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viernes, 8 de abril de 2016

“La izquierda tiene que repensar su aparato teórico y táctico”. Entrevista a David Harvey, geógrafo y teórico social británico.

David Harvey, uno de los pensadores marxistas más prominentes de nuestro tiempo, se sentó con el activista colectivo AK Malabocas a discutir las transformaciones en el modo de acumulación capitalista, la centralidad del terreno urbano en las luchas de clase contemporáneas, y las implicancias de todo esto para la organización anti-capitalista.

AK Malabocas: En los últimos 40 años, el modo de acumulación capitalista ha cambiado globalmente. ¿Qué significan estos cambios para la lucha contra el capitalismo?
DH: Desde una perspectiva macro, cualquier modo de producción tiende a generar un tipo distintivo de oposición, la cual es un espejo curioso de sí mismo. Si miras atrás, en los ’60 o ’70, cuando el capital estaba organizado en grandes formas corporativas, jerárquicas, tenías estructuras de oposición que eran corporativas, tipos sindicalistas de aparatos políticos. En otras palabras, un sistema fordista generaba una oposición de tipo fordista.

Con el quiebre de esta forma de organización industrial, particularmente en los países capitalistas avanzados, se terminaba con una configuración del capital mucho más descentralizada: más fluida sobre el espacio y el tiempo que lo pensado previamente. Al mismo tiempo veíamos el surgimiento de una oposición que está ligada a las redes, a la descentralización y a la que no le gusta la jerarquía y las formas previas de oposición de tipo fordista.

Así, que de una manera curiosa, las y los militantes de izquierda se reorganizan a sí mismos en el mismo modo en el que la acumulación del capital se reorganiza. Si entendemos que la izquierda es una imagen en espejo de lo que estamos criticando, entonces tal vez lo que debamos hacer es romper el espejo y salir de esta relación simbiótica con aquello que estamos criticando.

MK: ¿En la era fordista, la fábrica era el principal sitio de resistencia. Dónde podemos encontrarla ahora que el capital se ha movido lejos del piso fabril hacia el terreno urbano?
DH: Antes que nada, la forma fabril no ha desaparecido. Todavía encuentras fábricas en Bangladesh o en China. Lo que es interesante es cómo el modo de producción en las ciudades centrales cambió. Por ejemplo, el sector logístico se ha expandido: UPS, DHL y todos sus trabajadores y trabajadoras están produciendo valores enormes hoy en día.

En las últimas décadas, un gran cambio tuvo lugar en el sector servicios también: los más grandes empleadores de mano de obra en la década de 1970 en los Estados Unidos eran General Motors, Ford y US Steel. Los más grandes empleadores de mano de obra hoy son Mc Donalds, Kentucky Fried Chicken y Walmart. Antes, la fábrica era el centro de la clase obrera, pero hoy encontramos a la clase obrera más que nada en el sector servicios. ¿Por qué diríamos que producir autos es más importante que producir hamburguesas?

Desafortunadamente la izquierda no se siente cómoda con la idea de organizar a los trabajadores y trabajadoras de la comida rápida. Su imagen de la tradicional clase obrera no encaja con la producción de valor de los trabajadores y trabajadoras de servicios, los de distribución, de restaurants, de los supermercados.

El proletariado no desapareció, pero hay un nuevo proletariado que tiene características diferentes del que tradicionalmente la izquierda solía identificar como la vanguardia de la clase trabajadora. En este sentido, las y los trabajadores de Mc Donalds se convirtieron en las y los trabajadores metalúrgicos del siglo XX.

MK: ¿Si esto es lo que es el nuevo proletariado, cuáles son los lugares desde organizar la resistencia hoy?
DH: Es muy difícil de organizar en los lugares de trabajo. Por ejemplo, las y los trabajadorss de la distribución se mueven de un lado a otro. Así que esta población tal vez podría organizarse mejor fuera del lugar de trabajo, quiero decir, en sus estructuras barriales.

Hay una frase interesante en el trabajo de Gramsci de 1919 que dice que organizarse en el lugar de trabajo y tener concejos fabriles está muy bien, pero que deberíamos tener también concejos en los barrios también. Y los concejos de los barrios, dijo, tienen un mejor entendimiento de lo que son las condiciones de toda la clase trabajadora, comparado con el entendimiento sectorial de la organización en el lugar de trabajo.

Las organizadoras y organizadores fabriles solían saber muy bien lo que un trabajador metalúrgico era, pero no entendían lo que el proletariado era como un todo. La organización barrial habría incluido, por ejemplo, a los trabajadores y trabajadoras de la limpieza urbana, de la distribución y las trabajadoras doméstica. Gramsci nunca tomó esto y dijo: “Vamos! el Partido Comunista debería organizar asambleas barriales”

No obstante, hay algunas excepciones en el contexto europeo donde los partidos comunistas organizaron, de hecho, concejos barriales, porque no podían organizarlos en las fábricas, por ejemplo en España. En la década de 1960 esta era una forma de organización muy poderosa. Por ello, como he discutido por un largo tiempo, deberíamos ver la organización barrial como una forma de organización de la clase. Gramsci sólo lo mencionó una vez en sus escritos y nunca lo desarrolló más en profundidad.

En Gran Bretaña en los ’80, hacía formas de organización laboral en plataformas a lo largo de la ciudad, sobre la base de concejos de oficios, que estaban haciendo lo que Gramsci sugirió. Pero dentro del movimiento sindical, estos concejos siempre fueron mirados como formas inferiores de organización laboral. Nunca se los trató como un componente fundacional de cómo el movimiento sindical debería operar.

De hecho, ocurrió que los concejos de oficios fueron a menudo mucho más radicales que los gremios tradicionales y eso era porque estaban basados en las condiciones de toda la clase trabajadora, no sólo de los sectores más privilegiados de la clase. Así, al punto de que estos tenían una definición mucho más amplia de la clase, los concejos tendieron a darse políticas mucho más radicales. Pero esto nunca fue valorado por el movimiento sindical en general, siempre fue mirado como un espacio en el que lxs radicales podían actuar.

Las ventajas de esta forma de organización son obvias: supera la brecha entre organizarse de manera sectorial, incluye todas las formas de trabajo “desterritorializado” y es muy adaptable a nuevas formas de organizaciones comunitarias y de base asamblearia, como Murray Boockchin planteó, por ejemplo.

MK: En las recientes oleadas de protesta -en España y Grecia, por ejemplo, o el movimiento Occupy- puedes encontrar esta idea de “localizar la resistencia”. Pareciera que estos movimientos tienden a organizarse alrededor de cuestiones de la vida cotidiana, más que en torno a grandes cuestiones ideológicas en las que la izquierda tradicional solía enfocarse.
DH: Por qué dirías que organizarse alrededor de la vida cotidiana no es una de las grandes cuestiones. Yo creo que es una de las grandes cuestiones. Más de la mitad de la población mundial vive en ciudades, y la vida cotidiana urbana es a lo que la gente está expuesta y en lo que encuentra dificultades. Estas dificultades residen tanto en la esfera de realización del valor como en la esfera de la producción del valor.

Este es uno de mis más importantes argumentos teóricos: todo el mundo lee el Volumen I del Capital y nadie lee el Volumen II. El Vol I es acerca de la producción del valor, el II es sobre la realización del valor. Al enfocarse en el Vol II, puedes ver claramente que las condiciones de realización son tan importantes como las de producción.

Marx a menudo hablaba de la necesidad de ver al capital como la unidad contradictoria entre la producción y la realización. Donde el valor es producido y donde es realizado son dos cosas diferentes. Por ejemplo, mucho valor es producido en China y, de hecho, es realizado por Apple o por Walmart en los Estados Unidos. Y, por supuesto, la realización del valor trata de la realización del valor por medio de costoso consumo de la clase obrera.

El capital puede conceder salarios más altos en el punto de la producción, pero luego los recupera en el punto de la realización por el hecho de que los trabajadores y trabajadoras tienen que pagar alquileres y gastos de vivienda más elevados, costos de teléfono, tarjetas de crédito y así sucesivamente. Así que las luchas de clase en torno a la realización, alrededor de viviendas más baratas por ejemplo, son tan significativas para la clase trabajadora como las luchas acerca de salarios y condiciones de trabajo. Cuál es el punto de tener un salario más alto si te es inmediatamente extraído en términos de gastos más elevados para tener un techo?

En su relación con la clase trabajadora, los capitalistas han aprendido hace mucho que pueden hacer un montón de dinero recuperando lo que antes habían entregado. Y, al punto que -particularmente en los 60 y 70- lxs trabajadorxs se empoderaron de manera creciente en la esfera del consumo, así que el capital comienza a concentrar mucho más en extraer valor a través del consumo.

Así que las luchas en la esfera de la realización, que no eran tan fuertes en los tiempos de Marx, y el hecho de que nadie lea el maldito libro (Vol II), es un problema para la izquierda convencional. Cuando vos me decís: “¿cuál es el problema macro aquí?”- bueno, ¡esto es un problema macro! La concepción del capital y la relación entre producción y realización. Si no ves la unidad contradictoria entre ambos entonces no vas a tener la imagen completa. Tiene lucha de clases escrita todo alrededor y no puedo entender por qué un montón de marxistas no logran ver cuán importante es esto.

El problema es cómo entendemos a Marx en el 2015. En los tiempos de Marx, la extensión de la urbanización era relativamente conveniente y el consumo de la clase trabajadora era casi inexistente, así que de lo único que Marx tenía que hablar era acerca de la clase trabajadora arreglándoselas para sobrevivir con un salario magro y cómo eran bastante sofisticados para hacerlo. El capital los dejaba hacer con sus propios dispositivos lo que les gustaba.

Pero hoy en día, vivimos en un mundo en el que el consumo es responsable de casi el 30 % de la dinámica de la economía global; en EE UU llega al 70 %. Así que ¿por qué estamos aquí sentados y diciendo que el consumo es casi irrelevante, pegándonos al Volúmen I y hablando acerca de la producción en lugar del consumo?

Lo que hace la urbanización es forzarnos a cierto tipo de consumo, por ejemplo: tienes que tener un auto. Y tu estilo de vida está dictado en muchos sentidos por la forma que toma la urbanización. Y de nuevo, en los tiempos de Marx esto no era significativo, pero en nuestros días es crucial. Tenemos que amigarnos con formas de organización que de hecho reconozcan este cambio en la dinámica de la lucha de clases.

Los grupos que marcaron los recientes movimientos con su estilo, viniendo de tradiciones anarquistas y autonomistas, están mucho más metidos en la política de la vida cotidiana, mucho más que las y los marxistas tradicionales.

Les tengo mucha simpatía a las y los anarquistas, tienen una mucha mejor línea en este tema, precisamente al lidiar con la política del consumo y su crítica acerca de lo que el consumo es. Parte de su objetivo es cambiar y reorganizar la vida cotidiana alrededor de nuevos y diferentes principios. Así que creo que esto es un punto crucial hacia el cual mucha de la acción política debería ser dirigida en estos días. Pero desacuerdo con vos cuando decís que esta no es una “gran cuestión”.

MK: Así que, mirando ejemplos de Europa del Sur -redes de solidaridad en Grecia, auto-organización en España o Turquía- parece ser muy crucial para construir movimientos sociales alrededor de la vida cotidiana y las necesidades básicas en estos días. ¿Ves esto como un acercamiento promisorio?
DH: Creo que es muy promisorio, pero hay una clara limitación ahí, lo que es un problema para mí. La propia limitación es la reticencia para tomar el poder en algún punto. Bookchin, en su último libro, dice que el problema con las y los anarquistas es su negación del significado del poder y su inhabilidad para tomarlo. Bookchin no va tan lejos, pero yo creo que es su rechazo a ver al Estado como un posible aliado hacia la transformación radical.

Hay una tendencia a considerar al Estado como enemigo, el enemigo al 100 %. Y hay muchos ejemplos de estados represivos fuera del control público en el que este es el caso. No hay duda: el estado capitalista debe ser combatido, pero sin dominar el poder del estado y sin tomarlo, pronto vuelves a la historia de lo que pasó por ejemplo en 1936 y 1937 en Barcelona y luego en toda España. Al rechazar tomar el Estado en un momento en el que tenían el poder para hacerlo, los revolucionarios y revolucionarias de España permitieron que el estado volviera a caer en las manos de la burguesía y del ala estalinista del movimiento comunista. Y el estado se reorganizó y aplastó la resistencia.

MK: Eso puede ser cierto para el estado español en la década de 1930, pero si miramos al estado neoliberal contemporáneo y el retroceso del estado de bienestar, ¿que queda de estado para conquistar, para aprovechar?
DH: Para empezar, la izquierda no es muy buena para responder la pregunta de cómo construimos infraestructura masiva. ¿Como construirá la izquierda el puente de Brooklyn, por ejemplo? Toda sociedad reposa sobre grandes infraestructuras, infraestructuras para toda una ciudad, como el suministro de agua, electricidad, etc. Yo creo que hay una gran reticencia dentro de la izquierda para reconocer que necesitamos diferentes formas de organización.

Hay áreas del aparato de estado, aún del aparato de estado neoliberal, que son terriblemente importantes; el centro de control de enfermedades, por ejemplo. ¿Cómo respondemos a epidemias globales como el Ébola o similares? No puedes hacerlo al modo anarquista del “hazlo tu mismo o tú misma”. Hay muchas instancias en las que necesitas alguna forma de infraestructura de tipo estatal. No podemos confrontar el problema del calentamiento global a través de formas descentralizadas de confrontación y actividades solamente.

Un ejemplo que es frecuentemente mencionado, a pesar de sus muchos inconvenientes, es el Protocolo de Montreal para enfrentar el uso de clorofuorocarbono en heladeras para limitar la afectación de la capa de ozono. Fue reforzada de manera exitosa en los ’90 pero necesitó de un tipo de organización que es muy diferente a aquella que proviene de una política basada en asambleas.

MK: Desde una perspectiva anarquista, yo diría que es posible reemplazar aún instituciones supranacionales como la OMS con organizaciones confederales que serían construidas de abajo hacia arriba y que eventualmente arribarían a una toma de decisiones global.
DH: Quizás a un cierto grado, pero tenemos que ser conscientes de que siempre habrá algún tipo de jerarquías y de que siempre enfrentaremos problemas como la responsabilidad o el recurso correcto. Siempre habrá relaciones complicadas entre, por ejemplo, gente lidiando con el problema del calentamiento global desde el punto de vista del mundo como un todo y desde el punto de vista de un grupo que está en el territorio, digamos, en Hanover o similar, y que se pregunta, por qué debería escuchar lo que ellxs están diciendo?

MK: Entonces, ¿crees que esto requeriría alguna forma de autoridad?
DH: No, va a haber estructuras de autoridad de cualquier modo, siempre las habrá. Nunca he estado en una reunión anarquista en la que no hubiera una estructura de autoridad secreta. Está siempre esa fantasía de todo siendo horizontal, pero me siento, miro y pienso, “oh dios, hay toda una estructura jerárquica acá pero está encubierta”

MK: Volviendo a las protestas recientes alrededor del Mediterráneo, muchos movimientos se han concentrado en luchas locales. ¿Cuál es el siguiente paso hacia la transformación social?
DH: En algún punto tenemos que crear organizaciones que sean capaces de ensamblar y reforzar el cambio social en una escala más amplia. Por ejemplo, será ¿Podemos en España capaz de hacer eso? En una situación caótica como la crisis económicas de los últimos años, es importante que la izquierda actúe. Si la izquierda no lo hace, entonces la derecha será la siguiente opción. Yo pienso -y odio decirlo- que la izquierda tiene que ser más pragmática en relación a las dinámicas que están ocurriendo ahora.

MK: ¿Más pragmática en qué sentido?
DH: Bueno, ¿por qué apoyé a SYRIZA aunque este no fuera un partido revolucionario? Porque abría un espacio en el que algo diferente podía pasar y eso era una movida progresiva para mí.

