martes, 25 de julio de 2023

"Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos": quién fue Robert Oppenheimer, el arrepentido padre de la bomba atómica



Considerado por muchos como un "genio" de la ciencia, Oppenheimer era también un gran apasionado de la artes y de las humanidades.

Author, Ben Platts-Mills

Era la madrugada del 16 de julio de 1945 y Robert Oppenheimer esperaba en un búnker de control el momento que cambiaría el mundo. A unos 10 km de distancia, la primera prueba de una bomba atómica en la historia, cuyo nombre código era "Trinity", estaba programada para llevarse a cabo en las pálidas arenas del desierto Jornada del Muerto, en Nuevo México.

Oppenheimer era el retrato vivo del agotamiento nervioso. Siempre fue delgado, pero después de tres años como director del "Proyecto Y", el brazo científico del "Distrito de Ingenieros de Manhattan" que había diseñado y construido la bomba, su peso se había reducido a poco más de 52 kg. Para alguien con una altura de 1,78 metros, estaba extremadamente delgado. Había dormido sólo cuatro horas esa noche, desvelado por la ansiedad y la tos de fumador.

Ese día de 1945 es uno de varios momentos cruciales en la vida de Oppenheimer descritos por los historiadores Kai Bird y Martin J Shirwin en su biografía de 2005 American Prometheus, que sirvió de base para la nueva película biográfica Oppenheimer, que se estrena este 21 de julio en Estados Unidos.

En los minutos finales de la cuenta regresiva, como cuentan Bird y Sherwin en su libro, un general del ejército observó de cerca el estado de ánimo de Oppenheimer: "El Dr. Oppenheimer... se puso más tenso a medida que transcurrían los últimos segundos. Apenas respiraba...", relató.

La explosión, cuando se produjo, eclipsó al Sol. Con una fuerza equivalente a 21 kilotoneladas de TNT, la detonación fue la más grande jamás vista. Creó una onda de choque que se sintió a 160 km de distancia.

Mientras el rugido envolvía el paisaje y la nube en forma de hongo se elevaba en el cielo, la expresión de tensión de Oppenheimer se relajó en una de "tremendo alivio".

Minutos después, el amigo y colega de Oppenheimer, Isidor Rabi, lo vio de lejos: "Nunca olvidaré su forma de caminar, nunca olvidaré la forma en que salió del auto... su forma de caminar era como de alguien que está en la cima... . este tipo de pavoneo. Él lo había logrado".

En entrevistas realizadas en la década de 1960, Oppenheimer agregó una capa de gravedad a su reacción, afirmando que, en los momentos posteriores a la detonación, una línea del texto hindú Bhagavad Gita, había venido a su mente: "Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos".

En los días siguientes, sus amigos dijeron que parecía cada vez más deprimido. "Robert se quedó muy quieto y rumiante durante ese período de dos semanas porque sabía lo que estaba a punto de suceder", recordó uno.

Una mañana se le escuchó lamentarse (en términos condescendientes) del destino inminente de los japoneses: "Esa pobre gente, esa pobre gente". Pero solo unos días después, una vez más estaba nervioso, concentrado, exigente.

En una reunión con sus homólogos militares, parecía haberse olvidado por completo de los "pobrecitos". Según Bird y Sherwin, en cambio, estaba obsesionado con la importancia de las condiciones adecuadas para el lanzamiento de la bomba: "Por supuesto, no deben lanzarla bajo la lluvia o la niebla... No dejen que la detonen a demasiada altura. La cifra fijada es justo la correcta. No dejen que suba o el objetivo no recibirá tanto daño".

Cuando anunció el bombardeo exitoso de Hiroshima a una multitud de sus colegas menos de un mes después de Trinity, un espectador notó la forma en que Oppenheimer "juntó y agitó su mano sobre su cabeza como un boxeador victorioso". Los aplausos "prácticamente subieron el techo".

Un hombre "enigma"
Oppenheimer fue el corazón emocional e intelectual del Proyecto Manhattan: más que cualquier otra persona, había hecho realidad la bomba.

Jeremy Bernstein, quien trabajó con él después de la guerra, estaba convencido de que nadie más podría haberlo hecho. Como escribió en su biografía de 2004, "Retrato de un enigma", "si Oppenheimer no hubiera sido el director de Los Álamos, estoy convencido de que, para bien o para mal, la Segunda Guerra Mundial habría terminado... sin el uso de armas nucleares”.

La gran variedad de reacciones que se ha dicho que experimentó Oppenheimer cuando fue testigo de la culminación de sus trabajos, sin mencionar el ritmo con el que fue pasando de una a otra, puede parecer desconcertante. La combinación de fragilidad nerviosa, ambición, grandiosidad y melancolía morbosa son difíciles de encuadrar en una sola persona, especialmente en alguien tan instrumental en el mismo proyecto que provoca estas respuestas.

Bird y Sherwin también llaman a Oppenheimer un "enigma". Lo describen como "un físico teórico que mostró las cualidades carismáticas de un gran líder, un esteta que cultivó ambigüedades".

Era un científico, pero también, como otro amigo lo describió una vez, "un manipulador de la imaginación de primera clase".

Según el relato de Bird y Sherwin, las contradicciones en el carácter de Oppenheimer -cualidades que han dejado a amigos y biógrafos sin capacidad para poder explicar bien quién era- parecen haber estado presentes desde sus primeros años.

Nacido en la ciudad de Nueva York en 1904, Oppenheimer era hijo de inmigrantes judíos alemanes de primera generación que se habían enriquecido a través del comercio textil. La casa de la familia era un apartamento grande en el Upper West Side con tres sirvientas, un chófer y obras de arte europeas en las paredes.

A pesar de esta educación lujosa, los amigos de la infancia recordaban a Oppenheimer como alguien generoso que no mostraba el comportamiento de quien ha sido excesivamente mimado. Una amiga de la escuela, Jane Didisheim, lo recordaba como alguien que "se sonrojaba con extraordinaria facilidad", que era "muy frágil, con las mejillas muy rosadas, muy tímido...", pero también "muy brillante".

“Muy rápidamente todos admitieron que él era diferente a todos los demás y superior", dijo.

A los 9 años de edad, estaba leyendo filosofía en griego y latín. También estaba obsesionado con la mineralogía: deambulaba por el Central Park y escribía cartas al Club Mineralógico de Nueva York sobre lo que encontraba. Sus cartas eran tan competentes que el Club lo confundió con un adulto y lo invitó a hacer una presentación.

Según Bird y Sherwin, esta naturaleza intelectual contribuyó en cierta medida a hacer del joven Oppenheimer alguien solitario. "Por lo general, estaba preocupado por lo que estaba haciendo o pensando", recordó un amigo. No estaba interesado en ajustarse a las expectativas de género: no le interesaban los deportes ni los "juegos rudos típicos de su grupo de edad", como dijo su primo. "A menudo se burlaban de él y lo ridiculizaban por no ser como los demás", pero sus padres estaban convencidos de su genialidad.

"Recompensé la confianza de mis padres en mí desarrollando un ego desagradable, que estoy seguro debe haber ofendido tanto a los niños como a los adultos que tuvieron la mala suerte de entrar en contacto conmigo", comentó Oppenheimer años más tarde. "No es divertido", le dijo una vez a otro amigo, "pasar las páginas de un libro y decir: 'Sí, sí, por supuesto, lo sé'".

Cuando se fue de casa para estudiar química en la Universidad de Harvard, la fragilidad de la estructura psicológica de Oppenheimer quedó expuesta: su frágil arrogancia y su apenas velada sensibilidad parecían no serle útiles.

En una carta de 1923, publicada en una colección de 1980 editada por Alice Kimbal Smith y Charles Weiner, escribió: "Trabajo y escribo innumerables tesis, notas, poemas, historias y basura... Produzco olores desagradables en tres laboratorios diferentes... . Sirvo té y hablo con erudición a algunas almas perdidas, me voy el fin de semana para destilar energía de bajo grado en risas y agotamiento, leo griego, cometo errores, busco cartas en mi escritorio y deseo estar muerto. Voila".

En la película, Cillian Murphy interpreta a Robert Oppenheimer, quien era un fumador empedernido.

Cartas posteriores recopiladas por Smith y Weiner revelan que los problemas continuaron durante sus estudios de posgrado en Cambridge, Inglaterra. Su tutor insistió en que hiciera trabajo de laboratorio aplicado, una de las debilidades de Oppenheimer.

"Lo estoy pasando bastante mal", escribió en 1925. "El trabajo de laboratorio es terriblemente aburrido y soy tan malo que es imposible sentir que estoy aprendiendo algo". Más tarde ese año, la intensidad de Oppenheimer lo llevó cerca del desastre cuando deliberadamente dejó una manzana envenenada con productos químicos de laboratorio en el escritorio de su tutor.

Más tarde, sus amigos especularon que podría haber sido impulsado por la envidia y los sentimientos de insuficiencia. El tutor no se comió la manzana, pero la plaza de Oppenheimer en Cambridge estaba amenazada y se la quedó sólo con la condición de que viera a un psiquiatra. El psiquiatra le diagnosticó psicosis, pero luego lo descartó, diciendo que el tratamiento no serviría de nada.

Al recordar ese período, Oppenheimer diría más tarde que contempló seriamente el suicidio durante las vacaciones de Navidad.

Al año siguiente, durante una visita a París, su amigo cercano Francis Ferguson le dijo que le había propuesto matrimonio a su novia. Oppenheimer respondió intentando estrangularlo: "Me saltó por detrás con una correa del maletero y me la enrolló alrededor del cuello... Logré apartarme y cayó al suelo llorando", recordó Ferguson.

El encuentro de la física
Parece que donde la psiquiatría falló a Oppenheimer, la literatura vino al rescate. Según Bird y Sherwin, leyó 'En busca del tiempo perdido' de Marcel Proust durante unas cortas vacaciones de senderismo en Córcega y encontró en él algún reflejo de su propio estado mental que lo tranquilizó y abrió una ventana a un modo de ser más compasivo. Aprendió de memoria un pasaje del libro sobre la "indiferencia a los sufrimientos que uno causa", siendo "la forma terrible y permanente de la crueldad".

La cuestión de la actitud hacia el sufrimiento seguiría siendo importante, guiando el interés de Oppenheimer por los textos espirituales y filosóficos a lo largo de su vida y, finalmente, desempeñando un papel crucial en la obra que definiría su reputación.

Un comentario que les hizo a sus amigos durante esas mismas vacaciones parece profético: "El tipo de persona que más admiro sería aquella que se vuelve extraordinariamente buena para hacer muchas cosas pero aún mantiene un semblante manchado de lágrimas".

