Una ilusión compartida
El descrédito de la política y las quejas asiduas sobre la corrupción de la vida democrática no pueden dejar indiferentes a las conciencias progresistas. Son muchas las personas que, desde diferentes perspectivas ideológicas, se han sentido indefensas en medio de esta crisis económica, social e institucional. La izquierda tiene un problema más grave que el avance de las opciones reaccionarias en las últimas elecciones municipales. Se trata de su falta de horizonte. Mientras los mercados financieros imponen el desmantelamiento del Estado del bienestar en busca de unos beneficios desmesurados, un gobierno socialista ha sido incapaz de imaginar otra receta que la de aceptar las presiones antisociales y degradar los derechos públicos y las condiciones laborales.
Es evidente que los resultados electorales han pasado una factura contundente al PSOE. Pero las otras alternativas a su izquierda no han llegado a recoger el voto ofendido por las medidas neoliberales y las deficiencias de una democracia imperfecta. Y, sin embargo, no es momento de perder la ilusión, porque la calle y las redes sociales se han puesto de pronto a hablar en alto de política para demostrar su rebeldía. Esta energía cívica, renovada y llena de matices, tiene cuatro preocupaciones decisivas: la regeneración democrática, la dignificación de las condiciones laborales, la defensa de los servicios públicos y el desarrollo de una economía sostenible, comprometida con el respeto ecológico y al servicio de las personas. Son las grandes inquietudes del siglo XXI ante un sistema cada vez más avaricioso, que desprecia con una soberbia sin barreras la solidaridad internacional y la dignidad de la Naturaleza y de los seres humanos.
La corrupción democrática se ha mostrado como la mejor aliada de la especulación, separando los destinos políticos de la soberanía cívica y descomponiendo por dentro los poderes institucionales. Hay que devolverle a la vida pública el orgullo de su honradez, su legitimidad y su transparencia. Por eso resulta imprescindible buscar nuevas formas de democracia participativa y sumar en una ilusión común los ideales solidarios de la izquierda democrática y social.
Los poderes financieros cuentan con nuestra soledad y nuestro miedo. Sus amenazas intentan paralizarnos, privatizar nuestras conciencias y someternos a la ley del egoísmo y del sálvese quien pueda. Pero la energía del tejido social puede consolidar una convocatoria en la que confluyan las distintas sensibilidades existentes en la izquierda y encontrar el consenso necesario para crear una ilusión compartida. Debemos transformar el envejecido mapa electoral bipartidista. El protagonismo cívico alcanzado en algunos procesos como el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, el rechazo a la guerra de Irak o el 15-M, nos señalan el camino.
Se necesita el apoyo y el esfuerzo de todos, porque nada está escrito y todo es posible. El mundo lo cambian quienes, desde los principios y el compromiso cívico, se niegan a la injusticia, rompen con la tentación del acomodo y se levantan y pelean dando sentido a la ilusión. La memoria de la emancipación humana exige una mirada honesta hacia los valores y el futuro. Nosotros estamos convencidos de la necesidad de reconstruir el presente de la izquierda. ¿Y tú?
Firmado por:
José Antonio Martín Pallín – Pedro Almodóvar – Isabel Coixet – Joaquín Sabina – Miguel Ríos – Pilar Bardem – Almudena Grandes – Luis García Montero – Juan José Millás – Eduardo Mendicutti – Manuel Rivas – Ignacio Ramonet – Carlos Berzosa – Juan Diego – Isaac Rosa – Rosa María Artal – Ismael Serrano – José Carlos Plaza – Juan Ramón Capella – Francisco Fernández Buey – Lourdes Lucía – Ricardo Zaldíva
sábado, 16 de julio de 2011
La Iglesia Católica se hace dueña de propiedades municipales o populares inscribiendo a su nombre esas propiedades con la firma del obispo. Lo que lo hizo posible una ley del gobierno de Aznar. "Es un problema nacional y el Estado debe afrontarlo", asegura un sacerdote que lo considera totalmente injusto.
Pedro Leoz (1930, Cáseda, Navarra) es sacerdote diocesano. Fue muchos años misionero en El Salvador. Ahora jubilado, mantiene con el obispado de Pamplona una relación "puramente económica" que en algún momento se vio interrumpida. La Iglesia abona el complemento de su pensión, pero se lo retiró inopinadamente durante un año, dejándole una magra paga. "Eso es por mi relación con la Plataforma para la Defensa del Patrimonio Navarro [www.plataforma-ekimena.org]", dice, "que lucha por que las iglesias y otros templos sean de los pueblos".
Pregunta. Pero cientos de edificios, algunos civiles, pertenecen a las diócesis...
Respuesta. Una vez que obtienen la titularidad pueden vender, alquilar e hipotecar; tres razones del evangelio, como se ve. Incluso afrontar pagos, como ha pasado en EE UU, donde las indemnizaciones por pederastia han diezmado las arcas.
P. En Navarra hay mucha documentación sobre las inmatriculaciones del obispado. Ustedes han escrito un libro que lo recoge, Escándalo monumental...
R. Sí, pero esto es un problema nacional, y así hay que afrontarlo. Ocurre en Salamanca, León, Valencia, Extremadura. En la plataforma recibimos peticiones de ayuda y asesoramiento de todas partes. La lucha debe ser colectiva, afecta a pueblos muy pequeños sin capacidad para afrontar los pleitos solos. El Estado español es quien debe afrontarlo, se trata de un inmenso patrimonio cultural y el fenómeno está muy extendido.
P. Pero la Iglesia argumenta que está inscribiendo estos edificios porque le son propios.
R. Bueno, también inscriben casas, escuelas. Las iglesias se han construido con las aportaciones del pueblo y con el trabajo de la gente. ¿Qué han producido ellos para poder construir tanto? Y además, inscriben la propiedad de los templos gracias a una ley que es inconstitucional. Cuarenta años de franquismo han dejado un poso profundo y no todo el mundo se atreve a enfrentarse con la Iglesia, a plantear una cuestión de inconstitucionalidad. Seguir en "El País"
Pregunta. Pero cientos de edificios, algunos civiles, pertenecen a las diócesis...
Respuesta. Una vez que obtienen la titularidad pueden vender, alquilar e hipotecar; tres razones del evangelio, como se ve. Incluso afrontar pagos, como ha pasado en EE UU, donde las indemnizaciones por pederastia han diezmado las arcas.
P. En Navarra hay mucha documentación sobre las inmatriculaciones del obispado. Ustedes han escrito un libro que lo recoge, Escándalo monumental...
R. Sí, pero esto es un problema nacional, y así hay que afrontarlo. Ocurre en Salamanca, León, Valencia, Extremadura. En la plataforma recibimos peticiones de ayuda y asesoramiento de todas partes. La lucha debe ser colectiva, afecta a pueblos muy pequeños sin capacidad para afrontar los pleitos solos. El Estado español es quien debe afrontarlo, se trata de un inmenso patrimonio cultural y el fenómeno está muy extendido.
P. Pero la Iglesia argumenta que está inscribiendo estos edificios porque le son propios.
R. Bueno, también inscriben casas, escuelas. Las iglesias se han construido con las aportaciones del pueblo y con el trabajo de la gente. ¿Qué han producido ellos para poder construir tanto? Y además, inscriben la propiedad de los templos gracias a una ley que es inconstitucional. Cuarenta años de franquismo han dejado un poso profundo y no todo el mundo se atreve a enfrentarse con la Iglesia, a plantear una cuestión de inconstitucionalidad. Seguir en "El País"
jueves, 14 de julio de 2011
Cuestión de alternativas
En el debate sobre el estado de la nación se repitió una vez más el viejo mantra: no hay alternativa a las suicidas políticas procíclicas de austeridad fiscal neoliberal impuestas a los pueblos y a los Parlamentos europeos por los mercados financieros internacionales y la incompetente troika del BCE, el FMI y la Comisión Europea. A despecho del afán por desmarcarse de las políticas que llevaron al PSOE a la catástrofe electoral del 22 de mayo, el nuevo candidato, Rubalcaba, no pudo menos repetir la misma cantilena: en lo fundamental, no había otra opción. ¿Es verdad?
Supongamos que lo fuera. Eso significaría, por lo pronto, que todas las revueltas y protestas sociales presentes y venideras, pacíficas o violentas, que están creciendo aceleradamente en todo el continente -acampadas, manifestaciones, huelgas generales-, estarían condenadas a estrellarse contra una pared inamovible. Y significaría que cualquier posible decisión parlamentaria contraria al dictado de la troika se estrellaría contra la misma pared.
Quedaría, a lo sumo, tratar de "explicar" al pueblo doliente, y pretendidamente ignorante, la idoneidad de esas políticas sin alternativa posible; "hacer pedagogía", como les gusta decir de consuno a tertulianos y políticos de orden, esos de los que, como diría nuestro fallecido amigo Manolo Vázquez Montalbán, nunca se sabe de dónde sacan pa tanto como destacan.
¿Qué hay que explicar? Que la política sin alternativa es ella misma, y por sí misma, y por eso mismo, una amenaza a la pervivencia de la democracia en Europa, como acaba de advertir el nada alarmista premio Nobel de Economía Amartya Sen desde las páginas del diario The Guardian el 22 de junio de 2011. Que la sola idea de una austeridad fiscal "expansiva" es una ignorante ilusión nacida de la destrucción de la teoría macroeconómica acometida por académicos a sueldo y cabilderos varios en las tres últimas décadas, ese "periodo oscuro", de olvido premeditado y banderizo de conocimientos sólidamente adquiridos por las generaciones anteriores, como han repetido hasta la saciedad otros dos premios Nobel, Paul Krugman y Joseph Stiglitz.
En suma: que la política económica "sin alternativa" no es propiamente una alternativa creíble -ni siquiera desde sus propios supuestos normativos-, sino una ofensiva en toda regla contra la soberanía y el bienestar de las poblaciones trabajadoras europeas e incluso, posiblemente, como ha advertido la ONU a propósito de Grecia, contra los derechos humanos tout court. Una ofensiva que no puede sino traer consigo ruina, dolor, desigualdad y conflictos sociales de creciente pugnacidad y consecuencias imprevisibles.Un año después del giro del 9 de mayo -cuando supuestamente estuvimos "al borde del abismo"- y del inicio de las contrarreformas "salvadoras", el desempleo y la precariedad laboral están peor, no mejor. La recaudación fiscal cae. Las ventas minoristas se han desplomado en el primer semestre de este año. Crecen la morosidad y las ejecuciones hipotecarias. Se dispara la pobreza. Los mercados financieros, lejos de "calmarse", parecen exigir con redoblada ferocidad ulteriores sangrías: nuestra prima de riesgo es ahora indeciblemente más alta. La derecha política hostil al Estado social anda recrecida; la izquierda social, desengañada de la política. Y toda Europa se halla en zozobra: cayó Irlanda, luego Portugal, y ahora se ciernen negras amenazas sobre la tercera economía europea, Italia, y con ella, nuevamente sobre España.
La política "sin alternativa creíble" es ella misma increíble: eso es lo que han entendido los millones de indignados que se lanzan a la calle en Grecia, en España, en Italia, en Portugal o en Gran Bretaña. ¿Por qué, pues, parece no haber alternativa? Primero, claro, porque el establishment lo repite sin cesar, en todos los grandes medios de comunicación, públicos y privados: a veces, hasta fingiendo lamentarlo. Y porque se ningunea a las voces discordantes, a las moderadas no menos que a las radicales. Un día, un redicho locutorcillo de tres al cuarto de la televisión pública catalana se permite hablar con displicencia del premio Nobel Krugman: "Sus propuestas keynesianas contra la crisis ya fracasaron". Otro, un sociólogo electoral, se permite glosar con cuatro tonterías superficiales desde las páginas de EL PAÍS la teoría cognitiva de las metáforas -de la que, obviamente, no entiende una palabra- y a cuenta de eso, despachar sin mayor argumentación, además de a los indignados, a todos los economistas y científicos sociales críticos de ATTAC, a los que nos llama sin más "colectivistas" trasnochados. Y así sucesivamente.
La impresión dominante es que cualquier alternativa imaginable a la política "sin alternativa" habrá de estrellarse contra el pétreo muro de una troika empeñada ahora en destruir la democracia europea con el mismo celo dogmático con que llevó incompetentemente a nuestra economía a la catástrofe en 2008.
Contestando a Llamazares, el presidente Zapatero lo expresó con patetismo en el debate parlamentario: "No ha sido un giro a la derecha", sino... un "paso atrás" (verosímilmente, ante fuerzas políticamente insuperables). La "edad oscura de la macroeconomía" lamentada por Krugman parece haber nublado también las cabezas de muchos políticos de centro-izquierda, lo que, en convergencia con la sensación de impotencia política, les hace ver como radicales o como implausibles, o aun como técnicamente inviables, medidas que, razonabilísimas y dignas cuando menos de ser debatidas, no tendrían, en principio, mucho de tales. Por ejemplo, la reivindicación de una renta básica universal de ciudadanía ligada a un nuevo robustecimiento del Estado social y democrático de derecho, una reivindicación que ahora mismo está abriéndose, vigorosamente, paso entre los indignados europeos y que no hace tanto mereció el respeto y la simpatía de la izquierda y del centro-izquierda parlamentarios españoles.
Dos cosas están claras, cuando menos. La primera: que en la raíz de los males económicos que aquejan a la eurozona hay un problema de diseño institucional básico, cual es la carencia de una autoridad fiscal capaz de lidiar con la crisis a través de políticas de estímulo fiscal, en vez de limitarse a las erráticas y vergonzantes semimedidas camufladas de política monetaria del BCE (como el amago, este 12 de julio, de compra de deuda soberana de Estados miembros por parte del BCE, para frenar in angustiis el desplome de la renta variable y la espiral del riesgo país en España y en Italia). La segunda: que quienes de verdad parecen mandar en la UE no tienen la menor voluntad política de cambiar el diseño. Y eso es lo que parece condenar, quieras que no, al conjunto de la eurozona a una carrera hacia el abismo de la deflación competitiva y la destrucción salarial, y a los países periféricos, a la austeridad fiscal neoliberal, a la progresiva puesta en almoneda de todo su patrimonio público y al suicidio económico sin esperanza.
Eso tal vez no tiene remedio a corto plazo, salvo que la amenaza de un gran -y cada vez menos improbable- movimiento de contestación social fuerce a las élites europeas a otro camino (para empezar, a algo tan sencillo como que el BCE emitiera eurobonos respaldados de consuno por los miembros de la eurozona). Aun así, seguiría habiendo alternativas estrictamente nacionales harto menos traumáticas que una posible -y al paso que vamos, quizá inevitable- salida del euro. Hace meses, por ejemplo, que el sólido Marshall Auerback viene proponiendo a Grecia un camino alternativo de salvación nacional y de preservación de los derechos humanos y sociales de su población. Incluso en su actual situación límite, Grecia -como la República de Irlanda, como la república portuguesa, como el Reino de España- podría perfectamente colocar con éxito en mercados financieros privados bonos públicos emitidos con la cláusula de que, en caso de declararse en quiebra, sus tenedores podrían usarlos para pagar impuestos al Gobierno griego. Un expediente que haría inmediatamente obvio a los inversores que los nuevos títulos públicos serían "moneda buena", valedera mientras el Estado griego sea capaz de exigir y recaudar impuestos.
Es solo un ejemplo, entre muchos. ¿No es sospechoso que, mientras abundan la conspiración del silencio y la gratuita descalificación de quienes se oponen al desastre anunciado, escasee en los grandes medios de comunicación establecidos la discusión sobre propuestas alternativas de este tipo? ANTONI DOMENECH / DANIEL RAVENTÓS 14/07/2011
Antoni Domènech es catedrático de la Facultad de Economía y Empresa de la UB. Daniel Raventós es profesor titular en esa misma facultad y presidente de la Red Renta Básica (www.redrentabasica.org).
Ambos son miembros del Consejo Científico de Attac-España y redactores de la revista política SinPermiso (www.sinpermiso.info).
miércoles, 13 de julio de 2011
Joseph Stiglitz : La crisis ideológica del Capitalismo occidental
Tan sólo unos años atrás, una poderosa ideología “la creencia en los mercados libres y sin restricciones" llevó al mundo al borde de la ruina. Incluso en sus días de apogeo, desde principios de los años ochenta hasta el año 2007, el capitalismo desregulado al estilo estadounidense trajo mayor bienestar material sólo para los más ricos en el país más rico del mundo. De hecho, a lo largo de los 30 años de ascenso de esta ideología, la mayoría de los estadounidenses vieron que sus ingresos declinaban o se estancaban año tras año.
Es más, el crecimiento de la producción en los Estados Unidos no fue económicamente sostenible. Con tanto del ingreso nacional de los EE.UU. yendo destinado para tan pocos, el crecimiento sólo podía continuar a través del consumo financiado por una creciente acumulación de la deuda.
Yo estaba entre aquellos que esperaban que, de alguna manera, la crisis financiera pudiera enseñar a los estadounidenses (y a otros) una lección acerca de la necesidad de mayor igualdad, una regulación más fuerte y mejor equilibrio entre el mercado y el gobierno. Desgraciadamente, ese no ha sido el caso. Al contrario, un resurgimiento de la economía de la derecha, impulsado, como siempre, por ideología e intereses especiales, una vez más amenaza a la economía mundial“ o al menos a las economías de Europa y América, donde estas ideas continúan floreciendo.
En los EE.UU., este resurgimiento de la derecha, cuyos partidarios, evidentemente, pretenden derogar las leyes básicas de las matemáticas y la economía, amenaza con obligar a una moratoria de la deuda nacional. Si el Congreso ordena gastos que superan a los ingresos, habrá un déficit, y ese déficit debe ser financiado. En vez de equilibrar cuidadosamente los beneficios de cada programa de gasto público con los costos de aumentar los impuestos para financiar dichos beneficios, la derecha busca utilizar un pesado martillo“ no permitir que la deuda nacional se incremente, lo que fuerza a los gastos a limitarse a los impuestos.
Esto deja abierta la interrogante sobre qué gastos obtienen prioridad y si los gastos para pagar intereses sobre la deuda nacional no la obtienen, una moratoria es inevitable. Además, recortar los gastos ahora, en medio de una crisis en curso provocada por la ideología de libre mercado, simple e inevitablemente sólo prolongaría la recesión.
Hace una década, en medio de un auge económico, los EE.UU. enfrentaba un superávit tan grande que amenazó con eliminar la deuda nacional. Incosteables reducciones de impuestos y guerras, una recesión importante y crecientes costos de atención de salud " impulsados en parte por el compromiso de la administración de George W. Bush de otorgar a las compañías farmacéuticas rienda suelta en la fijación de precios, incluso con dinero del gobierno en juego“ rápidamente transformaron un enorme superávit en déficits récord en tiempos de paz.
