lunes, 19 de noviembre de 2018

¿Un frente antifascista europeo?

Cuarto Poder

“Quien no quiere hablar acerca del capitalismo debería callarse también respecto del fascismo”

(Max Horkheimer)

Era previsible, aunque quizás no tan pronto. La consigna que se está difundiendo es construir un frente político antifascista europeo. Lo estamos viendo estos días. Con gesto adusto y semblante grave, algunos intelectuales proclaman el nuevo credo: “¡Frente a la amenaza del fascismo, unidad de los demócratas!” El asunto tiene cierta lógica: si lo que está emergiendo en la Unión Europea (UE) es algo más que populismo de derechas, o sea, fascismo puro y duro, hace falta una gran alianza política que haga de freno, de dique, a algo que se presume como un mal absoluto al que hay que derrotar, cueste lo que cueste. En el centro de la propuesta, la defensa de unas instituciones que hay que estabilizar y consolidar. Nos referimos, naturalmente, a la UE y a la democracia liberal.

¿Un frente antifascista europeo? Vivimos la cultura del instante y la memoria desaparece de nuestro horizonte, que es donde realmente juega su papel. Grecia y Tsipras han desaparecido del debate público y no debería ser así. El país heleno fue escarmiento, experimento y, en muchos sentidos, castigo. La presencia del gobernante griego en septiembre pasado en el Parlamento Europeo no mereció la atención debida. Tsipras compareció con el orgullo del deber cumplido y del trabajo bien hecho en representación de un país transformado. Tres años después de haber sido propuesto como presidente de la Comisión por la izquierda alternativa bajo la orientación de “otra Europa posible”, aparecía como el defensor de esta UE frente a la barbarie populista. Es más, propuso una alianza que vaya desde Macron hasta la izquierda, abierta a los liberales y a los conservadores moderados. Se podría decir que estos tres años han dado para mucho y que han terminado por oscurecer cualquier proyecto que no sea la defensa de la UE realmente existente. Efectivamente, Grecia ha cambiado mucho. Ha pasado de tener una deuda pública del 135 por ciento del PIB en 2009 al 180 por ciento en la actualidad, el paro ha pasado del 10 al 20 por ciento y el país ha perdido 400 mil habitantes. Una tragedia asumida a mayor gloria de esta UE y de los mercados.

La realidad acaba siempre chocando con el dominio de lo políticamente correcto. Lo primero que no se quiere analizar es si las políticas que ha venido realizando la UE antes y después de la crisis tienen que ver con el surgimiento y desarrollo de nacionalismos excluyentes y de fuerzas políticas que, por comodidad, definiremos como populismos de derechas. A estas alturas pocos dudan de que las políticas de la Unión han ido desmontando sistemáticamente el Estado social en cada uno de los países, erosionando los mecanismos de control social y político de los mercados capitalistas y debilitando el poder contractual de las clases trabajadoras y sus sindicatos. La UE ha terminado por constitucionalizar las políticas neoliberales hasta hacerlas obligatorias y, lo que es más grave, sancionables, con duras multas para los países que osen infringirlas. La idea de fondo, el dogma que se impone hoy en el debate de la Comisión con España e Italia, no es otro que frenar y reducir el gasto público. El objetivo no es ya el 3 por ciento, sino el superávit en la fase alta del ciclo. La democracia ha devenido en limitada porque, gobierne quien gobierne, tiene que aplicar políticas monetarias y fiscales de corte neoliberal bajo amenaza de los mercados, del todopoderoso Banco Central Europeo y de una Comisión intransigente en la aplicación de los Tratados. ¿Realmente puede sorprender el auge del populismo de derechas en la UE?

Hay que decirlo también aquí y ahora: en momentos en los que el mundo está cambiando de base y atraviesa una transición geopolítica de grandes dimensiones, donde la tendencia de fondo es la multipolaridad, es decir, en pleno proceso de redistribución del poder a nivel global, la UE carece de un proyecto autónomo identificable. La ausencia de una política internacional propia capaz de orientar una transición que se presume conflictiva, condenará a Europa a la subalternidad respecto a la política norteamericana. La “trampa de Tucídides” no es un asunto menor ni una elucubración intelectual. EE. UU. no va a renunciar de forma pacífica a las posiciones de dominio conquistadas tras la Segunda Guerra Mundial, lo que sitúa la guerra como instrumento prioritario para definir los grandes problemas estratégicos. Para Europa, la OTAN implica perpetuar la supeditación a los intereses geoestratégicos norteamericanos, el incremento de los presupuestos militares y convertir las demandas de seguridad en un problema de orden público y de fortaleza del Estado penal.

¿Un frente antifascista europeo? Hay una paradoja que no siempre se tiene en cuenta cuando se reclama la defensa de la democracia. Sabemos lo que se quiere decir: defensa de los derechos y las libertades democráticas. Ahora bien, la paradoja es que, en muchos sentidos, la propuesta que hay delante y detrás de la UE es el retorno a una democracia liberal, es decir, poner fin al constitucionalismo social, a las democracias avanzadas producto del conflicto de clases y de dos guerras mundiales que tuvieron a Europa en su centro. La rebelión de las élites, una vez caído el “imperio del mal” y desaparecido el enemigo interno socialista, tenía como objetivo la restauración de una democracia funcional al mercado, supeditada a él, que expropia la soberanía económica y despolitiza la política. En cierto sentido, se puede hablar de “norteamericanización” de la vida pública europea y de una escisión cada vez más clara entre la democracia como procedimiento y la democracia como autogobierno.

Sin embargo, lo peor de este nuevo frentismo emergente es que no es capaz de entender las relaciones existentes entre la integración europea (la UE) y la crisis de nuestras debilitadas democracias, ni tampoco las profundas transformaciones que se están operando en nuestras sociedades. No deberíamos engañarnos ni dejarnos engañar: la restauración de democracias de mercado requiere, necesita del miedo como fundamento; de personas aisladas, socialmente desvinculadas e inseguras frente al futuro. El tipo de capitalismo hoy dominante necesita personas que actúen según las reglas y modos que éste exige. Cuando hablamos del “momento Polanyi” nos estamos refiriendo a un fenómeno que aparece en todas partes: una reclamación fundante de protección, de seguridad e identidad, de nostalgia de un orden basado en la comunidad.

Este nuevo frentismo confunde los efectos con las causas; pretende combatir el populismo de derechas sin reparar en las circunstancias que lo han engendrado; aspira a legitimar instituciones que están en crisis en todas partes y hace de la conservación de lo existente el fundamento y el horizonte de lo que está por venir. ¿Realmente se cree que desde estos supuestos es posible rearmar política y culturalmente un movimiento de oposición a las derivas autoritarias que experimentan nuestras sociedades? ¿Alguien piensa seriamente que desde estos puntos de partida se generarán el entusiasmo, la adhesión y el imaginario necesarios para una movilización social capaz de ganar y activar a las mayorías sociales? No lo creemos. Más bien pensamos que será lo contrario. Defender instituciones en crisis y socialmente deslegitimadas únicamente propiciará el fortalecimiento de populismos autoritarios y nacionalistas que acabarán por desviar las demandas de protección hacia fórmulas securitarias que impliquen la restricción de las libertades y de los derechos. Si la izquierda acaba defendiendo este nuevo frentismo, terminará por romper sus ya debilitadas relaciones con las clases populares, perpetuando un camino que la llevará de desaparecer como alternativa de gobierno.

Creemos que hay que aprender de la historia. La democracia, nuestros clásicos así lo entendieron, se defiende desarrollándola, ampliándola, extendiéndola. Esto significa poner en primer plano la contradicción entre la democracia y el capitalismo. Más concretamente, exige desmercantilizar, garantizar los derechos sociales básicos y entablar relaciones armoniosas con la naturaleza. También significa democratizar la democracia llevándola a las empresas, a las grandes instituciones financieras, fomentando formas alternativas de organizar la economía y la democracia participativa. Despatriarcalizar la sociedad potenciando la igualdad sustancial y una democratización de la vida cotidiana de las personas. Desglobalizar, recuperar la soberanía popular como fundamento del orden político, como derecho al autogobierno y a la definición constitucional de un proyecto colectivo basado en una sociedad de mujeres y hombres libres e iguales, comprometidos con la emancipación.

Merece la pena recordar una reflexión que nos dejó Perry Anderson hace algún tiempo en un excelente artículo: “para las corrientes anti-sistema de izquierdas, la lección que hay que sacar de estos últimos años está clara. Si quieren dejar de ser eclipsados por sus homólogos de derechas, ya no pueden permitirse ser menos radicales y menos coherentes que ellos en su oposición al sistema. En otras palabras, el futuro de la Unión Europea depende tanto de las decisiones que la han moldeado que ya no podemos contentarnos con reformarla: hay que salir de ella o deshacerla para poder construir en su lugar algo mejor, con otros fundamentos, lo que equivaldría a arrojar al fuego el Tratado de Maastricht” (Le Monde Diplomatique, marzo de 2017).

Nuestra línea de pensamiento está muy próxima a la del historiador británico: se trata de defender el proyecto europeo contra su principal amenaza, que no es otra que la UE, y apostar por una Europa confederal que defienda la paz, las libertades públicas, los derechos sociales y la igualdad entre pueblos y naciones. Para ello, los Estados, la soberanía popular y el autogobierno de las poblaciones europeas no pueden ser considerados como obstáculos a derrotar, sino como instrumentos indispensables que permiten tejer relaciones de cooperación entre los pueblos y garantizar los derechos humanos fundamentales. El debate real en Europa no es entre fascismo y antifascismo. El debate real es continuar con el proyecto neoliberal de la UE o defender un proyecto europeo que realmente lo sea. La respuesta la dará la historia.

domingo, 18 de noviembre de 2018

_- Historia económica recuperada. “Cualquiera que no sea un idiota sabe que las clases bajas se deben mantener pobres o nunca serán industriosas”

The Exiled


Traducido por Eva Calleja

“…cualquiera que no sea un idiota sabe que las clases bajas se deben mantener pobres, o nunca serán industriosas"
Arthur Young, 1771

Nuestra sabiduría económica popular dice que capitalismo equivale a libertad y sociedades libres, ¿verdad? Bueno, si alguna vez sospechaste que esa lógica es un engaño, te recomiendo que leas un libro llamado La Invención del Capitalismo (The Invention of Capitalism), escrito por el historiador económico Michael Perelmen, exilado en Chico State, un instituto rural en California, por su falta de cordialidad con el mercado libre. Y Perelham ha aprovechado muy bien su exilio, se ha sumergido en el trabajo y correspondencia de Adam Smith y sus contemporáneos para escribir una historia sobre la creación del capitalismo que va más allá del superficial cuento de hadas: La Riqueza de las Naciones (The Wealth of Nations) y que va directo a las fuentes, permitiéndote leer las propias palabras de los primeros capitalistas, economistas, filósofos, clérigos y hombres de Estado. Y no es nada bonito.

Una cuestión que los registros históricos dejan superclara es que Adam Smith y sus colegas del liberalismo económico eran un grupo de estadistas reprimidos, que necesitaban políticas estatales brutales para forzar a los campesinos ingleses a convertirse en mano de obra del capitalismo dispuesta a aceptar sueldos míseros.

Frances Hutcheson, de quien Adam Smith aprendió todo lo relacionado con las virtudes de la libertad natural, escribió: “El gran designio de las leyes civiles es fortalecer mediante sanciones políticas las diversas leyes de la naturaleza … el pueblo necesita aprender e involucrarse mediante leyes en los mejores métodos para gestionar sus propios asuntos y ejercitar el arte mecánico”.

Sí, a pesar de lo que hayas podido aprender, la transición hacía una sociedad capitalista no sucedió natural ni tranquilamente. Verás, los campesinos ingleses no querían dejar su modo de vida rural comunal ni dejar sus tierras para ir a trabajar por salarios con los que no podían subsistir en las apestosas y peligrosas fábricas que estabn montando una nueva clase rica de capitalistas terratenientes. Y no les faltaba razón. Usando las propias estimaciones de Adam Smith sobre los sueldos que se estaban pagando entonces en Escocia, un campesino-obrero tendría que trabajar duramente durante más de tres días para poder comprar un par de zapatos producidos comercialmente. O ellos podrían hacerse sus propios zapatos usando su propio cuero en unas horas y pasar el resto del día emborrachándose con cerveza. No hay mucho donde elegir, ¿no?