Es un poco como Marx diciendo: el primer paso hacia la libertad es la limitación de la duración de la jornada de trabajo. Demandas muy estrechas abren un espacio para resultados más revolucionarios, y aún cuando no hay ninguna posibilidad para ningún resultado revolucionario, tenemos que buscar soluciones de compromiso que sin embargo se apartan del sinsentido de la austeridad neoliberal y abren el espacio en el que nuevas formas de organización pueden tener lugar.

Por ejemplo, sería interesante si Podemos buscara organizar formas de confederalismo democrático, porque en cierto modo Podemos surgió de un montón de reuniones de tipo asambleario teniendo lugar a lo largo de España, así que tienen mucha experiencia con ese tipo de estructura.

La cuestión es cómo conectarán la forma asamblearia a formas más permanentes de organización, en relación a su creciente posición como un partido fuerte en el parlamento. Esto también vuelve a la pregunta de la consolidación del poder: tienes que encontrar maneras de hacerlo, porque si no la burguesía y el capitalismo corporativo van a encontrar modos de reafirmarse y tomar nuevamente el poder.

MK: ¿Qué piensas acerca del dilema de las redes de solidaridad llenando el vacío que dejó la retirada del estado de bienestar e indirectamente convirtiéndose en un aliado del neoliberalismo en ese sentido?
DH: Hay dos formas de organizarse. Una es el vasto crecimiento del sector ONG, pero mucho de eso está financiado de manera externa, no son organizaciones de base, y eso no se acerca a la cuestión de los grandes donantes que marcan la agenda, la cual no será una agenda radical. Aquí nos acercamos a la privatización del Estado de bienestar. Esto me parece que es muy diferente políticamente a las organizaciones de base en las que la gente dice “Ok, el estado no se ocupa de nada, así que vamos a tener que hacernos cargo de nosotros y nosotras mismas” Esto me parece que tiende a formas de organizaciones de base con un status político muy diferente.

MK: Pero ¿cómo evitar llenar esa brecha al ayudar, por ejemplo, a gente desempleada para que no sean exprimidos por el estado neoliberal?
DH: Bueno, tiene que haber una agenda anti-capitalista, para que cuando el grupo trabaje con gente todo el mundo sepa que no se trata sólo de ayudarla a arreglárselas sino que hay todo un intento organizado de tratar de cambiar políticamente el sistema en su integralidad. Esto quiere decir tener un proyecto político muy claro, lo cual es problemático con tipos de movimientos no centralizados, no homogéneos, donde alguna gente trabaja de un modo, otra trabajan de manera diferente y no hay ningún proyecto colectivo en común.

Y esto se conecta con la primera pregunta que hiciste: no hay coordinación acerca de lo que son los objetivos políticos. Y el peligro es que sólo estes ayudando a la gente a arreglárselas y que no haya política saliendo de ahí. Por ejemplo, Occupy Sandy ayudó a la gente a volver a sus casa e hizo un maravilloso trabajo, pero en última instancia, hicieron lo que la Cruz Roja y los servicios de emergencia federales deberían haber hecho.

MK: El fin de la historia parece haber pasado de largo. Mirando las condiciones actuales y los ejemplos concretos de lucha anti capitalista, ¿piensas que “ganar” es todavía una opción?
DH: Definitivamente; y más aún, tienes fábricas ocupadas en Grecia, economías solidarias a través de cadenas productivas siendo forjadas, instituciones de democracia radical en España y muchas cosas hermosas ocurriendo en muchos otros lugares. Hay un crecimiento saludable del reconocimiento de que necesitamos ser mucho más amplios y amplias en lo que concierne a la política en todas esas iniciativas.

La izquierda marxista tiende a desdeñar un poco estas cosas y creo que está equivocada. Pero al mismo tiempo no creo que ninguna de estas cuestiones sea lo suficientemente grande en sí misma como para lidiar con las estructuras fundamentales de poder que necesitan ser desafiadas. Aquí hablamos de nada menos que del Estado. Así que la izquierda debe repensar su aparato teórico y táctico.

Fuente: https://roarmag.org/magazine/david-harvey-consolidating-power/
Traducción: de Gabriela Mitidieri para Democracia Socialista, editado por VIENTO SUR
Roar Magazine
(Foto de Rosa Peña: De paseo en mi barrio, después de la lluvia. Rivermark. Santa Clara. California)

domingo, 17 de enero de 2016

La clase importa. Erik Olin Wright

Cuando Erik Olin Wright "se convirtió en marxista", en la década de 1970, esta era "la única alternativa" para un académico radical serio.

En la década de 1990 esto ya no era así, el marxismo iba retrocediendo y siendo marginado dentro y fuera del mundo académico. Wright decidió mantenerse. Se dedicó a reconstruir un marxismo sociológico tratándolo no como un conjunto de ideas fijas o como un método idiosincrático, sino como un conjunto distintivo de preguntas y un marco conceptual para responderlas.

El marxismo de Wright es la ciencia social ordinaria, pero guiada por la búsqueda del socialismo.
Su trabajo durante más de cuarenta años se ha centrado en repensar dos partes fundamentales de la tradición marxista: la clase y las estrategias para la transformación social. El nuevo libro de Wright, Understanding Class, eleva su propio enfoque de clase respecto a los del tipo de Thomas Piketty y Guy Standing. Y el libro electrónico Alternatives to Capitalism, que recoge un debate con Robin Hahnel, muestra su reflexión reciente sobre las posibilidades socialistas.
En una reciente visita a Australia, Wright conversó con el editor de Jacobin, Mike Beggs, en una amplia entrevista, en la que discutieron de todo, desde Weber y Marx a los mercados y sus puntos de vista sobre la estrategia de la izquierda.

Empecemos con la pregunta de por qué es importante la clase. David Grusky lo pregunta sin rodeos, con el argumento de que la clase en el sentido macro no es más que una construcción académica. ¿Cuál es su respuesta?

No estoy de acuerdo con la afirmación de que no es una categoría real. Creo que la respuesta a la pregunta: "¿Es una categoría real?" es, "¿Identifica los mecanismos reales que tienen una fuerza causal en la vida de las personas, con independencia de que los propios actores reconozcan dicha fuerza causal o las categorías jurídicas establezcan fronteras en torno a esos mecanismos ?".
...
Usted sugiere que tanto el enfoque marxista como el weberiano de las clases tienen algo que decir sobre la estructura de las posiciones. Pero los enfoques marxista y weberiano a menudo se han enfrentado entre sí.
Hay una cosa interesante que puede hacer cualquiera que no esté familiarizado con Weber: leer el apéndice de su libro de finales de la década de 1890, La sociología agraria de las civilizaciones antiguas. El apéndice contiene un largo ensayo sobre el colapso del Imperio Romano y de por qué la economía esclavista finalmente involucionó y socavó la reproducción de la sociedad romana.
Si doy a leer este ensayo a mis inteligentes estudiantes de doctorado y no saben quién lo escribió y les digo: "denme un diagnóstico de la adscripción teórica de este capítulo," dirán, "es claramente marxista." El punto de vista de Weber sobre las clases tiene un carácter muy marxista.
Weber considera que las clases dentro del capitalismo están principalmente estructuradas sistemáticamente por los derechos de propiedad. Esto es lo que ve como eje central de las relaciones de clase: capitalistas y obreros. Estas dos categorías son el meollo de su análisis de clase.
La diferencia entre Marx y Weber es que Weber considera que los sistemas de dominación y desigualdad antes del capitalismo estaban basados en el status más bien que en la clase, por lo que ve el análisis de clase como algo apropiado sólo para el capitalismo, en lugar de verlo como una forma de entender las amplias variaciones, a través de los distintos períodos históricos, de la estructuración de la dominación y la explotación.
En el análisis dentro del capitalismo también hay algunas diferencias importantes entre Marx y Weber, particularmente en la forma en que Weber ignora el problema de la explotación. Sin embargo, la distinción crucial entre estas tradiciones es que el análisis de clase marxista del capitalismo está anclado en una propuesta muy audaz: que hay una alternativa al capitalismo.
El propósito central del análisis de clase en el marxismo es aclarar las condiciones para la superación del capitalismo y la creación de una alternativa socialista. Si se deja de lado el socialismo como alternativa al capitalismo, no queda casi nada para ser marxista. Todavía habría algunas ideas marxistas que podrían ser útiles; pero el objetivo central del análisis de clase marxista es el anticapitalismo. Desde luego este no es el caso de Weber.
El objetivo del análisis de clase de Weber es entender las variaciones dentro del capitalismo. El análisis de Weber trata de cómo se constituyen las clases en la sociedad capitalista y cómo varios tipos de derechos de propiedad contribuyen a estructurar las relaciones de clase en términos de las oportunidades y estilos de vida que se abren o se bloquean.
Para entender las variedades del capitalismo y cómo las estructuras de clase varían dentro del mismo, las categorías de Weber son bastante flexibles. Tienen un montón de posibilidades de subdivisiones en función de la naturaleza de los contratos de trabajo, la naturaleza de la formación técnica de los trabajadores; todos ellos crean diferentes capacidades de mercado y diferentes tipos de capitalismo o bien validan o socavan dichas capacidades.
Así pues, el análisis de clase marxista nos ayuda a entender los grandes contrastes entre distintas épocas y el desafío al capitalismo desde la posibilidad de una alternativa. El análisis de clase weberiano nos ayuda a comprender las variaciones dentro del capitalismo.
La razón por la que creo que son compatibles es que los marxistas también están interesados en las variaciones dentro del capitalismo y cuando las estudian suenan terriblemente weberianos. Invocan los mismos tipos de problemas: capitalismo organizado contra capitalismo desorganizado, capitalismo con un fuerte movimiento obrero que se preocupa de asegurar los derechos laborales frente a capitalismo con un movimiento obrero desorganizado, y así sucesivamente.

A menudo ha argumentado que el marxismo no debería distinguirse por una metodología especial. ¿Podría desarrollarlo?
No es impensable que los marxistas hayan descubierto una nueva metodología que precisamente ayuda a identificar los mecanismos causales reales de los que nadie más ha hablado. Es posible. Por lo tanto no quiero decir que el marxismo no pueda tener una metodología distintiva. Pero si ha descubierto una nueva metodología, se trataría de una nueva metodología científica que todo el mundo debería adoptar.
No hay razón alguna para que se necesite alguna metodología esotérica peculiar para el análisis de estos problemas, pero entonces tampoco es necesaria para todo lo demás.
Así pues, si "dialéctica" significa algo coherente, si es útil para entender las transformaciones de los sistemas, entonces es útil para entender todo lo relativo a los sistemas. Cuando trato de entender ideas como "dialéctica" o "contradicciones" y trato de precisarlas, no puede ser algo del tipo, "Por cada tesis, hay una antítesis de la que resulta una síntesis."

¿Por qué debería ser así? ¿Por qué hay una ley natural subyacente que dice que dondequiera que haya una tesis tiene que haber una antítesis de la que resulta una síntesis?
- No. Cuando se dan ciertos tipos de procesos causales, éstos pueden originar, por razones que tienen que explicarse, formas de resistencia y oposición. Y de este conflicto sale algún tipo de nuevo resultado. Si eso es un buen argumento, es un argumento sobre mecanismos. Esto no se aclara sirviéndose de una expresión como dialéctica.
Creo que todas las tesis sustantivas del marxismo que tienen credibilidad se puede formular como explicaciones científicas realistas y normales -procesos causales. Hay mecanismos subyacentes que generan efectos y estos mecanismos interactúan.
Los mecanismos no están aislados; no están sellados herméticamente; interactúan. Y esta interacción entre procesos causales genera los fenómenos que observamos en el mundo. La complejidad es que todo esto ocurre en el contexto de la percepción y la acción humana en que la gente observa el mundo mismo y lo interpreta - eso es parte del proceso. Entonces, ¿qué significa "la dialéctica"?
Una formulación sociológica es la llamada « problema de la estructura-acción ». El problema de la estructura-acción no es un problema esotérico oscuro; simplemente significa que los seres humanos nacen en mundos sociales ya existentes que limitan sus acciones.
Eso parece obvio - ¿cómo puede alguien refutarlo? No ha existido jamás un sociólogo que no se de cuenta de que los bebés nacen en mundos en los que existen ya relaciones sociales independientes de él.
Pero las personas crecen y se convierten en agentes conscientes y participan en acciones que generan esas mismas relaciones. Las personas son actores limitados por las relaciones, pero sus acciones afectan a dichas relaciones.

¿No es precisamente eso el problema estructura-acción?
Esto no es nada del otro mundo. Es sociología corriente de sentido común. Pero también es una gran cosa, porque esa es la relación que hace posible el cambio social consciente y deliberado, que es el objetivo de un análisis marxista.
Para citar a Marx, se trata no sólo de interpretar el mundo, sino de cambiarlo. Eso sería una declaración sin sentido si la estrategia fuera imposible. Tiene que haber acción, pero tampoco tendría sentido si la acción no se enfrenta a estructuras que necesitan transformación. La idea de que tenemos que cambiar el mundo significa que hay un mundo a cambiar, independientemente de nuestra voluntad de cambiarlo. Este es el significado del problema de la estructura-acción y creo que es lo que "dialéctica" debe significar - de lo contrario no sé lo que significa.

¿Puede explicar lo que significa para Ud. "marxismo analítico" y si sirve todavía para describir una tendencia existente?
...Absolutamente. Esto es lo que digo – es marxismo clásico que implica la intensificación de la contradicción entre las relaciones y las fuerzas de producción.
La cuestión es la siguiente: la irracionalidad, que se acelera, de un sistema de producción basado en la propiedad privada, cuando los medios de producción ya no pueden monopolizarse. Todo el mundo puede tener sus medios de producción, pero no pueden utilizarlos adecuadamente debido a la monopolización de los recursos naturales por la propiedad privada.
El carácter evidente, en este contexto, de la contradicción entre las fuerzas y las relaciones de producción hace que sea muy fácil argumentar a favor de la necesidad de transformar las relaciones de producción que impiden el uso apropiado de las fuerzas de producción.
Si son tan solo la tierra y los recursos naturales los que son monopolizados de esta manera egoísta y de auto-engrandecimiento,el problema es más sencillo que si se trata de cadenas complejas de bienes y de grandes complejos de producción intensivos en capital.
Estas nuevas fuerzas productivas –si estas anticipaciones son correctas- sentarán las bases de un entorno diferente en la lucha política.
Y también la propiedad intelectual.
También la propiedad intelectual, cierto. Todos estos desarrollos significan, creo, que el capitalismo será mucho más erosionable en el futuro de lo que lo ha sido en el pasado porque será más fácil llenar los espacios con formas de producción alternativas. Pero solamente será más erosionable si también puede ser más domesticable, debido a la necesidad de domesticar la escalada rampante de los derechos de producción intelectual y de los derechos de propiedad sobre el suelo y así sucesivamente.

La crisis medioambiental también puede proporcionar una apertura en este sentido. Claramente, la cuestión de quien regula y controla el acceso a los recursos naturales también va a estar en la agenda en el contexto de los problemas medioambientales globales. Solo para reiterar mi cuestión principal : las utopías reales se convierten en viables cuando abarcan estas dos estrategias, domesticar y erosionar el capitalismo. Por ello es distinto del anticuado socialismo evolutivo de Bernstein. El rol del Estado en este tipo de proyecto transformativo es la defensa y la expansión de espacios en los que las alternativas se construyen desde abajo, más bien que el Estado proveedor, actor central en la provisión de bienes.

