Carlos Taibo
Nuevo Desorden
El fenómeno se reveló por vez primera al calor de la declaración de independencia de Kosova, a principios de 2008. Muchos de quienes, entre nosotros, y en las dos décadas anteriores, se habían entregado a la demonización más burda de las políticas desplegadas en Serbia por Slobodan Milošević pasaron a ver en éste el afortunado defensor de la Yugoslavia unida. No se trata, hablando en propiedad, de que defendiesen las políticas de Milošević. Para defenderlas, como para criticarlas, era preciso conocerlas, y esto no parecía al alcance de las entendederas, y de la voluntad, de estos nacionalistas españoles, expertos sobrevenidos en asuntos balcánicos.
La farsa ha reaparecido estos días al amparo de la supuesta "vía eslovena" enunciada por el señor Torra. Llamativo ha resultado que las discusiones sobre la legalidad del referendo esloveno de 1990, inequívocamente complejas, rara vez se hayan hecho acompañar, entre dirigentes políticos y todólogos, de consideración alguna en lo que hace a lo que ocurrió, fundamentalmente en Serbia, en los años anteriores. Desde la Serbia de Milošević se articuló una agresión en toda regla contra un Estado federal frágil y maltrecho. Asumió formas varias: despliegue franco de discursos demonizadores de unos u otros grupos étnicos, asentamiento de un nacionalismo de inocultada base étnica, apuesta por una progresiva "serbianización" del ejército popular yugoslavo, abolición de la condición de provincias autónomas de la que disfrutaban, dentro de Serbia, la Vojvodina y Kosova, establecimiento de un régimen de apartheid en este último territorio, adulteración de los equilibrios más elementales en la presidencia colectiva del Estado federal, apoyo a la creación, en Croacia y en Bosnia, de regiones autónomas serbias y, en fin, y al cabo, un obsceno uso de la fuerza.
Describir a Milošević, un genuino anti-Tito, como el garante de la unidad yugoslava es olvidar que el dirigente serbio fue, antes bien, y en colaboración estrecha, poco después, con el presidente croata Franjo Tuđman, el dinamitador mayor de esa unidad. A Milošević, dicho sea de paso, la independencia de Eslovenia, en donde apenas había serbios, le trajo siempre al pairo, como en realidad, pero esto es harina de otro costal, y bien que con reglas diferentes, sucedió con la de Croacia. El referendo de autodeterminación y la declaración de independencia eslovenos, legales o no -¿cuáles eran las credenciales, por cierto, de quienes se atribuían el derecho a decidir al respecto?- , no surgieron, en cualquier caso, de la nada. Y la política de Alemania, la de la UE, la de EEUU o la del FMI en nada rebajan la responsabilidad de las elites dirigentes en Serbia y en Croacia.
Quienes en estas horas prefieren jugar al olvido o, más aún, exaltan una figura tan lamentable como la de Milošević nos están trasladando un mensaje inquietante. No les preocupa la condición de dirigentes y políticas siempre y cuando unos y otras apunten -o al menos eso parezca- a preservar la unidad patria. Tanto que hasta Milošević les parece una opción razonable y respetable. La conclusión parece servida: el uso de la fuerza en modo alguno les resulta desdeñable, al amparo de lo que algún lanzado bien podría llamar -en franco olvido de los muchos serbios que pelearon por la convivencia y plantaron cara al capitalismo mafioso y a las razzias étnicas asestadas por Milošević- la "vía serbia" . Qué ilustrativo resulta que en un proyecto como ése se den la mano muchos de los nacionalistas de Estado, el naufragio de nuestra izquierda zorrocotroca y la patética y connivente censura que ejercen muchos de los medios de incomunicación españoles.
Fuente: http://www.carlostaibo.com/articulos/texto/index.php?id=566
lunes, 31 de diciembre de 2018
domingo, 30 de diciembre de 2018
_- Contigo en la distancia
_- No existe un momento del día
En que pueda apartarme de ti
El mundo parece distinto
Cuando no estás junto a mi
No hay bella melodía
En que no surjas tú
Ni yo quiero escucharla
Si no la escuchas tú
Es que te has convertido
En parte de mi alma
Ya nada me consuela
Si no estás tú también
Más allá de tus labios
Del sol y las estrellas
Contigo en la distancia
Amada mía,… Estoy
LAm RE7 SOL VOZ NO EXISTE UN MOMENTO DEL DIALAm RE#dim SOL EN QUE PUEDA APARTARME DE TISI SI7 MIm7 EL MUNDO PARECE DISTINTOLA LA7 DO#dim DOdim RE7 CUANDO NO ESTAS JUNTO A MIDO#dimm LAm RE7 SOL CAMBIO NO HAY BELLA MELODIA EN QUE NO EXISTAS TUMIm7 LAm RE7 SOL NI YO QUIERO ESCUCHARLA SI NO LA ESCUCHAS TUSI SI7 MIm FA#7 SIm ES QUE TE HAS CONVERTIDO EN PARTE DE MI ALMAMI MI7 LAm RE#dimm RE7 SOL7 YA NADA ME CONSUELA SI NO ESTAS TU TAMBIENMI7 LAm LA#dim RE SIm MAS ALLA DE TUS LABIOS, DEL SOL Y LAS ESTRELLASMIm7 LAm RE#dimm RE7 SOL CONTIGO EN LA DISTANCIA , AMADA MIA, ESTOY ES QUE TE HAS CONVERTIDO EN PARTE DE MI ALMAMI MI7 LAm RE#dimm RE7 SOL7 YA NADA ME CONSUELA SI NO ESTAS TU TAMBIENMI7 LAm LA#dim RE SIm MAS ALLA DE TUS LABIOS, DEL SOL Y LAS ESTRELLASMIm7 LAm RE#dimm RE7 SOL CONTIGO EN LA DISTANCIA , AMADA MIA, ESTOY
sábado, 29 de diciembre de 2018
El Programa de Vox
Desproteger a las vivas y utilizar a las muertas para conseguir nuevos votos. Así de sencillo. Ni más ni menos.
Ahora utiliza la equidistancia. Unos piensan así y otros de diferente forma. Los dos tiene sus razones...
O utiliza "la objetividad". Son iguales, unos tiene unas ideas y otros otras... Los dos tienen sus derechos.
O "la relatividad". Todo es relativo según se mire, unos ven las cosas de una manera y otros de otras... Ambos tienen razón, la verdad no es única, o la verdad absoluta no existe, o todo vale según su relato.
Y así podíamos seguir...
Como dice Chomsky, "la gente ya no cree en los hechos" se deja llevar por las emociones ... (Recuerda aquello de "la Inteligencia Emocional"?. A tí te gusta? Eres feliz con ello? Yo lo que quiero es que mi hijo sea feliz. Pues adelante... Y no te metas en más. Todo argumento en pocas palabras)
Todos son relatos, lo mismo una teoría científica que una leyenda de una tribu cualquiera para explicarse el mundo. No hay uno que sea más explicativo que el otro. La "pachamama" es tan válida como la astronomía... O la Astronomía como la Astrología,...