Pero para que el capitalismo pudiese funcionar, los capitalistas necesitaban una reserva de mano de obra extra y barata. Así que, ¿qué hicieron? ¡Llamar a la Guardia Nacional!

Enfrentados a un campesinado al que no le apetecía desempeñar el papel de esclavo, filósofos, economistas, políticos, moralistas y principales figuras empresariales comenzaron a abogar por la implicación estatal. Con el paso del tiempo promulgaron una serie de leyes y medidas diseñadas para empujar a los campesinos a dejar las viejas formas y entrar en las nuevas, destruyendo sus medios de autosuficiencia tradicional.

“Los actos brutales asociados con el proceso de desmantelamiento de los medios de autoproducción de la mayoría de la población puede parecer ajeno a la reputación del liberalismo de la política económica clásica”, escribe Perelham. “En realidad, el desposeimiento de la mayoría de los productores a pequeña escala y la construcción del liberalismo económico están estrechamente conectados, tanto que Marx, o por lo menos sus traductores, denominaron esta expropiación de las masas como “acumulación primitiva.”

Perelman resume las numerosas políticas con las que los campesinos fueron expulsados de la tierra –desde la promulgación de la Ley de Caza que les prohibía cazar, a la destrucción de su productividad dividiendo el comunal en parcelas más pequeñas- pero las partes del libro más interesantes son en las que puedes leer a los colegas proto-capitalistas de Smith quejándose y lloriqueando por que los campesinos son demasiado independientes y están demasiado cómodos para que se les pueda explotar convenientemente e intentando solucionar cómo forzarlos a que acepten una vida de salarios de esclavos.

Este panfleto de la época captura la actitud general hacia los prósperos campesinos autosuficientes:

La posesión de una vaca o dos, un cerdo y unos pocos gansos, exalta naturalmente al campesino… Pastoreando a su ganado, adquiere el hábito de la indolencia. Un cuarto, medio, y ocasionalmente días enteros, se pierden imperceptiblemente. Un día de trabajo se convierte en algo repugnante; la aversión aumenta por la indulgencia. Y además, la venta de un ternero o de un cerdo, provee los medios para añadir falta de moderación a la ociosidad.

Mientras, otro panfletista escribía:

No puedo concebir mayor maldición para cualquier conjunto de personas, que arrojarlas en una parcela de tierra donde la producción para la subsistencia y la alimentación fueran, en gran medida, espontáneas y con un clima que permitiera poner poco cuidado en las vestimentas o en el techo.

John Bellers, un “filántropo” cuáquero y pensador economista veía a los campesinos independientes como un impedimento a sus planes de forzar a la gente pobre hacia las fábricas-cárcel donde vivirían, trabajarían y producirían un beneficio de un 45% para sus propietarios aristocráticos:

“Nuestros bosques y grandes comunales hacen que los pobres que están en ellos se parezcan demasiado a los Indios, siendo esto un obstáculo para la industria y un vivero de holgazanería e insolencia”.

Daniel Defoe, el novelista y comerciante, menciona que en las Highlands escocesas “la gente estaba muy surtida de provisiones… el venado es muy abundante. Durante todas las estaciones jóvenes o viejos los matan con sus armas donde quiera que los encuentran.”

Para Thomas Pennant, botánico, esta autosuficiencia estaba arruinando a una población campesina perfectamente buena:

“Los modales de los Highlanders nativos pueden expresarse en estas palabras: indolentes en grado sumo, a no ser que sean provocados para la guerra o para cualquier divertimento animado”.

Si tener la tripa llena y una tierra productiva era el problema, entonces la solución para poner en forma a esos vagos era obvia: expulsarlos de la tierra y matarlos de hambre.

Arthur Young, un escritor popular y pensador economista respetado por John Stuart Mill escribió en 1771: “cualquiera que no sea un idiota sabe que las clases bajas se deben mantener pobres o nunca serán industriosas”. Sir William Temple, político y jefe de Jonathan Swift, estaba de acuerdo con él y sugería que se gravasen los alimentos el máximo posible para prevenir que la clase obrera viviese una vida de pereza y libertinaje”.

Temple también abogaba por poner a niños de cuatro años a trabajar en las fábricas, escribió “porque esto significa que la generación venidera estará tan habituada al empleo constante que al final le parecerá agradable y entretenido”. Algunos pensaban que cuatro años ya eran demasiados. Según Perelmen, “John Locke, considerado a menudo como un filósofo de la libertad, demandó que se comenzase a trabajar a los tres años. “El trabajo infantil también excitaba a Defoe, quien se alegraba ante la posibilidad de que “niños a partir de cuatro o cinco años… bien podrían cada uno ganarse su propio pan”. Pero nos estamos saliendo del tema…

Las caras felices de la productividad…

Incluso David Hume, ese gran humanista, consideraba la pobreza y el hambre experiencias positivas para las clases bajas, e incluso culpaba de la “pobreza” de Francia a su buen tiempo y a su suelo fértil:

“Siempre se observa en años de escasez, si no es muy extrema, que los pobres trabajan más y viven realmente mejor”.

El Reverendo Joseph Townsend creía que lo que había que hacer era restringir la comida:

“Se responde a la coacción [directa] legal [para trabajar... con demasiados desordenes, violencia, y ruido …mientras que el hambre no solo es una presión pacificadora, silenciosa e implacable, sino que es el motivo más natural para el trabajo, exige el mayor de los esfuerzos… El hambre doma a los animales más fieros y enseñará decencia y civismo, obediencia y subyugación al más bruto, al más obstinado y al más perverso”.

Patrick Colquihoun, un comerciante que montó la primera fuerza privada de “policía preventiva“ de Inglaterra para evitar que los trabajadores portuarios obtuviesen un escaso suplemento de sus salarios con los productos que robaban, dio la que puede considerarse la explicación más lucida de cómo el hambre y la pobreza están relacionadas con la creación de productividad y riqueza:

La pobreza es un estado y una condición en la sociedad en la cual el individuo no tiene guardado un excedente de su trabajo o, en otras palabras, no tiene propiedades ni otros medios de subsistencia que los que se derivan del ejercicio constante del trabajo en las distintas tareas de la vida. La pobreza por tanto es el ingrediente necesario e indispensable en la sociedad, sin el cual las naciones y comunidades no podrían existir en un estado de civilización. Es el lote que nos ha tocado. Es la fuente de riqueza, ya que sin la pobreza no habría trabajo, no habría ricos, ni refinamiento, ni comodidades, ni ningún beneficio para aquellos que posean riquezas.

El resumen de Colquhoun es tan acertado que hay que repetir. Porque lo que fue verdad para los campesinos ingleses todavía es verdad para nosotros:

“La pobreza, por tanto, es el ingrediente necesario e indispensable en la sociedad… Es la fuente de riqueza, ya que sin la pobreza no habría trabajo; no habría ricos, ni refinamiento, ni comodidades y ningún beneficio para aquellos que posean riquezas”.

Yasha Levine es editor fundador de The eXiled. Puedes ponerte en contacto con él en levine@exiledonline.com

Fuente: http://exiledonline.com/recovered-economic-history-everyone-but-an-idiot-knows-that-the-lower-classes-must-be-kept-poor-or-they-will-never-be-industrious/

Esta traducción se puede reproducir libremente.

sábado, 17 de noviembre de 2018

_- Desde el balneario Entrevistas, Hemeroteca, Literatura 30 octubre, 2018.

_- Entrevista con Manuel Vázquez Montalbán
Entrevista realizada por José Fernández Colmeiro, publicada en enero de 1988 en el nº 73 de la revista Quimera y reproducida en el nº 187 de El Viejo Topo, en diciembre de 2003 Hace ya más de quince años, Manolo Vázquez concedió a José Fernández Colmeiro una entrevista que es aún probablemente la más interesante de cuan­tas concedió el escritor catalán en relación a los temas que aborda: la novela policíaca y la supuesta subcultura de algunos géneros literarios. Publicada en enero de 1988 en la revista literaria Quimera, su contenido sigue estando hoy perfectamente vigente.

¿Cómo encuadra Ud. al género policíaco dentro de la literatura contemporánea en general?
 —Yo creo que por su génesis y la maleza que hay en sus productos el llamado género policíaco es subliteratura, salvo cuando se produce el mutante cualitativo; en un momento determinado Chandler, Chester Himes y Dashiell Hammett, sobre un fondo cualitativo paraliterario, de pronto crean literatura y lo hacen por determinantes muy diferentes; en el caso de Hammett no existe mala conciencia literaria, en Chandler sí existe, porque lo que él quería ser era un poeta importante de la lengua inglesa, como Yeats, y en cambio se encuentra haciendo algo que le divierte y le da dinero pero en lo que no cree. El caso de Chester Himes es exactamente igual. Pero todos ellos, por circunstancias muy diferentes, hacen literatura; de forma similar, de la novela de caballerías sale el Quijote, o de un tipo de novela de costumbres, burlona, muy retórica, que tiene su origen ya en el Renacimiento, surge la novela inglesa del XVIII. La imagen de ese género más corriente es la de la literatura policíaca de consumo que en España tuvo su esplendor sobre todo en los años cuarenta y cincuenta en las ediciones de Bruguera, las novelas de a duro, incluso alquiladas en quioscos de librerías populares. Pero esa imagen no tiene en cuenta, por ejemplo, a Dashiell Hammett, que sirve como el elemento de refección de la técnica de la novela, con el behaviorismo como su influencia, o al menos su adopción por parte de la novela objetiva francesa del cincuenta. Y hay una tercera dimensión cuando un referente de novela de género sirve para hacer otras cosas, como lo que yo llamo novela histórica actual: Le Carré o Graham Greene o la novela política de Leonardo Sciascia. En ellas hay un referente de la novela negra, que en el caso de Sciascia lo utiliza para hacer la mejor novela política que se escribe hoy en Europa; en el caso de Le Carré la mejor novela de investigación histórica. Hay un panorama general paraliterario basado en crear una literatura de abastecimiento, de literatura de masas, que de pronto genera unas variantes, unos mutantes, que se corresponden generalmente con lo literario, y además una relación de trasvase de elementos que ha descubierto la novela policíaca, elementos técnicos e incluso literarios y lingüísticos que son apropiados por la literatura en general: la caracterización del mirón literario, el investigador, el método de encuesta, el tipo de delito que introduce en relación con la novela tradicional (el delito social organizado); todo esto la literatura “normal” lo asume y lo incorpora a su actitud. Yo jamás he considerado que escribiera subliteratura, de ser así nunca la hubiera escrito, y de hecho casi siempre, salvo cuando no he tenido más remedio, he editado mis novelas en colecciones no policiales; no porque considere que el género es menor, para mí Chester Himes es un novelista tan importante como Richard Wright o como cualquier novelista de la nueva negritud, y Dashiell Hammett es tan importante como Hemingway o Faulkner. Pero no he escrito jamás con la voluntad de hacer subgénero ni de hacer subliteratura.

¿Se puede mantener hoy en día la distinción entre arte culto y arte popular?
 —Sí, evidentemente hay una parte del patrimonio antiguo y del que se está elaborando en estos momentos que, desde el punto de vista comunicacional, tiene unos códigos idiomáticos que no están al alcance de todo el mundo. Por la división social del trabajo, hay gente que no tiene tiempo de educarse la retina yendo a exposiciones y cuando ve un cuadro o un tapiz determinado en reproducción industrial, en serigrafía, tendrá una impresión meramente sensorial; a lo mejor tiene una capacidad para leer el cuadro de una manera pero carecerá de unos elementos que otra persona sí tiene para descifrar el código y descubrir toda su riqueza. Lo que es más falso es pensar que hay zonas culturales de la sociedad aisladas de lo popular. Creo que el impacto de lo que llamamos cultura popular llega a todo el mundo, incluso a los que tienen mayor voluntad de isleños, de refugiarse en una cultura ensimismada, a la defensiva de la penetración de la cultura de masas. Por otra parte la sociedad de consumo, la industria cultural, puede crear una masificación de esa supuesta cultura por la vía del prestigio. Si se prestigia socialmente un código culto, aunque nadie lo entienda, puede ser susceptible de masificación. En España se produce. Mantener una frontera artificial en el terreno literario es muy difícil. Evidentemente hay una tendencia, no sólo literaria, incluso musical, basada en que sólo es legítimo aquello que no es susceptible de masificación; eso es algo que está presente hoy en el ejercicio cultural.