Erik Olin Wright miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de sociología en la Universidad de Madison-Wisconsin y un científico social marxista de reputación académica internacional gracias, entre otras cosas, a sus trabajos empíricos sobre las relaciones de clase en el capitalismo contemporáneo (Classes, 1984; Interrogating Inequality, 1995; Class Counts, 1996). Desde 1991 dirige el Real Utopias Project, del que ya han visto la luz cinco volúmenes en la editorial Verso. Actualmente prepara un libro vinculado a este proyecto colectivo y que lleva por título Envisioning Real Utopías. Es posible ver un adelanto de su contenido en el artículo "Los puntos de la brújula: hacia una alternativa socialista" (New Left Review, nº 41) que, como el resto de sus escritos, puede encontrarse en su página web. Su último libro es Alternatives to Capitalism: Proposals for a Democratic Economy. Leer todo en la página original,...
Fuente: https://www.jacobinmag.com/2015/12/socialism-marxism-democracy-inequality-erik-olin-wright/
Traducción: Anna Maria Garriga Tarré

viernes, 30 de octubre de 2015

Lucha de clases en la Inglaterra victoriana. Marc-Alexis Côté, director del nuevo 'Assassin's creed', defiende la ambición artística del ocio electrónico para generar debate cultural.

Del mando de la consola al parlamento francés. En 2014, por estas mismas fechas, lo inaudito sucedía. Jean-Luc Mélenchon, líder de la izquierda francesa, cargaba contra un videojuego, Assassin's creed unity, por su retrato de la figura de Robespierre y descripción de la Revolución Francesa como un baño de sangre. "La denigración de la gran Revolución es un juego sucio que busca instigar sentimientos apátridas y profundizar en el declinar de los franceses", declaraba el político a Le figaro. La respuesta de Ubisoft, la compañía (para más inri) francesa responsable del juego, fue un tibio: "Assassin's creed no es una lección de historia".

Un año después, Marc Alexis-Cotê (Quebec, 1980), director al frente de Assassin's creed syndicate —noveno capítulo de esta saga que debuta ahora en las tiendas para Xbox One y PlayStation 4 y que ha vendido más de 73 millones de videojuegos—, no tiene problema en enmendar esa blanda respuesta. "Es algo bueno. Estoy seguro de que muchos franceses revisaron la historia de la revolución y la figura de Robespierre a raíz de esta controversia. Genera debate y agitación y eso tiene mucho que ver con la eterna cuestión de si los videojuegos son o no un arte. Que un videojuego cree polémica histórica, prueba la madurez del medio".

Alexis-Cotê no tiene problema en hundir sus manos en los asuntos más turbios de la historia. La época que le ha tocado retratar en esta nueva entrega es la victoriana. Imagen que se mueve entre los tópicos de los carruajes, la belleza arquitectónica, las fiestas suntuosas, pero también el nacimiento de la Revolución Industrial, la figura de Karl Marx o la explotación infantil. "Bueno, hay que reconocer que había leyes contra ella", apunta el diseñador. "Los niños solo podían trabajar 10 horas como máximo al día [sonríe con ironía]. Para nosotros es clave retratar la época victoriana como una época de contrastes. Y reflejar especialmente el conflicto entre clases. Por eso la figura de Marx y sus ideas como germen del socialismo jugarán un papel importante".
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/10/23/actualidad/1445575776_453162.html?rel=cx_articulo#cxrecs_s

sábado, 4 de octubre de 2014

Entrevista a Miren Etxezarreta. “Con Marx entendí por qué hay pobres y ricos”

Adrià Porta Caballé
La Hiedra

En el Seminario de Economía Crítica Taifa están de celebración. Y no es para menos: cumplen 20 años de pensamiento crítico y resistencia a la ideología neoliberal. Hablamos con una de sus participantes más antiguas, Miren Etxezarreta, Catedrática Emérita de Economía Aplicada en la Universitat Autònoma de Barcelona. Con la vitalidad característica de quienes llevan toda una vida luchando, nos habla de la situación de la economía como disciplina, por qué es importante leer a Marx hoy y cómo ve el cambio social.

Dices que empezaste a estudiar economía porque siempre te preocupó que haya gente pobre y rica. Sin embargo, reconoces que después de 5 años de carrera no entendiste por qué. Muchos estudiantes de economía sienten aún hoy la misma frustración. ¿Cuál crees que es la situación de la economía como disciplina hoy en día?

El problema es que hay muchos estudiantes de economía que ni siquiera saben que hay distintas escuelas de pensamiento económico: clásica, marxista, keynesiana, feminista, ecologista, etc. Creen que han estudiado “Economía”, cuando a lo que se refieren en realidad es estrictamente al modelo neoliberal.

El caso del marxismo es paradigmático de como un modelo económico que por largo tiempo se ha considerado obsoleto, vuelve a ponerse sobre la mesa con la crisis financiera del 2008. ¿Qué crees que puede aportar hoy la lectura de Marx?

Para mí el descubrimiento del marxismo representó precisamente lo que eché en falta en mi educación universitaria. La lectura de Marx –que fue puramente teórica y autodidacta: yo no militaba en ningún partido por aquel entonces– me explicó porque hay pobres y ricos, esto es, la realidad de la economía. Aún hoy creo que es el paradigma que mejor explica la economía real. Indudablemente la sociedad actual no sigue las pautas de la del s. XIX, pero el método de análisis descrito por Marx se puede adaptar.

Obviamente hay una tesis fundamental, que es la teoría de la explotación, pero para mí lo más importante es la forma en la que te ayuda a mirar a la realidad. En este sentido, no es tan relevante esta o aquella tesis de Marx, sino la misma manera en que formula sus preguntas sobre la economía capitalista. El marxismo es sobre todo un método de análisis.

Dices que para ti el marxismo no significa repetir un dogma aprendido de memoria. ¿Qué añadirías hoy a los postulados clásicos de Marx?
Precisamente nosotras y nosotros ahora en Taifa intentamos ampliar la teoría de la explotación a esferas que no fueron extensivamente tratadas por Marx. Voy a poner dos ejemplos.
A través de John Bellamy Foster [p. ej. en La ecología de Marx: materialismo y naturaleza, 2000] nosotros creemos haber visto claramente como Marx asume el tema de la naturaleza dentro de su propio análisis económico. Pero la verdad es que no está tan explícito; por eso estamos haciendo un esfuerzo de comprensión de la cuestión de la ecología desde el punto de vista marxista de tal modo que, cuando hablemos de la teoría de la explotación, podamos incluir el tratamiento de la naturaleza.

Y después creemos que habría que añadir también el tema de la reproducción de la fuerza del trabajo. Recientemente tuve la oportunidad de charlar con Silvia Federicii sobre esto precisamente. Para mí uno de los elementos importantes de Calibán y la bruja (2004)ii es el haber permitido ampliar el alcance de la teoría de la explotación a un ámbito que hasta ahora había sido tratado casi exclusivamente por la economía feminista.

La pregunta es por tanto cómo integramos dentro la teoría del valor-trabajo el tratamiento de la naturaleza o de la reproducción de la fuerza de trabajo. Y esa es la tarea que creo que nos corresponde a quienes nos auto-denominamos marxistas. Yo no creo que Marx quisiera en ningún momento crear un catecismo ortodoxo…

Hablas siempre de cambiar la sociedad a partir de “microcosmos”. Siendo el Seminario de Economía Crítica Taifa evidentemente uno de estos microcosmos ¿qué función específica cumple dentro del cambio social?
Taifa tiene una doble pretensión. Por un lado, la autoformación: nosotros somos conscientes que sabemos muy poco y de que aún nos queda mucho por aprender. Así que intentamos en la medida de lo posible ampliar nuestros horizontes para entender este mundo cada vez más cambiante, siempre desde una perspectiva crítica. Por otro lado, después de 20 años también creemos que puede ser útil trasladar lo que nosotros vamos aprendiendo a los diferentes grupos de la izquierda transformadora que lo quieran.

Nuestra hipótesis parte de la base de que, dentro del cúmulo de organizaciones críticas que hay –a las que damos la bienvenida, no nos sobra ninguna– la formación está un poco débil y, especialmente, en el caso de la economía. En estos grupos suele predominar por lo general el activismo, pero falta formación. Y si no hay formación uno siempre está expuesto a que cualquier argumento le despiste. Por ejemplo, cuando nos repiten hasta la saciedad “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Por muy activista que alguien sea, si no ha estudiado aunque sea sumariamente el funcionamiento de la economía, le pueden dejar en la duda. En este sentido, nosotros ofrecemos modestamente nuestro conocimiento a la disposición de cualquier grupo interesado. Por esto tampoco formamos parte de ninguno, en Taifa somos muy celosos de nuestra independencia. Queremos estar a la disposición de todos. Dedicarnos a la formación, nuestra y de los demás.

Me recuerda aquello que dice Zizek de que a veces lo más revolucionario es pararse a pensar, para no cometer los errores que resultarían de un activismo impaciente e irreflexivo. Sí que es verdad que hay una relativa falta de formación, pero ¿por qué crees que esto se da especialmente en la economía en comparación con otras disciplinas?
Porque es antipática. Me ha pasado más de una vez que un oyente se sorprenda cuando digo que soy economista. Inmediatamente la pregunta es: ¿pero cómo puede ser que sea economista si le he entendido todo? Y este es el problema: hoy en día se presenta la economía como algo inalcanzable para la gente corriente, usando por ejemplo un vocabulario deliberadamente complicado. Lo que se consigue con esta estrategia es que la gente delegue las cuestiones de política económica –que nos afectan a todos– a una serie de “expertos”. De este modo se esconde lo que los debates económicos realmente son: diferencias ideológicas.

Ya para acabar, desde que empezó la crisis, se ha podido observar un cambio generacional dentro de la movilización política. Con tu experiencia en la lucha ¿qué consejo darías a la gente joven que justo empezamos a tomar conciencia?
Mira, cuando yo era joven estaba claro lo que un comunista tenía que hacer: afiliarse a un partido, hacer la revolución y llegar al poder. Hoy es diferente: el movimiento 15M, las Mareas o la PAH son ejemplos clarísimos. Ante la situación actual yo diría que es fundamental crear ámbitos de autonomía. Espacios alejados del poder institucional donde la gente pueda auto-organizarse fuera del marco capitalista y demostrar en la práctica que hay otras formas posibles de vivir y actuar.

http://seminaritaifa.org/2014/09/17/con-marx-entendi-por-que-hay-pobres-y-ricos-miren-etxezarreta/
http://lahiedra.info/entrevista-miren-etxezarreta/

viernes, 4 de octubre de 2013

Marx (y no sólo Keynes) llevaba razón

Vicenç Navarro. Público.es

Una de las causas de la crisis financiera y económica que ha recibido escasa atención ha sido la evolución de la distribución de las rentas entre las derivadas del capital y las derivadas del trabajo, a lo largo del periodo post II Guerra Mundial. El conflicto capital-trabajo, al cual Karl Marx dedicó especial atención, hasta el punto de considerarlo como el hilo conductor de la historia (“la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”), ha perdido visibilidad en los análisis de las crisis actuales, sustituido por los análisis de los comportamientos de un sector del mundo del capital, es decir, el capital financiero, sin dar suficiente importancia al conflicto del capital (y no solo de su componente financiero) con el mundo del trabajo. Los datos, sin embargo, continúan acentuando la importancia de la relación capital-trabajo en la génesis de las crisis económica y financiera que están ocurriendo en estos momentos.

Durante el periodo entre el fin de la II Guerra Mundial y los años setenta (definido como la época dorada del capitalismo), el Pacto Social entre el mundo del trabajo y el mundo del capital (en el cual el primero aceptaba el principio de propiedad privada de los medios de producción a cambio de aumentos salariales -condicionados al aumento de la productividad- y del establecimiento del estado del bienestar) dio como resultado un aumento muy notable de las rentas del trabajo que alcanzaron su máximo nivel en la década de los setenta. La participación de los salarios (en términos de compensación por empleado) en la renta nacional alcanzó cifras récord entonces. En los países que serían más tarde la UE-15 (el grupo de países más desarrollados económicamente en la Unión Europea), este porcentaje era el 72,9%. En Alemania, el porcentaje era 70,4%, en Francia 74,3%, en Italia 72,2%, en Gran Bretaña 74,3% y en España 72,4%. Al otro lado del Atlántico Norte, en EEUU, era 69,9% ( European Commission, ECFIN, Statistical Annex, Table 32, Autumn 2011 ).

Esta situación creó una respuesta por parte del mundo del capital que revertió la distribución de las rentas. Las políticas iniciadas por el Presidente Reagan en EEUU y la Sra. Thatcher en Gran Bretaña iban encaminadas a favorecer las rentas del capital, debilitando y diluyendo el Pacto Social. La generalización de estas políticas determinó una redistribución de las rentas a favor del capital, a costa de las rentas del trabajo. Como consecuencia de ello, la participación de estas últimas disminuyó considerablemente de manera que en 2012 era el 65,2% del PIB en Alemania, en Francia el 68,2%, el 64,4% en Italia, el 72,7% en Gran Bretaña y el 58,4% en España, el porcentaje más bajo entre estos países y por debajo de la UE-15, cuyo promedio era 66,5%.

Esta disminución de la participación en el PIB de las rentas del trabajo creó un enorme problema de escasez de demanda privada, origen de la crisis económica. Esta escasez pasó, sin embargo, desapercibida debido a varios hechos, de los cuales uno de ellos fue el impacto económico de la reunificación alemana en 1990 y el enorme crecimiento del gasto público resultado de las políticas de integración de la Alemania Oriental en la Occidental, que se financiaron con un gran crecimiento del déficit público alemán, que pasó de estar en superávit en 1989 (0,1% del PIB) a un déficit de 3,4% del PIB en 1996. Este crecimiento del gasto público tuvo un efecto estimulante de la economía alemana y, por lo tanto, de la economía europea, dentro de la cual la alemana tenía y continúa teniendo un peso central.

El segundo hecho que ocultó el impacto negativo que la disminución de la participación de las rentas del trabajo tenía sobre la demanda privada fue el enorme endeudamiento de las familias y de las empresas que ocurrió en paralelo al descenso de las rentas del trabajo. Este endeudamiento fue facilitado por la creación del euro que tuvo como consecuencia la tendencia a hacer confluir los intereses bancarios de los países de la eurozona con los de Alemania. La sustitución del marco alemán por el euro tuvo como resultado la “alemanización” de los tipos de interés. España fue un claro ejemplo de ello. El precio del dinero nunca había sido tan bajo, facilitando así el enorme endeudamiento privado que tuvo lugar en España. Mientras que el sector público estaba en superávit, el privado tenía un enorme déficit que pasó desapercibido debido a su gran endeudamiento (consecuencia de la disminución de las rentas del trabajo).

Esta situación, aun siendo muy acentuada en España y otros países periféricos de la eurozona, ocurrió en todos los países de la eurozona. El crecimiento anual medio salarial en los países de la eurozona descendió de un 3,5% en el periodo 1991-2000 a un 2,4% en el periodo 2001-2010, en Alemania de un 3,2% a un 1,1% y en España de un 4,9% a un 3,6% ( European Commission, ECFIN, Statistical Annex, Table 29, Autumn 2011 ). El notable crecimiento del endeudamiento está basado, en gran parte, en esta realidad.

Por otra parte, la elevada rentabilidad de las actividades especulativas en comparación con la de las de carácter productivo (afectada, esta última, por la disminución de la demanda) explica el elevado riesgo e inestabilidad financiera, con la aparición de las burbujas, entre ellas, la inmobiliaria. La explosión de estas burbujas sobre todo en EEUU dio origen a la percepción de que la crisis financiera se inició e iba a estar limitada a EEUU, sin apercibirse de que la banca europea, y la alemana en particular, (incluyendo las cajas) estaba entrelazada con la estadounidense de manera tal que la crisis financiera estadounidense afectó inmediatamente al capital financiero europeo y muy especialmente al alemán. La banca alemana (Sachsen LB, IKB Deutsche Industriebank, Hypo Real Estate, Deutsche Bank, Bayern LB, West LB, DZ Bank, entre otros) tuvo que ser rescatada con fondos públicos, incluidos por cierto, fondos procedentes del Banco Central de EEUU, el Federal Reserve Board. Esta banca y cajas alemanas estuvieron también afectadas por el estallido de la burbuja inmobiliaria española, que generó la petición de rescate de la banca española (que incluyó a las cajas) que significó, en realidad, un rescate al capital financiero alemán, que tenía invertido en entidades españolas casi 200.000 millones de euros, que intenta ahora recuperar a partir del rescate a la banca española, rescate que acabará siendo pagado con fondos públicos españoles, tal como señalan los últimos datos.

