lunes, 22 de julio de 2024

_- Luz sobre los reyes de la noche: Jennifer Ackerman ilumina la vida y la historia cultural de los búhos.

Un búho nival en vuelo.
_- Un búho nival en vuelo.
La naturalista estadounidense dedica su nuevo libro a las extraordinarias y misteriosas rapaces nocturnas.

“Cuando escucho su grito resonando en el bosque, y luego los cinco gránulos de su ulular cayendo como piedras en el aire, sé que estoy de pie en el borde del misterio”. 

Las palabras de Mary Oliver sobre los búhos son una buena introducción para conversar con la popular especialista en pájaros Jennifer Ackerman, que tanto admira a la poeta estadounidense y que dedica su último libro a estas aves con fama de extrañas y oscuras, y a las que se les achaca presagiar la muerte. Ackerman (Omaha, Nebraska, 64 años), bien conocida en España por El ingenio de los pájaros, publica ahora, de nuevo en Ariel, La sabiduría de los búhos (en Cossetània en catalán), subtitulado, “una historia natural de las aves más enigmáticas del mundo”. 

Con su aspecto misterioso, sus cabezas grandes y redondas y sus ojos que miran al frente, los búhos son unos de los animales más reconocibles del mundo (desde el jeroglífico egipcio al icono del pegamento UHU). Pero, ¿qué se sabe en realidad de ellos aparte de que su grito acostumbra a helar la sangre en la noche y su fugaz e inesperada aparición fantasmagórica llena de un arcano desasosiego? 


En el libro, la naturalista sumerge al lector en el apasionante mundo de esas criaturas a menudo vilipendiadas y temidas (e incomprendidas), a las que se tiene en muchas culturas por portadoras de malos augurios y se las persigue con saña, pero que son también símbolo de sabiduría y motivo de fascinación (y de creación artística: le encantaban a Picasso). Como ha hecho con otras aves, Ackerman explica las últimas, asombrosas novedades científicas y descubrimientos sobre la fisiología y el comportamiento de los búhos, revela sus extraordinarias capacidades, desmonta tópicos (no, no todas las especies son nocturnas, ni vuelan todas en silencio), llama a conservarlos (les amenazan la deforestación, los pesticidas y los gatos) y repasa su papel en mitos y leyendas: desde el mochuelo de la diosa Atenea a Hedwig, el búho nival de Harry Potter, que desató una insana fiebre en Reino Unido de poseerlos como mascotas, pasando por Arquímides, el búho ayudante del mago Merlín en la novela La espada en la piedra, de T. H. White, que dio pie a la conocida película de Walt Disney. 

Jennifer Ackerman, con un cárabo lapón.
 Jennifer Ackerman, con un cárabo lapón.

Introduce al lector también la autora, y no es es la parte menos interesante de su libro, en el singular colectivo de los esforzados investigadores de los búhos, que, como puede imaginarse, no son fáciles de observar. Constituyen un grupo muy curioso y bastante excéntrico los estudiosos (uno de ellos, el experto Jim Duncan, mantiene en el congelador cinco cabezas de búho, víctimas de accidentes de tráfico, para analizar cómo oyen, o más bien cómo oían), y la naturalista los sigue en sus grandes aventuras vitales y científicas por todo el mundo, así que estamos también ante un libro de viajes. “Mi objetivo no es solo la divulgación científica, sino crear historias narrativas, contar”, recalca. “¡Y la gente que investiga los búhos es muy interesante!”.

Ackerman recuerda de entrada que la de los búhos es una gran familia (de hecho dos, los Tytonidae, las lechuzas comunes, el linaje más antiguo) y los Strigidae (todos los demás búhos), con muchas especies (unas 260 y se siguen descubriendo más, como el autillo de la isla de Príncipe, Otus bikegila, descrito en 2022), y muy diversas. La escala varía desde el minúsculo y entrañable mochuelo de los saguaros, del tamaño, señala, de un nugget de pollo (una comparación que a la avecilla seguramente no le gustaría) o el tecolote afilador, que es como una polilla grande, hasta esos dos enormes, majestuosos, poderosos e intimidantes señores de la noche, verdaderos predadores alfa, que son el búho pescador de Blakiston, la imponente criatura de los bosques del Far East ruso de casi dos metros de envergadura, y el búho real euroasiático (Bubo bubo, el Gran Duque), capaz de matar a un cervatillo, a un halcón peregrino o a un gato (como, por cierto, recuerda Oliver en Owls: “Son rápidos y despiadados al caer sobre conejos, ratones, topillos, mofetas, incluso gatos sentados en patios oscuros ensimismados en pacíficos pensamientos”). 

Ejemplares de Buho Real en el Retiro
Uno de los búhos reales que se ha podido avistar en el madrileño parque del Retiro.


“Por su vuelo y sus sentidos, los búhos son un pináculo de la evolución”, afirma con entusiasmo Ackerman, a la que después de conocerla pajareando sobre el terreno en el Delta Birding Festival del delta del Ebro en 2017 ataviada como para una incursión de comandos resulta sorprendente ver muy elegante en la terraza de la librería barcelonesa Finestres con un vaporoso vestido sin mangas. La naturalista, que se reconoce una conversa de estas aves —en el delta solo tenía ojos para las aves marinas y las limícolas, a las que ha dedicado otro libro precioso Birds By The Shore (Penguin, 2019)—, ha trasladado a los búhos la pasión que expresaba por córvidos y psitácidos (loros y periquitos) en libros anteriores. Parecía que los búhos, pese a su aspecto arquetípico de sabios, no eran los cracks intelectuales de los pájaros, por decirlo suave. ¿Son unos impostores, con esos aires de inteligencia? “Están extraordinariamente adaptados a la vida nocturna, pero eso no quiere decir que estén programados como robots”, responde Ackerman con cierta tirantez, como si fuera una cuestión personal que alguien dudara de las capacidades mentales de los búhos. “Es cierto que durante mucho tiempo ha habido controversia, se decía que los búhos no tenían la necesidad de ser muy espabilados, pero ahora está claro que son realmente inteligentes. Sus cerebros son proporcionalmente grandes en comparación con sus cuerpos, con gran densidad de neuronas, y tienen un comportamiento flexible que les permite responder a los cambios y retos de manera muy dúctil y eficaz, una plasticidad de cognición”.

¿Qué es lo más inteligente que hacen los búhos, pues? “Sabemos que aprenden toda la vida y se los puede entrenar. Rob Bierregaard, especialista en los cárabos norteamericanos, ha conseguido que individuos salvajes acudan a él mediante un silbido con solo ofrecerles ratones un día. Un búho al que llamaba Houdini, por su capacidad de salir de todas las trampas que le ponían para anillarlo, acudió a su llamada tres años después de la última vez que le silbó para que viniera, ¡eso es mucha memoria! Los mochuelos europeos reconocen a la gente, distinguen a los granjeros de los investigadores que los estudian, y con los primeros están más relajados”. Ackerman considera que lo que sucede con los búhos es que “tienen otra manera de pensar, y nos obligan a buscar nuevas definiciones de la inteligencia en los animales”. Hay que rascarle mucho para conseguir que diga su búho favorito: el simpático mochuelo de madriguera, “que tiene una personalidad muy peculiar, y decora sus viviendas con objetos que encuentra”. 