Regresó a Inglaterra con el ánimo más ligero, sintiéndose "mucho más amable y tolerante", como recordaría más tarde. A principios de 1926 conoció al director del Instituto de Física Teórica de la Universidad de Göttingen, en Alemania, quien rápidamente se convenció del talento de Oppenheimer como teórico y lo invitó a estudiar allí.

Según Smith y Weiner, tiempo después describió 1926 como el año de su "entrada en la física". Sería un punto de inflexión. Obtuvo su doctorado y una beca postdoctoral al año siguiente. También pasó a formar parte de una comunidad que impulsaba el desarrollo de la física teórica y conoció a científicos que se convertirían en amigos para toda la vida. Muchos finalmente se unirían a Oppenheimer en Los Álamos.

Oppenheimer leía mucho, desde poesía hasta filosofía oriental.

Al regresar a Estados Unidos, Oppenheimer pasó unos meses en Harvard antes de mudarse para seguir su carrera de física en California. El tono de sus cartas de este período refleja una mentalidad más firme y generosa. Le escribió a su hermano menor sobre el amor y su interés continuo en las artes.

En la Universidad de California en Berkeley, trabajó en estrecha colaboración con otros científicos que realizaban experimentos, interpretando sus resultados sobre los rayos cósmicos y la desintegración nuclear.

Más tarde describió que se encontró a sí mismo como "el único que entendía de qué se trataba todo esto". Así, el departamento que finalmente creó surgió, según dijo, de la necesidad de comunicar sobre la teoría que amaba: "Explicar primero a los profesores, al personal y a los colegas, y luego a cualquiera que quisiera escuchar... lo que había aprendido, cuáles eran los problemas sin resolver".

La lectura como terapia
Al principio se describió a sí mismo como un maestro "difícil", pero fue a través de este papel que Oppenheimer perfeccionó el carisma y la presencia social que lo caracterizaron durante su tiempo en el Proyecto Y. Citado por Smith y Weiner, un colega recordó cómo sus alumnos lo "emulaban lo mejor que pudieron. Copiaron sus gestos, sus manierismos, sus entonaciones. Realmente influyó en sus vidas".

A principios de la década de 1930, mientras fortalecía su carrera académica, Oppenheimer mantuvo a tope su interés en las humanidades. Fue durante este período que descubrió las escrituras hindúes, aprendiendo sánscrito para leer el Bhagavad Gita sin traducir, el texto del que más tarde extrajo la famosa cita "Ahora me he convertido en la muerte".

Al parecer su interés no era solo intelectual, sino que representaba una continuación de la biblioterapia autoprescrita que había comenzado con Proust cuando tenía 20 años. El Bhagavad Gita, una historia centrada en la guerra entre dos brazos de una familia aristocrática, le dio a Oppenheimer una base filosófica que era directamente aplicable a la ambigüedad moral que enfrentó en el Proyecto Y. Enfatizó las ideas del deber, el destino y el desapego del resultado, enfatizando que el miedo a las consecuencias no puede utilizarse como justificación para la inacción.

En una carta a su hermano de 1932, Oppenheimer hace referencia específica a este libro y luego menciona la guerra como una circunstancia que podría ofrecer la oportunidad de poner en práctica tal filosofía:

"Creo que a través de la disciplina... podemos alcanzar la serenidad... Creo que a través de la disciplina aprendemos a preservar lo que es esencial para nuestra felicidad en circunstancias cada vez más adversas... Por eso pienso que todas las cosas que evocan la disciplina: el estudio y nuestros deberes para con los hombres y para con la comunidad, la guerra... deben ser recibidos por nosotros con profunda gratitud, porque solo a través de ellos podemos alcanzar el menor desapego y solo así podemos conocer la paz".

A mediados de la década de 1930, Oppenheimer también conoció a Jean Tatlock, una psiquiatra y médico de la que se enamoró. Según el relato de Bird y Sherwin, la complejidad de carácter de Tatlock igualaba al de Oppenheimer. Era una mujer que había leído mucho y que estaba impulsada por una conciencia social.

Un amigo de la infancia la describió como "tocada de grandeza". Oppenheimer le propuso matrimonio a Tatlock más de una vez, pero ella lo rechazó. A ella se le atribuye haberlo conectado con la política radical y con la poesía de John Donne. La pareja siguió viéndose ocasionalmente después de que Oppenheimer se casara con la bióloga Katherine "Kitty" Harrison en 1940. Kitty se uniría a Oppenheimer en el Proyecto Y, en el que trabajó como flebotomista, investigando los peligros de la radiación.

El camino a la bomba
En 1939, los físicos estaban mucho más preocupados por la amenaza nuclear que los políticos y fue una carta de Albert Einstein la que llamó la atención de los principales líderes del gobierno de Estados Unidos. La reacción fue lenta, pero la alarma siguió circulando en la comunidad científica y finalmente se convenció al presidente para que actuara.

Como uno de los físicos más destacados del país, Oppenheimer fue uno de varios científicos designados para comenzar a investigar más seriamente el potencial de las armas nucleares. En septiembre de 1942, en parte gracias al equipo de Oppenheimer, quedó claro que era posible crear una bomba y comenzaron a tomar forma planes concretos para su desarrollo.

Según Bird y Sherwin, cuando escuchó que su nombre estaba siendo mencionado como líder para este esfuerzo, Oppenheimer comenzó sus propios preparativos. "Estoy cortando todas las conexiones comunistas", le dijo a un amigo en ese momento. "Porque si no lo hago, al gobierno le resultará difícil utilizarme. No quiero que nada interfiera con mi utilidad para la nación".

Einstein diría más tarde: "El problema con Oppenheimer es que ama [algo que] no lo ama: el gobierno de Estados Unidos". Su patriotismo y deseo de complacer claramente jugaron un papel en su reclutamiento.

El general Leslie Groves, líder militar del Distrito de Ingenieros de Manhattan, fue la persona responsable de encontrar un director científico para el proyecto de la bomba. Según una biografía de 2002, Racing for the Bomb, cuando Groves propuso a Oppenheimer como líder científico, se encontró con oposición. El "trasfondo extremadamente liberal" de Oppenheimer era una preocupación.

Pero además de señalar su talento y su conocimiento de la ciencia, Groves también destacó su "ambición desmesurada". El jefe de seguridad del Proyecto Manhattan también notó esto: "Me convencí de que no solo era leal, sino que no permitiría que nada interfiriera con el cumplimiento exitoso de su tarea y, por lo tanto, con su lugar en la historia científica".

En el libro de 1988 The Making of the Atomic Bomb, se cita a Isidor Rabi, un amigo de Oppenheimer, diciendo que pensó que era "un nombramiento muy improbable", pero luego admitió que había sido "un golpe verdaderamente genial por parte del general Groves".

En Los Álamos, Oppenheimer aplicó sus convicciones interdisciplinarias opuestas. En su autobiografía de 1979, What Little I Remember, el físico nacido en Austria Otto Frisch recordó que Oppenheimer había reclutado no solo a los científicos necesarios, sino también a "un pintor, un filósofo y algunos otros personajes inverosímiles; sintió que una comunidad civilizada sería incompleta sin ellos".

Repensando la energía nuclear
Después de la guerra, la actitud de Oppenheimer pareció cambiar. Describió las armas nucleares como instrumentos "de agresión, de sorpresa y de terror" y la industria armamentística como "obra del diablo". En una reunión en octubre de 1945, le dijo al presidente Harry Truman: "Siento que tengo sangre en las manos". El presidente comentó después: "Le dije que la sangre estaba en mis manos y que dejara que yo me preocupara por eso".

Este intercambio es un eco notable de uno descrito en el amado Bhagavad Gita de Oppenheimer, entre el príncipe Arjuna y el dios Krishna. Arjuna se niega a luchar porque cree que será responsable del asesinato de sus compañeros, pero Krishna le quita la carga: "Vean en mí al asesino activo de estos hombres... Levántense, en la fama, en la victoria, en la intención de alegrías reales ¡Ya están muertos por mí, sé tú el instrumento!

Durante el desarrollo de la bomba, Oppenheimer había usado un argumento similar para calmar sus dudas éticas y las de sus colegas. Les dijo que, como científicos, no eran responsables de las decisiones sobre cómo se debía usar el arma, solo de hacer su trabajo. La sangre, si la hubiera, estaría en manos de los políticos.

Sin embargo, parece que una vez consumados los hechos, la confianza de Oppenheimer en esta postura se vio sacudida. Como relatan Bird y Sherwin, en su papel en la Comisión de Energía Atómica durante el período de posguerra, abogó en contra del desarrollo de más armas, incluida la bomba de hidrógeno más potente, para la que su trabajo había allanado el camino.

Estos esfuerzos dieron como resultado que Oppenheimer fuera investigado por el gobierno de EE.UU. en 1954 y que le quitaran su autorización de seguridad, lo que marcó el final de su participación en el diseño y asesoría de políticas.

La comunidad académica salió en su defensa. Escribiendo para The New Republic en 1955, el filósofo Bertrand Russell comentó que la "investigación mostró que había cometido errores, uno de ellos bastante grave desde el punto de vista de la seguridad. Pero no había evidencia de deslealtad ni de nada que pudiera ser considerado como traición... Los científicos se vieron atrapados en un trágico dilema".

En 1963, el gobierno de EE.UU. le otorgó el Premio Enrico Fermi como un gesto de rehabilitación política, pero no fue hasta 2022, 55 años después de su muerte, que las autoridades anularon su decisión de 1954 de despojarlo de su acreditación y confirmaron la lealtad de Oppenheimer a EE.UU.

A lo largo de las últimas décadas de su vida, Oppenheimer mantuvo expresiones paralelas de orgullo por el logro técnico de la bomba y de culpa por sus efectos. Un tono de resignación también apareció en sus comentarios cuando, más de una vez, dijo que la bomba simplemente había sido inevitable. Pasó los últimos 20 años de su vida como director del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton, trabajando junto a Einstein y otros físicos.

"Capacidad negativa"
Albert Einstein: "El problema de Oppenheimer es que ama [algo que] no lo ama: el gobierno de Estados Unidos.

Al igual que en Los Álamos, Oppenheimer se esforzó por promover el trabajo interdisciplinario y enfatizó en sus discursos la creencia de que la ciencia necesitaba de las humanidades para comprender mejor sus propias implicaciones, según cuentan Bird y Sherwin. Con este fin, reclutó a una gran cantidad de no científicos, incluidos clasicistas, poetas y psicólogos.