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viernes, 28 de diciembre de 2018
Contigo en la distancia
Luis Miguel
No existe un momento del día
En que pueda apartarme de ti
El mundo parece distinto
Cuando no estás junto a mi
No hay bella melodía
En que no surjas tú
Ni yo quiero escucharla
Si no la escuchas tú
Es que te has convertido
En parte de mi alma
Ya nada me consuela
Si no estás tú también
Más allá de tus labios
Del sol y las estrellas
Contigo en la distancia
Amada mía, estoy
En parte de mi alma
Ya nada me consuela
Si no estás tú también
Más allá de tus labios
Del sol y las estrellas
Contigo en la distancia
Amada mía, estoy
Compositores: Cesar Portillo De La Luz https://youtu.be/u5ms5JZOPJ0
Luis Miguel
No existe un momento del día
En que pueda apartarme de ti
El mundo parece distinto
Cuando no estás junto a mi
No hay bella melodía
En que no surjas tú
Ni yo quiero escucharla
Si no la escuchas tú
Es que te has convertido
En parte de mi alma
Ya nada me consuela
Si no estás tú también
Más allá de tus labios
Del sol y las estrellas
Contigo en la distancia
Amada mía, estoy
En parte de mi alma
Ya nada me consuela
Si no estás tú también
Más allá de tus labios
Del sol y las estrellas
Contigo en la distancia
Amada mía, estoy
Compositores: Cesar Portillo De La Luz https://youtu.be/u5ms5JZOPJ0
jueves, 27 de diciembre de 2018
miércoles, 26 de diciembre de 2018
Pedro Navaja
Rubén Blades,
Willie Colón
Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar
Con el tumbao' que tienen los guapos al caminar
Las manos siempre en los bolsillos de su gabán
Pa' que no sepan en cuál de ellas lleva el puñal
Usa un sombrero de ala ancha de medio lao
Y zapatillas por si hay problemas salir volao'
Lentes oscuros pa' que no sepan qué está mirando
Y un diente de oro que cuando rie se ve brillando
Como a tres cuadras de aquella esquina una mujer
Va recorriendo la acera entera por quinta vez
Y en un zaguán entra y se da un trago para olvidar
Que el día está flojo y no hay clientes pa' trabajar
Un carro pasa muy despacito por la avenida
No tiene marcas pero toos' saben ques' policia uhm
Pedro Navaja las manos siempre dentro el gabán
Mira y sonríe y el diente de oro vuelve a brillar
Mientras camina pasa la vista de esquina a esquina
No se ve un alma está desierta toa' la avenida
Cuando de pronto esa mujer sale del zaguán
Y Pedro Navaja aprieta un puño dentro 'el gabán
Mira pa' un lado mira pal' otro y no ve a nadie
Y a la carrera pero sin ruido cruza la calle
Y mientras tanto en la otra acera va esa mujer
Refunfuñando pues no hizo pesos con qué comer
Mientras camina del viejo abrigo saca un revolver, esa mujer
Iba a guardarlo en su cartera pa' que no estorbe
Un treinta y ocho esmithanhueson del especial
Que carga encima pa' que la libre de todo mal
Y Pedro Navaja puñal en mano le fue pa' encima
El diente de oro iba alumbrando
Toa' la avenida, se le hizo fácil
Mientras reía el puñal le hundía sin compasión
Cuando de pronto sonó un disparo como un cañón
Y Pedro Navaja cayó en la acera mientras veía, a esa mujer
Que revolver en mano y de muerte herida ahí le decía
Yo que pensaba hoy no es mi día estoy salá
Pero pedro navaja tu estas peor, no estas en na
Y créanme gente que aunque hubo ruido nadie salió
No hubo curiosos, no hubo preguntas nadie lloró
Sólo un borracho con los dos cuerpos se tropezó
Cojio el revolver, el puñal, los pesos y se marchó
Y tropezando se fue cantando desafinao'
El coro que aqui les traje y da el mensaje de mi cancion
La vida te da sorpresas. sorpresas te da la vida ay dios
Pedró Navajas matón de esquina
quien a hierro mata, a hierro termina
La vida te da sorpresas
Sorpresas te da la vida ay dios
Valiente pescador, al anzuelo que tiraste
En vez de una sardina, un tiburón enganchaste
La vida te da sorpresas
Sorpresas te da la vida, ay dios
Ocho millones de historias tiene la ciudad de Nueva York
La vida te da sorpresas
Sorpresas te da la vida, ay dios
Como decía mi abuelita
El que último rie, se rie mejor
La vida te da sorpresas
Sorpresas te da la vida, ay dios
Cuando lo manda el destino
No lo cambia ni el mas bravo
Si necesitas un martillo del cielo te caen los clavos
La vida te da sorpresas
Sorpresas te da la vida, ay dios
De barrio cuidao en la acera
Cuidao cámara que no corre vuela
La vida te da sorpresas
Sorpresas te da la vida, ay dios
Como en una novela de caca
El borracho doblo por el callejón
La vida te da
Rubén Blades,
Willie Colón
Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar
Con el tumbao' que tienen los guapos al caminar
Las manos siempre en los bolsillos de su gabán
Pa' que no sepan en cuál de ellas lleva el puñal
Usa un sombrero de ala ancha de medio lao
Y zapatillas por si hay problemas salir volao'
Lentes oscuros pa' que no sepan qué está mirando
Y un diente de oro que cuando rie se ve brillando
Como a tres cuadras de aquella esquina una mujer
Va recorriendo la acera entera por quinta vez
Y en un zaguán entra y se da un trago para olvidar
Que el día está flojo y no hay clientes pa' trabajar
Un carro pasa muy despacito por la avenida
No tiene marcas pero toos' saben ques' policia uhm
Pedro Navaja las manos siempre dentro el gabán
Mira y sonríe y el diente de oro vuelve a brillar
Mientras camina pasa la vista de esquina a esquina
No se ve un alma está desierta toa' la avenida
Cuando de pronto esa mujer sale del zaguán
Y Pedro Navaja aprieta un puño dentro 'el gabán
Mira pa' un lado mira pal' otro y no ve a nadie
Y a la carrera pero sin ruido cruza la calle
Y mientras tanto en la otra acera va esa mujer
Refunfuñando pues no hizo pesos con qué comer
Mientras camina del viejo abrigo saca un revolver, esa mujer
Iba a guardarlo en su cartera pa' que no estorbe
Un treinta y ocho esmithanhueson del especial
Que carga encima pa' que la libre de todo mal
Y Pedro Navaja puñal en mano le fue pa' encima
El diente de oro iba alumbrando
Toa' la avenida, se le hizo fácil
Mientras reía el puñal le hundía sin compasión
Cuando de pronto sonó un disparo como un cañón
Y Pedro Navaja cayó en la acera mientras veía, a esa mujer
Que revolver en mano y de muerte herida ahí le decía
Yo que pensaba hoy no es mi día estoy salá
Pero pedro navaja tu estas peor, no estas en na
Y créanme gente que aunque hubo ruido nadie salió
No hubo curiosos, no hubo preguntas nadie lloró
Sólo un borracho con los dos cuerpos se tropezó
Cojio el revolver, el puñal, los pesos y se marchó
Y tropezando se fue cantando desafinao'
El coro que aqui les traje y da el mensaje de mi cancion
La vida te da sorpresas. sorpresas te da la vida ay dios
Pedró Navajas matón de esquina
quien a hierro mata, a hierro termina
La vida te da sorpresas
Sorpresas te da la vida ay dios
Valiente pescador, al anzuelo que tiraste
En vez de una sardina, un tiburón enganchaste
La vida te da sorpresas
Sorpresas te da la vida, ay dios
Ocho millones de historias tiene la ciudad de Nueva York
La vida te da sorpresas
Sorpresas te da la vida, ay dios
Como decía mi abuelita
El que último rie, se rie mejor
La vida te da sorpresas
Sorpresas te da la vida, ay dios
Cuando lo manda el destino
No lo cambia ni el mas bravo
Si necesitas un martillo del cielo te caen los clavos
La vida te da sorpresas
Sorpresas te da la vida, ay dios
De barrio cuidao en la acera
Cuidao cámara que no corre vuela
La vida te da sorpresas
Sorpresas te da la vida, ay dios
Como en una novela de caca
El borracho doblo por el callejón
La vida te da
martes, 25 de diciembre de 2018
_- Romance de la zapatera. De la obra "La Zapatera prodigiosa" de Federico García Lorca.
_- Romance de la zapatera
En un cortijo de Córdoba / entre jarales y adelfas,
vivía un talabartero / con una talabartera.
Ella era mujer arisca, / él hombre de mucha paciencia,
ella giraba en los veinte / él pasaba de cincuenta.
¡Santo Dios, cómo reñían! / Miren ustedes la fiera,
burlando al débil marido / con los ojos y la lengua.
Cabellos de emperadora / tiene la talabartera,
y una carne como el agua / cristalina de Lucena.
Cuando movía sus faldas / en tiempo de primavera
olía toda su ropa / a limón y yerbabuena.
¡Ay, que limón, limón / de la limonera!
Qué apetitosa / talabartera!
Ved como la cortejaban / mocitos de gran presencia
en caballos relucientes / llenos de borlas de seda.
Gente cabal y garbosa / que pasaba por la puerta
haciendo brillar, alegre / las onzas de sus cadenas.
La conversación a todos / daba la talabartera
y ellos caracoleaban / sus jacas sobre las piedras.
Miradla hablando con uno / bien peinada y bien compuesta,
mientras el pobre marido / clava en el cuero / la lezna.
Un lunes por la mañana / a eso de las once y media,
cuando el sol deja sin sombra / los juncos y madreselvas,
y van cayendo las verdes / hojas de las madroñeras,
regaba sus alhelíes / la arisca talabartera.
Llegó su amigo trotando / una jaca cordobesa
y le dijo entre suspiros:
Niña, si tu lo quisieras, / cenaríamos mañana
los dos solos / en tu mesa.
¿Y qué harás de mi marido? / -Tu marido no se entera.
¿Qué piensas hacer? /- Matarlo.
Es ágil. Quizás no puedas. / ¿Tienes revolver? -¡Mejor!
¡Tengo navaja barbera! / ¿Corta mucho? -Más que el frío.
Y no tiene ni una mella. /-¿No has mentido? -Le daré
diez puñaladas certeras / en esta disposición,
que me parece estupenda: / cuatro en la región lumbar,
una en la tetilla izquierda, / otra en semejante sitio
y dos en cada cadera. / ¿Lo matarás enseguida?
Esta noche cuando vuelva / con el cuero y con las crines
por la curva de la acequia.
Esposo viejo y decente / casado con joven tierna,
qué tunante caballista / roba tu amor en la puerta.
En un cortijo de Córdoba / entre jarales y adelfas,
vivía un talabartero / con una talabartera.
Ella era mujer arisca, / él hombre de mucha paciencia,
ella giraba en los veinte / él pasaba de cincuenta.
¡Santo Dios, cómo reñían! / Miren ustedes la fiera,
burlando al débil marido / con los ojos y la lengua.
Cabellos de emperadora / tiene la talabartera,
y una carne como el agua / cristalina de Lucena.
Cuando movía sus faldas / en tiempo de primavera
olía toda su ropa / a limón y yerbabuena.
¡Ay, que limón, limón / de la limonera!
Qué apetitosa / talabartera!
Ved como la cortejaban / mocitos de gran presencia
en caballos relucientes / llenos de borlas de seda.
Gente cabal y garbosa / que pasaba por la puerta
haciendo brillar, alegre / las onzas de sus cadenas.