Lechuza ©Mark Bridger-shutterstock
Lechuza ©Mark Bridger-shutterstock
El que también es un fan de los buhitos es Carl Safina, que publicó el año pasado el delicioso Alfie & me (Norton, 2023), centrado en el rescate y cuidado de un pequeño autillo chillón o tecolote oriental. “Carl y yo somos amigos, su libro salió después del mío y es una historia diferente, de adaptación, con muchas ideas filosóficas, muy bonito”. Ackerman admira a Bernd Heinrich, el autor del seminal Mi búho (Labor, 1987), pero no tiene duda de quién le gusta más escribiendo sobre esas aves, la Pulitzer Mary Oliver (1935-2019), “¡todo lo que ha escrito sobre ellas es bellísimo!”, exclama. “White owl flies into and out of the field/ coming down out of the freezing sky/ with its dephts of light/ like an angel, or a Budha with wings” (El búho nival vuela dentro y fuera del campo/ descendiendo del cielo helado( como un ángel, o un Buda con alas”). Bueno, también está Shakespeare (“it was the owl that shrieked, the fatal bellman”, dice Lady Macbeth, “fue el búho el que chilló, el fatal portero de la noche”). Ackerman ríe: “Es cierto, hay muchas citas literarias, pero aquí estoy más interesada en esos increíbles personajes que son los investigadores de los búhos, como David Johnson que tras 40 años de estudiarlos ya piensa como ellos, o Marjon Savelsberg, música enamorada de la llamada de las aves nocturnas que las rastrea en silla de ruedas y que compara las vocalizaciones del búho real euroasiático con las piezas de Ligeti”. Por ahí anda también Jonathan Slaght, el aventurero rastreador de los búhos manchúes.

Junto a la descubierta inteligencia y el misterio que los rodea, lo que más maravilla a la naturalista es la anatomía de los búhos y los secretos, “los superpoderes”, que les permiten cazar a oscuras, lo que requiere efectuar sofisticados cálculos matemáticos. Buena parte del éxito, explica, reside en el oído: en los cárabos lapones, capaces de escuchar las pisadas de una musaraña en la nieve y de atraparla zambulléndose a medio metro de profundidad bajo la blanca superficie, el disco facial plano rodeado de plumas hace las veces de una antena parabólica para recoger los sonidos. En realidad, los oídos de los búhos son dos orificios a los lados de la cabeza (en algunas especies asimétricos) y no lo que a veces pueden parecer orejas y son penachos de plumas. “Entre lo más sorprendente del oído de los búhos está que, a diferencia del nuestro, no envejece, regeneran las células pilosas: se ha demostrado que una vieja lechuza oye igual que las jóvenes”. Eso abre un interesante campo de investigación aplicable a la pérdida de audición en humanos. Los ojos, situados al frente y no a los lados como otros pájaros, son asimismo excepcionales en los búhos, que tienen visión binocular. La penetrante mirada escudriñadora que te lanzan resulta de esos ojos. Es un mito que puedan hacer un círculo completo con la cabeza para observar, pero sí rotar tres cuartas partes, 270º, tres veces la flexibilidad de torsión que tenemos los humanos. 

La lechuza común resulta una cazadora implacable gracias a su vuelo limpio y silencioso.
La lechuza común resulta una cazadora implacable gracias a su vuelo limpio y silencioso. MARIO CEA

Entre las páginas más apasionantes de La sabiduría de los búhos están las que Ackerman dedica a la capacidad de vuelo silencioso de la mayoría de las especies. “El vuelo furtivo de un búho es una proeza de sigilo biomecánico”, apunta la naturalista. “El plumaje y la estructura de las alas es lo que los vuelve tan silenciosos”.

¿Descienden los búhos de dinosaurios nocturnos? “Todas las aves son de hecho dinosaurios evolucionados de pequeños carnívoros manirraptores. Pero la adaptación nocturna llegó después, tras la desaparición de los dinosaurios no avianos. Fueron aves que se especializaron en cazar a los pequeños mamíferos por la noche”. ¿La aprensión hacia los búhos viene de la memoria genética de cuando cazaban a nuestros antepasados? “Es interesante, y me encanta la idea, aunque creo que el miedo viene de la asociación de los búhos con los espíritus y la muerte por su naturaleza nocturna y predatoria, sus voces extrañas, y su forma de aparecer y desaparecer repentinamente. Todo en su aspecto y comportamiento les da a los búhos un carácter sobrenatural. En la India, por ejemplo, hemos visto que se encuentran muchos en los cementerios, porque les gustan los lugares abandonados, claro, y también porque ahí se concentran cantidad de roedores atraídos por las ofrendas en alimentos”. Curiosamente, pese a la fama de siniestros, los búhos no son peligrosos. “Es verdad, pero se trata de un miedo instintivo y no aprendido. Se les teme y se les mata en países como Zambia, Belize, Brasil o Nepal. Es un miedo muy profundo, y hay proyectos de conservación que pasan por erradicar esas aversiones irracionales y los falsos conceptos que llevan a detestar culturalmente a los búhos. De todas formas, no hay que desdeñar el daño que te pueden hacer grandes rapaces nocturnas si te metes con sus nidos como el búho europeo, el pescador o el nival. Conozco a muchos investigadores que presentan cicatrices que lo atestiguan”. 
El buho 'Filya' y la azor 'Alpha', junto a dos cetreros en el recinto del Kremlin.


 El buho 'Filya' y la azor 'Alpha', junto a dos cetreros en el recinto del Kremlin. AFP

Desde el punto de vista gastronómico, señala Ackerman, los búhos son en su mayoría generalistas que se alimentan de todo tipo de animales (sobre todo roedores), incluidos otros búhos más pequeños. Recientemente se ha descubierto que no desdeñan la carroña y se ha visto a un búho nival alimentándose del cadáver de una ballena y a un búho pescador sobre el de un cocodrilo. Los mochuelos depredan los nidos de las aves canoras.

Si bien Ackerman va de la mano de la ciencia en su viaje al mundo de los búhos, lo característico en ella es que divulga con una sensibilidad y una implicación personal que la colocan en el campo de la escritura de la naturaleza, el nature writing: se puede encontrar en su libro frases tan evocadoras con respecto, por ejemplo, a los cárabos lapones como “el invierno en Manitoba no es un camino de rosas”; o que “las amenazadas lechuzas enmascaradas de Tasmania son sumamente reservadas”.

Un mochuelo común, rapaz nocturna del orden de los Strigiformes, en los alrededores de Madrid. 

Un mochuelo común, rapaz nocturna del orden de los Strigiformes, en los alrededores de Madrid.

Un mochuelo común, rapaz nocturna del orden de los Strigiformes, en los alrededores de Madrid. ALBERTO SOBRINO

¿Adónde volará ahora Ackerman? “Al nido, a casa, llevo mucho tiempo de viaje, he estado en Australia y Brasil, mi plan es volver a casa”. Le quedan los colibríes, por citar algo. “Lo pensé. Sin embargo, ya hay muy buenos libros sobre ellos. La verdad es que ya tengo preparado otro libro sobre pájaros, pero permíteme que me haga un poco la misteriosa, como un búho”. Vale, como “el búho que llega a través de la noche a posarse en las ramas negras del manzano, silencioso” (Mary Oliver, The owl who comes. El búho que viene). 

domingo, 21 de julio de 2024

Cómo beneficia a tu cerebro aprender otro idioma.

Bilingüismo


Diversos estudios demuestran que el bilingüismo no solo aumenta la flexibilidad de la mente, sino que ayuda a prevenir problemas cognitivos asociados a la edad.

Cuenta uno de los relatos más conocidos de la Biblia que los distintos idiomas fueron la consecuencia de un castigo. En Babel tuvimos la codicia de construir una torre para acariciar el cielo y, por ello, fuimos condenados a hablar múltiples lenguas y a no entendernos. Más allá del mito, en algún momento hemos vivido la frustración de no comprender a un extranjero o de sufrir, ya de adultos, la inmersión en otra lengua. Sin embargo, aprender otros idiomas nos abre un mundo fascinante de posibilidades que van más allá de la mera comunicación.

