viernes, 18 de septiembre de 2020

_- Carlos Saura: “Soy ya casi un clásico muerto” El mítico director de casi 50 películas charla de la vida, el amor y el oficio en vísperas del reestreno en Madrid de su montaje teatral de ‘La fiesta del chivo’

_- “Ven, que te enseño Las señoritas de Collado Mediano". Carlos Saura me invita a su leonera ―la planta baja de su casa en la sierra de Madrid, atestada de libros, discos, fotografías, dibujos, maquetas de tanques y robots, cámaras, premios variopintos y una gigantesca televisión― para mostrarme un collage de dibujos de mujeres con el pecho al aire remedando a las de Picasso. “No son las de Avignon, pero ahí las tienes. Hay quien me pregunta si me he acostado con todas. Ojalá, pero son imaginadas”, se ríe con ganas. Saura está locuaz, socarrón y divertido durante la charla. Se ve que tiene ganas de hablar después de meses enclaustrado en estos muros, donde ha pasado el confinamiento y de donde ahora apenas sale por prevención ante un virus al que no teme pero “respeta” por la cuenta que le tiene. A sus 88 años (nació en Huesca) gasta pintaza, y lo sabe, aunque dice haber engordado durante el encierro, que ha entretenido, entre otros mil quehaceres pequeños, pintando una inquietante serie de cartones sobre los sueños. Por ahí empiezo.

 Y usted, ¿con qué sueña?
Duermo como un lirón, pero no sueño casi nada, lo cual es una desgracia. De más joven soñaba eso de que te caes por un precipicio, y quiero soñar eso tan tremendo otra vez. Es una tragedia porque, según Freud habría que analizar los sueños y así no me puedo analizar.

¿Se ha psicoanalizado mucho?
No, pero mi cuñado, el marido de mi hermana Pilar, era psiquiatra y he estado en muchas sesiones, incluso para aprender. Hace muchos años me propuso probar el ácido lisérgico, que venía de Suiza y no se había probado en España.

A veces, cuando digo que tengo 88 años, me responden: “No serán tantos”. Pues sí, lo son. No me diga que testó uno de los primeros ‘tripis’ en España.

Sí, yo encantado. Me inquietó mucho porque tuve alucinaciones con colores mayas y aztecas y estuve obsesionado todo el día. No volví a probar ninguna droga.

¿Por si se enganchaba?
Mira, he conocido bien eso. En Estados Unidos y en España hubo una época en la que todos tomaban ácido, o heroína. He tenido amigos y familia, las hijas de mi hermano Antonio, muertos por la droga. Yo siempre he pensado que la mayor droga es mi trabajo. Me ocupa un espacio tan enorme, tengo la cabeza tan ocupada con ello que no necesito ninguna otra.

¿Le ha inspirado algo el confinamiento?
Bueno, he hecho una peliculita para mí con fotos y grabaciones de la televisión de aquellos días de encierro alucinantes. Se llama Coronavirus, que es un nombre precioso. El virus de la corona, o la corona del virus, ¿no te parece?

¿Lo dice por Juan Carlos I?
Yo soy republicano de pro, aunque Juan Carlos siempre me cayó bien y me ha tratado maravillosamente. Lo de llevarse el dinero de los demás me parece mal. Lo otro lo entiendo bien. Decía Buñuel que la pasión justifica todo y, bueno, uno sabe de qué va eso.
  
¿A usted también le ha pasado?
Varias veces. Yo hubiera dado hasta la vida por una chica si me lo hubiera pedido y luego la he visto en 10 años y he pensado: “¿Yo hubiera dado la vida por esta imbécil?”, con perdón.

¿Cuánto duele el desamor?
Yo lo he pasado fatal siempre que me he separado de alguna de mis mujeres. Hasta el punto de irme fuera de España para olvidar. Para mí la ruptura es tremenda, no sé si para ellas.

No es frecuente oír a un hombre hablar así de sentimientos.
Eso es una cosa muy española. Yo mismo soy pudoroso a la hora de ver a una pareja haciendo el amor. No me gusta verlo, ni rodarlo, aunque sean actores. Me parece una intrusión. Ya sabes, eso de los violines o del tacataca. El sexo pertenece a la vida privada. Además, mostrarlo en el cine es innecesario. Lo encuentro aburrido, te lo sabes. Es como ver una carrera de coches en una película americana. El amor es imaginación. Prefiero la elipsis. Otra cosa es la pornografía, que tiene su utilidad.

Ha tenido varias esposas. ¿Existe eso del amor de una vida?
Puede haber uno y puede haber varios. Lo que pasa es que la sociedad actual no permite que uno se enamore de varias mujeres. Me hubiera gustado a veces estar con mi mujer y tener una amante, tener esa relación de modo natural. Pero ha sido imposible. Yo me he casado por la Iglesia dos veces y por lo civil otras dos o tres. Obligado no, pero casi siempre por necesidades prácticas. El amor es más libre que todo eso.

Con siete hijos tendrá una legión de nietos.
Tengo seis hijos y la niña, Anna, la última, con mi última mujer, Lali Ramón. Eso fue la panacea. Siempre quise tener niñas, me gustan más que los niños, son más listas, más prácticas, más interesantes, pero no venían. Me costó varias parejas. Nietos no sé cuántos tengo. Más de una docena, pero no sé exactamente.

Yo lo he pasado fatal siempre que me he separado de alguna de mis mujeres. Hasta el punto de irme fuera de España para olvidar No me lo creo. Dicen los abuelos que se les quiere más que a los hijos.
Yo no. No es que no los quiera, claro que sí, pero es que no me gusta nada que me llamen abuelo. Llámame don Carlos, Carlos, lo que te dé la gana, pero que no me llamen abuelo. No me veo con un nietecito paseando de la mano por ahí. Eso es deprimente, ese es el momento en que vas a palmar pronto.

¿Qué director joven le gusta?
No conozco a fondo el cine español, de verdad. Ni siquiera el cine mundial. Veo todos los días al menos una película, pero es una antigua, una que recuerdo, o una de ciencia ficción, que me gustan mucho, o de catástrofes, que me encantan.

¿Ya no se hace buen cine?
No es tanto por eso, sino porque la mayor parte de las películas ya sé como van a terminar, lo cual es una tragedia, porque estoy en el oficio y me sé todo el tinglado. Sobre todo las series, son tremendas. Los dos primeros capítulos son estupendos, pero luego ya hay que rellenar y veo todo el condimento, esa mecánica que han inventado los americanos y que funciona muy bien, pero que no me interesa nada. Soy adicto a los documentales, eso sí. Esas cosas fantásticas que hay por el mundo. Me gusta más la realidad que la ficción.

Me hubiera gustado a veces estar con mi mujer y tener una amante, tener esa relación de modo natural. Pero ha sido imposible

Y sus películas, ¿le gustan?
No me gusta volver a verlas, son el pasado, pero el otro día ví Pajarico y me gustó. Esa cosa de mi familia murciana, tan cálida, tan distinta de la de Huesca, tan puritana. Será que me estoy debilitando con la edad.

¿Cómo se lleva con los actores en los rodajes y las tablas?
He pasado una posguerra. Estoy educado en la economía de medios. Ensayo mucho y luego hago dos o tres tomas y no doy la lata. En teatro me sorprende mucho que los actores se quedan muy asustados. Dicen: “Este señor no dirige”. Y es porque les dejo libertad. Si lo hacen bien, ¿para qué corregirles? Al actor inteligente no hace falta que se le digan muchas cosas. Se hace él con el personaje y me parece un milagro. Lo sé porque yo soy el peor actor del mundo.

Entonces, ¿cuál es su don?
Lo tengo muy claro: la imaginación. He utilizado la imaginación para contar historias que me gustan y pienso que van a gustar a otros. Luego igual no les gustan, pero qué vas a hacer, no siempre aciertas. Pero solo el hecho de que te dejen contar tus propias historias, dar un paso adelante, es lo que he intentado toda la vida.

No me veo con un nietecito paseando de la mano por ahí. Eso es deprimente, ese es el momento en que vas a palmar pronto. ¿Qué siente cuando oye decir de usted que es un clásico vivo?

Que soy un clásico muerto casi ya [risas]. No me gusta lo de clásico, y eso que me encanta la música clásica. Pero eso son clasificaciones, etiquetas que se van poniendo, y a estas alturas no me gustaría que se me etiquetara.

A estas alturas... ¿es feliz?
Felicidad es palabra mayor, pero soy un hombre equilibrado en mi forma de ser, estoy sano, que no es poco, y eso me parece que es suficiente para ser feliz, o por lo menos estar contento con la vida. Y luego he tenido suerte. Siempre lo digo: soy un elegido porque he hecho lo que me ha gustado hacer, he tenido conversación social suficiente, la economía suficiente para seguir viviendo y siete hijos. No me puedo quejar.

Le quedan 11 años para los de Rafaela Aparicio en Mamá cumple 100 años. ¿Cómo lo lleva?
Doce, no me pongas meses que hasta enero no cumplo. A veces, cuando digo que tengo 88 años, me responden: “No serán tantos”. Pues sí, lo son. Buñuel decía que era un viejo a los 60. Yo a esa edad me sentía pleno. Ahora me siento mayor. ¿Sabes ese dibujito de Goya donde se ve a un hombre muy mayor apoyado en dos bastones y debajo pone: “Aún aprendo”? Pues eso. Nunca se termina de aprender, cada día es diferente. Y es un milagro.

´FOTOSAURIO´
Con sus más de 50 películas, óperas, libros y premios -de Berlín y Cannes para arriba- Carlos Saura (Huesca, 88 años) se sigue considerando, sobre todo, un fotógrafo, y llama así, "fotosaurios", a sus fotos pintadas. Algunas de ellas decoran las paredes y los estantes de su domicilio en la sierra de Madrid, un caserón centenario rodeado de cedros del Himalaya y plantas cuidadas por su esposa, la actriz Eulalia Ramón, que pasa temporadas en ella. 
Por las mañanas, Saura se sienta en una silla de resina en lo más alto de la finca a tomar el sol y otear los riscos rodeado de sus perros y sus gatos y se siente el amo de su universo. "Es el mejor momento del día". 
¿Qué es el futuro?, le pregunto. "Hacer una película. Siempre quiero hacer otra", responde.

jueves, 17 de septiembre de 2020

_- Entrevista a Angel Viñas (I) «Todo historiador es un eslabón en una cadena ininterrumpida»

_- Ángel Viñas es catedrático emérito de la Complutense. De familia muy modesta, tuvo una educación estrictamente laica en las escuelas del barrio de Atocha (Madrid). Se apañó para estudiar en Alemania y Escocia a base de becas extranjeras y de esfuerzos propios (chico de recados en París y Stuttgart, docker en Hamburgo, profesor de castellano en el extranjero y de alemán y francés en Madrid, traductor). Sus intereses abarcan desde Germánicas y las viejas economías de dirección central a la política económica, exterior, de defensa y seguridad, las relaciones internacionales y la historia (de Alemania, Estados Unidos, España) que es su auténtica pasión. Premio extraordinario en la licenciatura y doctorado de Ciencias Económicas. Técnico comercial del Estado, con el número uno de su promoción. Exfuncionario del FMI y exdirector de Relaciones Exteriores en la Comisión Europea. Exembajador de la UE ante Naciones Unidas. Exdirector general de Universidades. Exasesor de Fernando Morán y Francisco Fernández Ordóñez. Ha sido catedrático numerario de Economía en Valencia, Alcalá, UNED y Complutense. Cinco años de docencia en la Facultad de Historia de esta última. Casado. Véase www.angelvinas.es

Ángel Viñas: "Franco fue un impostor, iba de machito y líder de la conspiración y es mentira" En el que creo que es su último libro publicado, ¿Quién quiso la guerra civil? Historia de una conspiración, hace usted referencia en la presentación a ¿Qué es la historia? de E. H. Carr, y recuerda un consejo del gran historiador inglés: “antes de estudiar los hechos, estudien a quien los historie”. ¿Debe deducirse de ello que no es posible una historia objetiva, que el marco conceptual e ideológico del historiador siempre deja huella en su obra?

Muchas gracias. Creo, ante todo, que hay que diferenciar entre objetividad e imparcialidad. No son conceptos similares, sino muy diferentes, aunque a veces, como parece deducirse de su pregunta, se utilizan casi indistintamente. Me apresuro a señalar que ambos tienen tras de sí una larguísima historia que no puedo resumir en unas líneas.

El historiador se hace, no nace. Tras un largo aprendizaje, se preocupa por comprender, analizar y describir una parte del pasado. Insisto: una parte, en general minúscula. El pasado, que ya no existe, es inmenso, inabarcable. Lo hace a través de ciertos instrumentos y ciertas metodologías. Unos y otras han cambiado en el curso del tiempo. En general, se trata de residuos: testimonios, descripciones, restos materiales (artísticos, literarios, documentales, monumentales, etc.). Todos ellos sometidos a un proceso de cambio. Dicho esto: todo historiador utiliza una parte más o menos amplia de ese inmenso abanico de instrumentos.

Para mí es objetivo quien analiza crítica, escrupulosa y científicamente los instrumentos en que se basa. Estos no hablan por sí mismos. Como dijo Carr, hay que preguntarles. Las preguntas varían según los propósitos del historiador. La historia -un encuentro con el pasado- se hizo como “ciencia”, ciencia blanda ciertamente, en el siglo XIX. Un subproducto de las Luces. Desarrolló una metodología. Quien la aplica es objetivo y sus resultados, siempre provisionales, están sometidos a crítica intersubjetiva, a contrastaciones múltiples. Por eso, entre otras razones, la historia no es una ocupación meramente literaria, artística, subjetiva.