Más tarde llegó a considerar la energía atómica como un problema que superaba las herramientas intelectuales de su tiempo, como, en palabras del presidente Truman, "una nueva fuerza demasiado revolucionaria para considerarla en el marco de las viejas ideas".

En un discurso pronunciado en 1965, publicado más tarde en la colección Uncommon Sense de 1984, dijo: "He oído de algunos de los grandes hombres de nuestro tiempo que cuando encontraban algo sorprendente, sabían que era bueno, porque tenían miedo". Cuando hablaba de momentos de inquietantes descubrimientos científicos, le gustaba citar al poeta John Donne: "Está todo hecho pedazos, toda la coherencia se ha ido".

John Keats, otro poeta de cuya obra disfrutaba Oppenheimer, acuñó la frase "capacidad negativa" para describir una cualidad común en las personas a las que admiraba: "es decir, cuando un hombre es capaz de estar en incertidumbres, misterios, dudas, sin ningún tipo de irritabilidad en busca del hecho y la razón".

Parece como si fuera algo de esto a lo que se refería el filósofo Russell cuando escribió sobre la "incapacidad de Oppenheimer para ver las cosas con sencillez, una incapacidad que no sorprende en alguien que posee un aparato mental complejo y delicado".

Al describir las contradicciones de Oppenheimer, su mutabilidad, su continuo andar entre la poesía y la ciencia, su hábito de desafiar la descripción simple, tal vez estemos identificando las mismas cualidades que lo hicieron capaz de perseguir la creación de la bomba.

Incluso en medio de esta gran y terrible búsqueda, Oppenheimer mantuvo vivo el "semblante manchado de lágrimas" que había predicho cuando tenía 20 años. Se cree que el nombre de la prueba -Trinity- proviene del poema de John Donne Batter my heart, three-person'd God: "Que pueda levantarme y pararme, derribarme y doblar/Tu fuerza para romper, soplar, quemar y hacerme nuevo".

Jean Tatlock, quien le había hecho conocer la obra de Donne y de quien algunos creen que siguió enamorado, se suicidó el año anterior a la prueba. El proyecto de la bomba estuvo marcado en todas partes por la imaginación de Oppenheimer y por su sentido del romance y la tragedia.

Tal vez fue la ambición desmesurada lo que el general Groves identificó cuando entrevistó a Oppenheimer para el trabajo en el Proyecto Y, o tal vez fue su capacidad para adoptar, durante el tiempo requerido, la idea de la ambición desmesurada. Tanto como el resultado de la investigación, la bomba fue el producto de la capacidad y voluntad de Oppenheimer de imaginarse a sí mismo como el tipo de persona que podría hacer que sucediera.

Fumador empedernido desde la adolescencia, Oppenheimer sufrió episodios de tuberculosis durante su vida. Murió de cáncer de garganta en 1967, a la edad de 62 años. Dos años antes de su muerte, en un raro momento de sencillez, trazó una distinción que separaba la práctica de la ciencia de la de la poesía. A diferencia de la poesía, dijo, "la ciencia es el negocio de aprender a no volver a cometer el mismo error". 

 *Ben Platts-Mills es un escritor y artista cuyo trabajo investiga el poder, el razonamiento y la vulnerabilidad, así como las formas en que se representa la ciencia en la cultura popular. Sus memorias, Tell Me The Planets, se publicaron en 2018. 

lunes, 24 de julio de 2023

_- El enigma resuelto hace 300 años por el matemático Leonhard Euler que hoy nos permite acceder a internet

_- Marcus du Sautoy, matemático
El matemático y físico suizo Leonhard Euler (1707-1783)

FUENTE DE LA IMAGEN,SCIENCE PHOTO LIBRARY

Pie de foto,

El matemático y físico suizo Leonhard Euler (1707-1783) hizo descubrimientos en una amplia gama de campos, incluyendo geometría, cálculo infinitesimal, trigonometría, álgebra, teoría de números, física de continuum, teoría lunar y teoría de grafos, para nombrar unos pocos.

El desafío matemático anual presentado por la Academia de Ciencias en París en 1727 fue este: "¿Cuál es la mejor manera de organizar mástiles en un barco?"

A primera vista es un problema muy práctico, pero el joven matemático suizo Leonhard Euler lo abordó como un rompecabezas puramente matemático.

A pesar de nunca haber puesto un pie a bordo de un barco, se sintió perfectamente calificado para calcular la disposición óptima de los mástiles.

"No me pareció necesario confirmar esta teoría mía con experimentos porque se deriva de los principios más seguros de las matemáticas, por lo que no cabe duda alguna de si es o no cierta y funciona en la práctica", declaró.
 
Leonhard Euler tenía una fe absoluta en las matemáticas. Su legado que llega hasta hoy

Este es otro de los "recreos" de Euler: el problema de 36 oficiales. Euler preguntó si seis regimientos, con hombres de seis rangos diferentes, podían organizarse en un cuadrado de 6x6 para que cada fila y columna no repitan un rango o regimiento. Conocido como un cuadrado greco-latino, esta es una forma de combinatoria. Euler dijo que no había solución para este problema, pero esto no se demostró hasta 1901. En 1960, se demostró que todos los cuadrados greco-latinos, excepto los casos 2x2 y 6x6, se pueden resolver.

Euler es uno de los matemáticos más prolíficos de todos los tiempos. ¡Hay tantas ideas matemáticas que llevan su nombre! 50 años después de su muerte, su trabajo aún se estaba publicando. Reformó casi todas las áreas de las matemáticas.

Y, como si fuera un hobby, resolvió el problema de los siete puentes de Königsberg, un popular enigma del siglo XVIII.

"Para Euler resolver el problema fue una forma de entretenimiento, era algo intrincado y ameno que hacer", le dijo a la BBC el experto en tecnología Bill Thompson.

"Por supuesto él no tenía idea de cuánto aprovecharíamos su trabajo, cómo construiríamos sobre sus ideas ni de que usaríamos lo que nos dejó para crear y ejecutar una red que ha cambiado el mundo por completo".  Se refiere a internet.

Para Euler fue solo un juego, pero las matemáticas que creó para resolverlo se usan para hacer que los motores de búsqueda sean mucho más eficientes.

Como respirar
Desde una edad temprana, Leonhard Euler "calculaba sin ningún esfuerzo aparente, así como los hombres respiran, como las águilas se sostienen en el aire", según el matemático francés François Arago.

Las matemáticas le inspiraban tal pasión que cuando al final de su vida se quedó casi ciego sencillamente dijo: "Supongo que ahora tendré menos distracciones".

Probaba teoremas por diversión, así como tú o yo podríamos hacer Sudoku. Pero su padre, que era clérigo, quería que siguiera sus pasos.

"Tuve que registrarme en la facultad de Teología, y debía aplicarme a los idiomas griego y hebreo, pero no progresé mucho, pues dedicaba la mayor parte de mi tiempo a estudios matemáticos, y para mi feliz fortuna, las visitas del sábado a Johann Bernoulli continuaron".

Johann Bernoulli fue un destacado matemático con sede en la ciudad natal de Euler, Basilea, donde en el siglo XVIII había una suerte de mafia matemática.

La familia Bernoulli produjo ocho matemáticos sobresalientes en solo cuatro generaciones.
Johann fue tutor de Euler y persuadió a su padre para que le permitiera estudiar matemáticas en vez de religión.

Y fue el hijo de Johann, Daniel, gran amigo de Euler, quien le encontró su primer empleo, en la Academia de San Petersburgo donde él trabajaba.

Era en la sección médica, lo cual no era ideal, pero antes de irse a Rusia, Euler leyó todo lo que pudo sobre medicina. Tal era su forma de pensar, que logró convertir la fisiología de la oreja en un problema matemático.

El día en que Euler llegó, Catalina I de Rusia, la gran patrona liberal de la Academia de San Petersburgo, murió.

En medio de la confusión, Euler se mudó discretamente de la sección médica al departamento de matemáticas y a nadie pareció importarle.

En la ciudad de Königsberg tenían un pasatiempo dominguero que le llamó la atención a Euler.
Mientras estaba trabajando en San Petersburgo, Euler se enteró del conocido problema de los 7 puentes de Königsberg.
La ciudad prusiana de Königsberg estaba dividida en cuatro regiones distintas por las diversas ramas del río Pregel.
Siete puentes conectaban esas cuatro áreas diferentes y, en la época de Euler, se había convertido en un pasatiempo de tardes domingueras entre los residentes de la ciudad tratar de encontrar una manera de cruzar todos los puentes una sola vez y volver al punto de partida.

¿Puedes cruzar todos los puentes una sola vez y volver al punto de partida?

Euler le escribió una carta al Astrónomo de la Corte en Viena en 1736, describiendo lo que pensaba del problema:
"Esta pregunta es tan banal, pero me pareció digna de atención porque ni la geometría, ni el álgebra, ni siquiera el arte de contar era suficiente para resolverlo.
En vista de esto, se me ocurrió preguntarme si pertenecía a la geometría de posición, que (el polímata alemán Gottfried Wilhelm von) Leibniz alguna vez tanto anheló.
Y así, después de un poco de deliberación, obtuve una regla simple, pero completamente establecida, con cuya ayuda uno puede decidir de inmediato, para todos los ejemplos de este tipo, si tal ida y vuelta es posible".
En lugar de caminar interminablemente por la ciudad probando diferentes rutas, Euler creó una nueva "geometría de posición", en la cual las medidas anticuadas como longitudes y ángulos —todas las medidas de hecho— eran irrelevantes.
Lo que importa es cómo están conectadas las cosas.
Euler decidió pensar en las diferentes regiones de tierra en Königsberg que estaban separadas por el río como puntos y los puentes que los unen, como líneas que los conectan.
Puntos en vez de puentes, líneas en vez de caminatas... y encontró la solución no sólo a ese sino a un sinnúmero de problemas.
Lo que descubrió es esto: para que un viaje de ida y vuelta (sin volver sobre tus pasos) sea posible, cada punto —excepto los puntos de inicio y final— debe tener un número par de líneas entrando y saliendo.

La ventaja de la regla de Euler es que funciona en cualquier situación.
Cuando analizó su mapa de los siete puentes de Königsberg de esta manera, descubrió que cada punto o pedazo de tierra tenía un número impar de líneas o puentes que emergían de ellas.
Así, sin tener que caminar una y otra vez por la ciudad, descubrió matemáticamente que no era posible caminar por la ciudad cruzando cada uno de los puentes una sola vez.