La conversación a todos / daba la talabartera
y ellos caracoleaban / sus jacas sobre las piedras.
Miradla hablando con uno / bien peinada y bien compuesta,
mientras el pobre marido / clava en el cuero / la lezna.
Un lunes por la mañana / a eso de las once y media,
cuando el sol deja sin sombra / los juncos y madreselvas,
y van cayendo las verdes / hojas de las madroñeras,
regaba sus alhelíes / la arisca talabartera.
Llegó su amigo trotando / una jaca cordobesa
y le dijo entre suspiros:
Niña, si tu lo quisieras, / cenaríamos mañana
los dos solos / en tu mesa.
¿Y qué harás de mi marido? / -Tu marido no se entera.
¿Qué piensas hacer? /- Matarlo.
Es ágil. Quizás no puedas. / ¿Tienes revolver? -¡Mejor!
¡Tengo navaja barbera! / ¿Corta mucho? -Más que el frío.
Y no tiene ni una mella. /-¿No has mentido? -Le daré
diez puñaladas certeras / en esta disposición,
que me parece estupenda: / cuatro en la región lumbar,
una en la tetilla izquierda, / otra en semejante sitio
y dos en cada cadera. / ¿Lo matarás enseguida?
Esta noche cuando vuelva / con el cuero y con las crines
por la curva de la acequia.
Esposo viejo y decente / casado con joven tierna,
qué tunante caballista / roba tu amor en la puerta.
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lunes, 24 de diciembre de 2018
_- Villancico flamenco de Jerez. "Por los montes de Judea"
_- Por los Montes de Judea (Bis)
Unos pastores bajaban
diciendo fuera de aquí
a unos pobres que allí estaban.
Los pobres lloraban y así les decían;
también pa los pobres
ha venido el Mesías
Pastor ¿qué le llevas tú,
a ese divino clavel?
Una olla de manteca
y un tarro de rica miel,
pavos y gallinas
chorizos y huevos
nueces y castañas
y muchos buñuelos
Fueran las penas, viva la alegría
porque esta noche ha parido María
Fueran las penas, viva la alegría
porque esta noche ha parido María
Fueran las penas, viva la alegría
porque esta noche ha nacido El Mesías
Fueran las penas, viva la alegría
porque esta noche ha nacido El Mesías
Unos pastores bajaban
diciendo fuera de aquí
a unos pobres que allí estaban.
Los pobres lloraban y así les decían;
también pa los pobres
ha venido el Mesías
Pastor ¿qué le llevas tú,
a ese divino clavel?
Una olla de manteca
y un tarro de rica miel,
pavos y gallinas
chorizos y huevos
nueces y castañas
y muchos buñuelos
Fueran las penas, viva la alegría
porque esta noche ha parido María
Fueran las penas, viva la alegría
porque esta noche ha parido María
Fueran las penas, viva la alegría
porque esta noche ha nacido El Mesías
Fueran las penas, viva la alegría
porque esta noche ha nacido El Mesías
domingo, 23 de diciembre de 2018
_- ENTREVISTA. Bernardo Bertolucci: “Con el cine busco la poesía”
_- Bernardo Bertolucci ha regresado. A sus 72 años, el director de cine italiano conduce su “silla eléctrica” por el barrio del Trastevere sorteando los agujeros que el anterior alcalde, el posfascista Gianni Alemanno, le ha dejado en herencia a la ciudad de Roma. El autor –entre otras muchas– de El último tango en París, Novecento y El último emperador había firmado su última película (Soñadores) en 2003, y desde entonces se había encerrado, tal vez escondido, en este silencioso apartamento de techos altos, libros y recuerdos junto al Tíber.
El año pasado, una novela del escritor Niccolò Ammaniti, Io e te (publicada en España por Anagrama con el título Tú y yo), logró finalmente sacarlo de su soledad buscada, de esas cuatro paredes en las que tantas otras veces ha encerrado a sus personajes. “El cine es mi terapia”, reconoce, para preguntar después con la ilusión de un chaval: “¿Sabes que seré presidente del jurado en el Festival de Venecia?”. La promoción en Italia de Tú y yo (que se estrena en España el 26 de julio) le ha servido para constatar que, al margen de las críticas buenas o malas, los italianos lo sitúan ya en el altar de sus mitos. Dice que está fascinado por las nuevas tecnologías –valoró incluso la posibilidad de rodar su última obra en 3D–, pero muy preocupado por esta Italia que, tan religiosa de puertas para afuera, no termina de hacer propósito de enmienda ante sus pecados ancestrales. Tal vez por eso sigue buscando en la esperanza que encierran los jóvenes su fuente de inspiración.
PREGUNTA: ¿Qué debe tener un libro, un guion, para que se decida a convertirlo en una película?
RESPUESTA: Cada vez es por una cosa distinta. Aquí es por los jóvenes. Me gusta trabajar con jóvenes. También en la última película, Soñadores, lo son. No sé por qué. No es solo por estética, la belleza que todavía conservan. Tal vez es porque tengo la sensación de verlos crecer delante de la cámara. De hecho, Jacopo [Olmo Antinori, el protagonista masculino de Io e te] ha crecido desde el inicio hasta el fin de la película. Lamentablemente no me acordé de tomar las medidas haciendo una señal sobre la pared. Habría sido bonito. Me gusta mucho la frescura de los jóvenes. En esta película se hace evidente una estrategia mía de director: una vez terminado el reparto, cuando comienza el rodaje, aquello que he ido descubriendo en los actores se convierte en un material para mí irrenunciable, que va modelando a los personajes escritos sobre el papel, otorgándoles un aspecto más definido. Tea Falco [la protagonista femenina] es una muchacha de Catania, parece muy sofisticada con su pelo rubio y largo, pero a la vez –y es una pena que solo los italianos que vean la película puedan notarlo– tiene un marcado acento siciliano. El resultado es que tenemos a una especie de modelo salida de Vogue que, cuando habla, tiene este acento… Después se descubre que detrás de esa belleza y ese acento hay una historia. También los espectadores. Es un viaje.
P: Un viaje al trastero del sótano puede convertirse en un viaje hacia el infinito.
R: Así es. Solo al final de la película podremos deducir un viaje hacia el infinito. Antes no se sabe cómo será este viaje, adónde irá Lorenzo. Un adolescente que, en vez de marcharse de excursión durante la semana blanca, elige la opción más extrema para un chico de 14 años, la de encerrarse en el sótano de casa, haciéndoles creer a sus padres que está muy lejos de allí, con sus compañeros de clase, disfrutando de la semana blanca. Yo no he tenido hijos, pero a través de los hijos de algunos amigos he sabido que es una edad muy difícil. He visto a estos muchachos sentir odio por sus padres, vergüenza de salir a la calle con ellos. Se cierran en su habitación, con la música altísima. Es un momento de la vida verdaderamente difícil. De hecho, al inicio de la película, la relación del protagonista con la madre, ya se ve que él no logra controlarse, que la provoca. Pueden ser muy infantiles y muy adultos a la vez. Tener –como Lorenzo– caracteres contradictorios. Ser muy retraídos hasta llegar a preocupar a los padres y, en cambio, demostrar muy buen sentido, mucho control. Se ve cuando organiza meticulosamente su encierro.
P: Como en El último tango en París (1972) o en Asediada (1998), en su nueva película también encierra a su pareja protagonista en un lugar aislado, para que desde allí busquen la libertad, la transgresión. ¿Se siente usted bien en los lugares cerrados?
R: Mira a tu alrededor. Hace bastante tiempo elegí este lugar donde estar siempre. Y esta última película la he rodado aquí al lado, al final de Via Corsini. Al lado del Jardín Botánico hay una casa con un estudio muy grande propiedad de un pintor de vanguardia, Sandro Chia, y en ese estudio hemos creado las condiciones para que me pudiera mover por allí con la silla eléctrica, dentro del patio, en el garaje… No tardaba más de un minuto en ir de mi casa al rodaje. Me he tenido que crear unas condiciones amables para trabajar sabiendo que esta ciudad no es –o no era en el tiempo del alcalde Gianni Alemanno [alcalde de Roma hasta hace un mes]– una ciudad amigable. El Trastevere es un barrio muy hermoso, pero cuando salgo de casa tengo que estar muy atento a no tropezar con mi silla eléctrica, porque faltan sampietrini [los característicos adoquines romanos], hay agujeros en las aceras, corro un riesgo cierto de caerme. Esta ciudad tan bella se ha convertido en lo contrario de amable. Es hostil.
P: Su otra ciudad prohibida…
R: Cierto. Es una verdadera ciudad prohibida. Por cierto, ¡también la ciudad prohibida de El último emperador (1987) era un espacio cerrado! Otra película mía que se desarrolla en un lugar cerrado. No sé. Tal vez en el fondo esto tenga alguna relación con el hecho de que a mí, cuando tenía cuatro o cinco años, me gustaba mucho ir a la cama de mis padres y meterme bajo las sábanas, ir hasta el final – con el pánico de asfixiarme– y luego regresar para volver a respirar. Nunca se sabe si esas pequeñas cosas de crío… Pero es verdad eso que se dice: buscar la libertad en un lugar cerrado. Eso es.
P: Claustrofilia en vez de claustrofobia…
R: Sí, mucha gente suele sentir claustrofobia en los lugares cerrados, yo en cambio siento claustrofilia.