¿Se puede definir la novela negra?
—Es muy difícil de explicar; es una novela basada en un hecho criminal que suscita una investigación, un viaje o merodeo literario que utiliza una retórica y unas claves formales ensayadas por una tradición de género, el cual en un momento determinado es recodificado por novelistas norteamericanos y se convierte en un referente a partir del cual el género se modifica.
—Una definición muy amplia…
—Muy amplia y llena de casuística.

¿Dónde se puede trazar la raya y decir “esto sí es novela negra, esto no”? ¿No es hasta cierto punto un criterio personal y arbitrario?
—Personal, y sobre todo en la medida en que se trata de una literatura que está avalada por un código singular; en la novela de fórmula (no policíaca) lo singular no tenía importancia, lo importante era la fórmula. En la novela negra, cada uno de estos escritores tiene un código singular, y por lo tanto varía la fórmula. Cada uno de ellos ha intentado escribir un decálogo; Chandler tiene un decálogo, Van Dine escribe otro decálogo, pero eso hoy en día sólo existe como chuchería del espíritu, no sirve para nada.

¿Ve Ud. alguna filiación entre la novela policíaca clásica y la novela policíaca negra?
—La filiación consiste en lo que provoca un discurso narrativo, una serie de recursos técnicos comunes como el suscitar una intriga, buscar la complicidad del lector en un proceso de desvelamiento, al que a veces, por la técnica especial del autor, llega antes el lector que el propio autor. Pero la novela negra cambia totalmente el sentido del delito; hasta entonces el delito era psicótico, lo que más se acercaba a una visión científica del delito era la novela policíaca derivada del naturalismo, el delito como el resultado de un impulso biológico-social, por las condiciones sociales y laborales, sometimiento, etc.; en cambio la novela negra da al delito una dimensión social urbana, ligado con un desarrollo capitalista determinado que crea unas relaciones interhumanas muy especiales; el mundo donde termina la legalidad y empieza la ilegalidad es un límite pactado, y eso la novela negra lo capta de una manera realista; la novela negra posee condiciones técnicas para asumir y aprehender el realismo superiores a las que pudo tener en su momento el realismo socialista o el realismo crítico.

¿En líneas generales acepta Ud. Ia división entre novela policíaca tradicional conservadora y novela negra progresista?
 —Las divisiones, las líneas imaginarias,y los “ismos” son referencias que no hay que tomarse al pie de la letra jamás, porque gran parte de la confusión literaria que existe la ha creado esa cantidad de líneas imaginarias que hay, tanto de “ismas” como de géneros. Yo no creo que se pueda hacer esa división tan drástica; si se hace un análisis de contenido estrictamente ideológico de las novelas policíacas se nota en general una coincidencia entre novela-enigma y un cierto reaccionarismo, y novela negra y una visión moral de la sociedad más avanzada, pero se aplican a convenciones narrrativas muy diferentes. En la novela-enigma el elemento de lo real tiene menos importancia, el autor y el lector han de entrar en una convención mucho más imaginaria y arbitraria. En cambio, en la novela negra constantemente hay elementos comprobables en la realidad e incluso algunos autores extreman esto; la vinculación con lo real es mucho más fuerte, y ha de ser muy reaccionario un autor para introducir un mensaje reaccionario en esa obra; con tal que se limite a tener una mirada neutral o ambigua sobre la realidad, la novela no puede ser reaccionaria.

Volviendo sobre un tema que ha tocado Ud. lateralmente ¿se puede llevar más allá el paralelismo de la novela de caballerías y la actual novela policíaca?
—No hay una herencia directa pero sí algunas equivalencias, como la función del héroe, que ya más que a la novela de caballerías pertenecería a la parodia de la relativización moral de la novela de caballerías: el héroe que es en realidad un antihéroe y que en general tiene una actitud romántica ante el compromiso, ante las relaciones con los demás, una complicidad con la víctima, con el perdedor, lo cual ya está en la tradición literaria desde el Renacimiento, no en la novela de caballerías sino en su origen, en la leyenda artúrica. Ahí ya está esa codificación del héroe como un hombre que siente un compromiso con la víctima. Eso lo conserva la mejor novela negra, salvo en novelas que encuentras en Himes o en Patricia Highsmith que se convierten casi en novelas psicológicas por otros procedimientos, una investigación del comportamiento individual en los límites y en lo más zoológico de la conducta humana, un gran escepticismo humanístico; eso es otro derivado de la novela negra. El moderno perseguidor de la justicia podría ser el detective privado o esos extraños comisarios o policías justos que la novela negra se ha permitido, aunque en la realidad se encuentran poquísimos.

¿Es esencial la figura del antihéroe en la novela negra?
 —En la que a mí me gusta es esencial, porque en general la propuesta moral de las novelas negras que prefiero es en realidad una propuesta de la moral de la ambigüedad, un cierto negativismo moral y eso necesita ser propuesto por un antihéroe, no lo puede proponer James Bond, un héroe de una pieza. En definitiva, el héroe en este tipo de novelas es un recurso narrativo, soluciona el problema del punto de vista, es decir, ¿quién ve la realidad? ¿quién propone la mirada sobre la realidad al lector? La mirada la propone su personaje, y de cómo mire ese personaje depende la moralidad de la obra. Lo que me acerca más a identificarme con esa moral relativa, compleja y llena de contradicciones es un antihéroe: un héroe de una pieza no sería para mí creíble.

¿Qué importancia tiene el ejercicio del razonamiento deductivo en la novela negra?
—Yo creo que cada vez menos: pienso que es una herencia que asume de la novela-enigma y de la novela policíaca tradicional: cada vez tiene más importancia, en lo mejor del género, precisamente el dejar de ser género, el burlar la fórmula, utilizando unos referentes para que no se desoriente el lector para luego, dentro de esa estructura, hacer muchos virajes; a veces tiene mucha más importancia un proceso de hallazgos psicológicos que el inductor: el narrador o el personaje va proponiendo al lector, y a partir de ahí formula luego una conclusión que a la luz de la razón no resiste, y en cambio te la crees porque psicológicamente te la ha ido vendiendo muy bien; eso lo hace magistralmente Simenon: en Simenon el proceso de investigación no importa nada, hace lo que le da la gana, y acabas creyendo lo que él dice por la complicidad psicológica que estableces con Maigret y con su juego de relaciones con los personajes que han ido apareciendo en la novela. Yo creo que eso cada vez tiene menos importancia. Si está muy bien hecho, se agradece como un alarde técnico, pero yo creo que es lo de menos.

¿Cree Ud. que la novela negra obliga a poner entre paréntesis el raciocinio del lector, y que para aceptar esa ilusión de la realidad total y poder compartirla psicológicamente es necesaria la inocencia del lector?
 —Yo creo que eso es casi imposible. La inocencia del del lector es casi imposible; lo que ocurre es que el lector se disfraza de lector cuando lee y asume el rol, pero el lector actual es un lector informado, un lector que está al día en cuanto a patrimonio literario, que ha podido leer lo que ha querido, no solamente dentro de esa rama de género, sino de todo lo demás, de manera que está muy avisado. Y de la misma manera que un escritor actual nunca pertenece a una sola tendencia ni utiliza un solo lenguaje porque de hecho los ha recibido todos, el lector es muy parecido; la inocencia del lector, si se produce, es el resultado de un ejercicio magistral del autor, porque todo conduce a que el lector actual no sea inocente.

Hablaba hace unos instantes sobre la burla del esquema genérico.
¿Qué le parece a Ud. la novela policíaca humorística, en sus variantes paródica o irónica?
—Es muy difícil, porque está rompiendo la convención y todo el mundo dice que en materia de sexo y de novela policíaca hay que tener mucho cuidado con el humor porque no encajan bien. Es más difícil hacer humor con el sexo que con la novela policíaca: con esta última se puede hacer humor, pero siempre relativamente, a no ser que la propia novela sea una parábola escrita en clave de humor. Yo lo he ensayado en una de ellas, en El balneario, que es de hecho una parábola. Chandler constantemente está haciendo humor, pero con una contención tremenda para que la novela no caiga en ln incredibilidad. En España, dos de las novelas de Mendoza, las más policíacas, están en clave de parodia; las otras son otra cosa. Por lo tanto yo pienso que depende de cómo se haga eso. En general yo no lo recomendaría, pero la excepción confirma la regla.

¿Está Ud. de acuerdo con los teóricos que afirman que toda novela policíaca está escrita a partir de su final, es decir, al revés, y que, por consiguiente, tiene una estructura invertida?
—No, en absoluto. Quizás en las novelas policíacas de verdad sí, pero en las novelas mías que más pueden parecer policíacas, jamás. Para mí el final es siempre un enigma; el final se va clarificando a medida que va avanzando la estructura de la novela.

¿Qué le parece en general el acercamiento ocasional a la novela policíaca por parte de escritores no dedicados normalmente a dicho género? ¿Puede significar un empuje definitivo a la novela negra como literatura “seria”, un afán de experimentación o de llegar a un nuevo público, una moda?
—Yo creo que la caracterización “seria” de la novela negra se la debe a sí misma, se la debe a Chandler, Hammett, Chester Himes, Cain, Thompson y a pocos más, pero al grupo de esa gente “ocasional” lo dudo. Llega un momento en que descubres que algunos de estos novelistas son pluridimensionales, no escriben novelas unidimensionales basadas sólo en la mayor o menor habilidad para mantener una intriga, sino que cuando acabas una novela lo que menos recuerdas es quién ha matado a quién, dónde y cómo, lo que recuerdas es un viaje, una aventura; has asistido a una propuesta literaria y la has compartido y asumido. Luego existen autores que se han acercado al género con muy distintas actitudes; desde la chulería del “esto lo hago yo de una esquina a otra”, como cuando en un momento determinado Sartre se pone a hacer canción francesa o Moravia canción italiana, o el darse cuenta de que para una determinada obsesión narrativa la novela negra tiene una poética creada que le va bien. Ahí está el caso de Graham Greene, cuyas obsesiones sólo las puede escribir en plan novela negra. Sciascia quiere hacer novela política para describir el juego de una política como la italiana, en la cual no sabes dónde empieza la mafia y acaba la política, y a raíz de eso usa unos tics narrativos y una atmósfera de novela negra. Hace un desguace del modelo y lo utiliza con un propósito determinado; eso me parece totalmente legítimo. Lo que menos aceptaría sería la prepotencia, el hacerlo desde la otra potencia; aquí durante una época cuando un autor de pronto quería escribir una novela negra para demostrar que él también podía hacer eso, la crítica para justificarlo decía: “es una novela negra pero invertida”, para salvarlo de la hoguera de la paraliteratura. Recuerdo cuando Juan Benet publicó El aire de un crimen desconcertó a la crítica y todo el mundo decía, “bueno, sí, es una novela policíaca pero no lo es, porque tal y cual”.

Se ha dicho que parte de la mejor novela negra que se publica en el mundo está escrita en español y/o en España, a la vez que parte de la mejor novela actual española es negra. ¿Está Ud. de acuerdo con esto?
—En España habría que separar un sector de autores que para conseguir unas pautas de novela-crónica y de discurso realista se han acercado y han utilizado elementos de la novela negra, y eso impregna a autores muy diversos y muy difícilmente clasificables como Juan Marsé o el mismo Mendoza. Otros autores nos acercamos mucho más a la frontera del género, se ve mucho más parentesco quizá con un propósito instrumentalizador del género, y hay otros que tratan de hacer el género a la española con muy diversa fortuna, dos o tres con mucha, como Juan Madrid y Andreu Martín, que son los que a mí me parecen más químicamente puros novelistas negros y han conseguido espléndidos resultados. Si se analiza en detalle cuáles son las raíces literarias de lo que están escribiendo Juan Madrid y Andreu Martín uno puede llevarse sorpresas. Andreu Martín es muy fiel, en su obra se produce un efecto de mímesis bien resuelto; no quiero decir que sea un escritor mimético, sino que toma el género y lo respeta totalmente, incluso rechaza cualquier variedad que no se pueda denominar novela negra; en cambio en Juan Madrid se transparenta la novela negra, evidentemente, el cine negro, pero también está Baroja, la tradición de novela barojiana urbana, no solamente del ciclo de La lucha por Ia vida sino las novelas-crónicas cortas de los años treinta.

