El estudio de Álvaro Siza (Matosinhos, 90 años) se ubica en un edificio con vistas al Duero a su paso por Oporto, donde también tiene sus oficinas el arquitecto Eduardo Souto de Moura. Dos Pritzker en el mismo inmueble, que son amigos y, a veces, socios en proyectos como el Pabellón de Portugal en la Expo 98 o el metro de Nápoles. La entrevista se realiza en torno a una gran mesa, donde se concentran planos, maquetas, recortes, lápices y un cenicero donde acabarán los ocho cigarrillos que fuma durante la conversación. Ha cumplido 90 años y ha reducido el tabaco a una cajetilla al día. Su devoción por el trabajo, sin embargo, no decrece. En octubre inauguró la nueva Ala Siza en el Museo de Arte Contemporáneo de la Fundación Serralves de Oporto. Con cinco edificios de su autoría, el espacio se ha convertido en el lugar del mundo con más concentración de sizas. Además, hasta el 26 de agosto se puede visitar en la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa la exposición dedicada a su universo creativo a partir de sus archivos, que ha comisariado el arquitecto español Carlos Quintáns Eiras.
Entre los planos expuestos en su estudio de Oporto figura el que ganó el concurso para el centro de recepción de visitantes en la Alhambra de Granada, que nunca se ejecutó. La mitad de los proyectos de Álvaro Siza no han pasado del estadio de las ideas, pero los que han ido adelante le han bastado para llegar a la cima de la arquitectura, como atestiguan sus premios Pritzker, Mies van der Rohe y los dos Leones de Oro de la Bienal de Venecia. Es también el único extranjero al que España ha otorgado un Premio Nacional de Arquitectura por el legado que ha dejado en el país, alguno con polémica, como la remodelación del eje Prado-Recoletos en Madrid, y otros aclamados, como el Centro Galego de Arte Contemporánea en Santiago de Compostela. En la pared también ha colgado la famosa cita de Samuel Beckett en Rumbo a peor (Worstward Ho): “Siempre intentaste. Siempre fracasaste. No importa. Intenta otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.
Su primera obra fue el diseño de la cocina en la casa de sus abuelos.
Fue en el siglo pasado. No llegó a ser una obra, diseñé los muebles, pero no fue la primera. Antes hice el portal de la casa de un tío que ya fue demolida. La cocina aún existe, es donde vive mi hermana. El portón lo hice poco después de ir a Barcelona. Yo no quería ser arquitecto, pero me impresionó Gaudí cuando tenía 17 o 18 años.
¿Gaudí le empujó a la arquitectura?
Un poco, sí. Yo no tenía interés por la arquitectura cuando fui con mis padres y mis hermanos a Barcelona. En vacaciones siempre íbamos a España. A mi padre le gustaban mucho las ciudades españolas y además un escudo valía dos pesetas. Eran unas vacaciones fantásticas por el mismo coste que unas vacaciones medias en Portugal. España era aún muy pobre.
La posguerra.
Año 1944 o 1945. Era muy pobre, pero era linda. Madrid y Barcelona tenían un nivel de vida algo mayor. No había autovías, se pasaba por las aldeas, una maravilla. Y Gaudí me impresionó mucho, me parecía escultura y yo quería ser escultor. Fue la primera vez que miré hacia la arquitectura como algo tan interesante como la escultura.
Tiene 90 años. Ha visto transformaciones políticas, sociales y culturales profundas.
Y continúan.
¿Estamos retrocediendo hacia ambientes similares a los que precedieron los fascismos del siglo XX?
Creo que no, pero existe esa amenaza. Mucha gente se olvida de lo que ocurrió tiempo atrás. Hay situaciones políticas que nos evocan de inmediato a la Alemania anterior a la guerra, un conjunto de circunstancias, sean económicas, sea el avance del populismo. Los que tienen una edad se acuerdan de los años cuarenta.
¿Cuáles fueron los mayores avances que ha vivido?
