?) las razones tranquilizadoras que quizá no estén siendo dadas o que estamos dándonos a nosotros mismos. Nadie se engaña mejor que cuando consiente que lo engañen otros.

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Se aproxima ahora un hombre que dejó la mano izquierda en la guerra y una mujer que vino al mundo con el misterioso poder de ver lo que hay detrás de la piel de las personas. El se llama Baltasar Mateus y tiene el apodo de Siete-Soles, a ella la conocen por Bilmunda, y también por el apodo de Siete-Lunas que le fue añadido después porque está escrito que donde haya un sol habrá una luna y que sólo la presencia conjunta de uno y otro tornará habitable, por el amor, la tierra. Se aproxima también un padre jesuita llamado Bartolmeu que inventó una máquina capaz de subir al cielo y volar sin otro combustible que no sea la voluntad humana, ésa que según se viene diciendo, todo lo puede, aunque no pudo, o no supo, o no quiso, hasta hoy, ser el sol y la luna de la simple bondad o del todavía más simple respeto. Son tres locos portugueses del siglo XVIII en un tiempo y en un país donde florecieron las supersticiones y las hogueras de la Inquisición, donde la vanidad y la megalomanía de un rey hicieron levantar un convento, un palacio y una basílica que asombrarían al mundo exterior, en el caso poco probable de que ese mundo tuviera ojos bastantes para ver a Portugal, tal como sabemos que los tenía Bilmunda para ver lo que escondido estaba. Y también se aproxima una multitud de millares y millares de hombres con las manos sucias y callosas, con el cuerpo exhausto de haber levantado, durante años sin fin, piedra a piedra, los muros implacables del convento, las alas enormes del palacio, las columnas y las pilastras, los aéreos campanarios, la cúpula de la basílica suspendida sobre el vacío. Los sonidos que estamos oyendo son del clavicornio del Doménico Scarlatti, que no sabe si debe reír o llorar. Esta es la historia del Memorial del convento, un libro en que el aprendiz de autor, gracias a lo que le venía siendo enseñado desde el antiguo tiempo de sus abuelos Jerónimo y Josefa, consiguió escribir palabras como éstas, donde no está ausente alguna poesía: "Además de la conversación de las mujeres son los sueños los que sostienen al mundo en su órbita.

Pero son también los sueños los que le hacen una corona de lunas, por eso el cielo es el resplandor que hay dentro de la cabeza de los hombres si no es la cabeza de los hombres el propio y único cielo". Que así sea. De las lecciones de poesía, sabía ya alguna cosa el adolescente, aprendidas en sus libros de texto cuando, en una escuela de enseñanza profesional de Lisboa, andaba preparándose para el oficio que ejerció en el comienzo de su vida de trabajo: el de mecánico cerrajero. Tuvo también buenos maestros del arte poético en las largas horas nocturnas que pasó en bibliotecas públicas, leyendo al azar de encuentros y de catálogos, sin orientación, sin alguien que le aconsejase, con el mismo asombro creador del navegante que va inventando cada lugar que descubre. Pero fue en la biblioteca de la escuela industrial donde El año de la muerte de Ricardo Reis comenzó a ser escrito.

