En él se dicen al menos dos cosas muy gruesas que cuestionan la acción del propio FMI, la Comisión Europea (CE) y el Banco Central Europeo (BCE). A saber: que se subestimó el impacto de la austeridad en la vida de los ciudadanos (el PIB cayó un 17% en tres años, cuando “solo” se esperaba una reducción del 5,5%; y el paro ha llegado al 27% de la población activa, cuando todo lo más se calculaba un 15%). Y, no menos significativo, que la fórmula escogida de reestructuración de la deuda griega permitió a muchos inversores privados reducir su exposición y trasladar el endeudamiento a los inversores públicos: una socialización de las pérdidas. ¿No se puede calificar este resultado de catastrófico para el bienestar ciudadano y algo parecido a una gigantesca estafa para las finanzas públicas?
En cambio, el portavoz del comisario de Asuntos Económicos, Oli Rehn, en su balbuceante respuesta destacó que Grecia no ha salido del euro, que el plan de reformas va por buen camino y que el informe del FMI no lleva el sello de la dirección y, por tanto, no es oficial. Con ello se pretende interrumpir el relato del FMI y trasladar el dilema a otro sitio, desviando la atención de los problemas que se plantean sobre la responsabilidad de las recetas profundamente equivocadas (malos datos) o sencillamente falsas (datos manipulados) por estar basadas en obsesiones ideológicas. Desde el principio de la Gran Recesión está encima de la mesa el debate de si la ciencia económica ha contribuido a la debacle con el desarrollo de teorías que, o bien ignoraban los factores clave de lo que estaba sucediendo (tesis bienintencionada: la ignorancia), o, lo que es peor, los han excluido intencionadamente (tesis malintencionada: la ideología) para favorecer una determinada agenda política favorable a una redistribución al revés.
Hoy conviene recordar qué sucedió en el seno del FMI en el año 2011 (cuatro años después del inicio de la crisis económica). Entonces se publicó una auditoría interna de la organización, titulada Actuación del FMI en la fase previa de la crisis económica financiera, basada sobre todo en las opiniones anónimas de sus funcionarios. En ella se decían cosas tales como que “se creyó en la autorregulación del mercado y en la solidez de las grandes instituciones financieras que luego se nacionalizaron”; había “un elevado grado de pensamiento de grupo, una captura intelectual y un pensamiento generalizado de que una gran crisis financiera en las economías avanzadas era imposible”; se entierran las voces críticas que emergen en el seno del FMI y se fomenta la lectura “complaciente” de lo que acabó siendo la Gran Recesión, “los incentivos están orientados a generar consenso con la opinión predominante”, “expresar puntos de vista fuertes en contra podía arruinarme la carrera”, “había desincentivos para decir la verdad”, etcétera.
Esta auditoría, elaborada en tiempo de Dominique Strauss-Kahn al frente del FMI y correspondiente a los años de Rodrigo Rato como director gerente del mismo, no se ha repetido o al menos no se ha hecho pública en tiempos más recientes, y no se conoce si se ha corregido la situación que se denuncia o, como dice un personaje de la novela El círculo cerrado, del británico Jonathan Coe (Anagrama): “Sí, he aprendido de mis errores y estoy seguro de que podría repetirlos perfectamente”. Algunos interlocutores españoles de la troika que viene a supervisar los bancos de nuestro país dicen que los hombres de negro del FMI suelen ser más compasivos y menos inflexibles que los de la CE y el BCE. Ahora se trata de que el informe del organismo multilateral que dirige Christine Lagarde no repita sus conclusiones dentro de un tiempo sobre lo sucedido en Irlanda, Portugal o España y denuncie, cuando no tenga remedio, otro sabotaje al nivel de vida de los ciudadanos. Que no pase inadvertido.
El FMI admite que el rescate benefició más a la Unión Europea que a Grecia.
Fuente: JOAQUÍN ESTEFANÍA 10 JUN 2013 - El País
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