Vd. creo que, en la segunda parte de su pregunta, a lo que apunta es a la imparcialidad. El historiador, hombre o mujer, es un ser cultural. Nace en un medio determinado; está expuesto en su educación a influencias varias; crece como historiador; desarrolla una teoría de la historia (incluso del conocimiento) explícita o implícitamente; tiene creencias (religiosas, estéticas, éticas, políticas, etc.). NO ES UN MEJILLÓN. Ve el mundo (y el pasado) a través de una retícula axiológica. No puede ser de otra manera. Y, naturalmente, eso se refleja en su obra. Pero esta obra se sustenta no solo en su formación sino en los resultados a que llega y estos resultados deben ser objeto de confrontación, confirmación y aprobación o rechazo. ¿Por quién? Por sus pares. Como los resultados en microbiología son criticables, aceptables o denunciables por ¿quién?: por otros microbiólogos. NO HAY HISTORIA DEFINITIVA.

Insisto un poco más en este punto. ¿Qué tipo de disciplina teórica es la historia? ¿A qué podemos aspirar sensatamente cuando hacemos historia? ¿A hipótesis o conjeturas bien establecidas? ¿Se puede hablar razonablemente de ciencia de la historia?

En parte, he contestado. La historia no es una disciplina exacta. Es una disciplina en progreso. En constante cambio. Este cambio se deriva, en primer lugar, del paso del tiempo; de las transformaciones del método que aplica; de la aparición de los objetos con los que lidia, a su vez sujetos a transformaciones. El carácter científico o no de la historia es un tema que ha dado lugar a controversias sin cuento. Las pretensiones de las Luces han ido revelándose un tanto ilusorias. Pero, para responder rápidamente, yo creo que tiene un lado científico en la medida en que aplica un método científico que reduce, en lo posible, la subjetividad, permite y estimula la crítica entre pares, se fundamenta en “pruebas”. En suma, no conduce a resultados caprichosos, sometidos al libre albur y sin restricciones, de sus practicantes. Lleva a conjeturas respaldadas, susceptibles de modificación.

De todas maneras, historia es un concepto pluriforme. No es lo mismo investigar la civilización maya que la guerra civil española.

Cuando se habla de hechos históricos, ¿de qué se está hablando? ¿Qué es un hecho histórico en su opinión?

Toda ocurrencia, toda arruga, en la tela del pasado es susceptible de considerarse hecho histórico. Su mayor o menor entidad depende del objetivo o del propósito del investigador. Por ejemplo, en el siglo XVI un molinero escribió sus reflexiones sobre el cosmos en unos papeles que podrían haber desaparecido. Como millones y millones de otros. Pero este molinero fue sometido a juicio por la Inquisición por tener concepciones consideradas heréticas. Sus papeles los encontró, varios siglos después, un investigador. Aplicó a ellos conceptos científicos y escribió un libro maravilloso, muy conocido, titulado El queso y los gusanos. Si este historiador, Carlo Ginzburg, no lo hubiese encontrado, tratado y escrito su libro, aquella ocurrencia en el pasado (un mero micropunto en la inmensidad de este) hubiese permanecido, como millones, miles de millones, billones de micropuntos en la más absoluta oscuridad.

Comparto su admiración por el libro de Ginzburg. Algunos filósofos de la ciencia de orientación analítica suelen hablar, refiriéndose a sobre todo a las ciencias naturales, de “hechos cargados de teoría”. ¿Ocurre de igual modo en la historia? ¿Los hechos están también muy marcados por las creencias previas del historiador? ¿Un historiador ve sólo aquello que está ya en predisposición de ver y comprobar?

No soy un filósofo de la ciencia. Lo que leí sobre ella, ya lo he olvidado. Con investigar parcelas del pasado (muy acotadas, por cierto) tengo bastante. Mi teoría de la historia, aplicada a estas parcelas (Segunda República, guerra civil, franquismo), me ha llevado a privilegiar el método inductivo. Es decir, desde mi primer libro de historia (aparecido en 1974) me dejé llevar por lo que descubriera en archivos. Era un tema prácticamente inexplorado en la literatura historiográfica (los antecedentes de la intervención nazi en la guerra civil). Subrayo el adverbio, porque obviamente se había escrito mucho sobre el tema, pero con una base empírica muy endeble: periódicos, relatos de protagonistas, controversias políticas e ideológicas, los documentos diplomáticos alemanes publicados.

En 1961, en un curso de verano en la Universidad de Freiburg, compré un libro que era la tesis doctoral de Manfred Merkes sobre la política nazi en la guerra civil. Tocaba de refilón los antecedentes. Al año siguiente compré en Berlín Oriental la respuesta de una historiadora comunista, Marion Einhorn. Los resultados eran completamente diferentes. (Todavía los conservo). Cuando empecé a investigar el tema, los aparté cuidadosamente (el primero ya había sido superado por la tesis de habilitación del mismo autor, que también dejé de lado) y me sumergí en los archivos. No en un archivo, sino en diez o doce. Y llegué a otras conclusiones. ¿Tenía yo alguna creencia previa? Creo que no. ¿En qué me basé? En la experiencia, modesta, adquirida como funcionario. Los procesos de adopción de decisiones suelen dejar huellas en expedientes, articulan alternativas, se basan en antecedentes, los actores se mueven en contextos determinados, están influidos por sus creencias, sus ambiciones, sus objetivos, sus esperanzas… Todo ello se refleja en papeles. Quizá con huecos, con lagunas, pero también en mucho papel. Un Estado moderno es un generador de inmensos volúmenes de información escrita.

Ahora bien, a medida que el historiador va haciéndose, en la praxis, va perfeccionando su metodología, va conociendo mejor el pasado, se familiariza con las querellas previas, lee a otros historiadores. En definitiva, “crece” en estatura y ambiciones.

¿Cómo concibe usted entonces el oficio del historiador?

Personalmente creo ser modesto. Aspiro a echar luz, nueva luz quizá, fundamentada empíricamente, sobre alguna parcelita del proceloso pasado. Sabiendo que muchos me han precedido y que muchos más hollarán el mismo camino después de haber desaparecido. En definitiva, todo historiador es un eslabón en una cadena ininterrumpida. Dentro de las coordenadas de la cultura, sociedad y embates del presente, sin poder anticipar el futuro, trato de explicar a los lectores de este que, en un período determinado, que para ellos será pasado, un historiador trató de comprender unas cuantas partículas de lo que para él también lo era. ¿Un modelo? Quizá el conde de Toreno, como historiador de la guerra contra los franceses a principios del XIX. Tengo una edición encuadernada en cuero primorosamente que me regaló Enrique Fuentes Quintana.

¿Cuáles han sido sus grandes maestros?

Un amplio repertorio, muy ecléctico. Por orden cronológico -y teniendo en cuenta lo que llegaría a ser mi campo de actividad como historiador- empezaría por Herbert R. Southworth y Manuel Tuñón de Lara (aunque lógicamente leí en mis años mozos a Hugh Thomas y Gabriel Jackson). Como me desperté a la escritura de la historia en Alemania, influyó sobre mí Andreas Hillgruber. Era un historiador muy conocido en los años sesenta y setenta sobre temas de política internacional y militar alemana, más bien conservador. Me impresionó estar sentado a su lado en los archivos federales de Coblenza, cuando él trabajaba en sus legajos, como si fuera lo mismo que el joven doctorando que yo era. De Southworth y de Hillgruber aprendí a hacer la exégesis crítica de documentos. Luego he leído a muchos otros, pero aquellos estuvieron presentes, de una u otra manera, en mis años de formación.

Sin embargo, mis maestros no fueron en general historiadores, sino economistas interesados por la historia: Enrique Fuentes Quintana, José Luis Sampedro, Manuel Varela Parache, Fabián Estapé. Un caso curioso, lo reconozco. Nunca he pretendido que aprendiese historia en la Universidad y mi recorrido por la española de la época fue un tanto accidentado, salpicado por largas estancias en el extranjero. Hoy eso no llama la atención. A principios de los años sesenta, no era así.

Una pregunta cuya desmesura no se me oculta. ¿Qué opinión le merece la historiografía de orientación marxista? ¿Hay algo o mucho de interés en ella, o se peca en general de un exceso de economicismo e ideologismo, y de cierta adoración acrítica por los grandes clásicos de la tradición y sus tesis más esenciales, nunca cuestionadas?

He leído mucho a historiadores marxistas, en particular a Pierre Vilar y a E. P. Thompson. También a Hobsbawn. Para el tipo de historia que escribo no se sitúan en el centro de mi interés, pero no dejo de reconocer su importancia en otros campos. Yo no escribo sobre grandes períodos históricos. No trato de comprender la emergencia, desarrollo y crisis de los sistemas económicos o políticos. Sí creo en la máxima del 18 de brumario de Marx de que los hombres (y mujeres) hacen la historia como pueden, pero siempre en condiciones dadas, condiciones que son superiores a ellos y que existen con independencia de su voluntad. Al estudiar esas condiciones creo que el análisis marxista aporta concepciones de interés.

Se escribía historia antes de Marx. Se escribe historia después de Marx. El peligro que siempre acecha al historiador es el de sobreimponer una determinada concepción del proceso histórico a los comportamientos que se manifiestan en el pasado que estudia. Digamos, más bien, que soy ecléctico, pero no hay que olvidar que cuando era joven fui uno de los pocos que viajaron por la RDA, por los países del Este, y que acumulé mucha literatura sobre la economía y la historia de la URSS. De hecho, mi ida a la universidad de Glasgow, al terminar la licenciatura de Económicas en Madrid, se explica porque quería estudiar con Alec Nove, uno de los grandes expertos británicos (de origen lituano) en la historia y economía soviéticas.

También debo decir una cosa que le ruego no considere como pretenciosa. Como no escribo grandes obras generales y me centro en cuestiones concretas (sigo a Rosa Luxemburg en esto), pero significativas para comprender rasgos esenciales de un período, a los 79 años de edad he ganado cierta experiencia (mejorable sin duda, siempre mejorable) y ya no soy muy susceptible de ningún tipo de adoración. Admiro, eso sí, a los grandes autores, pero ya no tengo tiempo de releerlos.

Una gran parte de su obra está centrada en la II República española. ¿Cuándo empezó a trabajar en este tema? ¿Qué le motivó a hacerlo?

Después de todo lo que le he dicho, me temo que se reirá Vd. En el fondo yo empecé a estudiar Germánicas. No sé por qué durante muchos años me sentí en Alemania (adonde llegué en 1959) como el pez en el agua. El idioma me encandilaba. También su literatura. Recuerdo que leía en voz alta los poemas de Bertolt Brecht. Gisela May, una cantante de la RDA en los años sesenta, me encantaba con sus interpretaciones. Cuando estoy deprimido la escucho en el móvil.

Luego hice Económicas, por razones familiares. Mi padre pensaba que con Germánicas no iría a ninguna parte y él quería que me hiciese inspector de Hacienda. Reconozco que lo defraudé en parte porque terminé haciendo, por sugerencia de Fuentes Quintana, oposiciones en 1968 y, como técnico comercial del Estado, pedí destino en Bonn (el FMI no me gustó nada) adonde llegué en 1971. Fuentes me pidió que le hiciera un artículo sobre la financiación nazi de la guerra civil. Escribí un estado de la cuestión que todavía conservo. Con la típica soberbia del economista eché de menos muchos aspectos y le dije que había que estudiar el tema yendo a las fuentes, a los informes, a los telegramas, a los expedientes. Así empecé y me di cuenta que primero había que explicar por qué diablos Hitler decidió ayudar a Franco. Fuentes aceptó el cambio y que lo presentara como tesis doctoral. Lo hice en 1973.

Cuando volví a España, ya con la idea de hacer cátedra, me acogió en el Instituto de Estudios Fiscales y me pidió que estudiase el “oro de Moscú”. Por las mañanas iba a los archivos (que se me abrieron gracias a él) y por la tarde preparaba oposiciones a cátedra. Una vida idílica en su simplicidad. Trabajar y empollar. Ni más, ni menos.

El libro sobre el oro se publicó y se embargó en 1976. Para entonces ya me había empapado en los problemas financieros de la República en guerra. He vuelto siempre a ellos que he podido y, como en 1971, seguí pensando que lo que había que estudiar era por qué hubo una guerra. Es en lo que estoy ahora y tengo mucho agrado en afirmar que sigo con el mismo método que descubrí hace más de cuarenta años.

Salvo error por mi parte, usted fue el primer historiador que, alejándose de propaganda e ideologismos, investigó en archivos el asunto del oro de Moscú, el pago de la República a la URSS por los suministros recibidos. ¿Qué significó para usted ese estudio sobre un asunto tan espinoso?

Dos cosas. La primera es que me permitió descubrir a Negrín, que me pareció haber sido un político desfigurado y difamado por sus múltiples adversarios en la derecha y en la izquierda. Amén, valga la expresión, de haber sido demonizado por el franquismo. La segunda es que su destino corrió en paralelo al de la República en guerra. Los abordé sin preconcepciones. En aquella época algo muy raro, porque la literatura existente era de llorar. Hice el descubrimiento de que no podía fiarme de NINGUNO de los historiadores españoles, los sedicentes maestros de la gente de mi generación que habían estudiado la licenciatura de Historia en España. Así que me fié de lo único que podía fiarme: de mi instinto. Y, bien o mal, creo más bien lo primero, llegué a conclusiones muy diferentes de las hasta entonces sostenidas en general. Añadí una diferencia: las demostré documentalmente.

En cuanto pude liberarme de la carga de mi profesión como economista y diplomático comunitario, volví a la guerra y a la Segunda República en ella. El oro fue, de nuevo, el eje central de mi investigación, simplemente porque fue el activo que permitió que la República mantuviera su resistencia contra la agresión, interior y exterior. Franco hizo su guerra a crédito gracias a las potencias fascistas y a la bolsa inagotable de Juan March. Nunca creí a la propaganda franquista, porque se caía a pedacitos viendo los papeles. Todavía algunos estúpidos siguen hoy propagándola por las redes sociales.

Sigo ahora. Descansemos un momento si no le importa.