Allí encontró un día el joven aprendiz de cerrajero (tendría entonces 17 años) una revista Atena era el título en que había poemas firmados con aquel nombre y, naturalmente, siendo tan mal conocedor de la cartografía literaria de su país, pensó que existía en Portugal un poeta que se llamaba así: Ricardo Reis. No tardó mucho tiempo en saber que el poeta propiamente dicho había sido un tal Fernando Nogueira Pessoa que firmaba poemas con nombres de poetas inexistentes nacidos en su cabeza y a quien llamaba heterónimos, palabra que no constaba en los diccionarios de la época, por eso costó tanto trabajo al aprendiz de las letras saber lo que ella significaba. Aprendió de memoria muchos poemas de Ricardo Reis ("Para ser grande sé inteiro / Poe quanto és no mínimo que fazes"), pero no podía resignarse, pesar de tan joven e ignorante a que un espíritu superior hubiese podido concebir, sin remordimiento, este verso cruel: "Sábio e o que se contenta com o espectáculo do mundo". Mucho, mucho tiempo después, el aprendiz de escritor ya con el pelo blanco y un poco más sabio de sus propias sabidurías se atrevió a escribir una novela para mostrar al poeta de las Odas algo de lo que era el espectáculo del mundo en ese año de 1936 en que lo puso a vivir sus últimos días: la ocupación de la Renania por el Ejército nazi, la guerra de Franco contra la República española, la creación por Salazar de las milicias fascistas portuguesas. Fue como si estuviese diciéndole: "He ahí el espectáculo del mundo, mi poeta de las amarguras serenas y del escepticismo elegante. Disfruta, goza, contempla, ya que estar sentado es tu sabiduría".

El año de la muerte de Ricardo Reis terminaba con unas palabras melancólicas: "Aquí donde el mar acabó y la tierra espera". Por tanto no habría más descubrimientos para Portugal, sólo como destino una espera infinita de futuros ni siquiera imaginables: el fado de costumbre, la saudade de siempre y poco más. Entonces el aprendiz imaginó que tal vez hubiese una manera de volver a lanzar los barcos al agua, por ejemplo mover la propia tierra y ponerla a navegar mar adentro. Fruto inmediato del resentimiento colectivo portugués por los desdenes históricos de Europa (sería más exacto decir fruto de mi resentimiento personal), la novela que entonces escribí La balsa de piedra separó del continente europeo a toda la península Ibérica, transformándola en una gran isla fluctuante, moviéndose sin remos ni velas, ni hélices, en dirección al Sur del mundo, "masa de piedra y tierra cubierta de ciudades, aldeas, ríos, bosques, fábricas, bosques bravíos, campos cultivados, con su gente y sus animales", camino de una utopía nueva: el encuentro cultural de los pueblos peninsulares con los pueblos del otro lado del Atlántico, desafiando así, a tanto se atrevió mi estrategia, el dominio sofocante que los Estados Unidos de la América del Norte vienen ejerciendo en aquellos parajes. Una visión dos veces utópica entendería esta ficción política como una metáfora mucho más generosa y humana: que Europa, toda ella, deberá trasladarse hacia el Sur de manera que, en descuento de sus abusos coloniales antiguos y modernos, ayudar a equilibrar el mundo. Es decir Europa finalmente como ética. Los personajes de La balsa de piedra dos mujeres, tres hombres y un perro viajan incansablemente a través de la Península mientras ella va surcando el océano. El mundo está cambiando y ellos saben que deben buscar en sí mismos las personas nuevas en que se convertirán (sin olvidar al perro que no es un perro como los otros). Eso les basta.

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../... Se acordó entonces el aprendiz que en tiempos de su vida había hecho algunas revisiones de pruebas de libros y que si en La balsa de piedra hizo, por decirlo así, revisión del futuro, no estaría mal que revisara ahora el pasado inventando una novela que se llamaría Historia do cerco de Lisboa, en la que un revisor trabajando un libro del mismo título, aunque de historia, y cansado de ver cómo la citada historia cada vez es menos capaz de sorprender, decidió poner en lugar de un "sí" un "no", subvirtiendo la autoridad de las "verdades históricas". Raimundo Silva, así se llamaba el revisor, es un hombre simple, vulgar que sólo se distingue de la mayoría por creer que todas las cosas tienen su lado visible y su lado invisible y que no sabremos nada de ellas, mientras no les hayamos dado la vuelta completa.

De eso precisamente trata una conversación que tiene con el historiador. Así: "Les recuerdo que los revisores ya vieron mucho de literatura y vida, Mi libro, se lo recuerdo, es de historia. No es propósito mío apuntar otras contradicciones, profesor, en mi opinión todo cuanto no sea vida es literatura. La historia también. La historia sobre todo, sin querer ofender.