P: A pesar del tiempo transcurrido desde que rodó por última vez, su última película está llena de huellas de otras películas suyas.
R: Ummm… Es probable. Pero no a propósito. ¿En qué piensa?
P: Ya hemos hablado de los lugares cerrados, pero también está el baile de los protagonistas.
R: ¿El baile entre hermano y hermana? Sí, tal vez. Es una especie de catarsis. En ese momento, allí, en el trastero del sótano, yo veo que florece el amor entre ellos y que lo aceptan. Es el momento en que se rinden y aceptan amarse. Me he reído porque algún amigo, algo decepcionado, me ha dicho: “Yo esperaba que sucediese alguna cosa erótica”. No. El amor entre hermano y hermana puede ser también erótico, naturalmente, pero aquí no me interesaba esa vía. Me interesaba más la otra experiencia, la de llegar a la liberación a través de un trastero oscuro. La ayuda que él, un chico de 14 años, es capaz de prestar a su hermana, 10 años mayor, drogadicta, para ayudarla a salir del síndrome de abstinencia. Él le acompaña, e incluso va a robar los somníferos de su abuela. Y allí él está creciendo.
P: ¿Los jóvenes de hoy piensan todavía que es posible cambiar el mundo como aquellos de hace 30 o 40 años?
R: No lo sé. Lamentablemente no tengo hijos. Veo solo a los hijos de los amigos. Yo viví una época extraordinaria. Desde niño ya crecí en la leyenda de la resistencia –yo soy de Parma, los partisanos, los comunistas…–, y después me encontré con esa onda maravillosa de los años sesenta, del 68, que ha sido después muy criticada, olvidada incluso. Pero para mí el 68 –que duró hasta la década de los ochenta– sigue siendo muy importante: fue el último momento en que, a través de los jóvenes, la gran comunidad internacional soñó con cambiar el mundo. Y de allí partió de alguna manera el nuevo modelo de sociedad. Después del 68, por ejemplo, las mujeres lograron mucho más espacio y comenzaron a ser conscientes de su papel en la sociedad… Hoy no sé si los jóvenes conservan ese espíritu.
P: Ahora, al menos, las calles vuelven a estar llenas de gente que busca una salida. Tal vez haya algo en el ambiente parecido a aquella época.
R: Yo miro mucho al presente. Miro sin estar presente. Veo muchas cosas. Y lo que siento es que el cambio ha sido muy fuerte, pero no nos hemos dado cuenta. Se nota en todo. Incluso en la actitud que se tiene al juzgar una película. Nuestra generación tenía una actitud muy diferente.
P: ¿En qué sentido?
R: Tal vez porque no teníamos esa especie de bombardeo constante de imágenes. Y que de alguna manera empobrecen la sorpresa de una película. Cuando yo tenía 15 años, se hablaba de un chino y se pensaba en los chinos que había dentro de las novelas de aventuras. Fíjate: yo estaba tan fascinado por el misterio de los chinos que fui a China a hacer El último emperador… Ja, ja, ja. Pero ahora todo se ha globalizado y desmitificado. Hay cosas cercanas que estaban en el fondo del tabú.
P: Hablando de tabúes, a principios de los setenta, después de rodar El último tango en París, usted perdió el derecho de voto por ofensa al pudor. Fue condenado en Italia, y también lo fue Marlon Brando. ¿Aquellos tabúes cayeron del todo o están todavía en pie, sobre todo en Italia, donde la presencia del Vaticano es muy fuerte?
R: Hace 40 años, los jueces condenaron la película, al autor, a los actores, al productor con penas que incluían la prisión, pero al final nos dieron la condicional y no tuvimos que ir. Pero sí nos quitaron los derechos civiles. Yo no pude votar durante cinco años. Para mí supuso una herida. Tenga en cuenta que fue a mitad de los años sesenta, era justo cuando estábamos más politizados, cuando rodé Novecento. No sé. A pesar de las expresiones multitudinarias de fe, el modo de ser religioso de los italianos es, digámoslo así, muy cómodo. Las iglesias están vacías, a los seminarios solo van los jóvenes que vienen de países en vías de desarrollo. El hecho de haber elegido a Francisco ha sido una gran jugada de astucia por parte del Vaticano. Porque la Iglesia vive unos momentos difíciles, la presión de quienes quieren que los curas se casen, los casos de pederastia. ¿No crees que si los curas pudieran casarse no disminuiría el problema? ¿Tú eres católico…? Yo no puedo decir que no soy católico. Porque he nacido en este país, somos de procedencia católica. Y sobre la presión de la Iglesia, qué decir… Los romanos, dada la cercanía del Vaticano, han encontrado un modo inteligente de convivir.
P: ¿Cómo ve la actual situación de Italia?
R: Después de las elecciones generales, me ha dado la impresión de estar asistiendo al suicidio del centroizquierda. Me parece que el Partido Democrático (PD) ha puesto en escena un gran suicidio. Y ni siquiera romántico. Estamos viviendo un momento más fuerte incluso que cuando el Partido Comunista Italiano (PCI) se fue despojando del nombre para convertirse en el Partido Democrático. Lo de ahora es un suicidio. ¿Qué error han cometido? No lo sé. Se puede hablar de una mutación casi. En cualquier caso, durante mi ya larga vida he visto y vivido situaciones que parecía imposible que sucedieran. Tal vez por eso mi generación, e incluso las generaciones más jóvenes, somos incapaces de leer bien lo que sucede. Analizamos siempre lo que sucede con una óptica un poco… anticuada.
P: Tal vez esa óptica pueda servir de referencia para entender que está sucediendo en Italia, en Europa en su conjunto, un empobrecimiento general, una pérdida de algunos derechos alcanzados. Hace unas semanas, Soledad Gallego-Díaz escribía en EL PAÍS que “la normalidad” en Grecia incluye que un 10% de los niños sufran inseguridad alimentaria y que Amanecer Dorado envíe al hospital a seis inmigrantes diariamente. Y decía: “El jueves, como en Novecento, un capataz disparó contra jornaleros inmigrantes que reclamaban salarios atrasados”.
R: ¿En Grecia? ¿Y lo comparó con Novecento? Sí, ciertamente hay una alarma social de la que no se habla lo suficiente porque se tiene miedo. Yo no sería capaz de condenar a un padre que roba para dar de comer a sus hijos. Creo que pueden darse situaciones dramáticas.
P: En Parma, su ciudad, escenario también de Antes de la revolución (1964), se produjo el primer éxito electoral de Beppe Grillo, que precisamente es quien ha capitalizado la indignación que provocan esas situaciones tan dramáticas. ¿Qué piensa del Movimiento 5 Estrellas?
R: A pesar de haber nacido de la improvisación, y de sufrir de esta improvisación, Beppe Grillo ha logrado mostrarse como el representante alternativo de una Italia que ya no soporta la corrupción. Es un cómico, un hombre de teatro, y sabe cómo atrapar a la gente. Lo he visto el año pasado en sus mítines. Desde el escenario decía: “PDL [el partido de Silvio Berlusconi], vaffanculo, PD vaffanculo”. Y luego decía: no somos un partido, somos un movimiento. Hay alguna cosa que no me disgusta, la crítica a la liturgia política. Pero, por otra parte, perdona, Beppe, si no sois un partido, ¿qué sois? ¿Tú? ¿Solo tú y alrededor toda Italia adorándote…? No, sin partido no se puede gestionar la sociedad en la que estamos habituados a vivir. No quiero un líder único. He sido educado para amar las diferencias, los distintos.
P: En los últimos tiempos, en Italia se ha vuelto a hablar de Tangentopoli, aquella extensa red de corrupción que acabó con la Primera República. Dos décadas después, da la impresión de que estamos en las mismas…
R: En aquel momento, yo me decía: Italia no debe perder esta oportunidad. No solo por los 200 o 300 involucrados en el proceso de Manos Limpias. Aquello era solo la parte visible del iceberg. El problema es que aquí todos estamos en esa mentalidad. En Italia somos muy poco respetuosos con las reglas. A veces los italianos hasta nos vanagloriamos de no haber respetado las reglas. Viviendo mucho tiempo fuera, por ejemplo en Inglaterra, me he dado cuenta de que la gente respeta las reglas, y cuando uno no las respeta, los otros le llaman la atención. En Italia hay otra mentalidad. Por eso digo que los italianos no aprovecharon la experiencia de Tangentopoli para hacer examen de conciencia. El ejemplo es que durante los 20 años que siguieron al proceso Manos Limpias votaron a Berlusconi.
P: Y todavía le siguen votando…
R: Sí, todavía. En las últimas elecciones generales no lo ha hecho nada mal. ¿Qué se puede decir ante esto? Tal vez se pueda decir: “Ah, sí, antes ya habían votado a Mussolini”. Hay en el alma de los italianos la búsqueda de una figura autoritaria. Es justo aquello contra lo que me enseñaron a luchar desde niño.
P: Cómo influyó su padre, Attilio Bertolucci, un poeta muy querido, en su vocación.