Los remedios para el déficit de EE.UU. surgen inmediatamente de este diagnóstico: se debe poner a los Estados Unidos a trabajar mediante el estímulo de la economía; se debe poner fin a las guerras sin sentido; controlar los costos militares y de drogas; y aumentar impuestos, al menos a los más ricos. Pero, la derecha no quiere saber nada de esto, y en su lugar de ello, está presionando para obtener aún más reducciones de impuestos para las corporaciones y los ricos, junto con los recortes de gastos en inversiones y protección social que ponen el futuro de la economía de los EE.UU. en peligro y que destruyen lo que queda del contrato social. Mientras tanto, el sector financiero de EE.UU. ha estado presionando fuertemente para liberarse de las regulaciones, de modo que pueda volver a sus anteriores formas desastrosas y despreocupadas de proceder.
Pero las cosas están un poco mejor en Europa. Mientras Grecia y otros países enfrentan crisis, la medicina en boga consiste simplemente en paquetes de austeridad y privatización desgastados por el tiempo, los cuales meramente dejarán a los países que los adoptan más pobres y vulnerables. Esta medicina fracasóen el Este de Asia, América Latina, y en otros lugares, y fracasará también en Europa en esta ronda. De hecho, ya ha fracasado en Irlanda, Letonia y Grecia.
Hay una alternativa: una estrategia de crecimiento económico apoyada por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. El crecimiento restauraría la confianza de que Grecia podría reembolsar sus deudas, haciendo que las tasas de interés bajen y dejando más espacio fiscal para más inversiones que propicien el crecimiento. El crecimiento por sí mismo aumenta los ingresos por impuestos y reduce la necesidad de gastos sociales, como ser las prestaciones de desempleo. Además, la confianza que esto engendra conduce aún a más crecimiento.
Lamentablemente, los mercados financieros y los economistas de derecha han entendido el problema exactamente al revés: ellos creen que la austeridad produce confianza, y que la confianza produce crecimiento. Pero la austeridad socava el crecimiento, empeorando la situación fiscal del gobierno, o al menos produciendo menos mejoras que las prometidas por los promotores de la austeridad. En ambos casos, se socavala confianza y una espiral descendente se pone en marcha.
¿Realmente necesitamos otro experimento costoso con ideas que han fracasado repetidamente? No deberíamos, y sin embargo, parece cada vez más que vamos a tener que soportar otro. Un fracaso en Europa o en Estados Unidos para volver al crecimiento sólido sería malo para la economía mundial. Un fracaso en ambos lugares sería desastroso “incluso si los principales países emergentes hubieran logrado un crecimiento auto-sostenible". Lamentablemente, a menos que prevalezcan las mentes sabias, este es el camino al cual el mundo se dirige.
Es más, el crecimiento de la producción en los Estados Unidos no fue económicamente sostenible. Con tanto del ingreso nacional de los EE.UU. yendo destinado para tan pocos, el crecimiento sólo podía continuar a través del consumo financiado por una creciente acumulación de la deuda.
Yo estaba entre aquellos que esperaban que, de alguna manera, la crisis financiera pudiera enseñar a los estadounidenses (y a otros) una lección acerca de la necesidad de mayor igualdad, una regulación más fuerte y mejor equilibrio entre el mercado y el gobierno. Desgraciadamente, ese no ha sido el caso. Al contrario, un resurgimiento de la economía de la derecha, impulsado, como siempre, por ideología e intereses especiales, una vez más amenaza a la economía mundial“ o al menos a las economías de Europa y América, donde estas ideas continúan floreciendo.
En los EE.UU., este resurgimiento de la derecha, cuyos partidarios, evidentemente, pretenden derogar las leyes básicas de las matemáticas y la economía, amenaza con obligar a una moratoria de la deuda nacional. Si el Congreso ordena gastos que superan a los ingresos, habrá un déficit, y ese déficit debe ser financiado. En vez de equilibrar cuidadosamente los beneficios de cada programa de gasto público con los costos de aumentar los impuestos para financiar dichos beneficios, la derecha busca utilizar un pesado martillo“ no permitir que la deuda nacional se incremente, lo que fuerza a los gastos a limitarse a los impuestos.
Esto deja abierta la interrogante sobre qué gastos obtienen prioridad y si los gastos para pagar intereses sobre la deuda nacional no la obtienen, una moratoria es inevitable. Además, recortar los gastos ahora, en medio de una crisis en curso provocada por la ideología de libre mercado, simple e inevitablemente sólo prolongaría la recesión.
Hace una década, en medio de un auge económico, los EE.UU. enfrentaba un superávit tan grande que amenazó con eliminar la deuda nacional. Incosteables reducciones de impuestos y guerras, una recesión importante y crecientes costos de atención de salud " impulsados en parte por el compromiso de la administración de George W. Bush de otorgar a las compañías farmacéuticas rienda suelta en la fijación de precios, incluso con dinero del gobierno en juego“ rápidamente transformaron un enorme superávit en déficits récord en tiempos de paz.
Los remedios para el déficit de EE.UU. surgen inmediatamente de este diagnóstico: se debe poner a los Estados Unidos a trabajar mediante el estímulo de la economía; se debe poner fin a las guerras sin sentido; controlar los costos militares y de drogas; y aumentar impuestos, al menos a los más ricos. Pero, la derecha no quiere saber nada de esto, y en su lugar de ello, está presionando para obtener aún más reducciones de impuestos para las corporaciones y los ricos, junto con los recortes de gastos en inversiones y protección social que ponen el futuro de la economía de los EE.UU. en peligro y que destruyen lo que queda del contrato social. Mientras tanto, el sector financiero de EE.UU. ha estado presionando fuertemente para liberarse de las regulaciones, de modo que pueda volver a sus anteriores formas desastrosas y despreocupadas de proceder.
Pero las cosas están un poco mejor en Europa. Mientras Grecia y otros países enfrentan crisis, la medicina en boga consiste simplemente en paquetes de austeridad y privatización desgastados por el tiempo, los cuales meramente dejarán a los países que los adoptan más pobres y vulnerables. Esta medicina fracasóen el Este de Asia, América Latina, y en otros lugares, y fracasará también en Europa en esta ronda. De hecho, ya ha fracasado en Irlanda, Letonia y Grecia.
Hay una alternativa: una estrategia de crecimiento económico apoyada por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. El crecimiento restauraría la confianza de que Grecia podría reembolsar sus deudas, haciendo que las tasas de interés bajen y dejando más espacio fiscal para más inversiones que propicien el crecimiento. El crecimiento por sí mismo aumenta los ingresos por impuestos y reduce la necesidad de gastos sociales, como ser las prestaciones de desempleo. Además, la confianza que esto engendra conduce aún a más crecimiento.
Lamentablemente, los mercados financieros y los economistas de derecha han entendido el problema exactamente al revés: ellos creen que la austeridad produce confianza, y que la confianza produce crecimiento. Pero la austeridad socava el crecimiento, empeorando la situación fiscal del gobierno, o al menos produciendo menos mejoras que las prometidas por los promotores de la austeridad. En ambos casos, se socavala confianza y una espiral descendente se pone en marcha.
¿Realmente necesitamos otro experimento costoso con ideas que han fracasado repetidamente? No deberíamos, y sin embargo, parece cada vez más que vamos a tener que soportar otro. Un fracaso en Europa o en Estados Unidos para volver al crecimiento sólido sería malo para la economía mundial. Un fracaso en ambos lugares sería desastroso “incluso si los principales países emergentes hubieran logrado un crecimiento auto-sostenible". Lamentablemente, a menos que prevalezcan las mentes sabias, este es el camino al cual el mundo se dirige.
Merienda en la hierba
Una comida informal al aire libre. Así entendemos en medio globo el término pic-nic. Poco importa que tenga lugar en el patio de nuestra casa o en mitad de la montaña. Lo importante es que no falten el mantel sobre el césped (preferiblemente de cuadros rojos y blancos) y una cesta con los manjares, que suelen ser variados y en gran cantidad: bocadillos, ensaladas, fiambres...
Y es que la merienda en el campo es uno de los pequeños placeres que nos podemos permitir en el sur de Europa. Bendito clima. El francés Anthelme Brillat Savarin, autor del primer tratado de gastronomía, dejó escrito que es porque el universo nos sirve de salón, y el sol, de luminaria.
Todo ello a pesar de los posibles inconvenientes que puedan surgir. Desde un chaparrón imprevisto que obligue a ponerse a cubierto hasta las hormigas (y otros animales, que diría Gerald Durrell) que tratan de tomar partido en nuestra merienda.Contrariedades aparte, la comida al aire libre sabe mejor. ¿Será que el contacto con la natualeza abre el apetito? Y si encima las vistas son espectaculares, ya no hay excusa para reponer fuerzas y volver con las pilas cargadas a la monotonía de la semana.
Recetas
Brochetas de membrillo y queso con frutas
Ingredientes para 8 personas: 300 gramos de queso de Burgos (o, si se prefiere, manchego fresco), 300 gramos de dulce de membrillo. Al gusto: fresones, cerezas deshuesadas, melón pelado y troceado, sandía o albaricoques.
1. Cortar el membrillo y el queso en lonchas. Colocar dos lonchas de queso con una de membrillo encima y cortar con un cortapastas circular del tamaño adecuado a los trozos de fruta.
2. Pinchar en la brocheta con el siguiente orden: una fruta, un conjunto de membrillo-queso-membrillo y otra fruta.
3. Para transportarlo: poner las brochetas en un recipiente de plástico alargado y más frutas limpias y troceadas en otro.
Gazpacho en gelatina
Ingredientes para 6-8 personas: 1 kilo de tomates rojos y duros, 1 diente de ajo pequeño, ? pimiento verde, ? pepino, 100 gramos de miga de pan de pueblo, 12 cucharadas de aceite de oliva virgen, 4 cucharadas de vinagre (sirve el de vino, pero mejor si es de jerez), sal, agua hasta conseguir una crema ligera, 12 hojas de gelatina fina.
Guarnición: cebolla picada, pimiento en trocitos, tomate en cuadraditos, pepino picado fino, dados de pan y, si se desea, huevo duro picado.
1. Poner el pan a remojo durante unos minutos. Remojar la gelatina.
2. Lavar los tomates y retirarles con un cuchillo la parte dura en la que se inserta el tallo. Cortarlos en trozos y triturarlos en la batidora o la Thermomix junto con el diente de ajo, el pepino, el pimiento, sal y un poco de agua. (Si la trituradora no es buena, será necesario escaldarlos y pelarlos antes de realizar el proceso).
3. Mientras la trituradora está en movimiento, añadir el pan escurrido, el aceite y el vinagre. Sazonar con sal y aclarar con agua hasta obtener la consistencia deseada.
4. Escurrir la gelatina y disolverla en ? vaso de agua caliente. Colarla sobre el gazpacho y mover para que se reparta.
Llenar un molde y meterlo en la nevera hasta que se solidifique.
5. Para transportarlo: es fácil de llevar y desmoldar, porque no se derrama. Acompañarlo de su guarnición.
Rollo de carne con pimientos confitados
Ingredientes para 8 personas. Rollo de carne: 400 gramos de carne picada (mitad cerdo, mitad ternera), 400 gramos de jamón de York picado con la carne, 1 rebanada de pan mojada en leche, 50 gramos de queso rallado, 1 huevo, sal, pimienta, unas ralladuras de nuez moscada, aceite y pan rallado para el molde. Guarnición: 2 pimientos verdes carnosos, 2 pimientos rojos, 2 pimientos amarillos, 3 cucharadas de aceite, 3 cucharadas de azúcar, una pizca de sal, 1 cucharada de vinagre de vino.
1. Rollo de carne: mezclar la carne y el jamón picados con el huevo batido, el pan mojado en leche y escurrido, el queso rallado, la nuez moscada, sal y pimienta. Amasar con la mano y dejar reposar ? hora.
2. Engrasar un molde de plum-cake con aceite y pan rallado, rellenar con la carne picada y taparlo con papel de plata. Cocerlo al baño María en el horno a 200º C durante 45-50 minutos.
3. Guarnición: lavar los pimientos enteros, secarlos, engrasarlos ligeramente y asarlos en el horno a 180º C durante 40 minutos, dándoles la vuelta de vez en cuando. Sacarlos y taparlos para que suden.
4. Pelarlos, cortarlos en tiras y recoger el jugo sin las semillas. Poner las tiras de pimiento en un cazo, añadir el azúcar, el aceite, el jugo que soltaron, la sal y el vinagre. Ponerlos a fuego suave hasta que se consuma el jugo que sueltan.
Coca mallorquina
Para 8 personas. Masa: 8 cucharadas de aceite de oliva, 8 cucharadas de agua, 2 cucharadas de azúcar, 2 huevos, 1 cucharadita de levadura en polvo, 350 a 400 gramos de harina floja, sal. Relleno: 4 pimientos verdes (muy claros), 4 tomates grandes y duros, 2 cebollas grandes blancas de la isla, 1 lata de 8 sardinillas en aceite, sal, 4 o 5 cucharadas de aceite de oliva.
1. Masa: poner en un cuenco los huevos, el aceite, el agua, el azúcar y la sal. Batir a mano con las varillas hasta que se unan y añadir poco a poco la harina con la levadura, mezclando primero con cuchara de palo y en cuanto se pueda amasar con la mano. Formar una masa blanda, envolverla en plástico y dejarla en la nevera una ? hora.
2. Extenderla lo más fina posible y forrar moldes bajos individuales o un molde grande, engrasados y enharinados, de forma redonda o rectangular y formar un reborde.
3. Relleno: cortar los pimientos limpios en rodajas finas, escaldar y pelar los tomates, cortarlos en dados, así como las cebollas, mezclar los pimientos, tomates y cebolla y aliñarlos con el aceite y sal.
4. Extender sobre la masa el relleno de trompó (picadillo de pimiento, cebolla y tomate), regar con un hilillo de aceite de oliva y una pizca de sal y meter en el horno a 180º C unos 30 minutos.
5. Al sacar la coca del horno, colocar encima las sardinas y regar todo con el aceite de la lata.
6. Para transportarlo: llevarlo en sus moldes.
Secretos del experto excursionista
- Situarnos cerca de una fuente, a ser posible, del área en la que comeremos.
- Tener cuidado con el fuego. Solo se debe hacer en lugares preparados para ello, y nunca en verano.
- Dejar la zona tan limpia como se encontró al llegar.
- En la medida de lo posible, enterrar los desperdicios de materia orgánica degradable.
- Llevarse a casa latas, botellas de vidrio o plástico y bolsas o envases que se puedan reciclar.
- Depositar el resto de desperdicios en bolsas de plástico y llevarlos a la basura, o guardar para tirar en casa.
Transporte de mercancías
- Comprar el pan y las bebidas frías en el último lugar posible antes de llegar al destino. Si es un pueblo, mejor, pero si no al menos estarán en su temperatura. No es mala idea llevar una bolsa de tela para guardar el pan y que se mantenga separado de todo lo demás.
- No transportar cremas de leche, leche, mayonesa o postres delicados fuera de la nevera portátil. Son alimentos frágiles ante los cambios de temperatura.
- No dejar jamás la cesta al sol y sacarla lo antes posible del maletero del coche para evitar que el calor pueda dañar los alimentos. Lo mismo para las botellas de plástico que puedan contener bebidas.
- No está de más tomar la precaución de envolver las bebidas gaseosas en un paño antes de abrirlas. Quizá en el transporte se hayan agitado...
- Aliñar las ensaladas de hoja al momento de comer (se puede llevar el aliño preparado, pero por separado). Si se lleva hecho de casa, es muy probable que encontremos la verdura pocha, ahogada en el aceite.
- Para alejar las avispas, colocar un trocito de carne algo retirado para que acudan a él, o poner medios limones o naranjas pinchados con clavos de especia cerca de la comida. También es recomendable no ir vestido de amarillo, porque ese color atrae los insectos como la miel.
- El momento placentero: llevar una tela o toalla para tumbarse a ver correr las nubes. El momento higiénico: añadir al hatillo un paño de cocina, servilletas de papel y bolsas de basura.
- Si la excursión es a la playa: no destapar la comida por si el viento le arrastra arena. Ni olvidarse del protector solar y del líquido que repele insectos. MARÍA JESÚS GIL DE ANTUÑANO EL País,10/07/2011
Y es que la merienda en el campo es uno de los pequeños placeres que nos podemos permitir en el sur de Europa. Bendito clima. El francés Anthelme Brillat Savarin, autor del primer tratado de gastronomía, dejó escrito que es porque el universo nos sirve de salón, y el sol, de luminaria.
Todo ello a pesar de los posibles inconvenientes que puedan surgir. Desde un chaparrón imprevisto que obligue a ponerse a cubierto hasta las hormigas (y otros animales, que diría Gerald Durrell) que tratan de tomar partido en nuestra merienda.Contrariedades aparte, la comida al aire libre sabe mejor. ¿Será que el contacto con la natualeza abre el apetito? Y si encima las vistas son espectaculares, ya no hay excusa para reponer fuerzas y volver con las pilas cargadas a la monotonía de la semana.
Recetas
Brochetas de membrillo y queso con frutas
Ingredientes para 8 personas: 300 gramos de queso de Burgos (o, si se prefiere, manchego fresco), 300 gramos de dulce de membrillo. Al gusto: fresones, cerezas deshuesadas, melón pelado y troceado, sandía o albaricoques.
1. Cortar el membrillo y el queso en lonchas. Colocar dos lonchas de queso con una de membrillo encima y cortar con un cortapastas circular del tamaño adecuado a los trozos de fruta.
2. Pinchar en la brocheta con el siguiente orden: una fruta, un conjunto de membrillo-queso-membrillo y otra fruta.
3. Para transportarlo: poner las brochetas en un recipiente de plástico alargado y más frutas limpias y troceadas en otro.
Gazpacho en gelatina
Ingredientes para 6-8 personas: 1 kilo de tomates rojos y duros, 1 diente de ajo pequeño, ? pimiento verde, ? pepino, 100 gramos de miga de pan de pueblo, 12 cucharadas de aceite de oliva virgen, 4 cucharadas de vinagre (sirve el de vino, pero mejor si es de jerez), sal, agua hasta conseguir una crema ligera, 12 hojas de gelatina fina.
Guarnición: cebolla picada, pimiento en trocitos, tomate en cuadraditos, pepino picado fino, dados de pan y, si se desea, huevo duro picado.
1. Poner el pan a remojo durante unos minutos. Remojar la gelatina.
2. Lavar los tomates y retirarles con un cuchillo la parte dura en la que se inserta el tallo. Cortarlos en trozos y triturarlos en la batidora o la Thermomix junto con el diente de ajo, el pepino, el pimiento, sal y un poco de agua. (Si la trituradora no es buena, será necesario escaldarlos y pelarlos antes de realizar el proceso).
3. Mientras la trituradora está en movimiento, añadir el pan escurrido, el aceite y el vinagre. Sazonar con sal y aclarar con agua hasta obtener la consistencia deseada.
4. Escurrir la gelatina y disolverla en ? vaso de agua caliente. Colarla sobre el gazpacho y mover para que se reparta.
Llenar un molde y meterlo en la nevera hasta que se solidifique.