Y la pintura, y la música. La música va resistiéndose desde que nació, unas veces otras viene, quiere librarse de la palabra, supongo que por envidia, pero regresa siempre a la obediencia. Y la pintura, mire, la pintura no es más que literatura hecha con pinceles. Espero que no se haya olvidado de que la humanidad comenzó pintando mucho antes de saber escribir. Conoce el refrán, si no tienes pero caza con el gato, o dicho de otra manera, quien no puede escribir, pinta, o dibuja, es lo que hacen los niños. Lo que usted quiere decir, con otras palabras, es que la literatura ya existía antes de haber nacido, sí señor, como el hombre, con otras palabras, antes de serlo ya lo era. Me parece que usted equivocó la vocación, debería ser historiador. Me falta preparación profesor, qué puede un simple hombre hacer sin preparación, mucha suerte he tenido viniendo al mundo con la genética organizada, pero, por decirlo así, en estado bruto, y después sin más pulimento que las primeras letras que se quedaron como únicas. Podía presentarse como autodidacta producto de su digno esfuerzo, no es ninguna vergüenza, antiguamente la sociedad estaba orgullosa de sus autodidactas.

Eso se acabó, vino el desarrollo y se acabó, los autodidactas son vistos con malos ojos, sólo los que escriben versos o historias para distraer están autorizados a ser autodidactas, pero yo para la creación literaria no tengo habilidad. Entonces métase a filósofo. Usted es un humorista, cultiva la ironía, me pregunto cómo se dedicó a la historia, siendo ella tan grave y profunda ciencia. Soy irónico, sólo en la vida real. Ya me parecía a mí que la historia no es la vida real, literatura sí, y nada más. Pero la historia fue vida real en el tiempo en que todavía no se le podía llamar historia.

Entonces usted cree, profesor, que la historia es la vida real. Lo creo, sí.

Que la historia fue vida real, quiero decir. No tengo la menor duda. Qué sería de nosotros si el deleatur que todo lo borra no existiese, suspiró el revisor". Escusado será añadir que el aprendiz aprendió con Raimundo Silva la lección de la duda. Ya era hora. Fue probablemente este aprendizaje de la duda el que le llevó, dos años más tarde, a escribir El Evangelio según Jesucristo. Es cierto, y él lo ha dicho, que las palabras del título le surgieron por efecto de una ilusión óptica, pero es legítimo que nos interroguemos si no habría sido el sereno ejemplo del revisor el que, en ese tiempo, le anduvo preparando el terreno de donde habría de brotar la nueva novela. Esta vez no se trataba de mirar por detrás de las páginas del Nuevo Testamento a la búsqueda de contradicciones, sino de iluminar con una luz rasante la superficie de esas páginas, como se hace con una pintura para resaltarle los relieves, las señales de paso, la oscuridad de las depresiones.