R: Nada más empecé a leer, supe que mi padre escribía poesía. Y leí una poesía que se llama La rosa blanca, que dice: “Cogeré para ti / la última rosa del jardín, / la rosa blanca que florece / en las primeras nieblas. / Las ávidas abejas la han visitado / hasta ayer, / pero es tan dulce aún / que hace temblar. / Es un retrato tuyo a treinta años / un poco desmemoriada, / como tú serás entonces”. Leí aquella poesía y salí al jardín, y allí, al fondo, estaba la rosa blanca. No tuve necesidad de ir más lejos. Entendí enseguida que la poesía de mi padre estaba hecha con aquello que tenía alrededor. Es como si él me hubiese enseñado a buscar la poesía en todo. En todo. También donde no te lo esperas. Esta es la cosa más importante. Escribí poesía, pero decidí no continuar porque él era demasiado bueno y no podía ganarle. Así que cambié de oficio. Fue él, de alguna manera, quien me orientó hacia el cine… Con el cine, también yo busco la poesía.
LEONARD DE RAEMY
Bernardo Bertolucci (Parma, Italia, 1941) supo nada más empezar a leer que su padre escribía poesía. Con los versos de ‘La rosa blanca’ comprendió siendo un niño que era hijo de alguien que hacía poesía con lo sencillo, aquello que tenía a su alrededor. Y sintió que su padre le había enseñado a saber buscar la lírica en todas partes.
Después se convirtió en cineasta. Autor de títulos inolvidables de la historia del cine en el siglo XX como ‘Novecento’, ‘El último tango en París’ y ‘El último emperador’, estrenó su última cinta, ‘Soñadores’, en 2003. Diez años después vuelve a buscar la poesía del cine en un nuevo título de su filmografía, ‘Tú y yo’, que se estrena en España a finales de julio.
https://elpais.com/elpais/2013/06/27/eps/1372349249_394288.html?rel=mas
El año pasado, una novela del escritor Niccolò Ammaniti, Io e te (publicada en España por Anagrama con el título Tú y yo), logró finalmente sacarlo de su soledad buscada, de esas cuatro paredes en las que tantas otras veces ha encerrado a sus personajes. “El cine es mi terapia”, reconoce, para preguntar después con la ilusión de un chaval: “¿Sabes que seré presidente del jurado en el Festival de Venecia?”. La promoción en Italia de Tú y yo (que se estrena en España el 26 de julio) le ha servido para constatar que, al margen de las críticas buenas o malas, los italianos lo sitúan ya en el altar de sus mitos. Dice que está fascinado por las nuevas tecnologías –valoró incluso la posibilidad de rodar su última obra en 3D–, pero muy preocupado por esta Italia que, tan religiosa de puertas para afuera, no termina de hacer propósito de enmienda ante sus pecados ancestrales. Tal vez por eso sigue buscando en la esperanza que encierran los jóvenes su fuente de inspiración.
PREGUNTA: ¿Qué debe tener un libro, un guion, para que se decida a convertirlo en una película?
RESPUESTA: Cada vez es por una cosa distinta. Aquí es por los jóvenes. Me gusta trabajar con jóvenes. También en la última película, Soñadores, lo son. No sé por qué. No es solo por estética, la belleza que todavía conservan. Tal vez es porque tengo la sensación de verlos crecer delante de la cámara. De hecho, Jacopo [Olmo Antinori, el protagonista masculino de Io e te] ha crecido desde el inicio hasta el fin de la película. Lamentablemente no me acordé de tomar las medidas haciendo una señal sobre la pared. Habría sido bonito. Me gusta mucho la frescura de los jóvenes. En esta película se hace evidente una estrategia mía de director: una vez terminado el reparto, cuando comienza el rodaje, aquello que he ido descubriendo en los actores se convierte en un material para mí irrenunciable, que va modelando a los personajes escritos sobre el papel, otorgándoles un aspecto más definido. Tea Falco [la protagonista femenina] es una muchacha de Catania, parece muy sofisticada con su pelo rubio y largo, pero a la vez –y es una pena que solo los italianos que vean la película puedan notarlo– tiene un marcado acento siciliano. El resultado es que tenemos a una especie de modelo salida de Vogue que, cuando habla, tiene este acento… Después se descubre que detrás de esa belleza y ese acento hay una historia. También los espectadores. Es un viaje.
P: Un viaje al trastero del sótano puede convertirse en un viaje hacia el infinito.
R: Así es. Solo al final de la película podremos deducir un viaje hacia el infinito. Antes no se sabe cómo será este viaje, adónde irá Lorenzo. Un adolescente que, en vez de marcharse de excursión durante la semana blanca, elige la opción más extrema para un chico de 14 años, la de encerrarse en el sótano de casa, haciéndoles creer a sus padres que está muy lejos de allí, con sus compañeros de clase, disfrutando de la semana blanca. Yo no he tenido hijos, pero a través de los hijos de algunos amigos he sabido que es una edad muy difícil. He visto a estos muchachos sentir odio por sus padres, vergüenza de salir a la calle con ellos. Se cierran en su habitación, con la música altísima. Es un momento de la vida verdaderamente difícil. De hecho, al inicio de la película, la relación del protagonista con la madre, ya se ve que él no logra controlarse, que la provoca. Pueden ser muy infantiles y muy adultos a la vez. Tener –como Lorenzo– caracteres contradictorios. Ser muy retraídos hasta llegar a preocupar a los padres y, en cambio, demostrar muy buen sentido, mucho control. Se ve cuando organiza meticulosamente su encierro.
P: Como en El último tango en París (1972) o en Asediada (1998), en su nueva película también encierra a su pareja protagonista en un lugar aislado, para que desde allí busquen la libertad, la transgresión. ¿Se siente usted bien en los lugares cerrados?
R: Mira a tu alrededor. Hace bastante tiempo elegí este lugar donde estar siempre. Y esta última película la he rodado aquí al lado, al final de Via Corsini. Al lado del Jardín Botánico hay una casa con un estudio muy grande propiedad de un pintor de vanguardia, Sandro Chia, y en ese estudio hemos creado las condiciones para que me pudiera mover por allí con la silla eléctrica, dentro del patio, en el garaje… No tardaba más de un minuto en ir de mi casa al rodaje. Me he tenido que crear unas condiciones amables para trabajar sabiendo que esta ciudad no es –o no era en el tiempo del alcalde Gianni Alemanno [alcalde de Roma hasta hace un mes]– una ciudad amigable. El Trastevere es un barrio muy hermoso, pero cuando salgo de casa tengo que estar muy atento a no tropezar con mi silla eléctrica, porque faltan sampietrini [los característicos adoquines romanos], hay agujeros en las aceras, corro un riesgo cierto de caerme. Esta ciudad tan bella se ha convertido en lo contrario de amable. Es hostil.
P: Su otra ciudad prohibida…
R: Cierto. Es una verdadera ciudad prohibida. Por cierto, ¡también la ciudad prohibida de El último emperador (1987) era un espacio cerrado! Otra película mía que se desarrolla en un lugar cerrado. No sé. Tal vez en el fondo esto tenga alguna relación con el hecho de que a mí, cuando tenía cuatro o cinco años, me gustaba mucho ir a la cama de mis padres y meterme bajo las sábanas, ir hasta el final – con el pánico de asfixiarme– y luego regresar para volver a respirar. Nunca se sabe si esas pequeñas cosas de crío… Pero es verdad eso que se dice: buscar la libertad en un lugar cerrado. Eso es.
P: Claustrofilia en vez de claustrofobia…
R: Sí, mucha gente suele sentir claustrofobia en los lugares cerrados, yo en cambio siento claustrofilia.
P: A pesar del tiempo transcurrido desde que rodó por última vez, su última película está llena de huellas de otras películas suyas.
R: Ummm… Es probable. Pero no a propósito. ¿En qué piensa?
P: Ya hemos hablado de los lugares cerrados, pero también está el baile de los protagonistas.
R: ¿El baile entre hermano y hermana? Sí, tal vez. Es una especie de catarsis. En ese momento, allí, en el trastero del sótano, yo veo que florece el amor entre ellos y que lo aceptan. Es el momento en que se rinden y aceptan amarse. Me he reído porque algún amigo, algo decepcionado, me ha dicho: “Yo esperaba que sucediese alguna cosa erótica”. No. El amor entre hermano y hermana puede ser también erótico, naturalmente, pero aquí no me interesaba esa vía. Me interesaba más la otra experiencia, la de llegar a la liberación a través de un trastero oscuro. La ayuda que él, un chico de 14 años, es capaz de prestar a su hermana, 10 años mayor, drogadicta, para ayudarla a salir del síndrome de abstinencia. Él le acompaña, e incluso va a robar los somníferos de su abuela. Y allí él está creciendo.
P: ¿Los jóvenes de hoy piensan todavía que es posible cambiar el mundo como aquellos de hace 30 o 40 años?
R: No lo sé. Lamentablemente no tengo hijos. Veo solo a los hijos de los amigos. Yo viví una época extraordinaria. Desde niño ya crecí en la leyenda de la resistencia –yo soy de Parma, los partisanos, los comunistas…–, y después me encontré con esa onda maravillosa de los años sesenta, del 68, que ha sido después muy criticada, olvidada incluso. Pero para mí el 68 –que duró hasta la década de los ochenta– sigue siendo muy importante: fue el último momento en que, a través de los jóvenes, la gran comunidad internacional soñó con cambiar el mundo. Y de allí partió de alguna manera el nuevo modelo de sociedad. Después del 68, por ejemplo, las mujeres lograron mucho más espacio y comenzaron a ser conscientes de su papel en la sociedad… Hoy no sé si los jóvenes conservan ese espíritu.