Bien, de acuerdo, tomemos un respiro.

Fuente: El Viejo Topo, julio-agosto de 2020.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

_- «Cierta concepción del pasado histórico se ha convertido en un arma política arrojadiza»

_- Ángel Viñas es catedrático emérito de la Complutense. De familia muy modesta, tuvo una educación estrictamente laica en las escuelas del barrio de Atocha (Madrid). Se apañó para estudiar en Alemania y Escocia a base de becas extranjeras y de esfuerzos propios (chico de recados en París y Stuttgart, docker en Hamburgo, profesor de castellano […]

Ángel Viñas es catedrático emérito de la Complutense. De familia muy modesta, tuvo una educación estrictamente laica en las escuelas del barrio de Atocha (Madrid). Se apañó para estudiar en Alemania y Escocia a base de becas extranjeras y de esfuerzos propios (chico de recados en París y Stuttgart, docker en Hamburgo, profesor de castellano en el extranjero y de alemán y francés en Madrid, traductor). Sus intereses abarcan desde Germánicas y las viejas economías de dirección central a la política económica, exterior, de defensa y seguridad, las relaciones internacionales y la historia (de Alemania, Estados Unidos, España) que es su auténtica pasión. Premio extraordinario en la licenciatura y doctorado de Ciencias Económicas. Técnico comercial del Estado, con el número uno de su promoción. Exfuncionario del FMI y exdirector de Relaciones Exteriores en la Comisión Europea. Exembajador de la UE ante Naciones Unidas. Exdirector general de Universidades. Exasesor de Fernando Morán y Francisco Fernández Ordóñez. Ha sido catedrático numerario de Economía en Valencia, Alcalá, UNED y Complutense. Cinco años de docencia en la Facultad de Historia de esta última. Casado. Véase www.angelvinas.es

Ángel Viñas: "Franco fue un impostor, iba de machito y líder de la conspiración y es mentira" Nos habíamos quedado en este punto. ¿La II República, en su opinión, fue un momento de especial relevancia, un gran y singular aldabonazo en la historia española?

Sí, pero yo llegué a ella como hacen los cangrejos, es decir, yendo hacia atrás. Empecé con los comienzos de la guerra civil, seguí con la guerra, luego pasé a la posguerra, después al franquismo inicial, más tarde al franquismo maduro en la vertiente económica y, sobre todo, de sus relaciones internacionales y política exterior. No hay que olvidar que en 1979 se publicó el primer estudio académico, empírica y analíticamente documentado, sobre la política económica exterior de la dictadura, en el que trabajamos un grupo de economistas (todos ellos, menos uno, hoy viven tan felices en estos tiempos de pandemia) bajo mi dirección. Que en 1982 publiqué Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos, abriendo una brecha en la que nadie había hasta entonces reparado. Así que, terminada esta etapa, luego continué con mi marcha atrás. Hacia la República.

Debo señalar que no soy un especialista en ella. La literatura sobre la República cuenta hoy con más de cinco mil títulos, pero sí me he ido especializando en algunas facetas, absolutamente básicas, para comprender el estallido de la guerra. Lo he hecho, como siempre, siguiendo el método inductivo y metiéndome en primer lugar en quince o veinte archivos en busca de material primario. Pienso que ha sido una buena trayectoria, porque de haberme concentrado en la República quizá no hubiese ido mucho más adelante.

Y sí, he llegado a la conclusión, que apuntalaré en mi próximo libro, de que la República fue una gran ocasión, aunque perdida, para abordar un comienzo de solución, moderna, a algunos de los problemas seculares de la sociedad española. En contra de resistencias encarnizadas. Por eso no sobrevivió.

Hay una figura que suele sobresalir en sus libros sobre la II República. Se ha referido a ella hace un momento. Hablo, por supuesto, de Juan Negrín. ¿Ha sido el doctor Negrín el gran estadista republicano-democrático español del siglo XX? ¿Por encima de Manuel Azaña? ¿Nos recomienda alguna biografía sobre este gran científico, político y políglota?

Verá, a mi me cuesta responder a alguna de estas preguntas, en particular la segunda. Azaña fue, desde luego, la gran figura de la República en la paz. No lo he estudiado salvo en un aspecto que considero en mi próximo libro. Me inclino ante él y también ante su gran biógrafo, Santos Juliá. Nunca he pretendido conocerlo mejor que este historiador. Pero también creo que Azaña no fue el hombre que necesitaba la República en guerra. Santos y yo siempre hemos diferido en este aspecto. Azaña tuvo la habilidad de dejar constancia de sus pensamientos y de su actuación en sus diarios y en sus discursos. Muy interesantes los primeros y bellísimos, por cierto, los segundos. El historiador no puede prescindir de tal bagaje documental y, naturalmente, a unos les seducen más que a otros.

Sin embargo, no me cuento entre los seducidos, simplemente por la razón de que mi educación y trayectoria profesionales son completamente diferentes de las de Santos y de muchos otros historiadores. No es que me crea mejor, Dios me libre. Simplemente tengo otra percepción, que nunca fue apriorística sino que he ido labrando en el estudio de los procesos de decisión, españoles y extranjeros, que enmarcaron la guerra civil. Negrín me atrajo por varias razones: en primer lugar porque su formación fue completamente diferente de la de cualquier otro político español de su época; porque estaba abierto al mundo y había vivido en él durante la crítica etapa de su formación como hombre y como profesional médico; porque no pensaba como un político de su época; porque no se dejó llevar por el desánimo y la estulticia que caracterizaron a tantos de sus colegas; porque veía que la guerra española era el prólogo a un gran conflicto europeo y porque siempre supo identificar al adversario, al enemigo, en casi todas las situaciones. Hay innumerables políticos en la historia que no lo logran o que lo hacen demasiado tarde. En los años treinta del pasado siglo la figura prototípica fue Neville Chamberlain, pero hubo muchos otros.

A mí no me atrae demasiado el género biográfico como campo de cultivo. Ya sé que, en términos historiográficos, lo que digo suena mal, pero es que carezco de la necesaria empatía para escribir una buena biografía. Sin embargo, hay tiene Vd. a Sir Paul Preston, íntimo amigo mío, a quien encanta el género biográfico. Y lo leo con mucho gusto. Como también leo en el original a Stefan Zweig (mejor que en castellano). Hay tres buenas biografías de Negrín: las han escrito Ricardo Miralles, Enrique Moradiellos y Gabriel Jackson. Hay más, pero yo siempre señalo estas tres. Son complementarias. Quizá la última, escrita cuando Gabriel ya tenía más de setenta años, es la que más penetra, en mi opinión, en la sicología del personaje. La que más empatía demuestra con su biografiado.

De todos los libros que usted ha escrito sobre la República, ¿hay alguno que sea su preferido? Uno del que piense “¡Aquí lo bordé! Aquí escribí mis Campos de Castilla, mi Desolación de quimera!”

Creo que sería La Conspiración del general Franco porque en él rompí varios tabúes que habían alcanzado, para algunos, la categoría de dogmas. Lo que hubo tras el vuelo del Dragon Rapide, el cambio de orientación de la visión oficial británica sobre la República, la actividad de los servicios de inteligencia, etc. Fue un libro estrictamente empírico, pero nada de lo que en él escribí ha impedido que sigan proliferando, de la pluma o del ordenador de eminentes historiadores, afirmaciones no contrastadas. Es también uno de los pocos libros en el que me permití abordar explícitamente el método y los objetivos que he seguido en mis investigaciones. También es el libro que me abrió las puertas a penetrar en un tema que me ocupó mucho tiempo, el asesinato del general Balmes, como puerta para comprender el comportamiento de Franco.

Le pido consejo: tengo una amiga joven, es biomédica informática, no historiadora, inmersa en mil tareas, que quiere adentrarse en el estudio de la República. ¿Qué tres libros le aconsejaría usted?

A riesgo de que mis colegas me tachen de imbécil y de desconocer su trabajo (cosa que no sería correcta) yo empezaría por el libro de Herbert R. Southworth, El mito de la cruzada de Franco; luego seguiría por el de Paul Preston, La destrucción de la democracia en España, y terminaría con el voluminosísimo tomo de Eduardo González Calleja, Francisco Romero Cobo, Ana Martinez Rus y Francisco Sánchez Pérez [1], que es una síntesis de una inmensa literatura consagrada a la Segunda República.

Estuvo usted en Barcelona a finales del mes de febrero, en un homenaje que el colectivo Juan de Mairena organizó en honor de Gabriel Jackson [2]. ¿Cuáles fueron las principales aportaciones del historiador norteamericano respecto a la historia de la II República? ¿Se ha reconocido suficientemente su obra?

Gabriel publicó, creo que en 1965, su gran obra sobre la República y la guerra civil. La compré y leí cuando estudiaba en la Universidad de Glasgow, y me encantó. Para entonces había leído ya algo sobre el tema, pero esencialmente de autores españoles exiliados amén de uno de los libros fundamentales, en mi opinión, como fue el de Southworth, El mito de la cruzada de Franco, de consulta y meditación obligadas todavía hoy. También había leído la obra de Hugh Thomas, a quien le cabe el honor de haber escrito la primera gran obra sobre la guerra civil que no seguía las horrendas prácticas franquistas.

Creo, y esto no es ninguna crítica, porque fui muy amigo de Jackson, que como historiador no aprovechó suficientemente sus potencialidades. Es uno de los extranjeros que más tiempo vivió en España, que convivió con españoles y que no dependía de la necesidad de escribir para ganar dinero y sobrevivir. Se dedicó a otras cosas. Algo que en sí en modo alguno es objetable. Escribió algunos libros que se leen bien, una autobiografía, una o dos novelas, una biografía de Mozart, una reflexión sobre los años treinta…. Todo muy aceptable, pero no sobresaliente, salvo por la biografía de Negrín. Personalmente creo que hubiera debido meterse en archivos y trabajar más sobre fuentes primarias.

Su obra está reconocida. En cierto sentido, sigue siendo válida para una visión muy general. En cuanto se desciende al detalle, y en la actualidad estamos en ese nivel cuando escribimos sobre la República, ya no aparece tan trascendental. Tiene el mérito indudable, inextinguible, de haber sido uno de los dos o tres precursores extranjeros.

Desde su punto de vista, ¿cuáles son las principales aportaciones de la historiografía española sobre la II República? ¿Se ha avanzado mucho en el conocimiento de esta etapa histórica desde las aportaciones de Jackson? ¿Se ha retrocedido en algunos asuntos?

Tengo que responder indirectamente. La historia de la República se hace hoy, fundamentalmente, en España y por historiadores españoles. Limitándonos al período de paz, escasamente cinco años, apenas si existe algún tema que no haya sido tratado de una manera u otra. Quedan siempre, obviamente, rendijas en temas de microhistoria, destinos individuales, etc. En general, todo lo que sobre la República pueda decirse en términos generales ya se ha dicho por alguien, en algún lugar, en alguna ocasión. Lo que los historiadores debemos hacer es separar el trigo de la paja y afirmar la validez de aquellas afirmaciones o proposiciones que pueden ser corroboradas por evidencias primarias o no. Jackson fue un precursor. Los precursores no suelen durar mucho tiempo. Tampoco servidor. A lo más que aspiro es durar algo más que algunos historiadores extranjeros que no han puesto en su vida los pies en un archivo, que no se han manchado con el polvo de los legajos y que disertan como si sus sesgadas interpretaciones fuesen las únicas posibles. A mí me hacen reír como supuestos maestros de toda una nueva generación de historiadores de derechas.

No le pregunto nombres, pero tengo alguna conjetura.

¿Por qué la derecha suele ser tan beligerante en asuntos republicanos? ¿Tiene reconocimiento científico las aportaciones de los historiadores que se mueven en ese espacio político?

Con el paso del tiempo la República ha aparecido como lo que pudo ser y no fue. Un cambio de dirección en la historia española. Este cambio fue abortado. A la República le siguieron una cruenta guerra civil y una dictadura no menos cruenta. Había que defender el nuevo rumbo y desde fecha temprana los insurgentes, y sus apoyos mediáticos y propagandísticos, se aplicaron a la tarea: la República solo podía ser un paréntesis, ilegítimo, en la historia de España. Para defender tal tesis se la deformó, difamó y escarneció. Había que justificar la sublevación. Explicar la necesidad de una guerra civil. Presentarla como el resultado inevitable de la traición que la República había cometido para con la PATRIA inmortal y advertir del grave peligro que esta hubiese corrido de no haberla salvado los elementos más comprometidos con sus esencias, cuando España se exponía al terrible panorama de quedar atenazada por las garras moscovitas. Quienes se sublevaron no solo rescataron a España de caer en el precipicio de la revolución, sino que también prestaron un servicio inestimable, inconmensurable a la civilización cristiana y occidental.

Luego hubo que justificar la dictadura. Se creó un canon inconmovible que dejó profundas huellas en la sociedad española.

Con algunas adaptaciones (hoy el peligro comunista se ha sustituido por el “peligro” socialista), por el énfasis en las trifulcas, algaradas, asesinatos, conmociones de la primavera de 1936 (todas responsabilidades del Frente Popular) y, como colofón, por los asesinatos sin cuento acaecidos en la zona “roja”, los españoles tendríamos que estar eternamente agradecidos a quienes salvaron a las generaciones sucesivas de los autores de tales tropelías.

A la vez se elevan a la cima del pensamiento político occidental las estupideces de un supuesto y malogrado excelso político, bajo cuyo amparo Franco dio cobijo a lo que habría de ser el tercer pilar de su dictadura: la Falange. Es imposible para un sector de la derecha renunciar a sus mitos, porque son consustanciales a la misma. Forman parte de su ADN.