¿Cuál cree Ud, que ha sido la aportación de la novela policíaca española pionera de los años cuarenta y cincuenta a la promoción actual?
—Hay un momento a final de los años sesenta en que la generación que ha nacido durante o inmediatamente después de la guerra adquiere esa edad en la cual es inevitable el volver a las fuentes y el tener memoria; después, cuando empezamos a escribir, yo escribo la Crónica sentimental de España, Umbral escribe Memorias de un niño de derechas, Patino hace Canciones para después de una guerra>, Marsé hace unas novelas en las que de hecho recupera los años cuarenta en Barcelona. A veces en ese ejercicio es inevitable recuperar señas de identidad subculturales, en este caso culturales, y hacer un acto de sinceridad contigo mismo, en el sentido de reconocer que de hecho perteneces a Is primera promoción sociocultural que le debe tanto a la cultura noble como a la innoble, que a ti te ha formado tanto Antonio Machín como lo que luego has estudiado en la universidad, o Conchita Piquer, o las novelas de a duro de tiros, o las películas de Gary Cooper, y que son las dos unívocas, y que eso te ha creado una manera de leer, una manera de ver, un sistema de transmisión de emociones. Este volumen de formación cultural que has recibido pero que en una etapa de tu vida incluso has rechazado como un producto malévolo de la conspiración del franquismo en la cultura de masas y la condición de las clases, llega un momento en que descubres que forma parte de tu identidad cultural. Al tener la distancia de la crítica literaria se ve que aquello era subliteratura en gran parte, pero reconoces que de hecho ha influido y forma parte de tus propias señas de identidad cultural.

¿Cree Ud. que esa generación de escritores subliterarios llegaron a crear un público, una profesionalización?
—Evidentemente, crearon un público e incluso consiguieron crearse una fama anglosajonizando sus nombres. Yo leía mucho las noveles del FBI de un tal Alf Manz; cuando tenía doce o trece años mi padre me llevó a un gimnasio de barrio y vi a un señor muy bajito y muy fuerte que estaba subiendo una cuerda y hacía una terapia tremenda; el profesor de gimnasia me dio un codazo y me dijo “Ese es Alf Manz”. Se llamaba Alfredo Manzanares González Ledesma escribió con seudónimo novelas policíacas para Bruguera durante muchos años. Todos ellos escribían bajo un gran complejo de culpa cultural; la justifican ahora por Ia Guerra Civil, la posguerra, que tenían que ganarse las judías; es la misma situación que la de los guionistas de comics que se consideraban que eran intelectuales vencidos por la situación, y sólo después cuando se sintieron arropados por las nuevas promociones que les decían que eso estaba muy bien, se han atrevido a asumir ese pasado.

¿Qué ha aportado el cine de género negro a la literatura policíaca?
 —El dialoguismo, por ejemplo, ha sido muy importante; después la conducta de los héroes, la gesticulación del héroe. Cuando se escriba una historia del comportamiento habrá que analizar coma han enseñado a gesticular Humphrey Bogart o James Dean a toda una generación y en un sentido diferente, o cómo enseñó a gesticular el padre de la serie de Bonanza, cómo los padres de este país, ante esa figura espléndida del patriarca, de una manera inconsciente han imitado la gesticulación, las maneras, etc.; el cine ha educado la conducta, lo gestual, y a la hora de convertir el gesto en lenguaje, en literatura, eso ha sido importantísimo. También habría que investigar cómo el cine traduce el tiempo, la facilidad para dar tiempos, cómo eso lo ha incorporada la literatura, esa necesidad de avanzar, retroceder, jugar con el tiempo dentro del tiempo de la novela.

¿Cree que la novela negra ha logrado ennoblecerse de alguna manera en España y salirse del encasillamiento de subliteratura?¿Cómo le afecta esto a Ud.?
—A mí no me importa demasiado. Yo siempre he defendido que no estaba haciendo novela negra, la novela negra es otra cosa. Andreu Martín hace novela negra, Juan Madrid en parte hace novela negra. Yo creo que la hago más que Mendoza… pero no es por una cuestión de nobleza; a mí me irrita mucho la pereza crítica y las actitudes preconcebidas, y aquí en cuanto pueden clasificar y decir “bueno, esto es novela negra, esto es novela policial” entonces ya hay una manera de tratar ese libro: como a ese niño menor de familia que te sorprende de vez en cuando con algo que no está mal; esa actitud de decir “mira éste que yo pensaba que no podía o no sabía, ha hecho algo impropio de su edad, es maduro para su edad” y eso es bastante irritante. Poco a poco se va demostrando que toda composición literaria es una convención y ahí reside el mérito de la convención, pues además ese género se parece a otro género, es una convención añadida, y la sanción ha de ser a posteriori; nunca puede ser el pretexto antes, sino una vez asumido el texto, que es verdad literariamente o es mentira literariamente. A ese nivel han llegado unos cuantos, pero aún en España eso está por ver, y en Francia tres cuartas partes de lo mismo; lo que ocurre es que aIIí hay un público arropador mucho más importante, hay críticos especializados espléndidos, y ahora están traspasando la barrera. Para mí fue una sorpresa que publicasen la crítica de la traducción de Los pájaros de Bangkok al francés en la primera página del cuaderno literario de Le Monde, lo cual indica que hay un cierto cambio de actitud.

¿Encuentra Ud. algunas características especiales en la novela negra española que la diferencien del resto?
—Es una novela basada en una pulsión, racionalizada o no, por parte de determinados autores de recuperar la posibilidad del discurso realista, y en cierta medida se ha de explicar por las claves internas de la evolución de la novela española. Aparece de repente esa explosión en la crisis del realismo social a comienzos de los sesenta, le sigue el bandazo de una literatura ensimismada que desprecia el argumento, el tema, los personajes, que desencadena la masa verbal y lo importante de la novela pasa a ser el experimento lingüístico; incluso alguna novela es aideológica, apolítica, ahistórica. Eso se convierte casi en una pesadilla estética y hay una reacción en busca de una literatura que cuente cosas, que necesita argumento, trama, intriga, y eso lo resuelve mejor una novela de estructura policíaca. Las novelas de Marsé, por ejemplo, siempre se basan en una investigación, hacia adelante o hacia atrás, aparezca o no aparezca la policía, sea un hecho estrictamente de memoria o un hecho criminal; generalmente siempre aparece la muerte ligada al hecho sociológico criminal porque había necesidad de retorno a una literatura de argumento y que hiciera posible y verosímil un discurso realista después de las quiebras de todos los realismos; en ese sentido la novela negra viene como anillo al dedo, te resuelve ese problema, incluso el de la distancia crítica con la realidad, el del voyeur, el de quién ve eso, con la distancia de un merodeador, el tipo sociológicamente fronterizo, psicológicamente atípico, y por eso en España la renovación o recuperación de la novela realista está emparentada con la aparición de esa novela policíaca o seudopolicíaca.

¿Ud. cree que se puede hablar de una escuela de novela negra en España?
—No, y basta ver lo que se está escribiendo, lo que hace Juan Madrid y lo que hace Andreu Martín, Pérez Merinero, lo que hace la gente nueva que está saliendo, Juan Muñoz. Hay en todos ellos actitudes que denotan que son españoles, que se notan en cómo se sitúan frente al referente y cómo pretenden incorporar lo indígena, lo que lo hará creíble aquí, los esfuerzos de adaptación, pero tratan de hacer verosímil una tipología que es de aquí, y que tienen que envolver en un marco de aquí. Glorifican el referente cada uno a su estilo.

¿Hasta qué punto cree que la tradición de la novela negra en catalán ha podido influir en los actuales novelistas españoles del género?
—No creo que haya influido casi nada porque Pedrolo hace un tipo de novela de costumbres muy vinculado con la sordidez de la ciudad en la posguerra, que no tiene apenas influencia sobre los novelistas en catalán, y que los novelistas en castellano no apreciaron demasiado. La experiencia de Jaume Fuster se parece mucho a la mía y es casi contemporáneo, comienza en el 73. No creo que aquí haya habido tampoco influencia. Más bien, en el caso de Fuster, es fruto de una atmósfera similar, coincidencia cultural, más que juego de influencias.

¿El cambio o evolución de un tipo de novela como Yo maté a Kennedy a Tatuaje es sintomático de una manera diferente de plantearse el hecho de novelar coincidente precisamente con la crisis del experimentalismo y la recuperación del realismo?
—Sí, Yo maté a Kennedy está escrito desde un cierto escepticismo sobre la posibilidad de escribir novelas. No hay que olvidar que nosotros ya decíamos en los años sesenta que la novela se había terminado, se había desarrollado hasta Joyce y Proust la lógica de la novela burguesa y luego había venido el realismo socialista para intentar invertir el sentido de la utilización del instrumento; eso había fracasado, y el resultado era que la novela era un género ligado a la burguesía y estaba muerto. Evidentemente no era cierto, pues ese cadáver gozaba de buena salud. Estuvimos forcejeando con el cadáver, tratando de ver qué se hacía con él. Yo hice un tipo de novela experimental, lúdica, polisémica, intentando una burla de la novela, una ruptura constante del esquema narrativo, de la unidad narrativa, incluía poemas, unas reflexiones incluso teóricas, pero en la obra apareció un hallazgo: el de quién contaba eso, quién era ese personaje; y era un personaje de novela negra, aunque no estuviera como tal en Yo maté a Kennedy, cuyo comportamiento y tics eran voluntariamente cinematográficos, igual podía hablar como Gene Kelly en un momento determinado de la novela como podía comportarse como Humphrey Bogart o un siniestro matarife, y allí surgió la idea de convertirlo en un detective privado para poder hacer esa novela-crónica que me interesaba desarrollar.

¿Habría también interés por llegar a un público más amplio?
 —En absoluto, porque Tatuaje lo edité (unos 1.500 ejemplares) en una colección de un amigo mío (es lo peor que puedes hacer para conseguir público). Lo que sí fue un ejercicio rudimentario para ver si daba el salto fue presentarme al Planeta con Los mares del sur, pero hasta entonces lo hice sinceramente porque me divertía sin ningún otro propósito. Y en España es falso que la novela negra tenga mucho público; yo lo tengo porque el público no me ha considerado como novelista de novela negra y porque he ganado el Planeta.

¿El resultado de Tatuaje fue una feliz casualidad o un esfuerzo planificado consciente?
—No, Tatuaje fue una broma. una apuesta etílica después de una cena con el editor de casi todos mis libros de poemas, Pepe Batlló, y otro más. Desde hace muchos años lanzo, de vez en cuando una boutade diciendo que los valores literarios son convencionales, que por qué es mejor Unamuno que Mika Waltari o por qué dice la gente que Hemingway es mejor que Gore Vidal. Sé que es una exageración y lo hago para irritar y provocar; pero de pronto dije “bueno, pues muy bien, poneros todos a hacer novela policíaca y dejaros de esas novelas en las que vuestros personajes son hasta incapaces de subir una escalera o de abrir una ventana” y me dijeron que por qué no hacía yo una novela policíaca; “yo hago una novela policíaca en quince días” dije; me encerré quince días, escribí Tatuaje, —se nota que está escrita en quince días— y así empezó el asunto. Al acabarla me quedé tan contento del resultado, reconociendo todas las limitaciones, que programé una serie, y presenté el proyecto a un editor: “Quiero escribir unas diez novelas policíacas, tengo los argumentos desarrollados, más o menos van a ir por aquí, y se van a parecer a ésta pero voy a cambiar cosas. Se lo enseñé a Lara, y éste me dijo que me olvidara, que eso no iba a tener ningún éxito.

—La memoria del pasado por una parte, y la búsqueda de un paraíso soñado ideal aparecen como dos claves repetidas en su obra, traspuestas de alguna manera en las figuras arquetípicas del perseguido y perseguidor en la figura de Carvalho. ¿Pueden estas figuras verse encarnadas en sus novelas en la misma persona de Carvalho, ser a la vez víctima y perseguidor? —Ese juego es constante y la propia esquizofrenia ideológica del personaje que sea de la CIA y del Partido Comunista, esa brutalidad que en algunos momentos le puede aflorar, y en otros momentos ser todo lo contrario, forma parte de esa dualidad, que suelo comprobar en el comportamiento de todo el mundo, en la propia existencia de lo real; lo que ocurre es que se ha de tomar partido en un momento determinado entre un término y el otro y decantarse hacia el uno o el otro, hacer un esfuerzo cultural espontáneamente en un sentido u otro, pero en todo momento las dos posibilidades están ahí.