P: Ahora, al menos, las calles vuelven a estar llenas de gente que busca una salida. Tal vez haya algo en el ambiente parecido a aquella época.
R: Yo miro mucho al presente. Miro sin estar presente. Veo muchas cosas. Y lo que siento es que el cambio ha sido muy fuerte, pero no nos hemos dado cuenta. Se nota en todo. Incluso en la actitud que se tiene al juzgar una película. Nuestra generación tenía una actitud muy diferente.
P: ¿En qué sentido?
R: Tal vez porque no teníamos esa especie de bombardeo constante de imágenes. Y que de alguna manera empobrecen la sorpresa de una película. Cuando yo tenía 15 años, se hablaba de un chino y se pensaba en los chinos que había dentro de las novelas de aventuras. Fíjate: yo estaba tan fascinado por el misterio de los chinos que fui a China a hacer El último emperador… Ja, ja, ja. Pero ahora todo se ha globalizado y desmitificado. Hay cosas cercanas que estaban en el fondo del tabú.
P: Hablando de tabúes, a principios de los setenta, después de rodar El último tango en París, usted perdió el derecho de voto por ofensa al pudor. Fue condenado en Italia, y también lo fue Marlon Brando. ¿Aquellos tabúes cayeron del todo o están todavía en pie, sobre todo en Italia, donde la presencia del Vaticano es muy fuerte?
R: Hace 40 años, los jueces condenaron la película, al autor, a los actores, al productor con penas que incluían la prisión, pero al final nos dieron la condicional y no tuvimos que ir. Pero sí nos quitaron los derechos civiles. Yo no pude votar durante cinco años. Para mí supuso una herida. Tenga en cuenta que fue a mitad de los años sesenta, era justo cuando estábamos más politizados, cuando rodé Novecento. No sé. A pesar de las expresiones multitudinarias de fe, el modo de ser religioso de los italianos es, digámoslo así, muy cómodo. Las iglesias están vacías, a los seminarios solo van los jóvenes que vienen de países en vías de desarrollo. El hecho de haber elegido a Francisco ha sido una gran jugada de astucia por parte del Vaticano. Porque la Iglesia vive unos momentos difíciles, la presión de quienes quieren que los curas se casen, los casos de pederastia. ¿No crees que si los curas pudieran casarse no disminuiría el problema? ¿Tú eres católico…? Yo no puedo decir que no soy católico. Porque he nacido en este país, somos de procedencia católica. Y sobre la presión de la Iglesia, qué decir… Los romanos, dada la cercanía del Vaticano, han encontrado un modo inteligente de convivir.
P: ¿Cómo ve la actual situación de Italia?
R: Después de las elecciones generales, me ha dado la impresión de estar asistiendo al suicidio del centroizquierda. Me parece que el Partido Democrático (PD) ha puesto en escena un gran suicidio. Y ni siquiera romántico. Estamos viviendo un momento más fuerte incluso que cuando el Partido Comunista Italiano (PCI) se fue despojando del nombre para convertirse en el Partido Democrático. Lo de ahora es un suicidio. ¿Qué error han cometido? No lo sé. Se puede hablar de una mutación casi. En cualquier caso, durante mi ya larga vida he visto y vivido situaciones que parecía imposible que sucedieran. Tal vez por eso mi generación, e incluso las generaciones más jóvenes, somos incapaces de leer bien lo que sucede. Analizamos siempre lo que sucede con una óptica un poco… anticuada.
P: Tal vez esa óptica pueda servir de referencia para entender que está sucediendo en Italia, en Europa en su conjunto, un empobrecimiento general, una pérdida de algunos derechos alcanzados. Hace unas semanas, Soledad Gallego-Díaz escribía en EL PAÍS que “la normalidad” en Grecia incluye que un 10% de los niños sufran inseguridad alimentaria y que Amanecer Dorado envíe al hospital a seis inmigrantes diariamente. Y decía: “El jueves, como en Novecento, un capataz disparó contra jornaleros inmigrantes que reclamaban salarios atrasados”.
R: ¿En Grecia? ¿Y lo comparó con Novecento? Sí, ciertamente hay una alarma social de la que no se habla lo suficiente porque se tiene miedo. Yo no sería capaz de condenar a un padre que roba para dar de comer a sus hijos. Creo que pueden darse situaciones dramáticas.
P: En Parma, su ciudad, escenario también de Antes de la revolución (1964), se produjo el primer éxito electoral de Beppe Grillo, que precisamente es quien ha capitalizado la indignación que provocan esas situaciones tan dramáticas. ¿Qué piensa del Movimiento 5 Estrellas?
R: A pesar de haber nacido de la improvisación, y de sufrir de esta improvisación, Beppe Grillo ha logrado mostrarse como el representante alternativo de una Italia que ya no soporta la corrupción. Es un cómico, un hombre de teatro, y sabe cómo atrapar a la gente. Lo he visto el año pasado en sus mítines. Desde el escenario decía: “PDL [el partido de Silvio Berlusconi], vaffanculo, PD vaffanculo”. Y luego decía: no somos un partido, somos un movimiento. Hay alguna cosa que no me disgusta, la crítica a la liturgia política. Pero, por otra parte, perdona, Beppe, si no sois un partido, ¿qué sois? ¿Tú? ¿Solo tú y alrededor toda Italia adorándote…? No, sin partido no se puede gestionar la sociedad en la que estamos habituados a vivir. No quiero un líder único. He sido educado para amar las diferencias, los distintos.
P: En los últimos tiempos, en Italia se ha vuelto a hablar de Tangentopoli, aquella extensa red de corrupción que acabó con la Primera República. Dos décadas después, da la impresión de que estamos en las mismas…
R: En aquel momento, yo me decía: Italia no debe perder esta oportunidad. No solo por los 200 o 300 involucrados en el proceso de Manos Limpias. Aquello era solo la parte visible del iceberg. El problema es que aquí todos estamos en esa mentalidad. En Italia somos muy poco respetuosos con las reglas. A veces los italianos hasta nos vanagloriamos de no haber respetado las reglas. Viviendo mucho tiempo fuera, por ejemplo en Inglaterra, me he dado cuenta de que la gente respeta las reglas, y cuando uno no las respeta, los otros le llaman la atención. En Italia hay otra mentalidad. Por eso digo que los italianos no aprovecharon la experiencia de Tangentopoli para hacer examen de conciencia. El ejemplo es que durante los 20 años que siguieron al proceso Manos Limpias votaron a Berlusconi.
P: Y todavía le siguen votando…
R: Sí, todavía. En las últimas elecciones generales no lo ha hecho nada mal. ¿Qué se puede decir ante esto? Tal vez se pueda decir: “Ah, sí, antes ya habían votado a Mussolini”. Hay en el alma de los italianos la búsqueda de una figura autoritaria. Es justo aquello contra lo que me enseñaron a luchar desde niño.
P: Cómo influyó su padre, Attilio Bertolucci, un poeta muy querido, en su vocación.
R: Nada más empecé a leer, supe que mi padre escribía poesía. Y leí una poesía que se llama La rosa blanca, que dice: “Cogeré para ti / la última rosa del jardín, / la rosa blanca que florece / en las primeras nieblas. / Las ávidas abejas la han visitado / hasta ayer, / pero es tan dulce aún / que hace temblar. / Es un retrato tuyo a treinta años / un poco desmemoriada, / como tú serás entonces”. Leí aquella poesía y salí al jardín, y allí, al fondo, estaba la rosa blanca. No tuve necesidad de ir más lejos. Entendí enseguida que la poesía de mi padre estaba hecha con aquello que tenía alrededor. Es como si él me hubiese enseñado a buscar la poesía en todo. En todo. También donde no te lo esperas. Esta es la cosa más importante. Escribí poesía, pero decidí no continuar porque él era demasiado bueno y no podía ganarle. Así que cambié de oficio. Fue él, de alguna manera, quien me orientó hacia el cine… Con el cine, también yo busco la poesía.
LEONARD DE RAEMY
Bernardo Bertolucci (Parma, Italia, 1941) supo nada más empezar a leer que su padre escribía poesía. Con los versos de ‘La rosa blanca’ comprendió siendo un niño que era hijo de alguien que hacía poesía con lo sencillo, aquello que tenía a su alrededor. Y sintió que su padre le había enseñado a saber buscar la lírica en todas partes.
Después se convirtió en cineasta. Autor de títulos inolvidables de la historia del cine en el siglo XX como ‘Novecento’, ‘El último tango en París’ y ‘El último emperador’, estrenó su última cinta, ‘Soñadores’, en 2003. Diez años después vuelve a buscar la poesía del cine en un nuevo título de su filmografía, ‘Tú y yo’, que se estrena en España a finales de julio.
https://elpais.com/elpais/2013/06/27/eps/1372349249_394288.html?rel=mas
sábado, 22 de diciembre de 2018
Chomsky, 90 años
Atilio A. Boron
Página/12
El pasado 7 de diciembre Noam Chomsky cumplió 90 años. En el fárrago de noticias de esos días el onomástico de uno de los más grandes pensadores de nuestro tiempo ese acontecimiento pasó desapercibido. La prensa hegemónica estaba ocupada entonando sus himnos fúnebres por la muerte de un criminal serial, el ex presidente George H. W. Bush, la absoluta futilidad de la sesión del G-20 en Buenos Aires o el arresto en Canadá de la heredera del gigantesco emporio telefónico Huawei. Los ideólogos del establishment no hicieron otra cosa que imitar a la prensa autoproclamada libre e independiente -que no es ni lo uno ni lo otro- en el sistemático ninguneo de la figura del lingüista, filósofo y politólogo estadounidense.