Fue así como el aprendiz, ahora rodeado de personajes evangélicos, leyó, como si fuese la primera vez, la descripción de la matanza de los inocentes y habiendo leído, no comprendió. No comprendió que pudiese haber mártires de una religión que tuviese que esperar treinta años para que su fundador pronunciase la primera palabra de ella, no comprendió que no hubiese salvado la vida de los niños de Belén precisamente la única persona que lo podría haber hecho, no comprendió la ausencia, en José, de un sentimiento mínimo de responsabilidad, de remordimiento, de culpa o siquiera de curiosidad, después de volver de Egipto con su familia. Ni se podrá argumentar en defensa de la causa que fue necesario que los niños de Belén murieran para que pudiese salvarse la vida de Jesús: El simple sentido común, que a todas las cosas, tanto a las humanas como a las divinas, debería presidir, está ahí para recordarnos que Dios no enviaría a su hijo a la Tierra con el encargo de redimir los pecados de la humanidad, para que muriera a los dos años de edad degollado por un soldado de Herodes. En ese Evangelio escrito por el aprendiz con el respeto que merecen los grandes dramas, José será consciente de su culpa, aceptará el remordimiento en castigo de la falta que cometió y se dejará conducir a la muerte casi sin resistencia, como si eso le faltase todavía para liquidar sus cuenta con el mundo. El Evangelio del aprendiz no es, por tanto, una leyenda edificante más de bienaventurados y de dioses, sino la historia de unos cuantos seres humanos sujetos a un poder contra el cual luchan, pero al que no pueden vencer. Jesús, que heredará las sandalias con las que su padre había pisado el polvo de los caminos de la tierra, también heredará de él el sentimiento trágico de la responsabilidad y de ella la culpa que nunca lo abandonará, incluso cuando levante la voz desde lo alto de la cruz: "Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo", refiriéndose al Dios que lo llevó hasta allí, aunque quien sabe si recordando todavía, en es última agonía, a su padre auténtico, aquel que en la carne y en la sangre, humanamente, lo engendró.

Como se ve, el aprendiz ya había hecho un largo viaje cuando en el herético evangelio escribió las últimas palabras del diálogo en el templo entre Jesús y el escriba: "La culpa es un lobo que se come al hijo después de haber devorado al padre, dijo el escriba. Ese lobo de que hablas ya se ha comido a mi padre, dijo Jesús. Entonces sólo falta que devore a ti. Y tú, en tu vida, fuiste comido o devorado. No sólo comido y devorado, también vomitado, respondió el escriba".

Si el emperador Carlomagno no hubiese establecido en el norte de Alemania un monasterio, si ese monasterio no hubiese dado origen a la ciudad de Münster, si Münster no hubiese querido celebrar los 1.200 años de su fundación con una ópera sobre la pavorosa ópera que enfrentó en el siglo XVI a protestantes anabaptistas y católicos, el aprendiz no habría escrito la pieza de teatro que tituló In nomine Dei. Una vez más, sin otro auxilio que la pequeña luz de su razón, el aprendiz tuvo que penetrar en el oscuro laberinto de las creencias religiosas, ésas que con tanta facilidad llevan a los seres humanos a matar y a dejarse matar. Y lo que vio fue nuevamente la máscara horrenda de la intolerancia, una intolerancia que en Münster alcanzó el paroxismo demencial, una intolerancia que insultaba la propia causa que ambas partes proclamaban defender. Porque no se trataba de una guerra en nombre de dos dioses enemigos sino de una guerra en nombre de un mismo dios.

Ciegos por sus propias creencias los anabaptistas y los católicos de Münster no fueron capaces de comprender la más clara de todas las evidencias: en el día del Juicio Final, cuando unos y otros se presenten a recibir el premio o el castigo que merecieron sus acciones en la tierra, Dios, si en sus decisiones se rige por algo parecido a la lógica humana, tendrá que recibir en el paraíso tanto a unos como a otros, por la simple razón de que unos y otros en El creían. La terrible carnicería de Münster enseñó al aprendiz que al contrario de lo que prometieron las religiones nunca sirvieron para aproximar a los hombres y que la más absurda de todas las guerras es una guerra religiosa teniendo en consideración que Dios no puede, aunque lo quisiese, declararse la guerra a sí mismo. Ciegos. El aprendiz pensó "estamos ciegos", y se sentó a escribir el Ensayo sobre la ceguera para recordar a quien lo leyera que usamos perversamente la razón cuando humillamos la vida, que la dignidad del ser humano es insultada todos los días por los poderosos de nuestro mundo, que la mentira universal ocupó el lugar de las verdades plurales, que el hombre dejó de respetarse a sí mismo cuando perdió el respeto que debía a su semejante. Después el aprendiz, como si intentara exorcizar a los monstruos engendrados por la ceguera de la razón, se puso a escribir la más simple de todas las historias: Una persona que busca a otra persona sólo porque ha comprendido que la vida no tiene nada más importante que pedir a un ser humano. El libro se llama Todos los nombres. No escritos, todos nuestros nombres están allí. Los nombres de los vivos y los nombres de los muertos. Termino. La voz que leyó estas páginas quiso ser el eco de las voces conjuntas de mis personajes. No tengo, pensándolo bien, más voz que la voz que ellos tuvieron. Perdóneseme si les pareció poco esto que para mí es todo.