A lo largo de los años se ha estudiado cuál es el impacto del bilingüismo y se ha descubierto que sostiene y amplifica la plasticidad de nuestro cerebro. Nos ayuda a ser más flexibles mentalmente y mejora nuestra atención y memoria. Incluso, nos previene de problemas cognitivos futuros. Sin embargo, en el día a día no siempre se contemplan dichas ventajas, como explica Jesús C. Guillén, neurocientífico y doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Barcelona. Es más, distintas encuestas realizadas hace apenas una década a profesores del Reino Unido, Holanda y varios países de Latinoamérica demostraron que está extendido el “neuromito” de que es más adecuado reforzar un primer idioma antes de acceder a un segundo. Pero la ciencia lo está desmontando.

Nacemos con la capacidad innata de aprender diferentes lenguas. Antes incluso de poder hablar, convivir en entornos bilingües ayuda a que los niños mejoren la capacidad de control cognitivo. Si durante nuestro crecimiento aprendemos más idiomas, nuestro cerebro va generando nuevas conexiones neuronales que nos acompañarán a lo largo de nuestra vida, como afirma la doctora Ana Muñoz, presidenta de la Asociación de Científicos Españoles en Estados Unidos y reconocida con el máximo galardón a profesores bilingües en dicho país, otorgado por ATDLE (The Association of Two-Way & Dual Language Education). “Cuando los niños se exponen a otros idiomas, lo importante no es que lo entiendan, sino que su cerebro incorpore nuevos fonemas y melodías”. Con dicho entrenamiento, el bilingüismo consigue que descodifiquemos información en diferentes formatos (cuando vemos un felino, por ejemplo, lo pensamos como gato o cat, en inglés), lo que nos permite entrenar diferentes puntos de vista.

Lógicamente, aprender idiomas es más fácil cuando somos más pequeños. Somos más permeables y la exposición a una segunda lengua, idealmente, ha de comenzar antes de los siete años y a través de interacciones sociales. No parece que se obtengan los mismos beneficios si colocamos a los más pequeños frente a una pantalla, como demostraron diferentes estudios en la adquisición del chino y del inglés. El bilingüismo, además, favorece la percepción de los colores o el aprendizaje de un tercer idioma más fácilmente, según muchos expertos. Incluso, se ha comprobado que, a los niños nacidos prematuramente, el bilingüismo los ayuda a reforzar las funciones ejecutivas que pudieron estar menos desarrolladas. Sin embargo, este aprendizaje no está exento de algunos pequeños peajes que hay que pagar por el camino.

“Las personas bilingües suelen ser más lentas cuando han de nombrar objetos en cualquiera de sus lenguas, incluida la dominante”, comenta el doctor Guillén. Aparentemente, su aprendizaje no es tan rápido y tienen un menor vocabulario en su idioma materno. Sin embargo, sus ventajas parecen ganar terreno a lo largo del tiempo. Según algunos estudios realizados en Europa, América y Asia, el bilingüismo ayuda a que haya un retraso de cuatro a cinco años de los síntomas asociados a la demencia gracias al incremento de reserva cognitiva y mayor espesor cortical en regiones ejecutivas en nuestro cerebro.

Las ventajas del bilingüismo no se ciñen solo a los que fueron expuestos de pequeños a un segundo idioma. Como escuché contar a una persona de mediana edad, “los idiomas se aprenden porque nos los han pagado nuestros padres o porque los hemos pagado nosotros mismos”. Pues bien, aunque estemos en este último grupo, estudiar un segundo idioma también tiene impacto positivo en la edad adulta, como se demostró en graduados universitarios. Aquellos que aprendieron otras lenguas desarrollaron una mejor atención al alternar tareas.

En definitiva, la “condena” del mito de Babel en nuestras conversaciones presenciales es posible que algún día desaparezca gracias a la tecnología. Sin embargo, aprender otras lenguas y fomentar contextos bilingües a nuestros hijos ayuda a algo más que a la mejora de la comunicación o la inmersión cultural: hace que nuestro cerebro sea más flexible y que desarrollemos puntos de vista distintos ante un mismo problema. Y como resume la doctora Muñoz: “Si la inteligencia nos permite tomar mejores decisiones, es posible que podamos concluir que el bilingüismo nos hace también más inteligentes”.

Pilar Jericó es autora del blog Laboratorio de felicidad. 

sábado, 20 de julio de 2024

Arena en los ojos’, una investigación necesaria sobre el colonialismo español en Marruecos y el Sáhara Occidental. El libro de Laura Casielles es para quienes creen que la colonización española en el norte de África fue “menos mala” o que “colonias-colonias” no hubo. Pero también es para quienes ya saben que esto no es cierto.

Laura Casielles 'Arena en los ojos'
Cuerpos de soldados españoles en el monte Arruit de Marruecos durante el desastre de Anual, julio de 1921.
Hay libros muy buenos. Y luego están los libros muy buenos y necesarios. Laura Casielles acaba de publicar en Libros del K.O. uno de ellos: Arena en los ojos. Atentos al subtítulo: Memoria y silencio de la colonización española de Marruecos y el Sáhara Occidental.

La autora ya había empezado a reflexionar sobre estos temas en otros trabajos, como el libro de poesía Las señales que hacemos en los mapas (Libros de la Herida, 2019) y la docuweb Provincia 53. Arena en los ojos va más allá: se trata de un ambicioso y cuidadoso ensayo que recoge 15 años de investigación, lecturas y viajes (Larache, Sidi Ifni, El Aaiún...) en torno a esta historia de la que sabemos poco: la de las colonias españolas en estas dos partes de África (fenómenos distintos, pero interconectados). Casielles practica una poética de la “cebolla viva”: atenta a las muchísimas capas implicadas, salta del siglo XIX al XX y al XXI, de contorsión en contorsión. Con un estilo riguroso, claro y poético, y hasta con retranca, el poso que deja es de maravilla (por lo tremendo de su esfuerzo y su logro) y de desconcierto (¿cómo es que no estamos hablando de todo esto?).

La clave puede resumirse: la historia colonial de España en estos territorios, a lo largo del último siglo y medio, a medida que fue ocurriendo, fue ocultándose o tergiversándose. Y aquí estamos, año 2024: ni hemos reconocido los daños ni los hemos reparado. Y seguimos desconociéndonos: no entender la colonialidad de España en Marruecos y el Sáhara Occidental es no entender ni la Guerra Civil ni la dictadura ni la transición. Ni hoy.

Porque a cualquiera que le interese el mundo, la construcción de las identidades nacionales, este país o el presente, el tema le ha de sonar. Pero lo cierto es que casi nadie nos lo ha contado con un mínimo de profundidad: ni en la escuela, ni en la universidad, ni en los medios, ni en el congreso. Por eso a muchos se nos mezcla todo: que si el Tratado de Wad-Ras, que si militares africanistas, que si Cabo Juby, que si (¡salto al 2022!) masacre en la valla de Melilla, que si nueva Ley de Memoria Histórica (¡impulsada por un gobierno progresista!) que sigue con el borrado, que si Pedro Sánchez alineándose con Marruecos y abandonando otra vez a los saharauis... ¿Hay alguna manera de entender este gran lío como parte de una misma lógica? Sí y no. Arena en los ojos es un ensayo brillante que junta lo que debe juntarse y separa lo que debe separarse. Y se atreve a hurgar en lo turbio, lo incómodo, lo que rompe las dicotomías (derechas-izquierdas, malos-buenos). A dar algunas respuestas y seguir preguntando.