La redistribución de las rentas a favor del capital y a costa del mundo del trabajo ha creado este enorme problema de escasez de la demanda (causa de la crisis económica) y del gran crecimiento del endeudamiento y de la especulación (causa de la crisis financiera). Tal conflicto capital-trabajo ha jugado un papel clave en el origen y reproducción de las crisis actuales, mostrando que Karl Marx (además de Keynes) llevaba razón.

jueves, 6 de junio de 2013

Causa Ecológica y causa antropológica

Ensayo que aparece en Le Monde Diplomatique de diciembre de 2012.
Lo escribe Lucien Sève, un filósofo.
El Título: Salvar el género humano, no únicamente el Planeta. La causa ecológica y la causa antropológica.
El autor reflexiona en primer lugar sobre la situación ecológica en la Tierra.
Pero, en estas letras querría detenerme en las consideraciones que realiza en relación a lo que el denomina "causa antropológica", es decir, la situación que presenta el ser humano en los tiempos presentes.
Lucien se pregunta: ¿No vamos en muchos sentidos encaminados hacia un mundo humanamente invivible? ¿La vieja máxima "el hombre es un lobo para el hombre" no tiende a convertirse en ley de demasiados ámbitos en los que nuestros actuales procedimientos le confieren una maldad sin precedentes?... la locura Neoliberal, forma maligna del capitalismo tardío, ¿No es este un verdadero proceso de deshumanización?
Continua el Autor: ¿Hacia dónde va el género humano? ¿Qué Humanidad queremos ser? La alarmante deriva de civilización que salta primero a la vista, es la mercantilización generalizada de lo humano...
Al convertir a la misma fuerza de trabajo en una mercancía, se cosifica a las personas al mismo tiempo que se personifica a las cosas... nada humano escapa ya a la exigencia financiera... vivimos una contaminación del trabajo no menos dramática que la del agua.
El Autor deja claro que observamos una devaluación de todos los valores: Kant lo estableció en materia moral reconociendo una dignidad al ser humano que no puede tener precio, reducir pues todo a una evaluación en dinero instituye la indignidad general... no puede haber humanidad civilizada...
...Incesantemente se vapulean la preocupación por la verdad, lo justo y lo digno...
La dictadura de lo rentable conspira contra la muerte de lo incalculable, lo desinteresado, lo gratuito. Estamos en el umbral trágico de un mundo donde el ser humano ya no vale nada. De eso habla la proliferación de los sin techo, sin papeles, sin trabajo, sin futuro..., de eso que Aimé Cesaire llamaba "la fábrica de los hombres desechables"... La abolición de toda escala de valor.
Esta liquidación de los valores, ¿es menos grave que el derretimiento de los hielos polares? Lo que está en juego es nuestra humanidad misma. ¿Medimos la espantosa magnitud de esto?
Con el Capitalismo financiero asistimos a un sin sentido, una forma deshumanizada al extremo de la riqueza, entramos en la era del sin-sentido general... La globalización a través de las finanzas es el advenimiento convulsivo de un NO-MUNDO, donde el absurdo impera...
Mercantilización de lo humano, devaluación de los valores, desvanecimiento del sentido- vamos hacia una deshumanización sin orillas.
Nos encaminamos hacia la expansión de las dictaduras de la violencia... barbarie del no-mundo globalizado...
La revolución del producir atomiza a los trabajadores, la sacralización de la decisión financiera los desarma, el peso de lo inexorable los desmoraliza: una inmensa aspiración a cambiarlo todo tiende a no conducir a nada...
El actual clima de final del Imperio Romano, pero en la era de la energía nuclear y de internet, ¿no sabe acaso a anticipo de catástrofe terminal?...
Aliando a la más realista conciencia de lo posible la más ambiciosa visión de lo necesario: lo que debe comenzar hoy es el rescate del género humano.
No hay mejor conclusión que lo que Marx escribió a Ruge en mayo de 1843: "No dirán que me hago una idea demasiado alta del tiempo presente, y si pese a todo no desespero, es porque precisamente su situación desesperada me llena de esperanza." (De Javier del Alamo)

jueves, 30 de mayo de 2013

Dashiell Hammett en Wall Street

Manuel Fernández-Cuesta. eldiario.es

La lectura de Hammett, a la luz del estado de corrupción permanente, es más que un reconocimiento literario: es una manera directa, seca y salvaje, hard-boiled, de entender qué está ocurriendo.

“Me han contado que tanto el alcalde como el gobernador son de su propiedad: así que harán lo que usted les diga.”

Dashiell Hammett, Cosecha roja (1929)

El 10 de enero de 1961 moría, Hospital Lennox Hill, Nueva York, Samuel Dashiell Hammett, el escritor que, como dijo Raymond Chandler “restituyó el crimen a su lugar natural: la calle”. El expediente del FBI, veinticinco años bajo vigilancia, sospechoso de actividades antiamericanas según la Comisión McCarthy, es decir, comunista, tenía 278 páginas. Uno de los guionistas mejor pagados de Hollywood al final de los años 30, el creador de personajes como Sam Spade y Nick y Nora Charles, acabó endeudado, perseguido por la justicia y el alcohol, devorado por un cáncer de pulmón. La lectura de Hammett, a la luz del estado de corrupción permanente, es más que un reconocimiento literario: es una manera directa, seca y salvaje, hard-boiled, de entender qué está ocurriendo -mientras una banda de gangsters dispara sobre la nuca del Estado de bienestar- detrás de las cortinas, en el aterciopelado reservado de un restaurante, allí donde gestos y palabras se convierten en testaferros, paraísos fiscales, recalificaciones, ingeniería financiera, sobornos: política y economía.

Alejado de la novela policíaca (o de crímenes) convencional, ajeno a los salones de caoba, las copas de jerez y el primoroso arte de la deducción, la obra de Hammett, arqueólogo del incierto presente, patea la calle, se sumerge y bucea en ella, rastrea bares sin luz, callejones, hasta comprender lo oculto, aquello que no se debe saber, aquello de lo que no se puede hablar. Su silencio ético le llevará a la cárcel, seis meses, en 1951, al negarse a colaborar con unos interrogatorios abusivos, carentes de legitimidad. Figurar en “la lista negra” era una moderna y definitiva condena al ostracismo. Ser acusado, en el país de la libertad, de algo parecido a “desafección al régimen”, suponía exclusión social, laboral. Hammett ya no escribía.

Su última obra larga, El hombre delgado (1934), más allá de clasificaciones académicas y géneros narrativos, desvela lo arbitrario de la autoridad al tiempo que rompe, para siempre, los cristales del orden social. Todo tenemos -frente a la irrefrenable destrucción de lo social- algo de huidizos agentes de La Continental. Del mismo modo que el propio autor conservó siempre, sombrero, gomina, bigote y tabaco sin filtro, ese aire entre cínico y descreído de detective, en Baltimore, de la Agencia Pinkerton.

Resulta paradójico que Hammett, escritor cercano a la mirada realista de Faulkner, Steinbeck o Hemingway, miembro del Partido Comunista de EEUU y del Congreso de Derechos Civiles de Nueva York, antifascista en la década de los treinta, activista político desde que abandonó la escritura (quizá pensó que no podía decir más), fuera voluntario -no existe contradicción- en las dos guerras mundiales del siglo XX. Violentamente moral, ajeno a la idea del interés y el beneficio, su Sam Spade, interpretado por Humprhey Bogart en El halcón maltés (John Huston, 1941), contiene -por ejemplo- todos los matices psicológicos del que se sabe condenado, de antemano, por diferente.

En sus novelas y relatos, los diálogos rasgan el aire y la tensión narrativa golpea al lector; el ritmo, entre el sincopado ragtime y el lacónico jazz de Chicago, hace casi imposible respirar y las metáforas, afiladas garras, desvelan una acidez que brota de un estómago inundado de ginebra. Radical en su prosa, Hammett huye de la justicia poética que acompaña la derrota, pese al halo de prestigio, incomprensible, que conlleva. Veterano combatiente, su cuerpo reposa en el Cementerio Nacional de Arlington (Virginia), un cementerio militar pegado al Pentágono y escoltado por el río Potomac, junto al Memorial de Iwo Jima, la Tumba al soldado desconocido y los hermanos Kennedy. El destino parece una petaca de whisky olvidada en una gabardina: inútil.

Frente a la inicial tradición detectivesca (Poe, Conan Doyle, Chesterton, entre otros), trufada de elegancia discursiva, enigmas y agradable lectura, Hammett observará la realidad y los conflictos humanos desde otro sitio. Su punto de vista será ético, político, una mirada desgarrada y alternativa, descriptiva del desorden, que debería ser leída hoy como necesario contrapunto al erotismo light que nos invade, al culto a la extrema sensibilidad del “ego mutante” y a la banalidad que preside nuestra existencia. Los personajes serán esbozados con pinceladas descriptivas y diálogos que callan más de lo que expresan. Las escenas, encadenadas, se resolverán en dos frases o en una conversación entrecortada por un disparo.

Todo en Hammett está teñido de incredulidad e ironía. Tanto en las tramas y argumentos como en la resolución (o no resolución) de los hechos, Hammett muestra con claridad -Robespierre y Marx al fondo- que las condiciones materiales determinan el lugar desde el que se mira, cómo se piensa y qué se dice: el lugar de la libertad. La podredumbre moral de la sociedad (y sus consecuencias) será el tema de su (nuestro) tiempo. Hammett describirá, brochazos de verdad, la miseria que se pretende ocultar: el espacio del capitalismo.

Es fácil acceder a sus libros. Existen varias ediciones, muchas, con excelentes traducciones. He transportado dos volúmenes por varios países. Manejo, en este momento, la edición de Debate, Novelas y Relatos, Madrid, 1994, con notas introductorias de C. Bértolo, al que he usurpado, al límite del plagio, algunas de las ideas aquí expuestas. El halcón maltés, La llave de cristal, La maldición de los Dain o sus cuentos recogidos en Un hombre llamado Spade, Muerte y Cía o Ciudad de pesadilla, por citar solo algunos textos, arrojan un esperpéntico destello de neón sobre el sentido de las relaciones sociales y el submundo que acompaña las diferentes formas de explotación. Pese a que algunas palabras hayan perdido su sentido originario, pese a que el paso del tiempo haya alterado el contenido de los diccionarios hasta hacerlos irreconocibles, quede fijada aquí la siguiente afirmación: Hammett es un escritor materialista. Materialista y dialéctico. Un autor imprescindible para comprender el presente.

Comprometido (otro término desacreditado por el neoliberalismo) con la realidad y el tiempo que le tocó vivir, afín a los republicanos españoles durante la Guerra de España, Hammett, sentado ante la llamada Comisión McCarthy, preguntado sobre las actividades del Congreso de Derechos Civiles, sostuvo una posición parecida a la denominada “estrategia de ruptura”, teorizada años después, en la Argelia colonial, por el abogado Jacques Vergès. Como dijo ante las humillantes e ilegítimas preguntas, responder “suponía reconocer en primera instancia que el Estado tenía derecho a formular semejantes preguntas”. Esta responsabilidad moral, la determinación de su razón cívica, le costó, ya se ha dicho, la cárcel.

Considerada género menor, despreciada -durante muchos años- por la crítica, la novela negra, una variante ágil y directa del realismo social, se alza hoy, igual que lo hizo en los años 30, como la mejor manera, quizá la menos afectada, de contar los dobleces de la realidad. Políticos corruptos, el mercado -grandes corporaciones transnacionales- que determina, con decisiones tomadas en secretos consejos de administración, la vida y destino de millones de personas, los medios de comunicación, transmisores del pensamiento dominante, comprados a golpe de anuncio y subvenciones o jueces presionados por instancias jerárquicas superiores serían, en la actualidad, perfectos personajes. Las tramas posibles son conocidas, en Wall street y en cualquier rincón del mundo.

Detective de lo real, Dashiell Hammett (1894-1961) mostró, como pocos, las vísceras del sistema. Leer sus obras, frente al oscurantismo del presente eterno, no es una mera cuestión literaria. Es una forma más de resistencia y combate.

Fuente: http://www.eldiario.es/zonacritica/Dashiell-Hammett-Wall-Street_6_135846438.html

lunes, 28 de enero de 2013

Lo que la película "Lincoln" no dice sobre Lincoln

La película Lincoln, (hay que verla y también la de Tarantino, Django desencadenado, muy americana pero necesaria. Recomiendo verla previamente a Lincoln) producida y dirigida por uno de los directores más conocidos de EEUU, Steven Spielberg, ha reavivado un gran interés por la figura del presidente Lincoln, uno de los presidentes que, como el presidente Franklin D. Roosevelt, ha intervenido siempre en el ideario estadounidense con gran recuerdo popular. Se destaca tal figura política como la garante de la unidad de EEUU, tras derrotar a los confederados que aspiraban a la secesión de los Estados del Sur de aquel Estado federal. Es también una figura que resalta en la historia de EEUU por haber abolido la esclavitud, y haber dado la libertad y la ciudadanía a los descendientes de las poblaciones inmigrantes de origen africano, es decir, a la población negra, que en EEUU se conoce como la población afroamericana.

Lincoln fue también uno de los fundadores del Partido Republicano que en sus orígenes fue directamente opuesto al Partido Republicano actual, que está hoy altamente influenciado por un movimiento –el Tea Party- chauvinista, racista y sumamente reaccionario detrás del cual hay intereses económicos y financieros que quieren eliminar la influencia del gobierno federal en las vidas económicas, sociales y políticas del país. El Partido Republicano fundado por el presidente Lincoln era, por el contrario, un partido federalista, que consideró al gobierno federal como garante de los Derechos Humanos. Y entre ellos, la emancipación de los esclavos, tema central de la película Lincoln, fue al que Lincoln dio mayor hincapié. Terminar con la esclavitud significaba que el esclavo pasaba a ser trabajador, dueño de su propio trabajo.

Ahora bien, Lincoln, incluso antes de ser presidente, consideró otras conquistas sociales como parte también de los Derechos Humanos, y entre ellas, el derecho del mundo del trabajo a controlar, no sólo su trabajo, sino también el producto de su trabajo. El derecho de emancipación de los esclavos transformaba al esclavo en una persona libre asalariada, unida –según él- en lazos fraternales con los otros miembros de la clase trabajadora, independientemente del color de su piel. Sus demandas de que el esclavo dejara de serlo y de que el trabajador –tanto blanco como negro- fuera el dueño, no sólo de su trabajo, sino también del producto de su trabajo, eran igualmente revolucionarias. La emancipación de la esclavitud requería que la persona fuera la dueña de su trabajo. La emancipación de la clase trabajadora significaba que la clase trabajadora fuera la dueña del producto de su trabajo.

Y Lincoln demandó los dos tipos de emancipación. El segundo tipo de emancipación, sin embargo, ni siquiera se cita en la película Lincoln. En realidad, la ignora. Y utilizo la expresión “ignora” en lugar de “oculta”, porque es del todo posible que los autores de la película o del libro sobre el que se basa ni siquiera conozcan la historia real de Lincoln. La Guerra Fría en el mundo cultural e incluso académico de EEUU (que continúa existiendo) y el enorme dominio de lo que en allí se llama la Corporate Class (la clase de los propietarios y gestores del gran capital) sobre la vida, no sólo económica, sino también cívica y cultural, explica que la historia formal de EEUU que se enseña en las escuelas y en las universidades sea muy sesgada, purificada de cualquier contaminación ideológica procedente del movimiento obrero, sea socialismo, comunismo o anarquismo. La gran mayoría de estudiantes estadounidenses, incluso de las universidades más prestigiosas y conocidas, no saben que la fiesta del 1º de Mayo, celebrada mundialmente como el Día Internacional del Trabajo, es una fiesta en homenaje a los sindicalistas estadounidenses que murieron en defensa de trabajar ocho horas al día (en lugar de doce), victoria que inició tal reivindicación exitosa en la mayoría de países del mundo. En EEUU, tal día, el 1º de Mayo, además de no ser festivo, es el día de la Ley y el Orden -Law and Order Day- (ver el libro People’s History of the U.S., de Howard Zinn). La historia real de EEUU es muy distinta a la historia formal promovida por las estructuras de poder estadounidenses.