Del siglo XVIII al XXI

La regla de Euler es fácil de aplicar.
Lo difícil era enmarcar el problema del puente Königsberg de esa manera en primer lugar, así como probar que "la cantidad de líneas que entran y salen de cualquier punto" realmente es todo lo que necesitas saber para saber si ese viaje es posible o no.
Y no se necesita ser un matemático para que una idea como esta te sea útil.
Gracias a reglas basadas en la obra de Euler, motores de búsqueda son mucho más eficientes.
La solución matemática de Euler al enigma de Königsberg ahora impulsa una de las redes más importantes del siglo XXI: internet, una red que conecta millones de computadoras en todo el mundo y mueve datos digitales entre ellos a una velocidad increíble.
"Si tengo mi computadora en casa y quiero entrar en un sitio web, necesito hacer una conexión entre mi computadora y el sitio web que puede estar en cualquier lado", dice Bill Thomson.
"Y puedo hacer esa conexión porque en mi computadora están incrustadas reglas basadas en el trabajo que Euler hizo en el siglo XVIII cuando trató de resolver el enigma de los puentes de Königsberg", explica el experto en tecnología.
El de los puentes de Königsberg estaba lejos de ser un problema acuciante en ese momento —más bien una curiosidad—, pero la solución de Euler perduró y revolucionó la era de la información del siglo XXI.
Lo que para Euler fue apenas un recreo, lanzó una de las ramas más importantes de las matemáticas.
Es como un cuento de hadas matemático, una historia con la que casi todos los matemáticos se criaron.

Educación antifascista más allá del 23J .

El antifascismo es educar en la diversidad, en la igualdad, en la inclusión, en la justicia social y los derechos humanos.

La educación o es antifascista o no es educación. Pero no solo de cara a las elecciones del 23 de julio, donde España se juega rescatar el fascismo neoliberal de infausta memoria o avanzar en democracia e igualdad, sino más allá del 23J, de cara al futuro de tantos jóvenes que construirán la sociedad del mañana.

Educar en la diversidad, en la igualdad, en la inclusión, en la democracia, en la justicia social y los derechos humanos es educar en el antifascismo. 

No hay neutralidad posible. Educar en el antifascismo es educar en la diversidad, en la igualdad, en la inclusión, en la justicia social y los derechos humanos. Sin concesiones ni medias tintas.

Porque para ser demócrata hay que ser antifascista. Es un principio básico que hasta hace poco tiempo era una piedra angular en la construcción de la Europa actual, tras la barbarie fascista de los años treinta y el genocidio que conllevó. Mientras que otras democracias europeas se fundaron sobre el paradigma del antifascismo, la española lo ha hecho sobre el de la “superación” del pasado, el olvido del fascismo franquista que ha pervivido en las instituciones y que ahora se ha extendido como una peste por la sociedad y que permea a nuestros jóvenes.

A partir del 24 de julio tenemos dos tareas urgentes e imprescindibles como sociedad. 

La primera, plantearnos cómo ha sido posible que vuelvan a salir de sus tumbas los discursos del odio y la exaltación de la barbarie que la ultraderecha y la derecha extrema ha extendido por toda Europa y que ha conseguido que en España tantos jóvenes puedan considerar que esta es una opción política más que se puede defender y votar. 

La segunda, tenemos que decidir cómo debemos orientar el sistema educativo de nuestro país para erradicar de nuevo esa peste, como diría el filósofo Albert Camus, esta enfermedad política con su epicentro marcado por el odio que corroe una democracia vulnerable y frágil. En su novela La peste recordaba que esa plaga “nunca muere o desaparece para siempre; puede permanecer dormida durante años, hasta que vuelva a aparecer otra vez”.

La pregunta que nos tenemos que hacer es qué hemos hecho en educación los últimos 20 años para que tantos jóvenes se declaren votantes o simpatizantes del fascismo. Quizá hemos estado demasiado ocupados en formar al profesorado en estrategias de gamificación, mindfulness, bilingüismo y competencias digitales, o enfrascados en cómo enseñar a resolver raíces cuadradas y ecuaciones de segundo grado, o cómo hacer análisis sintácticos, desarrollar arte sin compromiso crítico o historia sin memoria. Mientras asistíamos impasibles, mirando para otro lado, cómo nos privatizan la educación, mantienen el adoctrinamiento nacionalcatólico con la religión o recortan la financiación de la educación pública, destinando los presupuestos educativos a aumentar el gasto militar, que ha duplicado el aumento en Educación en 2022.

Como recuerda el padre del liberalismo conservador británico, Edmund Burke: para que el mal triunfe solo es necesario que las personas buenas no hagan nada. 

Como decía Martin Luther King “tendremos que arrepentirnos en esta generación no simplemente por las palabras y acciones llenas de odio de las personas malas, sino por el espantoso silencio de las personas buenas”, que miran para otro lado ante el auge del fascismo. 

José Luis Martín Descalzo, en su obra Una fábrica de monstruos educadísimos, explicaba cómo una antigua presa del campo de concentración de Dachau, maestra de escuela, comentaba que aquellas cámaras de gas habían sido construidas por ingenieros especialistas, que las inyecciones letales las ponían médicos o enfermeros titulados, que niños recién nacidos eran asfixiados por asistentes sanitarias competentísimas, que mujeres y niños habían sido fusilados por gentes con estudios, por doctores y licenciados. Y concluía: desde que me di cuenta de esto, sospecho de la educación que estamos impartiendo.

No hay conocimiento útil si no nos hace mejor personas y mejor sociedad, más justa y más cuidadosa con quienes convivimos y con el planeta en el que habitamos. No podemos seguir siendo “indiferentes” ni “obedientes” ante un modelo social, económico, ideológico, político y educativo que justifica y conduce a la desigualdad, la insolidaridad y el egoísmo brutal, el saqueo del bien común, el ecocidio del planeta, el machismo, el odio, la intolerancia y el fascismo. La verdadera munición de este modelo no son solo las balas de goma o el gas lacrimógeno; es nuestro silencio y nuestra indiferencia cómplice.

La comunidad educativa no puede permanecer ajena o indiferente a la barbarie. Debemos implicarnos hasta mancharnos, que diría el poeta, en atajar esta enfermedad política que corroe una democracia vulnerable y frágil y que, aunque sabemos que nunca se podrá erradicar por completo sin la superación del sistema capitalista, como argumentaban el filósofo Walter Benjamin o el dramaturgo Bertolt Brecht, debemos, mientras tanto, contener de forma constante y tenaz. Y el antídoto más potente frente a la barbarie de este neofascismo que avanza como un virus por Europa y por España, es la educación. Una educación para el bien común frente al odio, el racismo, la intolerancia y el acoso a la democracia.

Es urgente y crucial acordar un pacto social por un sistema educativo desde una pedagogía antifascista Lucio Anneo Séneca, en el siglo IV antes de nuestra era, afirmaba: “no nos atrevemos a hacer muchas cosas porque aseguramos que son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”. Tenemos que atrevernos a soñar. Nos jugamos el futuro de nuestros hijos e hijas, y el de la sociedad en su conjunto.

En definitiva, es urgente y crucial acordar un pacto social por un sistema educativo desde una pedagogía antifascista, pues la educación debe ser coherente con el modelo de sociedad que pretendemos construir, es decir, que esta sea más justa, equitativa, solidaria, ecológica, feminista, inclusiva y feliz. Aunando esfuerzos y compartiendo propuestas e iniciativas que sean una alternativa a las políticas del neofascismo, que suponen el ataque más grave a la educación pública desde la transición, retrotrayéndonos al modelo de escuela y sociedad franquista y decimonónica. Es crucial seguir dando pasos decididos hacia un modelo educativo que contribuya a la construcción de una ciudadanía sabia, crítica y consciente, que ayude a hacer un mundo más justo y mejor, sin dejar a nadie atrás, así como a la educación de personas más iguales, más libres, más críticas, más ecofeministas y más creativas.

Por eso, insisto una vez más, como comunidad educativa, debemos comprometernos más allá del 23J a educar a las nuevas generaciones en la igualdad, en la inclusión, en la justicia social, en el bien común y en los derechos humanos desde una pedagogía claramente antifascista. Sin concesiones ni medias tintas. No se puede ser demócrata sin ser antifascista.

Enrique Javier Díez Gutiérrez es profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León.

domingo, 23 de julio de 2023

Por qué votaré a la izquierda

Los líderes de la derecha están eufóricos porque se sienten a unos centímetros del poder. De ese poder que les robó la izquierda. Digo robó porque siempre lo han considerado suyo. Se sienten más patriotas (en efecto, poseen mucha más patria) y piensan que por eso es suya. “Se ha terminado un ciclo”, dicen de manera machacona desde el día 28 de mayo en que ganaron las municipales y las autonómicas, no por tanto margen como se ha dicho. “Los españoles ya no soportan ni un día más a Sánchez”, dice relamiéndose la señora Ayuso. ¿Qué españoles? Porque tengo la sensación que me atribuye, sí, pero respecto a ella. Yo votaré a la izquierda, estaré del lado de los hipotéticos perdedores y voy a explicar por qué.

Diré, antes de justificar el sentido de mi voto, que iré a votar. Creo que es una obligación ciudadana a la que no se debe renunciar. Ni todos los políticos son malos ni todos son iguales. El ejercicio de votar permite decidir quiénes van a tener la responsabilidad y el honor de gobernar a un pueblo. No votar es dejar la decisión en manos del azar, de los dioses o de los demás. Y reconocer implícitamente que sería mejor que un caudillo o un salvador nos gobernase, sin necesidad de hacer elección alguna.

Los insultos, las críticas y las descalificaciones que la derecha (y algunos periodistas) han venido lanzando sobre el gobierno de coalición han sido persistentes, injustos y despiadados. Comenzaron llamando al Presidente “el ocupa de la Moncloa”. Y se tachó a su gobierno de ilegítimo. Luego se creó un mantra sobre los pactos con los independentistas. Pactar con los independentistas no significa querer romper España. Supongo que así lo pensarán Aznar y Rajoy que también pactaron con ellos. También se criticaron de manera furibunda los acuerdos con Bildu. Como si realmente fueran ahora terroristas. Les pedimos mil veces que abandonasen las armas y que defendiesen sus ideas en las instituciones. Pero ahora que están en ellas, siguen siendo criminales. Isabel Díaz Ayuso ha dicho que ETA existe. Será en su mente. Bildu ha votado a favor de muchas leyes que han beneficiado a los españoles. Y el PP, no. También se criticó su política ante la pandemia. Y la oposición, de manera miserable, estuvo siempre en contra de todas las decisiones que nos salvaron. Ni siquiera han reconocido el éxito de la vacunación que ha sido elogiado por medio mundo.