Casielles va multiplicando los interrogantes: “¿Qué pintaban las “tropas moras” en el golpe de Estado de Franco?”, “¿Por qué Marruecos no reivindica como héroe a Abdelkrim?”, “¿Por qué no hubo mestizaje entre la población local y los colonos?”

Antes de leerlo, tenía la esperanza de solucionar dos grandes dudas que me martilleaban desde hace años. Primera: ¿qué hacía mi iaio haciendo la mili en Tetuán? (Tienen que imaginar a un alcarreño de a pie más, muy humilde, muy joven.) Dos años en los que, según me contó, no hizo “na’ más que estarme allí”, esperar (¿El desierto de los tártaros?)... y aprender a contar hasta diez en árabe. Segunda: el dictador Franco quiso imponer una ideología ultracatólica, manchada de sueños imperiales, reminiscentes de la “reconquista” (tamizada por el fascismo): ¿qué pintaban las “tropas moras” en su golpe de Estado? ¿Y su amistad con tantos países musulmanes? ¿No se supone que eran sus herejísimos enemigos? Casielles empieza a ahondar en estos interrogantes y los va multiplicando.

Les dejo algunos: ¿cuál fue el papel del discurso de la “hermandad” hispano-marroquí en las diferentes empresas colonizadoras —las conservadoras, las ¿progresistas?—? ¿Por qué Marruecos no reivindica como héroe a Abdelkrim? ¿Cómo es que la última conquista colonial de España se consumó... durante la Segunda República? ¿Cómo es que Franco fue uno de los militares que aconsejó a la Segunda República reprimir la revolución de Asturias... recurriendo a la rabia de esos mismos soldados rifeños a los que España había combatido —y traumatizado— en la Guerra del Rif? ¿Por qué todavía hoy hay rifeños que sienten nostalgia del protectorado español y de su “lengua madrastra”, el castellano? ¿Cómo es que aún hay marroquíes, ex-soldados pobrísimos que combatieron contra la Segunda República y a los que Franco les prometió todo y no les dio nada, que cobran una pensión mensual... de seis euros? ¿Cómo es que algunos incluso recibieron —¡y mantienen!— Medallas por el Sufrimiento de la Patria (Casielles: “¿la patria de quién?”)? ¿Y qué hay del sultanato, y las élites locales? ¿Y Francia? ¿Puede una mujer nómada ser adoctrinada por la Sección Femenina franquista y luego darle la vuelta a sus argumentos y aprovecharse de ellos? ¿Por qué no hubo mestizaje entre la población local y los colonos? ¿Y Tánger? ¿Y los fosfatos en el Sáhara Occidental? ¿Cómo es que, mientras la mayor parte de África en los años sesenta empezaba a descolonizarse, España hizo como que sus colonias eran... nada más que provincias, “tan españolas como Cuenca o Albacete”? ¿Cómo se vive siendo saharaui no habiendo visto su mar?

Necesitamos otros marcos teóricos: el postcolonial anglosajón o francés no nos encaja. Y necesitamos, como hace Casielles, conversar. Su viaje (literal y de conocimiento) lo hace en compañía: se apoya en otros historiadores (María Rosa de Maradiaga, Carlos Cañete, Miguel Cardina, de quien toma el concepto de las “memorias cruzadas”), otros escritores (Manuel Chaves Nogales, Bahia Mahmud Awad, Mohamed El Morabet), amigas, testigos: gente que cuenta y que pregunta más.

Este es un libro para quienes creen que la colonización española en esta parte del mundo fue “menos mala” o que “colonias-colonias” no hubo. Pero también es un libro para quienes ya saben que esto no es cierto. Porque sí, no es cierto, pero queda mucha tela que cortar. Léanlo para los detalles, el estupor.

Arena en los ojos comienza con una alegoría literal, de esas que de vez en cuando caen del cielo: hace unos meses, allá por marzo, la calima “invadió” Madrid (y los telediarios). No se veía nada, la arena del Sáhara se colaba hasta en las rendijas de las puertas, formaba pequeñas dunas. Habla Casielles: ¿será que esa arena del sur habrá viajado, Magreb arriba, hasta nuestras casas para obligarnos a mirar, a no olvidar?
Portada de 'Arena en los ojos', de Laura Casielles.

Arena en los ojos

Laura Casielles
Libros del K. O., 2024
408 páginas. 23,90 euros

viernes, 19 de julio de 2024

_- Abril, la primera niña tratada con terapia génica para curar la sordera.

_- Un ensayo clínico prueba en España el primer tratamiento curativo para niños que nacen sin audición.

Pasados unos meses del nacimiento de su segunda hija, a la que llamaron Abril, Daniel y María Montaña decidieron recurrir a experimentos cada vez más ruidosos. Primero cerraron puertas, luego dieron verdaderos portazos, pusieron música a todo volumen, estallaron globos sin previo aviso. Pero su hija ni se inmutó, para sorpresa de su hermana mayor, María, que se sobresaltaba cada vez. Un tiempo después, en noviembre de 2023, los médicos les confirmaron que la niña apenas podía oír y que la pérdida iría en aumento. La culpable, les contaron, era una mutación genética poco frecuente que afecta a un gen esencial para que el sonido llegue al cerebro.

Abril tiene 15 meses. Lleva el pelo recogido en una coletilla, tiene la mirada muy fija y va de un lado para otro andando con decisión. Hay que fijarse mucho para darse cuenta de que no responde a la voz, solo al contacto visual. A los seis meses fue capaz de balbucear “papá” y “mamá”, pero poco después dejó de hablar de golpe. Los padres estaban sorprendidos porque no hay ningún antecedente en la familia. Pero los médicos les contaron que cada uno de ellos tiene una copia mutada del gen, y su hija heredó una de cada uno de ellos, por lo que ha desarrollado la enfermedad. Había un 25% de posibilidades de que pasase.

En estos casos, los dos primeros años de vida son claves. Es el margen que hay para poder intervenir y que el niño no tenga un retraso del habla. Pasado ese tiempo, la región del cerebro dedicada a escuchar, que no recibe estímulo alguno, suele volcarse en otra tarea, a menudo la visión. Hasta ahora, el tratamiento habitual era el implante coclear, un dispositivo que se instala en el oído interno y que palia la pérdida de oído, pero no la cura.

Cuando les dieron el diagnóstico, el padre de Abril, Daniel Hernández, comercial extremeño de 39 años, se puso a buscar por internet. Descubrió los resultados de un ensayo clínico en China en el que varios niños con sordera de nacimiento habían vuelto a oír, e incluso a hablar, después de recibir un nuevo tratamiento de terapia génica. Cuando supo que en España se iba a abrir un ensayo similar, ni él ni su mujer tuvieron dudas.

“Sabíamos que teníamos que hacerlo, aunque tuviésemos miedo, era una oportunidad única”, recordaba María Montaña, arquitecta técnica extremeña de 37 años, hace unos días en la planta de otorrinolaringología de la Clínica Universidad de Navarra (CUN), en Pamplona, mientras esperaba a que su hija saliese de unas pruebas de audición.

Clínica Universidad de Navarra
Abril juega en la sala infantil de la Clínica Universidad de Navarra junto a sus padres.
PABLO LASAOSA

El oído humano es un prodigio al que a menudo no prestamos la atención debida. Las ondas de sonido llegan a la oreja, son amplificadas por varios huesos diminutos y penetran hasta el oído interno, donde hay unos mililitros de líquido acuoso llamado endolinfa. Dentro de la cóclea, una estructura en espiral parecida a la concha de un caracol, hay miles de células ciliadas que se bañan en ese líquido, recogen con sus vellosidades las ondas de sonido y las transforman en señales químicas que transmiten a las primeras neuronas. Y en ese momento el cerebro oye; todo en fracciones de segundo.