Lo que tuvo más impacto fue el 25 de abril de 1974 [la Revolución de los Claveles, el fin de la dictadura de Marcelo Caetano en Portugal]. Dirigí un programa de vivienda para los sectores económicamente más débiles de la sociedad. Fue muy influyente porque el clima era de liberación, entusiasmo y también de agitación. Duró poco tiempo debido al cambio político en el país, pero tuvo cierto impacto y llevó a que me invitaran a trabajar en Berlín y Holanda en programas de vivienda social. Era un tema en auge en Europa. Lamentablemente ahora ya casi no se habla de la vivienda social.
¿Su compromiso político nació en la Revolución de los Claveles?
No diría que nació allí, pero participé en la transformación que hubo desde la arquitectura, con la dedicación profesional a comunidades de gente pobre en el centro de Lisboa, Oporto, el Algarve. Fue un periodo muy estimulante. Los arquitectos que participaron en eso se quedaron sin trabajo a continuación.
¿Fue su caso?
El mío y el de los otros. Eran tiempos calientes. Aquellos programas de vivienda social se batieron contra intereses, de forma que hubo una marginación significativa hacia quienes participaron en ellos.
¿Existe arquitectura de derechas y de izquierdas, o solo hay buena o mala arquitectura?
Existen hombres y mujeres de derechas y de izquierdas que luego hacen arquitectura. La arquitectura no es propiamente ni de derechas ni de izquierdas. Además, debo decir que incluso en Portugal, con un régimen de derechas que duró 50 años y con todos los condicionantes que había como una idea de estilo nacional contra la que luchaba una nueva generación, había oportunidades para la arquitectura.
¿Cuál es el mayor retroceso que ha visto?
No hay retrocesos, todavía vivimos en democracia. Ahora bien, la democracia a veces tiene comportamientos extraños. Si hablamos de arquitectura, esta encuentra dificultades enormes en Portugal, España y Europa en general. La arquitectura es simplemente despreciada, las condiciones de trabajo son pésimas y hubo cambios en el estatuto profesional del arquitecto con consecuencias terribles, muchas de ellas impuestas por la Comisión Europea, como el fin de los derechos de autor. Ya no hay reglas respecto a los honorarios y la competencia es calamitosa. Se olvida que la arquitectura moderna alcanzó la calidad con base sobre los programas de vivienda social. Una gran característica de los años cincuenta era que la arquitectura constituía un servicio necesario y reconocido. Eso no ocurre hoy.
Y ese desprecio ¿tiene que ver con la crisis inmobiliaria de 2008?
Ya venía de antes. La Comisión Europea, que tiene programas buenos como el Erasmus, tiene cosas pésimas con relación a la arquitectura. En Portugal, la obra pública financiada por la Comisión Europea es hecha obligatoriamente a través de concursos entre constructores, que luego escogen al arquitecto. Esto es caer en lo más bajo que se puede caer.
¿A qué atribuye el cambio?
En un aspecto, pura y simplemente incultura, que afecta también a muchos políticos, que son los conductores de esta situación a través de las leyes que aprueban. El Gobierno portugués aprobó ese decreto ley que establece que los concursos son entre constructores en vez de entre arquitectos.
¿Cree que también influyó la existencia de arquitectos más pendientes del impacto que de otros aspectos? Usted pertenece a un grupo que se conoció como arquitectos-estrella…
Eso nace mucho de intereses ligados a la construcción. Ese espíritu del arquitecto estrella es un absurdo para mí, pero tener impacto influyó mucho en el mercado de la arquitectura. La arquitectura pasa a ser considerada mercado libre, con las supuestas ventajas del mercado libre.
Hubo un tiempo en el que todas las ciudades querían su Guggenheim.
Eso fue malo para la arquitectura.
¿Por qué fue malo?