¿Por qué le dio el nombre de Carvalho?
—Primero pensé ponerle un nombre en gallego, pero luego decidí que eso podía ya rizar el rizo, respecto a la parodia distanciadora que quería hacer con Tatuaje. Entonces le hice gallego pero con apellido portugués; le puse el apellido en portugués porque en gallego es Carballo. En alguna de las novelas lo he explicado: el padre de Carvalho estaba tan hastiado de ser español que se cambió de nombre, y ya está y ahí queda, y si les gusta bien y si no también.

Las comilonas de Carvalho se pueden entender como una especie de rituales de arraigamiento en las tradiciones ancestrales puras que aún tienen el valor de ser auténticas (de la tierra, no adulteradas), y es un desafío al mismo tiempo al colonialismo de la hamburguesa y de la pepsi-cola. Simultáneamente, dentro de la novela funcionan como válvulas de escape del personaje o tiempo de reflexión. ¿Es ése su propósito?
 —Es eso exactamente, ese es el papel que cumplen. Ayer di precisamente un coloquio en Alicante y al preguntarme alguien sobre eso le dije que si la literatura ha de servir para algo gracias a mis novelas muchas personas han aprendido a guisar los spaguettis al marisco; incluso me los encuentro por ahí y me dicen “hice la receta de tal novela y me salió espléndida”; la literatura por fin sirve para algo. La visión que tiene es correcta; es una seña colectiva de identidad de Carvalho; su paladar es un paladar popular; de vez en cuando hace una escapada a otra cultura porque está ahí. Es un tiempo de reflexión, en general él cocina cuando está bloqueado; cocinar de noche requiere siempre el elemento mayéutico, es cuando llama al gestor para que venga a hablar con él, hace el juego mayéutico de un Doctor Watson y un Sherlock Holmes; y de hecho es lo que podría hacer Sherlock Holmes al tocar el violín, tomar droga o fumar en pipa.

Otra de sus constantes, la quema de los libros, asociada tradicionalmente con la intolerancia y la estrechez de miras del poder, es un acto desafiante contra la cultura oficial, contra cierto tipo de intelectualismo, quema que sintomáticamente ha ocurrido en nuestra literatura desde Don Quijote a Don Julián. ¿Cómo se justifica esta hazaña violenta?
—Las historias de la literatura suelen estar escritas con bastante saña y en la historia de la literatura española hay peleas entre poetas utilizando justas poéticas y no sólo poéticas; a veces el mamporrazo limpio ha sido corriente. De manera similar a los mafiosos, es la misma agresividad que tienen los economistas cuando se intercambian puyas en congresos o ponencias. Yo lo utilizo a veces como agresiones a un tipo de literatura que me ha irritado, o a una corriente de pensamiento español, que ya llamo la “españología”, tipo España como problema o compañía. A veces es también un guiño al lector y a veces una pequeña venganza personal. Es el caso de una antología de poesía amorosa; como los antólogos habían tenido el mal gusto de no incluir ningún poema mío me indigné tanto que quemé el libro. Hay distintos niveles, pero en general hay un ajuste de cuentas y más que al autor en concreto, a la beatería en torno.

¿Puede ser también dentro de la novela un ritual dentro de otros rituales, (quema de pasado, la cultura)?
—Sí, y a veces Carvalho reflexiona después sobre eso y da una explicación muy culta diciendo que se venga de que la cultura no ayuda a vivir. Es un hombre ibérico, en un momento determinado todo lo fiaba a los libros hasta que descubrió que tenía que conformarse con la verdura y los libros no le servían, o le servían como filtro muchas veces. Claro que llevar ese juego hasta ese punto sería caer en un aculturalismo casi parafascista, exagerar los valores vitales en contra de los culturales.

Como en casi toda la saga o serie llega un momento en que ya se siente el cansancio del mismo personaje y se avecina el final de sus aventuras. ¿Comparte Ud. ese cansancio por lo serie? ¿Está ya agotado el filón de Carvalho?
—El cansancio de Carvalho, que es evidente, está condicionado por una servidumbre: es un personaje que tiene un tiempo narrativo, un tiempo histórico y un tiempo ideológico. La serie constantemente está connotada por lo que pasa fuera, y por lo tanto la vejez del personaje es más ostensible que en las novelas donde está en un vitrina y puede tener cuarenta años durante cien. Carvalho no; Carvalho va envejeciendo y una de sus obsesiones es la vejez y la decrepitud constante. Eso hace que yo condenara a muerte la serie desde el comienzo. Es imposible que Carvalho siga investigando cuando tenga sesenta años. Yo concebí la serie limitada. De mi proyecto inicial me quedan dos novelas largas y ahora estoy publicando relatos que escribí para una serie lamentable de televisión. Quedan dos novelas: El delantero centro fue asesinado al atardecer y El premio, que en cierta manera cierra el ciclo porque es el asesinato de un editor en el momento de conceder un premio literario, una pequeña broma al Planeta. Después quiero escribir una última, más adelante, que será como la traca final de la serie y se llamará Milenio; será un homenaje a La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne, realizada por Biscuter y Carvalho, y ahí se producirá el desenlace de la historia, y eso será todo.

¿A pesar de la purificación y regeneración del balneario, no se le pueden conceder otros diez años de pecado a Carvalho?
—No, porque volverá a caer en la tentación y no se salvará. El balneario me lo planteé como una reflexión moral sobre el ingreso de España en Europa y sobre sus consecuencias. Me di cuenta que ahí hay una ironía sobre el propio Carvalho y su estilo de vida.

En El balneario las obligatorias escenas de novela negra (las persecuciones, el ataque a la cocina) tienen un matiz absurdo que las acercan casi al surrealismo.
—En parte es así, pero también creo que en esta novela no se puede huir del marco general del balneario; en un momento determinado hay una conciencia de que vivimos en un balneario privilegiado, en la zona del mundo que se beneficia de unas claves de opulencia y bienestar sin pegar un tiro. Ni siquiera puedes hacer de gendarme como en esas películas norteamericanas; vivimos en un balneario y todo lo épico se resuelve en clave de parodia o en clave de sucedáneo, lo épico de la vida del fútbol, si eI Nápoles gana al Ajax o el Barça, el grupo armado del nacionalismo cataIán, a la Real Sociedad o al BiIbao, salvo cuando aparece la excepción del terrorismo que rompe esa calma y destruye el orden del balneario. Forzosamente, mientras no pasa eso, todo es paródico, el soldado si puede se va con una imagen de guerra triunfante y humorística.

¿Por qué cree Ud. que apenas se ha tocado el tema del terrorismo en la novela policíaca española?
—Yo creo que porque aún no se ha digerido suficientemente; aún en la conciencia del escritor español sigue siendo demasiado culpable la policía y el aparato represivo; es muy difícil disponerte a escribir algo sintiendo simpatía por el aparato represivo; tendrías que elegir, que sancionar “éste es bueno, el otro es malo” y eso todavía suscita alguna reacción.

¿Cómo se puede conjugar una novela claramente desmitificadora de valores recibidos e ideologías, impregnada de escepticismo e incluso cinismo, con los dogmas del materialismo histórico?
—Bien, yo creo que si el materialismo histórico tiene en estos momentos alguna influencia real y alguna posibilidad de servir para algo es precisamente en lo que menos pueda tener de dogma y en lo que más pueda tener de un diagnóstico ya comprobable, empírico. El materialismo histórico
—ya nos metemos en el terreno de lo dialéctico— en un momento determinado da explicación a lo que es evidente, un desorden determinado causado por unos elementos determinados, y diagnostica el sentido histórico, es decir, el viaje histórico que ha llevado a ese desorden, y explica por qué se ha producido. Yo creo que aún estamos moviéndonos dentro de ese marco, lo que ocurre es que no estamos moviéndonos como en el momento del diagnóstico. En aquel momento el diagnóstico puede ser confundido con un dogma; después de eso han pasado 140 años y todos los términos que se mueven dentro de él se han resituado: el capitalismo ya no es el mismo, ya se ha vacunado, muchos de los hijos de los capitalistas han sido marxistas en una época de su vida, luego han vuelto a la casa del padre y le han prestado el lenguaje. Eso ha producido cambios tremendos. El hecho de que lo que era una teoría fuera convertido en práctica en un lugar determinado del mundo y en cierto sentido haya inutilizado el modelo, eso también ha repercutido enormemente. El materialismo histórico es una descripción determinada de la evolución de la Historia que genera unas contradicciones determinadas dentro de las cuales aún nos encontramos. Pero evidentemente lo que sería un error ahora es tratar de aprendeherlas con mecanismos lingüisticos, veracidades y comprobacionesS del XIX. Es ahí donde sería un discurso totalmente retórico, una obra retórica que no serviría absolutamente para nada, o abundar en lo que ha sido durante una época una religión, unas verdades reveladas.

¿No resulta un poco paradójico el hecho de que siendo uno de los temas de sus novelvas las mil y una formas en las que se disfraza el neocolonialismo, sobre todo de Norteamérica, haya escogido o jugado precisamente con la fórmula de la novela negra, típicamenle americana?
—No, es que yo creo en la colonización. Depende de con qué te colonizan. Si te colonizan con Moby Dick y con las novelas de Hemingway y los pantalones tejanos, y un cierto sentido de la vida, por ejemplo, el de la cultura liberal norteamericana tradicional, seguramente me colonizan inmediatamente; ese tipo de colonialismo no me afecta. No creo en las culturas que defienden la pureza viriginal, eso no sirve absolulamente para nada. Sin embargo, hay que distinguir a veces entre cuando te están sodomizando sin que te guste y lo asumes, y cuando un ejercicio colonial se utiliza para someterte a la condición de pieza de un sistema, y no precisamente la mejor pieza que va a tener el papel privilegiado dentro del sistema. Ante eso hay que oponer una defensa y aceptar la vindicación de canales identificadores propios, pero no de un sistema cerrado de identificación en que no pueda penetrar nada. De hecho todo este tipo de penetraciones tienen un filtro tremendo que es Ia realidad propia de cada país. La realidad es un movimiento educador tremendo y lo hemos subestimado muchísimo. En la época en que me dedicaba a teorizar sobre los medios de comunicación yo era un poco catastrofista en el sentido de que la televisión lo cubría todo, de que nos comían el coco, y es cierto, nos lo comen, hasta que la realidad hace insoportable la mentira, se produce la quiebra y no hay televisión que pueda falsificar eso.

¿Pretenden sus novelas ser una llamada a la colectividad, poner sobre aviso de los peligros que la amenazan?
—Creo que se puede hacer literatura de mensaje, ideológica o testimonial, siempre que sea literatura y que los valores ideológicos, la bondad ideológica de las mismas intenciones no sean valores en sí mismos que salen de esa obra. Forzosamente tiene que introducirse en la obra el artificio y entonces las ideas no son inocentes jamás, están literaturizadas. Por lo tanto la sinceridad es relativa. Has tenido tiempo para escribir eso y eliges las palabras que van mejor para venderlo, para apuntarlo o literaturizarlo. Siempre hay un juego de artificio y de metamorfosis. Se puede hacer literatura de ideas y también se puede hacer literatura pretendidamente no-de-ideas, que siempre tiene ideología, y se puede hacer una literatura de un sentido y otro; se puede hacer buena literatura formalista y no solamente formalista y luego hay una literatura con una voluntad histórica. No se puede privilegiar a una en relación a la otra, y por lo tanto si de una obra se saca una conclusión histórica y si eso se propone e influye, pues no se puede desdeñar; ahora, tampoco puedes convertirlo en el sine qua non, en un código dogmático: “la única literatura buena es la que transmite mensajes y la que ayuda a que la gente sea mejor.

¿Lee Ud. novelas policíacas negras?
—No mucho. Leo lo que sale por aquí, he leído todo de lo que hemos estado hablando, me interesa mucho el norteamericano Simon; de los franceses me interesó, porque decían que se parecía a lo que yo hacía, Leo Malet, un hombre ya mayor que había sido poeta surrealista y se me parecía en esa rareza. Leí a Scerbanenco; es muy curioso pero no me gusta nada. No soy un fanático ni un adicto del género.