Ahí están los logros del gobierno de coalición: la gestión económica, la subida del SMI, la subida de las pensiones según el IPC, el salario Mínimo Vital, la ley de eutanasia, la ley de bienestar animal, la reforma laboral, los ERTES, la disminución de la precariedad de medio millón de trabajadoras del hogar, la ley trans, la ley de memoria democrática, la ley del si es sí…Una ley necesaria. No negaré sus efectos secundarios indeseados, pero ha sido de una hipocresía infinita, golpear una y otra vez a la Ministra de Igualdad y al gobierno por esa ley. ¡El señor Abascal echándole en cara a la Ministra Montero las excarcelaciones y la rebaja de penas! El mundo al revés.

La entrevista del señor Feijóo con la periodista Silvia Intxaurrondo fue de un cinismo inconmensurable. No solamente por la mentira contumaz sobre la subida de las pensiones por el PP según el IPC sino por el desprecio a una valiente profesional que se jugaba el puesto por su insistencia en denunciar el error de alguien que pronto podría convertirse en su jefe. “Yo no miento”, dice Feijóo. Y, además, “Yo rectifico cuando doy datos falsos”. Y la rectificación consistió en decir que el señor Zapatero congeló las pensiones. (Sin hacer referencia a la crisis mundial que tuvo que afrontar el presidente socialista).

La incomparecencia del señor Fejóo en el debate a cuatro fue una burla a la democracia. ¿Por qué no exigió que fueran los siete cuando celebró el cara a cara? Y ahora dicen que ganó el debate. No jugó el partido, pero lo ganó. Otro milagro de la derecha.

Votaré a la izquierda porque quiero que sigan avanzando las políticas de progreso, las políticas que se preocupan con más intensidad de los pobres, de los trabajadores, de los diferentes, de los inmigrantes, de los homosexuales, de las personas trans, de las mujeres, de los necesitados, de los que Paulo Freire llamaba “los desheredados de la tierra”..

Votaré a la izquierda porque me horroriza un gobierno de la derecha con la ultraderecha. El intento desesperado del señor Feijóo para distanciare ahora de Vox y conseguir una mayoría suficiente para gobernar en solitario, pone en evidencia las vergüenzas de sus pactos con Vox en Extremadura (sometiendo a la presidenta a la vergüenza de renunciar a sus principios tan claramente proclamados), en Valencia, en Baleares, en Castilla-La Mancha y en cientos de Ayuntamientos… Me echo a temblar al imaginar al señor Abascal en la Vicepresidencia del gobierno y a algún ministro de su partido dirigiendo la educación.

Votaré a la izquierda porque ese empeño en derrocar el sanchismo (esa es la palabra, no derogar, porque solo se derogan las leyes) atribuyendo a esa corriente la perversidad más absoluta, me parece de una mezquindad insoportable. Hagan propuestas, digan qué modelo de sociedad quieren… porque parece que su programa es acabar con el sanchismo. Y luego, ¿qué?

Votaré a la izquierda porque, en todas las cuestiones esenciales de la vida, encarna lo que considero un ideario más elevado, más progresista, más feminista, más cercano a los desfavorecidos, más abierto de mente, más sensible a los problemas de la sociedad. Concretaré.

– Cuando se trata de defender la enseñanza pública o la sanidad pública (lo público y lo privado), la izquierda se muestra más sensible, más cercana a una concepción del sistema educativo y sanitario de calidad para todos y para todas. La escuela pública y la sanidad pública son para la izquierda la causa de la justicia. La derecha, cuando puede, y puede siempre, privatiza.

– Cuando se trata de separar el poder de la Iglesia y el del Estado, la izquierda está por la labor de que cada poder mantenga su parcela sin interferencias de la Jerarquía en la ordenación de la vida y costumbres de la ciudadanía.

– Cuando se legisla sobre el aborto es más respetuosa con la decisión de las mujeres. Y no manipula la realidad con frases huecas y consignas tramposas. Nadie está a favor de la muerte. Me gustaría saber cuántos votantes de la derecha, indignados contra la ley del aborto, han acudido luego a practicarlo a escondidas.

– Cuando se trata de defender los derechos de los homosexuales, de las lesbianas, de los transexuales, de los bisexuales…, está más cerca de quienes sufren que de quienes han ejercido la violencia homófoba durante siglos y de quienes siguen ejerciéndola ahora. Les reconoce su dignidad y sus derechos a emparejarse y a ejercer de padres y madres.

– Cuando se revisa la historia, pretende recuperar el derecho de quienes fueron destruidos por la violencia y pasaron cuarenta años de silencio y de oprobio. Pretende reconocer derechos, no abrir heridas.

– Cuando se plantean adhesiones o decisiones sobre la guerra, la izquierda es más reticente y, a la vez, más propensa a la negociación y a la palabra.

– Cuando se plantea la decisiva cuestión de la igualdad entre hombres y mujeres, la izquierda crea un Ministerio de Igualdad que es objeto de brutales descalificaciones y de inadmisibles bromas por parte de la derecha. La ultraderecha ni siquiera reconoce que exista la violencia de género. ¿Cuántas mujeres más tienen que morir cada día a manos de sus parejas para que abran los ojos? La violencia de género no llama asesinos a los hombres, llama asesinos a los hombres que matan a sus mujeres. Mi querida amiga Amparo Tomé me remite un documento titulado “13 razones feministas para votar izquierda”. Un documento corto y contundente A él me remito.

– Cuando hay conflictos laborales está más cercana a los trabajadores que a los empresarios. Es decir, está más cerca de quienes tienen menos dinero y menos poder. Sin olvidar que si no va bien la empresa, nadie irá bien.

– Cuando se legisló sobre el matrimonio, legalizó el divorcio, que hoy nos parece a todos un derecho sin el cual estaríamos condenados a mantener una relación desgraciada de por vida. La derecha, que se opuso, tiene entre sus militantes y admiradores, no pocos divorciados y divorciadas que rehicieron oportunamente sus vidas.

Lo mismo sucede con otras cuestiones de capital importancia: el medio ambiente, el bienestar animal, la inmigración, la educación sexual, la pureza democrática… Es otro modo de ver la vida, de ver la sociedad, de ver a las personas. No es igual una posición que otra, como algunos sostienen.

El croupier de la historia ha dicho este viernes: “No va más”. El domingo por la noche veremos dónde cae la bolita. Ojalá diga: 24, rojo, par y pasa. Es decir, a seguir gobernando en coalición.

 

Felipe González y Alfonso Guerra se olvidan de Felipe González y Alfonso Guerra

La notable participación en la presente campaña electoral del expresidente socialista Rodríguez Zapatero, no solo defendiendo al actual secretario general del PSOE sino para reivindicar todo el legado político de su partido, contrasta con las críticas, unas veces veladas y otras expresas, que vienen haciendo quienes posiblemente han sido las dos figuras más relevantes del socialismo español contemporáneo, Felipe González y Alfonso Guerra.

Desde hace meses, estos últimos no han dejado de manifestar sus posiciones disconformes frente el gobierno de Pedro Sánchez, sumándose así a los constantes y despiadados ataques de la derecha. En algunos casos, incluso con descalificaciones personales o con juicios de intenciones de los que nadie puede defenderse. Así ocurrió con Alfonso Guerra, cuando sugirió que Sánchez adelantaba las elecciones por razones personales, para optar a la secretaría general de la OTAN, dejando caer, además, que esta organización tomado la «aberrante decisión» de retrasar la fecha del nuevo nombramiento para hacerlo posible; lo que, por cierto, más bien habría que entender como una muestra de gigantesca relevancia internacional del presidente español y no como una descalificación. O, en el caso de Felipe González, defendiendo que gobierne la lista más votada, un principio nada constitucional, antidemocrático, puesto que puede dar lugar a que una minoría gobierne a la gran mayoría de la población, nunca respetado por la derecha en España y que González no ha defendido cuando su partido ha sido el más votado.

Las críticas de Felipe González y Alfonso Guerra son legítimas y nadie los puede descalificar por el hecho de que las hagan. Lo que a mí me resulta extraño es que ambos se sumen al coro de quienes atacan sin piedad al presidente Pedro Sánchez y a su gobierno olvidando que lo que se dice contra este último es prácticamente lo mismo que la derecha decía en su día contra Felipe González y Alfonso Guerra con el fin de echarlos del gobierno de cualquiera forma que fuese.

A Felipe González también le dijeron que era un mentiroso, como ahora a Sánchez: «Lo que mejor sabe hacer González es engañar, engañar y engañar«, decía Aznar en mayo de 1993.

A Felipe González también le dijeron que era desleal con España por pactar con Marruecos, como a Sánchez.

A Felipe González también le acusaron de «vulnerar una y otra vez el pacto sellado durante la transición para no revolver en el pasado y de intentar apropiarse de la memoria histórica de los españoles» y dividirlos, como a Sánchez.

A Felipe González también le acusaron de atentar contra la independencia de los jueces para convertir el Consejo del Poder Judicial en «un órgano de depuración de la magistratura«, como a Sánchez.

A Felipe González también lo acusaban de «soltar terroristas» en lugar de combatirlos. O incluso de ser él mismo un terrorista.

A Felipe González también le decían que era «un prisionero de las luchas en el seno de su partido» y que hacía «dejación de sus funciones como presidente del Gobierno«.

A Felipe González lo hacía responsable el PP en 1993 «del clima de corrupción generalizada que hay en España«. Algo, al menos, de lo que no pueden acusar hoy a Pedro Sánchez.

A Felipe González lo acusaba el PP de «faltar a la verdad», «confundir a la opinión española», y «engañar a la gente a través de la televisión». Algo, esto último, de lo que tampoco se puede acusar a Sánchez pues ha puesto la televisión pública en manos de la derecha.

A Felipe González lo acusaba la derecha de enriquecer ilegalmente a su familia. Un tipo de ataque personal como los numerosos que ha recibido Pedro Sánchez.

A Felipe González lo acusaron los dirigentes del PP Javier Arenas y Ruiz Gallardón de manipular los resultados de las elecciones generales de junio de 1993, como están intentando hacer con Sánchez.

El propio Felipe González denunció que a partir de 1993 se desencadenó una «cacería política» contra miembros de su gobierno cuyo objetivo era acabar con él mismo.