5. Para transportarlo: es fácil de llevar y desmoldar, porque no se derrama. Acompañarlo de su guarnición.
Rollo de carne con pimientos confitados
Ingredientes para 8 personas. Rollo de carne: 400 gramos de carne picada (mitad cerdo, mitad ternera), 400 gramos de jamón de York picado con la carne, 1 rebanada de pan mojada en leche, 50 gramos de queso rallado, 1 huevo, sal, pimienta, unas ralladuras de nuez moscada, aceite y pan rallado para el molde. Guarnición: 2 pimientos verdes carnosos, 2 pimientos rojos, 2 pimientos amarillos, 3 cucharadas de aceite, 3 cucharadas de azúcar, una pizca de sal, 1 cucharada de vinagre de vino.
1. Rollo de carne: mezclar la carne y el jamón picados con el huevo batido, el pan mojado en leche y escurrido, el queso rallado, la nuez moscada, sal y pimienta. Amasar con la mano y dejar reposar ? hora.
2. Engrasar un molde de plum-cake con aceite y pan rallado, rellenar con la carne picada y taparlo con papel de plata. Cocerlo al baño María en el horno a 200º C durante 45-50 minutos.
3. Guarnición: lavar los pimientos enteros, secarlos, engrasarlos ligeramente y asarlos en el horno a 180º C durante 40 minutos, dándoles la vuelta de vez en cuando. Sacarlos y taparlos para que suden.
4. Pelarlos, cortarlos en tiras y recoger el jugo sin las semillas. Poner las tiras de pimiento en un cazo, añadir el azúcar, el aceite, el jugo que soltaron, la sal y el vinagre. Ponerlos a fuego suave hasta que se consuma el jugo que sueltan.
Coca mallorquina
Para 8 personas. Masa: 8 cucharadas de aceite de oliva, 8 cucharadas de agua, 2 cucharadas de azúcar, 2 huevos, 1 cucharadita de levadura en polvo, 350 a 400 gramos de harina floja, sal. Relleno: 4 pimientos verdes (muy claros), 4 tomates grandes y duros, 2 cebollas grandes blancas de la isla, 1 lata de 8 sardinillas en aceite, sal, 4 o 5 cucharadas de aceite de oliva.
1. Masa: poner en un cuenco los huevos, el aceite, el agua, el azúcar y la sal. Batir a mano con las varillas hasta que se unan y añadir poco a poco la harina con la levadura, mezclando primero con cuchara de palo y en cuanto se pueda amasar con la mano. Formar una masa blanda, envolverla en plástico y dejarla en la nevera una ? hora.
2. Extenderla lo más fina posible y forrar moldes bajos individuales o un molde grande, engrasados y enharinados, de forma redonda o rectangular y formar un reborde.
3. Relleno: cortar los pimientos limpios en rodajas finas, escaldar y pelar los tomates, cortarlos en dados, así como las cebollas, mezclar los pimientos, tomates y cebolla y aliñarlos con el aceite y sal.
4. Extender sobre la masa el relleno de trompó (picadillo de pimiento, cebolla y tomate), regar con un hilillo de aceite de oliva y una pizca de sal y meter en el horno a 180º C unos 30 minutos.
5. Al sacar la coca del horno, colocar encima las sardinas y regar todo con el aceite de la lata.
6. Para transportarlo: llevarlo en sus moldes.
Secretos del experto excursionista
- Situarnos cerca de una fuente, a ser posible, del área en la que comeremos.
- Tener cuidado con el fuego. Solo se debe hacer en lugares preparados para ello, y nunca en verano.
- Dejar la zona tan limpia como se encontró al llegar.
- En la medida de lo posible, enterrar los desperdicios de materia orgánica degradable.
- Llevarse a casa latas, botellas de vidrio o plástico y bolsas o envases que se puedan reciclar.
- Depositar el resto de desperdicios en bolsas de plástico y llevarlos a la basura, o guardar para tirar en casa.
Transporte de mercancías
- Comprar el pan y las bebidas frías en el último lugar posible antes de llegar al destino. Si es un pueblo, mejor, pero si no al menos estarán en su temperatura. No es mala idea llevar una bolsa de tela para guardar el pan y que se mantenga separado de todo lo demás.
- No transportar cremas de leche, leche, mayonesa o postres delicados fuera de la nevera portátil. Son alimentos frágiles ante los cambios de temperatura.
- No dejar jamás la cesta al sol y sacarla lo antes posible del maletero del coche para evitar que el calor pueda dañar los alimentos. Lo mismo para las botellas de plástico que puedan contener bebidas.
- No está de más tomar la precaución de envolver las bebidas gaseosas en un paño antes de abrirlas. Quizá en el transporte se hayan agitado...
- Aliñar las ensaladas de hoja al momento de comer (se puede llevar el aliño preparado, pero por separado). Si se lleva hecho de casa, es muy probable que encontremos la verdura pocha, ahogada en el aceite.
- Para alejar las avispas, colocar un trocito de carne algo retirado para que acudan a él, o poner medios limones o naranjas pinchados con clavos de especia cerca de la comida. También es recomendable no ir vestido de amarillo, porque ese color atrae los insectos como la miel.
- El momento placentero: llevar una tela o toalla para tumbarse a ver correr las nubes. El momento higiénico: añadir al hatillo un paño de cocina, servilletas de papel y bolsas de basura.
- Si la excursión es a la playa: no destapar la comida por si el viento le arrastra arena. Ni olvidarse del protector solar y del líquido que repele insectos. MARÍA JESÚS GIL DE ANTUÑANO EL País,10/07/2011
martes, 12 de julio de 2011
Un año más, ya están aquí los sanfermines con sus encierros.
Los toros de Victoriano del Río vuelan por Pamplona
El sexto encierro, el más rápido de estos Sanfermines, con 2 minutos y 16 segundos, deja dos heridos por asta. (de El País)
Sigue los sanfermines en directo en Eskup. | Mándanos tus fotos y mira las de otros lectores.
Seguir los encierros aquí en rtve.
El sexto encierro, el más rápido de estos Sanfermines, con 2 minutos y 16 segundos, deja dos heridos por asta. (de El País)
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Seguir los encierros aquí en rtve.
lunes, 11 de julio de 2011
Los ángeles del parque del Retiro
...En los últimos meses me he hecho asidua del parque del Retiro de Madrid. ¡Y qué lugar increíble es ese parque! Es un mundo en sí mismo, un universo entero en miniatura... He visto de todo, en fin. Incluso ángeles...
Pobres ángeles: están en franca decadencia. La palabra misma suena fatal; suena cursi y fofa, suena a chiflado con alucinaciones metafísicas o a esa apestosa moda de los querubines de purpurina. Pero el caso es que los ángeles existen. Me refiero a los inocentes; a los seres puros. A cierto tipo de discapacitados. A los aquejados por el síndrome de Down, por ejemplo, siempre luminosos; o a quienes sufren precisamente el síndrome de Angelman ("hombre ángel"), que es una grave y rara enfermedad neurogenética. Los afectados padecen retraso, dificultades motrices, no llegan a aprender a hablar y, según dice la Wikipedia, "muestran un estado aparente permanente de alegría, con risas y sonrisas en todo momento". Un regocijo mudo. Así de extrañas son las maneras que escoge el dolor para manifestarse. O quizá la felicidad, ¿quién sabe? Puede que, en efecto, vivan en una sublime bienaventuranza.
En estos últimos meses me han rozado dos veces los ángeles en el Retiro. En ambas ocasiones sucedió en torno a las nueve de la mañana, cuando el parque está recién regado y casi se diría que recién pintado. En el primer encuentro caminaba delante de mí y lo vi de espaldas; era un niño muy pequeño, como mucho tres años, aunque quizá tuviera más y su dolencia le achicara. Iba sentado en una silla de ruedas minúscula, la silla de ruedas más primorosa y diminuta que he visto jamás; el niño estiraba su brazo derecho hacia arriba y casi colgaba de la mano de un hombre joven alto y fuerte, quizá el padre, y era este joven quien impulsaba al crío al llevarlo agarrado. Paseaban los dos plácidamente por la avenida arbolada, la manita en el puño, toda esa enorme indefensión y esa absoluta confianza, y de cuando en cuando el niño levantaba la cara y miraba al hombre con la expresión más radiante y dichosa que jamás he visto. Era una sonrisa que detenía el mundo.
Al otro me lo he encontrado varias veces. También está en silla de ruedas, pero es un hombre muy mayor. Cuando hace bueno, un cuidador lo lleva a determinada zona del Retiro y lo deja aparcado junto a un banco. He pasado junto a él varias veces, siempre por detrás, no le he visto la cara; tampoco le vi nunca ni moverse ni hablar. Desplomado sobre sí mismo, parecía un anciano medio muerto. Pero un día, cuando crucé por su lugar habitual, lo encontré casualmente solo, sin su cuidador. Se hallaba de espaldas, como siempre, en mitad de una pradera que las hojas de los árboles moteaban de sol; pero en esta ocasión estaba erguido muy derecho en su silla y con el brazo
izquierdo totalmente extendido en el aire, y alrededor de él, revoloteando y en el suelo, había por lo menos un centenar de gorriones que acudían a comer de su mano. Un inesperado golpe de vida.
Los ángeles son, tradicionalmente, espíritus intermediarios entre este mundo y el celestial. Yo soy agnóstica y no creo en el cielo, pero estos dos centauros en sus sillas de ruedas me mostraron un destello de la eternidad. Por eso he sabido que son ángeles. No creo que hubiera humanos de este tipo en los barracones de la mili. Aunque quizá sí; una nunca sabe por dónde puede irrumpir la belleza. ROSA MONTERO. El País, 10/07/2011
(Acuarelas: Jose Manzanaro, Parque del Retiro, USK Madrid y otros Nápoles)
Pobres ángeles: están en franca decadencia. La palabra misma suena fatal; suena cursi y fofa, suena a chiflado con alucinaciones metafísicas o a esa apestosa moda de los querubines de purpurina. Pero el caso es que los ángeles existen. Me refiero a los inocentes; a los seres puros. A cierto tipo de discapacitados. A los aquejados por el síndrome de Down, por ejemplo, siempre luminosos; o a quienes sufren precisamente el síndrome de Angelman ("hombre ángel"), que es una grave y rara enfermedad neurogenética. Los afectados padecen retraso, dificultades motrices, no llegan a aprender a hablar y, según dice la Wikipedia, "muestran un estado aparente permanente de alegría, con risas y sonrisas en todo momento". Un regocijo mudo. Así de extrañas son las maneras que escoge el dolor para manifestarse. O quizá la felicidad, ¿quién sabe? Puede que, en efecto, vivan en una sublime bienaventuranza.
En estos últimos meses me han rozado dos veces los ángeles en el Retiro. En ambas ocasiones sucedió en torno a las nueve de la mañana, cuando el parque está recién regado y casi se diría que recién pintado. En el primer encuentro caminaba delante de mí y lo vi de espaldas; era un niño muy pequeño, como mucho tres años, aunque quizá tuviera más y su dolencia le achicara. Iba sentado en una silla de ruedas minúscula, la silla de ruedas más primorosa y diminuta que he visto jamás; el niño estiraba su brazo derecho hacia arriba y casi colgaba de la mano de un hombre joven alto y fuerte, quizá el padre, y era este joven quien impulsaba al crío al llevarlo agarrado. Paseaban los dos plácidamente por la avenida arbolada, la manita en el puño, toda esa enorme indefensión y esa absoluta confianza, y de cuando en cuando el niño levantaba la cara y miraba al hombre con la expresión más radiante y dichosa que jamás he visto. Era una sonrisa que detenía el mundo.
Al otro me lo he encontrado varias veces. También está en silla de ruedas, pero es un hombre muy mayor. Cuando hace bueno, un cuidador lo lleva a determinada zona del Retiro y lo deja aparcado junto a un banco. He pasado junto a él varias veces, siempre por detrás, no le he visto la cara; tampoco le vi nunca ni moverse ni hablar. Desplomado sobre sí mismo, parecía un anciano medio muerto. Pero un día, cuando crucé por su lugar habitual, lo encontré casualmente solo, sin su cuidador. Se hallaba de espaldas, como siempre, en mitad de una pradera que las hojas de los árboles moteaban de sol; pero en esta ocasión estaba erguido muy derecho en su silla y con el brazo
izquierdo totalmente extendido en el aire, y alrededor de él, revoloteando y en el suelo, había por lo menos un centenar de gorriones que acudían a comer de su mano. Un inesperado golpe de vida.
Los ángeles son, tradicionalmente, espíritus intermediarios entre este mundo y el celestial. Yo soy agnóstica y no creo en el cielo, pero estos dos centauros en sus sillas de ruedas me mostraron un destello de la eternidad. Por eso he sabido que son ángeles. No creo que hubiera humanos de este tipo en los barracones de la mili. Aunque quizá sí; una nunca sabe por dónde puede irrumpir la belleza. ROSA MONTERO. El País, 10/07/2011
(Acuarelas: Jose Manzanaro, Parque del Retiro, USK Madrid y otros Nápoles)
El truco del autoengaño
REPORTAJE: PSICOLOGÍA
CRISTINA LLAGOSTERA 10/07/2011
Nadie se halla libre del autoengaño, esa estrategia mental que permite esquivar la realidad refugiándose en una inconsciencia más o menos deliberada. Se recurre al autoengaño para evitar asumir las consecuencias de los propios actos al no ver ciertos aspectos personales o del entorno que resultan desagradables, al fingir y ocultar lo que se siente o al justificarse para salir airoso de una situación.
Pero ¿cómo es posible engañarse a uno mismo? Según Francisco J. Rubia, catedrático de Medicina e investigador en neurociencia, incluso el propio cerebro nos engaña. La misión principal de este órgano es garantizar la supervivencia del organismo, y para tal fin elabora pero también deforma la información que recibe de los sentidos.
Existe, por una parte, el autoengaño que opera de manera consciente. Una persona sabe que tiene que realizar algo, pero se convence a sí misma para dejarlo para mañana. Alguien reconoce que tiene un problema y se autoengaña pensando que el tiempo lo solucionará. Sin embargo, en ocasiones la mentira está tan bien armada que ni siquiera se es consciente de ella. Así, una persona puede descubrir que ha borrado de su memoria hechos importantes o que se ha mantenido ciega ante las evidencias claras de que su vida de pareja naufragaba. El autoengaño es el más escurridizo de los mecanismos mentales, porque resulta difícil darse cuenta de lo que se prefiere ignorar.
Los 'puntos ciegos'
"Todo es según el color del cristal con que se mira" (Ramón de Campoamor)
En su libro El punto ciego, Daniel Goleman relaciona esta estrategia con un hecho fisiológico. En la parte posterior del ojo existe una zona donde confluyen las neuronas del nervio óptico que carece de terminaciones nerviosas. Esta zona constituye un punto ciego. Habitualmente no se percibe su existencia porque se compensa con la visión superpuesta de ambos ojos. Pero incluso cuando se emplea un único ojo resulta difícil distinguirlo, pues ante la falta de información visual el cerebro rellena virtualmente esa pequeña área en relación con el entorno.
Algo parecido sucede a nivel psicológico. Todas las personas tienen puntos ciegos, zonas de su experiencia personal en las que son proclives a bloquear su atención y autoengañarse. Estas lagunas mentales tienden a ser rellenadas con fantasías, explicaciones racionales o imaginaciones. Se trata de un hecho comprobado que no percibimos la realidad tal y como es, sino que elaboramos nuestra interpretación particular a partir de lo que captan los sentidos. Incluso la memoria resulta altamente engañosa, pues contiene una serie de filtros que seleccionan la información que llega a la conciencia.
Esquivar la realidad
"Ojos que no ven, corazón que no siente" (refrán popular)
Cuando algo supone una amenaza, la atención suele recurrir a dos tipos de soluciones: la intrusión, en la que la persona se mantiene centrada en lo que le preocupa, pensando continuamente sobre ello, o la negación, que supone desviar la atención y desconectarse del problema.
La tendencia a cerrar los ojos ante lo que inquieta surte un evidente efecto calmante, pues permite poner fin al estrés que genera una posible amenaza, una responsabilidad o un recuerdo traumático... El autoengaño, por tanto, ayuda a protegerse de la ansiedad o el malestar disminuyendo el grado de conciencia.
Ante una enfermedad grave, algunas personas recurren a la negación: rechazan el diagnóstico o minimizan su seriedad, evitando reflexionar o hablar sobre ello. Esta estrategia tiene su función y puede resultar, por tanto, beneficiosa. Es sabido que las personas con cáncer que niegan su enfermedad pueden sufrir menos ansiedad y depresión.
La negación, por tanto, implica un rechazo a aceptar las cosas tal y como son, y suele ser una de las primeras respuestas ante una pérdida o cambio importante. Supone una escapatoria momentánea antes de enfrentarse con la realidad. Sin embargo, así como en algunos momentos puede resultar útil, si se mantiene en el tiempo de manera rígida puede generar dificultades, tales como no tomar una actitud responsable para realizar los controles o tratamientos que precisa una enfermedad o no posibilitar la elaboración emocional de la situación. Lo decía Ortega y Gasset: "La negación es útil, noble y piadosa cuando sirve de tránsito hacia una nueva afirmación".
La trampa de la selección
"Peor que ver la realidad negra es el no verla" (Antonio Machado)
Los seres humanos disponen de infinidad de trucos para mantenerse ajenos a la realidad. Además de la negación, se utilizan mecanismos de defensa como la racionalización, que permite ocultar los verdaderos motivos bajo una explicación lógica, o la atención selectiva, mediante la cual se percibe lo que interesa mientras se ignora el resto.
Estos mecanismos de defensa brindan un refugio y son en cierto modo necesarios, pero al mismo tiempo condicionan nuestra manera de percibir y reaccionar frente al mundo. Como individuos, somos recopiladores y observadores de nuestra propia realidad y, a pesar de desearlo, rara vez somos imparciales. La mayoría solemos atribuirnos con mayor facilidad los éxitos que los fracasos, exculparnos y ver la mota en el ojo ajeno. Aunque otras personas tienden a interpretar que el fallo siempre está en su lado.
La evolución de la mentira
"Una mentira no tendría sentido si la verdad no fuera percibida como peligrosa"(Alfred Adler)
Robert Trivers, un biólogo evolutivo norteamericano, opina que el autoengaño es una sofisticación de la mentira, ya que ocultarse algo a uno mismo lo hace más invisible y difícil de descubrir para el resto. Mentir conscientemente, además, crea una contradicción en el cerebro y requiere un mayor esfuerzo. En eso se basa el polígrafo (la máquina de la verdad), pues al falsear la respuesta aparecen señales de estrés a veces imperceptibles, como sudor, cambios en la presión cardiaca o la respiración...
La capacidad para mirar hacia otro lado también se ha mostrado fundamental para forjar las relaciones humanas. Se necesita cierta dosis de engaño para mantener la discreción, encubrir cuestiones embarazosas o proteger la integridad de otra persona. Sin embargo, también nos servimos del autoengaño para fines menos honorables, como embaucar a los demás, ocultar aspectos indeseables de uno mismo, lograr un objetivo a toda costa...