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viernes, 1 de marzo de 2024

Suiza dice por fin lo que piensan todos.

La torpeza del juez García Castellón ha conseguido que desde Suiza se haya hecho expreso lo que hasta el momento había estado implícito en las decisiones de los diferentes órganos judiciales europeos que, en los últimos casi siete años, han tenido que responder a requerimientos de la justicia española Me imagino que cuando Mariano Rajoy decidió que no fuera el president de la Generalitat el que disolviera el Parlament y convocara nuevas elecciones, sino que optó por recurrir al artículo 155 de la Constitución, con la finalidad de suspender al Govern en el ejercicio de sus funciones, privando a sus miembros del fuero jurisdiccional ante el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC) y autoatribuyéndose la facultad de disolver el Parlament y convocar elecciones para el 20 de diciembre de 2017, pensó que podría poner fin al procés en un plazo breve, delegando en la Fiscalía General del Estado la respuesta al mismo.

El plan que pudiera tener en la cabeza el entonces presidente del Gobierno inició su aplicación de acuerdo con lo previsto. El fiscal general, José Manuel Maza, activó de manera inmediata una querella contra los depuestos miembros del Govern por el delito de rebelión ante la Audiencia Nacional y contra la depuesta presidenta y varios miembros de la Mesa del Parlament ante la Sala Segunda del Tribunal Supremo (TS). Que también de manera casi inmediata acabaría concentrando el conocimiento de ambas querellas.

La respuesta al nacionalismo catalán parecía encauzada. El TS iba a resolver lo que el Gobierno de la nación no había sido capaz de hacer. Me imagino que en el horizonte contemplado por el presidente del Gobierno se contaba con una sentencia en un plazo breve y con la aplicación a continuación de indultos para los condenados. Respuesta contundente primero y aplicación de medidas de gracia a continuación. Fiscalía General, Sala Segunda del TS y Gobierno de la nación actuando coordinadamente pondrían fin al procés, volviendo con ello a lo que con seguridad Rajoy entendía como normalidad.

En realidad, lo que hizo el Gobierno fue continuar con la estrategia sobre política territorial que puso en circulación con la interposición del recurso de inconstitucionalidad contra la reforma del Estatuto de Autonomía de Catalunya. Sobre la Constitución Territorial ya se había dicho políticamente todo lo que se tenía que decir con la aprobación de los diferentes Estatutos de Autonomía. A partir del momento de la entrada en vigor de todos ellos, era el Tribunal Constitucional (TC) el único órgano con autoridad para decidir sobre la innovación del “bloque de la constitucionalidad”. El TC haría suya esta posición del PP con la STC 31/2010, que encontraría una respuesta inmediata en el nacionalismo catalán. El Gobierno del PP acudiría al TC ante cada uno de los pasos del nacionalismo catalán hasta la consulta en forma de un referéndum fake en 2014, y al TC y al TSJC a partir de este momento. Quiere decirse, pues, que la estrategia de “judicializar” la respuesta al nacionalismo catalán viene de lejos. No empezó en 2017, sino en 2006. Hace 18 años.

La novedad de 2017 es el 155, con el que el Gobierno y los tribunales posiblemente pensaron que se tendría una respuesta rápida y que se podría cerrar el paréntesis que, en su opinión, había supuesto el procés.