Añádase que el régimen democrático se ha desentendido en buena medida de un pasado controvertido (en un sentido cultural, la guerra civil no empezó a terminar sino después de 1975) y que la enseñanza pública en España no ha seguido las pautas de otros países europeos occidentales. Así se llega fácilmente a la conclusión de que España no ha sido capaz de ajustar cuentas con su pasado, como lo han hecho otros países en los que sí se han logrado avances conceptuales y críticos respecto a períodos suyos que no son precisamente edificantes. Nuestra historia contemporánea no es como para sentirse orgulloso de ella, pero la alemana es, por ejemplo, mucho peor. Y no digamos nada de la rusa.

La historia o, mejor dicho, una cierta concepción del pasado histórico se ha convertido en España en un arma política arrojadiza en las pugnas ideológicas y de poder del presente. La historia se pone al servicio de causas actuales. VOX y un sector del PP son ejemplos rutilantes de lo que señalo.

¿Y cuál sería la principal idea-fuerza de estos historiadores? ¿Siguen afirmando que lo que llaman “alzamiento nacional” fue inevitable dada la senda revolucionaria y comunista-totalitaria que había emprendido los gobiernos republicanos?

El “Alzamiento” no fue tal. Fue una insurrección en toda regla, preparada desde los comienzos de la Segunda República, asistida por la potencia fascista, anunciada dentro y fuera de los círculos políticos españoles porque de lo que se trataba esencialmente era de evitar que las izquierdas llegaran de nuevo al poder, incluso aunque fuese por medios electorales. Un hoy ilustre desconocido, Antonio Goicoechea, se lo dijo a Mussolini en octubre de 1935. Al mismo tiempo, un no menos ilustre militar, el general Manuel Goded, se lo dijo en la cara del entonces presidente del Consejo. Y ambos se quedaron tan panchos, porque eran esencialmente “patriotas”.

Cambio de tercio, usted sabrá disculparme. ¿Le preocupa el tema del coronavirus? ¿La historia puede enseñarnos algo para saber a qué atenernos?

Como tantos otros he pasado más de dos meses encerrado en mi casa. Como habrán hecho muchos colegas, me he limitado a absorber noticias, con frecuencia muy descorazonadoras, y me he dedicado a practicar mi oficio: escribir. Jornadas de diez o doce horas le dejan a uno bastante roto, en particular a mi edad, que ya no es nada tierna.

No me atrevo a responder a la segunda parte de su pregunta. El coronavirus tiene aspectos que carecen de precedentes en nuestras sociedades. La denominada “gripe española” de hace un siglo no es buena comparación. Menos aún las crisis sanitarias de los siglos precedentes. La cuarentena, sobre todo, una de las dos armas esenciales para combatir la pandemia, tiene en cambio un recorrido histórico de siglos. Ha habido que volver a ellos, aunque no sé si el distanciamiento se utilizó ya anteriormente. Era y es obligado para evitar la transmisión, hoy un mecanismo muy conocido no solo con este virus sino también en el caso de muchas otras enfermedades transmisibles. Una experiencia que se remonta a los últimos años del siglo XIX.

Hoy, sin embargo, vivimos en una sociedad globalizada, intercomunicada, interpenetrada y con cadenas de valor que se extienden a la totalidad del planeta. La situación tiene, en los aspectos tecnológicos, productivos y de comunicación, relativamente poco que ver con la experiencia de generaciones previas. Ya sé, y he leído algunos, que se han hecho muchos análisis al respecto, pero servidor es un contemporaneista limitado. No pretendo descubrir nuevos horizontes ni otear el futuro lejano. Eso es asunto, ocupación profesional y medio de subsistencia de otros.

¿Cuáles son sus temas de investigación en estos momentos?

El año pasado publiqué un libro que resumía mi técnica de investigación para responder a una de las dos preguntas, en mi opinión esenciales, de la historia contemporánea española (que para mí coincide con el período que se inicia tras la caída de la Monarquía alfonsina, no lo que se enseña como tal en España). Ahora me dedico a tratar de dar respuesta a la segunda pregunta, con la que terminé aquel libro: ¿Por qué la República no paró el golpe? No repito argumentos salvo de modo circunstancial. Es un enfoque muy diferente. Tampoco pretendo haber agotado el tema, aunque sí he resituado el problema, pero tendré curiosidad por ver quién tumba, con documentos, mi argumentación.

En cuanto al libro anterior me han dirigido insultos e improperios múltiples. Normal, en una sociedad cainita como la española. Me atrevo a pensar si harán mucho más con el siguiente.

Muchas, muchas gracias, doctor Viñas. ¿Quiere añadir algo más?

Simplemente decir que antes de irme a Bruselas, en 1987, creo recordar que era suscriptor (desde luego lector) de su revista [El Viejo Topo]. En Bruselas me encontré con un ambiente en que los temas españoles y teóricos no tenían demasiada cabida y dejé de leerla. Tuve que sumergirme en un tipo de prosa operativa y tomar decisiones no menos operativas. Eso creó un síndrome del que me costó trabajo despegarme después de quince años de intenso trabajo. Fue un período en el que comprobé lo adecuado, al menos para mí, del tipo de afirmación de Margaret Thatcher sobre cuál autor era el que más admiraba para leerlo después de sus agotadoras horas de trabajo. La respuesta, que no repetiré, hizo que el mundillo intelectual británico se levantara en armas en señal de protesta. Todo tiene su tiempo y cada tiempo su hora.

Notas

1) Respectivamente: 1. Barcelona: Debolsillo, 2008. 2. Madrid: Debate, 2018. 3. Barcelona: Pasado & Presente, 2015.

2) Puede verse la intervención del doctor Viñas en “Homenaje a Gabriel Jackson: ciudadano, historiador, activista. Barcelona, 29/02/2020”. https://www.youtube.com/watch?v=G6hzA4AYNTw

Primera parte de esta entrevista: Entrevista a Ángel Viñas (I). «Todo historiador es un eslabón en una cadena ininterrumpida»

https://rebelion.org/todo-historiador-es-un-eslabon-en-una-cadena-ininterrumpida/

Fuente: El viejo topo, julio-agosto de 2020.

martes, 15 de septiembre de 2020

Marco Aurelio: el rey filósofo. Ejemplo de estoicismo vivido, el emperador romano nos enseñó que “la naturaleza del bien es lo bello, y la del mal es lo vergonzoso”.


Eugène Delacroix. 'Últimas palabras del emperador Marco Aurelio', 1844. Museo de Bellas Artes de Lyon

Con Marco Aurelio se cumplió el sueño platónico de que gobernaran los filósofos. Sin embargo, la experiencia no alumbró una sociedad utópica ni un mundo en paz. El emperador romano tuvo que combatir contra los partos y los pueblos bárbaros de Germania. Además, sofocó la rebelión de Gayo Avidio Casio, que se proclamó emperador de Egipto y Siria, logrando reinar tres meses y seis días. Tampoco conoció la paz en la intimidad. Según los rumores, su esposa Faustina le fue infiel e instigó la traición de Gayo. Su hijo Cómodo le detestaba por haberle impuesto una educación que exaltaba el sacrificio y la austeridad. Murió en el año 180 en Vindobona (la actual Viena) o Sirmio (hoy en día, Sremska Mitrovica, Serbia), víctima de la viruela. Su óbito se produjo en un campamento militar, mientras luchaba en la convulsa frontera del Danubio. Tenía cincuenta y nueve años. Su desaparición significó el fin de la Pax Romana, la época de mayor prosperidad del imperio. Herodiano honró su memoria, afirmando que fue “el único de los emperadores que dio fe de su filosofía no con palabras ni con afirmaciones teóricas de sus creencias, sino con su carácter digno y su virtuosa conducta”. Marco Aurelio no hizo realidad la República o Ciudad Ideal postulada por Platón, pero su inteligencia e integridad preservaron el equilibrio político durante unos años particularmente turbulentos. Su gobierno puede interpretarse como una lúcida síntesis de los imperativos éticos y las consideraciones pragmáticas. “No sigas esperando la República de Platón –escribe Marco Aurelio-, mas queda satisfecho con el más pequeño progreso, y piensa que lo que resulta de esa pequeñez no es nada pequeño”. El emperador había asimilado la enseñanza estoica según la cual el “deber ser” se debe modelar a partir de lo que realmente es. En términos modernos, podemos afirmar que no se sometió a la ética de los principios –intransigente y poco realista-, ni a la ética de la responsabilidad –cínica y oportunista-, optando por una sabia combinación de praxis y moral.

La posteridad le reconoció la categoría de filósofo y escritor, pero lo cierto es que su escritura nunca albergó el propósito de salir a la luz. De hecho, Marco Aurelio agrupó sus escritos bajo el epígrafe A sí mismo. Conservamos algunas de sus cartas y sus apuntes filosóficos, que han sigo agrupados bajo el nombre de Pensamientos, Soliloquios o Meditaciones. Hay un agudo contraste entre sus epístolas y sus reflexiones. Las primeras se escribieron antes de asumir la dirección del impero o quizás inmediatamente después. En esas fechas, está hambriento de saber e intenta saciar su apetito con el mayor número posible de lecturas. Sus apuntes se gestaron durante sus últimos diez años y expresan la convicción de que ha llegado la hora de abandonar los libros para contrastar la introspección con la experiencia adquirida. No se trata de una reacción anti-intelectual, sino del tramo final de una evolución orientada hacia la frugalidad vital y existencial. La verdadera libertad consiste en reducir las necesidades al mínimo. Solo puede llamarse sabio el que ha aceptado vivir conforme a la naturaleza, prescindiendo de lo superfluo. Marco Aurelio siempre obró con sinceridad y cuando se equivocó, no lo hizo con malicia, sino con la creencia de estar en lo correcto. En la Historia Augusta, una colección de biografías de los emperadores romanos y usurpadores del trono que comprende el periodo comprendido entre 117 y 284, leemos que ningún emperador mostró tanta deferencia hacia el Senado, incrementado sus competencias y reforzando su autoridad. Marco Aurelio promulgó leyes para proteger de abusos a los menores de veinticinco años, saneó las cuentas del imperio, adoptó medidas para garantizar la alimentación de las personas desamparadas, arregló vías urbanas y caminos, moderó la violencia en los espectáculos de gladiadores, sacó a subasta pública el tesoro imperial para financiar sus campañas militares. Constante y respetuoso, “fue –según la Historia Augusta– en todo punto el más moderado en apartar a los hombres del mal e invitarlo a las buenas obras, en premiarlos con largueza, perdonarlos con indulgencia e hizo gente buena de la mala, y excelente de la buena, soportando igualmente con moderación las insolencias de algunos”. Marco Aurelio siempre consultó sus decisiones militares con sus generales y senadores. Nunca abandonó el frente, pese a su mala salud. Solía repetir: “Es más justo que yo siga el consejo de tantos y tales amigos que el que tantos y tales amigos tengan que seguir mi voluntad, que es de un solo”.

La trayectoria de Marco Aurelio como emperador solo se ve oscurecida por dos actos reprobables. Otorgó la toga viril a su hijo Cómodo a los dieciséis años para poder designarlo cónsul antes de tiempo. La ley establecía que esa distinción solo podía concederse a partir de los treinta años. El amor de padre le cegó frente a un heredero indigno cuyo gobierno marcaría el comienzo de la decadencia del imperio romano. No es menos sorprendente su ferocidad en la persecución contra el cristianismo, cuando se había mostrado tolerante con otros cultos. El cristianismo era una secta ilegal, pero había sido consentida por otros emperadores. Sabemos que Marco Aurelio tuvo en sus manos las apologías de Atenágoras y Justino, pero ignoramos si las leyó. Al parecer, opinaba que los cristianos eran una secta de fanáticos que rendían culto a la muerte y no cumplían sus obligaciones con el Estado. Ese juicio se fortaleció con lo sucedido en el año 177 en la Galia Lugdunense, cuando los habitantes paganos perpetraron una matanza de cristianos. La excitación popular interpretó el incidente como la prueba de que el cristianismo ejercía una influencia dañina sobre la salud del imperio, fomentando las discordias. Marco Aurelio cedió al clamor que exigía su erradicación. Los cristianos creyeron que podrían encontrar un aliado en el emperador, pero se equivocaron. Sus dogmas, basados en creencias reveladas y en ritos que orbitaban alrededor de la cruz, solo podían causar perplejidad y rechazo en un estoico que concebía el universo como la expresión de la razón divina. Frente al relato de la caída y la redención, Marco Aurelio solo creía en la serenidad del sabio que acepta la fatalidad como un aspecto del orden cósmico. Sin embargo, su carácter compasivo le aproximaba a la sensibilidad cristiana. Algunos estoicos desconfiaban de la piedad, pues estimaban que producía una conmoción, destruyendo la paz interior a la que aspiraban. Por el contrario, Marco Aurelio hablaba de piedad e indulgencia, incluso hacia los que nos agravian y perturban. “Lo propio del hombre es amar incluso a los que nos dañan”, apunta. No se trata de una sentencia retórica, sino de algo real, pues perdonó agravios y traiciones. Si combinamos esa actitud con su ascetismo, su austeridad y su filantropía nos topamos con la concepción cristiana de la vida. Eso sí, Marco Aurelio nunca abrigó la esperanza de la inmortalidad personal. Consecuente con sus convicciones estoicas, se fortificó en el ideal aristocrático de autarquía, aceptando los reveses con entereza. La autarquía cursa con melancolía en Marco Aurelio. Su escepticismo metafísico también afecta a su percepción de la sociedad y la historia. No sin cierta decepción, comenta una y otra vez que la vida es repetición y olvido. Es absurdo afanarse por la gloria, pues al cabo de varias generaciones nadie recuerda al que ayer fue honrado y celebrado.