La verdad soportable
"En el interior del hombre habita la verdad" (San Agustín)
Llegamos al meollo: ¿existe un equilibrio óptimo entre autoengaño y verdad? Sabemos que en ocasiones evitar la realidad nos procura una sensación de alivio, pero también conlleva un coste importante. Lo que no se afronta tiende a repetirse.
Un concepto útil es el de la verdad soportable. Se puede apostar por reconocer la realidad, pero dándose tiempo para digerir poco a poco la información que resulta difícil. La mentira y la simulación terminan creando una terrible desconexión, ignorando quiénes somos y qué deseamos. Por eso, lo más importante quizá sea mantener un pacto de honestidad con uno mismo. A ese pacto ayudará reconocer que la realidad es mucho más amplia de lo que se cree. Sin embargo, puesto que siempre resulta difícil detectar los propios trucos, se necesita el espejo de los demás. Con sus comentarios, sus críticas y elogios, y su visión distinta, las otras personas contribuyen a iluminar rincones que hasta entonces permanecían ocultos.
La sugestión colectiva
Detrás de los pequeños o grandes conflictos suele haber una parte de autoengaño. Es la que proyecta en la otra parte toda la maldad, la desconsideración o el error, defendiendo obcecadamente el propio punto de vista. Eso constituye precisamente uno de los peligros de esta estrategia mental: justificar los propios actos bajo el amparo de la mentira que uno mismo se ha creado. No hay que olvidar, además, que las ilusiones colectivas son un gran instrumento de manipulación. La mejor forma de ganar adeptos es haciéndoles creer en cierta realidad. Una muestra de ello son los colaboradores de un régimen opresivo como el del Tercer Reich, que reconocen con la perspectiva del tiempo hasta qué punto su conciencia estaba manipulada y eran incapaces de enjuiciar lo que ocurría. Según palabras de Milan Kundera, "delante había una mentira comprensible, y detrás, una verdad incomprensible".
CRISTINA LLAGOSTERA 10/07/2011
Nadie se halla libre del autoengaño, esa estrategia mental que permite esquivar la realidad refugiándose en una inconsciencia más o menos deliberada. Se recurre al autoengaño para evitar asumir las consecuencias de los propios actos al no ver ciertos aspectos personales o del entorno que resultan desagradables, al fingir y ocultar lo que se siente o al justificarse para salir airoso de una situación.
Pero ¿cómo es posible engañarse a uno mismo? Según Francisco J. Rubia, catedrático de Medicina e investigador en neurociencia, incluso el propio cerebro nos engaña. La misión principal de este órgano es garantizar la supervivencia del organismo, y para tal fin elabora pero también deforma la información que recibe de los sentidos.
Existe, por una parte, el autoengaño que opera de manera consciente. Una persona sabe que tiene que realizar algo, pero se convence a sí misma para dejarlo para mañana. Alguien reconoce que tiene un problema y se autoengaña pensando que el tiempo lo solucionará. Sin embargo, en ocasiones la mentira está tan bien armada que ni siquiera se es consciente de ella. Así, una persona puede descubrir que ha borrado de su memoria hechos importantes o que se ha mantenido ciega ante las evidencias claras de que su vida de pareja naufragaba. El autoengaño es el más escurridizo de los mecanismos mentales, porque resulta difícil darse cuenta de lo que se prefiere ignorar.
Los 'puntos ciegos'
"Todo es según el color del cristal con que se mira" (Ramón de Campoamor)
En su libro El punto ciego, Daniel Goleman relaciona esta estrategia con un hecho fisiológico. En la parte posterior del ojo existe una zona donde confluyen las neuronas del nervio óptico que carece de terminaciones nerviosas. Esta zona constituye un punto ciego. Habitualmente no se percibe su existencia porque se compensa con la visión superpuesta de ambos ojos. Pero incluso cuando se emplea un único ojo resulta difícil distinguirlo, pues ante la falta de información visual el cerebro rellena virtualmente esa pequeña área en relación con el entorno.
Algo parecido sucede a nivel psicológico. Todas las personas tienen puntos ciegos, zonas de su experiencia personal en las que son proclives a bloquear su atención y autoengañarse. Estas lagunas mentales tienden a ser rellenadas con fantasías, explicaciones racionales o imaginaciones. Se trata de un hecho comprobado que no percibimos la realidad tal y como es, sino que elaboramos nuestra interpretación particular a partir de lo que captan los sentidos. Incluso la memoria resulta altamente engañosa, pues contiene una serie de filtros que seleccionan la información que llega a la conciencia.
Esquivar la realidad
"Ojos que no ven, corazón que no siente" (refrán popular)
Cuando algo supone una amenaza, la atención suele recurrir a dos tipos de soluciones: la intrusión, en la que la persona se mantiene centrada en lo que le preocupa, pensando continuamente sobre ello, o la negación, que supone desviar la atención y desconectarse del problema.
La tendencia a cerrar los ojos ante lo que inquieta surte un evidente efecto calmante, pues permite poner fin al estrés que genera una posible amenaza, una responsabilidad o un recuerdo traumático... El autoengaño, por tanto, ayuda a protegerse de la ansiedad o el malestar disminuyendo el grado de conciencia.
Ante una enfermedad grave, algunas personas recurren a la negación: rechazan el diagnóstico o minimizan su seriedad, evitando reflexionar o hablar sobre ello. Esta estrategia tiene su función y puede resultar, por tanto, beneficiosa. Es sabido que las personas con cáncer que niegan su enfermedad pueden sufrir menos ansiedad y depresión.
La negación, por tanto, implica un rechazo a aceptar las cosas tal y como son, y suele ser una de las primeras respuestas ante una pérdida o cambio importante. Supone una escapatoria momentánea antes de enfrentarse con la realidad. Sin embargo, así como en algunos momentos puede resultar útil, si se mantiene en el tiempo de manera rígida puede generar dificultades, tales como no tomar una actitud responsable para realizar los controles o tratamientos que precisa una enfermedad o no posibilitar la elaboración emocional de la situación. Lo decía Ortega y Gasset: "La negación es útil, noble y piadosa cuando sirve de tránsito hacia una nueva afirmación".
La trampa de la selección
"Peor que ver la realidad negra es el no verla" (Antonio Machado)
Los seres humanos disponen de infinidad de trucos para mantenerse ajenos a la realidad. Además de la negación, se utilizan mecanismos de defensa como la racionalización, que permite ocultar los verdaderos motivos bajo una explicación lógica, o la atención selectiva, mediante la cual se percibe lo que interesa mientras se ignora el resto.
Estos mecanismos de defensa brindan un refugio y son en cierto modo necesarios, pero al mismo tiempo condicionan nuestra manera de percibir y reaccionar frente al mundo. Como individuos, somos recopiladores y observadores de nuestra propia realidad y, a pesar de desearlo, rara vez somos imparciales. La mayoría solemos atribuirnos con mayor facilidad los éxitos que los fracasos, exculparnos y ver la mota en el ojo ajeno. Aunque otras personas tienden a interpretar que el fallo siempre está en su lado.
La evolución de la mentira
"Una mentira no tendría sentido si la verdad no fuera percibida como peligrosa"(Alfred Adler)
Robert Trivers, un biólogo evolutivo norteamericano, opina que el autoengaño es una sofisticación de la mentira, ya que ocultarse algo a uno mismo lo hace más invisible y difícil de descubrir para el resto. Mentir conscientemente, además, crea una contradicción en el cerebro y requiere un mayor esfuerzo. En eso se basa el polígrafo (la máquina de la verdad), pues al falsear la respuesta aparecen señales de estrés a veces imperceptibles, como sudor, cambios en la presión cardiaca o la respiración...
La capacidad para mirar hacia otro lado también se ha mostrado fundamental para forjar las relaciones humanas. Se necesita cierta dosis de engaño para mantener la discreción, encubrir cuestiones embarazosas o proteger la integridad de otra persona. Sin embargo, también nos servimos del autoengaño para fines menos honorables, como embaucar a los demás, ocultar aspectos indeseables de uno mismo, lograr un objetivo a toda costa...
La verdad soportable
"En el interior del hombre habita la verdad" (San Agustín)
Llegamos al meollo: ¿existe un equilibrio óptimo entre autoengaño y verdad? Sabemos que en ocasiones evitar la realidad nos procura una sensación de alivio, pero también conlleva un coste importante. Lo que no se afronta tiende a repetirse.
Un concepto útil es el de la verdad soportable. Se puede apostar por reconocer la realidad, pero dándose tiempo para digerir poco a poco la información que resulta difícil. La mentira y la simulación terminan creando una terrible desconexión, ignorando quiénes somos y qué deseamos. Por eso, lo más importante quizá sea mantener un pacto de honestidad con uno mismo. A ese pacto ayudará reconocer que la realidad es mucho más amplia de lo que se cree. Sin embargo, puesto que siempre resulta difícil detectar los propios trucos, se necesita el espejo de los demás. Con sus comentarios, sus críticas y elogios, y su visión distinta, las otras personas contribuyen a iluminar rincones que hasta entonces permanecían ocultos.
La sugestión colectiva
Detrás de los pequeños o grandes conflictos suele haber una parte de autoengaño. Es la que proyecta en la otra parte toda la maldad, la desconsideración o el error, defendiendo obcecadamente el propio punto de vista. Eso constituye precisamente uno de los peligros de esta estrategia mental: justificar los propios actos bajo el amparo de la mentira que uno mismo se ha creado. No hay que olvidar, además, que las ilusiones colectivas son un gran instrumento de manipulación. La mejor forma de ganar adeptos es haciéndoles creer en cierta realidad. Una muestra de ello son los colaboradores de un régimen opresivo como el del Tercer Reich, que reconocen con la perspectiva del tiempo hasta qué punto su conciencia estaba manipulada y eran incapaces de enjuiciar lo que ocurría. Según palabras de Milan Kundera, "delante había una mentira comprensible, y detrás, una verdad incomprensible".
Locos por el vino
Hacen los vinos con más futuro de nuestro país. Con la ecología como bandera, pasión por el viñedo y vocación de vender fuera, elaboran caldos únicos que reflejan un suelo y una historia.
Los locos del vino
JESÚS RODRÍGUEZ 10/07/2011
Están locos. Sostienen que el vino es algo más que un líquido rojo, sedoso y brillante que brota una vez al año de un racimo de uvas. Y actúan en consecuencia. Son extremistas. No dan un paso atrás. Mantienen que el vino es un milagro, una parte esencial de nuestra cultura, y se obstinan en que cada una de sus botellas encierre el misterio de una tierra y unas uvas únicas; una luz, aromas, flora y fauna inimitables; una tradición e historia irrepetibles. Que sea un eslabón que nos conecte con los fenicios, griegos y romanos. Con los monasterios cistercienses, con el sofisticado Medoc alavés del XIX. Siglos de una viticultura natural anterior a los tractores, herbicidas, pesticidas y fertilizantes. A las modas. Y al marketing. Que se nutre de oficios y herramientas que hoy parecen anticuados y ellos consideran vigentes. Para estos locos, el vino debe ser alimento, salud, magia y placer. Excelencia. El reflejo de un país. Una forma de vida que se está perdiendo e intentan recuperar. Un resumen envasado de nuestras señas de identidad. Así lo quieren vender al planeta. Porque el vino, además de su lado romántico, ese que atrajo inexorablemente al ilustrado financiero alemán Dominik Huber a dejar todo, cambiar de vía y venirse a elaborar grandes vinos al Priorato con apenas 30 años y una mano atrás y otra delante, es también un negocio que mueve 200.000 millones de euros. Una mina de oro carmesí que ofrece singularidad y paisajes irrepetibles para un turismo de supercalidad con el que enfrentarnos a los tiempos de crisis.
Luchan por ese modelo. Por el culto a la viña. Por la vuelta a lo primigenio. Con poco dinero y mucha ambición. Y enfrentándose a menudo con la incomprensión de sus compañeros y vecinos que nunca entendieron su filosofía y les tacharon de excéntricos. Y con las administraciones públicas, de las que nunca han recibido un euro porque para ellas modernizar el sector vitícola suponía arrancar, mecanizar, uniformizar y apostar por la vulgaridad. Y perder el alma.
Esa no es la hoja de ruta de los locos. Así no se va a ningún lado. España, el primer viñedo del mundo por extensión, con más variedades y tradición que ningún otro, vende, sin embargo, sus botellas en los mercados internacionales a un precio muy inferior al de sus seculares rivales del Viejo Mundo (Francia e Italia) y, al tiempo, tampoco puede competir con el Nuevo Mundo (Australia, Chile, Argentina, Nueva Zelanda, Sudáfrica) en los segmentos más bajos. Ni viejos ni nuevos. Ni buenos ni malos. Somos invisibles. Y eso es perceptible en cualquier gran tienda de vinos de Londres o Nueva York, donde nuestras marcas están ausentes y hay que ir a los supermercados de barrio para por fin toparse con cava barato y tintos mediocres made in Spain. Esa falta de prestigio es también evidente en los estantes de los duties de los aeropuertos de medio mundo, donde uno encuentra los vinos más obvios, rancios, anticuados y peor etiquetados del sector vitivinícola español frente al glamour francés, la simpatía italiana y el toque cool de los nuevos jugadores. Esa es la imagen que proyectamos en las autopistas de la comunicación del planeta: bajo precio, escasa imagen y poco gancho. Tópicos que hay que desterrar. Los popes mundiales del sector definen nuestra viña como un "diamante en bruto del que se ignora casi todo y que puede dar sorpresas". Parece que aún no nos hemos enterado.
En junio asistí a un evento organizado en Boston por la revista Wine Spectator, una de las biblias globales del sector, que reunía en el hotel Marriott Copley a 200 de las mejores bodegas de una veintena de países dispuestas a mostrar y dar a catar sus productos a un millar de aficionados que habían pagado 200 euros para asistir al acto. Una ocasión única para darse a conocer en Estados Unidos, husmear lo que hacía la competencia e interactuar y conocer los gustos del consumidor. Sin embargo, la impresión que dio en Boston el vino español fue penosa. Nuestra representación era de un nivel inferior a la de Francia, Italia, Argentina o Australia. Muy pocos propietarios de bodegas españolas se habían dignado a desplazarse hasta Estados Unidos y habían dejado sus estands en manos de comerciales que la mayoría de las veces no habían estado en España, no conocían la bodega que representaban ni hablaban español. Esa misma noche, uno de los pocos bodegueros que asistieron, José Manuel Ortega, un hiperactivo ex banquero con proyectos vitivinícolas en Argentina, Chile y Ribera del Duero, que recorre cientos de miles de kilómetros en clase turista con sus vinos bajo el brazo y ha conseguido que The New York Times exalte sus caldos de Malbec, me dio algunas claves del fiasco español: "Cada denominación tira por su cuenta y no hay en el exterior una imagen de conjunto de los vinos españoles ni siquiera de lo que es España; no hay buenos restaurantes españoles en el mundo que sirvan de escaparate a nuestros productos, como hacen los italianos; tampoco hemos sabido incentivar el turismo enológico, que en Napa (California) supone un trasiego de nueve millones de personas, y en Argentina, de cerca de dos millones, que gastan y ejercen el boca a boca; y, sobre todo, nuestro esfuerzo comercial ha sido mínimo: la gente del vino español no se mueve". A su lado, otro de los hombres importantes del sector, Gonzalo Verdera, un economista formado en Harvard impulsor de Todovino, uno de los más modernos y activos clubes del sector en nuestro país (creado bajo el objetivo de ser el "sumiller personal" de cada uno de sus clientes), completaba el pensamiento de José Manuel Ortega: "No tenemos imagen. Hemos vendido mucho fuera, pero no hemos logrado crear marca-país. No tenemos marcas globales en tamaño ni reputación. Hemos creado grandes vinos, pero no se ha creado una estructura empresarial de gestión, comunicación y marketing alrededor de ellos. ¿El futuro? Hay que apostar por la clase media, hacer vinos de 10 euros de buena calidad y con una imagen limpia y clara. Y, sobre todo, hay que definir esa imagen de España que no terminamos de concretar".
Frente a esa gris perspectiva, los locos dicen que la clave para triunfar es llenar cada botella de calidad, personalidad y diferencia. Y aprender a venderlas. Algo que nunca hemos hecho más allá de los graneles sin nombre que enviábamos históricamente a Europa para dar grado, color, cuerpo y sabor a sus vinos a cambio de unas migajas. Lo mismo que hacemos con el aceite de oliva, que damos a embotellar y comercializar a los italianos, que lo venden a precios altísimos en las nuevas y sofisticadas boutiques del paladar de Nueva York o Tokio. Los locos se quieren hacer notar. Reivindican lo propio. Lo resume Benjamín Romeo, un mago del vino y los negocios con la cachaza de un hortelano que, desde cero, ha logrado elaborar en San Vicente de la Sonsierra algunos de los más grandes (y caros) vinos de La Rioja, mientras paseamos por la viña de Andrés, heredada de su padre y punto de partida hace 15 años de su proyecto. Hoy exporta el 90% de su producción. "Frente a la globalización, nuestra defensa es la calidad, y en España esa calidad parte de la tradición, coge lo mejor de la herencia de nuestros antepasados y la desarrolla y pone al día. Todos sabemos que los chinos se pueden comprar las mejores barricas francesas y plantar las mejores variedades, pero lo que no se pueden llevar es esta arcilla, la niebla, el Ebro, la cordillera del Toloño. Eso nos pertenece. Y es nuestro mejor marketing". En su nueva bodega de San Vicente, Benjamín ha instalado un puñado de cámaras que apuntan en dirección a su viñedo y a su pueblo, "y cuando estoy a lo mejor en Japón, saco la tableta, conecto las cámaras por control remoto y les enseño cómo es esto; nuestras uvas, el cielo, el castillo, de dónde venimos y cuál es el proyecto. Y lo entienden. Los japoneses son muy sensibles a lo puro: comen pescado crudo".
