Mostrando entradas con la etiqueta Syriza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Syriza. Mostrar todas las entradas

sábado, 31 de enero de 2015

El triunfo de Syriza. Primeras reflexiones.

El triunfo de Syriza es, por lo pronto, una gran victoria de la libertad, de la democracia republicana, del sentido común económico y de la dignidad nacional del pueblo griego. Un triunfo frente al miedo esgrimido como único argumento por las amalgamadas fuerzas de la sinrazón económica, el despotismo político corrupto, la prepotencia neocolonial, la xenofobia recrecida y el extremismo antisocial más descarado.

Y es, enseguida, una gran esperanza para todos los pueblos de Europa, muy particularmente de la Europa mediterránea. El cumplimiento mínimo del programa electoral de Syriza exige una renegociación con las autoridades de la UE –y con el BCE— de los términos de su "rescate". Lo que –todo el mundo se percata— no puede sino poner en causa el núcleo mismo de la locura austeritaria procíclica desplegada hasta ahora por esas mismas autoridades y que ha puesto al conjunto de la Unión Europea al borde de la desintegración. La emocionante alocución de Tsipras en la noche de la victoria electoral ha sido un gran discurso de afirmación de la dignidad nacional del pueblo griego, pero también de enfática afirmación de la fraternidad internacionalista. Desde el simbólico Propileo –el lugar de las grandes movilizaciones populares—, ante un masivo público preso de una justificada euforia y rebosante de banderas tricolores republicanas españolas, Bella Ciaos y otros grandes símbolos de la izquierda antifascista internacional, y muy consciente él mismo de las esperanzas que su gran victoria abre a todos los pueblos de Europa, el ya primer ministro griego habló también en calidad de jefe de toda la izquierda democrática continental. Hoy, en efecto, se abre la posibilidad de una época económica y política nueva en el continente.

La victoria de Syriza viene a certificar también –o eso puede empezar a aventurarse ya— una nueva época "ideológica". Para bien y para mal, una nueva época de inclemente dictadura de los hechos objetivos, brutos y desnudos, consiguiente al pinchazo de la enorme burbuja de fantasías ideológicas, eufemismos y "significantes vacíos" de fieros domadores académico-mediáticos de caracoles. En una especie de fuga hacia adelante idealmente negadora de realidades tan palmarias como desagradables, el ilusorio burbujeo de las "modernidades líquidas", las "economías del conocimiento", las "globalizaciones", los "populismos", los "neoliberalismos", las "sociedades de la información", las "biopolíticas", los "postmaterialismos", las "terceras vías", las metafísicas "potencias constituyentes" o las "grandes moderaciones" fue hinchándose en las dos o tres últimas décadas en paralelo al muy real burbujeo financiero del realísimo capitalismo remundializado, contrarreformado, cleptocrático y neorrentista de nuestro tiempo. Los apologéticos soñadores, a derecha e izquierda, de la pesadilla de una nueva Belle Epoque decimonónica "posmoderna" van despertando sobresaltados en medio de la terrible realidad de unos nuevos años 30 del siglo XX: enormes bolsas de pobreza, enorme desigualdad social, creciente polarización social, ominosa destrucción salarial, crecimiento del racismo, la xenofobia, los fundamentalismos religiosos y los pseudonacionalismos étnicos, imperio de la geopolítica descarnada, y –pésimo augurio— patética desorientación de las parlanchinas "elites" políticas e intelectuales tradicionales (a las que les falta ahora hasta la vergüenza torera de Ortega para admitir galanamente que "lo que pasa es que no sabemos lo que pasa".)

Pinchadas, una tras otra, todas las burbujas, lo que se adivina ahora en Europa es esto: con la creciente polarización social inducida por el hundimiento de la economía política que lo hizo posible y vividero, asistimos al colosal hundimiento del sistema de partidos políticos que expresaba políticamente las realidades sociales del capitalismo reformado de posguerra. En el Sur como en el Norte europeos, está seriamente amenazado aquel duopolio de dos grandes partidos de masas (Volksparteien) que competían electoralmente por el "centro". Queda por ver en qué parará ese terremoto del hasta hace poco considerado inamovible duopolio de la representación política. Símbolo donde los haya de su crisis irreversible: Grecia; ayer: nada menos que el actual presidente de la Internacional Socialista, el hasta hace cuatro años todopoderoso señor Papandreu, es ahora el inane capitoste de un grupúsculo extraparlamentario.

Syriza llega al gobierno en una coyuntura relativamente favorable. Cuando resulta evidente para casi todo el mundo –tertulianos y gacetilleros obnubilados aparte— el fracaso de las políticas económicas europeas de consolidación fiscal. Muy pocos días después de que el presidente del BCE, el señor Draghi, haya tenido que salir a la desesperada, a destiempo y con la ridícula "pistolita de agua" de la flexibilización cuantitativa, como ha dicho el gran economista Varoufakis –muy probablemente la principal autoridad intelectual del próximo gobierno de Tsipras—, a tratar de sofocar en solitario, y censurado por las autoridades monetarias alemanas, el pavoroso incendio de la deflación europea.