Marco Aurelio nació en Roma el 26 de abril del año 121. Vino al mundo en una acomodada mansión patricia, donde el poder no se concebía como un privilegio, sino como una forma de servicio. Su padre murió cuando él solo tenía diez años. Le dejó como herencia “el carácter discreto y viril”. Su abuelo paterno Anio Vero, prefecto de Roma y cónsul en dos ocasiones, le inculcó “amabilidad y serenidad”. Su madre, Domicia Lucila, mujer muy culta y notable helenista, le orientó hacia la generosidad, la integridad y la frugalidad, alejándole del lujo y la ostentación. Su bisabuelo materno, L. Catilio Severo, gobernador de Siria, procónsul de Asia, dos veces cónsul y, más tarde, prefecto de Roma, no reparó en gastos para proporcionarle una educación selecta en su domicilio, impartida por los mejores preceptores. Su tío político y padre adoptivo, el emperador Antonino Pío, completó su formación, enseñándole con su ejemplo mansedumbre y firmeza, amor al trabajo y perseverancia, humildad y serenidad. Marco Aurelio creció en un ambiente cultivado y señorial. La familia de los Vero, de procedencia hispánica, adquirió en poco tiempo rango de nobleza y ocupó altos cargos de la administración. El emperador Adriano estableció una estrecha relación de amistad con Anio Vero y trató desde pequeño a Marco Aurelio, al que apodó Verissimus, es decir, el honesto. A los diecisiete años, le nombró su sucesor, si bien no ocupó el cargo hasta los cuarenta. Domicilia Lucila poseía una hermosa villa en el Monte Celio, donde Marco Aurelio pasó su niñez y adolescencia. Se dice que le produjo un gran pesar abandonar ese lugar para trasladarse al Palacio de Tiberio, conforme establecía su condición de futuro emperador. Aunque agradeció que el emperador Adriano le designara como su sucesor, no hay una línea dedicada a él en sus apuntes, quizás porque desaprobaba aspectos de su conducta, como su apego al epicureísmo y su amor por los adolescentes, que alcanzó su apogeo con Antinoo, cuya muerte en el Nilo le dejó profundamente abatido hasta el extremo de deificarlo y honrar su memoria con la construcción de una ciudad, Antinoópolis. Marco Aurelio siempre despreció esta clase de relaciones. Las consideró impropias de un hombre templado y dueño de sus emociones. Los placeres sensuales y los sentimientos exacerbados le parecían flaquezas, no inocentes pasatiempos o pasiones dignas de respeto. Conviene recordar que en sus últimos años, Adriano se ganó la animadversión del Senado por su carácter extravagante y atrabiliario. Aficionado a las grandes construcciones, los suntuosos palacios y los jóvenes, sus excesos contrastan con las virtudes domésticas de Antonino Pío, cuyo origen provinciano no le impidió convertirse en un romano fiel a las tradiciones más acendradas. Marco Aurelio siempre le consideró un modelo a imitar y, de hecho, le dedicó un largo elogio en sus apuntes. Frente a tiranos como Nerón o Domiciano siempre buscó el bien público, postergando cualquier ambición personal.

La pérdida prematura de su padre convirtió al joven Marco Aurelio en un muchacho meditativo y melancólico. Solo fue la primera pérdida de una larga serie de desgracias. En los años siguientes vería morir a su padre adoptivo, su abuelo, el emperador Adriano, su madre, su hermano adoptivo Lucio Vero, su esposa, la mitad de sus hijos. Esas pérdidas le afectaron más que los estragos de la guerra y la peste. Sus preceptores le dejaron una profunda huella, consolidando su temperamento íntegro y benevolente. Diogneto, pintor, filósofo y músico, le instruyó en el arte de conversar y en la pasión de filosofar. Rústico, filósofo estoico, le alejó de la sofística, la retórica y el refinamiento cortesano, mostrándole la necesidad de escuchar y perdonar. Apolonio de Calcis, filósofo estoico, fomentó su aprecio por la razón y la libertad de criterio, destacando la importancia de sobrellevar los duelos con entereza. Sexto de Queronea le adiestró en la benevolencia, la dignidad sin afectación, la lealtad y el saber polifacético, sin alardes. Catulo, filósofo estoico escasamente conocido, le aleccionó en el elogio cordial de los maestros y el amor verdadero por los hijos. Claudio Severo, filósofo peripatético cuyo hijo se casó con la segunda hija de Marco Aurelio, le infundió optimismo y sinceridad, subrayando que no podía haber justicia en el imperio si no se garantizaba una ley igual para todos y un escrupuloso respeto por las libertades civiles. Máximo, filósofo estoico, le educó en la moderación, el buen ánimo en la adversidad, el dominio de sí mismo y la responsabilidad. El primer libro de las Meditaciones incluye todos estos elogios, que no son una simple enumeración, sino una constelación moral que revela la visión del mundo de Marco Aurelio. Su exquisita moralidad se refleja en las palabras dedicadas a Faustina, su esposa e hija de Antonino. A pesar de los rumores de infidelidad y traición, agradece a los dioses haber disfrutado de una esposa “tan obediente, tan cariñosa, tan sencilla”.

Marco Aurelio fue contemporáneo del brillante resurgir de la cultura griega, que alumbró las grandes figuras de la Segunda Sofística, entre las que destacan Filóstrato, Luciano de Samosata, Filón de Alejandría, el emperador Juliano el Apóstata y Plutarco. Algunos de sus maestros intentaron arrastrarlo en esa dirección, destacando la importancia de la retórica y la gramática, pero Marco Aurelio prefirió seguir la senda de la filosofía platónica y estoica, más afín a su carácter discreto y austero. Su maestro Rústico le descubrió la filosofía de Epicteto, que le cautivó desde el principio. Esclavo manumitido, Epicteto no escribió nada, pues su modelo era el filosofar socrático. Conservamos sus enseñanzas gracias al historiador Flavio Arriano, que las reunió en los ocho libros de las Diatribas; solo cuatro han llegado hasta nosotros. Epicteto rechaza un criterio abstracto de verdad, estableciendo como fundamento de la moral la prohairesis (pre-elección, pre-decisión). La prohairesis no es un juicio, sino un acto de razón. Surge de la identificación socrática del bien con el conocimiento: “No eres carne y huesos, sino elección moral, y si esta es bella, tú serás bello”. Adoptando una perspectiva muy cercana al cristianismo, Epicteto afirma que Dios es inteligencia, ciencia, recta razón, bien, providencia. Obedecer al logos y hacer el bien significa acatar la voluntad divina. La libertad consiste en someterse al querer de Dios, que nunca es ciego o arbitrario. Marco Aurelio nunca olvidaría estas enseñanzas, que incorporaría a su vida como directrices y que reflejaría en sus escritos, intentando mantenerse fiel al concepto de virtud de Epicteto, que exalta la ataraxia (imperturbabilidad), la apatía (desapasionamiento) y las eupatías (buenos sentimientos).

Conservamos algunas cartas latinas de Marco Aurelio por azar. En 1815, se descubrió parte del epistolario de Cornelio Frontón en un palimpsesto que incluía seis misivas del emperador. En cambio, hemos perdido las cartas escritas en griego. Rústico reveló a Marco Aurelio la virtud de la sencillez en el intercambio epistolar. En estas seis cartas apreciamos la sinceridad de un hombre que reconoce con humor su dificultad para abandonar el lecho, pues le gusta demasiado dormir. En su vejez, esa propensión se transformaría en un insomnio tenaz. A pesar de su elogio de la impasibilidad, Marco Aurelio se despide de uno de sus maestros con enorme ternura: “Adiós, alma mía, ¿no he de arder de amor por ti, que me has escrito esto?”. En otra carta, le agradece con humildad sus enseñanzas: “Tus críticas o, más bien, tus azotes enseñan al punto el camino mismo sin engaño ni palabras falsas. De modo que debería estarte agradecido con que me hubieras enseñado tan solo a decir la verdad, más todavía cuando me enseñas a escuchar la verdad”. Marco Aurelio era un hombre emotivo. Cuando murió uno de sus preceptores, se echó a llorar. Algunos cortesanos censuraron su conducta, pero Antonino Pío le excusó y pidió comprensión: “Dejadle ser humano; que ni la filosofía ni el trono son fronteras para el afecto”. Antonino Pío, que no era un filósofo ni un retórico, le dio un único consejo antes de morir: “ecuanimidad” y Marco Aurelio nunca lo olvidó. Gracias a las campañas de Trajano y a la eficaz administración de Adriano, Antonino Pío disfrutó de paz y tranquilidad como emperador. Marco Aurelio no tuvo esa suerte: guerras, rebeliones, problemas económicos. La realidad le obligó a renunciar a la utopía platónica, pero eso no le impidió promulgar unos trescientos textos legales; la mitad de ellos, orientados a mejorar las condiciones de vida de los esclavos, las mujeres y los niños. Conservamos una estatua ecuestre de Marco Aurelio. Aparece con una toga y con la mano extendida, un gesto de pacificación y clemencia. Sin armas ni armadura, manifiesta su voluntad de gobernar el imperio con la menor violencia posible. La propagación del cristianismo causó la destrucción de la mayoría de las estatuas de emperadores, a las que se consideró ídolos paganos. La de Marco Aurelio se salvó porque fue confundida con una estatua de Constantino, el emperador que acabó con la persecución del cristianismo y convocó el primer Concilio de Nicea, donde se clarificaron y unificaron los dogmas de la religión cristiana.

Las Meditaciones de Marco Aurelio no son un ejemplo de originalidad filosófica, pero sí un fiel reflejo de su pensamiento. No me parece equivocado compararlas con las Confesiones de San Agustín. En ambos casos, el saber nace de un viaje hacia el interior y de una escrupulosa búsqueda de la verdad. Los apuntes del emperador romano, inspirados en todo momento por las enseñanzas del estoicismo, corroboran las palabras de María Zambrano: “El estoicismo muestra la única filosofía que lleva consigo la piedad ya humanizada hasta esta última forma que es la tolerancia”. Marco Aurelio exhorta a la comprensión de la debilidad humana: “Cuando alguien te haga mal, procura discurrir enseguida qué juicio habrá hecho del bien o del mal para portarse así”. Al examinar las motivaciones del que nos ha agraviado, tendrás más fácil perdonarle, pues entenderás que “pecó por ignorancia”. El hombre ha nacido para hacer el bien. “Ama a la humanidad y sigue a Dios”, clama Marco Aurelio. A pesar de su adhesión al estoicismo, el emperador promovió en Atenas las actividades de la Academia platónica, el Liceo aristotélico y el Jardín epicúreo. Frente a la supuesta infalibilidad estoica, admitió que el ser humano solo llega a conocer verdades probables y no le causó ningún problema citar a Epicuro en sus apuntes.

Para Marco Aurelio, el mundo es un organismo compuesto de sustancia y alma. No hay un Mundo Inteligible. Solo hay una sustancia, una ley y una única razón para todos los seres racionales. Lo individual está al servicio del todo. Darle la espalda al universo es una imperdonable defección. Lo particular es pequeño e inestable. Su destino es ser absorbido por la totalidad que lo engendró. La muerte solo es un cambio de estado. No volvemos a lo que fuimos, sino que enriquecemos el ser con nuestra aventura individual. No cabe esperar la inmortalidad personal, pero sí una inmortalidad impersonal. La gran sinfonía de la naturaleza obedece al logos, no es mera aleatoriedad. El mundo es una gigantesca ciudad. A ella pertenecen como ciudadanos todos los seres racionales. Dado que “formamos parte del mismo cuerpo político” y “estamos hechos para la cooperación”, el deber primordial de todos los hombres es practicar “un pensamiento justo” orientado al bien de la comunidad. Marco Aurelio agradece a sus preceptores que le enseñaran a renunciar a todo lo bajo e irracional y conservar la entereza ante las calamidades: “Quien teme los dolores teme lo que debe ocurrirle en el mundo. Y eso es impío”. El hombre está dividido en cuerpo (soma), alma o principio vital (psyché, pneuma) e inteligencia (nous). Solo la última es específicamente humana y se identifica con el dios o daimon que vive en nuestro interior. Si hacemos caso tan solo a nuestro daimon, como hizo Sócrates, seremos invencibles, incluso en el infortunio, pues comprenderemos su necesidad. Como emperador, Marco Aurelio intentó ser justo, sabio y benévolo, sirviendo con abnegación a su pueblo. “Es propio del alma racional amar al prójimo, lo cual es verdad y humildad”. Siempre pensó que para gobernar hay que ser filósofo, pues es la única formar de neutralizar los males humanos. La vida cortesana es una madrastra; en cambio, la filosofía es una madre que siempre nos ofrece su regazo. La filosofía nos enseña “a no ser esclavo ni tirano de ningún hombre”. Marco Aurelio no se conformó con no ser un déspota. Quiso que todos los ciudadanos del imperio fueran filósofos, una fantasía que creó cierto malestar en Roma y que a veces le hizo plantearse si no estaba incurriendo en un error. Sin embargo, siempre pensó que habría sido el mejor camino para establecer “una ciudad igualitaria (politeia isonomos), que se rige por la igualdad (isotês) y la libertad de palabra (isêgoria), y de una monarquía que honra por encima de todo la libertad de los gobernados”. Este planteamiento convive con la idea expresada por Epicteto: “el todo es más importante que la parte, y el Estado que el ciudadano”.

¿En qué consiste la grandeza de Marco Aurelio? En que es un ejemplo de estoicismo vivido, encarnado. Nos enseñó que “la naturaleza del bien es lo bello, y la del mal es lo vergonzoso”; que “obrar como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza”; que “no hay que ser esclavo de los instintos egoístas”; que “el que peca con placer merece mayor reprobación que el que peca con dolor”. Abrumado por las muertes que se produjeron en su círculo más íntimo, Marco Aurelio meditó sobre nuestra fragilidad y concluyó que “el que ha vivido más tiempo y el que morirá más prematuramente, sufren idéntica pérdida. Porque solo se nos puede privar del presente, puesto que este solo posees, y lo que uno no posee, no lo puede perder”. El cuerpo es “un río”; el alma “sueño y vapor”; “la vida, guerra y estancia en tierra extraña; la fama póstuma, olvido. ¿Qué, pues, puede darnos compañía? Única y exclusivamente la filosofía”. ¿Cómo se consigue eso? ¿Apartándose de la sociedad? ¿Retirándose al campo o a la costa? Marco Aurelio contesta que esos gestos son innecesarios, pues el hombre solo encuentra la paz retirándose a su interior, a la intimidad de su alma. Con la perspectiva que proporciona el tiempo, podemos añadir que leer las Meditaciones de Marco Aurelio constituye una magnífica alternativa para bucear en las profundidades, intentando averiguar quiénes somos y qué nos cabe esperar. Lejos de ser un vestigio del pasado, nos ayudan a comprender nuestra propia humanidad.