Al Felipe González le dijo José María Aznar lo siguiente en el debate sobre el Estado de la Nación de marzo de 1993: «Usted señor González, no está a la altura de las necesidades de España, y usted no está en condiciones de seguir gobernando (…) no está en condiciones de abordar con rigor ni un solo problema. Usted no puede seguir en el gobierno. Usted que ha sido el causante del daño, no puede ser quien lo corrija, asuma la responsabilidad que le corresponde y váyase, y no alegue más excusas… Váyase, Señor González». Lo mismo que le llevan diciendo a Sánchez desde que es presidente.

A Felipe González lo acusaban en el diario ABC (por utilizar a un solo medio como ejemplo) de cosas como las siguientes: «cinismo al mentir», estar «aferrado desesperadamente al poder», ser «capaz de comprometer la misma unidad de España con tal de seguir aferrado al poder», «estar de rodillas ante Pujol», colocar «sus intereses personales por encima de los intereses de España», ser «tan cerril que no hará otra cosa que ahondar la descomposición de España», asistir «al incendio de España cultivando con esmero su jardín de bonsáis», haber caído en una «miseria política (que es) una ofensa permanente al pueblo español», o que «derrocha y despilfarra recursos públicos»…..

¿Hay acaso alguna diferencia entre lo que Felipe González y Alfonso Guerra oyeron de la derecha y de sus medios de comunicación cuando gobernaban y lo que se dice ahora de Pedro Sánchez y su gobierno? ¿No es lo mismo?

Si las críticas que ahora hace la derecha a Pedro Sánchez y a su gobierno fueran nuevas, podría entenderse que personalidades como Felipe González o Alfonso Guerra se unieran a ellas y los combatieran. Lo que me resulta inexplicable es que personas con tanta experiencia e inteligencia como ellos hayan perdido en semejante medida la memoria y no se den cuenta de que ahora simplemente se está reeditando exactamente lo mismo que ellos vivieron.

No hay nada nuevo. El periodista Luis María Ansón, uno de los instigadores de la campaña de infamias contra el gobierno socialista de entonces, tuvo al menos la honradez de confesar públicamente en 1998 lo que ocurrió: “Había que acabar con Felipe González, esta era la cuestión«.

Ahor se trata de exactamente de lo mismo y por la misma razón: la derecha española, la de los privilegios a gran escala urdidos durante siglos, se cree dueña de España y la única con derecho a decidir su destino. Y quiere acabar con Pedro Sánchez, con el Partido Socialista y con sus socios del gobierno, por las mismas sinrazones y con las mismas mentiras que utilizaron contra Felipe González y Alfonso Guerra.

Afortunadamente, no todos los socialistas tienen tan mala memoria como ellos. Cientos de viejas y viejos militantes han suscrito por toda España manifiestos para mostrar que defienden y se sienten representados por su actual secretario general y por el gobierno progresista que ha presidido.

Decía Shakespeare que la memoria es el centinela del cerebro. España se juega mucho el próximo domingo y necesitaremos por ello de toda nuestra inteligencia para decidir nuestro voto. No olvidemos, no perdamos la memoria.

HISTORIA. La conversación alucinante que hundiría a Robert Oppenheimer 10 años después.

Se publica al fin en español la impresionante biografía del físico y director del proyecto Manhattan que creó la bomba atómica para acabar años más tarde acusado de comunista.

Aquel coronel de Inteligencia y antiguo entrenador de fútbol americano se quedó atónito. Ante él se encontraba el director del proyecto científico más importante y secreto de la historia de la humanidad y ese hombre, con su característica seguridad en sí mismo, le estaba confesando abiertamente que unos amigos suyos que actuaban como intermediarios del cónsul soviético en San Francisco le habían pedido información acerca de las actividades que estaban desarrollando en Los Álamos. "Por supuesto es traición, aunque a mí me parecería bien la idea de que el comandante en jefe comunicara a los rusos que estamos trabajando en este asunto". Aquel hombre era el físico estadounidense Robert Oppenheimer y "este asunto" era la bomba atómica que su laboratorio buscaba a toda velocidad para hacerse con ella antes que los nazis y ganar la Segunda Guerra Mundial. Aquella conversación grabada en secreto fue otra bomba de efecto retardado que 10 años después, en la década de los cincuenta —en plena caza de brujas anticomunista—, hundiría a quien hasta ese momento era uno de los grandes héroes de EE.UU. El funesto interrogatorio al que el ladino e implacable cazador de comunistas coronel Pash sometió al director científico del proyecto Manhattan —el director militar era el general Leslie Groves— sirve de clave de bóveda a una impresionante biografía que se alzó con el Pulitzer, que al fin podremos leer traducida al español casi dos décadas después de su publicación en inglés y en la que se basa la nueva película de Christopher Nolan a estrenar este 2023: Prometeo americano: el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer (Debate). Los autores, Kai Bird y el fallecido Martin J. Sherwin, dedicaron 30 años de investigación de archivos, entrevistas, análisis de cintas y hallazgos documentales a la biografía del hombre que, como el Prometeo de la tragedia griega, robó el fuego del sol a los dioses dando lugar al arma más mortífera nunca descubierta para después, sobrecogido por los efectos destructores de su propia invención, dedicar el resto de su vida a luchar contra la proliferación nuclear.

 
"Curiosamente, desde que se arrojaron las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, Oppenheimer albergaba la vaga sensación de que en su camino lo esperaba algo oscuro y ominoso. Unos años antes, a finales de la década de 1940, cuando se había convertido en una figura verdaderamente emblemática en la sociedad estadounidense, como el científico y el consejero político más respetado y admirado de su generación —había incluso aparecido en la portada de las revistas Time y Life—, leyó el relato La bestia en la jungla, de Henry James. Se quedó impresionado por esa narración obsesiva de egolatría atormentada en la que al protagonista lo persigue la premonición de que 'algo raro y extraordinario', posiblemente prodigioso y terrible, le sucedería 'tarde o temprano'. Fuera lo que fuera, estaba seguro de que lo 'arrollaría".

Una cena fatídica
Extremadamente inteligente e imaginativo, Oppenheimer también había sido un hombre muy de izquierdas a quien la derrota republicana en la Guerra civil española dejó una profunda huella y que, si bien no llegó a militar nunca en el Partido Comunista de EEUU, sí simpatizó con sus objetivos como la mayoría de sus amigos y compañeros de la Universidad de Berkeley así como su propia mujer Kitty. Y fue en ese contexto, pocas semanas antes de partir al desierto de Nuevo México para ponerse al frente del laboratorio que debía conseguir la fusión del átomo con fines militares antes que Alemania, cuando un incidente en principio insignificante en la cocina de la casa de Eagle Hill donde vivía el físico con su familia acabaría por trastocar toda su vida posterior. Hoy se conoce como el caso Chevalier.

Tráiler de 'Oppenheimer

 
 Corría el invierno de 1942-43. El profesor de literatura francesa de Berkeley Haakon Chevalier y su mujer, Barbara, eran amigos íntimos de los Oppenheimer y estos los invitaron a una cena de despedida en su domicilio. Al llegar los invitados, Haakon fue con Robert a la cocina a preparar unos martinis y fue allí donde le contó al físico que un conocido de ambos, un tal George Eltenton, le había encomendado que preguntara a su amigo Oppenheimer si podía pasarle información sobre su trabajo científico al cónsul soviético en San Francisco y ayudar así a la URSS —teórica aliada de EEUU— a ganar la guerra. 

La respuesta a la proposición de su amigo fue un no rotundo porque aquello era "traición" 

Oppenheimer era un rojo, pero también un patriota. Aunque coincidía con los círculos izquierdistas universitarios en que los soviéticos estaban luchando por la supervivencia "mientras que los reaccionarios de Washington saboteaban la ayuda que los rusos merecían recibir", su respuesta a la proposición de su amigo fue un no rotundo porque aquello era "traición". La charla terminó, los martinis quedaron listos y, aunque el físico dudó si contárselo a las autoridades, finalmente desistió para no poner en peligro a su amigo. Poco después, la familia Oppenheimer marchó a Los Álamos, en Nuevo México, para levantar en medio del desierto una ciudad de más de 5.000 habitantes entre militares, científicos y sus familias, con el fin de desarrollar la bomba atómica.

Triunfo y tragedia
Hay varias inverosimilitudes en esta historia increíble y real, del tipo que podrían agujerear una ficción. ¿Cómo es posible que un científico izquierdista que el FBI de John Edgar Hoover tenía fichado, y pinchado, desde hacía años fuera el elegido para aquel proyecto militar decisivo y ultrasecreto que, como hay sabemos a ciencia cierta, no iba dirigido contra una Alemania que se mostraba incapaz de hacerse con la bomba sino contra una Unión Soviética que ya se adivinaba como el nuevo enemigo una vez concluida la guerra? ¿Y cómo pudo ser además que es científico confesara durante el proyecto las peticiones de sus amigos para que le pasara información a los rusos y, en ese momento, no ocurriera nada? La respuesta de los autores de Prometeo americano es una combinación de azar y necesidad. No existía nadie en ese momento en el mundo con el talento que atesoraba Oppenheimer, nadie que pudiera llevar aquel empeño a buen puerto a tiempo. Y, cuando al final lo logró, el aura de héroe súbito que adquirió le protegió durante un tiempo.


placeholderAlbert Einstein y Robert Oppenheimer, en 1947.
Albert Einstein y Robert Oppenheimer, en 1947.

Pero, cuando en 1953, en plena histeria anticomunista desatada por el Comité de Actividades Antiestadounidenses promovido por el senador Joseph McCarthy, se desempolvó la cinta de aquel interrogatorio al que Pash sometió a Oppenheimer 10 años antes, la carrera al servicio del gobierno del físico se hundió. Le declararon "una amenaza para la seguridad nacional" y le acusaron de 34 cargos que iban desde lo absurdo ("consta que en 1940 usted figuraba como contribuyente de los Amigos del Pueblo Chino") a lo político ("desde el otoño de 1949 en adelante mostró una fuerte oposición al desarrollo de la bomba de hidrógeno"). El calvario que siguió duraría hasta que el presidente Kennedy rehabilitó a Oppenheimer en 1963. Años después de la muerte de Oppenheimer el 25 de febrero de 1967, su amigo el diplomático George Keenan recordaba: "En los días oscuros de principios de los años cincuenta, cuando los problemas se le agolpaban por todas partes y se vio en el centro de la controversia, presionado, le señalé el hecho de que sería bienvenido en un centenar de centros académicos de cualquier parte del mundo y le pregunté si no había pensado irse a vivir a otro lugar. Me respondió con lágrimas en los ojos: 'Joder, pero es que quiero a este país".


placeholder'Prometeo americano'. (Debate)

Una película "magnífica" sobre el trágico genio que ayudó a inventar la bomba atómica: la crítica de la BBC de "Oppenheimer"



Caryn James Role,BBC Culture

20 julio 2023

Ráfagas de fuego llenan la pantalla a lo largo de "Oppenheimer", por momentos pareciendo como si 1.000 volcanes estuvieran a punto de engullirnos.