¿De las novelas de la serie Carvalho, cuál le satisface más?
—Hay algunas que yo defiendo mucho por las tremendas dificultades literarias que me plantearon, por ejemplo, Asesinato en el Comité Central, una novela muy difícil, como toda novela en la que lo ideológico es más descarado. Como novelas conseguidas hasta cierto punto en que hay una mayor unidad de todos los elementos, a mí las que más me convencen son Los pájaros de Bangkok y La rosa de Alejandría. Quizá reflejan una seguridad en mí mismo, una mayor tranquilidad, y el no sentirme tan condicionado por una serie de elementos.

¿Cómo ha sido recibida su obra en el extranjero?
—Hay que entender que en el momento en que yo empecé a escribir, a publicar de una manera sistemática, el descrédito de la literatura española en el exterior era total. La literatura española siempre ha tenido muy mala proyección hacia el exterior y en la época de Franco hubo un cierto acercamiento hacia los escritores antifranquistas, más por lo que tenían de toreros que desafiaban al toro que por ellos mismos. Luego en el mercado de la beneficencia revolucionaria España bajó enteros frente a Vietnam, Uruguay, Chile, etc. Resultaba mucho más morboso el escritor de protesta uruguayo o vietnamita que no el español, ahí se produjo un vacío de conocimiento total. También da que pensar que La regenta de Clarín se acabe de traducir por primera vez al sueco, y un poco antes al inglés. Son aquellos autores que habían ganado la plataforma de París, el caso de Juan Goytisolo, o los que ya eran emblemáticos, el caso Cela, los que se traducen. Por la vía poética, los que pertenecen al 27, a la generación de la diáspora, y a lo que queda aquí del 27, como Aleixandre. Ahora lo que se ha traducido al extranjero apenas es nada. A mí se me traduce al francés por una auténtica casualidad, porque una alumna de literatura española tradujo como ejercicio escolar Los mares del sur; un editor que empezaba en París, y por lo tanto jugaba bien poco, la editó con muy poco éxito de crítica; esa novela se vendió a montones en las estaciones a precios de saldo y un día pasó por allí, como en las películas, un crítico que la compró para el viaje en tren que tenía que hacer y la leyó; este hombre es Legrain, un crítico francés de mucho prestigio en el terreno de la novela negra. Él la presentó por su cuenta y riesgo al Premio Internacional de París y lo gané; eso fue todo. A partir de ahí empezaron a traducirme al francés, luego vino el alemán, el italiano, el japonés, el inglés, el danés, el griego, el portugués y ahora el serbocroata. De hecho mi carrera “internacional” comienza en 1981. Hasta entonces me habían traducido un poema en una antología de poesía española, un libro sobre la información al portugués, el Manifiesto subnormal al italiano, en una extraña editorial anarquista y supongo que lo leerían cuatro o cinco. A partir de ese momento el despegue ha sido muy espectacular; en seis años prácticamente se me ha traducido a casi todos los idiomas, lo cual es muy sorprendente, porque las claves son muy locales, los puntos de referencia son barceloneses en muchos casos, y las referencias al pasado español son constantes. La crítica que he recibido en Italia, Alemania o Francia me parece mucho más carente de prejuicios que la que recibo aquí. Me ha ratificado aquello que se decía “para que te puedan leer fuera has de hablar de lo tuyo”, ya desde el Quijote.

¿Cree Ud. que los días de la novela policíaca están contados?
—No, yo creo que la novela policíaca como género tiene tanto futuro como la zarzuela o la ópera italiana. Lo que más me interesa es lo que ya empieza a no ser género siendo aún reconocible como novela negra. Eso es patrimonio literario; me interesa muchísimo el derivado Le Carré, el derivado Graham Greene, Sciascia, Heinis, porque eso es algo que con el tiempo se verá que es un patrimonio cultural que dan los años veinte y vivifican y regeneran una posibilidad determinada de novela. Lo mimético me interesa mucho menos, aunque a través de lo mimético se pueden hacer cosas espléndidas, evidentemente. Por ejemplo, en la tradición de la novela de amor, llega un momento en que Love Story no añade absolutamente nada nuevo; son sólo unos tics, pero el autor consigue algo magistral sobre el fondo de unas convenciones y una fórmula. Por eco la novela policíaca puede llegar hasta dentro de cinco siglos. A mí no me interesa eso. Me interesa el género como punto de partida y su violación, la posibilidad de poder violar el género como referente.

 * * *

viernes, 16 de noviembre de 2018

La metáfora del peral

La realidad es muy compleja. La persona es muy compleja. La historia es muy compleja. Y nuestros juicios sobre ellas suelen ser, frecuentemente, muy precipitados y muy simples. Por no decir simplistas. Unas veces por precipitación en el análisis, otras por ignorancia supina, algunas por pereza clamorosa y muchas por interés o por malicia. No es fácil comprender con profundidad a una persona, aunque ella quiera expresarnos cómo es. El ser humano es insondable. Porque depende del estado de ánimo que tenga al describirse y de la impresión que quiera causar en quien escucha. Tampoco sirve de forma plena observar durante un rato. Porque la persona puede esconderse y porque va cambiando sin cesar. El curso de la vida es largo y tortuoso.

He leído, al respecto, una de esas historias de autoría anónima que circulan por la red (hay que ver cuánta sabiduría, cuánto ingenio, cuánta información que casi nos avasalla a cada instante) y que no sabe uno muy bien como citar. Porque son historias de todos y de nadie en particular, aunque alguien habrá sido el primero en plantar esa idea que luego se va modificando y recreando a gusto del consumidor. Yo mismo la contaré a mi manera, no como la he leído recientemente.

La historia cuenta que había un hombre que tenía cuatro hijos. Y quería enseñarles a no juzgar las cosas y a las personas de manera simplista y precipitada. Así que les mandó hacer un viaje largo para que observasen un antiguo peral que estaba plantado en un huerto lejano, propiedad de su padre y abuelo de sus hijos.

Deberían realizar el viaje en tiempos diferentes para contemplar el peral. El primogénito en invierno, el segundo en primavera, el tercero en verano y el benjamín en otoño. Cuando regresó el último, los reunió a los cuatro y les dijo que contasen en su presencia, uno por uno, delante de los hermanos qué es lo que habían visto.

El primero dijo que el árbol parecía muerto, que estaba torcido y feo, que no tenía ni una hoja y que daba toda la impresión de que estaba seco. Una pena.

Los otros hermanos escucharon atentos y sorprendidos. Contrastaban en sus mentes la imagen que su hermano había descrito con la que ellos mismos habían visto

El segundo hijo dijo que el peral estaba lleno de brotes verdes y que sobre él se posaban los pájaros llenando el ambiente de trinos felices. Todo eran promesas en el peral.

El padre asintió, dio las gracias a su hijo segundo e invitó al tercero a comunicar su experiencia. Dijo seguidamente que el peral estaba lleno de flores y que era el espectáculo más hermoso que había visto nunca. Una belleza que suscitó en él una enorme alegría.

Enseguida intervino el más pequeño de los hijos, que había contemplado el peral en otoño. Y lo hizo para decir que el peral estaba cubierto de peras maduras, una de las cuales probó, encontrándola deliciosa. El peral estaba lleno de vida y de abundancia. Él había sentido una enorme satisfacción al verlo cargado de tantos y tan sabrosos frutos.

Todos intuían lo que su padre había pretendido. Y, en efecto, éste lo fue explicando a los cuatro con palabras sencillas y sinceras. Les dijo que, aunque sus relatos eran diferentes, todos ellos tenían razón. Como habrían supuesto, cada uno había contemplado el mismo peral solamente en una temporada, exclusivamente en una estación.

Los hijos escucharon atentos mientras el padre añadía que no se puede juzgar a una persona por una sola estación de su ciclo vital. La esencia de un ser, la alegría, la sabiduría y el amor que provienen de esa persona solo se puede ver en conjunto, teniendo en cuenta todas las peculiaridades. Si solo nos fijamos en una, tendremos una concepción si no equivocada por lo menos parcial, no completa, no rigurosa.

La historia compartida que os he pedido que vivierais tiene también aplicación a vuestras propias vidas. Si uno de vosotros se rinde durante el invierno, si se queda atrapado en el frío y en la parálisis de la savia, perderá la promesa de la primavera, arruinará la floración del verano y los frutos del otoño. No se debe aceptar que la decepción o el dolor de una temporada destruya la alegría de todo el resto.

En la vida diaria juzgamos las acciones y las intenciones de las personas en función de apariencias limitadas, breves y superficiales. Limitadas en el contenido, breves en el tiempo y superficiales en la profundidad. Es probable que no conozcamos muchas dimensiones necesarias para formular el juicio. Si volviéramos a ver a la persona horas, o días, o meses después, si hablásemos de nuevo con ella, si contemplásemos más facetas de su vida, es probable que ese primer juicio se viera modificado.

Los juicios mal formulados pueden herir a los demás y enturbiar las relaciones. ¡Qué prisas tenemos a veces! ¡Qué ganas de llegar a una conclusión que intuimos o deseamos! Pero sin fundamento, sin rigor, sin tener en cuenta las exigencias del respeto a la dignidad que exige el hecho de ser persona.

Hay que tomarse un tiempo para escuchar, para observar y para pensar. Así nos gustaría que se articulasen los juicios que otros formulan sobre quiénes somos y qué queremos. Con fundamento, con rigor, con respeto.

La metáfora del peral es clara, sencilla y elocuente. Se trata del mismo árbol, de la misma realidad. Cada hijo ve un árbol diferente porque tiene muchas caras, muchas formas de manifestarse. La historia tiene muchas otras aplicaciones. Pienso ahora, por ejemplo, en el diagnóstico que se emite de los alumnos a través de pruebas que se hacen en un momento determinado y que se interpretan luego como una descripción definitiva, permanente y casi infalible.

Pienso también en las entrevistas de trabajo, que establecen una imagen del individuo a través de las observaciones y de las respuestas a las preguntas que el empleador hace en unos minutos tan sometidos a la presión de las expectativas.

¡Qué decir de los juicios de valor que se hacen sobre una personas a través de un solo hecho, de una sola experiencia! Alguien que roba una vez es calificado de ladrón y es juzgado de forma holística sobre cómo es, aunque solo se conozca de él ese hecho. Vale también esta observación para hechos de signo positivo. Por una sola acción generosa o heroica se hace un juicio generalizado y definitivo de una persona. Deberíamos ser más exigentes, más cautos y más respetuosos en la elaboración de juicios sobre las personas. Eso dice la metáfora del peral.

jueves, 15 de noviembre de 2018

¿Qué empresas usaron a esclavos del franquismo?

eldiario.es

La dictadura franquista usó a más de 400.000 presos políticos como trabajadores forzados

El franquismo llegó al extremo de usar presos políticos como esclavos. Fiel a la explotación económica de los vencidos como "botín de guerra". Había que "reconstruir" el país y... ¿qué empresas emplearon mano de obra gratuita durante la dictadura? La iglesia, el ejército sublevado e instituciones públicas. Pero no sólo. Entidades privadas de casi cualquier sector se beneficiaron del empleo de más de 400.000 reclusos en régimen limítrofe a la esclavitud. Algunas cotizan hoy en el IBEX 35, herederas de aquellas actividades primigenias o extirpadas de su germen económico.

Para sortear la muerte por hambre o enfermedad, plato diario en las cárceles franquistas, incluso había detenidos que solicitaban su traslado a batallones de trabajadores forzados. Banús Hermanos, San Román, Huarte, Agromán o Dragados y Construcciones. Estas compañías, y otras muchas, aprovecharon la oportunidad que ofrecía el entramado diseñado a lomos de presidiarios "para alzar sus imperios económicos durante la dictadura franquista". Unos redimían condena, otros obtenían réditos de otro modo impensables. Así reza en el marco de la querella argentina que María Servini de Cubría instruye desde el Federal 1 de Buenos Aires, a denuncia del grupo de trabajo Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía (RMHSA) de CGT. Y en la ley andaluza de memoria, que plantea hacer a estas y otras muchas empresas "copartícipes" de la "reparación" de esas víctimas.