También resulta ese triunfo muy oportuno en un país, cuyo combativo movimiento obrero y popular, después de 30 huelgas generales –¡que se dice pronto!— y de innumerables marchas y manifestaciones callejeras, comenzaba a dar síntomas evidentes de cansancio y desmoralización. Hay que esperar que el triunfo electoral de Syriza, un partido dotado de gran capilaridad social y notable fuerza sindical organizada, constituido –y madurado— él mismo por la compleja unión de más de una decena de heteróclitos grupos, formaciones y partidos de izquierda, centroizquierda y extrema izquierda, contribuirá también a revigorizar y a dar un nuevo soplo de moral a los movimientos sociales griegos, tanto en su acreditada vertiente de protesta y contestación, cuanto –¡rasgo interesantísimo de la actual experiencia griega!— en su vertiente de cotidiana defensa y afirmación autoorganizada del bienestar y la economía política populares.

Pero también es verdad que Syriza se dispone desde hoy a tomar las riendas del país en pésimas condiciones para un gobierno de izquierdas radicales e insumisas.

Tendrá que hacer frente a un verdadero infierno social heredado de las políticas económicas de la derecha y del PASOK, y empezar a paliar sus efectos más terribles en todos los ámbitos desde el primer momento.

Y también desde el primer momento, tendrá que hacer frente a unas autoridades europeas que oscilarán entre el realismo económico más elemental, que aconseja hacer borrón y cuenta nueva del Memorándum y comenzar a renegociar la quita de la deuda griega –la amenaza de expulsar a Grecia de la Eurozona es un farol de todo punto increíble—, y el temor político a que las mínimas concesiones en esa negociación generen un efecto de entusiasta contagio en todos los países deudores de la periferia europea, y que el ejemplo de Syriza comience a generalizarse, poniendo abrupto fin al económicamente suicida federalismo fiscal autoritario de la actual Unión Europea y acelerando la crisis de los sistemas políticos duopólicos dominantes.

Mención aparte merece el que con toda probabilidad será el principal negociador de Syriza en Francfort, Bruselas y Washington, el amigo y colaborador de SP Yanis Varoufakis, un filomarxista postkeynesiano que goza de gran y merecida reputación académica internacional –también como experto en asuntos europeos— y que es probablemente una de las cabezas política y económicamente más lúcidas de la izquierda mundial. En los peores momentos de la República de Weimar, otro gran economista marxista tuvo que enfrentarse a tareas de gobierno en circunstancias que guardan sorprendentes analogías con la Grecia actual. En la era de la hiperinflación desbocada (1923), fue, en efecto, el competentísimo ministro de finanzas marxista Rudolf Hilferding quien, a diferencia del liberal Schumpeter (ministro de finanzas en Viena), logró encarar el problema y concebir con espectacular –y mal recordado— éxito la brillante idea de yugular la espiral hiperinflacionaria alemana introduciendo aquel "marco-renta" fiduciario que permitió luego la renegociación de la deuda de Weimar con París, Londres y Wall Street. Pero después del crash financiero mundial de 1929, en la siguiente crisis seria (1932), que no fue de hiperinflación, sino todo lo contrario, de deflación, Hilferding fracasó trágicamente. No llegó a comprender el terrible significado de una espiral deflacionaria en la vida económica. Guiado seguramente por prejuicios doctrinales "marxistas" tradicionales, se opuso tenazmente, desde la dirección del Partido Socialdemócrata alemán, al plan del economista jefe de los sindicatos obreros alemanes, Woitinsky, de revivir la agonizante economía alemana con un "programa de coyuntura" consistente en inversiones públicas masivas y enérgicas políticas sociales. Ese plan sindical in extremis –que contaba incluso con el apoyo de una parte del Estado Mayor alemán— fue la última oportunidad de que gozó la República de Weimar para evitar el golpe de Estado de Hitler y Hindenburg en enero de 1933. El gran Hilferding nunca más se recobró de esa aciaga responsabilidad. En lo que hace al protokeynesiano Woitinsky, terminó sus días en el exilio norteamericano como uno de los principales arquitectos del New Deal roosveltiano. Yanis Varoufakis, que no es precisamente un ideólogo doctrinario, y que acaba de presentarse como un científico que discute y delibera como científico, y no como un vulgar politicastro ergotizante, tendrá ahora ante sí una tarea que es relevante también desde el punto de vista de la historia de las ideas económicas: demostrar que un filomarxista postkeynesiano puede enfrentarse con éxito a los demonios de la deflación. Y tal vez el primer paso en esa tarea pase por recordar a las autoridades alemanas –y a toda Europa— que la República de Weimar no cayó por la hiperinflación de 1923, sino, precisamente, por la espiral deflacionaria que no supo dominar en 1932-33.