@Rafael_Narbona

lunes, 14 de septiembre de 2020

¿Paciencia o matemáticas?

Estos son los beneficios de que los niños aprendan a cocinar

La participación de los menores en la actividad culinaria ayuda a prevenir trastornos alimentarios y desarrolla habilidades como la comunicación o la capacidad de planificación

Durante el confinamiento por la pandemia, nos hemos puesto con las manos en la masa y hemos cocinado más que nunca en familia. Cerca del 70% de los españoles ha cocinado más durante la cuarentena, según la encuesta realizada por la marca de tomate Orlando. Elaborar recetas y estar entre pucheros y con las manos en la masa, también es cosa de niños. No en vano, la película sobre el chef cocinero, Ratatouille, tuvo una buena acogida entre el público infantil. La cocina para los pequeños es como un gran laboratorio donde experimentar con todo tipo de ingredientes, colores, olores y sabores. Los padres que abren la puerta de la cocina de casa a sus hijos pueden aprovechar el marco culinario para que aprendan a contar, trabajar en grupo, ser más pacientes y alimentarse de manera saludable. Elaborar recetas sanas y divertidas es “una buena tarea para poder pasar más tiempo con la familia. Podemos llegar a descubrir grandes habilidades de los niños y niñas, así como de los adolescentes. Al fin y al cabo, cocinar es divertido y tiene una recompensa muy satisfactoria y si, además, lo acompañamos de buena música, pueden aportar momentos inolvidables”, explica Ana López, pedagoga especialista en neuropsicología educativa del centro Elea, que menciona varios beneficios para los niños de pasar tiempo en familia cocinando, como:

El refuerzo del vínculo entre padres e hijos gracias a la colaboración y comunicación que son necesarias para elaborar las recetas. La paciencia es necesaria tanto para los progenitores como para sus hijos. Conviene dar unas pautas a los niños antes de comenzar a cocinar, como no colocarse cerca del fuego, lavarse las manos antes de tocar otro ingrediente o pedir ayuda en situaciones, como coger objetos punzantes. Los pequeños cocineros también pueden participar en la elaboración de estas normas para que se sientan protagonistas del proceso.

La oportunidad para enseñar a los niños la importancia de alimentarse de manera saludable. Cocinar con los pequeños se convierte en un marco idóneo para explicarles las características y beneficios de cada alimento o hablarles sobre la pirámide nutricional.

Desarrollo de habilidades y capacidades que se utilizan en la rutina diaria, como la planificación, al tener que seguir unos pasos y tiempos con las recetas, así como la lectura de textos para la elaboración de los platos, el control de la impulsividad al tener que esperar los minutos adecuados para que el resultado sea sabroso o entrenar la memoria al recordar los ingredientes de la receta para futuras ocasiones.

Aprendizaje de habilidades matemáticas en el supermercado con los precios a la hora de hacer la compra para cocinar. Los niños pueden desarrollar habilidades para hacer una sencilla planificación económica, así como para sumar o restar y, una vez en la cocina, familiarizarse con las cantidades de alimentos a utilizar en medidas como litros o gramos.

La cocina, una fiesta de los sentidos para los niños
Descubrir y disfrutar de los sentidos en la cocina es fácil. Los niños pueden experimentar de primera mano olores, sabores o texturas y colores. “Nuestros cinco sentidos se estimulan y los niños pueden aprender muchas cosas cocinando con los adultos. La creatividad se puede desarrollar al probar formas diferentes de hacer un plato. Los pequeños también aprenden a colaborar en equipo para obtener un determinado resultado. La comunicación verbal y no verbal con los niños se estimula en la cocina porque las personas disfrutamos con el intercambio de opiniones sobre los platos y la forma de cocinarlos y se provoca la mímica o la mueca cuando está rico, salado o amargo. Lo ideal es disfrutar de esos platos en familia; sin televisión para poder comentar lo ocurrido durante el día”, explica María José Lladó, psicopedagoga del centro de atención psicológica, Acimut Bienestar.

Compartir los alimentos cocinados con los hijos es una experiencia enriquecedora porque “cuando estamos sentados en el colegio con un libro y vemos la foto de un pastel, no hay conocimiento empírico para experimentar con todos los sentidos. La participación de los niños en la cocina es una oportunidad estupenda para evitar o prevenir trastornos de la alimentación, como la anorexia o la bulimia, porque los niños experimentan de primera mano con los alimentos y no están sujetos a valoraciones externas sobre los que hay que comer o en qué cantidades”, comenta Lladó.

Los niños que se han familiarizado con la elaboración de platos en la cocina con sus mayores también lo aplicarán cuando sean adultos en “cualquier tarea social, como cuando formen parte de una empresa y hagan negocios alrededor de una mesa con alimentos, de una manera más participativa, cooperativa y relajada. Al fin y al cabo, todo el mundo recuerda las croquetas de la abuela o la sopa de mamá. Por ello, la cocina y la alimentación tienen connotaciones emocionales profundas”, concluye la psicopedagoga María José Lladó.

https://elpais.com/elpais/2020/09/02/mamas_papas/1599050471_949603.html

domingo, 13 de septiembre de 2020

_- La tarea de la familia

_- El Adarve
Cada año, por estas fechas, doy la bienvenida al nuevo curso escolar. En esta ocasión tan peculiar lo quiero hacer a través de la mirada de las familias que tienen por una parte el anhelo y por otra el miedo de llevar a sus hijos e hijas a la escuela.

Se ha hablado mucho del arduo trabajo que han tenido que desarrollar los profesores y las profesoras durante el confinamiento. Nuevas formas de trabajo, aprendizajes apresurados, búsqueda de estrategias motivadoras, presión social… Se ha pensado menos, en el papel que han tenido que desempeñar los padres y las madres en las casas.

En tiempos de pandemia los padres y las madres han tenido que asumir el papel de asesores pedagógicos. Esa tarea ha exigido tiempos de dedicación superiores a los habituales, conocimientos que algunas veces no poseían y destrezas didácticas con las que probablemente no contaban.

Lo han tenido que hacer, compartiendo esa tarea con otras muchas del hogar y, quizás, con obligaciones laborales exigidas por el teletrabajo. Una locura. Todo ello en medio de un clima social marcado por la angustia de un peligro nunca visto y, quizás, nunca imaginado. Lo cierto es que han tenido que velar para que los hijos y las hijas cumpliesen con las exigencias de la conexión y, luego, con la realización de las tareas, unas de comprensión, otras de aplicación.

Es cierto que cuando se habla de la familia de forma genérica, no caemos en la cuenta de que existen tantos tipos de familia como familias existen. No es igual una familia monoparental con varios hijos de diferentes edades, otra con dos hijos que no dispone de cobertura, otra cuyos dos integrantes adultos tienen teletrabajo, otra integrada por progenitores sanitarios que tienen que acudir al trabajo, otra que se aloja en un cuchitril donde viven todos hacinados…

Estoy seguro de que se habrán dado miles y miles de situaciones curiosas en el desarrollo del proceso de aprendizaje realizado en el seno de la familia. Solemos tener pereza recopilatoria, pero si hiciésemos acopio de las maravillosas anécdotas que ocurren en las casas, nos encontraríamos con un acervo extraordinario de incidentes sobre la asimilación del conocimiento.

He recibido, de manos de María Bermúdez, excelente maestra de infantil y amiga entrañable, un mensaje con cuatro pequeñas anécdotas de enseñanza doméstica.

En la primera puede verse a un padre que le dice con tono inquisitivo a una niñita de unos cuatro años:

Yo busco, tú buscas, él busca, nosotros buscamos, vosotros buscáis y ellos… La niña mira fijamente a su papá, que hace un gesto demandando el tiempo verbal correspondiente a la tercera persona del plural. Y la niña, dice con tono interrogativo:

¿Se esconden?

La segunda anécdota muestra a otro padre que le explica a un niña de muy pocos años el siguiente problema: Si yo tengo cinco naranjas y somos diez personas, ¿qué tengo que hacer para que alcance a todos?

La niña, sin vacilación, contesta:

¡Jugo!
En la tercera se ve a una mamá explicando a un niño la diferencia entre sustantivo y verbo. El sustantivo, dice, es una persona, animal o cosa. El verbo expresa lo que hace la persona, el animal o la cosa. En el enunciado “El gato come croquetas”, añade la mamá, ¿cuál es el sustantivo?

El niño, tocándose la barbilla pensativo, responde: el gato.

La madre, pregunta, inmediatamente: ¿cuál es el verbo?

El niño vacila. La madre, para ayudarlo, pregunta: ¿qué hace el gato?

Sin dudarlo un segundo, el niño responde:

¡Miau!

La cuarta anécdota está protagonizada por otro padre que le está diciendo a una niña, mientras escribe en una hoja:

La m y la a…
El niño, con mucha convicción y fuerza, dice: ma.

El padre vuelve a decir, añadiendo la nueva sílaba a la anterior: la m y la a…

El niño repite: ma.

Y el padre concluye: Si ahora le ponemos la tilde…

El niño, sin un segundo de intervalo, apostilla:

¡Matilde!

Al acabar las cuatro anécdotas, aparece un recuadro en el que se puede leer: Que vuelvan las clases pronto. Ya no puedo más. Esto de ser maestro en casa me está volviendo loco.

Tres padres y una madre. No creo que esa sea muestra representativa. Porque suelen ser las madres las que preferentemente se ocupan de esas tareas. Como es lógico, también se habrán producido anécdotas sabrosas relacionadas con el proceso de evaluación. Y en esta parcela, los padres y las madres tienen una tarea importante, porque si solo se preocupan por los resultados acabarán haciéndoles pensar a sus hijos e hijas que lo importante es aprobar y no aprender.

Es probable que muchos padres y muchas madres hayan descubierto en esta etapa la complejidad de la tarea docente. Ellos se han visto sobrepasados por las exigencias del aprendizaje de uno, dos o tres hijos y habrán valorado el esfuerzo que supone seguir el proceso de un grupo de 25 escolares.

Siempre he considerado fundamental la participación de las familias en la escuela. No solo para evitar las agresiones y las descalificaciones al profesorado (todas las piedras que los padres arrojan sobre el tejado de la escuela, caen sobre las cabezas de sus hijos) sino para colaborar de manera estrecha y entusiasta con el proyecto educativo. Participación que no solo ha de referirse al proceso de aprendizaje de su hijo sino al buen funcionamiento de la institución. El grupo de investigación que dirigí durante muchos años realizó dos investigaciones sobre el tema de la participación que concluyeron con sendos libros: “El crisol de la participación” y “La escuela sin muros” (este sobre la participación de las familias de alumnos inmigrantes en la escuela). Los dos están publicados por la Editorial Aljibe.

Además de todos los compromisos de participación en la escuela, los padres y las madres se enfrentan ahora a un grave dilema: llevar a los hijos a la escuela para que aprendan y convivan o dejarlos en casa para tenerlos protegidos del contagio.

En otros países, Estados Unidos por ejemplo, hay mucha más experiencia sobre el homeschooling (la escuela en casa). En España esta modalidad es casi insignificante. Al parecer, las autoridades amenazan con sancionar a las familias que no lleven a sus hijos a la escuela con multas e incluso con prisión.

Nos encontramos ante una colisión de derechos: el derecho a la educación y el derecho a la salud. En tiempos normales, el absentismo escolar es un delito que puede ser sancionado. Pero nos encontramos en una situación excepcional. Imaginemos una familia en la que conviven padres, hijos y abuelos. Si el pequeño escolar se contagia en la escuela, se convierte en un grave peligro para las personas mayores de la casa. Si esto ocurre y se ha obligado a las familias a llevar a sus hijos a la escuela, ¿quién responde de esas enfermedades y, quizás, de esas muertes?

Sé que el riesgo cero no existe. Sé que los trabajadores, por ejemplo, acuden a sus puestos a pesar del riesgo que esto supone. ¿Puede un médico negarse a trabajar porque existe el riesgo de contagio?

Mi postura, en este caso, es que se deje libertad a las familias. Porque algunos tienen la imperiosa necesidad de llevar a sus hijos a la escuela no solo para que aprendan sino porque necesitan estar libres para acudir a sus puestos de trabajo o para hacer teletrabajo en la casa. Por otra parte, los padres que bajo su responsabilidad no llevan a los hijos a la escuela adquieren el compromiso de no abandonar a sus hijos en el seguimiento del curriculum escolar.

La incertidumbre que existe respecto al inicio del curso escolar mientras escribo estas líneas, no puede ser más abrumadora.

Me inclino por el comienzo presencial con las garantías más elevadas que se puedan establecer para evitar el contagio: disminuir la ratio, desarrollar el blanded learning (la enseñanza híbrida), aumentar la plantilla docente, utilizar la mascarilla, garantizar la higiene, desinfectar los objetos, evitar las aglomeraciones en entradas, salidas, pasillos y recreos…

Es el momento del diálogo. Entre autoridades sanitarias y educativas, entre autoridades y comunidad educativa de los centros, entre la escuela y la familia, entre el profesorado y el alumnado…

Un comienzo de curso sin las debidas precauciones puede convertir los centros escolares en bombas biológicas que multiplicarían los rebrotes y nos llevarían a una situación límite.