El Gobierno, el TC y el TS cometieron un doble error de cálculo. El primero, pensar que cualquier tipo de tensión entre Catalunya y el Estado se podía resolver con la represión, como había ocurrido siempre en el pasado, desde el bombardeo de Barcelona por Espartero, por mantenernos en la España constitucional. Aun con todos los déficits de legitimidad democrática de origen y con la permanencia de tantos restos del franquismo, la España de la Constitución de 1978 es distinta de la anterior. La Segunda Restauración no es la Primera. Y mucho menos la España de las Leyes Fundamentales de Franco.

El segundo error fue hacer abstracción de la pertenencia de España a la Unión Europea, que es una comunidad jurídica, en la que cualquiera de los ciudadanos de los Estados miembros puede ejercer su derecho a la defensa en unos términos en que no se podía hacer antes de la existencia de la misma. La Unión Europea es el club más exigente de Estados democráticamente constituidos que existe en el mundo. Y ello ofrece unas posibilidades de defensa frente a una persecución política disfrazada de proceso judicial.

Esto es lo que ha ocurrido desde que, con la aplicación del artículo 155, se puso en marcha la persecución judicial de los dirigentes del nacionalismo catalán. Carles Puigdemont ha conseguido, con éxito hasta el momento, poner en acción una estrategia jurídica impecable, que no ha podido ser contrarrestada de manera convincente por el TS. La justicia española no ha sido capaz de convencer a ningún órgano judicial europeo de que la persecución judicial no era una persecución política disfrazada. Ningún órgano de justicia europeo se lo había dicho en estos términos, pero es lo que está detrás de su negativa a dar cumplimiento a las sucesivas órdenes de detención y entrega que se han cursado contra el expresidente de la Generalitat. También lo está detrás de la decisión del Tribunal de Justicia de la Unión Europea que posibilitó que Puigdemont accediera a la condición de miembro del Parlamento Europeo, a pesar de la resistencia del TS y de la Junta Electoral Central, que todavía hoy se ha negado a incluir a Puigdemont en la lista de candidatos electos españoles enviada al Parlamento Europeo. Incluso después de la sentencia del TJUE que afirmó de manera tajante que no se puede hacer uso de la jura o promesa de acatar la Constitución para impedir la adquisición de la condición de parlamentario.

La torpeza del juez García Castellón ha conseguido que desde Suiza se haya hecho expreso lo que hasta el momento había estado implícito en las decisiones de los diferentes órganos judiciales europeos que, a lo largo de estos últimos casi siete años, han tenido que responder a requerimientos de la justicia española. La acusación por terrorismo no se puede entender en términos jurídicos, sino exclusivamente políticos. Punto final.

La Sala Segunda del TS sabrá lo que hace con la exposición ¿razonada? que le ha elevado el juez García Castellón.

La ciencia que discrimina a las mujeres.

A lo largo de la historia, la investigación científica ha marginado, manipulado, ignorado e incluso torturado a las mujeres. El problema persiste.

Una mujer con camisa de fuerza, diagnosticada con histeria, en una foto publicada en 1889.
Una mujer con camisa de fuerza, diagnosticada con histeria, en una foto publicada en 1889.WELLCOME TRUST

La ciencia ha maltratado a las mujeres. Jocelyn Bell descubrió los púlsares, pero el Nobel de Física se lo llevó su director de tesis. A la actual presidenta de la Unión Astronómica la mandaron a trabajar al despacho de su marido. Durante décadas, a las que se salían del carril de lo socialmente aceptado se las torturó inventando enfermedades como la histeria y remedios que pasaban por mutilarlas, arrancando órganos de sus entrañas. Las mentes (masculinas) más sesudas desarrollaron teorías para explicar la inferioridad de las mujeres y, de este modo, justificar su sometimiento. Los ejemplos del pasado son innumerables.