Pero no son las únicas imágenes ardientes de la magnífica película de Christopher Nolan, que narra la historia del hombre que ayudó a crear la bomba atómica y luchó durante el resto de su vida con las mortales consecuencias de esta.

A veces, círculos recorren una oscuridad vacía o aparecen hilos de luz anaranjada que representan los miedos y la ciencia que ocupan la mente de Robert Oppenheimer.

Esas imágenes artísticas son esporádicas en una película que nunca pierde su sentido de la historia y el drama, pero revelan lo audazmente imaginativa y centrada que es.

"Oppenheimer" es la obra más madura de Nolan, que combina la acción explosiva y comercial de la trilogía de The Dark Knight con los fundamentos cerebrales que se remontan más de 20 años atrás a Memento, y se extienden por Inception y Tenet.

Cillian Murphy, con ojos azules como el hielo, domina la película, interpretando a Robert Oppenheimer con una moderación que se adapta perfectamente a este personaje carismático pero frío.

El "padre" de la bomba atómica
La historia nos lleva desde sus días de estudiante en Europa, a su época como profesor en California en la década de 1930, y luego al Proyecto Manhattan, el programa estadounidense altamente secreto desarrollado para construir armas nucleares en Los Álamos, Nuevo México, en el que su equipo se apresura a crear una bomba para poner fin a la Segunda Guerra Mundial.

Murphy nos mantiene con él incluso cuando el personaje parece un poco opaco.

Nolan basó su película en la magistral biografía “Prometeo Americano: el Triunfo y la Tragedia de J Robert Oppenheimer”, de Kai Bird y Martin J Sherwin, y captura exactamente lo que sugiere el título: un héroe trágico y profundamente estadounidense que ayudó a dar forma al mundo moderno y se convirtió en víctima de la política de Washington.

Considerado por muchos como un "genio" de la ciencia, Oppenheimer era también un gran apasionado de la artes y de las humanidades.

La película se enmarca como una batalla cara a cara entre Oppenheimer y su némesis, Lewis Strauss (interpretado por Robert Downey Jr), exjefe de la Comisión de Energía Atómica de EE.UU.

En todo momento, el guion de Nolan va y viene entre dos audiencias celebradas por el gobierno de EE.UU. en la década de 1950 que se desarrollan como dramas judiciales tensos, retrocediendo en largos tramos para contar la historia de la vida de Oppenheimer.

En los años 50, Oppenheimer es una figura nacional elogiada, pero un panel lo interroga para determinar si se debe revocar su acceso de seguridad, basándose en acusaciones falsas de que representa una amenaza comunista.

Gran parte de la película se desarrolla desde el punto de vista de Oppenheimer, en colores brillantes, estando diseñada y rodada con gran intensidad a pesar de su formato de pantalla ancha.

Secciones en blanco y negro, deliberadamente claustrofóbicas, muestran la perspectiva de Strauss, en su comparecencia ante un comité del Senado estadounidense que vota su nombramiento como Secretario de Comercio.

Estas partes recuerdan a Memento, en la que la historia no es lo que parece a primera vista. La cronología fracturada crea una sensación de fatalismo que persigue a las primeras escenas.

"Destructor de mundos"
La historia se construye gradualmente, pero apenas sientes la duración de la película, que dura poco más de tres horas.

En California, Oppenheimer comienza una aventura con Jean Tatlock (Florence Pugh), una comunista emocionalmente volátil e inestable.

En una escena, después de tener relaciones con Oppenheimer, encuentra una copia en sánscrito del Bhagavad Gita en su estante y le pide que la lea. Oppenheimer pronuncia la línea más asociada con él, que le vino a la cabeza mientras veía a Trinity, la primera prueba de la bomba nuclear en Los Álamos, como recordó en una entrevista televisiva años después: "Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos".

Poner eso en una escena erótica es otra elección sorprendente. En una escena posterior que insinúa lo buena que podría ser una historia de amor de Nolan, ambos se sientan desnudos en sillones cada uno a un lado de la habitación, en una imagen elegante que sugiere tanto intimidad como distancia.

Florence Pugh interpreta a Jean Tatlock, una psiquiatra y médica estadounidense que se involucró sentimentalmente con Oppenheimer.*

Como el resto del gran elenco, Pugh es impresionante en un pequeño papel. Incluso Emily Blunt, que interpreta a Kitty, la esposa de Oppenheimer, pasa la mayor parte del tiempo en un segundo plano.

Al final de la película, en un par de escenas importantes, se muestra por qué Kitty era una fuerza por sí misma. Matt Damon es Leslie Groves, el general del ejército que dirige el Proyecto Manhattan.

Kenneth Branagh es el físico Niels Bohr, alguna vez el mentor y la conciencia de Oppenheimer. Pero Downey es el actor secundario crucial, y ofrece una interpretación inteligente y dinámica como el astuto, inseguro y poderoso Strauss.

★★★★★

La película no abunda ni intenta explicar especialmente los aspectos científicos de la bomba, incluso cuando los físicos investigadores se agrupan alrededor de Oppenheimer para debatirla.

En Los Álamos, la tensión aumenta a medida que la historia se dirige hacia la prueba inevitable en el gran desierto. Hay una tormenta la noche antes de Trinity.

Cuando ocurre la explosión, Oppenheimer está en una choza a cierta distancia, otros tirados en el suelo, protegiéndose los ojos, mientras el fuego parece rugir hacia la pantalla, todo seguido de un silencio repentino cuando la banda sonora se corta.

Esa escena impactante e inmersiva por sí sola justifica filmar en el formato Imax que tanto le gusta a Nolan (y se ve cada línea y poro en los rostros de los actores).

Otras películas de Christopher Nolan incluyen la trilogía de The Dark Knight, Inception y Dunkirk.

El físico Edward Teller (interpretado por Benny Safdie) acusa a Oppenheimer de ser más político que físico. Kitty le dice que juega a ser un mártir.

Nolan muestra a un hombre que ingenuamente creía que podía hablar honestamente, instando al presidente Truman a evitar una carrera armamentista nuclear.

También creía que era necesario lanzar la bomba sobre Hiroshima porque, como dice, "una vez utilizada, una guerra nuclear se vuelve impensable". Pero reflexiona sobre ello.

Justo después de Hiroshima vemos más imágenes de su mente, incluida la de un negativo de una joven con la piel desprendida.

Como sugiere esta inspirada película, la mayor tragedia de Oppenheimer fue no poder salvar al futuro de su propia invención.


* Estoy disgustada con todo... A los que me amaron y me ayudaron, todo amor y coraje. Quería vivir y dar y me quedé paralizada de alguna manera. Traté como el demonio de entender y no pude... Creo que habría sido una responsabilidad toda mi vida, al menos podría quitar la carga de un alma paralizada de un mundo en lucha.[29]

Su padre encontró su correspondencia y la revisó, quemando cartas y fotografías en la chimenea. A las 5:10 pm llamó a Halstead Funeral Home, quien contactó a la policía. La policía llegó a las 5:30 pm, acompañada por el médico forense adjunto. Al momento de su muerte estaba bajo vigilancia del FBI y su teléfono había sido intervenido, por lo que una de las primeras personas informadas fue el director del FBI, J. Edgar Hoover, a través de un enlace de teletipo[41]. La noticia de su muerte se informó en los periódicos del Área de la Bahía.[42]

Washburn cablegrafió a Charlotte Serber en Los Álamos.[42] Como bibliotecaria, tenía acceso al Área Técnica y se lo contó a su esposo, el físico Robert Serber, quien luego fue a informar a Oppenheimer. Cuando llegó a su oficina, descubrió que Oppenheimer ya lo sabía.[43] El jefe de seguridad de Los Álamos, el capitán Peer de Silva, había recibido la noticia a través de las escuchas telefónicas y la inteligencia del ejército, y se la había dado a conocer a Oppenheimer.[44] Tatlock había introducido a Oppenheimer en la poesía de John Donne, y se cree ampliamente que llamó a la primera prueba de un arma nuclear "Trinidad" en referencia a uno de los poemas de Donne, como un tributo a ella.[45][46] En 1962, Leslie Groves le escribió a Oppenheimer sobre el origen del nombre y obtuvo esta respuesta:

Lo sugerí... No está claro por qué elegí el nombre, pero sé qué pensamientos estaban en mi mente. Hay un poema de John Donne, escrito justo antes de su muerte, que conozco y amo. De él una cita:

Como occidente y oriente
En todos los mapas planos, y yo soy uno, son uno,
Así la muerte toca a la Resurrección.

En otro poema devocional más conocido, Donne abre:

Golpea mi corazón, Dios de tres personas.[47]

Una investigación formal en febrero de 1944 arrojó un veredicto de "Suicidio, motivo desconocido".[48] En su informe, el forense descubrió que Tatlock había comido una comida completa poco antes de su muerte. Había tomado algunos barbitúricos, pero no una dosis letal. Se encontraron rastros de hidrato de cloral, una droga normalmente asociada con un "Mickey Finn" cuando se combina con alcohol, pero no había alcohol en su sangre, a pesar del daño en su páncreas que indicaba que era una gran bebedora. Como psiquiatra que trabajaba en un hospital, tenía acceso a sedantes como el hidrato de cloral[49]. El forense descubrió que había muerto alrededor de las 4:30 p. m. del 4 de enero. La causa de la muerte se registró como "edema agudo de los pulmones con congestión pulmonar" [50]: ahogamiento en la bañera. Parece probable que se arrodilló sobre la bañera, tomó hidrato de cloral y hundió la cabeza en el agua...


KRISTINA FARKAS

"Openheimer" es una película impresionante que me ha dejado asombrada. Cillian Murphy encaja perfectamente en su papel y no podrían haber elegido a un actor mejor para interpretarlo. También es genial ver a Robert Downey en la película, lo que agrega otro talento notable al elenco.

La banda sonora de la película es simplemente perfecta, se ajusta maravillosamente al tema y a los momentos clave de la trama, lo que realza aún más la experiencia cinematográfica. Además, los personajes están muy bien desarrollados y personalizados, lo que agrega una capa adicional de profundidad a la historia. Hace tiempo que no disfrutaba tanto de una película como lo hice con "Openheimer", recordándome lo gratificante que fue ver "The Imitation Game". Cillian Murphy es uno de mis actores favoritos, y su actuación aquí es excepcional.