Por eso hay que pensar muy bien lo que se tiene que hacer y hay que estar prevenidos para lo que pueda pasar en el caso de que se complique la situación. Porque es probable que haya algunos contagios. Entonces, ¿qué se hará? Hay que tener reflejos para improvisar, pero sería mejor tener muy pensadas las respuestas a las diversas situaciones posibles. Inquietante curso. Feliz curso.

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/09/05/el-papel-de-la-familia/

sábado, 12 de septiembre de 2020

_- 8 ejercicios que puedes hacer en casa para aliviar el dolor del nervio ciático

_- El dolor del nervio ciático puede ser paralizante, en el peor de los casos.

Ahora que la pandemia ha obligado a mucha gente a trabajar desde casa pasando mucho tiempo sentada sin hacer mucha actividad física, son numerosos los problemas de salud que pueden surgir. Y uno de ellos es el dolor de ciática.

El dolor en el nervio ciático puede sentirse desde la parte baja de la espalda y extenderse por las nalgas, la parte de atrás de los muslos, hasta las rodillas y los pies, debido a que el nervio se ramifica desde la zona lumbar hasta estas extremidades.

6 consejos para combatir el dolor de espalda mientras trabajas desde casa
Algunas de las causas del dolor del nervio ciático pueden ser la presencia de una hernia discal, tumores en la columna, estenosis raquídea (estrechamiento de la columna) o síndrome piriforme (un problema muscular).

"El tipo de dolor puede darnos información sobre su origen", dice el doctor Delmas Bolin, profesor de Medicina Deportiva y Familiar del Edward Via College de Medicina Osteopática, a BBC Mundo.

Pero "pasar mucho tiempo sentado, especialmente en una posición estática, ejerce más presión sobre la zona lumbar y, específicamente, sobre los discos lumbares. Una mayor presión sobre estos discos con el tiempo puede llevar a que los discos se abulten y/o se hernien, lo que luego puede presionar el nervio ciático", explicó el doctor Kenneth Mautner, profesor de Medicina Física de la Universidad de Emory, a BBC Mundo.

Mautner señala que "mantener un tronco fuerte es la mejor manera de prevenir problemas de ciática", pero una vez que los tienes, existen decenas de ejercicios que pueden ayudarte a resolverlos.

Pero también hay ejercicios para aliviar el dolor de ciática, ya sea causado por el síndrome piriforme o algún otro problema en la columna. Estos pueden incluir poses de yoga como la del "gato-vaca", ejercicios de estabilización del tronco o estiramientos del músculo piriforme.

"Si me muevo me va a doler más": cuatro mitos sobre qué hacer y qué no hacer con el dolor de espalda Aquí te presentamos algunos, aunque debes recordar que antes de nada debes consultar a un especialista para determinar la causa del dolor del nervio ciático y la mejor terapia para tratarlo.

1. Estiramiento del piriforme en una silla
El doctor Bolin recomienda este y otros ejercicios detallados por el Hospital OrthoIndy, de EE.UU., para aliviar el síndrome del piriforme, que puede ser una de las causas del dolor del nervio ciático.

Para más información también puedes visitar la página www.orthoindy.com (en inglés). Para esta actividad, deberás sentarte en una silla y colocar un tobillo sobre la rodilla de la otra pierna.

A continuación, manteniendo la espalda recta, usa los brazos para acercar la rodilla hacia el hombro opuesto y mantén la postura durante cinco segundos, indica OrthoIndy. Trata de repetir el ejercicio cinco veces.

2. Estiramiento del piriforme echado de espaldas 
Echado de espaldas con las piernas dobladas y los pies sobre el suelo, coloca tu tobillo sobre la rodilla opuesta (igual que hiciste en la silla).

Trata de repetir este ejercicio todos los días. Suavemente, usa la rodilla para empujar tu tobillo hacia el tronco, con ayuda de tus manos.

OrthoIndy recomienda mantener la postura por 15 segundos y repetirla cinco veces al día.

El Servicio Nacional de Salud de Reino Unido (NHS, por sus siglas en inglés) también recomienda este ejercicio en una guía para el síndrome del piriforme, y sugiere apoyar la cabeza sobre un libro o una almohada delgada al momento de ejecutarlo.

3. Rodilla al pecho
Este ejercicio es "bueno para la salud general de la espalda y pueden ayudar con la ciática", dice el doctor David Schwartz, cirujano de la columna del Hospital OrthoIndy, a BBC Mundo. Pero advierte también que "pueden empeorarla", si es que hay una hernia discal.

Para realizar este ejercicio según recomienda el NHS, échate de espaldas con la cabeza apoyada sobre un libro o una almohada delgada, dobla las rodillas y apoya los pies en el suelo, a la altura de las caderas. 

Puedes hacer este ejercicio con las rodillas juntas o una por una, dejando la otra pierna doblada y apoyada en el pie sobre el suelo. Usando las dos manos, acerca una de tus rodillas hacia el pecho y mantén la posición entre 20 y 30 segundos por cada rodilla.

Puedes repetir el ejercicio tres veces con cada rodilla, o con las rodillas juntas al mismo tiempo.

En vez de mantener la rodilla estática cerca del pecho, puedes acercarla y alejarla del pecho unas 10 veces con las manos. Esta variación puede ayudar con la ciática causada por estenosis espinal, según dice la fisioterapeuta Sammy Margo en una guía de ejercicios para la ciática del NHS.

4. Mover las rodillas juntas de un lado a otro 
Échate de espaldas, dobla las rodillas y coloca los pies juntos sobre el suelo. A continuación, mueve las rodillas juntas de un lado del tronco hacia el otro.

Este ejercicio sirve "para movilizar la espalda baja, que es de donde sale el nervio ciático", detalla Margo en la guía de ejercicios del NHS para la ciática.

Este movimiento ayuda con el dolor del nervio causado por el síndrome del piriforme, estenosis espinal y enfermedad degenerativa de los discos, de acuerdo al NHS.

5. Puente
Échate de espaldas y dobla las piernas, apoyando los pies en el suelo.

Este ejercicio puede ayudarte con el síndrome del piriforme. Luego, eleva las caderas lentamente hasta formar un "puente" con el tronco.

Completa tres series de 10 repeticiones de este ejercicio, que servirá para aliviar la inflamación en el músculo piriforme, según sugiere OrthoIndy.

El NHS de Reino Unido también recomienda este ejercicio cuando el dolor del nervio ciático es causado por una enfermedad degenerativa de los discos de la columna.

El doctor Schwartz le dijo a BBC Mundo que este ejercicio ayuda a fortalecer el tronco, que es una de las maneras de prevenir la ciática.

6. Estiramiento de los isquiotibiales 
Los isquiotibiales son un grupo de músculos ubicados en la parte posterior del muslo, desde los glúteos a las rodillas.

Si no puedes elevar la pierna tan alto, no te preocupes. Levántala y estira el tronco hasta donde el cuerpo te lo permita. Para estirarlos, párate y apoya un pie en una superficie estable, como un banco o una silla, manteniendo la pierna estirada.

Inclina el tronco hacia la pierna, pero sin arquear la espalda.

Mantén la postura por entre 20 y 30 segundos y repítela dos o tres veces por cada pierna, según recomienda el NHS.

"Los ejercicios que estiran los isquiotibiales generalmente son útiles para mejorar el funcionamiento del área y reducir el riesgo de exacerbaciones de la ciática", dijo el doctor Jeffrey N. Katz, profesor de Medicina y Cirugía Ortopédica de la Escuela Médica de Harvard, a BBC Mundo.

Sin embargo, el doctor Schwartz, de OrthoIndy, advierte que estas actividades en algunos casos pueden irritar el nervio ciático.

7. Extensión de la espalda
Échate boca abajo, apóyate en los antebrazos, con las palmas de las manos sobre el suelo, y arquea la espalda hacia atrás.

El NHS recomienda mantener la posición por cinco o 10 segundos y repetirla entre ocho y 10 veces. Los codos deben quedar a la altura de las costillas, pegados a estas, y debes mantener el cuello recto, sin inclinarlo hacia atrás.

El NHS recomienda mantener la posición por cinco o 10 segundos y repetirla entre ocho y 10 veces.

Esta pose "crea una extensión espinal que ayuda a empujar el material de los discos (que pueden estar comprimiendo el nervio) hacia el centro y reduce el dolor", según una guía de ejercicios publicada por el fisioterapeuta Brandon Smith y la quiropráctica Shaina McQuilkie en la web Back Intelligence y enviada a BBC Mundo.

8. Gato-vaca
Debido a que el dolor del nervio ciático empeora al estar sentado o doblado hacia adelante, "uno de los principales tratamientos consiste en trabajar ejercicios de extensión", dice el doctor Mautner a BBC Mundo.

Este ejercicio ayuda en la estabilización de la zona lumbar. Estos ejercicios incluyen poses como la de "gato-vaca", que se ve en la imagen, o también conocida como "gato-camello".

La pose está en el grupo de ejercicios para la "estabilización de la zona lumbar y que se usan después de unas seis semanas del inicio de la ciática", dijo el doctor Brett Freedman, de la Clínica Mayo, a BBC Mundo.

Según el Hospital OrthoIndy, este estiramiento no solo "alivia el estrés o el dolor de la espalda baja y la ciática", sino que también "fortalece la columna".

Para ejecutarlo, apóyate en los brazos y piernas (como en cuatro patas), arquea tu columna hacia arriba, con la cabeza inclinada hacia abajo.

Luego, arquea la columna hacia abajo, con la cabeza mirando hacia arriba. Alterna ambos movimientos.

Fuente:

viernes, 11 de septiembre de 2020

Vida


Foto: Mariposa, Md. Al Amin

Podemos señalar más o menos con facilidad algo que está vivo, pero no es tan sencillo definir la vida. El agua, el aire, la tierra y el fuego son parte de la vida y la constituyen pero no son vida.

Mirada desde nuestro ombligo, la vida es el período que transcurre entre el nacimiento y la muerte. Mirada en su conjunto, es una tremenda e increíble rareza que dura ya unos 3.800 millones de años.

Maturana y Varela dicen que podemos saber que algo está vivo cuando es capaz de crear, reparar, mantener y modificar su propia estructura tomando sustancias del medio y expulsando lo que le sobra. Esa característica recibe el nombre de autopoiesis, que quiere decir auto-producción. La autopoiesis es la propiedad básica y distintiva de los seres vivos. Cuando no la cumplen es porque están muertos.

La vida surgió en la Tierra hace unos 3.800 millones de años. Primero aparecieron microorganismos anaerobios, que no necesitaban oxígeno. Unos mil millones de años después, aparecieron las cianobacterias que tenían la capacidad de utilizar la luz del sol para su nutrición y producían como residuo el oxígeno. Poco a poco, estas bacterias fueron cambiando la composición del aire, el agua y de la tierra.

La biota –conjunto de los seres vivos– fue creando las condiciones adecuadas para que se dé la vida en la Tierra tal y como la conocemos hoy. Coevoluciona y regula el ambiente. Con estas premisas, James Lovelock y Lynn Margulis formularon la Hipótesis Gaia. A partir de ella, ambos pusieron de manifiesto que lo que la ciencia solía tratar por separado, los seres vivos, los océanos, la atmósfera, el clima, los suelos…, formaba una realidad indivisible.

La vida en su conjunto es un sistema complejo que se autoconstruye y autorregula a partir de intercambios químicos y señales térmicas. Juntos, dice Marcos de Castro, el ambiente y los seres vivos, componen un sistema global que funciona como si se tratase de una entidad viva.

Gaia sería el sistema ecológico global que funciona orgánicamente, integrando a los seres vivientes, las relaciones entre ellos y de ellos con la tierra, el agua y el aire, a partir del “fuego” del sol. Se autorregula mediante una serie de complejos ciclos interdependientes entre sí –agua, carbono, fósforo, nitrógeno…– que funcionan con diferentes ritmos (desde segundos a millones de años) y a diferentes escalas espaciales (microscópicas, regionales o globales).

El sol es el motor de la vida. Es una estrella que se formó hace aproximadamente 4.600 millones de años. Técnicamente, es una enana amarilla, y seguirá siéndolo más o menos otros 5.000 millones más. Después, se convertirá en una gigante roja y engullirá las órbitas actuales de Mercurio, Venus y la Tierra.

La Tierra y la vida giran alrededor del Sol. Este movimiento organiza el tiempo y el calendario de los seres vivos. Su energía sustenta a casi todas las formas de vida concretas y hace que funcione el sistema en su conjunto.

Si el Sol es la energía, la fotosíntesis es la tecnología básica de lo vivo. A mí, me flipa la fotosíntesis. Es alucinante que en aquella sopa primigenia de células en interacción, de repente, algunas comenzasen a convertir la luz del sol y los minerales muertos en un cuerpo vivo, a la vez que expulsaban, como residuo, el oxígeno a la atmósfera.

Yo, atea, me imagino así la química de la resurrección. En un suelo, la materia orgánica procedente de seres vivos muertos es convertida por los microorganismos en minerales inertes. Y las plantas que fotosintetizan vuelven a convertir lo muerto en cuerpo vivo… Faltan, me parece a mí, muchos poemas sobre la fotosíntesis.

La vida se organiza en red. Los productores primarios fabrican su propio cuerpo que sirve de alimento a los seres herbívoros, que a su vez son la comida de los carnívoros. Los descomponedores se nutren de la muerte de todos los anteriores. Las relaciones entre productores, consumidores (herbívoros y carnívoros) y descomponedores regulan los ciclos en los que se recicla la materia. Van transfiriendo unos a otros la energía del sol, que solo puede ser capturada por los productores primarios. En cada traspaso de energía, se pierde la mayor parte de la misma.

Todos, absolutamente todos los seres, son comidos, vivos o muertos, por otros seres vivos. Podemos estar seguros de que cada partícula que compone la materia de nuestro cuerpo fue antes flor, piedra, arado, lápiz, escarabajo, cañón o mariposa.