En cualquier caso, la victoria de Syriza trae consigo varias lecciones sobre la forma de construir hegemonía social, política y espiritual en los martirizados estados de la periferia deudora de la Unión Europea. Sitúa, por lo pronto, con realismo el escenario del enfrentamiento político entre las oligarquías cleptocráticas rentistas y las clases trabajadoras y populares en todo el continente: no hay atajos en el cambio de la correlación de fuerzas en la Unión Europea. Y muestra, claro está, la viabilidad de una salida por la izquierda en esta peligrosa crisis. Una salida que pasa por la reafirmación de la soberanía y de la dignidad nacional de los distintos pueblos de Europa en el marco de la fraternidad internacionalista: por construir un proyecto democrático europeo capaz no solo de resistir, sino también de negociar y de torcer el pulso a las instituciones de la Troika que exigen inútiles sacrificios económicos, sociales y humanos en el altar del "neoliberalismo". La izquierda griega necesitará desesperadamente, más que nunca, que no se la deje sola. Que nos solidaricemos con ella en todos y cada uno de los pasos de las difíciles negociaciones que aguardan en los próximos meses en Francfort, en Bruselas y en Washington. Que hagamos retroceder decisivamente a la derecha neoliberal en cada uno de los estados miembros, empezando por el Reino de España, alterando de la forma políticamente más efectiva la actual relación de fuerzas: con gobiernos de izquierdas como el de Syriza. En definitiva, la consigna y la responsabilidad de las izquierdas europeas, su obligación internacionalista, es clara: construir una, dos, tres, muchas Syrizas, capaces de abrir una nueva etapa política en Europa. Antoni Domènech · G. Buster · Daniel Raventós.
Antoni Domènech es el Editor general de SinPermiso. Gustavo Búster y Daniel Raventós son miembros del Consejo de Redacción de SinPermiso.

jueves, 29 de enero de 2015

Varoufakis se dirige al público alemano-parlante. Entrevista con el más que probable negociador del gobierno de Syriza con la Troika, Yanis Varoufakis · · ·

Johanna Jaufer entrevistó para la cadena pública austriaca ORF al economista Yanis Varoufakis, quien con toda probabilidad dirigirá las negociaciones del nuevo gobierno de la izquierda radical griega Syriza con la Troika.


Lleva usted ahora tres semanas como político profesional…
Dos semanas.

¿Se lo ha tenido usted que pensar mucho? En su blog escribió también que la cosa le daba pánico.
Fue una decisión grave. Por lo pronto, porque yo entraba en política para realizar una tarea que siempre pensé que había que llevar a cabo, y se me ofrecía la oportunidad de poner manos a la obra. Tiene que ver con las negociaciones entre Grecia y la Unión Europea, en caso de victoria de Syriza: se trata de un proyecto y de una perspectiva extremadamente difíciles. Por otra parte, yo soy un académico, soy un ciudadano, un ciudadano activo, de modo que estoy habituado a un tipo de diálogo en el que de lo que se trata es de que yo aprenda realmente de usted y usted de mí: tendremos desacuerdos, pero a través de esos desacuerdos, se enriquecerán nuestros respectivos puntos de vista.

No se trata de que uno se imponga al otro…
Exacto. Pero en la política es peor: cada parte trata de destruir a la otra parte –ante el público—, y eso es algo que me resulta de todo punto ajeno, algo para lo que de ninguna forma estoy dispuesto a servir.

¿Y qué pasa con su trabajo en la universidad? ¿Lo deja en suspenso?
Sí, en efecto. He dejado la Universidad de Texas. Mantengo mi cátedra en la Universidad de Atenas –sin paga—, y espero que no pase mucho tiempo antes de regresar.

¿Estaría usted dispuesto a permanecer en un gobierno por más tiempo?
No. No deseo hacer carrera política. Idealmente, lo que querría es que otro lo hiciera, y que lo hiciera mejor que yo. Sólo que esta era una única para hacer algo que no se habría podido hacer de otro modo. No soy un profeta, de manera que no puedo decirle a usted dónde estaré yo en dos, tres, cinco o diez años. Pero si lo que me pregunta ahora, lo óptimo para mí sería que nuestro gobierno tuviera éxito en la renegociación de un acuerdo con Europa que hiciera sostenible a Grecia, y que luego otras gentes, ya sabe… el poder debe ser rotativo, nadie debería engolosinarse con él.

Algo que salido varias veces en Alemania y en Austria es el asunto de las reparaciones, porque Alemania se escaqueó de pagar reparaciones propiamente dichas luego de la II Guerra Mundial. En su opinión, ¿por qué pasó eso? ¿Quizá porque alegaron que Alemania se hallaba dividida, y esperaban a una reunificación? ¿O es más bien que los norteamericanos alegaron que necesitaban una Alemania capaz de albergar sus bases militares, lo que dejaba colgados a los reclamantes? ¿O fue una combinación de ambas cosas?