La opinión de Benjamín Romeo es compartida por uno de los hombres más poderosos (y temidos) del vino español, Jorge Ordóñez, fundador de Fine Estates from Spain, una compañía domiciliada en Massachusetts que canaliza nuestros mejores caldos a Estados Unidos. Ordóñez es, además, un avezado creador de tendencias, un trendsetter, capaz de definir cómo deben ser los vinos para conquistar a los críticos americanos. Así lo ha hecho con distintas marcas surgidas de su batuta en rincones de nuestro país olvidados por la gran viticultura monopolizada por Rioja durante décadas, como Toro, Campo de Borja o Jumilla: "La clave de una bodega es la buena uva, y si la tienes, tienes buen vino por décadas. Durante años hemos arrancado lo mejor que teníamos, nuestra uva inmemorial, y hemos plantado variedades foráneas porque parecía que era lo que pedía el mercado. Nos hemos equivocado. Esos vinos generalistas, de uvas internacionales, los hacen más baratos y los venden mejor los del Nuevo Mundo a través de sus grandes corporaciones. La clave para vender en Norteamérica es nuestra diversidad de uvas, paisajes y denominaciones de origen (tenemos 70). Para muchos consumidores del Nuevo Mundo somos unos recién llegados; no saben situarte en el mapa, y te tienes que poner didáctico, hacer miles de kilómetros, rascarte el bolsillo y explicar a los distribuidores, a los dueños de las tiendas, a los críticos, que llevamos 3.000 años en esto. Y que las mejores tempranillos, garnachas y cariñenas están aquí. Es de lo que podemos presumir. Y luego, calidad, limpieza, los mejores controles sanitarios, algo que no siempre hemos hecho porque vendíamos a granel y ahí valía todo". La calidad es la otra clave del éxito del vino junto a la personalidad. Lo confirma con una sola frase el viejo Isacín Muga, venerable y listísimo presidente de la bodega del mismo nombre de Haro: "Al cliente solo le engañas una vez".
Los locos han vuelto a sus raíces. Son hijos y nietos de viticultores. Cuidan sus viñas viejas como jardines japoneses donde cada cepa tiene nombre y se cultiva con las manos con el mimo de un bonsái. "¿Cómo voy a viajar, quién se encarga entonces de las viñas? Yo lo hago todo, desde arar hasta podar, recoger y embotellar", afirma con su humor de navaja de barbero Emilio Rojo, un ingeniero que en 1986 rompió con la capital y volvió a Arnoia (Ourense), a las tierras de sus padres, para arrancar a una pequeña viña el mejor ribeiro de la historia, del que solo produce 5.000 botellas y que se rifan los poderosos. "Estás en la viña todo el día, la conoces como a una hija y la interpretas cada año de una forma distinta", recalca Abel Mendoza, barbudo, sabio y socarrón, uno de los más grandes y honestos artesanos del vino de Rioja; un tipo peculiar y entrañable siempre secundado por Maite, su mujer, una exazafata que le ha obligado a ponerse una camisa nueva ante la visita de los periodistas. Con la pareja visitamos sus viñas de Marrarte: "El viticultor es un simple gestor de lo que la tierra le va dando; cada añada es una sorpresa. Cada año es imprevisible. Si llueve o hace calor, te da un resultado distinto. No repites. Interpretas. Yo nunca hago un vino igual a otro. Este es un oficio de sentido común. De vista larga. Si conservas el medio ambiente, si no le metes porquerías, dejarás un futuro mejor a los que vengan. Hay que respetar la tierra. Pensar a largo plazo, porque a corto te agobias con la hipoteca y metes un tractor y haces un vino vulgar. Y eso le está pasando a la gente aquí: las grandes bodegas pagan tan mal la uva [a la décima parte que hace diez años], que el agricultor se desentiende. No hay exigencia. Yo me arriesgué y salté del negocio familiar de cultivar y vender la uva a hacer mi vino, embotellarlo y etiquetarlo. 'Adónde va este', me decían. Hoy vivo de ello, me paga las vacaciones y tengo amigos en todo el mundo. Y no quiero más. Una botella de vino tiene que ser como un libro que te cuente en unos minutos el contexto, la historia, el paisaje, quién lo ha hecho. Si no, es un aburrimiento. Si no te inspira, no lo vuelves a comprar".
Los locos rechazan la química. Las grandes producciones. Las plantaciones exuberantes. Buscan la imperfección con entrañas. Usan las armas de la ecología y la biodinámica. Aran con mulas. Abonan con caca de vaca. Podan a mano. Miran al cielo. Prueban la uva. Se guían por el movimiento de los astros. No tienen prisa. No están dispuestos a producir más para llenarse los bolsillos y arruinar su porvenir. Ni se les ocurre plantar variedades y clones de rápido crecimiento para forrarse en el menor tiempo posible. Ese ha sido el error de muchas bodegas. Especialmente en la Ribera del Duero: duplicar, triplicar, cuadruplicar la producción durante la burbuja. "Como dice un marroquí que trabaja con nosotros, 'la prisa mata, amigo", explica Carles Ortiz, que elabora junto a su compañera, Esther Nin, algunas de las nuevas joyas del Priorato. Trepamos a su lado por las laderas de Mas d'en Casa d'Or, sus paleolíticas viñas de Porrera. Intuimos al fondo del valle el mismo Ebro que recorrimos en La Rioja con Benjamín y Abel. En esta viña de Carles y Esther, la química no entra. Sus remedios contra los parásitos y las plagas son tisanas a base de agua de lluvia, manzanilla, cola de caballo y diente de león. Se interviene lo justo. De aquí surgen vinos sin comparación. Esther es, además, enóloga de Clos Erasmus, uno de los vinos más míticos y buscados de esa zona. Carles tira de su mula y Esther porta en su pecho a Roger, el hijo de ambos. Entre las cepas crecen flores, perales y membrillos. Esther coge frutas, las machaca y se las pone en los labios al bebé. "Roger crecerá en la viña; no tenemos una persona que lo cuide, hemos preferido contratar a una persona más para cultivarla. En estos momentos nos parece más importante".
Esther y Carles forman parte de la segunda generación de hippies del Priorato. La primera llegó aquí a comienzos de los ochenta y estaba formada por Rene Barbier, Álvaro Palacios, José Luis Pérez, Carles Pastrana y Daphne Glorian. Los cinco dieron fama a esta comarca y saltaron la banca de las clasificaciones del gurú mundial del vino, Bob Parker. Esta segunda generación quiere ir más lejos y aportar más naturalidad, frescura y ecología al producto. Son amigos. Nos lo demostrarán durante una cena en la que dos competidores del nuevo Priorato, Esther y Dominik Huber, comparten vinos, risas y viandas. No todo vale para vender.
Las cosas han cambiado. Los locos ya no enseñan la bodega, enseñan el viñedo. Entre cepas, en la finca Turo d'en Mota, en Sant Sadurní d'Anoia, desayunamos con los primos hermanos Ton y Josep Mata, herederos de la firma de cava Recaredo, que han conquistado a la crítica americana con un espumoso al que da nombre esta finca, cuesta 90 euros en el mercado y al que Parker ha clasificado con 96 puntos, lo nunca visto en el cava. No hay un escenario mejor para ellos que estas cepas ecológicas de 1940. Materializan su culto a la tierra.
Han quedado atrás los días del pelotazo. Del vino espectáculo. Unido a la especulación y la burbuja enológico-inmobiliaria. Hay centenares de bodegas en venta. Repletas de vino sin salida. Clónico con el de otras bodegas en venta repletas de vino caro y mediocre sin salida. El péndulo ha cambiado de dirección. Ya no se trata de hacer grandes vinos de 100 euros, sino grandes vinos de 10 que te permitan hacer ediciones limitadas de grandes vinos de 100. Es el envite: vinos dignos a precios razonables. Diferentes y sencillos. Frescos y más ligeros. Arriesgados. Con menos madera. Para beber y no para satisfacer a los críticos (al menos, eso dicen).
Se trata de aguzar el ingenio. De enamorar a una nueva generación de consumidores hoy adictos a la cerveza y los alcoholes de alta graduación. En España se bebe menos vino que nunca. Diecisiete litros por habitante. La mitad que en Italia o Francia. La mitad que en 2000. La cuarta parte que hace 50 años. Los locos de la viña lo saben. Y están decididos a llegar a la mayor gente posible, y revelarles los secretos de esta grava, cal o arcilla; de unas uvas pequeñas, reunidas en racimos compactos y concentrados. Llevados al extremo. Es su obsesión. No están dispuestos a invertir en ladrillos ni en bodegas firmadas por arquitectos estrella; han empezado de prestado, en garajes, en pisos, en naves industriales, con un par de barricas; en una vieja imprenta, como Laurent Corrio e Irene Alemany, una pareja que se conoció mientras estudiaba enología en Borgoña y desde 1999 están revolucionando los tintos del Penedés aunque acudan al pluriempleo para redondear el magro presupuesto familiar. No quieren casonas con blasones, sino hacerse con los mejores viñedos olvidados. Territorios cubiertos hace siglos de viñas que un día se maltrataron y olvidaron y ellos localizan, resucitan y replantan con las uvas originales y después aguardan a que la naturaleza haga el resto. Pueden pasar 35 años hasta que den un gran vino. La paciencia es la primera virtud que debe adornar al vitivinicultor. Como afirmaba la baronesa Rothschild, uno de los apellidos míticos del vino francés: "Una vez que llevas 300 años en esto, ya todo va rodado".
"Hemos tardado décadas en enterarnos de que el vino se hace en el viñedo y no en la bodega", fue lo primero que me dijo en Boston Juan Muga, de 38 años, tercera generación de mugas al frente de la marca riojana a la que da nombre su apellido. Muga, una de las bodegas tradicionales de Rioja, que produce dos millones de botellas al año, no ha sucumbido a la tentación de producir de manera industrial. Ha preferido invertir y atrincherarse en el viñedo. Y dar una vuelta de tuerca al prestigio de sus procedimientos. Desde fabricar sus propias barricas de roble, un oficio que se estaba perdiendo, hasta envejecer todo en madera y controlar cada grano de uva que entra en su bodega. El resultado es un vino de calidad, a mitad de camino de la modernidad y la tradición, que transmiten al mundo a través del millón de botellas que exportan cada año. Traje gris a medida, buen inglés, una copa como apéndice de su mano, Juan Muga se afanaba en nuestro encuentro bostoniano en explicar su proyecto a los aficionados americanos. Lo mismo había hecho en los días anteriores en Chicago, Las Vegas y Austin, y antes de continuar hacia Brasil en un continuo peregrinaje mercantil. "En Tejas estuve en un gran supermercado, el Central Market; la gente con su carrito y yo sirviendo vino y hablándoles de Rioja. En España no lo habría hecho, pero en Estados Unidos... hay que perder la vergüenza; nosotros exportábamos el 30% hace dos años y ahora estamos en el 50%. Hay que viajar, probar, conocer, comparar, aprender. Justo lo que nunca hemos hecho". Los locos del vino tienen claro que, aunque actúen en local, su campo de actuación debe ser global. Están dispuestos a llegar más lejos con el que consideran el mejor vino de nuestra historia.
Saben que la clave es transmitir un mensaje en cada botella. Ser una locomotora de imagen. Tirar del resto del sector (como hacen en Burdeos las cinco marcas más legendarias o en Italia los supertoscanos, que arropan en el imaginario popular mundial a miles de bodegas francesas e italianas más humildes y mucho peores) y mostrar un camino: las cosas se pueden hacer de una manera más limpia, original y natural. Respetando la tierra. Y triunfar. No son palabras: Numanthia, una de las bodegas nacidas a finales de los noventa en Toro con esa perspectiva de personalidad y calidad de manos de la familia Eguren, fue adquirida en febrero de 2008 por el grupo LVMH, el portaaviones del lujo global, por 36 millones de euros. Era la consagración de una manera de hacer bien las cosas. En la misma dirección, Vega Sicilia, el incombustible mito del vino español, se ha aliado con la familia Rothschild, la alta nobleza de Burdeos, para adquirir buenas viñas en La Rioja al precio que sea hasta atesorar más de 100 hectáreas. Con ellas elaborarán grandes vinos riojanos en la próxima década. Ambas operaciones financieras suponen un voto de confianza por nuestro terruño.
Que es el capital del vino español. Por eso locos tratan la tierra como a un ser vivo. La escuchan y susurran. Cada cepa es un individuo. Cada botella, una historia de amor. Por eso Telmo Rodríguez, uno de estos elaboradores a veces incomprendido y tachado de excéntrico, en precario equilibrio en los empinados bancales de su viña La Falcoeira, muy cerca de Santa Cruz, en la provincia de Ourense, sobre el río Bibei, un enclave solitario, único, con robles, frutales, helechos y paredes de granito, jabalíes y aves, de una seducción bíblica, se revuelve la melena y musita hipnotizado: "Ahora me queda meter toda esta belleza en una botella de vino". Ese es el secreto. El resumen de su filosofía. Su sueño desde hace dos décadas. Nunca se ha apeado de sus principios.
Conocí a Telmo hace 15 años. Y no ha cambiado una coma la filosofía con la que se lanzó al ruedo vitivinícola a mediados de los noventa con el objetivo de recuperar viñedos singulares en distintas regiones de España, abandonados o triturados por la modernidad, devolverles la forma que tenían hace un siglo, utilizando las tradiciones vitícolas de la zona, y hacer un vino que sea el fiel reflejo de su historia y ecosistema. Lanzarse a tumba abierta aun perdiendo dinero para extraer de cada viña el mejo vino. Acometió ese proyecto de locos junto a Pablo Eguzkiza, al que conoció cuando ambos estudiaban enología en Burdeos, en 1994, y ha trabajado a tumba abierta en Málaga, Rioja, Ribera, Rueda, Cebreros, Alicante y Galicia. No se ha hecho rico. Hubo momentos en los que podía haber dejado todo y haber optado por el surf o el arte contemporáneo. El tiempo le da la razón. Y confirma que fue el primero en asegurar que las cosas se podían hacer de otra forma. Y el resultado sería por fuerza bueno para todos. Que la tierra era la gran riqueza detrás de una botella de vino. Ha viajado por todo el mundo hablando de España. Mediático, extremista y deslenguado, las continuas críticas que vertía en contra de los procedimientos industriales que se estaban llevando a cabo en el sector del vino para producir más en detrimento de la calidad y la imagen le valieron, a mediados de los noventa, el apodo de "El tonto de La Rioja" por algunos de sus compañeros. En aquellos tiempos resultaba más fácil y rentable apostar por la cantidad que por la calidad. Tras aquel revolcón, el periodista de EL PAÍS Feliciano Fidalgo le echó un capote con un artículo titulado El tonto más listo de La Rioja. Hoy nadie osa ningunearle. Ascender con él en soledad a la viña La Falcoeira, en la que lleva trabajando una década y donde ha reconstruido muros originarios de los romanos, o a Las Beatas, una viña salvaje y perdida en La Rioja, es el ejemplo vivo de la magia del vino español que aspira a elaborar y dar a conocer.
Tras recorrer 3.000 kilómetros por España en su busca, los locos del vino demuestran que las cosas ya no son como eran. Que hemos dado un paso adelante. Tras patear decenas de viñas, uno se encuentra con realidades que rompen los viejos tópicos de nuestros vinos: un cava, Recaredo, que supera en calidad y precio a los grandes champanes; un ribeiro, Emilio Rojo, que rivaliza con los blancos de borgoñas; un rioja, Contador, más caro que los mejores burdeos; un tinto de las Rías Baixas, el Goliardo, que Rodrigo Méndez elabora en esta tierra de blancos al alimón con la señora Lola, una octogenaria del Salnés, en Pontevedra, que no quiere que sus viñas desaparezcan; un enólogo de lujo, Joan Assens, que ha renunciado al estrellato del Priorato y optado por centrarse en su proyecto de pequeños-grandes tintos de finca en el Montsant, bajo la marca Orto; un recuperador, Telmo Rodríguez, que ha resucitado los denostados vinos dulces de Málaga y los moribundos tintos de Cebreros. Una cooperativa, la de Capçanes, en la comarca de Falset, que bajo la dirección de Francesc Blanch está haciendo vinos enormes, impensables en otras cooperativas, y dando un porvenir digno a 82 familias. O aquel chaval de un pequeño colmado de la Barcelona de pura raza, Quim Vila, que desde ese negocio familiar ha crecido hasta ser el número uno moviendo los más interesantes vinos españoles por el mundo.
Este viaje arrancó en el Bierzo. Aquí termina. Quizá sea el ejemplo de todo. Un territorio vitícola olvidado, desprestigiado y famoso por sus graneles y vinos sin nombre. Pero con unas uvas diferentes y centenarias. En 1999 llegó a estas tierras olvidadas Álvaro Palacios, el mayor genio del Priorato, buscó viñas y encendió la mecha. Detrás llegaría su sobrino Ricardo con una ecología llevada al extremo. Los recibieron mal. Habían lanzado la semilla. Los más inquietos del lugar la recogerían. Por ejemplo, Raúl Pérez, que había nacido aquí, en Valtuille de Abajo. Mientras comemos chorizos y empanada junto a sus padres, tíos y primos, nos cuentan cómo la familia hizo vino desde el siglo XVIII. Y también los horrores de la Guerra Civil. En 2005, Raúl dio el salto a la excelencia. Sin un duro. Sin bodega. En seis años ha logrado elaborar vinos únicos, a veces con tiradas de menos de 1.000 botellas, que han enamorado a la crítica internacional, empezando por Robert Parker, su sumo sacerdote. Hoy es el brujo del Bierzo. Y ha ampliado su radio de acción hasta la Ribeira Sacra, Monterrei, Rías Baixas y también a Sudáfrica, Chile y Portugal, donde hace producciones mínimas. Entre amigos, por placer. Para Raúl Pérez, el tiempo no cuenta. Sabe que el vino es eterno.
Los locos del vino
JESÚS RODRÍGUEZ 10/07/2011
Están locos. Sostienen que el vino es algo más que un líquido rojo, sedoso y brillante que brota una vez al año de un racimo de uvas. Y actúan en consecuencia. Son extremistas. No dan un paso atrás. Mantienen que el vino es un milagro, una parte esencial de nuestra cultura, y se obstinan en que cada una de sus botellas encierre el misterio de una tierra y unas uvas únicas; una luz, aromas, flora y fauna inimitables; una tradición e historia irrepetibles. Que sea un eslabón que nos conecte con los fenicios, griegos y romanos. Con los monasterios cistercienses, con el sofisticado Medoc alavés del XIX. Siglos de una viticultura natural anterior a los tractores, herbicidas, pesticidas y fertilizantes. A las modas. Y al marketing. Que se nutre de oficios y herramientas que hoy parecen anticuados y ellos consideran vigentes. Para estos locos, el vino debe ser alimento, salud, magia y placer. Excelencia. El reflejo de un país. Una forma de vida que se está perdiendo e intentan recuperar. Un resumen envasado de nuestras señas de identidad. Así lo quieren vender al planeta. Porque el vino, además de su lado romántico, ese que atrajo inexorablemente al ilustrado financiero alemán Dominik Huber a dejar todo, cambiar de vía y venirse a elaborar grandes vinos al Priorato con apenas 30 años y una mano atrás y otra delante, es también un negocio que mueve 200.000 millones de euros. Una mina de oro carmesí que ofrece singularidad y paisajes irrepetibles para un turismo de supercalidad con el que enfrentarnos a los tiempos de crisis.
Luchan por ese modelo. Por el culto a la viña. Por la vuelta a lo primigenio. Con poco dinero y mucha ambición. Y enfrentándose a menudo con la incomprensión de sus compañeros y vecinos que nunca entendieron su filosofía y les tacharon de excéntricos. Y con las administraciones públicas, de las que nunca han recibido un euro porque para ellas modernizar el sector vitícola suponía arrancar, mecanizar, uniformizar y apostar por la vulgaridad. Y perder el alma.