Nos cuenta Lynn Margulis que la vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación. Las formas de vida se multiplicaron e hicieron más complejas asociándose a otras, no matándolas.

Las células eucariotas –las células más complejas– se formaron a partir de la unión simbiótica entre células procariotas. Los animales y plantas estamos compuestos de células eucariotas, así que, si no se hubiese dado esa unión, la vida probablemente estaría formada sólo por un conglomerado de bacterias.

Lynn Margulis formuló la teoría de la simbiogénesis, que defiende que son las relaciones simbióticas, en mayor medida que las mutaciones genéticas al azar, las responsables de los mayores cambios evolutivos.

La cooperación ha sido una estrategia adaptativa también para muchas especies. Aves que comparten, licaones que cuidan de la prole en común, vampiros de Azada que se donan sangre, palomas torcaces que cazan en bandadas, bonobos que se organizan en sociedades matriarcales pacíficas y usan el sexo para resolver conflictos, aves que se alimentan de los parásitos de algunos mamíferos…

Nosotros mismos, los humanos, estamos habitados por millones de bacterias que cooperan con nosotros. En el trayecto que va desde la boca hasta el ano, en la piel, la nariz, oídos, la vejiga, los conductos urinarios y en la vagina, viven microorganismos que nos echan una mano con la digestión y otras funciones vitales. A cambio, nuestro cuerpo les proporcione hábitat y alimento.

Por supuesto que en la naturaleza se dan relaciones de competencia y lucha encarnizada, pero las relaciones de simbiosis y cooperación son centrales para que la vida se mantenga. Si la literatura científica ha destacado tanto lo de la supervivencia del más fuerte, probablemente ha sido porque son interpretaciones que encajan mejor con una organización social que naturaliza y legitima la competencia y la explotación de todo lo vivo por parte de quien más poder tiene. Quizás, también por eso las redes tróficas hayan sido dibujadas en forma de pirámide, con el ser humano en la cúspide y no en forma de red.

Le preguntaban a Lynn Margulis en una ocasión por qué la simbiogénesis generaba tantas resistencias. Ella contestó riendo que, a muchos, pensar la evolución en términos de cooperación les resultaba femenino de más…

La diversidad es otro pilar de lo vivo. Hay seres unicelulares y otros formados por millones de células interdependientes; los hay que fabrican su propio alimento, mientras que otros lo consiguen en el entorno; pueden respirar oxígeno o envenenarse con él. Unos vuelan, nadan, saltan, van en silla de ruedas o caminan, y otros no se mueven del sitio en el que nacen. Unos se se reproducen mediante el sexo y otros no… La biodiversidad es casi inabarcable a escala humana.

¿Cómo se mantiene Gaia?
Las condiciones vitales se ven constantemente perturbadas por múltiples variables. El proceso que hace que los seres vivos y las relaciones entre ellos y con el medio se mantengan más o menos constantes, se llama homeostasis. Existen mecanismos de realimentación negativa que detecten las perturbaciones y actúan minimizando y amortiguando los cambios, de forma que el conjunto se estabilice volviendo a su situación de equilibrio inicial. Los mares y océanos, por ejemplo, absorben la mayor parte del exceso de calor y la mayor parte del dióxido de carbono procedente de la combustión de las energías fósiles, “tratando” de reestablecer los equilibrios climáticos previos y aminorando la tendencia al calentamiento que causaba la concentración mayor de gases de efecto invernadero.

Sin embargo, si la perturbación es muy grande, los mecanismos de realimentación negativa dejan de funcionar y se disparan otros de realimentación positiva, que agrandan los efectos de la perturbación, alejando mucho más el conjunto del sistema del equilibrio. Un ejemplo son las emisiones de metano que deja escapar el permafrost cuando se descongela a causa del calentamiento global, que aumentan la concentración del gases de efecto invernadero y amplifican el calentamiento.

Cuando las perturbaciones sobrepasan un cierto umbral, pueden originarse una serie de cambios drásticos y en cadena, que, a partir de un momento, denominado punto de bifurcación, conducen a la desorganización y colapso del equilibrio inicial y a la configuración de una nueva situación impredecible, y en la que el azar determina el resultado final.

Kaufmann dice, por ello, que la vida se desenvuelve entre la estructura y la sorpresa. Lo de sorpresa siempre suena sugerente pero cuando nos estamos refiriendo a forzar el cambio de las variables biofísicas a la que nuestra especie está adaptada, la novedades resultan inquietantes.

La vida que prosperó y se ha mantenido en la Tierra durante los últimos miles de millones de años es solar, cíclica, diversa, interconectada y cooperativa.

Los seres humanos somos unos recién llegados a esta aventura planetaria. Cada especie suele durar, de media, unos cinco millones de años y luego desaparece. La nuestra lleva en Gaia unos 200.000 y, nos lo vamos a tener que currar mucho, para alcanzar la esperanza de vida media de otras especies.

La civilización industrial es energívora, petrodependiente, vertiginosa, extractivista, homogeneizadora, generadora de residuos inabarcables y competitiva. La cultura capitalista ha construido una “normalidad” que se da de bruces con la realidad que sostiene la vida. La economía hegemónica es ecológicamente analfabeta y las subjetividades e imaginarios que promueve discurren divorciados de la realidad material del planeta. A las personas que vivimos dentro la burbuja del progreso se nos ha olvidado que somos una especie viva.

Aunque la ciencia nos explica que el universo, la naturaleza y nuestros cuerpos no se comportan como el gran reloj que enunció Newton a finales del XVII, nuestra civilización sigue actuando como si los territorios fuesen sólo almacenes y vertederos a disposición de la parte privilegiada de la humanidad, como si las vacas fuesen máquinas que convierten hierba en carne, los ríos tuberías de agua y la gente mano de obra. Miramos la naturaleza desde arriba y desde fuera, como si fuese una máquina inerte y previsible.

Se pregona que la libertad llega después de superar el reino de la necesidad, pero la necesidad en los seres autopoiéticos y necesitados de cuidados no se supera nunca. Tenemos que aprender a vivir libres sabiéndonos inherentemente eco e interdependientes.

El Progreso, sin embargo, se ha construido sobre la fantasía del despegue prometeico de la naturaleza y de los cuerpos. La negación de nuestra condición de seres de la tierra, vulnerables, y uno a uno finitos, es solo una gran ilusión que termina modificando irreversiblemente el ambiente del que depende su propia supervivencia.

Después de aplicar durante décadas a la naturaleza viva la lógica de las cosas muertas, caemos del guindo. Calentamiento global, pérdida de biodiversidad, superación de la biocapacidad de la tierra, contaminación de suelos, aire y agua, zoonosis, proliferación de enfermedades, pandemias, desigualdades, feminicidios, explotación, expulsiones… El desarrollo en carne viva.

Después de un par de siglos, y sobre todo los últimos decenios, actuando como si la organización material de la vida humana flotase por encima de la tierra y de los cuerpos, se produce un fuerte encontronazo entre lo geopolítico y lo geofísico y se desmorona la base fundamental de la episteme moderna: la falsa distinción entre el orden de lo natural y el de los seres humanos.

Isabelle Stengers se refiere a este momento como la intrusión de Gaia.

Todo cambia, aunque no queramos verlo, a partir de que la emergencia planetaria emerja como sujeto histórico, sin intencionalidad ni finalidad, pero con agencia, interviniendo en todo lo político. Si bien no tiene sentido politizar la ecología, es imprescindible ecologizar la política. Siempre debió ser así. Si los seres de la tierra desconectados de la misma tierra organizan el aire, el agua o el resto de la vida, lo desbaratan todo.

La justicia o el derecho ya no se pueden pensar sin tener en cuenta la irreversible intrusión de Gaia. La mayor habilidad de los negacionistas con poder es hacer creer a la gente que no existe. Mientras, se adaptan ventajosamente a lo que está por venir, desahuciando enormes jirones de vida, también humana. Quienes soñamos con que mañana sea un mundo habitable para todas, tenemos el reto de no eludir esa realidad y tratar incansablemente de salvar la distancia brutal que hay hoy entre el conocimiento científico y la impotencia política.

Se llama magufos a quienes propagan discursos contrarios a la ciencia que no pueden demostrar su validez. Creo que muchas de las visiones de la economía convencional son puras magufadas. La economía se ha convertido en una verdadera religión civil que exige sacrificios humanos, vegetales, animales y minerales y niegan el futuro a la mayor parte de los seres humanos. La vida empezó en una sopa primigenia, pero como dice Naredo, una economía que ha cortado el cordón umbilical con la tierra, la convierte prematuramente en un puré crepuscular.

En psiquiatría y psicología, el delirio es una creencia que se vive con una profunda convicción a pesar de que la evidencia demuestre lo contrario. Creo que se puede decir que la economía convencional es un delirio. Se empecina en crecer indefinidamente sobre una base física que tiene límites. Apostata de la ciencia. No recula ni reconoce fracaso, a pesar de que esté causando un ecocidio vertiginoso y no haya podido cumplir sus propias promesas de bienestar generalizado.

Es un delirio en guerra con la vida.

No hay ningún organismo vivo en estado libre que no dependa de otros y de su entorno. Son muy pocos los que pueden vivir con el privilegio de ignorarlo, pero este sujeto termina erigiéndose como sujeto universal y tiene el poder de definir la economía, la política, o la cultura…

Son mayoritariamente mujeres –no por esencia, sino por imposición, otros territorios, otros pueblos y otras especies, el conjunto de la vida, en definitiva, quienes soportan las consecuencias ecológicas, sociales y cotidianas de esa supuesta independencia.

No es más que una forma de parasitismo que estruja otras vidas, el suelo, agua y aire, concibiéndolos como algo exterior, subordinado e instrumental que violenta la naturaleza, violenta nuestro cuerpo y el de otros.

La violencia es el negativo de la ternura.
Hemos escuchado mucho en estos tiempos de pandemia que la especie humana es lo peor, que es una plaga, un virus. Yo no lo creo. Los seres humanos son capaces de lo peor y de lo mejor. Guerrean pero también cooperan. Inventaron la bomba atómica pero también la música, la poesía y, a veces, hacen de las caricias un arte.

No somos cada uno de nosotros las células cancerosas: es el comportamiento colectivo que ha generado una civilización patriarcal, capitalista y colonial, la que ha resultado ecocida e injusta. No nos encontramos ante el suicidio de la humanidad sino ante el asesinato de mucha vida a manos de una parte de la humanidad. Es verdad que todas las personas tenemos responsabilidad –y por tanto capacidad de cambiar–, pero son responsabilidades asimétricas. Como decía Silvio Rodríguez, la orden de fuego la dan disidentes de la gente, del sueño y de la vida que no sea virtual.

La vida es una cuestión de relaciones.
Dice Franz De Waal en La edad de la empatía que, salvo un pequeño porcentaje de psicópatas, nadie es emocionalmente inmune al estado de otras personas. La selección natural diseñó nuestro cerebro para que estemos en sintonía con otros cerebros, nos disguste su disgusto y nos complazca su placer. Empatía con todo lo vivo. Con frecuencia nos dicen “preferís los animales a las personas”. De verdad, no es incompatible querer a las personas y también a los animales, a las espigas, a los montes, a los árboles, y al agua…

Sé que el conocimiento, el sabernos vida en sí mismo, no desemboca necesariamente en acción. Igual que tener experiencia de clase no genera automáticamente conciencia de clase, el sabernos parte de una red viva, en sí mismo, no genera conciencia de especie o de pertenencia a la tierra. Pero sin ser condición suficiente, creo que es condición necesaria. El analfabetismo ecológico, más intenso cuanto más especializada es la formación, es un enorme obstáculo para recomponer lazos rotos con la naturaleza y entre las personas.

Cualquier persona debería tener el derecho y la obligación de conocer qué es lo que le permite existir: el sol como motor de la vida, los bosques como pulmones del planeta y bibliotecas de diversidad, la fotosíntesis como “tecnología” central para la existencia, las bacterias,… La autoorganización y la cooperación como estrategias de adaptación y supervivencia, el funcionamiento cíclico en red en todo lo vivo, la existencia de límites, el trabajo de cuidados como una cuestión imprescindible que exige corresponsabilidad.

Enfrentar la crisis ecosocial va a exigir que superemos la fantasía de la individualidad y estimulemos una imaginación, bien asentada en la tierra, los cuerpos y sus necesidades. Una imaginación que nos permita mirar el capitalismo desde fuera, aunque estemos dentro. Este “afuera” puede ser Gaia, como un punto excéntrico desde el que torcer el brazo del dinero. Desde ahí podemos construir una Nueva Cultura de la Tierra.

Podemos, como recuerda Viveiro de Castro, aprender también de los pueblos que nunca fueron modernos porque nunca tuvieron una naturaleza externa y ajena y por tanto no la perdieron ni necesitaron librarse de ella.

Exigirá estimular pedagogías, racionalidades y emociones que favorezcan relaciones simbióticas centradas en la suficiencia y el reparto; que hagan de lo común y el cuidado un principio político y que involucren a todas las personas, tanto en el terreno de los derechos como en el de las obligaciones. Algo parecido a la razón poética de María Zambrano.

La clave es construir comunidad con conciencia de clase, de especie y sentido de pertenencia a la vida.

A fin de cuentas, como dice Galeano, “venimos de un huevo más chico que una cabeza de alfiler, y habitamos una piedra cubierta de agua y rodeada por aire que gira en torno al fuego de una estrella enana amarilla. Hemos sido hechos de luz, de tierra, además de carbono, hidrógeno y mierda y muerte y otras cosas, y al fin y al cabo estamos aquí desde que la belleza del universo necesitó que alguien la viera”.

Yayo Herrero es activista y ecofeminista. Antropóloga, ingeniera técnica agrícola y diplomada en Educación Social. 

Fuente:
https://ctxt.es/es/20200801/Firmas/33195/vida-yayo-herrero-naturaleza-pandemia-crisis-ser-humano-ecologia.htm