Las ignoradas y/o ocultadas simpatías de Lincoln
Lincoln, ya cuando era miembro de la Cámara Legislativa de su Estado de Illinois, simpatizó claramente con las demandas socialistas del movimiento obrero, no sólo de EEUU, sino también mundial. En realidad, Lincoln, tal como indiqué al principio del artículo, consideraba como un Derecho Humano, el derecho del mundo del trabajo a controlar el producto de su trabajo, postura claramente revolucionaria en aquel periodo (y que continúa siéndolo hoy), y que ni la película ni la cultura dominante en EEUU recuerda o conoce, convenientemente olvidada en los aparatos ideológicos del establishment estadounidense controlados por la Corporate Class. En realidad, Lincoln consideró que la esclavitud era el dominio máximo del capital sobre el mundo del trabajo y su oposición a las estructuras de poder de los Estados sureños se debía precisamente a que percibía estas estructuras como sustentadoras de un régimen económico basado en la explotación absoluta del mundo del trabajo. De ahí que viera la abolición de la esclavitud como la liberación no sólo de la población negra sino de todo el mundo del trabajo, beneficiando también a la clase trabajadora blanca, cuyo racismo él veía que iba en contra de sus propios intereses.

Lincoln también indicó que “el mundo del trabajo antecede al capital. El capital es el fruto del trabajo, y no hubiera existido sin el mundo del trabajo, que lo creó. El mundo del trabajo es superior al mundo del capital y merece la mayor consideración (…) En la situación actual el capital tiene todo el poder y hay que revertir este desequilibrio”. Lectores de los escritos de Karl Marx, contemporáneo de Abraham Lincoln, recordarán que algunas de estas frases eran muy semejantes a las utilizadas por tal analista del capitalismo en su análisis de la relación capital/trabajo bajo tal sistema económico.

Le sorprenderá a gran número de lectores saber que los escritos de Karl Marx influenciaron a Abraham Lincoln, tal como documenta en gran detalle John Nichols en su excelente artículo “Reading Karl Marx with Abraham Lincoln Utopian socialists, German communists and other republicans” publicado en Political Affairs (27/11/12), y del cual extraigo las citas así como la mayoría de datos publicados en este artículo. Los escritos de Karl Marx eran conocidos entre los grupos de intelectuales que estaban profundamente insatisfechos con la situación política y económica de EEUU, como era el caso de Lincoln. Karl Marx escribía regularmente en The New York Tribune, el rotativo intelectual más influyente en Estados Unidos en aquel periodo. Su director Horace Greeley se consideraba un socialista y un gran admirador de Karl Marx, al cual invitó a ser columnista de tal diario. En las columnas de su diario incluyó gran número de activistas alemanes que habían huido de las persecuciones ocurridas en la Alemania de aquel tiempo, una Alemania altamente agitada, con un naciente movimiento obrero que cuestionaba el orden económico existente. Algunos de estos inmigrantes alemanes (conocidos en el EEUU de aquel momento como los “Republicanos Rojos”) lucharon más tarde con las tropas federales en la Guerra Civil, dirigidos por el presidente Lincoln.

Greeley y Lincoln eran amigos. En realidad Greeley y su diario apoyaron desde el principio la carrera política de Lincoln, siendo Greeley el que le aconsejó a que se presentara a la presidencia del país. Y toda la evidencia apunta que Lincoln era un ferviente lector del The New York Tribune. En su campaña electoral para la presidencia de EEUU invitó a varios “republicanos rojos” a integrarse en su equipo. En realidad, ya antes, como congresista, representante de la ciudadanía de Springfield en el Estado de Illinois, apoyó frecuentemente los movimientos revolucionarios que estaban ocurriendo en Europa, y muy en especial en Hungría, firmando documentos en apoyo de tales movimientos.

Lincoln, gran amigo del mundo del trabajo estadounidense e internacional.
Su conocimiento de las tradiciones revolucionarias existentes en aquel periodo no era casual sino que era fruto de sus simpatías con el movimiento obrero internacional y sus instituciones. Animó a los trabajadores de EEUU a organizar y establecer sindicatos y continuó haciéndolo cuando fue presidente. Y varios sindicatos le nombraron miembro honorario. En su respuesta a los sindicatos de Nueva York subrayó “vosotros habéis entendido mejor que nadie que la lucha para terminar con la esclavitud es la lucha para liberar al mundo del trabajo, es decir, a liberar a todos los trabajadores. La liberación de los esclavos en el Sur es parte de la misma lucha por la liberación de los trabajadores en el Norte”. Y durante la campaña electoral, el presidente Lincoln promovió la postura en contra de la esclavitud indicando explícitamente que la liberación de los esclavos les permitiría a los trabajadores exigir los salarios que les permitirían vivir decentemente y con dignidad, ayudando con ello a aumentar los salarios de todos los trabajadores, tanto negros como blancos.

Marx, y también Engels, escribieron con entusiasmo sobre la campaña electoral de Lincoln, en un momento en que ambos estaban preparando la Primera Internacional del Movimiento Obrero. En un momento de las sesiones, Marx y Engels propusieron a la Internacional que enviara una carta al presidente Lincoln felicitándolo por su actitud y postura. En su carta, la Primera Internacional felicitaba al pueblo de EEUU y a su presidente por, al terminar con la esclavitud, haber favorecido la liberación de toda la clase trabajadora, no solo estadounidense, sino también la mundial.

El presidente Lincoln respondió, agradeciendo la nota y respondiendo que valoraba el apoyo de los trabajadores del mundo a sus políticas, en un tono cordial, que, por cierto, creó gran alarma entre los establishments económicos, financieros y políticos a ambos lados del Atlántico. Estaba claro, a nivel internacional que, como señaló más tarde el dirigente socialista estadounidense Eugene Victor Debs, en su propia campaña electoral, “Lincoln había sido un revolucionario y que por paradójico que pudiera parecer, el Partido Republicano había tenido en su orígenes una tonalidad roja”.

 La revolución democrática que Lincoln inició y que nunca se desarrolló.
 Ni que decir tiene que ninguno de estos datos aparece en la película Lincoln, ni son ampliamente conocidos en EEUU. Pero, como bien señalan John Nichols y Robin Blackburn (otro autor que ha escrito extensamente sobre Lincoln y Marx), para entender Lincoln hay que entender el periodo y el contexto en los que él vivió. Lincoln no era un marxista (término sobreutilizado en la literatura historiográfica y que el propio Marx denunció) y no era su intento eliminar el capitalismo, sino corregir el enorme desequilibrio existente en él, entre el capital y el trabajo. Pero, no hay duda de que fue altamente influenciado por Marx y otros pensadores socialistas, con los cuales compartió sus deseos inmediatos, claramente simpatizando con ellos, llevando su postura a altos niveles de radicalismo en su compromiso democrático. Es una tergiversación histórica ignorar tales hechos, como hace la película Lincoln.

No hay duda de que Lincoln fue una personalidad compleja con muchos claroscuros. Pero las simpatías están escritas y bien definidas en sus discursos. Es más, los intensos debates que ocurrían en las izquierdas europeas se reproducían también en los círculos progresistas de EEUU. En realidad, la mayor influencia sobre Lincoln fue la de los socialistas utópicos alemanes, muchos de los cuales se refugiaron en Illinois huyendo de la represión europea.

El comunalismo que caracterizó a tales socialistas influenció la concepción democrática de Lincoln, interpretando democracia como la gobernanza de las instituciones políticas por parte del pueblo, en el cual las clases populares eran la mayoría. Su famoso dicho (que se ha convertido en el espléndido eslogan democrático más conocido en el mundo –Democracy for the people, of the people and by the people- claramente señala la imposibilidad de tener una democracia del pueblo y para el pueblo sin que sea realizada y llevada a cabo por el mismo pueblo. De ahí que viera la liberación de los esclavos y del mundo del trabajo como elementos esenciales de tal democratización. Su concepto de igualdad llevaba inevitablemente un conflicto con el dominio de tales instituciones políticas por el capital. Y la realidad existente hoy en EEUU y que detallo en mi artículo “Lo que no se ha dicho en los medios sobre las elecciones en EEUU” (Público, 13.11.12)es una prueba de ello. Hoy la Corporate Class controla las instituciones políticas de aquel país.


Últimas observaciones y un ruego
Repito que ninguna de estas realidades aparece en la película. Spielberg no es, después de todo, Pontecorvo, y el clima intelectual estadounidense todavía está estancado en la Guerra Fría que le empobrece intelectualmente. “Socialismo” continúa siendo una palabra mal vista en los círculos del establishment cultural de aquel país. Y en la tierra de Lincoln, aquel proyecto democrático que él soñó nunca se realizó debido a la enorme influencia del poder del capital sobre las instituciones democráticas, influencia que ha disminuido enormemente la expresión democrática en aquel país. Y la paradoja hiriente de la historia es que el Partido Republicano se haya convertido en el instrumento político más agresivo hoy existente al servicio del capital.

Por cierto, agradecería que todas las personas que encuentren este artículo interesante lo distribuyan ampliamente, incluyendo en su distribución a los críticos de cine, que en su promoción de la película, seguro que no dirán nada del otro Lincoln desconocido en su propio país (y en muchos otros, incluyendo España). A uno de los fundadores del movimiento revolucionario democrático ni siquiera se le reconoce como tal. Su emancipación de los esclavos es una gran victoria que hay que celebrar. Pero Lincoln fue incluso más allá. Y de esto ni se habla. Vicenç Navarro. Público

Lincoln y Marx. Lincoln

lunes, 14 de enero de 2013

Terry Eagleton: Por qué Marx tenía razón


Terry Eagleton: Por qué Marx tenía razón. Albino Santos Mosquera (tr.) Barcelona: Península, 2011.

Tras la caída del Muro de Berlín la ola neoliberal ha conseguido desprestigiar enormemente la filosofía política de Karl Marx. Eagleton examina en un lenguaje asequible las objeciones más comunes al marxismo al tiempo que aclara algunos elementos básicos de las teorías de filósofo alemán.

Estas son las críticas más habituales al pensamiento de Marx que Eagleton considera erróneas o simples malentendidos:
  1. El marxismo está acabado. No tiene sentido en las sociedades posindustriales donde la desigualdad social está a punto de desaparecer.
    El capitalismo ha "deslocalizado" la desigualdad pero no le ha puesto fin. Al contrario, la injusticia en la distribución de la riqueza ha alcanzado niveles extraordinarios. Mientras la acumulación de capital continúe suponiendo la pobreza extrema de millones, el marxismo seguirá tan vivo como lo estaba durante la Revolución Industrial. Es posible, además, que no sea el marxismo quien está obsoleto sino el capitalismo: la imposibilidad de compatibilizar la acumulación de capital a corto plazo con la gestión de problemas globales como el cambio climático o la sucesión de burbujas y crisis es evidente.
  2. El marxismo llevado a la práctica ha degenerado siempre en tiranía, terror y asesinatos en masa.
    En primer lugar, la riqueza generada por el capitalismo no se ha conseguido de otro modo que a costa de la miseria y las vidas de millones. En segundo lugar, no se puede confundir marxismo con estalinismo o maoísmo. Marx advirtió expresamente contra una revolución socialista que se llevase a cabo en un país con una economía atrasada como la Rusia de los zares. Una revolución tal sólo alcanzaría a socializar la pobreza y la miseria y degeneraría en tiranía. Una revolución socialista necesita una economía hiperdesarrollada además de una dimensión global para poder llevarse a cabo correctamente. Marx, Engels, Lenin y Trotski no tienen nada que ver con Stalin.
  3. El marxismo defiende el determinismo histórico privando a los hombres de la libertad.
    La herencia de la filosofía de la historia idealista es el lastre más pesado de las teorías de Marx. Considerar que el capitalismo engendrará tarde o temprano una sociedad comunista es un sinsentido pues bien podría desaparecer previamente la especie humana víctima de un holocausto nuclear. También es un problema la idea de Marx (herencia directa de la insociable sociabilidad kantiana) de que el capitalismo es un mal necesario antes de acceder a una sociedad comunista. Este camino lleva directamente a disquisiciones prácticamente teológicas. Frente a esta interpretación de Marx, Eagleton prefiere aquella otra donde se da más importancia a la acción política y a la libertad humana que al desarrollo inevitable de las fuerzas productivas. 
  4. El marxismo es una utopía imposible porque los individuos son criaturas egoístas, codiciosas, agresivas y competitivas por naturaleza. 
    Marx renunció a la utopía porque entendía que era una distracción con respecto a la tarea política del presente. Soñar en un mundo perfecto no tenía nada que ver con establecer las condiciones adecuadas para el tránsito del capitalismo al comunismo. Además, Marx no cree en una naturaleza humana fija sino, al contrario, considera que la característica principal del ser humano es su ser indeterminado, inacabado, su capacidad para transformarse a sí mismo. La sociedad liberal toma como punto de partida y punto final a un conjunto de individuos libres, pero libres para agredirse unos a otros, mientras que el marxismo sugiere la posibilidad de organizar la vida social de modo que la realización de cada individuo sólo sea posible a través de la realización de los demás. 
  5. El marxismo es un reduccionismo económico que hace caso omiso de la complejidad de las instituciones humanas como el arte, la religión, la política, la moral o el derecho. 
    Lo que Marx dice no es que los modos de producción sean la causa directa de un tipo concreto de arte o religión. Si así fuera el propio marxismo habría sido imposible. Los modos de producción constituyen un contexto dentro del cual una determinada filosofía o forma literaria pueden ser explicadas. Si miramos más de cerca podremos comprobar que el derecho y la religión de una sociedad de clases está intrínsecamente ligado a los intereses de la clase dominante. 
  6. El marxismo es un materialismo burdo que transforma a los individuos en máquinas sin alma al servicio del Estado.
    El materialismo de Marx es, al contrario que el de Feuerbach, principalmente activo. Habla del ser humano como alguien capaz de interpretar y transformar la realidad. Aunque no existiese el capitalismo seguiría habiendo superestructura (arte, religión...) sólo que ya no estaría al servicio de la clase dominiante. 
  7. La clase obrera, el proletariado como sujeto de la Historia, ha desaparecido. 
    Esa idea de que la clase obrera ha desaparecido es una imagen engañosa engendrada por el capitalismo. Ocurre que el proletariado se ha desplazado a las megalópolis del sureste asiático.
  8. El marxismo aboga por la acción política violenta, por la revolución, y, por tanto, es incompatible con la democracia. 
    La revolución es la única opción cuando los parlamentos son insuficientes para satisfacer la voluntad de la mayoría que es lo que habitualmente ocurre en democracia. Los parlamentos son los instrumentos de los mercados y no de la voluntad general.
  9. El marxismo supone el fin la libertad individual que cede sus privilegios al partido y este al Estado. 
    Marx aborrecía el Estado. Consideraba que se reducía al monopolio de la violencia en favor de la clase dominante. El Estado democrático no representa a la sociedad civil. La llamada "dictadura del proletariado" no es más que una democracia real.
  10. Los movimientos radicales de las últimas cuatro décadas han surgido al margen del marxismo: feminismo, ecologismo, política étnica, derechos de los homosexuales, pacifismo...
    En el fondo, todos esos movimientos no son más que síntomas de un desajuste más profundo que es la lucha de clases.
En definitiva, la filosofía de Marx se ha reducido a una serie de tópicos que dejan a un lado la complejidad de matices del pensamiento del autor alemán. El libro de Eagleton cumple la función que se propone: deshacer interpretaciones erróneas o malintencionadas del marxismo. 