Esa no es la hoja de ruta de los locos. Así no se va a ningún lado. España, el primer viñedo del mundo por extensión, con más variedades y tradición que ningún otro, vende, sin embargo, sus botellas en los mercados internacionales a un precio muy inferior al de sus seculares rivales del Viejo Mundo (Francia e Italia) y, al tiempo, tampoco puede competir con el Nuevo Mundo (Australia, Chile, Argentina, Nueva Zelanda, Sudáfrica) en los segmentos más bajos. Ni viejos ni nuevos. Ni buenos ni malos. Somos invisibles. Y eso es perceptible en cualquier gran tienda de vinos de Londres o Nueva York, donde nuestras marcas están ausentes y hay que ir a los supermercados de barrio para por fin toparse con cava barato y tintos mediocres made in Spain. Esa falta de prestigio es también evidente en los estantes de los duties de los aeropuertos de medio mundo, donde uno encuentra los vinos más obvios, rancios, anticuados y peor etiquetados del sector vitivinícola español frente al glamour francés, la simpatía italiana y el toque cool de los nuevos jugadores. Esa es la imagen que proyectamos en las autopistas de la comunicación del planeta: bajo precio, escasa imagen y poco gancho. Tópicos que hay que desterrar. Los popes mundiales del sector definen nuestra viña como un "diamante en bruto del que se ignora casi todo y que puede dar sorpresas". Parece que aún no nos hemos enterado.
En junio asistí a un evento organizado en Boston por la revista Wine Spectator, una de las biblias globales del sector, que reunía en el hotel Marriott Copley a 200 de las mejores bodegas de una veintena de países dispuestas a mostrar y dar a catar sus productos a un millar de aficionados que habían pagado 200 euros para asistir al acto. Una ocasión única para darse a conocer en Estados Unidos, husmear lo que hacía la competencia e interactuar y conocer los gustos del consumidor. Sin embargo, la impresión que dio en Boston el vino español fue penosa. Nuestra representación era de un nivel inferior a la de Francia, Italia, Argentina o Australia. Muy pocos propietarios de bodegas españolas se habían dignado a desplazarse hasta Estados Unidos y habían dejado sus estands en manos de comerciales que la mayoría de las veces no habían estado en España, no conocían la bodega que representaban ni hablaban español. Esa misma noche, uno de los pocos bodegueros que asistieron, José Manuel Ortega, un hiperactivo ex banquero con proyectos vitivinícolas en Argentina, Chile y Ribera del Duero, que recorre cientos de miles de kilómetros en clase turista con sus vinos bajo el brazo y ha conseguido que The New York Times exalte sus caldos de Malbec, me dio algunas claves del fiasco español: "Cada denominación tira por su cuenta y no hay en el exterior una imagen de conjunto de los vinos españoles ni siquiera de lo que es España; no hay buenos restaurantes españoles en el mundo que sirvan de escaparate a nuestros productos, como hacen los italianos; tampoco hemos sabido incentivar el turismo enológico, que en Napa (California) supone un trasiego de nueve millones de personas, y en Argentina, de cerca de dos millones, que gastan y ejercen el boca a boca; y, sobre todo, nuestro esfuerzo comercial ha sido mínimo: la gente del vino español no se mueve". A su lado, otro de los hombres importantes del sector, Gonzalo Verdera, un economista formado en Harvard impulsor de Todovino, uno de los más modernos y activos clubes del sector en nuestro país (creado bajo el objetivo de ser el "sumiller personal" de cada uno de sus clientes), completaba el pensamiento de José Manuel Ortega: "No tenemos imagen. Hemos vendido mucho fuera, pero no hemos logrado crear marca-país. No tenemos marcas globales en tamaño ni reputación. Hemos creado grandes vinos, pero no se ha creado una estructura empresarial de gestión, comunicación y marketing alrededor de ellos. ¿El futuro? Hay que apostar por la clase media, hacer vinos de 10 euros de buena calidad y con una imagen limpia y clara. Y, sobre todo, hay que definir esa imagen de España que no terminamos de concretar".
Frente a esa gris perspectiva, los locos dicen que la clave para triunfar es llenar cada botella de calidad, personalidad y diferencia. Y aprender a venderlas. Algo que nunca hemos hecho más allá de los graneles sin nombre que enviábamos históricamente a Europa para dar grado, color, cuerpo y sabor a sus vinos a cambio de unas migajas. Lo mismo que hacemos con el aceite de oliva, que damos a embotellar y comercializar a los italianos, que lo venden a precios altísimos en las nuevas y sofisticadas boutiques del paladar de Nueva York o Tokio. Los locos se quieren hacer notar. Reivindican lo propio. Lo resume Benjamín Romeo, un mago del vino y los negocios con la cachaza de un hortelano que, desde cero, ha logrado elaborar en San Vicente de la Sonsierra algunos de los más grandes (y caros) vinos de La Rioja, mientras paseamos por la viña de Andrés, heredada de su padre y punto de partida hace 15 años de su proyecto. Hoy exporta el 90% de su producción. "Frente a la globalización, nuestra defensa es la calidad, y en España esa calidad parte de la tradición, coge lo mejor de la herencia de nuestros antepasados y la desarrolla y pone al día. Todos sabemos que los chinos se pueden comprar las mejores barricas francesas y plantar las mejores variedades, pero lo que no se pueden llevar es esta arcilla, la niebla, el Ebro, la cordillera del Toloño. Eso nos pertenece. Y es nuestro mejor marketing". En su nueva bodega de San Vicente, Benjamín ha instalado un puñado de cámaras que apuntan en dirección a su viñedo y a su pueblo, "y cuando estoy a lo mejor en Japón, saco la tableta, conecto las cámaras por control remoto y les enseño cómo es esto; nuestras uvas, el cielo, el castillo, de dónde venimos y cuál es el proyecto. Y lo entienden. Los japoneses son muy sensibles a lo puro: comen pescado crudo".
La opinión de Benjamín Romeo es compartida por uno de los hombres más poderosos (y temidos) del vino español, Jorge Ordóñez, fundador de Fine Estates from Spain, una compañía domiciliada en Massachusetts que canaliza nuestros mejores caldos a Estados Unidos. Ordóñez es, además, un avezado creador de tendencias, un trendsetter, capaz de definir cómo deben ser los vinos para conquistar a los críticos americanos. Así lo ha hecho con distintas marcas surgidas de su batuta en rincones de nuestro país olvidados por la gran viticultura monopolizada por Rioja durante décadas, como Toro, Campo de Borja o Jumilla: "La clave de una bodega es la buena uva, y si la tienes, tienes buen vino por décadas. Durante años hemos arrancado lo mejor que teníamos, nuestra uva inmemorial, y hemos plantado variedades foráneas porque parecía que era lo que pedía el mercado. Nos hemos equivocado. Esos vinos generalistas, de uvas internacionales, los hacen más baratos y los venden mejor los del Nuevo Mundo a través de sus grandes corporaciones. La clave para vender en Norteamérica es nuestra diversidad de uvas, paisajes y denominaciones de origen (tenemos 70). Para muchos consumidores del Nuevo Mundo somos unos recién llegados; no saben situarte en el mapa, y te tienes que poner didáctico, hacer miles de kilómetros, rascarte el bolsillo y explicar a los distribuidores, a los dueños de las tiendas, a los críticos, que llevamos 3.000 años en esto. Y que las mejores tempranillos, garnachas y cariñenas están aquí. Es de lo que podemos presumir. Y luego, calidad, limpieza, los mejores controles sanitarios, algo que no siempre hemos hecho porque vendíamos a granel y ahí valía todo". La calidad es la otra clave del éxito del vino junto a la personalidad. Lo confirma con una sola frase el viejo Isacín Muga, venerable y listísimo presidente de la bodega del mismo nombre de Haro: "Al cliente solo le engañas una vez".
Los locos han vuelto a sus raíces. Son hijos y nietos de viticultores. Cuidan sus viñas viejas como jardines japoneses donde cada cepa tiene nombre y se cultiva con las manos con el mimo de un bonsái. "¿Cómo voy a viajar, quién se encarga entonces de las viñas? Yo lo hago todo, desde arar hasta podar, recoger y embotellar", afirma con su humor de navaja de barbero Emilio Rojo, un ingeniero que en 1986 rompió con la capital y volvió a Arnoia (Ourense), a las tierras de sus padres, para arrancar a una pequeña viña el mejor ribeiro de la historia, del que solo produce 5.000 botellas y que se rifan los poderosos. "Estás en la viña todo el día, la conoces como a una hija y la interpretas cada año de una forma distinta", recalca Abel Mendoza, barbudo, sabio y socarrón, uno de los más grandes y honestos artesanos del vino de Rioja; un tipo peculiar y entrañable siempre secundado por Maite, su mujer, una exazafata que le ha obligado a ponerse una camisa nueva ante la visita de los periodistas. Con la pareja visitamos sus viñas de Marrarte: "El viticultor es un simple gestor de lo que la tierra le va dando; cada añada es una sorpresa. Cada año es imprevisible. Si llueve o hace calor, te da un resultado distinto. No repites. Interpretas. Yo nunca hago un vino igual a otro. Este es un oficio de sentido común. De vista larga. Si conservas el medio ambiente, si no le metes porquerías, dejarás un futuro mejor a los que vengan. Hay que respetar la tierra. Pensar a largo plazo, porque a corto te agobias con la hipoteca y metes un tractor y haces un vino vulgar. Y eso le está pasando a la gente aquí: las grandes bodegas pagan tan mal la uva [a la décima parte que hace diez años], que el agricultor se desentiende. No hay exigencia. Yo me arriesgué y salté del negocio familiar de cultivar y vender la uva a hacer mi vino, embotellarlo y etiquetarlo. 'Adónde va este', me decían. Hoy vivo de ello, me paga las vacaciones y tengo amigos en todo el mundo. Y no quiero más. Una botella de vino tiene que ser como un libro que te cuente en unos minutos el contexto, la historia, el paisaje, quién lo ha hecho. Si no, es un aburrimiento. Si no te inspira, no lo vuelves a comprar".
Los locos rechazan la química. Las grandes producciones. Las plantaciones exuberantes. Buscan la imperfección con entrañas. Usan las armas de la ecología y la biodinámica. Aran con mulas. Abonan con caca de vaca. Podan a mano. Miran al cielo. Prueban la uva. Se guían por el movimiento de los astros. No tienen prisa. No están dispuestos a producir más para llenarse los bolsillos y arruinar su porvenir. Ni se les ocurre plantar variedades y clones de rápido crecimiento para forrarse en el menor tiempo posible. Ese ha sido el error de muchas bodegas. Especialmente en la Ribera del Duero: duplicar, triplicar, cuadruplicar la producción durante la burbuja. "Como dice un marroquí que trabaja con nosotros, 'la prisa mata, amigo", explica Carles Ortiz, que elabora junto a su compañera, Esther Nin, algunas de las nuevas joyas del Priorato. Trepamos a su lado por las laderas de Mas d'en Casa d'Or, sus paleolíticas viñas de Porrera. Intuimos al fondo del valle el mismo Ebro que recorrimos en La Rioja con Benjamín y Abel. En esta viña de Carles y Esther, la química no entra. Sus remedios contra los parásitos y las plagas son tisanas a base de agua de lluvia, manzanilla, cola de caballo y diente de león. Se interviene lo justo. De aquí surgen vinos sin comparación. Esther es, además, enóloga de Clos Erasmus, uno de los vinos más míticos y buscados de esa zona. Carles tira de su mula y Esther porta en su pecho a Roger, el hijo de ambos. Entre las cepas crecen flores, perales y membrillos. Esther coge frutas, las machaca y se las pone en los labios al bebé. "Roger crecerá en la viña; no tenemos una persona que lo cuide, hemos preferido contratar a una persona más para cultivarla. En estos momentos nos parece más importante".
Esther y Carles forman parte de la segunda generación de hippies del Priorato. La primera llegó aquí a comienzos de los ochenta y estaba formada por Rene Barbier, Álvaro Palacios, José Luis Pérez, Carles Pastrana y Daphne Glorian. Los cinco dieron fama a esta comarca y saltaron la banca de las clasificaciones del gurú mundial del vino, Bob Parker. Esta segunda generación quiere ir más lejos y aportar más naturalidad, frescura y ecología al producto. Son amigos. Nos lo demostrarán durante una cena en la que dos competidores del nuevo Priorato, Esther y Dominik Huber, comparten vinos, risas y viandas. No todo vale para vender.
Las cosas han cambiado. Los locos ya no enseñan la bodega, enseñan el viñedo. Entre cepas, en la finca Turo d'en Mota, en Sant Sadurní d'Anoia, desayunamos con los primos hermanos Ton y Josep Mata, herederos de la firma de cava Recaredo, que han conquistado a la crítica americana con un espumoso al que da nombre esta finca, cuesta 90 euros en el mercado y al que Parker ha clasificado con 96 puntos, lo nunca visto en el cava. No hay un escenario mejor para ellos que estas cepas ecológicas de 1940. Materializan su culto a la tierra.
Han quedado atrás los días del pelotazo. Del vino espectáculo. Unido a la especulación y la burbuja enológico-inmobiliaria. Hay centenares de bodegas en venta. Repletas de vino sin salida. Clónico con el de otras bodegas en venta repletas de vino caro y mediocre sin salida. El péndulo ha cambiado de dirección. Ya no se trata de hacer grandes vinos de 100 euros, sino grandes vinos de 10 que te permitan hacer ediciones limitadas de grandes vinos de 100. Es el envite: vinos dignos a precios razonables. Diferentes y sencillos. Frescos y más ligeros. Arriesgados. Con menos madera. Para beber y no para satisfacer a los críticos (al menos, eso dicen).
Se trata de aguzar el ingenio. De enamorar a una nueva generación de consumidores hoy adictos a la cerveza y los alcoholes de alta graduación. En España se bebe menos vino que nunca. Diecisiete litros por habitante. La mitad que en Italia o Francia. La mitad que en 2000. La cuarta parte que hace 50 años. Los locos de la viña lo saben. Y están decididos a llegar a la mayor gente posible, y revelarles los secretos de esta grava, cal o arcilla; de unas uvas pequeñas, reunidas en racimos compactos y concentrados. Llevados al extremo. Es su obsesión. No están dispuestos a invertir en ladrillos ni en bodegas firmadas por arquitectos estrella; han empezado de prestado, en garajes, en pisos, en naves industriales, con un par de barricas; en una vieja imprenta, como Laurent Corrio e Irene Alemany, una pareja que se conoció mientras estudiaba enología en Borgoña y desde 1999 están revolucionando los tintos del Penedés aunque acudan al pluriempleo para redondear el magro presupuesto familiar. No quieren casonas con blasones, sino hacerse con los mejores viñedos olvidados. Territorios cubiertos hace siglos de viñas que un día se maltrataron y olvidaron y ellos localizan, resucitan y replantan con las uvas originales y después aguardan a que la naturaleza haga el resto. Pueden pasar 35 años hasta que den un gran vino. La paciencia es la primera virtud que debe adornar al vitivinicultor. Como afirmaba la baronesa Rothschild, uno de los apellidos míticos del vino francés: "Una vez que llevas 300 años en esto, ya todo va rodado".
"Hemos tardado décadas en enterarnos de que el vino se hace en el viñedo y no en la bodega", fue lo primero que me dijo en Boston Juan Muga, de 38 años, tercera generación de mugas al frente de la marca riojana a la que da nombre su apellido. Muga, una de las bodegas tradicionales de Rioja, que produce dos millones de botellas al año, no ha sucumbido a la tentación de producir de manera industrial. Ha preferido invertir y atrincherarse en el viñedo. Y dar una vuelta de tuerca al prestigio de sus procedimientos. Desde fabricar sus propias barricas de roble, un oficio que se estaba perdiendo, hasta envejecer todo en madera y controlar cada grano de uva que entra en su bodega. El resultado es un vino de calidad, a mitad de camino de la modernidad y la tradición, que transmiten al mundo a través del millón de botellas que exportan cada año. Traje gris a medida, buen inglés, una copa como apéndice de su mano, Juan Muga se afanaba en nuestro encuentro bostoniano en explicar su proyecto a los aficionados americanos. Lo mismo había hecho en los días anteriores en Chicago, Las Vegas y Austin, y antes de continuar hacia Brasil en un continuo peregrinaje mercantil. "En Tejas estuve en un gran supermercado, el Central Market; la gente con su carrito y yo sirviendo vino y hablándoles de Rioja. En España no lo habría hecho, pero en Estados Unidos... hay que perder la vergüenza; nosotros exportábamos el 30% hace dos años y ahora estamos en el 50%. Hay que viajar, probar, conocer, comparar, aprender. Justo lo que nunca hemos hecho". Los locos del vino tienen claro que, aunque actúen en local, su campo de actuación debe ser global. Están dispuestos a llegar más lejos con el que consideran el mejor vino de nuestra historia.
Saben que la clave es transmitir un mensaje en cada botella. Ser una locomotora de imagen. Tirar del resto del sector (como hacen en Burdeos las cinco marcas más legendarias o en Italia los supertoscanos, que arropan en el imaginario popular mundial a miles de bodegas francesas e italianas más humildes y mucho peores) y mostrar un camino: las cosas se pueden hacer de una manera más limpia, original y natural. Respetando la tierra. Y triunfar. No son palabras: Numanthia, una de las bodegas nacidas a finales de los noventa en Toro con esa perspectiva de personalidad y calidad de manos de la familia Eguren, fue adquirida en febrero de 2008 por el grupo LVMH, el portaaviones del lujo global, por 36 millones de euros. Era la consagración de una manera de hacer bien las cosas. En la misma dirección, Vega Sicilia, el incombustible mito del vino español, se ha aliado con la familia Rothschild, la alta nobleza de Burdeos, para adquirir buenas viñas en La Rioja al precio que sea hasta atesorar más de 100 hectáreas. Con ellas elaborarán grandes vinos riojanos en la próxima década. Ambas operaciones financieras suponen un voto de confianza por nuestro terruño.
Que es el capital del vino español. Por eso locos tratan la tierra como a un ser vivo. La escuchan y susurran. Cada cepa es un individuo. Cada botella, una historia de amor. Por eso Telmo Rodríguez, uno de estos elaboradores a veces incomprendido y tachado de excéntrico, en precario equilibrio en los empinados bancales de su viña La Falcoeira, muy cerca de Santa Cruz, en la provincia de Ourense, sobre el río Bibei, un enclave solitario, único, con robles, frutales, helechos y paredes de granito, jabalíes y aves, de una seducción bíblica, se revuelve la melena y musita hipnotizado: "Ahora me queda meter toda esta belleza en una botella de vino". Ese es el secreto. El resumen de su filosofía. Su sueño desde hace dos décadas. Nunca se ha apeado de sus principios.