Fue una combinación. En los 40, los Aliados habían decidido convertir de nuevo a Alemania en un país campesino. Se propusieron desmantelar 700 plantas industriales, y fueron los norteamericanos quienes frenaron ese plan. De modo que, sí, destruyeron 700, pero luego cambiaron de idea. Cambiaron por razones que tienen que ver con el modo en que los EEUU estaban diseñando el capitalismo global: necesitaban una moneda fuerte en Europa y una moneda fuerte en Asia (que terminaron siendo el marco alemán y el yen japonés), y todo el proyecto de la unión europea se construyó en torno a ese plan. A nosotros nos gusta pensar en Europa que la Unión Europea fue nuestra propia creación. No lo fue. Fue un diseño norteamericano que luego nosotros adoptamos y que, por supuesto, era congruente con lo que deseábamos, con nuestras aspiraciones. Parte de ese diseño entrañaba estimular la economía alemana, sacarla de la depresión, sacarla del pozo en que se encontraba en los 40, y un componente importante de cualquier intento de revitalizar una economía pasa por aliviar su deuda, por una quita importante de deuda, por la condonación de deuda. Así, en 1953 se organizó la Conferencia de la Deuda Londres, de la que resultó una salvaje quita de la deuda alemana en perjuicio de muchas naciones, Grecia entre ellas. Pero Grecia es un caso especial, porque Alemania había contraído con ella una deuda que no tenía con ninguna otra nación: en 1943, la Kommandatur aquí, en Atenas, impuso al Banco de Grecia un acuerdo por el cual este banco imprimiría un montón de dracmas –dracmas de guerra— y lo suministraría a las autoridades alemanas para que éstas pudieran comprar material, financiar sus esfuerzos de guerra y acumular bienes agrícolas para la Wehrmacht, etc. Lo interesante es que las autoridades alemanas firmaron un contrato: dejaron por escrito la suma del dinero que tomaban a préstamo. Prometieron pagar intereses. Fue, así pues, un préstamo formal. Los documentos existen todavía y se hallan en poder del Banco (Central) de Grecia. Nada parecido ocurrió con ningún otro país. Así que esto es como una deuda oficial, como en un bono, contraída con Grecia en tiempo de guerra por el estado nazi alemán.

¿Podría usted poner cifras precisas?
Cifras precisas. Ni que decir tiene, la dificultad está en traducir esa moneda de guerra, que llegó muy pronto a ser absolutamente inflacionaria a causa de la cantidad de dracmas impresas. Las autoridades alemanas, al aceptar ese préstamo del Banco de Grecia y hacer compras, devaluaron la moneda, lo que tuvo enormes costes sociales secundarios en toda Grecia. Es muy difícil computar exactamente a cuánto se traduce ese préstamo en términos actuales, cómo compone el interés, cómo conviertes, como calculas el coste de la hiperinflación causada… Mi punto de vista es que somos socios; deberíamos dejar de moralizar, deberíamos dejar de apuntarnos mutuamente con el dedo. La teoría económica bíblica –“ojo por ojo, diente por diente”— deja a todo el mundo ciego y desdentado. Deberíamos, simplemente, sentarnos con el mismo espíritu con que los EEUU se sentaron en 1953, sin plantear cuestiones como: “¿merecen castigo los alemanes?”, “¿es culpa o es pecado?”. Ya sé que en alemán los dos conceptos –“culpa” y “deuda”— se expresan con la misma palabra (Schuld), antónima de crédito. Deberíamos limitarnos a plantear esta simple cuestión: ¿cómo podemos volver a hacer sostenible la economía social griega de modo tal, que se minimicen para el alemán medio, para el austriaco medio, para el europeo medio los costes de la crisis griega.

¿Por qué mucha gente de la Europa septentrional no se temió que los recortes de derechos laborales de los 90 podrían ser présago del mismo tipo de cosas que ahora están ocurriendo aquí (en Grecia)?
Creo que todo es culpa de Esopo. Suya es la fábula de la hormiga y la cigarra: la hormiga trabaja duro, no disfruta de la vida, guarda dinero (o valor), mientras que la cigarra se limita a holgazanear al sol, a cantar y a no hacer nada, y luego viene el invierno y pone a cada quien en su sitio. Es una buena fábula: desgraciadamente, en Europa predomina la extrañísima idea de que todas la cigarras viven en el Sur y todas las hormigas, en el Norte. Cuando, en realidad, lo que tienes son hormigas y cigarras por doquiera. Lo que ocurrió antes de la crisis –es mi revisión de la fábula de Esopo— es que las cigarras del Norte y las cigarras del Sur, banqueros del Norte y banqueros del Sur, pongamos por caso, se aliaron para crear una burbuja, una burbuja financiera que los enriqueció enormemente, permitiéndoles cantar y holgazanear al sol, mientras que las hormigas del Norte y del Sur trabajaban, en condiciones cada vez más difíciles, incluso en los buenos tiempos: lograr que las cuentas cuadraran en 2003, en 2004, no resultó nada fácil para las hormigas del Norte y del Sur; y luego, cuando la burbuja que las cigarras del Norte y las cigarras del Sur habían creado estalló, las cigarras del Norte y del Sur se pusieron de acuerdo y decidieron que la culpa la tenían las hormigas del Norte y las hormigas del Sur. La mejor forma de hacer eso era enfrentar a las hormigas del Norte con las hormigas del Sur, contándoles que en el Sur sólo vivían cigarras. Así, la Unión Europa comenzó a fragmentarse, y el alemán medio odia al griego medio, el griego medio odia al alemán medio. No tardará el alemán medio en odiar al alemán medio, y el griego medio en odiar al griego medio.