De todos modos, a título personal, cuando contemplo la realidad política y económica en la que nos desenvolvemos no es Marx el pensador en que me apoyo para interpretarla sino el nihilismo escéptico de Baudrillard. 

domingo, 16 de diciembre de 2012

Introducción al "Manifiesto Comunista" de Marx y Engels
Eric Hobsbawm
versobooks.com

En conmemoración de la muerte del renombrado erudito e historiador marxista Eric Hobsbawm, Verso presenta su introducción a la edición más reciente de El manifiesto comunista de Marx y Engels, para deleite de todos. (Matthew Cole).

I. En la primavera de 1847 Karl Marx y Frederick Engels acordaron afiliarse a la llamada Liga de los Justos (Bund der Gerechten), una rama de la anterior Liga de los Proscritos (Bund der Geächteten), sociedad secreta revolucionaria creada en París en la década de 1830 bajo la influencia de la Revolución Francesa por artesanos alemanes, la mayoría sastres y carpinteros, y todavía compuesta principalmente por estos artesanos expatriados radicales. La Liga, convencida de su “comunismo crítico”, se ofreció a publicar un manifiesto redactado por Marx y Engels como su documento político y también a modernizar su organización siguiendo sus líneas. Y efectivamente se reorganizó en el verano de 1847, cambiando su antiguo nombre por el de Liga de los Comunistas (Bund der Kommunisten) comprometida con el propósito de “derrocar a la burguesía, instaurar el dominio del proletariado, acabar con la vieja sociedad basada en las contradicciones de clase (Klassengegensätzen) y establecer una nueva sociedad sin clases ni propiedad privada”. Un segundo congreso de la Liga celebrado también en Londres en los meses de noviembre y diciembre de 1847 aceptó formalmente los objetivos y nuevos estatutos e invitó a Marx y a Engels a redactar el nuevo Manifiesto exponiendo los objetivos y políticas de la Liga.

Aunque tanto Marx como Engels prepararon borradores y el documento representa claramente los puntos de vista de ambos, el texto final fue escrito casi con toda certeza por Marx, tras una reprimenda a éste por parte del Ejecutivo, puesto que a Marx, tanto entonces como después, le resultaba difícil terminar sus textos sin el apremio de una fecha límite. La ausencia virtual de borradores anteriores sugiere que lo escribió a toda prisa (i). El documento resultante, de veintitrés páginas, titulado Manifiesto del Partido Comunista (conocido desde 1872 como El Manifiesto Comunista), se publicó en febrero de 1848 tras imprimirlo en las oficinas de la Asociación Educativa de los Trabajadores, más conocida como la Communistischer Arbeiterbildungsverein, que sobrevivió hasta 1914 en el 46 de Liverpool Street de Londres.

Este pequeño panfleto es el texto político más influyente desde la Declaración de los derechos humanos y ciudadanos de la Revolución Francesa. Por suerte estaba ya en la calle antes de que estallaran las revoluciones de 1848, que desde París se propagaron como un incendio forestal por todo el continente europeo. Aunque su horizonte era firmemente internacionalista -la primera edición anunciaba de forma optimista pero errónea la publicación inminente en inglés, francés, italiano, flamenco y danés- su impacto inicial fue exclusivamente en alemán. A pesar de que la Liga Comunista era pequeña, desempeñó un papel significativo en la revolución alemana, al menos mediante el periódico Neue Rheinische Zeitung [La Nueva Gaceta Renana] (1848-49), que editaba Karl Marx. La primera edición del Manifiesto se imprimió tres veces en unos meses, por capítulos, en la Deutsche Londoner Zeitung, corregida y maquetada de nuevo en 30 páginas en abril o mayo de 1848, pero desapareció de la circulación con el fracaso de las revoluciones de 1848. Cuando Marx se estableció en Inglaterra en 1849 para comenzar su exilio de por vida, los ejemplares que quedaban del Manifiesto eran tan escasos que pensó que valía la pena reimprimir la Sección III (Socialistische und kommunistische Literatur) en el último número de su revista de Londres , Neue Rheinische Zeitung, politisch-ökonomische Revue [La nueva gaceta renana, revista político económica] (noviembre de 1850), poco leída.

Nadie podía predecir un futuro tan extraordinario del Manifiesto en las décadas de 1850 y 1860. Un impresor alemán emigrado imprimió privadamente una nueva edición en Londres, probablemente en 1864, y otra pequeña edición en Berlín en 1866, la primera publicada en Alemania. Entre 1848 y 1868 parece que no hubo traducciones, excepto una versión en sueco, publicada probablemente a finales de 1848, y otra en inglés en 1850, significativas en la historia bibliográfica del Manifiesto sólo porque la traductora parece haber consultado a Marx o seguramente a Engels puesto que ella vivía en Lancashire. Ambas versiones desaparecieron sin dejar rastro. A mediados de la década de 1860 no quedaba prácticamente nada impreso de lo que había escrito Marx.

El protagonismo de Marx en la Asociación Internacional de Trabajadores (la denominada “Primera Internacional”, 1864-1872) y la aparición en Alemania de dos partidos importantes de la clase obrera, ambos fundados por antiguos miembros de la Liga Comunista que lo tenían en gran estima, llevó a un resurgimiento del interés por el Manifiesto, al igual que por otros escritos suyos, en especial el de su lúcida defensa de la Comuna de París de 1871 (conocido como La guerra civil de Francia) que le proporcionó una considerable notoriedad en la prensa como líder peligroso de la subversión internacional, temido por los gobiernos. Y en particular el juicio por traición a los líderes de la Socialdemocracia alemana Wilhelm Liebknecht, August Bebel y Adolf Hepner en marzo de 1872 le proporcionó una publicidad inesperada. La acusación leyó el texto del Manifiesto, lo que proporcionó a los socialdemócratas su primera oportunidad de publicarlo legalmente en una larga tirada como documento perteneciente al procedimiento judicial. Como parecía lógico que un documento escrito antes de la revolución de 1848 necesitara algunas correcciones y comentarios explicativos, Marx y Engels escribieron el primero de los prefacios de todos los que desde entonces han acompañado a las nuevas ediciones del Manifiesto (ii). Por motivos legales el prefacio no se pudo distribuir legalmente en su momento, pero la edición de 1872 (basada en la de 1866), se convirtió en la base de todas las ediciones posteriores. Mientras tanto, entre 1871 y 1873, aparecieron al menos nueve ediciones del Manifiesto en seis lenguas.

Durante los cuarenta años siguientes el Manifiesto conquistó el mundo, empujado por el surgimiento de los nuevos partidos laboristas (socialistas), en los que la influencia marxista creció rápidamente en la década de 1880. Ninguno de estos eligió la denominación de Partido Comunista hasta que los bolcheviques rusos volvieron a la denominación original después del triunfo de la Revolución de Octubre, pero el título de Manifiesto del Partido Comunista permaneció inalterado. Incluso antes de la Revolución Rusa de 1917 ya se habían imprimido varios centenares de ediciones en unos treinta idiomas, incluidas tres ediciones en japonés y una en chino. Sin embargo la zona en la que tuvo más influencia fue el cinturón central de Europa que va desde Francia en el oeste hasta Rusia en el este. No sorprende que el mayor número de ediciones se realizara en ruso (70) más otras 35 en las lenguas del imperio zarista: 11 en polaco, 7 en yidis, 6 en finlandés, 5 en ucraniano, 4 en georgiano y 2 en armenio. Hubo 55 ediciones en alemán y para el imperio de los Habsburgo, 9 en húngaro, 8 en checo y solo 3 en croata, una en eslovaco, otra en esloveno y 34 en inglés, lo que incluye los EE.UU., (donde la primera traducción apareció en 1871), 26 en francés y 11 en italiano, la primera en 1889 (iii). El impacto en el suroeste europeo fue limitado: 6 ediciones en español (incluida América Latina) y una en portugués. También fue bajo el impacto en el sureste de Europa, 7 ediciones en búlgaro, 4 en serbio, 4 en rumano y una sola edición en ladino, presumiblemente editada en Salónica. El norte de Europa estuvo moderadamente bien representado con 6 ediciones en danés, 5 en sueco y 2 en noruego (iv).

Esta desigual distribución geográfica no solo reflejaba el desarrollo desigual del movimiento socialista y de la propia influencia de Marx, tan distinta de otras ideologías revolucionarias como el anarquismo. Debe recordarnos también que no existía una estrecha correlación entre el tamaño y la fuerza de los partidos socialdemócratas y laboristas en cuanto a la difusión del Manifiesto. Así, hasta 1905 el Partido Socialdemócrata Alemán, con cientos de miles de afiliados y millones de votantes, imprimió las nuevas ediciones del Manifiesto en tiradas menores de 2.000 o 3.000 copias. Del programa de Erfurt del partido de 1891 se tiraron 120.000 ejemplares mientras que, al parecer, no se imprimieron más de 16.000 copias del Manifiesto en los 11 años comprendidos entre 1895 y 1905, cuando en este último año la circulación de su revista teórica Die Neue Zeit era de 6.400 ejemplares (v). No se esperaba del afiliado medio de un partido marxista socialdemócrata de masas que aprobase exámenes de teoría. Al contrario, las 70 ediciones de la Rusia prerrevolucionaria se correspondían con una combinación de organizaciones, ilegalizadas la mayor parte del tiempo, cuyo número total de miembros no pasaría de unos pocos miles. Asimismo las 34 ediciones en inglés fueron publicadas por y para las sectas marxistas dispersas por el mundo anglosajón que operaban en el ala izquierda de los partidos laboristas y socialistas de entonces. Éste era el entorno “en el que la claridad de un camarada se medía invariablemente por las señales en su Manifiesto” (vi). En otras palabras, los lectores del Manifiesto, aunque formaban parte de los nuevos partidos y movimientos laboristas socialistas, casi con toda seguridad no eran una muestra representativa de su afiliación. Eran hombres y mujeres con un interés especial en la teoría que subyace en estos movimientos. Y seguramente esto es verdad todavía.

Esta situación cambió después de la Revolución de Octubre, por lo menos en los partidos comunistas. A diferencia de los partidos de masas de la Segunda Internacional (1889-1914), los de la Tercera Internacional (1919-43) esperaban que todos sus miembros comprendieran la teoría marxista o al menos mostraran algún conocimiento de la misma. Desapareció la dicotomía entre los líderes políticos de hecho, desinteresados en la escritura de libros, y los ‘teóricos’ como Karl Kautsky, conocido y respetado como tal, pero no como político práctico en la toma de decisiones. Siguiendo a Lenin, ahora se suponía que todos los líderes debían ser teóricos importantes puesto que todas las decisiones políticas estaban justificadas con base en el análisis marxista, o más probablemente en la autoridad textual de ‘los clásicos’: Marx, Engels, Lenin y a su debido tiempo, Stalin. La publicación y distribución a nivel popular de los textos de Marx y Engels se convirtió en una cuestión más importante para el movimiento de lo que había sido en los tiempos de la Segunda Internacional. Se publicaban desde series con los textos más cortos, probablemente siguiendo el ejemplo de la editorial alemana Elementarbücher des Kommunismus durante la República de Weimar, hasta compendios adecuadamente seleccionados de lecturas tales como la inestimable Selección de correspondencia de Marx y Engels, primero en dos volúmenes y después en tres, o las Obras Reunidas de Marx y Engels en dos o en tres volúmenes, así como la preparación de las Obras Completas (Gesamtausgabe), todo respaldado por los recursos ilimitados a estos efectos del Partido Comunista de la Unión Soviética y muchas veces imprimidas en la Unión Soviética en una gran variedad de lenguas extranjeras.

El Manifiesto Comunista se benefició de esta nueva situación de tres maneras. Su circulación sin duda aumentó. La edición barata publicada en 1932 por las editoriales oficiales de los partidos comunistas estadounidense y británico “de cientos de miles” de copias se ha descrito como “probablemente la mayor edición masiva jamás impresa en inglés” (vii). El título del Manifiesto ya no era una supervivencia histórica, sino que se vinculaba directamente con la política de la época. Desde el momento en que un Estado principal afirmó representar la ideología marxista, la posición del Manifiesto como texto de ciencia política quedó reforzada y consecuentemente entró en los programas educativos de las universidades, destinada a expandirse rápidamente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el marxismo de los lectores intelectuales iba a encontrarse con su público más entusiasta en las décadas de los 60 y 70.

La URSS emergió de la Segunda Guerra Mundial como una de las dos superpotencias, encabezando una vasta región de Estados comunistas y de Estados satélite. Los partidos comunistas occidentales, con la notable excepción del partido comunista alemán, emergieron más fuertes de lo que fueron nunca, ni parecía probable que lo fueran a ser. Aunque había empezado la Guerra Fría, en el año de su centenario el Manifiesto lo publicaban no solamente los editores comunistas o marxistas, sino también editoriales no políticas en grandes ediciones con introducciones de académicos eminentes. En otras palabras, ya no era solo un documento marxista clásico, sino que se había convertido en un clásico político y punto.

Sigue siendo un clásico incluso después del final del comunismo soviético y del declive de los partidos y movimientos marxistas en muchas partes del mundo. En los Estados sin censura, se puede encontrar en librerías o bibliotecas. El propósito de una nueva edición no es por tanto poner el texto de esta asombrosa obra maestra al alcance de todo el mundo y menos aún revisitar un siglo de debates doctrinales acerca de la interpretación “correcta” de este documento fundamental del marxismo. Se trata de recordarnos de que el Manifiesto aún tiene mucho que decir al mundo en las primeras décadas del siglo XXI.

II. ¿Qué tiene que decir? Se trata, por supuesto, de un documento escrito para un determinado momento histórico. Parte del mismo quedó obsoleto casi de inmediato, como por ejemplo las tácticas recomendadas a los comunistas en Alemania, que no se aplicaron durante la revolución de 1848 y sus secuelas. Otra parte del mismo se fue quedando obsoleta a medida que transcurrían los años que separaban a los lectores de la fecha en que se escribió. Hacía mucho tiempo que Guizot y Metternich ya no lideraban gobiernos para ser personajes de los libros de historia y el zar ya no existe (aunque el Papa sí). En cuanto a la discusión sobre la “literatura socialista y comunista”, los propios Marx y Engels reconocieron en 1872 que ya entonces estaba desfasada.

Y lo que es más importante: con el paso del tiempo, el lenguaje del Manifiesto ya no era el de sus lectores. Por ejemplo, se ha comentado ampliamente la frase que decía que el avance de la sociedad burguesa había rescatado “a una parte considerable de la población de la idiotez de la vida rural”. Pero mientras no hay duda de que Marx en ese momento compartía el desprecio e ignorancia habituales del habitante de la ciudad hacia el entorno campesino, la frase alemana actual y analíticamente más interesante de dem Idiotismus des Landlebens entrissen no se refiere a la “estupidez”, sino al “horizonte estrecho” o “al aislamiento del conjunto de la sociedad” en que vivía la gente del campo. Hacía eco del significado original del término griego idiotes, de donde se derivan los significados actuales de “idiota” o “idiotez”: “una persona preocupada solo de sus asuntos privados y no de los de una comunidad más amplia”. Desde 1840 y en los movimientos cuyos miembros, al contrario que Marx, no habían recibido una educación clásica, el sentido original se desvaneció y se malinterpretó.