Conocí a Telmo hace 15 años. Y no ha cambiado una coma la filosofía con la que se lanzó al ruedo vitivinícola a mediados de los noventa con el objetivo de recuperar viñedos singulares en distintas regiones de España, abandonados o triturados por la modernidad, devolverles la forma que tenían hace un siglo, utilizando las tradiciones vitícolas de la zona, y hacer un vino que sea el fiel reflejo de su historia y ecosistema. Lanzarse a tumba abierta aun perdiendo dinero para extraer de cada viña el mejo vino. Acometió ese proyecto de locos junto a Pablo Eguzkiza, al que conoció cuando ambos estudiaban enología en Burdeos, en 1994, y ha trabajado a tumba abierta en Málaga, Rioja, Ribera, Rueda, Cebreros, Alicante y Galicia. No se ha hecho rico. Hubo momentos en los que podía haber dejado todo y haber optado por el surf o el arte contemporáneo. El tiempo le da la razón. Y confirma que fue el primero en asegurar que las cosas se podían hacer de otra forma. Y el resultado sería por fuerza bueno para todos. Que la tierra era la gran riqueza detrás de una botella de vino. Ha viajado por todo el mundo hablando de España. Mediático, extremista y deslenguado, las continuas críticas que vertía en contra de los procedimientos industriales que se estaban llevando a cabo en el sector del vino para producir más en detrimento de la calidad y la imagen le valieron, a mediados de los noventa, el apodo de "El tonto de La Rioja" por algunos de sus compañeros. En aquellos tiempos resultaba más fácil y rentable apostar por la cantidad que por la calidad. Tras aquel revolcón, el periodista de EL PAÍS Feliciano Fidalgo le echó un capote con un artículo titulado El tonto más listo de La Rioja. Hoy nadie osa ningunearle. Ascender con él en soledad a la viña La Falcoeira, en la que lleva trabajando una década y donde ha reconstruido muros originarios de los romanos, o a Las Beatas, una viña salvaje y perdida en La Rioja, es el ejemplo vivo de la magia del vino español que aspira a elaborar y dar a conocer.
Tras recorrer 3.000 kilómetros por España en su busca, los locos del vino demuestran que las cosas ya no son como eran. Que hemos dado un paso adelante. Tras patear decenas de viñas, uno se encuentra con realidades que rompen los viejos tópicos de nuestros vinos: un cava, Recaredo, que supera en calidad y precio a los grandes champanes; un ribeiro, Emilio Rojo, que rivaliza con los blancos de borgoñas; un rioja, Contador, más caro que los mejores burdeos; un tinto de las Rías Baixas, el Goliardo, que Rodrigo Méndez elabora en esta tierra de blancos al alimón con la señora Lola, una octogenaria del Salnés, en Pontevedra, que no quiere que sus viñas desaparezcan; un enólogo de lujo, Joan Assens, que ha renunciado al estrellato del Priorato y optado por centrarse en su proyecto de pequeños-grandes tintos de finca en el Montsant, bajo la marca Orto; un recuperador, Telmo Rodríguez, que ha resucitado los denostados vinos dulces de Málaga y los moribundos tintos de Cebreros. Una cooperativa, la de Capçanes, en la comarca de Falset, que bajo la dirección de Francesc Blanch está haciendo vinos enormes, impensables en otras cooperativas, y dando un porvenir digno a 82 familias. O aquel chaval de un pequeño colmado de la Barcelona de pura raza, Quim Vila, que desde ese negocio familiar ha crecido hasta ser el número uno moviendo los más interesantes vinos españoles por el mundo.
Este viaje arrancó en el Bierzo. Aquí termina. Quizá sea el ejemplo de todo. Un territorio vitícola olvidado, desprestigiado y famoso por sus graneles y vinos sin nombre. Pero con unas uvas diferentes y centenarias. En 1999 llegó a estas tierras olvidadas Álvaro Palacios, el mayor genio del Priorato, buscó viñas y encendió la mecha. Detrás llegaría su sobrino Ricardo con una ecología llevada al extremo. Los recibieron mal. Habían lanzado la semilla. Los más inquietos del lugar la recogerían. Por ejemplo, Raúl Pérez, que había nacido aquí, en Valtuille de Abajo. Mientras comemos chorizos y empanada junto a sus padres, tíos y primos, nos cuentan cómo la familia hizo vino desde el siglo XVIII. Y también los horrores de la Guerra Civil. En 2005, Raúl dio el salto a la excelencia. Sin un duro. Sin bodega. En seis años ha logrado elaborar vinos únicos, a veces con tiradas de menos de 1.000 botellas, que han enamorado a la crítica internacional, empezando por Robert Parker, su sumo sacerdote. Hoy es el brujo del Bierzo. Y ha ampliado su radio de acción hasta la Ribeira Sacra, Monterrei, Rías Baixas y también a Sudáfrica, Chile y Portugal, donde hace producciones mínimas. Entre amigos, por placer. Para Raúl Pérez, el tiempo no cuenta. Sabe que el vino es eterno.
domingo, 10 de julio de 2011
Ha fallecido el filósofo Adolfo Sánchez Vázquez
“Ser marxista hoy significa no sólo poner en juego la inteligencia para fundamentar la necesidad y posibilidad de esa alternativa (al capitalismo), sino también tensar la voluntad para responder al imperativo político-moral de contribuir a realizarla.”
Adolfo Sánchez Vázquez “Por qué ser marxista hoy” Discurso pronunciado al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de La Habana.
Una triste noticia: ayer, 8 de Julio, moría a los 95 años de edad don Adolfo Sánchez Vázquez, quien sin exageración podría ser caracterizado como uno de los más grandes filósofos marxistas de la segunda mitad del siglo veinte y cuya influencia se dejará sentir hasta nuestros días. Falleció en México, país que lo acogiera con su proverbial hospitalidad, al finalizar la Guerra Civil española en 1939.
Por muchas razones, la desaparición física de don Adolfo me llegó a lo más profundo del alma. Fue él quien me invitó a introducirme a fondo en el campo de la filosofía política, instándome a completar mis análisis sociopolíticos y económicos del capitalismo con una mirada más filosófica que me abriera las puertas a una reflexión más integral, totalizadora y dialéctica de las sociedades contemporáneas. Eso ocurrió en México, en 1976, cuando en la FLACSO -por ese entonces todavía un foco de pensamiento crítico- lo invitaron a dictar un curso de Filosofía Política en la Maestría de Ciencia Política que se dictaba en esa institución. Al aceptar, me solicitó que fuera su asistente de cátedra y desde ese momento su obra y su persona se convirtieron en una fuente constante de estímulo para mi pensamiento. Como diría otro español excepcional, Alfonso Sastre, don Adolfo se convirtió en mi sombra con la cual habría de dialogar permanentemente desde entonces; sombra inquisidora y socrática, que me impulsaba a formularme las preguntas fundamentales, sorteando cualquier tentación de facilidad, las engañosas certezas de las apariencias, o la comodidad del saber establecido. Por eso no exagero al decir que aquella experiencia de trabajo con él me cambió la vida y mi visión del mundo. Cuando gran parte de lo que en aquel entonces pasaba por marxismo era una indigesta colección de "manuales estalinistas" o de confusos desvaríos estructuralistas o post-estructuralistas -porque Gramsci todavía estaba a la espera de su relectura en clave comunista y no socialdemócrata, y porque Mariátegui, Fidel y el Che no habían logrado horadar el obstinado europeísmo y la colonialidad que aún prevalecía en las filas del marxismo- con su valiente ejemplo Sánchez Vázquez me enseñó a descartar tanto las imposiciones teóricas de una burocracia pseudo revolucionaria como a desconfiar de las modas intelectuales de la época, por más seductoras que fueran. Esas modas, decía, eran los señuelos que la burguesía alentaba con astucia para captar y extraviar a los espíritus rebeldes pero ingenuos, desviando su potencial contestatario hacia los estériles campos de las pequeñas disputas en la intrascendente “república de las letras” lejos, bien lejos de los cruciales frentes en donde el capital libraba sus cruciales batallas contra los trabajadores.
El de don Adolfo era un marxismo abierto, antidogmático, fresco y, por lo tanto, en permanente renovación, sintonizado constantemente –al igual que Marx, Engels, Lenin- con el desenvolvimiento de las contradicciones del capitalismo en cuyos entresijos se internaba con audacia para descubrir, desde allí, la ruta hacia la nueva sociedad. No le arredraban ni la feroz crítica de la derecha, ni su sistemático “ninguneo”, ni la furia de las momias de la ortodoxia, a cuyo cargo estaba la custodia de un dogma que nada tenía que ver con el marxismo. En esta empresa su sabiduría le permitió distinguir con precisión entre la necesidad de una continua reactualización de la gran herencia de la tradición marxista del "liquidacionismo" posmoderno en virtud del cual los supuestos "renovadores" del marxismo lo "renovaron" con tanto entusiasmo que terminaron pasándose a las filas del pensamiento burgués. Por eso, con su muerte se nos ha ido un grande de la filosofía marxista aunque, al releer estas líneas aclaro, para ser fiel a sus enseñanzas, que don Adolfo fue, como buen marxista que era, filósofo pero también sociólogo, economista, historiador y politólogo, aparte de poeta. Esas fronteras disciplinarias sólo tienen sentido al interior del pensamiento fragmentador y fetichizado, por eso siempre profundamente conservador, de la burguesía. Quien nos ha abandonado fue un intelectual de una sabiduría y erudición deslumbrantes que enalteció como pocos la palabra "maestro" y que jamás abjuró de sus convicciones revolucionarias ni hizo concesión alguna al capitalismo, al cual nunca se cansó de denunciar por su incorregible esencia predatoria, explotadora y antihumana, que hacía de la revolución socialista una imperiosa necesidad. Fiel al legado marxiano sabía que si la humanidad no se sacudía el yugo del sistema capitalista, en todas sus formas y manifestaciones, su futuro sería la barbarie. Sus enseñanzas, recogidas en más de veinte libros e infinidad de artículos, seguirán siendo fuente perdurable de inspiración, arrojando un potente haz de luz en medio de las tinieblas que genera la sociedad burguesa en su lenta pero inexorable putrefacción. ¡Hasta la victoria siempre, don Adolfo!
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Despedida de alumnos y amigos aquí
http://elpais.com/diario/2011/07/15/necrologicas/1310680801_850215.html
Adolfo Sánchez Vázquez “Por qué ser marxista hoy” Discurso pronunciado al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de La Habana.
Una triste noticia: ayer, 8 de Julio, moría a los 95 años de edad don Adolfo Sánchez Vázquez, quien sin exageración podría ser caracterizado como uno de los más grandes filósofos marxistas de la segunda mitad del siglo veinte y cuya influencia se dejará sentir hasta nuestros días. Falleció en México, país que lo acogiera con su proverbial hospitalidad, al finalizar la Guerra Civil española en 1939.
Por muchas razones, la desaparición física de don Adolfo me llegó a lo más profundo del alma. Fue él quien me invitó a introducirme a fondo en el campo de la filosofía política, instándome a completar mis análisis sociopolíticos y económicos del capitalismo con una mirada más filosófica que me abriera las puertas a una reflexión más integral, totalizadora y dialéctica de las sociedades contemporáneas. Eso ocurrió en México, en 1976, cuando en la FLACSO -por ese entonces todavía un foco de pensamiento crítico- lo invitaron a dictar un curso de Filosofía Política en la Maestría de Ciencia Política que se dictaba en esa institución. Al aceptar, me solicitó que fuera su asistente de cátedra y desde ese momento su obra y su persona se convirtieron en una fuente constante de estímulo para mi pensamiento. Como diría otro español excepcional, Alfonso Sastre, don Adolfo se convirtió en mi sombra con la cual habría de dialogar permanentemente desde entonces; sombra inquisidora y socrática, que me impulsaba a formularme las preguntas fundamentales, sorteando cualquier tentación de facilidad, las engañosas certezas de las apariencias, o la comodidad del saber establecido. Por eso no exagero al decir que aquella experiencia de trabajo con él me cambió la vida y mi visión del mundo. Cuando gran parte de lo que en aquel entonces pasaba por marxismo era una indigesta colección de "manuales estalinistas" o de confusos desvaríos estructuralistas o post-estructuralistas -porque Gramsci todavía estaba a la espera de su relectura en clave comunista y no socialdemócrata, y porque Mariátegui, Fidel y el Che no habían logrado horadar el obstinado europeísmo y la colonialidad que aún prevalecía en las filas del marxismo- con su valiente ejemplo Sánchez Vázquez me enseñó a descartar tanto las imposiciones teóricas de una burocracia pseudo revolucionaria como a desconfiar de las modas intelectuales de la época, por más seductoras que fueran. Esas modas, decía, eran los señuelos que la burguesía alentaba con astucia para captar y extraviar a los espíritus rebeldes pero ingenuos, desviando su potencial contestatario hacia los estériles campos de las pequeñas disputas en la intrascendente “república de las letras” lejos, bien lejos de los cruciales frentes en donde el capital libraba sus cruciales batallas contra los trabajadores.
El de don Adolfo era un marxismo abierto, antidogmático, fresco y, por lo tanto, en permanente renovación, sintonizado constantemente –al igual que Marx, Engels, Lenin- con el desenvolvimiento de las contradicciones del capitalismo en cuyos entresijos se internaba con audacia para descubrir, desde allí, la ruta hacia la nueva sociedad. No le arredraban ni la feroz crítica de la derecha, ni su sistemático “ninguneo”, ni la furia de las momias de la ortodoxia, a cuyo cargo estaba la custodia de un dogma que nada tenía que ver con el marxismo. En esta empresa su sabiduría le permitió distinguir con precisión entre la necesidad de una continua reactualización de la gran herencia de la tradición marxista del "liquidacionismo" posmoderno en virtud del cual los supuestos "renovadores" del marxismo lo "renovaron" con tanto entusiasmo que terminaron pasándose a las filas del pensamiento burgués. Por eso, con su muerte se nos ha ido un grande de la filosofía marxista aunque, al releer estas líneas aclaro, para ser fiel a sus enseñanzas, que don Adolfo fue, como buen marxista que era, filósofo pero también sociólogo, economista, historiador y politólogo, aparte de poeta. Esas fronteras disciplinarias sólo tienen sentido al interior del pensamiento fragmentador y fetichizado, por eso siempre profundamente conservador, de la burguesía. Quien nos ha abandonado fue un intelectual de una sabiduría y erudición deslumbrantes que enalteció como pocos la palabra "maestro" y que jamás abjuró de sus convicciones revolucionarias ni hizo concesión alguna al capitalismo, al cual nunca se cansó de denunciar por su incorregible esencia predatoria, explotadora y antihumana, que hacía de la revolución socialista una imperiosa necesidad. Fiel al legado marxiano sabía que si la humanidad no se sacudía el yugo del sistema capitalista, en todas sus formas y manifestaciones, su futuro sería la barbarie. Sus enseñanzas, recogidas en más de veinte libros e infinidad de artículos, seguirán siendo fuente perdurable de inspiración, arrojando un potente haz de luz en medio de las tinieblas que genera la sociedad burguesa en su lenta pero inexorable putrefacción. ¡Hasta la victoria siempre, don Adolfo!
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http://elpais.com/diario/2011/07/15/necrologicas/1310680801_850215.html
La izquierda: allá ellos.
Unidad o derrota
Que la derecha de este país es un todo monolítico en el que cabe desde la derecha moderada hasta la más ultra, pasando por la cúpula de la Iglesia católica, los empresarios y la gran mayoría de los medios de comunicación, es un hecho. Como lo es que sus votantes son de una fidelidad conmovedora, ajenos a cualquier circunstancia, ya sea de supuesta corrupción o de errores comprobados, que no sea votar a los suyos.
Que el Gobierno socialista ha caído en graves errores asumiendo políticas muy cercanas a la derecha en lo que se refiere a la economía, a la vista está; lo mismo que es evidente que le ha faltado el valor necesario para señalar a los principales responsables de este caos económico.
Que Izquierda Unida lleva camino de convertirse en un partido residual lo dicen los resultados del 22-M, donde apenas han arañado unos votos de los descontentos con el PSOE y han dado el lamentable espectáculo de permitir Gobiernos del PP en algunos Ayuntamientos, así como la incomprensible actuación en Extremadura y el goteo de abandonos de algunos de sus más valiosos componentes como son Rosa Aguilar e Inés Sabanés.
Si, ante todo esto, la izquierda es incapaz de unirse, de replantear por completo su línea política, de plantar cara a la Iglesia, de hacer comprender a los empresarios que hay otras formas de actuar que no sea el recorte continuo de salarios y de derechos, de hacerles notar la obscenidad(1) que suponen esas retribuciones millonarias de los grandes directivos frente a salarios de miseria, de que los familiares de los asesinados por el régimen franquista tengan, al fin, una tumba en que depositar sus restos, de hacer, de una vez, una política de izquierda, razonable pero sin complejos, están abocados, no solo a una nueva derrota aplastante en las próximas elecciones generales, sino a una travesía del desierto de duración interminable. Allá ellos. ÁNGEL VILLEGAS - cartas al directos El PAÍS. 09/07/2011
(1)No se trata, para mi, sólo de una obscenidad o codicia como tantas veces hemos oído, como si fuese algo de tipo moral, o de bondad o maldad, o, tal vez, de ejemplaridad. Evidentemente no se trata de eso o al menos no sólo de eso, sino de una injusticia (una cuestión de derecho) y de falta de eficiencia económica (un problema económico) y el resultado de unas decisiones injustas, lo que es un problema de poder político. Entendiendo por política la toma de decisiones a la hora de la asignación de recursos y bienes que son escasos. Es decir que cuando se decide asignar cantidades ingentes a los bancos y no a los parados, se está haciendo política. Cuando se fija el sueldo base o se congelan las pensiones y se gasta más en armamento o se decide entrar en una guerra aceptada o incluso no aceptada por la ONU, se está haciendo política. O cuando se da dinero para la enseñanza privada, de los presupuestos generales del Estado, o para la Fundación X y se le quita a la E. Pública o no se le da a la Fundación Y, se hace política. En este país donde el dictador Franco se permitía aconsejar a sus ministros que "no hicieran política", se ha desinformado a los ciudadanos sistemáticamente; pero todos los gobernantes, alcaldes, presidente de Diputación o Comunidad hacen política, porque toman decisiones y dan más a unos que a otros, eso sí, diciendo siempre que lo hacen "justamente". Pero como los bienes y el presupuesto es escaso, siempre se da a unos más o menos, y se quita a otros más o menos. En definitiva es una cuestión de poder, de lucha de clases, aunque esto último se intente prohibir o borrar del imaginario social.
Que la derecha de este país es un todo monolítico en el que cabe desde la derecha moderada hasta la más ultra, pasando por la cúpula de la Iglesia católica, los empresarios y la gran mayoría de los medios de comunicación, es un hecho. Como lo es que sus votantes son de una fidelidad conmovedora, ajenos a cualquier circunstancia, ya sea de supuesta corrupción o de errores comprobados, que no sea votar a los suyos.
Que el Gobierno socialista ha caído en graves errores asumiendo políticas muy cercanas a la derecha en lo que se refiere a la economía, a la vista está; lo mismo que es evidente que le ha faltado el valor necesario para señalar a los principales responsables de este caos económico.