Eso ya ha empezado, ¿no?
Sí, ya se ve. Y es exactamente lo que ocurrió en los años 30, y Karl Marx estaba completamente equivocado cuando dijo que la historia se repite como farsa. Aquí la historia se repite, simplemente.
En lo tocante a la decisión del Sr. Draghi de inundar el mercado con billones de euros, he visto que usted ha dicho que eso es como servirse de una pistolita de agua en un incendio forestal.
Yo creo que el Sr. Draghi tiene buenas intenciones. Quiere mantener unida la Eurozona, y es muy competente. Hace lo que puede, dadas las restricciones que tiene. No tengo la menor duda –aunque él jamás lo admitirá— de que entiende cabalmente que lo que está haciendo es demasiado poco y demasiado tarde: una pistolita de agua ante un gran incendio forestal. Pero él cree que hasta una pistolita de agua es mejor que nada. Si se ha declarado un incendio, él preferiría servirse de un cañón de agua, y habría preferido comenzar a usarlo antes, pero no le estaba permitido porque en Europa tenemos una Carta del BCE que lo ata de pies y manos y lo echa al cuadrilátero a luchar contra el monstruo de la deflación, lo que es muy injusto para el BCE. Y así será mientras Europa no comprenda lo que resulta imperiosamente necesario desde el punto de vista económico para sostener una unión monetaria, mientras no termine de entender por qué se dan toda esta fragmentación y la creciente renacionalización de todo, incluida ahora la flexibilización cuantitativa del señor Draghi (el 80% de las compras de bonos las realizarán los Bancos Centrales nacionales, como si éstos existieran separadamente del BCE). Porque esa fragmentación y esa renacionalización es exactamente lo opuesto a lo que deberíamos estar haciendo, que es ir de la mano, consolidar.
¿Cómo se formaron los EEUU? Pues porque cada vez que tenían una crisis –la Guerra Civil, la Gran Depresión— avanzaban en su unión. Nosotros decimos que estamos haciendo eso con las “uniones bancarias”, con los “Mecanismos Europeos de Estabilización”, pero no es verdad. Creamos una unión bancaria que no es una unión bancaria, es una desunión bancaria, y la llamamos, al modo orwelliano, “unión bancaria”. Europa, así pues, no ha aprendido las lecciones de la historia , y mientras no cambiemos de rumbo, es harto improbable que consigamos mantener el conjunto de la unión.

A propósito de los planes de SYRIZA para revitalizar la industria en Grecia, Theodoros Paraskevopoulos ha dicho que se trata también de recuperar las dimensiones del sector farmacéutico en Grecia, porque tiene una buena base. ¿Cómo es eso?
¡Yo que sé! Por alguna razón, tenemos buenas empresas farmacéuticas que tiene sólidas exportaciones. Necesitamos ayudarlas y necesitamos crear industrias así en otros sectores también.

¿Por ejemplo?
Yo creo que tenemos excelentes programadores informáticos e ingenieros de software, así que deberíamos hacer algo parecido a lo que ha hecho Israel. Crear una red de pequeñas empresas emergentes orientadas internacionalmente a la exportación. Si algunas de ellas terminan compradas por Google, etc., no es una mala cosa. Es el tipo de cosas que deberíamos ensayar y apoyar, si podemos.

Si lo ponemos en términos de que atraer a Grecia a inversores extranjeros, ¿hay alguna idea parecida a asociaciones público-privado, algo que en los países de la Europa septentrional ha conocido muchos problemas en el pasado?

Yo no soy partidario de las empresas público-privadas. Allí donde se han ensayado esas asociaciones, siempre han terminado por drenar recursos del estado sin producir ningún valor añadido significativo. Normalmente, han sido ejercicios de recorte de costes, y al final, sin el menor efecto de desarrollo. A lo que yo creo que debemos tender es al desarrollo de activos públicos ya existentes sin venderlos –ahora mismo estamos liquidando y malvendiendo simplemente para recaudar ingresos—, de modo que el dinero del sector privado, los fondos de inversiones, pueda venir y contribuir al desarrollo de un modo mutuamente beneficioso. Es un tipo de emprendimiento público-privado, pero no al estilo que se ensayó en Gran Bretaña y en otros sitios.

Volviendo a la discusión del memorando: ¿entre qué factores cree usted que está atrapada la Sra. Merkel?
Yo creo que Alemania se halla dividida. Los intereses del la banca en Francfort no son los mismos que los de la banca mediana, lo mismo que los intereses de la pequeña y mediana empresa en la Alemania central no son los mismos que los de la Siemens y la Volkswagen, etc. Es muy distinto tener tu capacidad productiva exclusivamente localizada en Alemania, como las empresas pequeñas y medianas, o estar embarcado en la globalización y tener fábricas en China y en México. Y la Sra. Merkel es una política astuta que se percata –o cree percatarse— de que no hay un consenso entre esos intereses encontrados respecto de lo que hay que hacer con el euro, con nuestro Banco Central, con la periferia, etc. La Sra. Merkel, simplemente, no moverá pieza hasta que haya un consenso que le garantice la supervivencia política.