En cierto momento, la arquitectura pasa a ser un capricho en lugar de ser un servicio social fundamental. La arquitectura nunca fue eso, depende siempre del mercado y de las mayorías políticas, pero nunca había llegado al punto de ahora. Una de las condiciones más recurrentes en la obra pública por concurso es optar por lo más barato, el arquitecto más barato, el constructor más barato, lo que tiene consecuencias económicas desastrosas, lo más barato acaba por ser caro.
Con un historial de proyectos tan diverso como el suyo, ¿cuáles son las obras que le enorgullecen y cuáles le han decepcionado?
No me siento decepcionado con las obras en sí. Las condiciones reales de algunas obras sí pueden resultarme preocupantes, pero cualquier obra me interesa por igual porque envuelven personas que van a habitarlas. Soy incapaz de elegir entre las mías. Ahora, unas me dejan buenos recuerdos porque salen bien y otras dejan pésimos recuerdos porque acaban por no ser construidas o son distorsionadas o demolidas. Como no hay derechos de autor, quien quiera coger una obra del arquitecto Siza y cambiarla entera solo tiene que comunicar al autor que va a intervenir y nada más. Sea durante la construcción, o sean ya concluidas, las obras son vulnerables, no hay garantías de permanencia o control de las alteraciones. Y cada vez más acaban por no ser construidas. Yo tengo un largo historial de concursos ganados que luego no se realizaron.
¿Sabe cuántas ganaron y no se construyeron?
Lo sé porque alguien me hizo antes esa pregunta y fui a averiguarlo porque no lo sabía. Son más de 60 años de trabajo. Tengo unos 550 proyectos y la mitad no fueron construidos, incluidos varios que ganaron concursos internacionales. En España, muchas cosas quedaron por el camino. Probablemente mis obras más importantes, para mí, no se han construido.
¿Cuáles son esas obras?
Le puedo hablar de la Alhambra, en Granada, donde gané un concurso que luego se canceló. Era para construir algo que Granada necesita como pan para la boca, que es un edificio para recibir visitantes y controlar las entradas. En este momento es aún caótico. Gané el concurso, luego surgió una campaña contra el proyecto y fue tan aguerrida que no se hizo. En Madrid también ocurrió con el Museo de la Defensa, un proyecto de los años setenta. En Holanda tampoco se construyó la ampliación del Museo Stedelijk. Estos son algunos de los que más me dolieron. Donde he encontrado condiciones de trabajo óptimas en los últimos 15 años ha sido en China y Corea. He hecho cuatro museos en Asia y tengo dos proyectos que no sé si saldrán.
Es el único extranjero que ha ganado el Premio Nacional de Arquitectura en España. ¿Cuál es su relación con el país vecino?
Durante años, las mejores oportunidades las tuve en España, tal vez porque tuve grandes amigos. Tras el 25 de abril hubo mucho contacto con arquitectos españoles que se volvieron amigos, como Oriol Bohigas, Rafael Moneo y otros. La amistad y el trabajo común me ayudó a ser conocido y a tener obras.
Sin el éxito internacional, ¿le habría costado volver a trabajar en Portugal?
El trabajo en vivienda social que yo hacía fue cancelado y luego se produjo una marginación, no tenía trabajo en Portugal, pero tuve la oportunidad de ir a países del norte y a España. Los últimos 15 años, prácticamente, mi trabajo fue en Asia. Si tuviese trabajo en Portugal con el mismo interés no me cansaría tanto.
Dirigió la construcción del Chiado tras el incendio.
Es el único trabajo que yo tengo en Lisboa, junto al Pabellón de Portugal y otro proyecto. Lo del Chiado fue muy estimulante y polémico. Para muchos se trataba de hacer nueva arquitectura y yo no compartía esto. Felizmente, el Ayuntamiento tampoco. El Chiado, la Baixa, es un proyecto único. Después del terremoto del siglo XVIII, la reconstrucción fue proyectada como un todo. El hecho de arder 18 edificios para mí no justificaba la introducción de una nueva arquitectura, sino que se trataba de rehacer el trocito de lo destruido porque era el trocito de un proyecto único. El proyecto fue muy criticado porque, para algunos, yo no hice nada. No hice nada en términos de introducción de nuevo lenguaje arquitectónico, pero la transformación fue muy grande. Por citar algunos aspectos, la articulación con la construcción del metro convirtió a la última calle del entramado de la Baixa, que era de servicio, en la primera calle de la Baixa.