Raquel Manrique, otorrino del hospital navarro, describe este proceso como una fila de fichas de dominó que van cayendo una a una. En el caso de Abril hay un vacío entre pieza y pieza, de forma que el sonido nunca llega al cerebro. Ese vacío se debe a una mutación en el gen OTOF que le impide producir otoferlina, una proteína esencial para que las células del oído interno se comuniquen con el encéfalo.

El pasado 2 de mayo, los médicos de la CUN sedaron a Abril para hacerle una pequeña incisión detrás de la oreja derecha. El objetivo era llegar a la cóclea, más pequeña que la uña del meñique, e introducir un catéter por el que inyectaron la nueva terapia génica DB-OTO, desarrollada por la empresa estadounidense Regeneron. El tratamiento contiene la versión correcta del gen empaquetada en adenovirus inofensivos. Estos virus entran en las células ciliadas del oído y liberan su carga genética, lo que potencialmente devuelve la capacidad de oír. La recuperación es tan rápida que el paciente sale del hospital el día después.

Abril ha sido la primera niña en España en ser tratada dentro de un ensayo clínico que también se realiza en Reino Unido y Estados Unidos, y que está evaluando la seguridad y la efectividad de esta terapia experimental. En este primer país, Opal, una niña sorda de 18 meses, ha recuperado la audición casi por completo. En Estados Unidos, dentro de otro ensayo similar se trató a Aissam, un joven de 12 años que ha conseguido recuperar la audición, aunque probablemente no logre aprender a hablar, según explicaron sus médicos a EL PAÍS. China lleva la delantera con una terapia muy parecida que dio resultados extraordinarios en seis niños a finales del año pasado.

Los médicos aún no han detectado señales de audición en Abril. No es alarmante porque los primeros signos pueden llegar hasta seis meses después de la intervención. “Una cosa es que estemos colocando la pieza de dominó que falta, pero ahora debe empezar a funcionar y eso lleva su tiempo. Pero estamos esperanzados porque el grupo de China ha publicado ya los resultados y ven buenas respuestas”, confiesa Manrique.

Su padre, Manuel, es jefe de otorrinolaringología del hospital navarro.“Estamos ante el primer tratamiento curativo para estos tipos de sordera; hasta ahora, todos los procedimientos eran paliativos”, asegura. El médico de 66 años, pionero de los implantes cocleares en España, cree que este es el primer paso hacia un futuro próximo en el que esta y otras sorderas congénitas se podrán revertir con terapia génica, sin necesidad de otra intervención.

Clínica Universidad de Navarra
Abril, en la sala de juegos infantiles de la Clínica Universidad de Navarra.
PABLO LASAOSA

El Hospital pamplonica espera tratar a otros cuatro niños de uno, ocho, 10 y 16 años dentro del ensayo. Este miércoles se ha operado también al primer paciente en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid, una niña de dos años, explica Rubén Polo, otorrino que dirige este brazo del ensayo. Y hay un tercer centro, el Hospital Univesitario Materno-Infantil de Las Palmas, en Canarias, a la espera de pacientes. “Con este tipo de terapia, cuanto antes se interviene, mejor recuperación puede esperarse del oído y, por tanto, mejor desarrollo de la corteza cerebral auditiva. Si esta no se ha desarrollado, por mucho que recuperen el oído ya no se puede desarrollar el lenguaje”, resalta.

Uno de los científicos claves en el desarrollo de estas nuevas terapias ha sido Ignacio del Castillo, genetista del Ramón y Cajal. Hace 20 años, el investigador comenzó a estudiar las diferentes mutaciones del OTOF que causan sordera congénita y a intentar entender su frecuencia. De todas las sorderas congénitas, que afectan a dos de cada mil niños recién nacidos, las mutaciones del OTOF suponen el 3%. Del Castillo ha descubierto varias de ellas, sobre todo una que es originaria de España y desde aquí pasó a Cuba, Argentina, Colombia, y probablemente otros países hispanoamericanos. Esta mutación afecta a unos cuatro recién nacidos de cada 100.000, una frecuencia que es hasta cuatro veces mayor que en otros países.

Del Castillo ha llegado a encontrar a toda una familia de Cantabria afectada por este tipo de sordera durante generaciones. “Imagínate si algunas de estas familias tienen fe en la ciencia”, explica al teléfono, “que tenemos dos niñas de 12 años que se han resistido a que les pongamos implantes cocleares en los dos oídos, pues tenían la esperanza de que algún día la terapia génica pudiese curarles al menos uno de ellos.“Estas dos niñas están en espera para ser tratadas y probablemente se beneficiarán de ello”, resalta. Del Castillo cree que la recuperación de los umbrales de audición vistas en China son “espectaculares”. La única incógnita, advierte, es cuánto duran los efectos del tratamiento.

Jonathon Whitton, director ejecutivo de Regeneron, explica que por ahora todos los pacientes recibirán el tratamiento en un oído. Si se confirma el éxito inicial, y una vez se ajuste la dosis correcta, se tratará el segundo, siempre que antes no se hubiese hecho un implante coclear. “Nuestra intención es presentar una solicitud de aprobación a finales del próximo año”, detalla este audiólogo que lleva involucrado en el proyecto desde 2016. Al mismo tiempo, la empresa ya investiga terapias similares contra sorderas genéticas más frecuentes, como la falta de la proteína conexina.

Daniel, el padre de Abril, sabe que si todo sale bien su hija no recordará nada de todo esto. Estos días él y su mujer están tan pendientes de cualquier cambio que a veces les parece que su hija les ha escuchado cuando la llaman. Pero los médicos les han dicho que ellos no van a notar nada, serán primero ellos, con las pruebas que miden los impulsos eléctricos que llegan al cerebro, los que sepan que Abril ya oye. “El día de mañana le contaremos lo que ha pasado desde su nacimiento para que ella lo sepa. Por ahora estamos dentro del tiempo esperado y hay que tener paciencia”, zanja Daniel.

jueves, 18 de julio de 2024

¿Tienen conciencia los animales?: la nueva evidencia que marca un "cambio radical" en lo que sabemos sobre su comportamiento

Darwin

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Pie de foto,Charles Darwin aseguraba que los animales tenían capacidad de sentir placer y dolor, felicidad y miseria.

Charles Darwin ocupa un lugar casi sagrado entre los científicos por su teoría de la evolución. Sin embargo, su idea de que los animales son conscientes de la misma manera que los humanos ha sido rechazada durante mucho tiempo. Hasta ahora.

"No existe una diferencia fundamental entre el hombre y los animales en su capacidad de sentir placer y dolor, felicidad y miseria", escribió Darwin.

Pero su sugerencia de que los animales piensan y sienten fue vista como una herejía científica entre muchos, si no la mayoría, de los expertos en comportamiento animal.

Atribuir conciencia a los animales en función de sus respuestas se consideraba un pecado capital. El argumento era que proyectar rasgos, sentimientos y comportamientos humanos en los animales no tenía base científica y no había forma de probar lo que sucede en las mentes de los animales.

Pero si surge nueva evidencia de la capacidad de los animales para sentir y procesar lo que sucede a su alrededor, ¿podría significar que son conscientes?

El ejemplo de las abejas

Ahora sabemos que las abejas pueden contar, reconocer rostros humanos y aprender a utilizar herramientas.