La cobardía intelectual del mandarinato burgués e imperialista –tanto en Estados Unidos y Europa como en América Latina– es revulsiva. Dado que no podrían durar ni cinco minutos debatiendo con Chomsky –y con tantos otros, ninguneados también como él– lo que hacen es ignorarlo y ocultarlo a la vista del gran público. Montados en sus enormes aparatos de propaganda, que no de información, desde allí peroran y mienten impunemente, o barren bajo la alfombra las opiniones fundadas, irrefutables y valientes de ese enorme francotirador intelectual que es el ex profesor del MIT.
Por eso las “fake news” son sólo un nuevo nombre para designar una vieja costumbre del pseudo-periodismo que procura disimular su condición de órgano de propaganda proclamando su carácter “profesional” e “imparcial”. Sus voceros son pigmeos intelectuales que hacen de la prepotencia verdad; o de la asimetría entre los que pueden hablar y los que no también verdad. Son los que aupados sobre sus enormes oligopolios mediáticos proclaman sus sofismas e inoculan sus venenos para enturbiar la mente del gran público, para confundirlo, para sumirlo en la ignorancia porque cuanto más confuso e ignorante sea más fácil será someterlo.
Alabados como grandes personalidades del mundo de la cultura y la comunicación por las mentiras dominantes les cabe a ellos y ellas el sayo de la cáustica réplica que Gyorg Lúkacs espetara ante sus inquisidores: “un conejo parado en la cima del Himalaya sigue siendo un conejo”. Conejos que deben impedir que el mundo sepa que Chomsky vive, piensa y escribe; y que sobreviven y medran en su oficio porque suprimen toda disidencia bien fundada. Cuando forzados por las circunstancias montan un simulacro de debate seleccionan cuidadosamente sus rivales. No hay lugar para Chomsky. Eligen en cambio a sus críticos más rústicos, elementales, impresentables y salen airosos de esa falaz contienda. Por eso el lingüista norteamericanos, pese a ser el “Bartolomé de Las Casas del imperio americano”, como acertadamente lo describiera Roberto Fernández Retamar, es un gran desconocido para el público de Estados Unidos. Sus opiniones son dañinas y no deben circular masivamente. Y su nonagésimo cumpleaños no fue celebrado como la supervivencia de un fabuloso tesoro de conocimientos acumulados, de audaces teorizaciones, de valientes denuncias sino como la insoportable longevidad de un excéntrico al que no se le debe prestar ninguna atención.
Para el pensamiento dominante (y ya sabemos de quién es ese pensamiento) sus opiniones sólo revelan su odio y sus patológicos prejuicios sobre la sociedad norteamericana. No son opiniones propias de gentes “razonables”, esas que comprenden que cuando Estados Unidos mata a millones de personas en todo el mundo –en Siria, en Irak, en Palestina, en Afganistán, en Yemen, en Libia– o cuando provoca desastres humanitarios en Honduras y Haití, o cuando bloquea y agrede a países como Irán, Cuba y Venezuela, sometiéndolos a indecibles sufrimientos, son heroicos y desinteresados sacrificios que la Casa Blanca hace en defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos. Chomsky no comparte ese discurso autocomplaciente. Por eso, a sus noventa años, no hay nada que celebrar, nada que festejar, nada que dar a conocer.
Termino recomendando la lectura de una de sus notas más punzantes de los últimos años (publicada en La Jornada el 3 de noviembre del 2015) y que lleva por título “EEUU, el Estado terrorista número uno” comienza así: “Oficial: EEUU es el mayor Estado terrorista del mundo y se enorgullece de serlo. Esa debería ser la cabeza de la nota principal del New York Times del 15 de octubre pasado, cuyo título, más cortés, dice así: Estudio de la CIA sobre ayuda encubierta provoca escepticismo sobre el apoyo a rebeldes sirios”. Con retraso desde la Argentina y toda Latinoamérica le mandamos este afectuoso saludo por su nonagésimo cumpleaños deseándole que “cumplas muchos más”, como dice la canción mexicana, y que nos siga inspirando con su excepcional inteligencia, sus sólidas denuncias y su fecunda prédica antiimperialista.
Página/12
El pasado 7 de diciembre Noam Chomsky cumplió 90 años. En el fárrago de noticias de esos días el onomástico de uno de los más grandes pensadores de nuestro tiempo ese acontecimiento pasó desapercibido. La prensa hegemónica estaba ocupada entonando sus himnos fúnebres por la muerte de un criminal serial, el ex presidente George H. W. Bush, la absoluta futilidad de la sesión del G-20 en Buenos Aires o el arresto en Canadá de la heredera del gigantesco emporio telefónico Huawei. Los ideólogos del establishment no hicieron otra cosa que imitar a la prensa autoproclamada libre e independiente -que no es ni lo uno ni lo otro- en el sistemático ninguneo de la figura del lingüista, filósofo y politólogo estadounidense.
La cobardía intelectual del mandarinato burgués e imperialista –tanto en Estados Unidos y Europa como en América Latina– es revulsiva. Dado que no podrían durar ni cinco minutos debatiendo con Chomsky –y con tantos otros, ninguneados también como él– lo que hacen es ignorarlo y ocultarlo a la vista del gran público. Montados en sus enormes aparatos de propaganda, que no de información, desde allí peroran y mienten impunemente, o barren bajo la alfombra las opiniones fundadas, irrefutables y valientes de ese enorme francotirador intelectual que es el ex profesor del MIT.
Por eso las “fake news” son sólo un nuevo nombre para designar una vieja costumbre del pseudo-periodismo que procura disimular su condición de órgano de propaganda proclamando su carácter “profesional” e “imparcial”. Sus voceros son pigmeos intelectuales que hacen de la prepotencia verdad; o de la asimetría entre los que pueden hablar y los que no también verdad. Son los que aupados sobre sus enormes oligopolios mediáticos proclaman sus sofismas e inoculan sus venenos para enturbiar la mente del gran público, para confundirlo, para sumirlo en la ignorancia porque cuanto más confuso e ignorante sea más fácil será someterlo.
Alabados como grandes personalidades del mundo de la cultura y la comunicación por las mentiras dominantes les cabe a ellos y ellas el sayo de la cáustica réplica que Gyorg Lúkacs espetara ante sus inquisidores: “un conejo parado en la cima del Himalaya sigue siendo un conejo”. Conejos que deben impedir que el mundo sepa que Chomsky vive, piensa y escribe; y que sobreviven y medran en su oficio porque suprimen toda disidencia bien fundada. Cuando forzados por las circunstancias montan un simulacro de debate seleccionan cuidadosamente sus rivales. No hay lugar para Chomsky. Eligen en cambio a sus críticos más rústicos, elementales, impresentables y salen airosos de esa falaz contienda. Por eso el lingüista norteamericanos, pese a ser el “Bartolomé de Las Casas del imperio americano”, como acertadamente lo describiera Roberto Fernández Retamar, es un gran desconocido para el público de Estados Unidos. Sus opiniones son dañinas y no deben circular masivamente. Y su nonagésimo cumpleaños no fue celebrado como la supervivencia de un fabuloso tesoro de conocimientos acumulados, de audaces teorizaciones, de valientes denuncias sino como la insoportable longevidad de un excéntrico al que no se le debe prestar ninguna atención.
Para el pensamiento dominante (y ya sabemos de quién es ese pensamiento) sus opiniones sólo revelan su odio y sus patológicos prejuicios sobre la sociedad norteamericana. No son opiniones propias de gentes “razonables”, esas que comprenden que cuando Estados Unidos mata a millones de personas en todo el mundo –en Siria, en Irak, en Palestina, en Afganistán, en Yemen, en Libia– o cuando provoca desastres humanitarios en Honduras y Haití, o cuando bloquea y agrede a países como Irán, Cuba y Venezuela, sometiéndolos a indecibles sufrimientos, son heroicos y desinteresados sacrificios que la Casa Blanca hace en defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos. Chomsky no comparte ese discurso autocomplaciente. Por eso, a sus noventa años, no hay nada que celebrar, nada que festejar, nada que dar a conocer.
Termino recomendando la lectura de una de sus notas más punzantes de los últimos años (publicada en La Jornada el 3 de noviembre del 2015) y que lleva por título “EEUU, el Estado terrorista número uno” comienza así: “Oficial: EEUU es el mayor Estado terrorista del mundo y se enorgullece de serlo. Esa debería ser la cabeza de la nota principal del New York Times del 15 de octubre pasado, cuyo título, más cortés, dice así: Estudio de la CIA sobre ayuda encubierta provoca escepticismo sobre el apoyo a rebeldes sirios”. Con retraso desde la Argentina y toda Latinoamérica le mandamos este afectuoso saludo por su nonagésimo cumpleaños deseándole que “cumplas muchos más”, como dice la canción mexicana, y que nos siga inspirando con su excepcional inteligencia, sus sólidas denuncias y su fecunda prédica antiimperialista.
viernes, 21 de diciembre de 2018
Aznar viola la Constitución
El expresidente urge a que Gobierno y Senado repliquen para Cataluña el artículo 155 de la Constitución, en una versión integral y permanente, durísima, inconstitucional
Hay distintas formas de violar la Constitución. Una es dar un golpe parlamentario que la abrogue. Es lo que hizo el secesionismo catalán en otoño de 2017.