El Chiado, igual que el centro de Oporto, son zonas ahora volcadas en satisfacer las necesidades turísticas. ¿Qué pueden hacer las ciudades para evitar perder la vida corriente de sus ciudadanos?
E um pau de dous bicos [es un palo con dos puntas]. Por un lado, el fenómeno del turismo tuvo beneficios inmediatos y visibles. Por otro, creó problemas como la dificultad de los locales para vivir en el centro de las ciudades porque surgió un mercado que absorbió la vivienda y que tiene posibilidades de pagar más. Se originó un fenómeno de mudanza hacia la periferia. Oporto es hoy un enorme hotel, constituidos por pequeños hoteles y alojamientos porque hay un mercado absorbente para eso y que tiene inconvenientes para la población local y para la ciudad en sí. Hay un desequilibrio en la transformación de la ciudad. No solo el turista, sino cualquier extranjero que compra casa acá para venir de vacaciones, trae desequilibrios y frustraciones significativos.
Tiene 90 años y sigue trabajando. ¿La arquitectura es la vida?
No, no es toda la vida, pero es la actividad más absorbente en mi caso y también la posibilidad de vivir.
¿Nunca pensó en parar?
Eso es la máxima crisis. Estoy jubilado como profesor titular de Arquitectura, pero nunca dejé de trabajar. Mientras tenga salud, trabajo. El trabajo en arquitectura era y aún puede ser un placer, no es solo ganar el pan, la arquitectura es una actividad absorbente, estimulante.
¿Sigue encontrando satisfacción en los proyectos?
A veces, sí. Hay menos oportunidad de sentir el deseo de producir como arquitecto porque hay muchos obstáculos. Cité algunos como el retroceso respecto al reconocimiento de que el trabajo del arquitecto es importante para todos, no es una especie de capricho de buen gusto. La ciudad como medio de vida con su riqueza de contactos sufre con esa idea de que la arquitectura es un lujo caro para personas ricas. El motor de la calidad del confort es una cosa que se llama belleza, que no es un capricho de algunos con dinero, sino la condición de la calidad de la ciudad.
¿Siempre buscó la belleza?
Sí, como parte constituyente de lo que la arquitectura significa para la vida de las personas. La belleza alcanza el punto máximo de la funcionalidad. No hay, contra lo que se hace creer a veces, contradicción entre lo bello y lo funcional. La belleza significa el culmen máximo de la funcionalidad, no es algo distante.
¿Alguna vez aceptó un proyecto solo por dinero?
No, no. La arquitectura como medio de subsistencia es un todo con la arquitectura como servicio, no son cosas opuestas. Claro que precisamos dinero para mantenernos y mantener la producción, pero está ligado al resto. La arquitectura sin placer es una actividad insoportable.
Lleva trabajando más de 60 años. ¿Qué siente al mirar atrás?
La mayor parte de las veces, cuando miro la arquitectura producida, veo que está maltratada. Eso es deprimente. Es un hecho ligado a esa idea de que es un lujo para ricos. La máxima característica de la arquitectura, en mi opinión, es la integridad, no es la belleza como algo separado del resto, es la integridad y la autenticidad. Hoy es difícil navegar por ahí en medio de la trapalhada (confusión) en que se ha transformado el mundo. La burocracia o los problemas de financiación pueden parar proyectos 20 años. Mi récord personal es un proyecto en Venecia, que hice hace 40 años y todavía no está listo. Solo tiene la mitad habitada, hace unas semanas me contactaron para decir que había recomenzado. Ya casi no atiendo el teléfono.