El profesor Lars Chittka de la Universidad Queen Mary de Londres ha trabajado en muchos de los principales estudios sobre la inteligencia de las abejas.

"Si las abejas son tan inteligentes, tal vez puedan pensar y sentir algo que sea la base de la conciencia", afirma.

Los experimentos del profesor Chittka demostraron que las abejas modificaban su comportamiento después de un incidente traumático y parecían capaces de jugar, haciendo rodar pequeñas bolas de madera, una actividad que, según él, parecían disfrutar.

Estos resultados han persuadido a uno de los científicos más influyentes y respetados en la investigación con animales a hacer esta declaración fuerte, cruda y polémica:

"Dada toda la evidencia que hay sobre la mesa, es muy probable que las abejas tengan conciencia", dijo. 

 Abeja

Abeja

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Estudios indican que las abejas modifican su comportamiento después de un incidente traumático.

“Cambio radical”

No se trata sólo de las abejas. Muchos coinciden en que ha llegado el momento de reevaluar nuestro pensamiento sobre la conciencia animal, a partir de nueva evidencia que marca un "cambio radical".

En ese grupo de científicos se encuentra el profesor Jonathan Birch de la London School of Economics.

"Tenemos investigadores de diferentes campos que empiezan a atreverse a hacer preguntas sobre la conciencia animal y a pensar explícitamente en cómo su investigación podría ser relevante para esas preguntas", afirma Birch.

Sin embargo, cualquiera que busque un momento eureka quedará decepcionado.

En cambio, el aumento constante de evidencias para repensar este paradigma ha generado comentarios entre los investigadores involucrados. Ahora muchos reclaman un cambio en el pensamiento científico en este campo.

Lo que se ha descubierto puede no ser una prueba concluyente de la conciencia animal, pero en conjunto, es suficiente para sugerir que existe "una posibilidad realista" de que los animales sean capaces de tener conciencia, indica Birch.

Esto no sólo se aplica a los llamados animales superiores, como los simios y los delfines, que han alcanzado un estado de desarrollo más avanzado que otros animales. También para criaturas más simples, como serpientes, pulpos, cangrejos, abejas y posiblemente incluso moscas de la fruta.

Este grupo de científicos busca financiación para hacer nuevas investigaciones y determinar si los animales son conscientes y, de ser así, en qué medida. 

 Simios

Simios

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Los científicos consideran a los simios animales superiores por tener un estado de desarrollo mayor que otras especies.

Cómo definir la conciencia

Si usted se pregunta qué entendemos por conciencia, no está solo. Es algo en lo que los científicos ni siquiera pueden ponerse de acuerdo.

Uno de los primeros esfuerzos se produjo en el siglo XVII, por parte del filósofo francés René Descartes, quien dijo: "Pienso, luego existo".

"El lenguaje es el único signo cierto del pensamiento escondido en un cuerpo", añadió.

Pero este razonamiento ha enturbiado las aguas durante demasiado tiempo, considera el profesor Anil Seth de la Universidad de Sussex, quien ha debatido sobre la definición de conciencia durante gran parte de su carrera profesional.

"Esta impía trinidad de lenguaje, inteligencia y conciencia se remonta a Descartes", dijo a la BBC con malestar frente a la falta de cuestionamientos a este enfoque hasta hace poco.

La "trinidad impía" está en el centro de un movimiento llamado conductismo, que surgió a principios del siglo XX. Dice que los pensamientos y sentimientos no pueden medirse con métodos científicos y, por lo tanto, deben ignorarse al analizar el comportamiento.

Aunque muchos expertos en comportamiento animal se formaron en esta escuela, comienza a abrirse un enfoque menos centrado en el ser humano, asegura Seth.

"Debido a que vemos las cosas a través de una lente humana, tendemos a asociar la conciencia con el lenguaje y la inteligencia”, explica. “El hecho de que estén juntos en nosotros no significa que vayan juntos en general". 
 Anil Seth

Anil Seth

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El investigador Anil Seth cuestiona la definición de la conciencia.

Sensibilidad en lugar de conciencia
Algunos son muy críticos con ciertos usos de la palabra conciencia.

"El campo está repleto de palabras ambiguas y desafortunadamente una de ellas es la conciencia", advierte el profesor Stevan Harnad de la Universidad de Quebec.

"Es una palabra que mucha gente utiliza con confianza, pero significa algo diferente para cada persona, por lo que no está nada claro qué significa".

Harnad asegura que una palabra mejor, menos ambigua, puede ser "sensibilidad", que se define más estrictamente como la capacidad de sentir.

"Sentirlo todo, un pellizco, ver el color rojo, sentirte cansado y hambriento, son todas las cosas que sientes", indica.

Otros que se han mostrado instintivamente escépticos ante la idea de que los animales sean conscientes dicen que la nueva interpretación más amplia de lo que significa ser consciente marca la diferencia.

Una de ellas es la doctora Monique Udell, de la Universidad Estatal de Oregón, quien tiene una formación conductista.

"Si observamos distintos comportamientos, por ejemplo, qué especies pueden reconocerse a sí mismas en un espejo, cuántas pueden planificar con anticipación o recordar cosas que sucedieron en el pasado, podemos probar estas preguntas con experimentación y observación y sacar más conclusiones precisas basadas en datos", afirma.

"Y si vamos a definir la conciencia como una suma de comportamientos mensurables, entonces se puede decir que los animales que han tenido éxito en estas tareas particulares tienen algo que elegimos llamar conciencia".

Ésta es una definición de conciencia mucho más estrecha que la que promueve el nuevo grupo, pero según la doctora Udell, la ciencia se trata de un choque respetuoso de ideas.

"Contar con personas que tomen las ideas con cautela y tengan un ojo crítico es importante, porque si no abordamos estas preguntas de diferentes maneras, será más difícil progresar". 

 laboratorio

laboratorio

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Los científicos coinciden en que es importante ampliar las investigaciones científicas sobre los animales.

Una declaración de conciencia animal

¿Pero qué sigue? Algunos dicen que es necesario estudiar muchas más especies para determinar si es posible que los animales tengan conciencia.

"En este momento, la mayor parte de la ciencia se hace en humanos y monos y estamos haciendo el trabajo mucho más difícil de lo necesario porque no estamos aprendiendo sobre la conciencia en su forma más básica", dice Kristin Andrews, profesora de Filosofía especializada en mentes animales en la Universidad de York en Toronto.

Andrews y muchos otros creen que la investigación en humanos y monos es el estudio de un nivel de conciencia superior (que se manifiesta en la capacidad de comunicarse y sentir emociones complejas), mientras que un pulpo o una serpiente también pueden tener un nivel de conciencia más básico que estamos ignorando por no investigarlo.

Esta investigadora fue una de las principales impulsoras de la Declaración de Nueva York sobre la Conciencia Animal, firmada a principios de este año y que hasta ahora ha sido suscrita por 286 investigadores.

La breve declaración de cuatro párrafos establece que es “irresponsable” ignorar la posibilidad de la conciencia animal.

"Debemos considerar los riesgos para el bienestar y utilizar la evidencia para informar nuestras respuestas a estos riesgos", dice. 
 Kristin Andrews

Kristin Andrews

FUENTE DE LA IMAGEN,CORTESÍA DE LA UNIVERSIDAD DE YORK

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Kristin Andrews promovió la Declaración de Nueva York sobre la Conciencia Animal.

Chris Magee pertenece al Understanding Animal Research, un organismo del Reino Unido respaldado por organizaciones de investigación y empresas que realizan experimentos con animales.