También me encantó la duración de la película, no hubo momentos aburridos y la trama se desarrolló de manera envolvente de principio a fin.

En resumen, "Openheimer" merece definitivamente un 10 plus. "Openheimer" ofrece una mirada impactante sobre el valor y la capacidad de los científicos para crear inventos que pueden cambiar el curso de la humanidad, como en el caso de la bomba nuclear. Esta película también presenta de manera cruda y grotesca cómo los altos cargos pueden utilizar a los científicos para sus propios fines y luego "redescubrir" sus nombres solo cuando les conviene.

Es un recordatorio poderoso para valorar a los científicos como personas, reconociendo tanto sus contribuciones positivas como negativas, pero siempre recordando la importancia de su trabajo en el desarrollo de la humanidad. La trama nos lleva a reflexionar sobre el poder de los descubrimientos científicos y la responsabilidad que conlleva su uso.

En definitiva, "Openheimer" es una película que no solo brilla por su impresionante elenco, banda sonora y personalización de personajes, sino que también nos incita a apreciar el trabajo de los científicos y considerar las consecuencias éticas y morales de sus creaciones. Una obra cinematográfica profunda y provocadora que te dejará pensando mucho después de verla.

sábado, 22 de julio de 2023

_- Mazzucato: “Es un problema que muchos Gobiernos se muevan hacia el populismo”

_- La profesora de la UCL defiende un papel central del Estado y alaba la actitud del Ejecutivo español por haber sabido innovar pese a la coyuntura hostil

Es una de las economistas más brillantes del panorama internacional, tiene una prolífica producción literaria y ha asesorado a instituciones y Gobiernos a lo largo y ancho del globo. Hasta el Papa recomendó leer uno de sus libros, El valor de las cosas (Taurus, 2019). Mariana Mazzucato (Roma, 55 años), profesora de Economía de la Innovación y Valor Público en el University College de Londres (UCL), defiende un Estado fuerte, ambicioso, que sea capaz de innovar y crear riqueza. En cambio, alerta sobre las políticas de austeridad —”no funcionan”— y la ultraderecha: “Es un problema que muchos Gobiernos se muevan hacia el populismo”, zanja durante una entrevista por Zoom.

Pregunta. ¿La pandemia y la crisis energética han reforzado el papel del Estado o se ha perdido una oportunidad?
Respuesta. En algunos países se ha perdido la oportunidad. En el Reino Unido, donde vivo, las ayudas a las empresas durante la covid no estaban condicionadas a que fueran buenas. En España, a las empresas que han recibido ayudas para mitigar el impacto de la inflación no se les permite despedir alegando un aumento del coste de la energía. Es parte integrante de la ayuda. Es como un dar y recibir, que yo llamo relación simbiótica, en oposición a la parasitaria. Así se van forjando buenas relaciones público-privadas.

P. Además de estas colaboraciones, ¿qué más hace falta para que el Estado no sea un simple regulador?
R. En mi reciente libro The Big Con (La gran estafa) digo que hay que invertir en la capacidad del Estado, forjar buenas alianzas público-privadas, fortalecer los sistemas de salud, darnos cuenta de que estamos todos juntos, por ejemplo en el cambio climático. El coste de la inacción es muy superior al de la acción. No sirve decir que todo apesta, que las empresas son malas, que el Gobierno es malo... Necesitamos entender dónde las políticas gubernamentales y comerciales inteligentes y el sector público-privado inteligente han fortalecido las economías. La tasa de inflación española ha bajado tanto en comparación con otros países en gran parte por el tope al precio del gas [para generación de electricidad, la llamada excepción ibérica], los límites a los aumentos de los alquileres de vivienda, la gratuidad del transporte público y, quizás lo más importante, la fiscalidad sobre los beneficios caídos del cielo. Ningún Ejecutivo es perfecto, pero me han impactado las políticas mesuradas de este: nada demasiado extremo, pero siempre pensando en qué se puede hacer para contener los costes para los ciudadanos, ayudar a las empresas, pero pidiéndoles algo a cambio, y fortalecer la capacidad del Gobierno.

P. Los Gobiernos suelen diseñar políticas de corto plazo, porque innovar puede llevar a cometer errores que luego suponen un castigo en las urnas.
R. Has metido el dedo en la llaga. Aceptamos la experimentación de las empresas. Admitimos que, por cada éxito, hay muchos fracasos. Pero en cuanto el sector público comete algún error está en la primera plana de los periódicos. No le permitimos experimentar. Por eso he estado proponiendo que se invierta en laboratorios gubernamentales. Chile tiene El laboratorio del Gobierno. Hacer las cosas bien no siempre es un proceso lineal. Es en parte por eso que los Ejecutivos subcontratan a empresas de consultoría, para que alguien más cometa el error. Pero la clave es aprender de los fracasos. No basta con fracasar. Y eso solo puedes hacerlo si inviertes en tus capacidades. Volviendo a España, creo que se han hecho muchas cosas bien. También cosas mal, como todo Gobierno.

P. ¿Es más importante redistribuir o crear valor?
R. Si solo se piensa en la redistribución no queda nada que crear. Hay que invertir lo suficiente en lo que crea valor, por ejemplo la I+D. El Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia de España está muy enfocado a la investigación y desarrollo. . Hay 50 millones para misiones de I+D en torno a la inteligencia artificial. Existe el programa RETECH IA, con 260 millones, y el PERTE de la nueva economía del lenguaje. Todo esto es crear valor.

P. Ha habido críticas a este Gobierno por dar ayudas generalizadas contra la inflación.
R. Los impuestos, por supuesto, tienen que ser progresivos. España tiene un gravamen solidario a la riqueza e impuestos sobre los beneficios caídos del cielo, que no perjudican a las pequeñas empresas. La pregunta es, ¿qué hacer con lo que se recaude? Ahí está la creación de riqueza. Se necesita de una tributación inteligente y progresiva que vaya a un fondo común para mejorar la vida de los ciudadanos, financiar el transporte público gratuito o reducir la factura energética. La creación de riqueza también es reinvertir ese dinero en políticas que aumentan la productividad.

P. ¿Estos impuestos deben mantenerse?
R. Depende. A escala mundial, las farmacéuticas siempre consiguen lo que yo definiría beneficios excesivos, porque cobran demasiado por los medicamentos aunque hayan recibido inversión pública. En ese caso, el cambio debe ser permanente. Es más bien asegurar que los precios son justos. Idealmente, se necesita un sistema en el que los beneficios de las empresas son los adecuados desde el principio. Eso requiere, como argumenté en mi libro El valor de las cosas, que los gobiernos comprendan mejor la diferencia entre ganancias y rentas. Es algo de lo que hablaron Adam Smith y David Ricardo. No es una noción marxista. Las empresas deben obtener beneficios. No se resuelve nada con la caridad. Pero necesitamos una teoría que nos diga si son demasiados.

Muchas energéticas empezaron a ganar demasiado no porque fueran innovadoras, sino por un shock en el sistema global, y debemos gravar estos beneficios excesivos. Si estos impuestos tienen que ser permanentes depende de la capacidad de un gobierno para distinguir qué ganancias provienen de las inversiones de una compañía, de su innovación, y cuáles de una guerra u otra crisis internacional. Además, en este momento tenemos un problema en el mundo: hay muchos Gobiernos que se están moviendo en una dirección populista. En Italia también podemos decir fascista.

P. En España es probable que la extrema derecha entre en el Gobierno con Vox.
R. Es un problema enorme. Por eso hay que saber qué ha hecho un país. Lo que ha hecho en España el actual Gobierno es muy positivo comparado con lo que veo en muchos países. En el Reino Unido, después del Brexit no hay una fórmula para que lo público y lo privado trabajen juntos en la transición energética, la brecha digital, la salud. En Italia, mi otro país [aclara que tiene nacionalidad estadounidense, británica e italiana], se ha dejado de invertir en la administración pública. Falta un pacto sólido entre sindicatos, gobierno y empresas. Muchos trabajadores se han sentido engañados y han votado a la derecha. En la izquierda se han pelado entre ellos durante años y esto ha provocado que no haya tenido una actitud progresista como en España.

En España, este Gobierno ha desarrollado unas políticas muy importantes sobre energía, objetivos de desarrollo sostenible, pactos con empresas, trabajo… Creo que esto es el futuro del capitalismo. El siglo XXI necesita este tipo de actitud. También habrá cometido errores. El problema es si la gente siente que no puede llegar a fin de mes y por ello vota a una derecha que solo ataca a los inmigrantes, la burocracia, la criminalidad... Además de una manera insensata. La criminalidad no se lucha solo con más policía, sino invirtiendo en sus causas, que a menudo son socio-económicas. Un gobierno debe invertir en las personas con buena educación, prestaciones, políticas de vivienda... Pero no se hace o, si se hace sin contarlo, sin tener un relato, también es un problema.

La narrativa de la derecha siempre va contra alguien: los inmigrantes, el Gobierno, Europa… Lo he visto en todos los países. El Ejecutivo de Sánchez no ha sido uno necio que solo ha pensado en la redistribución. Ha usado una estrategia sostenible, ayudando a las empresas, promocionando a aquellas que invierten verde y a la vez ha desencentivado el exceso de ganancias, lo que no significa desincentivar los beneficios. Creo realmente en esa estrategia: crear riqueza, invertir en tecnología, salud, capacidad de las ciudades y tener impuestos progresivos.

P. Los países europeos, entre ellos España, han disparado su deuda con la pandemia. Bruselas está pidiendo recortes. ¿Habrá una vuelta a la austeridad?
R. Los recortes, como se hicieron después de la crisis financiera, con la austeridad, no han funcionado. Lo que importa más en la ratio deuda PIB son las inversiones, tanto públicas como privadas, que se hacen en el denominador. Hay que cortar donde hay despilfarro, siempre y no solo ahora, pero también invertir en lo que crea valor: educación, I+D, programas de IA aplicada a la salud, agricultura, energía. Solo recortar, esperando que la deuda baje, no funciona. Si el PIB no crece, si la productividad no crece, volvemos otra vez al punto de partida.

Es muy importante que no haya otra ola de austeridad. La inversión pública en el corto plazo puede elevar la deuda, pero en el largo la baja, porque crea la riqueza con la cual financiarla. Los países que solo aplican la austeridad no crean riqueza y la deuda sigue creciendo. También porque emergen problemas de salud, de criminalidad… La falta de buenos sistemas de salud y de educación pueden suponer un coste mayor al Estado que invertir más desde el principio.

P. Hay que hacer predistribución.

R. Exactamente.