"Botín de guerra" para los golpistas
"Ferroviarias como Norte, MZA, Renfe, constructoras como Entrecanales, San Román, Huarte o Banús, mineras como Duro, Babero, transformadoras de metales como Babcock & Wil cox, Astilleros de Cádiz, La Maquinista Terrestre". Una relación que el director científico del proyecto Todos (…) los nombres, José Luis Gutiérrez Molina, completa con "órdenes religiosas, ayuntamientos, confederaciones hidrográficas y diversas administraciones de Justicia o gubernativas". "¿Números? Más de 400.000 presos susceptibles de ser utilizados, en Andalucía más de 100.000", enumera. Los derrotados, "botín de guerra" para las fuerzas golpistas.

Eran "trabajadores, jornaleros y campesinos", en gran parte, y debían cargar con el "esfuerzo de la reconstrucción" del país. Una tarea abierta hasta 1956 que el coautor del libro El Canal de los Presos. Trabajos forzados: de la represión política a la explotación económica cuantifica en "al menos 800 millones de euros". "Desde el pequeño taller a la gran industria vasca, catalana o andaluza –cuenta Gutiérrez Molina–, no hubo sector industrial, comercial, agrario o de servicios que no contara, en mayor o menor número, con trabajadores esclavos".

El anteproyecto de Ley de Memoria Democrática de Andalucía señala (artículo 19): "Reparación por trabajos forzados. La Administración de la Junta de Andalucía impulsará actuaciones para hacer copartícipes de las medidas de reconocimiento y resarcimiento a las organizaciones que pudieron utilizar los trabajos forzados en su beneficio". El Gobierno autonómico, con el nuevo marco legal que reconoce la mano de obra esclava en trámite, no desvela aún cómo motivará la participación de las empresas implicadas.

Empresas implicadas que no reconocen el "abuso"
¿Quién debe responder por esos delitos? "En el caso de Alemania las empresas pagaron, pusieron la mitad del fondo de indemnizaciones y la otra la puso el Estado", compara el coordinador de RMHSA, Cecilio Gordillo, que declaró por videoconferencia en febrero ante la justicia argentina y sugiere "candidatos a ser convocados por la juez Servini". Caso de "Florentino Pérez, de Dragados y Construcciones (ACS), José Manuel Entrecanales, de Entrecanales y Távora (Acciona), Gonzalo Ferre, de Infraestructuras Ferroviarias (ADIF), Julio Gómez-Pomar, de Renfe y Juan Miguel Villar Mir, de Huarte (OHL)". Actuales responsables de empresas, "o sus antecesoras", señala, que nunca reconocieron el "abuso". Como publicó Financial Times Magazine en el año 2003.

eldiario.es/andalucia se ha puesto en contacto con estas empresas, que han declinado hacer declaraciones al respecto. "No haremos ningún comentario sobre ese tema", una respuesta repetida que se extendió en la mayoría de los casos al momento en que, en teoría, la ley andaluza de memoria les conmine a participar en el reconocimiento a los trabajadores forzados. En ningún caso se negó la participación de las "antecesoras" de estas compañías e, incluso, hubo solicitud de información a este periódico "para conocer un poco más en qué consiste todo eso".

En sectores como la minería y la construcción, los presos fueron "imprescindibles". "El número de pantanos inaugurados por Franco, sin la mano de obra esclava, hubieran sido muchos menos, lo mismo que las líneas férreas, carreteras o aeropuertos", relata Gordillo. Obras, también, como el Valle de los Caídos. Para administrar los campos de concentración convertidos en "empresas de trabajo temporal", el régimen creó –el 11 de octubre de 1938– el Patronato Central de Redención de Penas por el Trabajo (PCRPT).

En su organigrama cabían, describe Gutiérrez Molina, "funcionarios de prisiones, de prensa y propaganda, un eclesiástico, un contable, varios ingenieros, auditores generales de los tres ejércitos y de los organismos públicos que más trabajadores empleaban". Como el Servicio Nacional de Regiones Devastadas, empresas ferroviarias intervenidas, el Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas y la Compañía de Caminos de Hierros del Norte. Por cada día de trabajo, un preso redimía dos de pena. El Estado, que cobraba una cantidad a la empresa beneficiaria, pagaba un jornal –"aunque no siempre cumplía"– del que descontaba la comida y la ropa del recluso.

Empresas que solicitaron trabajadores forzados En Franquismo y trabajo esclavo, una deuda pendiente, el investigador José Luis Gutiérrez Molina expone una relación de 90 empresas que solicitaron y les fueron concedidos penados como mano de obra forzada. Una treintena corresponden a organismos oficiales, once a la iglesia católica, ocho al Ministerio del Ejército y el resto a compañías privadas y una institución benéfica (Fundación Elorz).

Instituciones públicas que usaron presos: Secretaría General del Consejo de Estado, Astilleros de Cádiz, Consejo Superior de Protección de Menores, Sindicato Nacional del Espectáculo, Regiones Devastadas de varias provincias, gobiernos civiles, direcciones generales, ayuntamientos… además, entre otras, de la Fundación Generalísimo Franco y la Jefatura de FET de las JONS en Lérida.

La iglesia reclamó trabajadores esclavos para obras en parroquias, conventos y otros edificios de Madrid, Barcelona, Cuenca, Murcia o Valladolid. Como empresas privadas, aparecen relacionadas con la metalurgia (Múgica, Arellano y Cía., Babcock &  Wilcox, La Maquinista Terrestre y Marítima, Talleres Mercier o Industrias Egaña), la minería (Carbones Asturianos, Minera Estaño Silleda, Duro Felguera, Minería Industrial Pirenaica o Minas de Sillada), la construcción (Sociedad Constructora Ferroviaria o Ibérica de Construcciones y Obras Públicas), agricultura, mecánica, zapatería, espartería y fábricas de muebles, cristal, guantes o alpargatas.

El propio autor, junto a Dolores Martínez, en El trabajo esclavo de los presos políticos del franquismo en Andalucía, repasan los campos de concentración y trabajo instalados en la región, con el número de reclusos que acogieron y las fechas en que estuvieron activos. Además, establecen un listado con la relación de obras en que intervinieron prisioneros, presos y penados en Andalucía entre 1936 y 1956. Una lista casi interminable "que no se ha estudiado a fondo".

Leer también: Investigaciones históricas demuestran que la finca sevillana de Queipo de Llano usó esclavos del franquismo

Fuente:

http://www.eldiario.es/andalucia/empresas-usaron-esclavos-franquismo_0_251975222.html

miércoles, 14 de noviembre de 2018

El proceso de desintegración de Yugoslavia (1991-2001)

Jordi Córdoba
Rebelión

El final de la Primera Guerra Mundial provocó la caída de la monarquía austrohúngara, y vio nacer, entre otros muchos acontecimientos históricos, el Reino de los Serbios, los Croatas y los Eslovenos, que pocos años después se convertiría en el Reino de Yugoslavia. Durante los años 30 el nuevo estado se alió a Alemania e Italia, pero una sublevación de oficiales opuestos al nazismo hizo que Hitler ordenara invadir el país en 1941, situación que fue aprovechada por Croacia, con numerosos simpatízantes del nacionalsocialismo, para proclamar su independencia. La liberación de los territorios ocupados fue encabezada por Josip Broz (Tito) al frente de una guerrilla partisana que se acabó convirtiendo en un gran ejército. Una vez acabada la guerra, Tito triunfó en las elecciones de 1945 con el Frente Nacional, formado por el Partido Comunista y la mayoría de las demás fuerzas que habían participado en la guerra contra el fascismo. “La ‘segunda Yugoslavia’ surgió en 1945 por efecto, ante todo, del éxito militar de la guerrilla partisana durante la Segunda Guerra Mundial. Tal circunstancia tiene su relieve porque se vincula directamente con uno de los rasgos centrales que dieron sentido al nuevo estado: éste no cobró cuerpo en virtud de una imposición exterior —como la que se hizo valer en buena parte de la Europa central y balcánica al calor de la presencia del ejército soviético—, sino que vio la luz de resultas de un proceso autóctono que, inevitablemente, confirió una mayor legitimidad al régimen naciente” (1).

La nueva constitución hizo de Yugoslavia una federación compuesta por seis repúblicas (Bosnia-Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia), con un gobierno federal que tenía como objetivo principal mantener el equilibrio entre todas ellas que, sin embargo, disponían una gran capacidad de autogobierno. En 1948, después de romper las relaciones con la Unión Soviética y con Stalin, Tito lanzó una nueva política económica más descentralizada, con una cierta permisividad hacia la propiedad privada y una apertura al turismo o la emigración, así como un cierto acercamiento a Occidente, si bien se mantuvieron diferencias significativas entre unas y otras repúblicas y entre las zonas urbanos y rurales. La ruptura con la URSS facilitó la búsqueda de nuevas fórmulas de planificación, con un sistema de autogestión consistente en una amplia participación de las asambleas de trabajadores. Una gestión económica que tuvo unos resultados contradictorios, en parte por un exceso de burocracia y una cierta falta de estímulos. Como una nueva muestra de independencia respecto al resto de países del Este, en 1952 el partido dirigido por Tito pasó a denominarse Liga de los Comunistas, y Yugoslavia fue uno de los máximos impulsores del Movimiento de países No Alineados. Sin perjuicio de lo anterior, el estado adoptó, en 1963, el nombre de República Federal Socialista de Yugoslavia.

A partir de la muerte de Tito (1980) la presidencia de la República pasó a ser colectiva, con una rotación anual por parte de un representante de cada una de las ocho repúblicas y provincias autónomas. Sin embargo, en esta nueva etapa se empezaron a poner de manifiesto las tensiones entre los diferentes territorios, al principio especialmente en Kosovo, provincia autónoma que formaba parte de la República Serbia y con una amplia mayoría albanesa. Poco más tarde en Bosnia y Herzegovina, donde se produjo igualmente un gran crecimiento del sentimiento nacional, paralelo al resurgimiento del islam. Sin embargo, las tensiones en la República Federal entre las diferentes etnias o nacionalidades se acentuó a partir de 1987, especialmente por las posiciones maximalistas de Slobodan Milosevic entre los líderes serbios y Franjo Tudjman entre los dirigentes croatas. El deterioro de la economía y la impopularidad de las medidas de austeridad decretadas por el gobierno federal fomentaron el malestar de la población y reforzaron cada vez más los nacionalismos. En 1989 Milosevic, entonces ya presidente de Serbia, suprimió las autonomías de Kosovo y Vojvodina, que a la larga se convertiría en un irreversible salto mortal hacia la desaparición de Yugoslavia. Mientras tanto, y a pesar de su independencia respecto a la Unión Soviética y al Pacto de Varsovia, la caída del muro de Berlín y otros procesos reformistas en los países del Este llevó, en 1990, a la desaparición de la Liga de los Comunistas, que fue sustituida por diferentes partidos y movimientos socialistas o socialdemócratas en las respectivas repúblicas.

Los movimientos nacionalistas en los diferentes territorios incrementaron las movilizaciones, no siempre pacíficas, a favor de reformas económicas y de más soberanía, especialmente en Eslovenia, Croacia, Macedonia y Kosovo, lo que terminó provocando la intervención del ejército federal, de clara mayoría serbia. En 1991, el intento de llegar a un acuerdo para preservar el estado yugoslavo fracasó por la polarización entre Serbia y Montenegro, por un lado, y el resto de las repúblicas por otra, ya que estas últimas se inclinaban por una relación de tipo confederal. Unos meses después, Eslovenia y Croacia se declararon independientes, con un sorprendente y rápido reconocimiento por parte de Alemania y de buena parte de la Unión Europea. Poco después Bosnia - Herzegovina y Macedonia aprobaron igualmente su separación unilateral de Yugoslavia. A pesar de la ofensiva armada lanzada por Belgrado, Eslovenia y Macedonia, donde los serbios sólo eran una pequeña minoría, consolidaron pronto su independencia, aunque los macedonios sufrieron fuertes tensiones con Grecia, por miedo a las posibles reivindicaciones territoriales sobre la región griega del mismo nombre, mientras en Croacia y Bosnia-Herzegovina, se inició una larga guerra civil.