Asegura que se asume que los animales tienen conciencia cuando se realizan experimentos con ellos y advierte que las regulaciones del Reino Unido exigen que los experimentos se realicen sólo si los beneficios para la investigación médica superan el sufrimiento causado.

"Hay pruebas suficientes para que adoptemos un enfoque de precaución", afirma.

“Pero también hay muchas cosas que no sabemos, incluso sobre crustáceos decápodos como cangrejos, langostas, cangrejos y camarones”.

"No sabemos mucho sobre su experiencia vivida, ni siquiera cosas básicas como el momento en que mueren. Y esto es importante porque necesitamos establecer reglas para protegerlos, ya sea en el laboratorio o en la naturaleza".

Una revisión dirigida por Birch en 2021 evaluó 300 estudios científicos sobre la sensibilidad de los decápodos y cefalópodos, que incluyen pulpos, calamares y sepias.

El equipo del profesor Birch descubrió que había pruebas sólidas de que estas criaturas eran sensibles, ya que podían experimentar sensaciones de dolor, placer, sed, hambre, calidez, alegría, consuelo y excitación.

Las conclusiones de esta revisión llevaron al gobierno británico a incluir a estas criaturas en su Ley de Bienestar Animal en 2022.

"Se han descuidado las cuestiones relacionadas con el bienestar de los pulpos y los cangrejos", afirma Birch. "La ciencia emergente debería alentar a la sociedad de tomar estas cuestiones un poco más en serio". 
 Pulpo

Pulpo

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Animales como los pulpos podrían tener un nivel de conciencia que se desconoce porque no se está investigando.

Los herejes

Hay millones de tipos diferentes de animales y se han llevado a cabo muy pocas investigaciones sobre cómo experimentan el mundo.

Sabemos un poco sobre las abejas y otros investigadores han mostrado indicios de comportamiento consciente en cucarachas e incluso moscas de la fruta, pero hay muchos otros experimentos por realizar con muchos otros animales.

Es un campo de estudio que los herejes que firmaron la Declaración de Nueva York afirman que ha sido descuidado, incluso ridiculizado. Su enfoque, decir lo indecible y arriesgarse a ser sancionado, no es nada nuevo.

Casi al mismo tiempo que René Descartes decía "pienso, luego existo", la Iglesia católica encontró al astrónomo italiano Galileo Galilei "vehementemente sospechoso de herejía" por sugerir que la Tierra no era el centro del Universo.

Fue un cambio de pensamiento que nos abrió los ojos a una imagen más verdadera y rica del Universo y nuestro lugar en él.

Desplazarnos del centro del Universo por segunda vez puede tener el mismo efecto en nuestra comprensión de nosotros mismos y de los demás seres vivos con quienes compartimos el planeta. 

miércoles, 17 de julio de 2024

_- Un macroestudio demuestra que el estilo de vida saludable puede compensar una mala genética.

_- Los datos de más de 350.000 personas durante 13 años sugieren que una dieta sana, ejercicio y no fumar, entre otras cuestiones, alarga considerablemente la vida de personas con predisposición a una vida más corta.

Hace ya tiempo que la ciencia demostró que un estilo de vida saludable mejora la calidad de vida de las personas, aumenta la esperanza de vida, disminuye la prevalencia de determinadas enfermedades crónicas y reduce considerablemente la mortalidad. La evidencia al respecto es tan sólida que, en tiempos de fake news, esta parece una verdad a salvo de cualquier teoría de la conspiración. Pero, ¿qué ocurre con las personas que están genéticamente predispuestas a tener una vida más corta? Según datos de una investigación llevada a cabo en Islandia, se estima que alrededor del 4% de la población es portadora de lo que se conoce como genotipos procesables, es decir, genotipos asociados a una vida más corta porque aumentan el riesgo de padecer una enfermedad para las cual existen medidas preventivas o terapéuticas disponibles. ¿En estos casos un estilo de vida saludable también puede tener el impacto suficiente para revertir esa predisposición?

A esta pregunta ha respondido un estudio publicado recientemente en la revista científica BMJ Evidence-Based Medicine, con base en los datos de más de 350.000 participantes del Biobanco del Reino Unido a los que se siguió durante una media de 13 años, que ha demostrado que la genética y los estilos de vida tienen un impacto independiente sobre la esperanza de vida de las personas; pero que estos últimos tienen la capacidad de compensar la genética y alargar considerablemente la vida de personas con predisposición a una vida más corta.

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DVD1208(/04/2024). Sevilla. Personas mayores este martes en Sevilla. FOTO: PACO PUENTES (EL PAÍS). Cómo el género moldea la salud: ellas viven más años, pero en peor estado

Concretamente, según los resultados de la investigación, las personas con una alta predisposición genética a una esperanza de vida más corta presentan un riesgo de muerte prematura un 21% mayor en comparación con aquellos con un riesgo genético bajo, independientemente de sus elecciones de estilo de vida. Por su parte, un estilo de vida insano se asociaría con un riesgo de muerte prematura un 78% mayor, independientemente de los determinantes genéticos. Y lo más importante: gracias a un estilo de vida saludable, las personas con riesgo genético de muerte prematura pueden reducir ese riesgo en aproximadamente un 62% y ver prolongada su esperanza de vida aproximadamente en 5,22 años al cumplir los 40 años.

“Es la primera vez que se realiza una investigación para comprender hasta qué punto un estilo de vida saludable puede contrarrestar la genética”, explica a EL PAÍS el profesor Xifeng Wu, miembro del departamento de Big Data en Ciencias de la Salud de la Facultad de Medicina de la Universidad de Zhejiang (China), que destaca que los resultados de la investigación demuestran la importancia de “centrarse en desarrollar y mantener hábitos saludables, sin importar lo que digan nuestros genes”.

“Es un trabajo muy interesante porque hace una valoración conjunta de la genética y los hábitos de vida, para demostrar que la genética, aunque es un factor que actúa de forma independiente sobre la esperanza de vida, no lo tiene todo por decir”, analiza Almudena Beltrán de Miguel, especialista en medicina interna y miembro de la Unidad de Chequeos de la Clínica Universidad de Navarra, que considera que este tipo de estudios ofrecen a los profesionales médicos una “vía de acceso” hacia una medicina más participativa “en la que se alienta al paciente a tomar las riendas de su propia salud”.

¿Qué se entiende por un estilo de vida saludable? En el estudio se evaluaron varios aspectos relacionados con un estilo de vida saludable, entre ellos no fumar, mantener un consumo moderado de alcohol, realizar actividad física regular, mantener un peso corporal saludable, garantizar una duración adecuada del sueño y seguir una dieta saludable; y a partir de ellos se agrupó a los participantes en el estudio en tres categorías de estilo de vida: favorable, intermedia y desfavorable. “En el estudio vimos que todos estos factores pueden compensar significativamente el riesgo genético de una esperanza de vida más corta, pero identificamos una combinación óptima de estilo de vida que ofrecía mejores beneficios para prolongar la vida humana y que contenía cuatro factores de estilo de vida: no fumar, realizar actividad física regular, mantener una duración adecuada del sueño y seguir una dieta saludable”, explica Xifeng Wu.

“Hay gran trabajo que hacer sobre el sueño, porque además hasta ahora casi nadie lo metía como hábito de vida saludable. Y como demuestra este estudio lo es, tanto desde el punto de vista físico como psíquico. Mi sensación es que la higiene del sueño la cuidamos poco y que hacemos poca incidencia sobre ella en consulta”, afirma Almudena Beltrán. Su opinión la comparte Ángel Gil de Miguel, profesor de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, que destaca también la necesidad de “insistir mucho más” sobre la alimentación y, en especial, sobre el consumo de azúcares: “Estamos asistiendo a la aparición cada vez más habitual de una diabetes tipo 2 en personas de 50 años, cuando antes esta enfermedad debutaba a partir de los 65″.