Pero ese consenso no es posible.
Bueno, mire usted, por ejemplo, lo que pasó en 2012 con el anuncio unilateral por parte del Sr. Draghi de las Operaciones Monetarias sobre Títulos (OMT announcement), o ayer mismo, con la Flexibilización Cuantitativa. Verá que, cuando empiezan a oírse voces que dicen: “ojo, muchachos, que la deflación nos está matando, hay que hacer algo”, entonces la Sra. Merkel puede servirse de esas voces para decir: “apoyaré al Sr. Draghi, hagáis lo que hagáis”. Así pues, no es un consenso-consenso, pero ella está calibrando las movedizas placas tectónicas bajo sus pies. Y el modo en que lo hace es muy astuto. Lo que yo la invitaría es a pensar en su legado más allá de la mera supervivencia, y me gustaría que considerara la posibilidad de que en 10, 20, 100 años, Europa pudiera hablar no sólo de un plan Marshall que salvó a Alemania, sino también de un plan Merkel que salvó al Euro.

Yanis Varoufakis es un reconocido economista greco-australiano de reputación científica internacional. Es profesor de política económica en la Universidad de Atenas y consejero del programa económico del partido griego de la izquierda, Syriza. Actualmente enseña en los EEUU, en la Universidad de Texas. Su último libro, El Minotauro Global, para muchos críticos la mejor explicación teórico-económica de la evolución del capitalismo en las últimas 6 décadas, fue publicado en castellano por la editorial española Capitán Swing, a partir de la 2ª edición inglesa revisada. Una extensa y profunda reseña del Minotauro, en SinPermiso Nº 11, Verano-Otoño 2012.
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=7687

lunes, 26 de enero de 2015

"El verdadero peligro para Europa es la hipocresía de Juncker y Merkel". Entrevista a Thomas Piketty

Recoge las declaraciones del economista francés el periodista Eugenio Occorsio, del diario italiano La Repubblica: "Con un gobierno de izquierda puede arrancar de Grecia una revolución democrática: ayudará a revisar la austeridad que ahoga a la Unión dedicando menos recursos a pagar la deuda pública y más al desarrollo"

"No comprendo porque las llamadas cancillerías europeas están tan aterrorizadas con la probable victoria de Syriza en Grecia. O mejor, lo comprendo, pero es hora de desmontar sus hipocresías". Thomas Piketty, que enseña en la Ecole d'Économie parisina, "el economista más acreditado de 2014", tal como lo ha definido el Financial Times, baja a la arena con toda su garra con un editorial publicado ayer por el diario Libération. "En Europa hace falta una revolución democrática" ha escrito, y lo repite fuerte y claro al teléfono desde el aeropuerto de París, a punto de embarcarse para Nueva York, la ciudad que lanzó su "El capital en el siglo XXI" como libro del año gracias al respaldo del premio Nobel Paul Krugman.

Profesor, Tsipras se ha abierto camino, sin embargo, abanderando el estandarte de la salida del euro...
Sí, pero ahora ha suavizado mucho sus posiciones. Se ha revelado, por el contrario, como un líder fuertemente europeísta, una postura que se asentará posteriormente si, como es probable, tiene que formar un gobierno de coalición, a la vista de que según los sondeos no tendrá más del 28% y, por tanto, 138 escaños, 12 menos de lo necesario para obtener mayoría. Como sabe, los aliados más probables son Potami, el partido de centro-izquierda recién formado, y la otra fuerza de izquierda democrática, Dimar, que les garantizarán otro 8-10%. Desde luego, Syriza hará valer sus posiciones en Europa, pero eso no será un mal, al contrario.

Algo sucederá, en resumen. Pero ¿estamos seguros de que no será algo rompedor?
Mire, consideremos la situación con realismo. La tensión en Europa ha llegado a un punto tal que, de un modo u otro, estallará en el curso de 2015. Y son tres las alternativas: una nueva crisis financiera tremenda, la afirmación de las fuerzas de derecha que forman una coalición de la que se están poniendo las bases, centrada en el Frente Nacional en Francia y que incluye a la Lega Nord de ustedes y acaso a los 5 Stelle, o bien una sacudida política que venga de la izquierda: Syriza, los españoles de Podemos, el Partito Democratico italiano, lo que queda de los socialistas, por fin aliados y operativos.
Usted, ¿qué solución elige?
-Yo, la tercera.

La famosa "revolución democrática", en suma. ¿Cuáles deberían ser sus primeras acciones?
Dos puntos.
Primero, la revisión total de la actual política basada en la austeridad que está ahogando cualquier posibilidad de recuperación en Europa, empezando por el sur de la eurozona. Y esta revisión tiene que prever como primerísima cosa una renegociación de la deuda pública, una ampliación de los plazos y, eventualmente, condonaciones de verdad de algunas partes. Es posible, se lo aseguro.
¿Se han preguntado porque Norteamérica va viento en popa, como la Europa que está fuera del euro, como Gran Bretaña?
Pero ¿por qué Italia debe destinar el 6% de su PIB a pagar los intereses y sólo un 1% a la mejora de sus escuelas y universidades?
Una política centrada solamente en la reducción de la deuda resulta destructiva para la eurozona. Segundo punto: una centralización en las instituciones europeas de políticas de base para el desarrollo común a partir de la fiscal y, a lo mejor, reorientar esta última gravando más las mayores rentas personales e industriales. En esos asuntos fundamentales se debe votar por mayoría y ya no por unanimidad, y vigilar después que todos se ajusten. Una mayor centralidad vale también en otros frentes, a semejanza de lo que se está empezando a hacer con los bancos. Sólo así se podrá homogeneizar la economía y desbloquear la fragmentación de 18 políticas monetarias con 18 tipos de interés, 19 desde el principio de enero con Lituania, expuesta al azote de la especulación. No darse cuenta de ello resulta miope y, lo que es peor, profundamente hipócrita".

