El Tribunal Constitucional alemán discute si el Banco Central Europeo puede seguir comprando bonos. Como dijera que no, la habríamos liado un poco.
El 27 de septiembre de 2011 se consumó un asalto, con nocturnidad y alevosía, contra la voluntad de los españoles, al cambiarse la Constitución utilizando triquiñuelas legales. El texto inviolable, el votado en 1978, se cambió para satisfacer las exigencias de Bruselas, una capital europea que es, en realidad, una sucursal de la Alemania de Merkel.
Ese día, el texto del artículo 135 pasó a decir que los pagos de los intereses de los créditos para financiar la deuda se deberían hacer con la prioridad absoluta. Lo cierto es que no se hizo el cambio con ningún afán de que quedara en el limbo de las interpretaciones.
Los tenedores de deuda española, o sea, entre otros los bancos y cajas alemanas, tienen una garantía superior: aquí se puede estar hundiendo el mundo, se pueden morir de hambre niños, pero en cuanto haya un euro se tiene que ir primero a los que han comprado deuda. Prioridad absoluta.
Ahora, el Tribunal Constitucional alemán discute si el Banco Central Europeo puede seguir comprando bonos. Como dijera que no, la habríamos liado un poco.
La potente diplomacia española no se ha dado cuenta, vistos los antecedentes, de que hay solución para eso. Podemos imaginar a José Manuel García Margallo, acompañado por Cristóbal Montoro y Luis de Guindos, llegar una noche a Berlín, reunir a la CDU, al SPD y los liberales y decirles: “esto lo cambian ahora mismo”. Si no tienen la suficiente seguridad en sí mismos, que se hagan acompañar por el verbo fácil de María Dolores de Cospedal y de Carlos Floriano.
Asunto zanjado: si el Tribunal Constitucional alemán tiene dudas, se le cambia la Constitución para que las pierda. Si ya se hizo aquí, se puede hacer allí, ¿no?
Según los responsables del cambio de septiembre de 2011, España ganó credibilidad aquel día de septiembre. Dejemos a los alemanes que también ellos la consigan.
Fuente: Jorge M. Reverte, El País.
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