Con base en los resultados del estudio, que demuestran que un estilo de vida saludable es “crucial” para prolongar la esperanza de vida y mejorar la calidad de vida de las personas, Xifeng Wu considera las decisiones políticas en materia de salud pública deberían centrarse “en promover la educación sanitaria, fomentar los controles médicos preventivos, y proporcionar una gestión sanitaria personalizada a los grupos de alto riesgo genético para reducir los mismos y mejorar la salud pública”.

También en la educación sanitaria centra su reivindicación Ángel Gil de Miguel, que considera que habría que empezar “cada vez un poco antes” a hablar de lo que son estilos de vida saludables. “Hay que empezar desde la escuela a crear esos hábitos, porque lo que se ha visto en otros estudios es que, si a ti te forman en buenos hábitos de pequeño, eso marca y se queda grabado. Y sí, es posible que de los 18 a los 35 hagas el salvaje, pero a partir de los 40 aquello que aprendiste de pequeño vuelve”, reflexiona el catedrático.

Una opinión que comparte Almudena Beltrán, que señala que esa educación en medicina preventiva es básica para que, cuando aún no se ha desarrollado la enfermedad y se están llevando a cabo hábitos de vida muy desfavorables, “una persona se dé cuenta de la necesidad de cambiar esos hábitos para revertir todo el sustrato inflamativo y oxidativo que precede a la enfermedad, lo que la va a poner en una posición de vida mucho más favorable. Nunca es tarde para modificar hábitos de vida”.

martes, 16 de julio de 2024

Cómo ayudar a una persona que fue víctima de abuso sexual infantil.

Una mujer se columpia en un atardecer.
Una mujer se columpia en un atardecer.
Todo trauma psicológico deja huellas, pero el abuso sexual en la infancia especialmente. Cuando ya ha ocurrido, son fundamentales la escucha, la calma, el apoyo y la esperanza.

Hubo una época en la que el abuso sexual a los niños y adolescentes estaba normalizado o banalizado, pero esto ya se ha acabado. Hoy sabemos que la experiencia de ser —o el doloroso recuerdo de haber sido— un mero objeto de satisfacción erótica por parte de un adulto produce una profunda y duradera herida personal. Conlleva una íntima vivencia de indefensión ante el mundo, que abre el camino a nuevos traumas, y pulveriza el sentido de dignidad personal. Algunos autores hablan de la “brújula interna rota”, el desconcierto de haber sido por momentos una cosa, un elemento de satisfacción, no un ser humano, y de recordar que donde debía haber ternura y protección sólo hubo jadeos y el aliento del monstruo.

Todo trauma psicológico deja huellas, pero el abuso sexual en la infancia especialmente. Multiplica por 3,5 el riesgo de desarrollar un trastorno mental, especialmente depresión, estrés postraumático, ideación suicida, bulimia, disfunción sexual y problemas psicosomáticos. El cuerpo a veces grita. Al desvelarse los hechos terribles, aparecen profundos sentimientos de vergüenza, culpa, pena o miedo.

MÁS INFORMACIÓN Maltrato infantil
Cómo el maltrato infantil condiciona la salud de quien lo sufrió

El perpetrador se encarga de tejer una red de señuelos, mentiras y ocultaciones para no ser descubierto, y la víctima se tortura por haber aceptado ese regalo secreto elegido exclusivamente para ella, haberse creído el favorito del equipo de baloncesto —y tener además “unos ojos azules muy bonitos”—, haber aceptado ese absurdo y secreto pacto de silencio en el vestuario o en el aula de teatro. El pederasta puede utilizar la estrategia del favoritismo, aliarse con el rebelde adolescente contra sus padres o recurrir al chantaje personal —“si lo cuentas, estás muerta”—; puede utilizar y manosear los ideales nobles del deporte, la familia, la cultura o, como tantas veces, la religión. Su único propósito es profanar la infancia, porque le satisface sexualmente.

Afortunadamente, hay muchas personas que fueron víctimas de abuso sexual que han seguido adelante, sin llegar a desarrollar psicopatología o requerir ayuda profesional. Pero hay factores que dificultan este heroico proceso: la permisividad del delito, el silencio familiar, la falta de castigo, el encubrimiento y la negativa a colaborar con la justicia. En EE UU, las cifras dan bastante pavor: el 13% de las mujeres y 1,2% de los hombres han experimentado penetración forzada, y aparte, un 14% recuerda haber sufrido algún otro tipo de coerción sexual. Más de un tercio de estos abusos sexuales se producen en el hogar, con familiares varones de mayor o menor grado (padrastros y padres, abuelos, tíos, algún hermano mayor en el despertar de su adolescencia, vecinos) como principales perpetradores.

Se juntan en ellos dos tendencias: una atracción sexual atípica hacia los niños o adolescentes (pedofilia o hebefilia, respectivamente) —mostrada en una preocupación aumentada por el tema, consumo de pornografía, gustos inusuales por elementos infantiles— y unos rasgos antisociales, es decir, poco respeto hacia las normas y los sentimientos ajenos, insensibilidad al dolor, asunción de riesgos y comportamiento inestable e irresponsable. Algunos pederastas están encubiertos y parecen las mejores personas del mundo. A menudo la rabia de las víctimas se dirige hacia aquellas personas que permitieron o no detectaron el abuso: “¿Pero no lo veíais?”, claman. Sin caer en un alarmismo paranoide, la protección a la infancia empieza por no abandonar a los niños a su suerte, en manos de desaprensivos. Cierta vigilancia inteligente es preventiva.

Escuchar con atención y ofrecer apego
Lo primero es escuchar. Si la víctima tiene tanta confianza en nosotros como para contarnos esto, no debemos decirle “de todo se sale” o “eso ya quedó atrás”, ni tampoco introducir puntos de cuestionamiento o culpabilización. Toca escuchar con calma, sin juzgar ni tratar de solucionarle las cosas ni decirle “sé cómo te sientes” (porque no es así, solo nos lo podemos imaginar de lejos). Darle todo el apoyo que podamos, sin fisuras, favorece que reciba apoyo social y legal, que normalice sus actividades, que no haga de ese recuerdo el centro de su vida, pero respetando su propio ritmo.

Sin alarmarnos, al observar su comportamiento, es posible que aparezcan síntomas o conductas autolesivas. Entonces, si lo requiere, podemos ofrecerle ayuda profesional. Hay terapias psicológicas como la cognitivo-conductual o el EMDR (terapia de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares) que han demostrado eficacia. A veces, un fármaco puede aliviar mucho el tormento. Darle seguridad, apego seguro —no intermitente—, genera un espacio de diálogo para que comparta su experiencia y, ojalá, su historia de superación.

El psicólogo Georges Politzer recomendaba a los estudiosos de la mente que “lean ficción, donde los dramas biográficos fluyen, antes de enfrentar monografías científicas que los congelan”. Pensé en ello leyendo la maravillosa novela En la boca del lobo, de Elvira Lindo, en la que fluye una niña de once años llamada Julieta, que no colabora, que encuentra dolor y paz produciéndose lesiones, que se disocia y no sabe a veces quién es quién, que vive en la vergüenza perpetua y tiene un pasado secreto. Afortunadamente, encuentra a alguien que la escucha con atención y le da un lugar en el mundo. Es un ejemplo de cómo la buena literatura puede retratar la psicología humana y trascenderla.