Las "hipocresías europeas" de las que hablaba al inicio: ¿a qué se refiere, más concretamente?
Vayamos por orden. El más hipócrita es Jean-Claude Juncker, el hombre al cual se ha entregado, de modo inconsciente, la Comisión Europea después de que haya llevado durante veinte años a Luxemburgo a una sistemática depredación de los beneficios industriales del resto de Europa. Ahora pretende hacerse el duro y dar un giro, todo con un plan de 300.000 millones que sin embargo sólo se financia para 21, y dentro de estos 21 la mayor parte son fondos europeos ya en vía de distribución. Habla de "efecto palanca" sin darse cuenta siquiera de qué está hablando. En el segundo puesto se sitúa Alemania, que finge haberse olvidado de la maxicondonación de sus deudas tras la II Guerra Mundial, que bajaron de golpe del 200 al 30% del PIB, lo que le permitió financiar la reconstrucción y el irresistible crecimiento de los años siguientes. ¿Adónde habría llegado si se hubiera visto obligada a reducir fatigosamente su deuda a golpe del 1 o 2 % anual, como se está obligando a hacer al sur de Europa? El tercer puesto en esta bochornosa clasificación de hipocresías le corresponde a Francia, que ahora se rebela ante la rigidez alemana, pero que estuvo en primera fila prestando apoyo a Alemania cuando se impuso la política de austeridad y pareció igualmente decidida cuando con el Fiscal Compact del 2012 se condenó a las economías más débiles a reembolsar sus deudas hasta el último euro, pese a la devastadora crisis de 2010-2011. Así que si se desenmascaran y aíslan estas hipocresías, se podrá reanudar el desarrollo europeo en el año que está a punto de comenzar. Y Syriza dará menos miedo.

Thomas Piketty (1971) es director de estudios de la EHESS (École des Hautes Études en Sciences Sociales) y profesor asociado de la Escuela de Economía de París, además de autor de reciente y fulgurante celebridad por su libro El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica, 2014).

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=7677

domingo, 25 de enero de 2015

Syriza gana las elecciones griegas.


El partido de izquierda liderado por Tsipras vence las elecciones con un 35,9% de los votos, ocho puntos por encima de Nueva Democracia, del primer ministro Samarás. Los neonazis de Aurora Dorada se convierten en la tercera fuerza. Tsipras asegura ante sus votantes que Grecia "deja atrás la austeridad del desastre, el miedo y cinco años de dolor". Fuente: El País.
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/01/25/actualidad/1422185411_230504.html

lunes, 21 de mayo de 2012

Recortes, crecimiento, Syriza

Como a menudo sucede, la lógica argumental del sistema nos obliga a elegir entre dos opciones que no pueden ser las nuestras. Si la primera --hablo del principal debate que se revela hoy en los países que tienen el euro como moneda-- señala que no queda más remedio que asumir recortes dramáticos del gasto público, la segunda entiende que lo anterior es un error y que esos recortes deben limarse para permitir que las economías recuperen la senda del crecimiento. Mientras la señora Merkel abrazaría la primera posición, el recién elegido presidente francés, Hollande, postularía la segunda. Entrampados como estamos entre esas dos opciones, pareciera como si no hubiese ningún horizonte diferente.

Está claro por qué hay que rechazar la primera de las perspectivas anotadas. Los recortes mencionados obedecen al evidente propósito de hacer que paguen justos por pecadores. Y es que en la esencia del juego de hoy lo que se asoma es una formidable estafa: quienes, a través de prácticas lamentables, han provocado un aumento espectacular de la deuda privada han recibido sumas ingentes de recursos públicos para sanear sus instituciones financieras. El efecto ha sido doble: mientras, por un lado, con el dinero de todos --y de la mano de un engrosamiento notable, de resultas, de la deuda pública-- se han saneado inmorales empresas privadas, por el otro estas últimas, gracias a los recursos recibidos, han impuesto reglas del juego de obligado cumplimiento, traducidas en retrocesos significativos en el gasto público en sanidad, educación y pensiones.

Acaso no es tan evidente, en cambio, por qué hay que poner mala cara ante la segunda opción que nos ocupa. Nadie negará que parte de una premisa fundamentada: la política de recortes, sobre el papel encaminada a permitir que la crisis quede atrás, traba poderosamente cualquier recuperación económica y, como tal, prima con descaro los intereses privados y nos emplaza ante una recesión prolongada. No faltan, sin embargo, los problemas en esta segunda opción. Si así se quiere, son fundamentalmente tres. El primero es que la perspectiva que nos ocupa, aberrantemente cortoplacista, sólo parece interesarse por la crisis financiera y deja en el olvido las otras crisis que están en la trastienda. En ese sentido prefiere esquivar la conclusión de que el crecimiento económico no es esa panacea resolutora de todos los males que retrata el discurso oficial: poco o nada tiene que ver con la cohesión social, mantiene una nebulosa relación con la creación de empleo, propicia el despliegue de formidables agresiones medioambientales, facilita el agotamiento de recursos escasos, se asienta a menudo en el expolio de la riqueza humana y material de los países del Sur, y, en suma, apuntala un genuino modo de vida esclavo que nos invita a confundir sin más consumo y bienestar.