Esto resulta aún más evidente en el vocabulario político del Manifiesto. Los términos como Stand (Estado), Demokratie (democracia) o “nación/nacional”, o bien tienen poca aplicación a las políticas de finales del siglo XX o han dejado de tener el significado que tenían en el discurso político o filosófico de la década de 1840. Por poner un ejemplo obvio: el “Partido Comunista”, de cual nuestro texto afirmó ser el Manifiesto, no tuvo nada que ver con los partidos de la política democrática moderna, ni con los “partidos de vanguardia” del comunismo leninista, sin mencionar los partidos estatales de tipo soviético o chino. Ninguno de estos partidos existía en aquel momento. La palabra “partido” todavía significaba esencialmente una tendencia o corriente de opinión o táctica, aunque Marx y Engels reconocían que en cuanto esto se materializaba en los movimientos de clase, se desarrollaba algún tipo de organización (diese Organisation der Proletarier zur Klasse, und damit zur politischen Partei). De ahí la distinción en la sección IV entre “los partidos de clase obrera existentes… los cartistas en Inglaterra, los reformistas agrarios en Estados Unidos” y otros, no constituidos todavía (viii). Como deja claro el texto, en esta etapa el partido comunista de Marx y Engels no constituía una organización ni intentaba serlo, y menos pretendía ser una organización con un programa específico distinto al de las demás organizaciones (ix). Por cierto, no se menciona en el Manifiesto el sujeto real en cuyo nombre se escribió, la Liga de los Comunistas.

Por otra parte, queda claro que el Manifiesto no solo se escribió en y para una situación histórica determinada, sino que también representaba una fase relativamente inmadura del desarrollo del pensamiento marxista. Y esto se hace más evidente en los aspectos económicos. Aunque Marx había empezado en serio a estudiar la economía política en 1843, no se propuso desarrollar el análisis económico expuesto en El Capital hasta que llegó exiliado a Inglaterra después de la Revolución de 1848 y tuvo acceso a los tesoros de la biblioteca del Museo Británico en el verano de 1850. De ahí que la distinción entre la venta de su mano de obra al capitalista por parte del obrero y la venta de su fuerza de trabajo que resulta esencial para la teoría marxiana de la plusvalía y la explotación no se había hecho en el Manifiesto. Tampoco opinaba el Marx maduro que el precio de la mercancía “trabajo” era su coste de producción; es decir, el coste del mínimo fisiológico de mantener con vida al trabajador. En resumen, Marx escribió el Manifiesto menos como economista marxiano que como comunista ricardiano.

Y sin embargo, a pesar de que Marx y Engels recordaban a los lectores que el Manifiesto era un documento histórico desfasado en muchos aspectos, promovieron y ayudaron la publicación del texto de 1848 con modificaciones y aclaraciones relativamente menores (x). Reconocieron que seguía siendo una importante exposición del análisis que distinguía su comunismo de todos los demás proyectos existentes para la creación de una sociedad mejor. En esencia este análisis era histórico. Su núcleo era la demostración del desarrollo histórico de las sociedades y específicamente de la sociedad burguesa, que reemplazó a sus predecesoras, revolucionó el mundo y a su vez creaba necesariamente las condiciones para su reemplazo inevitable. Al contrario que la economía marxiana, “la concepción materialista de la Historia” que subyace en este análisis había encontrado ya su formulación madura a mediados de la década de 1840, y había permanecido prácticamente sin cambios en los años posteriores (xi). En este aspecto el Manifiesto era ya un documento definitorio del marxismo. Encarnaba una visión histórica, aunque su esquema general requería un análisis más detallado.

III. ¿Qué impresión causará el Manifiesto al lector que accede hoy al mismo por primera vez? El nuevo lector no puede dejar de ser arrastrado por la convicción apasionada, la brevedad concentrada, la fuerza intelectual y estilística de este asombroso panfleto. Está escrito como en un único estallido creativo, con frases lapidarias que se transforman de forma casi natural en aforismos memorables que se conocen mucho más allá del mundo del debate político: desde la apertura “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”, hasta el final “Los proletarios no tienen nada que perder más que las cadenas. Tienen un mundo que ganar” (xii). Igualmente fuera de lo común en la escritura alemana del siglo XIX son los párrafos cortos, apodícticos, generalmente de una a cinco líneas. Solo en cinco casos, entre más de doscientos, hay quince líneas o más. Sea lo que sea, El Manifiesto Comunista como retórica política tiene una fuerza casi bíblica. En resumen, es imposible negar su irresistible poder literario (xiii).

No obstante, lo que indudablemente impactará al lector contemporáneo del Manifiesto es el diagnóstico notable del carácter revolucionario y el impacto de la “sociedad burguesa”. No se trata simplemente de que Marx reconociera y proclamara los extraordinarios logros y el dinamismo de una sociedad que detestaba, para sorpresa de más de un defensor posterior del capitalismo ante la amenaza roja. De lo que se trata es que el mundo transformado por el capitalismo que describió en 1848, en pasajes de elocuencia oscura y lacónica, se reconoce en el mundo en que vivimos hoy, 150 años después. Curiosamente, el optimismo poco realista de dos revolucionarios de veintiocho y treinta años ha demostrado ser la fuerza más perdurable del Manifiesto. Porque aunque el “fantasma del comunismo” obsesionó realmente a los políticos y aunque Europa atravesaba un periodo de crisis económica y social y estaba al borde de la mayor revolución a escala continental de su historia, estaba claro que no se daban los fundamentos necesarios que respaldaran la convicción del Manifiesto de que se aproximaba el momento de derrocar el capitalismo (la revolución burguesa en Alemania iba a ser el preludio de la revolución proletaria que le sucedería). Al contrario. Como sabemos ahora, el capitalismo se disponía a comenzar su primer periodo de avance global triunfal.

Dos cosas contribuyeron a la fuerza del Manifiesto. La primera es su visión, incluso en el mismo comienzo de la marcha triunfal del capitalismo, de que este modo de producción no era permanente, estable, “el fin de la historia”, sino una fase temporal de la historia de la humanidad, destinada como sus predecesoras a ser sustituida por otro tipo de sociedad (a no ser –y esta frase del Manifiesto no se ha estudiado con suficiente atención– que se derrumbara “sobre la ruina común de las clases contendientes”). La segunda es su reconocimiento de las necesarias tendencias históricas a largo plazo del desarrollo capitalista. El potencial revolucionario de la economía capitalista era ya evidente. Marx y Engels no pretendieron ser los únicos que lo reconocieran. Desde la Revolución Francesa algunas de las tendencias que observaron se imponían claramente. Por ejemplo el declive de las “provincias independientes o débilmente asociadas, con intereses, leyes, gobernantes y sistemas fiscales separados”, ante los estados-nación “con un gobierno, un código de derecho, un interés nacional de clase, una frontera y un arancel aduanero. Sin embargo, al final de la década de 1840, lo que había conseguido la “burguesía” era mucho más modesto que los milagros que se le atribuían en El Manifiesto. Después de todo, en 1850 el mundo no producía más de 71.000 toneladas de acero (casi el 70% en Inglaterra) y se habían construido menos de 24.000 millas de ferrocarriles (dos tercios en Inglaterra y EE.UU.) Los historiadores no han tenido dificultad en demostrar que incluso en Inglaterra la Revolución Industrial (un término utilizado específicamente por Engels a partir de 1844) (xiv) apenas había creado un país industrial, ni siquiera en su mayor parte urbano antes de 1850. Marx y Engels no describieron el mundo ya transformado por el capitalismo en 1848; pronosticaron que el destino lógico del mundo sería que el capitalismo lo transformara.

Ahora, en el tercer milenio del calendario occidental, vivimos en un mundo en el que esta transformación ha producido. En cierto sentido prácticamente podemos ver la fuerza de las predicciones del Manifiesto incluso más claramente que las generaciones que vivieron entre el momento de su publicación y el actual. Porque hasta la revolución en el transporte y las comunicaciones posterior a la Segunda Guerra Mundial había limitaciones a la globalización de la producción, “al carácter cosmopolita de la producción y el consumo en todos los países”. Hasta la década de 1970 la industrialización permaneció abrumadoramente confinada en sus regiones de origen. Algunas escuelas marxistas podrían incluso argumentar que el capitalismo, al menos en su forma imperialista, lejos de “obligar a todas las naciones a adoptar el modo de producción burgués, so pena de extinción” perpetraba o incluso creaba, por su naturaleza, el “subdesarrollo” en el llamado Tercer Mundo. Mientras un tercio del género humano vivía en sistemas económicos del modelo del comunismo soviético, parecía que el capitalismo nunca triunfaría en su empeño de obligar a todas las naciones a “convertirse en burguesas”. No “crearía un mundo a su imagen”. Otra vez, antes de la década de 1960 la predicción del Manifiesto de que el capitalismo conllevaba la destrucción de la familia aparentemente no se había producido, ni siquiera en los países occidentales avanzados donde hoy alrededor de la mitad de las personas nacen o crecen con madres solteras y la mitad de los hogares de las grandes ciudades está formada por una sola persona.

En resumen, lo que en 1848 le podría haber parecido a un lector no comprometido retórica revolucionaria -o en el mejor de los casos una predicción plausible– se puede leer actualmente como una caracterización concisa del capitalismo a finales del siglo XX. ¿De qué otro documento de 1840 podría decirse lo mismo?

IV. Sin embargo, si al final del milenio nos sorprende la visión aguda del Manifiesto sobre el futuro entonces remoto de un capitalismo masivamente globalizado, el fallo de otra de sus predicciones resulta igual de sorprendente. Ahora resulta evidente que la burguesía no ha producido “por encima de todo… sus propios sepultureros” dentro del proletariado. “La caída de la burguesía y la victoria del proletariado” tampoco han resultado “igualmente inevitables”. El contraste entre las dos mitades del análisis del Manifiesto en la sección “Burgueses y Proletarios” exige una explicación más amplia transcurridos 150 años de lo que era necesario en su centenario.

El problema no reside en la visión de Marx y Engels de un capitalismo que necesariamente transformó a la mayoría de la gente que se ganaba la vida en este sistema económico en hombres y mujeres que para su propio sustento necesitaban ofrecer su mano de obra por jornales o salarios. Indudablemente lo ha hecho, aunque actualmente los ingresos de algunas personas teóricamente empleadas a cambio de un salario, como los directivos de empresa, difícilmente pueden considerarse proletarios. Tampoco mentían al creer que la mayoría de esa población trabajadora sería esencialmente fuerza de trabajo industrial. Aunque Gran Bretaña fue excepcional siendo un país en que los trabajadores manuales asalariados constituyeron la mayoría absoluta de la población, el desarrollo de la producción industrial requirió la entrada masiva de trabajadores manuales durante más de un siglo después del Manifiesto. Incuestionablemente éste ya no es el caso de la producción moderna de alta tecnología intensiva en capital, una evolución que no tuvo en cuenta el Manifiesto, aunque en sus estudios económicos más desarrollados el propio Marx imaginó el posible desarrollo de una economía con menos necesidad de mano de obra, al menos en una época post-capitalista (xv). Incluso en las viejas economías industriales del capitalismo, el porcentaje de personas empleadas en la industria manufacturera permaneció estable hasta la década de 1970, excepto en EE. UU., donde el declive se produjo algo antes. En realidad, con muy pocas excepciones –como las de Gran Bretaña, Bélgica y EE.UU.– en 1970 los trabajadores industriales constituyeron probablemente una proporción mayor de la población total ocupada del mundo industrializado y en vías de industrialización que se haya dado nunca antes.

En cualquier caso, el derrocamiento del capitalismo previsto por el Manifiesto no se basaba en la transformación previa de la “mayoría” de la población en proletaria, sino en la suposición de que la situación del proletariado en la economía capitalista era tal que una vez organizado en un movimiento de clase necesariamente político, podría tomar la iniciativa, agrupar en torno a él el descontento de otras clases y así conquistar el poder político como “el movimiento independiente de la inmensa mayoría en el interés de la inmensa mayoría”. Así, el proletariado “se sublevaría para ser la clase dirigente de la nación… [y] constituirse en la nación” (xvi).

Como no se ha derrocado el capitalismo, tendemos a descartar esta predicción. No obstante, y aunque parecía absolutamente improbable en 1848, el levantamiento de movimientos organizados con base en la conciencia de la clase obrera estaba llamado a cambiar la política de la mayoría de los países capitalistas de Europa, lo que existía raramente fuera de Gran Bretaña. Partidos laboristas y socialistas emergieron en la mayor parte del mundo “desarrollado” en 1880, convirtiéndose en partidos de masas en Estados con la franquicia democrática que tanto habían ayudado a establecer. Durante y después de la Primera Guerra Mundial otra rama de los “partidos proletarios” siguió la senda revolucionara de los bolcheviques, otra rama se convirtió en los pilares que sustentaron el capitalismo democratizado. La rama bolchevique apenas tiene ya importancia en Europa occidental o se ha asimilado a la socialdemocracia. La socialdemocracia, tal como existía en los tiempos de Bebel e incluso de Clement Attlee, lucha en la retaguardia. No obstante, los partidos socialdemócratas de la Segunda Internacional, a veces con sus nombres originales, son aún potencialmente los partidos de gobierno de varios Estados europeos. Aunque esos gobiernos fueron menos frecuentes a principios del siglo XXI que a finales del XX, estos partidos han batido el record de continuidad como grandes agentes políticos durante más de un siglo.

En resumen, lo que está equivocado no es la predicción del Manifiesto del papel central de los movimientos políticos con base en la clase obrera (y aún en ocasiones éstos llevan específicamente el nombre de clase, como los partidos laboristas británico, holandés, noruego y australiano). Lo que está equivocado es la proposición: “De todas las clases que se enfrentan hoy a la burguesía, solo la proletaria es realmente revolucionaria”, cuyo destino inevitable, implícito en la naturaleza y desarrollo del capitalismo, es el derrocamiento de la burguesía: “Su caída y la victoria del proletariado son igualmente inevitables”.

Incluso en los notorios “años cuarenta del hambre”, el mecanismo que debía conseguirlo –la inevitable pauperización (xvii) de los obreros– no resultó totalmente convincente; a menos que se basara en la suposición, improbable incluso entonces, de que el capitalismo estaba en su crisis final a punto de ser inmediatamente derrocado. Era un mecanismo dual. Además del efecto de pauperización en el movimiento obrero, se demostró que la burguesía no estaba “capacitada para gobernar porque es incompetente para asegurar la existencia a sus esclavos dentro de su esclavitud, ya que no puede evitar que se hundan hasta tal extremo que tiene que alimentarlos en vez de al contrario”. Lejos de proporcionarle el beneficio que alimentara el motor del capitalismo, ahora la mano de obra se lo comía. Pero dado el potencial económico enorme del capitalismo, tan dramáticamente expuesto en el propio Manifiesto, ¿por qué fue inevitable que el capitalismo no pudiera proporcionar sustento, aunque miserable, a la mayor parte de la clase obrera o alternativamente que no pudiera permitirse un sistema de previsión social? ¿Ese “pauperismo” (en sentido estricto, ver nota 17) se desarrolla con mayor rapidez que la población y la riqueza”? (xviii). Si el capitalismo tenía una larga vida por delante como resultó obvio muy poco después de 1848, esto no tenía por qué ocurrir, y efectivamente no ocurrió.

La visión del desarrollo histórico de la “sociedad burguesa” del Manifiesto, lo que incluye a la clase obrera que la misma generaba, no condujo necesariamente a la conclusión de que el proletariado derrocaría al capitalismo y al hacerlo abriría el camino al desarrollo del comunismo, porque la visión y la conclusión no derivaban del mismo análisis. El objetivo del comunismo, adoptado antes de que Marx se hiciera “marxista”, no derivaba del análisis de la naturaleza y el desarrollo del capitalismo, sino de un argumento filosófico –incluso escatológico– sobre la naturaleza humana y su destino. La idea fundamental de Marx a partir de entonces de que el proletariado era la clase que no podía liberarse a sí misma sin liberar al mismo tiempo a la sociedad en su conjunto, aparece primero como una “deducción filosófica, en lugar de ser producto de la observación” (xix). En palabras de George Lichtheim: “el proletariado apareció por primera vez en los escritos de Marx como la fuerza social necesaria para llevar a cabo los objetivos de la filosofía alemana”, como lo expuso Marx en 1843 y 1844 (xx).