“En las mujeres están más fuertemente marcadas algunas facultades que son características de las razas inferiores y de un estado pasado e inferior de civilización”, escribió Darwin

Pero no es únicamente cosa del pasado. Hoy, 8 de marzo, hay una sola mujer por cada nueve hombres en la élite de la ciencia europea. Solo el 25% de los investigadores mejor pagados de la mayor institución científica española son mujeres. Ninguna mujer dirige un organismo público de investigación en España. Los estereotipos siguen señalando que la ciencia es cosa de hombres. Continuamos discriminando y humillando a las deportistas por su físico. Le inculcamos a las niñas que no son tan brillantes como los niños. El ambiente en los laboratorios sigue siendo machista. Y John sigue sacando mejor nota que Jennifer aunque su currículum sea el mismo.

“En definitiva, la pregunta que nos queda tras este viaje es si nos encontramos ante ejemplos de mala ciencia o de ciencia al uso. Si mejorar la ciencia consistirá en eli­minar los sesgos de género, si eso es posible, o si nos ten­dremos que replantear otras formas de hacer ciencia”. Con esta contundencia concluye un libro fundamental para entender el problema de la desigualdad en este campo, escrito por Eulalia Pérez Sedeño y S. García Dauder, Las ‘mentiras’ científicas sobre las mujeres, recién publicado por Catarata. Una contundencia nada exagerada tras el detallado repaso que este trabajo da al machismo que discrimina en la ciencia, por la ciencia y gracias a la ciencia.

La medicina aplica a las mujeres investigaciones realizadas en hombres, incluso aunque los resultados para ellas en el diagnóstico, la prevención y el tratamiento no se hayan estudiado de manera adecuada

Para empezar, Pérez y García muestran en su libro que los científicos siempre han estado ahí para dar argumentos a quienes querían que las mujeres fueran humanos de segunda. “Se admite por lo general que en las mujeres están más fuertemente marcados que en los hombres los poderes de intuición, percepción rápida y quizás de imitación; pero al menos alguna de estas facultades son características de las razas inferiores y, por tanto, de un estado pasado e inferior de civilización”, escribía en 1871 Charles Darwin, cuyas teorías sirvieron para cimentar la idea de que las mujeres eran una versión menos evolucionada del hombre, como probaba el hecho de que su cráneo fuera más pequeño, por ejemplo. Este corpus ideológico venía de lejos: “Aristóteles fue el primero en dar una explicación biológica y sistemática de la mujer, en la que esta aparece como un hombre imperfecto, justifi­cando así el papel subordinado que social y moralmente debían desempeñar las mujeres en la polis”, escriben los autores. Tuvo que llegar un ejército de prestigiosas primatólogas y antropólogas, defiende el libro, a tumbar el mito evolutivo de los evolucionados cazadores machos que alimentaban a las pasivas hembras.

A las mujeres se las puso un escalón por debajo de los hombres y eso se aplicaba también a la ciencia médica. La salud de las mujeres, el conocimiento de sus cuerpos y sus enfermedades, estaba relegado a un segundo plano y circunscrito a un único tema concreto: “Durante mucho tiempo se supuso que la «salud de las mujeres» hacía referencia a la salud reproductiva, lo que incluía la atención al parto, la anticoncepción, el aborto, el cáncer de útero, el síndrome premenstrual y otras enfer­medades específicamente femeninas”.

“Durante el siglo XIX y principios del XX, «enfermedades sociales y psicológicas» como el femi­nismo y el lesbianismo se asociaban también a la sexuali­dad clitoridiana”, denuncia el libro Los cuerpos de las mujeres han sido considerados una desviación de la norma masculina, explican Pérez y García, y los resultados de la investigación médica que se llevan a cabo entre hombres se aplican más tarde a las mujeres, “incluso aunque los resultados para las mujeres en el diagnóstico, la prevención y el tratamiento no se hayan estudiado de manera adecuada”. Durante años, las mujeres estuvieron sistemática­mente excluidas de los ensayos clínicos para nuevos medicamentos: hasta 1988, los ensayos de la agencia estatal de EEUU solo incluían a hombres, por lo que se desconocía si tendrían efectos adversos desconocidos en ellas (o si se descubrirían remedios que les fueran más favorables). Hoy en día, todavía hay grandes lagunas en el conocimiento específico de la salud de las mujeres y siguen siendo minoría (o inexistentes) en numerosos estudios de biomedicina.