Hora es ésta de mencionar un segund o problema en la percepción que hace de la recuperación del crecimiento el objetivo fundamental. Da por supuesto que si el PIB vuelve a crecer se resolverán mágicamente la mayoría de los ingentes problemas sociales en los que estamos inmersos. Nos topamos aquí con una superstición más. Si la economía española era 100 en 2007, antes del estallido de la crisis financiera, hoy se emplaza en un 97. Con estas dos cifras en la mano, no parece que el deterioro sea tan notable como se nos sugiere. Lo que debiera preocuparnos no es el retroceso de tres puntos en la riqueza general, sino, antes bien, la distribución, cada vez más desigual, de esa riqueza. Y, sin embargo, esta dimensión queda en un segundo plano, absorbida por la intuición de que los problemas de los de abajo se diluirán en la nada si el crecimiento económico reaparece. Nada más lejos de la realidad. Hay que afirmar con rotundidad, antes bien, que en un escenario en el que en el Norte opulento hemos dejado muy atrás las posibilidades medioambientales y de recursos que la Tierra nos ofrece, podremos vivir mejor con 80 --no con 120, con 100 o con 97-- si somos capaces de reorganizar nuestras sociedades y de redistribuir la riqueza. Salir del capitalismo se impone al respecto, claro, como urgencia.

Dejemos constancia, en fin, del tercer problema que acosa a la propuesta que parece abrazar el nuevo presidente francés y, con él, el conjunto de la socialdemocracia, declarada o encubierta. Me refiero a la ilusión óptica de que podemos, sin más, regresar a la aparente bonanza anterior a 2007. Esta pretensión ignora palmariamente que lo que hoy arrastramos no es sino una consecuencia lineal de lo que teníamos entonces. Se nutre, por lo demás, de la conclusión de que el papel de la izquierda progresista debe estribar en obligar al capital a reconstruir la regulación que ha ido tirando por la borda en los últimos decenios. En tal sentido sigue sin concebir otro horizonte que el del capitalismo y defiende sin cautelas una institución, los Estados del bienestar, que, junto a sus innegables virtudes, se muestra inseparable de la lógica de fondo de aquél, se asienta de siempre en fraudulentos pactos sociales, reclama por necesidad la lógica seudodemocrática de la representación, ratifica una economía de cuidados que castiga indeleblemente a las mujeres, ninguna solidaridad preconiza en lo que se refiere a los países del Sur y, en fin, parece difícilmente sostenible en el terreno ecológico. Qué llamativo es que en el discurso de la izquierda progresista, obsesionada en estas horas con el crecimiento y desentendida de la distribución --véase, si no, la patética propuesta cotidiana de Alfredo Pérez Rubalcaba--, falten siempre las palabras autogestión y socialización , no se aprecie ningún guiño encaminado a la creación de espacios de autonomía con respecto a la lógica del capital y la contestación del orden de la propiedad existente brille, en suma, por su ausencia. En semejantes condiciones, la apuesta consiguiente apunta a resolver algunos problemas de corto plazo a costa de agudizar de forma preocupante todos los demás.

La afirmación de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, tan común en los últimos tiempos, tiene un significado diferente si antes se ha enunciado una crítica cabal de la miseria en la que estamos inmersos o si, por el contrario, semejante crítica no se ha abierto camino. Mientras en el primer caso remite a una realidad reconocible --es verdad que en el Norte opulento hemos vivido por encima de lo que el planeta y la equidad nos permiten--, en el segundo se traduce en una genuina estafa moral: quien ha vivido por encima de sus posibilidades es el señor Botín. La disputa correspondiente tiene algún eco en otra que se refiere a la idoneidad del término austeridad para describir nuestras opciones. Una cosa es que rechacemos --no puede ser de otra manera-- las políticas de austeridad que se nos imponen al servicio de los intereses del capital, y otra que no nos percatemos de la necesidad de asumir, quienes podamos, en nuestra vida cotidiana y en nuestras respuestas colectivas, fórmulas de sobriedad y de sencillez voluntarias.

Bueno sería que de todo lo anterior tomasen nota los amigos de Syriza en Grecia. No deseo ignorar en modo alguno que la coalición de izquierda radical griega ha hecho suyas propuestas programáticas muy sugerentes. Mucho me temo, sin embargo, que si, además de seguir blandiendo el fetiche del euro, Syriza asume de buen grado la perspectiva hollandiana de encaramiento de la crisis, la del crecimiento, la conclusión estará servida: bien podemos hallarnos ante el enésimo retoño de una miseria, la socialdemócrata, que se niega a abandonarnos.
Carlos Taibo.