La “posibilidad positiva de la emancipación de Alemania”, escribió Marx en la Introducción a la Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel, reside:
En la formación de una clase con cadenas radicales… una clase que sea la disolución de todas las clases, esfera de una sociedad que posea un carácter universal porque sus sufrimientos sean universales y sus reivindicaciones no sean derechos individuales porque el agravio cometido contra él no es un mal particular sino un mal en sí mismo… Esta disolución de la sociedad como una clase particular es el proletariado… La emancipación de los alemanes es la emancipación del ser humano. La filosofía es la cabeza de esta emancipación y el proletariado es el corazón. La filosofía no se puede reconocer a sí misma sin la abolición del proletariado y el proletariado no puede ser abolido sin que la filosofía devenga en una realidad (xxi).

Por entonces el conocimiento que Marx tenía del proletariado no iba más allá del hecho de que “estaba naciendo en Alemania sólo como consecuencia del creciente desarrollo industrial” y que éste era precisamente su potencial como fuerza liberadora, puesto que al contrario que las masas de pobres de la sociedad tradicional, era hijo de una “drástica disolución de la sociedad” y por tanto su existencia proclamaba la “disolución del orden mundial existente hasta entonces”. Tenía aún menos conocimiento sobre los movimientos obreros, aunque sabía mucho de la historia de la Revolución Francesa.

En Engels encontró un socio que aportó a la sociedad el concepto de la “Revolución Industrial” y los conocimientos de la dinámica de la economía capitalista como realmente era en Gran Bretaña, más los rudimentos de un análisis económico (xxii), todo lo cual le indujo a predecir una futura revolución social, que sería fomentada por una clase obrera real a la que él conocía muy bien por el hecho de vivir y trabajar en Gran Bretaña al comienzo de la década de 1840. Los enfoques de Marx y Engels sobre “el proletariado” y el comunismo se complementaban mutuamente. Lo mismo ocurría con sus concepciones respectivas de la lucha de clases como motor de la historia (en el caso de Marx derivado principalmente de su estudio del periodo de la Revolución Francesa; en el caso de Engels por la experiencia de los movimientos sociales en la Gran Bretaña pos-napoleónica). No sorprende que “ambos estuvieran de acuerdo en todos los campos teóricos”, en palabras de Engels (xxiii). Engels le aportó a Marx los elementos de un modelo que demostraba la naturaleza fluctuante y “autodesestabilizadora” del funcionamiento de la economía capitalista, en particular el esbozo de una teoría de las crisis económicas (xxiv) y el material empírico acerca del auge del movimiento obrero y del rol revolucionario que podría desempeñar en Gran Bretaña.

En la década de 1840 la conclusión de que la sociedad estaba al borde de la revolución resultaba plausible. Como lo era la predicción de que la clase obrera, aún siendo inmadura, la lideraría. Después de todo, a las pocas semanas de la publicación del Manifiesto, un movimiento de los trabajadores parisinos derrocó a la monarquía francesa y dio la señal revolucionaria a la mitad de Europa. No obstante, la tendencia del desarrollo capitalista a generar un proletariado esencialmente revolucionario no podía deducirse del análisis de la naturaleza del desarrollo capitalista. Era una posible consecuencia de este desarrollo, pero no podría señalarse como la única posible. Y aún menos podía demostrarse que el éxito de un derrocamiento del capitalismo por parte del proletariado abriera necesariamente la puerta al desarrollo del comunismo. (El Manifiesto sólo afirma que en ese momento se iniciaría un proceso de cambio muy gradual) (xxv). La visión de Marx de un proletariado cuya misma esencia lo destinara a emancipar a toda la humanidad y a poner fin a la sociedad de clases mediante el derrocamiento del capitalismo representa una esperanza deducida de su análisis del capitalismo, pero no una conclusión necesariamente impuesta por ese análisis.

A lo que el análisis del capitalismo del Manifiesto indudablemente puede llevar –especialmente cuando se adentra en el análisis de Marx sobre la concentración económica, que apenas se insinuaba en 1848– es a una conclusión más general y menos específica acerca de las fuerzas autodestructivas innatas en el desarrollo capitalista. Debe alcanzar un punto –y en 2012 no solo los marxistas están de acuerdo en esto– en que:
La sociedad burguesa moderna con sus relaciones de producción, intercambio y propiedad, una sociedad que ha suscitado medios de producción e intercambio tan gigantescos, es como el aprendiz de brujo que ya no puede controlar los poderes del mundo inferior… Las dimensiones del arco de la sociedad burguesa son demasiado estrechas para abarcar la riqueza que ha creado.

No sería irracional sacar la conclusión de que las “contradicciones” inherentes al sistema de mercado, sin más nexo de unión entre los seres humanos que el descarnado interés propio, el cruel “pago al contado”, un sistema de explotación y de “acumulación interminable” que nunca se pueden superar; que a partir de cierto punto, mediante una serie de transformaciones y reestructuraciones el desarrollo de este sistema esencialmente “autodesestabilizador”, conduzca a una situación que ya no se pueda describir como capitalismo. O citando al propio Marx, en que “la centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo lleguen al final a un punto en que se hagan incompatibles con su integumento capitalista”, y ese “integumento reviente en pedazos” (xxvi). El nombre por el que conozcamos la subsiguiente situación es indiferente. Sin embargo, como demuestran los efectos de la explosión económica del mundo en el medio ambiente mundial, tendrá que marcar necesariamente un giro brusco que lo aleje de la apropiación privada para pasar al control social a escala global.

Resultaría improbable que tal “sociedad post-capitalista” se pareciera a los modelos tradicionales del socialismo y aún menos al “socialismo real” de la era soviética. La forma que haya de tomar y hasta dónde encarnaría los valores humanistas del comunismo de Marx y Engels, dependería de la acción política a través la cual se produciría el cambio, ya que esto, como sostiene el Manifiesto, resulta fundamental para la conformación del cambio histórico.

V. En la visión marxiana, no importa cómo describimos ese momento histórico en que “el integumento reviente en pedazos”, la política constituirá un elemento esencial. El Manifiesto se lee principalmente como un documento de inevitabilidad histórica y en efecto su fuerza se deriva en gran medida de la confianza que proporcionó a sus lectores saber que el capitalismo estaba inevitablemente destinado a ser enterrado por sus sepultureros y que ahora -y no en cualquier otro periodo histórico- han nacido las condiciones para la emancipación. Sin embargo, en contra de las más divulgadas hipótesis, si el Manifiesto alega que tal cambio histórico lo consigue el hombre haciendo su propia historia, no es un documento determinista. Las fosas han de ser cavadas por la acción humana o a través de ella.

Efectivamente es posible hacer una lectura determinista del argumento. Se ha sugerido que Engels tendía a hacerla más que Marx, con importantes consecuencias para el desarrollo de la teoría marxista y el desarrollo del movimiento obrero marxista tras la muerte de Marx. Sin embargo, y pese a que se citase como evidencia (xxvii) en los propios borradores de Engels, no se intuye esta lectura determinista en el Manifiesto. Cuando el Manifiesto sale del campo del análisis histórico y entra en el de la actualidad, se convierte en un documento de opciones y posibilidades políticas -no de probabilidades políticas- y en absoluto de certezas. Entre el “ahora” y el momento impredecible en el que “en el transcurso de la evolución”, se produzca “una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno sea la condición del desarrollo libre de todos”, está el campo de la acción política.

El cambio histórico a través de la praxis social y la acción colectiva constituye su núcleo. El Manifiesto contempla el desarrollo del proletariado como “la organización de los proletarios en una clase, y consecuentemente en un partido político”. La “conquista del poder político por el proletariado” (la conquista de la democracia) es “el primer paso de la revolución obrera” y el futuro de la sociedad bascula sobre las acciones políticas posteriores del nuevo régimen (es decir, cómo utilizará el proletariado su supremacía política). El compromiso con la política es lo que históricamente distinguió al socialismo marxiano de los anarquistas y los sucesores de aquellos socialistas cuyo rechazo de toda acción política condena específicamente el Manifiesto. Incluso antes de Lenin, la teoría marxiana no trataba sólo de “la historia nos demuestra lo que pasa”, sino también acerca de lo “que tenemos que hacer”. Ciertamente la experiencia soviética del siglo XX nos ha enseñado que podría ser mejor no hacer “lo que se debe hacer” bajo condiciones históricas que imposibilitan virtualmente el éxito. Pero esta lección se podría haber aprendido también considerando las implicaciones del Manifiesto Comunista.

Pero entonces el Manifiesto -y ésta no es la menor de sus notables cualidades - es un documento que prevé el fallo. Esperaba que el resultado del desarrollo capitalista fuera “una reconstitución revolucionaria de la sociedad” pero, como ya hemos comprobado, no excluía la alternativa de “la ruina común”. Muchos años después, otra investigación marxiana reformuló esto como la elección entre socialismo y barbarie. Cual de ambos prevalezca es una pregunta que el siglo XXI debe contestar.

Notas:
(i) Solo se han descubierto dos fragmentos de esos materiales –un plan para la sección III y el borrador de una página, Karl Marx Frederick Engels, Obras Completas, Vol. 6 (Londres 1976, páginas 576 y 577).
(ii) En vida de los fundadores eran: (1) Prefacio a la (segunda) edición alemana, 1872; (2) Prefacio a la (segunda) edición rusa, 1882, la primera traducción rusa de Bakunin apareció en 1869, comprensiblemente sin la bendición de Marx y Engels, (3) Prefacio a la (tercera) edición alemana, 1883; (4) Prefacio a la edición inglesa, 1888; (5) Prefacio a la (cuarta) edición alemana, 1890; (6) Prefacio a la edición polaca, 1892; y (7) Prefacio “A los lectores italianos”, 1893.
(iii) Paolo Favil li, Storia del marxismo italiano . Dalle origini alla grande guerra (Milán 1996, páginas 252 a 254).
(iv) Me he basado en los datos del inestimable Bert Andréas, Le Manifeste Communiste de Marx et Engels. Histoire et Bibliographie 1848-1918 (Milán 1963)
(v) Datos de los informes anuales del Parteitage del SPD. Sin embargo no proporcionan datos cuantitativos acerca de las publicaciones previstas para 1899 y 1900.
(vi) Robert R. LaMonte, “ The New Intellectuals”, New Review II , 1914; citada por Paul Buhle en Marxism in the USA: From 1870 to the Present Day (Londres 1987), pág. 56.
(vii) Hal Draper, The Annotated Communist Manifesto (Centro para la Historia del Socialismo, Berkeley, California 1984), pág. 64.
(viii) El original alemán comienza esta sección con la discusión de das Verhältniss der Kommunisten zu den bereits konstituerten Arbeiterparteien… also den Chartiesten, etc. La traducción oficial en inglés de 1887, revisada por Engels, atenúa el contraste. Una interpretación más fiel sería comparar los “partidos obreros ya constituidos”, como los cartistas, etc., con los que todavía no se habían constituido.
(ix) “Los comunistas no constituyen un partido separado opuesto a otros partidos de la clase obrera… No establecen principios sectarios propios para formar y moldear el movimiento proletario” (Sección II).
(x) La más conocida de éstas, subrayada por Lenin, fue la observación del prefacio de 1872 de que la Comuna de París había mostrado “que la clase obrera no puede simplemente tomar el control de la maquinaria del estado ya existente y utilizarla para sus propios fines”. Después de la muerte de Marx, Engels añadió la nota al pie de página modificando la primera frase de la Sección I para excluir las sociedades prehistóricas del alcance universal de la lucha de clases. Sin embargo, ni Marx ni Engels se molestaron en comentar o modificar los pasajes económicos del documento. Si Marx y Engels consideraron realmente un Umarbeitung oder Ergänzun más desarrollado del Manifiesto (Prefacio a la edición alemana de 1883) resulta dudoso, pero no hay duda de que la muerte de Marx hizo que esa revisión fuese imposible.
(xi) Compárese el pasaje de la Sección II del Manifiesto (“¿Requiere una intuición profunda comprender que las ideas, puntos de vista y concepciones del hombre, en otras palabras, que la conciencia del hombre cambie con cada cambio de las condiciones de su existencia material, de sus relaciones sociales y de su vida social?”) con el pasaje correspondiente en el Preface to the Critique of Political Economy (“No es la consciencia de los hombres lo que determina su existencia sino, al contrario, es su existencia social la que determina su conciencia”).
(xii) Aunque ésta es la versión inglesa aprobada por Engels, no es una traducción estrictamente correcta del texto original: Mögen die herrschenden Klassen vor einer kom-munistischen Revolution zittern. Die Proletarier haben nichts in ihr, (es decir “en la revolución”) zu verlieren als ihre Ketten”.
(xiii) Para un análisis estilístico, vea S.S. Prawer, Karl Marx and World Literature (Verso, Nueva York 2011), páginas 148 y 9. Las traducciones del Manifiesto que conozco no tienen la fuerza literaria del texto original en alemán.
(xiv) En “Die Lage Englands. Das 18.Jahrhundert” (Obras de Marx y Engels I, páginas 566 a 568)
(xv) Ver, por ejemplo, la discusión sobre Fixed capital and the development of the productive resources of society en los manuscritos de 1857 y 1858. Obras completas, vol. 29 (1987), páginas 80 a 99.
(xvi) La frase alemana “sich zur nationalen Klasse erheben” tenía connotaciones hegelianas que la traducción inglesa autorizada por Engels modificó, probablemente porque pensó que los lectores no lo comprenderían en la década de 1880.
(xvii) Pauperismo no debería leerse como sinónimo de “pobreza”. Las palabras alemanas, tomadas del inglés, son pauper (persona indigente… que vive de la beneficencia o de alguna provisión pública”: Diccionario del siglo XX de Chambers) y pauperismus (calidad de indigente).
(xviii) Paradójicamente, algo parecido al argumento marxiano de 1848 es el término utilizado ampliamente por los capitalistas y los gobiernos del libre mercado para demostrar que las economías de los estados cuyo PIB se doblan cada pocas décadas estarán en bancarrota si no se suprimen los sistemas de redistribución de las ganancias (estado del bienestar, etc.), implantados en tiempos de menor abundancia, y en los que aquellos que obtienen ingresos mantienen a los que no los tienen.
(xix) Leszek Kolakowski , Main Curretns of Marxism, vol. 1, The Founders (Oxford 1978), página 130.
(xx) George Lichtheim, Marxism (Londres 1964), página 45.
(xxi). Obras Completas, Vol. 3 (1975), páginas 186 a 187. En este pasaje he preferido en general la traducción de Lichtheim, Marxism. El vocablo alemán que traduce como “clase” es “Stand”, que hoy resulta engañosa.
(xxii) Publicado como Outlines of a Critique of Political Economy en 1844 (Obras completas, vol. 3, páginas 418 a 443)
(xxiii) “ On the History of the Communist League” (Obras Completas, vol. 26, 1990), página 318. (xxiv) “Outlines of a Critique” (Obras completas, vol. 3, página 433 y siguientes). Parece proceder de escritores británicos radicales, principalmente John Wade, History of the Middle and Working Classes (Londres 1835), a quien se refiere Engels en relación con esto.
(xxv) Esto es incluso más evidente en las formulaciones de Engels que constituyen de hecho dos borradores del Manifiesto Draft of a Communist Confession of Faith” (Obras Completas, vol. 6, página 102) y Principles of Communism (Ibíd., página 350)
(xxvi) From Historical Tendency of Capitalist Accumulation en Capital, vol. 1 (Obras Completas, vol. 35, 1996), página 750.
(xxvii) Lichtheim, Marxism, páginas 58 a 60
Fuente: http://www.versobooks.com/blogs/1137