En Huesca no hay un Zara de ropa de adultos, y la gente joven lo vive como una tragedia. La capital se viste en las numerosas boutiques burguesas con su dulce aire anticuado. Un apego a los locales de toda la vida que se torna en un placer, especialmente a la hora de comer: la ciudad aragonesa, de unos 50.000 habitantes, cuenta con dos restaurantes con estrella Michelin, algunas de las mejores pastelerías españolas y una histórica tienda de ultramarinos modernista que ha salido en The New York Times y cuya insuperable tendera acaba de regresar de Bruselas de recoger el premio a la mejor empresaria del año.
10.00 Moneo, a las afueras
Trenza o pastel ruso. Este es el primer dilema gastronómico al que se enfrenta el visitante cuando amanece en la ciudad. Estos dulces resumen una tradición pastelera de siglos. En Ascaso (1) (Coso Alto, 9), la tahona data del siglo XIX, cuando el bisabuelo de la actual propietaria comenzó a hornear. La repostería aparece en la lista de las 50 mejores pastelerías de Europa, y sus variedades invitan a la glotonería. Tras el dulce habrá levantado la niebla que cubre Huesca por la noche y no se desprende de sus elegantes edificios hasta que los primeros rayos de sol los calientan. El teatro Olimpia (2) (Coso Alto, 40-42; www.fundacionanselmopie.org) es uno de ellos. De 1925, cerró en 2003 y, tras una profunda reforma, en 2008 reanudó su programación.
Alejándose de la solera, casi en las afueras (25 minutos caminando), sorprende el CDAN (3) (Centro de Arte y Naturaleza. Avenida del Doctor Artero s/n; www.cdan.es). Proyectado por Rafael Moneo, este impresionante espacio abrió en 2006 para albergar la colección de arte contemporáneo Beulas-Sarrate. Una visita imprescindible.
12.00 Trufas con estrella
La ciudad huele a montaña, y la banda sonora de sus calles es el trino de los estorninos. Son tantos, que el Ayuntamiento ha llegado a considerarlos una plaga. En la botería La Fuente (4) (plaza de San Lorenzo, 7; 974 22 44 88), el cuero toca la nariz. En sus talleres, abiertos hace más de cien años por el bisabuelo de la actual dueña, esquilan, marcan la piel, la untan de pez y la dejan secar. En la plaza que hay a su puerta, frente a la iglesia de San Lorenzo, bailan, durante las fiestas populares, Los Danzantes de Huesca (www.danzantesdehuesca.es), una tradición folclórica del siglo XV.
Tuber melanosporum, o trufa negra, es otra maravilla que esconde el suelo de los Pirineos. Y el restaurante Lillas Pastia (5) (plaza de Navarra, 4; 972 22 16 91; www.lillaspastia.es), que este año recuperó la estrella Michelin, está especializado en usar los hongos en sus exquisitos platos. "Somos cocineros; con estrella o sin ella, lo importante es que la gente coma bien y disfrute", dice Roberto Aragón, jefe de cocina del restaurante de Carmelo Bosque. Antes de sentarse a la mesa hay que pararse en el rellano; el restaurante está en la planta baja del Círculo Oscense (plaza de Navarra, 4) o Casino. En este edificio modernista, de principios del siglo XX, se citaba la vanguardia de la época, entre ellos el escultor Ramón Acín. En 1932, el artista ganó la lotería; ese año el Gordo cayó en Huesca porque Doña Manolita envió desde Madrid una serie completa del número ganador. Con ese dinero, Acín financió Las Hurdes, de Buñuel. Aunque su Monumento a Las Pajaritas, situado en el parque municipal de Miguel Servet (6), se transformó en emblema de la ciudad desde su instalación en 1929, la dictadura consideró que el libertario Acín merecía la muerte.
15.00 El avión trashumante
A Eduardo Cajal le fascinan los aviones. En 1992 encontró uno partido en dos y, desde entonces, el escultor, dedicado al arte industrial, trabaja dentro de él. "Recompuse la estructura y lo planteé como una instalación basada en la trashumancia cultural: los artistas podrían intervenir en el interior", explica Cajal desde su nave-estudio (7), repleta de piezas de diversos tamaños, en un polígono de la capital (Polígono Sepes; calle de la Ganadería, nave 9).
16.00 Azafrán a granel
Tras la impresión del DC-9, parada en el Palacio de Deportes (8) (prolongación de la calle de San Jorge, s/n). El proyecto, del genial Enric Miralles, inaugurado en 1994, consiguió el León de Oro en la Bienal de Venecia. En La Anónima (9) (Cabestany, 19; www.libreriaanonima.es), algún libro habla sobre la obra del arquitecto catalán. Su club de lectura es famoso, y hace tres años, Chema Aniés, su propietario, ganó el Premio Nacional de Librero Cultural. Otra celebrity local es María Jesús Sanvicente. Regenta La Confianza (10) (plaza de Luis López Allué, 8; http://ultramarinoslaconfianza.com), que se proclama la tienda más antigua de España. "El local se abrió en 1871 por Hilario de Vallier, luego lo cogió mi abuelo. Es algo familiar; una tienda de toda la vida", cuenta mientras pesa unos garbanzos. En el comercio se venden legumbres, azafrán a granel y todo tipo de especialidades locales; en su cueva organizan eventos y se puede comer algo si se reserva. Su fama trasciende: el año pasado recibió el Premio a la Mujer Empresaria Europea por su asombroso ultramarinos.
19.00 Alternativa, el Matadero
Como muestra del panorama alternativo nos dirigimos al Matadero (11) (avenida de Martínez de Velasco, 4). Las naves del edificio industrial, de los años veinte, acogen representaciones teatrales y algunos de los mejores conciertos de la ciudad. Da Vinci (12) (Padre Huesca, 13) es un buen lugar para las tapas. Y para cenar, otro restaurante con estrella Michelin: Las Torres (13) (María Auxiliadora, 3; www.lastorres-restaurante.com), comandado por Fernando Abadía.
23.00 Microfiestón y Amaral
La noche oscense se divide en dos partes: el Tubo de arriba y el Tubo de abajo. Distan cinco minutos y concentran la marcha nocturna. En Juan Sebastián Bar (14) (Roldán, 27) sirven buenas copas y tienen una gramola con una divertida selección de vinilos. La música en directo se cita en la Sala Edén (15) (pasaje de Avellanas; www.salaeden.com), donde Amaral dio sus primeros pasos. Si se quiere alargar la fiesta, Flow Microclub (16) (Roldán, 25) es pequeño, pero matón. En el escueto local pinchan la mejor electrónica de la capital, y los fines de semana tienen disc jockeys invitados. Si se piensa bien, con todo esto, ¿quién necesita un Zara? De El Viajero en El País.
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