Que Izquierda Unida lleva camino de convertirse en un partido residual lo dicen los resultados del 22-M, donde apenas han arañado unos votos de los descontentos con el PSOE y han dado el lamentable espectáculo de permitir Gobiernos del PP en algunos Ayuntamientos, así como la incomprensible actuación en Extremadura y el goteo de abandonos de algunos de sus más valiosos componentes como son Rosa Aguilar e Inés Sabanés.
Si, ante todo esto, la izquierda es incapaz de unirse, de replantear por completo su línea política, de plantar cara a la Iglesia, de hacer comprender a los empresarios que hay otras formas de actuar que no sea el recorte continuo de salarios y de derechos, de hacerles notar la obscenidad(1) que suponen esas retribuciones millonarias de los grandes directivos frente a salarios de miseria, de que los familiares de los asesinados por el régimen franquista tengan, al fin, una tumba en que depositar sus restos, de hacer, de una vez, una política de izquierda, razonable pero sin complejos, están abocados, no solo a una nueva derrota aplastante en las próximas elecciones generales, sino a una travesía del desierto de duración interminable. Allá ellos. ÁNGEL VILLEGAS - cartas al directos El PAÍS. 09/07/2011
(1)No se trata, para mi, sólo de una obscenidad o codicia como tantas veces hemos oído, como si fuese algo de tipo moral, o de bondad o maldad, o, tal vez, de ejemplaridad. Evidentemente no se trata de eso o al menos no sólo de eso, sino de una injusticia (una cuestión de derecho) y de falta de eficiencia económica (un problema económico) y el resultado de unas decisiones injustas, lo que es un problema de poder político. Entendiendo por política la toma de decisiones a la hora de la asignación de recursos y bienes que son escasos. Es decir que cuando se decide asignar cantidades ingentes a los bancos y no a los parados, se está haciendo política. Cuando se fija el sueldo base o se congelan las pensiones y se gasta más en armamento o se decide entrar en una guerra aceptada o incluso no aceptada por la ONU, se está haciendo política. O cuando se da dinero para la enseñanza privada, de los presupuestos generales del Estado, o para la Fundación X y se le quita a la E. Pública o no se le da a la Fundación Y, se hace política. En este país donde el dictador Franco se permitía aconsejar a sus ministros que "no hicieran política", se ha desinformado a los ciudadanos sistemáticamente; pero todos los gobernantes, alcaldes, presidente de Diputación o Comunidad hacen política, porque toman decisiones y dan más a unos que a otros, eso sí, diciendo siempre que lo hacen "justamente". Pero como los bienes y el presupuesto es escaso, siempre se da a unos más o menos, y se quita a otros más o menos. En definitiva es una cuestión de poder, de lucha de clases, aunque esto último se intente prohibir o borrar del imaginario social.
sábado, 9 de julio de 2011
¿Franquismo o fascismo?
Durante mi largo exilio viví en Suecia, en Gran Bretaña y en Estados Unidos. Y en ninguno de estos países el régimen dictatorial existente en España durante el periodo 1939-1978 se conocía como “la dictadura franquista”, sino como “la dictadura fascista”, dirigida por el general Franco. De la misma manera que no se hablaba en tales países de hitlerismo, para definir el régimen nazi que existió en Alemania, o de mussolinismo, para definir el régimen fascista que existió en Italia, tampoco se utilizaba el término franquismo para definir el régimen dictatorial que existió en España en aquel periodo.
Así, cuando Juan Antonio Samaranch –que fue presidente del Comité Olímpico Internacional y que había sido delegado nacional de Educación Física y Deportes durante la dictadura– visitó EEUU para presidir los Juegos Olímpicos que se realizaron en Atlanta, The New York Times incluyó en su nota biográfica “director general de Deportes en la dictadura fascista dirigida por el general Franco”.
La utilización del término franquista en lugar de fascista ha sido resultado de un proyecto político-intelectual exitoso que consistió en presentar tal régimen como caudillista y autoritario, carente de una ideología totalizante que intentara imponer una nueva visión a la sociedad. Según tal proyecto, una vez desaparecido el caudillo y el caudillismo, habría desaparecido el carácter jerárquico y autoritario de aquel Estado, el cual, dirigido por la habilidosa mano del monarca, se transformó, mediante el modélico proceso de Transición, en un Estado democrático. Esta interpretación, sin embargo, es profundamente errónea.
Fascismo es la ideología aparecida en los años treinta en Europa que se caracterizó por un nacionalismo extremo con vocación imperialista que se basaba en una supuesta superioridad de la raza, grupo étnico y/o identidad cultural de los nacionalistas, lo que les daba el derecho de conquista e imposición. El fascismo promovía una cultura de fuerza, de características militares, profundamente machista y profundamente reaccionaria, destinada a prevenir la revolución obrera, temida por las estructuras del poder económico y financiero y por las clases medias. En realidad, el fascismo había sido la fuerza política promovida por las burguesías y oligarquías dominantes para parar al movimiento obrero, liderado por fuerzas comunistas, socialistas o anarquistas.
El Estado en el que se reproducía esta ideología era un Estado dictatorial que intentaba controlar a la sociedad civil (incluyendo todos los medios de información y persuasión, desde las escuelas hasta la prensa, la radio y la televisión). Este control se utilizaba para la promoción del caudillo –al cual se le atribuían características sobrehumanas–, quien, instrumentalizando un partido único, el partido fascista, lideraba el Estado, que se presentaba comprometido con el “progreso del pueblo”. El pueblo incluía a todas las clases sociales, negando la diversidad de intereses existente entre ellas. De ahí el establecimiento de sindicatos verticales, en los que se incluía tanto a los empresarios como a los trabajadores. El fascismo consideraba también al Estado fascista como designado por una fuerza superior, sobrehumana (bien por Dios, en el caso español, o por la historia, en el caso alemán e italiano), a dirigir la humanidad, reglando el comportamiento de los ciudadanos, imponiendo unos valores nuevos que rompieran con los valores anteriores (en el caso español, con los valores democráticos, laicos y republicanos). Cada una de estas características existió en el régimen dictatorial español.
Varios autores han indicado que, aun cuando estas características existieron al principio del régimen, desaparecieron más tarde, cuando los tecnócratas del Opus Dei sustituyeron a la Falange. Tal argumento ignora, sin embargo, que los tecnócratas también reprodujeron el nacional-catolicismo que era el elemento esencial del fascismo español. En realidad, la Falange fue sustituida por el Movimiento Nacional, que conservó gran parte de la ideología fascista, incluyendo su simbología, su narrativa y su influencia. Hasta el último día de la dictadura, el NO-DO (el programa de noticias y documentales de la televisión pública) comenzaba con la imagen del dictador y con el símbolo fascista, el cual era también el símbolo que aparecía en la entrada de todos los pueblos de España. Es más, una condición para trabajar en el sector público u ocupar un cargo en el Estado era jurar lealtad al Movimiento Nacional, cuyo uniforme era la camisa azul y el saludo con el brazo en alto.
Que tal régimen estuviera en sus últimos periodos repleto de meros oportunistas que, a pesar de su discurso, no creían en la ideología fascista, no niega el carácter fascista del régimen. En realidad, la distancia entre el Franco de 1939 y el Franco de 1975 era mucho menor que la distancia política entre un Stalin al principio del régimen comunista en la Unión Soviética y un Gorbachov al final. ¿Por qué, pues, definir al régimen liderado por Gorbachov como régimen comunista (a pesar de que al final del régimen el aparato de aquel Estado carecía de una ideología propia) y no llamar fascista al régimen dictatorial español, argumentando que al final nadie en él era fascista?
Otro argumento en contra de utilizar el término fascista para definir aquel régimen era que el partido fascista, la Falange, era un partido pequeño y, por lo tanto, el fascismo no era una ideología mayoritaria. Tal argumento ignora que el pensamiento hegemónico hoy en las estructuras del poder en la UE es el neoliberalismo, aun cuando los partidos liberales son partidos minoritarios en tal comunidad política. Lo mismo ocurrió en España con el fascismo, el cual perdura en sectores del conservadurismo y del Estado español.
Vicenc Navarro, en Público.
Así, cuando Juan Antonio Samaranch –que fue presidente del Comité Olímpico Internacional y que había sido delegado nacional de Educación Física y Deportes durante la dictadura– visitó EEUU para presidir los Juegos Olímpicos que se realizaron en Atlanta, The New York Times incluyó en su nota biográfica “director general de Deportes en la dictadura fascista dirigida por el general Franco”.
La utilización del término franquista en lugar de fascista ha sido resultado de un proyecto político-intelectual exitoso que consistió en presentar tal régimen como caudillista y autoritario, carente de una ideología totalizante que intentara imponer una nueva visión a la sociedad. Según tal proyecto, una vez desaparecido el caudillo y el caudillismo, habría desaparecido el carácter jerárquico y autoritario de aquel Estado, el cual, dirigido por la habilidosa mano del monarca, se transformó, mediante el modélico proceso de Transición, en un Estado democrático. Esta interpretación, sin embargo, es profundamente errónea.
Fascismo es la ideología aparecida en los años treinta en Europa que se caracterizó por un nacionalismo extremo con vocación imperialista que se basaba en una supuesta superioridad de la raza, grupo étnico y/o identidad cultural de los nacionalistas, lo que les daba el derecho de conquista e imposición. El fascismo promovía una cultura de fuerza, de características militares, profundamente machista y profundamente reaccionaria, destinada a prevenir la revolución obrera, temida por las estructuras del poder económico y financiero y por las clases medias. En realidad, el fascismo había sido la fuerza política promovida por las burguesías y oligarquías dominantes para parar al movimiento obrero, liderado por fuerzas comunistas, socialistas o anarquistas.
El Estado en el que se reproducía esta ideología era un Estado dictatorial que intentaba controlar a la sociedad civil (incluyendo todos los medios de información y persuasión, desde las escuelas hasta la prensa, la radio y la televisión). Este control se utilizaba para la promoción del caudillo –al cual se le atribuían características sobrehumanas–, quien, instrumentalizando un partido único, el partido fascista, lideraba el Estado, que se presentaba comprometido con el “progreso del pueblo”. El pueblo incluía a todas las clases sociales, negando la diversidad de intereses existente entre ellas. De ahí el establecimiento de sindicatos verticales, en los que se incluía tanto a los empresarios como a los trabajadores. El fascismo consideraba también al Estado fascista como designado por una fuerza superior, sobrehumana (bien por Dios, en el caso español, o por la historia, en el caso alemán e italiano), a dirigir la humanidad, reglando el comportamiento de los ciudadanos, imponiendo unos valores nuevos que rompieran con los valores anteriores (en el caso español, con los valores democráticos, laicos y republicanos). Cada una de estas características existió en el régimen dictatorial español.
Varios autores han indicado que, aun cuando estas características existieron al principio del régimen, desaparecieron más tarde, cuando los tecnócratas del Opus Dei sustituyeron a la Falange. Tal argumento ignora, sin embargo, que los tecnócratas también reprodujeron el nacional-catolicismo que era el elemento esencial del fascismo español. En realidad, la Falange fue sustituida por el Movimiento Nacional, que conservó gran parte de la ideología fascista, incluyendo su simbología, su narrativa y su influencia. Hasta el último día de la dictadura, el NO-DO (el programa de noticias y documentales de la televisión pública) comenzaba con la imagen del dictador y con el símbolo fascista, el cual era también el símbolo que aparecía en la entrada de todos los pueblos de España. Es más, una condición para trabajar en el sector público u ocupar un cargo en el Estado era jurar lealtad al Movimiento Nacional, cuyo uniforme era la camisa azul y el saludo con el brazo en alto.
Que tal régimen estuviera en sus últimos periodos repleto de meros oportunistas que, a pesar de su discurso, no creían en la ideología fascista, no niega el carácter fascista del régimen. En realidad, la distancia entre el Franco de 1939 y el Franco de 1975 era mucho menor que la distancia política entre un Stalin al principio del régimen comunista en la Unión Soviética y un Gorbachov al final. ¿Por qué, pues, definir al régimen liderado por Gorbachov como régimen comunista (a pesar de que al final del régimen el aparato de aquel Estado carecía de una ideología propia) y no llamar fascista al régimen dictatorial español, argumentando que al final nadie en él era fascista?
Otro argumento en contra de utilizar el término fascista para definir aquel régimen era que el partido fascista, la Falange, era un partido pequeño y, por lo tanto, el fascismo no era una ideología mayoritaria. Tal argumento ignora que el pensamiento hegemónico hoy en las estructuras del poder en la UE es el neoliberalismo, aun cuando los partidos liberales son partidos minoritarios en tal comunidad política. Lo mismo ocurrió en España con el fascismo, el cual perdura en sectores del conservadurismo y del Estado español.
Vicenc Navarro, en Público.
Vinilo Sánchez Band y los Sais en la Terraza de verano del Teatro López de Ayala. Cosas de Badajoz.
Anoche, unos cuantos amigos estuvimos disfrutando de la música de Vinilo Sánchez Band y los Sais. Fueron tres horas ininterrumpidas de buena música y mucho fresquito. Sí, las noches de la terraza son bastante fresquitas y anoche más que fresquito hacía frío, las chaquetas y rebecas se quedaban cortas, aunque el ambiente fue muy cálido.
La música de los Vinilo consiguió calentar el ambiente, y tras el empujón de tres espontáneos que junto al escenario se marcaron unos steps dance, un grupo nutrido de espectadoras se lanzaron a hacerles el quite animando el espectáculo e impulsando también a los músicos que mejoraron sustanciosamente el swing de sus canciones.
Las canciones sonaban rozando la perfección, una delicia para los aficionados que llenábamos la terraza. Para haber sido perfecto, si es que existe la perfección, según mi modesta opinión, faltó algo de más control en la mesa de mezclas, ya que se hubiese agradecido más compensación de volumen en los coros de algunas estrofas y sobre todo en esos riff que la guitarra solista suele recrear en canciones emblemáticas.
El concierto fue una selección de la mejor música pop española de los últimos 40 años en el que se ofrece un "remake" del programa televisivo "Los mejores años de tu vida", pero en vivo, de verdad, con las guitarras, batería, teclados, voces y en definitiva, con los instrumentos y herramientas necesarias para realizar la música que hizo vibrar y divertirnos en esa época.
Vinilo y los Sais quieren llegar al corazón del público para vivir la emoción del recuerdo, y el disfrute de una música que por su calidad y aceptación universal, (se sigue oyendo lo mismo en Cuba que en Argentina o Francia,...) no pasará de moda. Los Brincos, Los Secretos, Nacha Pop, Los Bravos, Revolver o Toni Ronald, "Cuéntame", "La chica de ayer", o "Malos tiempos para la lírica", que siguen siendo tan actuales, entre otros muchos, llenaron esa noche de magia.
El precio de la entrada único, 10 euros.
El guitarrista y amigo Gonzalo Gallardo, nos deleitó interpretando con su guitarra enchufada a un amplificador réplica -vintage- totalmente a válvulas -lámparas- del mítico Marshall JTM 45 (Jimi Hendrix) realizado y rediseñado artesanalmente y a mano y con ciertas modificaciones técnicas personales que han mejorado con creces al modelo original. En honor y cariño al amplificador, que tan buenos momentos le depara, y al realizador del mismo, Gonzalo lo ha nombrado "Peña Radio 50". Dada la crisis que nos asola, nos pidieron que montáramos una fábrica de amplificadores a válvulas, con el convencimiento de que sería un éxito, por su sonido tan especial y su fiabilidad. Cosas de los enamorados de la música, solo el que ama tanto a la música comprenderá este cariño por un amplificador mítico, que te devuelve, al funcionar, tanta alegría, pues recupera un sonido que creíamos ya perdido.
Los más pequeños no dejaron de bailar y jugar toda la noche y al cierre con los Sais, un pequeño espontáneo acompañó al vocalista haciendo las delicias de los espectadores. Adjunto una foto del momento.
Mi felicitaciones a los dos grupos, se divirtieron y nos hicieron pasar una velada inolvidable. Cosas de Badajoz.
La música de los Vinilo consiguió calentar el ambiente, y tras el empujón de tres espontáneos que junto al escenario se marcaron unos steps dance, un grupo nutrido de espectadoras se lanzaron a hacerles el quite animando el espectáculo e impulsando también a los músicos que mejoraron sustanciosamente el swing de sus canciones.
Las canciones sonaban rozando la perfección, una delicia para los aficionados que llenábamos la terraza. Para haber sido perfecto, si es que existe la perfección, según mi modesta opinión, faltó algo de más control en la mesa de mezclas, ya que se hubiese agradecido más compensación de volumen en los coros de algunas estrofas y sobre todo en esos riff que la guitarra solista suele recrear en canciones emblemáticas.
El concierto fue una selección de la mejor música pop española de los últimos 40 años en el que se ofrece un "remake" del programa televisivo "Los mejores años de tu vida", pero en vivo, de verdad, con las guitarras, batería, teclados, voces y en definitiva, con los instrumentos y herramientas necesarias para realizar la música que hizo vibrar y divertirnos en esa época.
Vinilo y los Sais quieren llegar al corazón del público para vivir la emoción del recuerdo, y el disfrute de una música que por su calidad y aceptación universal, (se sigue oyendo lo mismo en Cuba que en Argentina o Francia,...) no pasará de moda. Los Brincos, Los Secretos, Nacha Pop, Los Bravos, Revolver o Toni Ronald, "Cuéntame", "La chica de ayer", o "Malos tiempos para la lírica", que siguen siendo tan actuales, entre otros muchos, llenaron esa noche de magia.
El precio de la entrada único, 10 euros.
El guitarrista y amigo Gonzalo Gallardo, nos deleitó interpretando con su guitarra enchufada a un amplificador réplica -vintage- totalmente a válvulas -lámparas- del mítico Marshall JTM 45 (Jimi Hendrix) realizado y rediseñado artesanalmente y a mano y con ciertas modificaciones técnicas personales que han mejorado con creces al modelo original. En honor y cariño al amplificador, que tan buenos momentos le depara, y al realizador del mismo, Gonzalo lo ha nombrado "Peña Radio 50". Dada la crisis que nos asola, nos pidieron que montáramos una fábrica de amplificadores a válvulas, con el convencimiento de que sería un éxito, por su sonido tan especial y su fiabilidad. Cosas de los enamorados de la música, solo el que ama tanto a la música comprenderá este cariño por un amplificador mítico, que te devuelve, al funcionar, tanta alegría, pues recupera un sonido que creíamos ya perdido.
Los más pequeños no dejaron de bailar y jugar toda la noche y al cierre con los Sais, un pequeño espontáneo acompañó al vocalista haciendo las delicias de los espectadores. Adjunto una foto del momento.
Mi felicitaciones a los dos grupos, se divirtieron y nos hicieron pasar una velada inolvidable. Cosas de Badajoz.
viernes, 8 de julio de 2011
jueves, 7 de julio de 2011
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