La República Croata sufrió un conflicto bélico de más de cuatro años, básicamente entre la mayoría croata y la numerosa minoría serbia, partidaria de permanecer en la República Federal, y que recibiría la ayuda del Ejército Yugoslavo, una guerra que acabaría con miles de muertos y cientos de miles de desplazados. Por su parte, la también importante minoría de origen serbio Bosnia y Herzegovina intentó igualmente mantenerse unida a Yugoslavia, lo cual llevó de manera trágicamente similar al proceso croata, a una larga guerra a partir de finales del 1991, básicamente entre la mayoría bosníaca-musulmana, liderada por Alija Izetbegovic (durante buena parte la guerra aliada de los croatas) y las milicias serbias lideradas por Radovan Karadzic (en este caso con el apoyo exterior de Milosevic). Durante otra fase del conflicto se produjeron, sin embargo, intensos combates entre los bosníacos musulmanes y las milicias bosnio-croatas, apoyadas por Franjo Tudjman, que causaron también miles de muertos. El sitio de Sarajevo y la matanza de Srebrenica son dos de los más graves episodios de aquel largo conflicto y, en el segundo caso, también un vergonzoso papel de las tropas de las Naciones Unidas, por la inactividad de los cascos azules en aquella tragedia.

En Serbia, el apoyo popular a Milosevic se consolidó progresivamente, mientras en Kosovo el movimiento de resistencia albanés se enfrentaba cada vez con más fuerza a las tropas federales, al tiempo que en Voivodina la importante minoría húngara protagonizaba diversas protestas. En 1995, la deteriorada situación económica, en buena parte provocada por el embargo internacional aplicado por numerosos países, y el callejón sin salida donde había llegado la guerra de Bosnia, así como el posicionamiento de las tropas de la OTAN contra Belgrado y las milicias serbias, obligaron Milosevic y sus aliados serbo-bosnios a cambiar de táctica y aceptar un pacto entre las diferentes partes. Finalmente se materializó en los acuerdos de paz de Dayton (Ohio, Estados Unidos), donde se establecieron las bases para la constitución de un nuevo estado multiétnico para Bosnia y Herzegovina. La nueva república fue formada por dos territorios autónomos, la Federación de Bosnia y Herzegovina propiamente, donde aún hoy conviven bosniacos musulmanes y croatas, y la República Serbia de Bosnia (Republika Srpska), de mayoría claramente serbia. Pero la intervención norteamericana a través de la OTAN en la última etapa de la guerra no fue precisamente altruista. Washington consiguió, entre otros, "despojar a Berlín de sus posiciones adquiridas en la región estratégica de los Balcanes (…) dividir y debilitar a la Unión Europea (…) instaurar a la OTAN como gendarme del continente europeo (…) quitar a Rusia cualquier acceso al Mediterráneo (e) imponer su liderazgo político y militar para las demás guerras en preparación (2)

A pesar de la creciente fuerza de la oposición reformista en Serbia y especialmente en Montenegro, en 1997 Milosevic fue nombrado presidente de la República Federal (de hecho ya sólo constituida por Serbia y Montenegro), pero el Partido Socialista Serbio, sin mayoría suficiente para formar gobierno, acabó pactando con la extrema derecha del Partido Radical. Mientras tanto, en la antigua provincia autónoma de Kosovo, las tensiones llegaron a ser cada vez más fuertes, ante las dificultades de Ibrahim Rugova, líder de la Liga Democrática, de avanzar en la recuperación de la autonomía del territorio mediante la resistencia pacífica. En este contexto surgió con fuerza el Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK), que empezó a emprender acciones militares de gran alcance contra el ejército yugoslavo y la minoría serbia del territorio, a pesar de los intentos de la comunidad internacional para poner paz en el conflicto. El fracaso de las negociaciones y la implicación de los Estados Unidos y otros de sus aliados llevó una vez más a la intervención de la OTAN, con bombardeos masivos en Serbia y Montenegro, ataques que causaron miles de víctimas y destruyeron un gran número de infraestructuras, empobreciendo aún más el país, mientras Milosevic intensificaba su campaña contra las milicias kosovares, hasta el despliegue de los cascos azules de la ONU en junio de 1999, que tomarían la administración provisional. Kosovo no proclamó la independencia hasta unos años después, en febrero de 2008, pero aún hoy es un estado "parcialmente reconocido". Tan solo entre los países de la Unión Europea, Kosovo no está reconocido por Grecia, Chipre, Rumanía, Eslovaquia o España, mientras que en el Consejo de Seguridad de la ONU, al menos Rusia y China vetan su ingreso formal a la organización que es, de facto, el reconocimiento internacional y pleno de la independencia.

Al principios de 2001 comenzaron a evidenciarse también las tensiones entre Serbia y Montenegro. El mes de enero de 2003 los parlamentos de ambas repúblicas aprobaron la constitución de un nuevo estado, con el nombre de Serbia y Montenegro, pero tres años más tarde, en mayo de 2006, más de 55% de la población montenegrina se acabó inclinando por la separación, en un referéndum donde la Unión Europea había fijado un mínimo del 50% de participación y un 55% de votos a favor de la secesión para aceptar el resultado, lo que llevó a proclamar la independencia del país.

El balance final de la desintegración de Yugoslavia fue dramático: Eslovenia se convirtió en un estado independiente después de un breve conflicto armado que costó más de sesenta muertos. Macedonia declaró la independencia sin caer tampoco en una guerra de grandes proporciones, sin embargo unos años después se produjeron conflictos armados con la minoría albanesa, que provocaron más de un centenar de muertos y numerosos desplazados. La secesión de Croacia supuso una guerra civil durante más de 4 años, que provocó entre 20.000 y 25.000 muertos, según diversas fuentes, y cientos de miles de desplazados. La independencia de Bosnia y Herzegovina supuso también más de 3 años de conflicto bélico, y fue la más dura de las guerras yugoslavas, con cerca de 100.000 víctimas mortales. Montenegro se convirtió en un estado independiente sin que se produjeran víctimas en su proceso de separación propiamente dicho, si bien ya había sufrido anteriormente miles de muertos por su larga alianza con Serbia, especialmente durante los bombardeos de las tropas de la OTAN. Por su parte, Kosovo proclamó la independencia en febrero de 2008, después de un conflicto donde hubo entre 10.000 y 15.000 muertos según diversas fuentes y, como hemos dicho más arriba, hoy sigue siendo un estado solo parcialmente reconocido por la comunidad internacional. Serbia, que sigue incluyendo la provincia nuevamente autónoma de Voivodina, es también actualmente un estado independiente, que se recupera aún de las penosas heridas de la guerra. Las cifras de muertos entre los diferentes conflictos oscilan alrededor de 150.000 personas, según diversas fuentes, además de millones de desplazados, y son sin duda los acontecimientos bélicos más sangrientos en suelo europeo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Las guerras de Yugoslavia entre 1991 y 2001 fueron una trágica combinación de factores políticos, ideológicos y religiosos, con algunos rasgos claramente xenófobos, especialmente en Serbia y Croacia. Es un error considerar que se trató de un conflicto entre comunistas y fuerzas políticas liberales, pues los primeros ya casi habían desaparecido en 1991 y los segundos eran entonces extremadamente minoritarios dentro de la vorágine nacionalista. Como es un grave error hablar de limpieza étnica atribuyéndola exclusivamente a los serbios, a pesar de tener estos la principal responsabilidad, ya que diferentes grupos y milicias serbias, croatas, musulmanes y kosovares fueron responsables de graves matanzas, aunque en la mayoría de los casos sin la intervención de los ejércitos regulares propiamente dichos. Una parte importante de los presuntos culpables de crímenes de guerra fueron juzgados por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, establecido en La Haya que, sin embargo, tuvo una actitud especialmente condescendiente con algunos presuntos criminales croatas, y sobre todo con altos responsables de la OTAN, también denunciados por crímenes de guerra. Durante el proceso de desintegración de Yugoslavia se generalizó un ilícito enriquecimiento por parte de las antiguas nomenklatura de todas las repúblicas, paralelamente a la privatización de empresas públicas y a la proliferación de un modelo de capitalismo mafioso. Finalmente podemos decir que todavía hoy en día las relaciones entre las antiguas repúblicas son débiles o en algunos casos casi inexistentes, a pesar de que el largo proceso de acercamiento y adhesión a la Unión Europea (de la que ya forman parte Eslovenia y Croacia), ha propiciado una cierta reconciliación.
Notas

(1) Carlos Taibo, la desintegración de Yugoslavia, Los libros de la catarata, Madrid, 2018

(2) Michel Collon, ¿Cuánto valía Nuestra información sobre la fragmentación de Yugoslavia? Rebelión - 13/03/2006

martes, 13 de noviembre de 2018

Mujeres & Memoria Histórica. Durante la dictadura hubo "'una manada' en cada pueblo" y "ninguna legislación protegía a las mujeres"

Francisca Bravo
https://www.eldiario.es

El curso 'Mujeres, memoria y justicia' trata de forma multidisciplinar la represión desde una perspectiva de género hasta ahora "poco investigada" "Las mujeres no tenían protección, tampoco dentro de sus familias y, además, siguen viviendo entre sus perpetradores, en los pueblos", explican desde la organización

Un trabajo de campo fue el punto de partida para Mujeres, Memoria y Justicia, un nuevo grupo de investigación de memoria histórica que comienza tras conocer la historia de mujeres "rapadas y violadas" en distintas localidades de Castilla-La Mancha. "Y por extensión, en todo el país. Por eso tomamos la decisión de tematizar la situación, y por eso nos ponemos en contacto con investigadoras de otras universidades y crear un centro que dedique únicamente a poner en valor este tipo de cuestiones", explica la presidenta del grupo, María Dolores Martín Consuegra.

Martín Consuegra señala que esta perspectiva no se ha tratado "ni desde los partidos políticos, ni desde las administraciones ni las asociaciones de memoria histórica". "No ha habido líneas de investigación suficientes, ni se ha tratado como debería haberse hecho", explica María Dolores, que recuerda que en su propio pueblo, Herencia, hubo mujeres violadas y ella nunca lo supo. "Yo desconocía que me había criado entre perpetradores y víctimas", reflexiona la investigadora.

A partir de una ponencia en septiembre de 2017, las profesionales comienzan a reunirse para crear este centro de investigación, que a partir de este 5 de noviembre celebran su primer curso denominado 'Mujeres, memoria y justicia. Entre el silencio y el olvido. Los crímenes de género durante el franquismo y su influencia actual", que se impartirá en la Facultad de Letras de la Universidad de Castilla-La Mancha en Ciudad Real hasta el 8 de noviembre y cuenta con el apoyo del Instituto de la Mujer regional.

"El curso pretende otorgar conocimiento sobre la memoria de estas mujeres que, como ha ocurrido con muchos otros acontecimientos, ha sido secuestrada por la transición", explica María Dolores. En este sentido, los tres días se dedicarán a una perspectiva multidisciplinar para profundizar sobre la "represión sexual que sufrieron las mujeres" pero no sólo durante la dictadura, sino también a lo largo de la transición, y sin entrar en lo ocurrido durante la guerra civil. "Hemos descubierto que había una 'manada' en muchos pueblos durante la dictadura, y que no había ninguna legislación protectora ni ningún movimiento social que protegiera a las mujeres".

Igualmente recuerda que "hasta que la ONU establece el Tribunal Penal Internacional para Yugoslavia y Ruanda no existe ninguna legislación que establezca como delito los crímenes sexuales". Esto ocurrió en 1998. "Las mujeres son rapadas hasta los años 50', pero las violaciones se prolongan hasta finales de los años 60'. También está la prostitución forzada por el hambre. Las mujeres no tenían protección, tampoco dentro de sus familias y, además, siguen viviendo entre sus perpetradores, en los pueblos".

La directora del Instituto de la Mujer, Araceli Martínez, participará en la inauguración del curso, que incluirá ponencias como 'Aportes desde la justicia transicional a la visibilización de los crímenes contra las mujeres', de la profesora Elena Laporta de la Universidad Carlos III de Madrid, o tratando también 'La eugenesia criminal de Vallejo Nájera y el trauma transmitido' de la profesora de psicología Esperanza Bosch, de la Universidad Islas Baleares.

Cuatro mujeres rapadas por los franquistas en Oropesa (Toledo) por ser familiares de republicanos / Fundación Pablo Iglesias

Cuatro mujeres rapadas por los franquistas en Oropesa (Toledo) por ser familiares de republicanos / Fundación Pablo Iglesias

Fuente: https://www.eldiario.es/clm/dictadura-manada-legislacion-protegia-mujeres_0_830117868.html