Quizá el paradigma de la ignorancia sobre el cuerpo de la mujer sea el desconocimiento histórico de la anatomía del clítoris, órgano olvidado por la medicina, por la insistencia sesgada en el aspecto reproductivo en la investigación. Esto llevó a que tuvieran que ser activistas en la década de 1970 las que comenzaran a explorar su cuerpo para aprender más, en talleres que eran a la vez actos políticos, de investigación y divulgación. “Durante el siglo XIX y principios del XX, «enfermedades sociales y psicológicas» como el femi­nismo y el lesbianismo se asociaban también a la sexuali­dad clitoridiana”, explica el libro, adentrándonos en otro de los capítulos más importantes del relato: cómo la ciencia convierte la naturaleza de las mujeres en patologías a curar, en problemas a extirpar, en trastornos que se deben tratar.

“La fabricación de enfermedades mentales ha sido un dis­positivo muy eficaz de control y regulación tanto de la feminidad como de la sexualidad de las mujeres”, resumen en el texto
 Por ejemplo, en el siglo XIX se vivió una epidemia de histeria, ese supuesto trastorno mental de las mujeres que se trataba con torturas psicológicas o extirpando sus ovarios o su útero. En el libro se reseñan varios casos espeluznantes, como cuando un reconocido doctor explicaba: “Decidí privarle de los ovarios, esperando así extir­parle sus pervertidos instintos”, porque su paciente sufría ataques tras un aborto y el médico descubrió que de joven se masturbaba. “No ha vuelto a sus hábitos degradantes, deseosa y ansiosa de atender su hogar”, se congratulaba después. Hace poco se descubrió que Constance Lloyd, mujer de Oscar Wilde, murió tras una operación para extirpar sus ovarios a manos de un especialista en “locura pélvica”, cuando en realidad tenía esclerosis.

Todavía hoy la ciencia consiente que situaciones naturales de la vida de la mujer se conviertan en dolencias que necesitan medicamentos: la construcción social de la enfermedad se ha transformado en un artefacto comercial que atiende a los intereses de la industria. Solo así se explica que llegara a las farmacias la viagra rosa. “Medicalizar los pro­blemas de la vida cotidiana de las mujeres o sus procesos naturales o fisiológicos (como ha ocurrido con la meno­pausia o la menstruación); convertir malestares producto de desigualdades de género en patologías individuales (como ocurrió con la histeria o la depresión); o medicalizar una faceta de la vida de las mujeres (su sexualidad, por ejemplo)”, enumeran Pérez y García, antes de detenerse en estos supuestos problemas actuales como el síndrome premenstrual, la menopausia o la regla (“las prioridades de investigación se han centrado más en encontrar medicación anticonceptiva que en ayudar a la regulación del ciclo y sus dolores”).

En el siglo XIX se vivió una epidemia de histeria, ese supuesto trastorno mental de las mujeres que se trataba con torturas psicológicas o extirpando sus ovarios

Frente a todos estos graves casos de discriminación, en los que “lejos de la neutralidad y asepsia pretendida por el canon científico, los valores se cuelan irremediablemente”, Pérez Sedeño y García Dauder proponen una solución bien sencilla: mejorar el acceso de la mujer a los distintos campos de la investigación. “Cuando la ciencia se hace desde el punto de vista de grupos tradicionalmente excluidos de la comu­nidad científica, se identifican muchos campos de igno­rancia, se desvelan secretos, se visibilizan otras priorida­des, se formulan nuevas preguntas y se critican los valores hegemónicos (a veces, incluso, se provocan auténticos cambios de paradigma)”.