Otra es proponer que los demás la conculquen. Es lo que hace José María Aznar, urgiendo a que Gobierno y Senado repliquen para Cataluña el artículo 155 de la Constitución, en una versión integral y permanente, durísima, inconstitucional.
Este golpe en estadio de tentativa verbal lo formula así: ante los vaivenes de la Generalitat que él califica de “situación insurreccional”, resulta “indispensable” volver a aplicar ese artículo para activar “una intervención a fondo de la autonomía catalana, sin límite de tiempo y de todas sus instituciones”.
Es una barbaridad jurídica, amén de un desatino político. Porque el 155 no permite nada de eso. Solo autoriza a que si una autonomía incumple alguna ley o “atenta gravemente al interés general de España”, sea obligada al “cumplimiento forzoso” de las obligaciones impuestas por esa ley. Para ello, o para asegurar la protección del interés general invadido, el Gobierno “podrá dar instrucciones a todas las autoridades” de esa autonomía.
Una intervención indefinida o permanente, como pretende Aznar —y alguno de sus émulos—, sin límite de tiempo, contradice el requisito exigido por la configuración remedial (como remedio), la única que contempla el propio artículo: solo hasta que se logre el “cumplimiento forzoso” de la ley esquivada. Ni un minuto más. El plazo está definido por la consecución del objetivo. Ergo no puede ser indefinido, carente de plazo.
Si Aznar leyera bien la Constitución, sabría que el 155 es la más suave de las intervenciones previstas en ella. Las más graves van en el artículo 116. El estado de alarma (por catástrofes) se decreta por un plazo máximo de 15 días. El de excepción (con limitación de derechos fundamentales) con un tope de “treinta días, prorrogables por otro [o sea, solo una vez] plazo igual”.
Como el 155 persigue fines menos severos, su duración también se limita (al plazo de cumplir la condición). Solo el estado de sitio —equivalente al de guerra, y que involucra al Ejército—, este sí provocado por una “insurrección” o un “acto de fuerza contra la soberanía o independencia de España” o su integridad territorial o el ordenamiento constitucional “que no pueda resolverse por otros medios” puede ser indeterminado.
Ahora bien, la guerra contra la autonomía catalana era, en su última concreción histórica, exclusiva del Caudillo.
https://elpais.com/elpais/2018/12/16/opinion/1544981193_623807.html
Hay distintas formas de violar la Constitución. Una es dar un golpe parlamentario que la abrogue. Es lo que hizo el secesionismo catalán en otoño de 2017.
Otra es proponer que los demás la conculquen. Es lo que hace José María Aznar, urgiendo a que Gobierno y Senado repliquen para Cataluña el artículo 155 de la Constitución, en una versión integral y permanente, durísima, inconstitucional.
Este golpe en estadio de tentativa verbal lo formula así: ante los vaivenes de la Generalitat que él califica de “situación insurreccional”, resulta “indispensable” volver a aplicar ese artículo para activar “una intervención a fondo de la autonomía catalana, sin límite de tiempo y de todas sus instituciones”.
Es una barbaridad jurídica, amén de un desatino político. Porque el 155 no permite nada de eso. Solo autoriza a que si una autonomía incumple alguna ley o “atenta gravemente al interés general de España”, sea obligada al “cumplimiento forzoso” de las obligaciones impuestas por esa ley. Para ello, o para asegurar la protección del interés general invadido, el Gobierno “podrá dar instrucciones a todas las autoridades” de esa autonomía.
Una intervención indefinida o permanente, como pretende Aznar —y alguno de sus émulos—, sin límite de tiempo, contradice el requisito exigido por la configuración remedial (como remedio), la única que contempla el propio artículo: solo hasta que se logre el “cumplimiento forzoso” de la ley esquivada. Ni un minuto más. El plazo está definido por la consecución del objetivo. Ergo no puede ser indefinido, carente de plazo.
Si Aznar leyera bien la Constitución, sabría que el 155 es la más suave de las intervenciones previstas en ella. Las más graves van en el artículo 116. El estado de alarma (por catástrofes) se decreta por un plazo máximo de 15 días. El de excepción (con limitación de derechos fundamentales) con un tope de “treinta días, prorrogables por otro [o sea, solo una vez] plazo igual”.
Como el 155 persigue fines menos severos, su duración también se limita (al plazo de cumplir la condición). Solo el estado de sitio —equivalente al de guerra, y que involucra al Ejército—, este sí provocado por una “insurrección” o un “acto de fuerza contra la soberanía o independencia de España” o su integridad territorial o el ordenamiento constitucional “que no pueda resolverse por otros medios” puede ser indeterminado.
Ahora bien, la guerra contra la autonomía catalana era, en su última concreción histórica, exclusiva del Caudillo.
https://elpais.com/elpais/2018/12/16/opinion/1544981193_623807.html
jueves, 20 de diciembre de 2018
_- El amoral comunicado de Trump sobre Arabia Saudí es el puro reflejo de décadas de “valores estadounidenses” y ortodoxias de política exterior
_- Glenn Greenwald
The Intercept
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Donald Trump publicó el martes pasado un comunicado en el que proclamaba que, a pesar de la indignación que sentía hacia el príncipe heredero saudí por el repugnante asesinato del periodista Jamal Khashoggi, “Estados Unidos tiene la intención de seguir siendo un socio incondicional de Arabia Saudí para garantizar los intereses de nuestro país, Israel y todos los demás socios en la región”. Para justificar su decisión, Trump alegaba el hecho de que “Arabia Saudí es la nación productora de petróleo más grande del mundo”, afirmando que “de los 450 mil millones de dólares [el plan saudí para invertir en compañías estadounidenses], 110 mil millones de dólares se gastarán en la compra de equipo militar de Boeing, Lockheed Martin, Raytheon y muchos otros grandes contratistas estadounidenses del sector de la defensa”.
Esta declaración generó de forma instantánea y predecible pomposas denuncias que pretenden que la postura de Trump supone una desviación y una grave violación de los valores estadounidenses y la política exterior de toda la vida, en lugar de lo que realmente es: un ejemplo perfecto - quizá con mayor franqueza que de costumbre- de cómo Estados Unidos se viene comportando en el mundo al menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
La reacción fue tan intensa porque el cuento de hadas de que Estados Unidos defiende la libertad y los derechos humanos en el mundo es uno de los más omnipresentes y potentes de la propaganda occidental, del que echan mano las élites políticas y los medios de comunicación de EE. UU. para convencer no solo a la población estadounidense sino también a ellos mismos de su propia rectitud , al tiempo que se pasan décadas agasajando a los peores tiranos y déspotas del mundo con armas, dinero, inteligencia y protección diplomática para que lleven a cabo atrocidades de proporciones históricas.
Después de todo, si has trabajado en puestos de política exterior de alto nivel en Washington, o en las instituciones académicas que apoyan esas políticas , o en los medios de comunicación corporativos que veneran a aquellos que llegan a la cima de esas circunscripciones ( contratando cada vez más a esos funcionarios estatales de seguridad como analistas de noticias ), ¿cómo justificas ante ti mismo que sigues siendo una buena persona aunque armes, apoyes, empoderes y habilites a los peores monstruos, genocidios y tiranías del mundo?
Es sencillo: simulando que no haces nada de eso, que tales actos son contrarios a tu sistema de valores, que realmente trabajas para oponerte en lugar de proteger tales atrocidades, que eres un guerrero y un cruzado por la democracia, la libertad y los derechos humanos en todo el mundo.
Esa es la mentira que tienes que decirte a ti mismo: para que puedas mirarte en el espejo sin sentir repulsión de inmediato, para que puedas mostrar tu rostro en una sociedad decente sin sufrir el desprecio y el ostracismo que merecen tus acciones, para que puedas convencer a la población que gobiernas de que las bombas que lanzas y las armas con las que inundas el mundo están diseñadas para ayudar y proteger a las personas en lugar de para matarlas y oprimirlas.
Por eso resultaba tan necesario -hasta el punto de ser más un reflejo físico que una elección consciente- reaccionar ante la declaración de Trump sobre Arabia Saudí con furia y conmoción planificadas en lugar de admitir la verdad de que él simplemente reconocía con franqueza los principios fundamentales de la política exterior estadounidense de décadas. Quienes mintieron al público y a sí mismos al fingir que Trump ha hecho algo aberrante en lugar de algo completamente normal se implicaban tanto en un acto de supervivencia como en un engaño propagandístico, aunque ambos motivos estaban en gran medida en juego.
La página editorial del New York Times se puso a la cabeza de los indignados, como hace tan a menudo, con una pretenciosa y planificada indignación moral. “El presidente Trump confirmó el martes las caricaturas más duras dibujadas por las críticas más cínicas de Estados Unidos cuando describió sus objetivos centrales en el mundo jadeando en pos d el dinero y de sus estrechos intereses personales” , bramó el periódico, como si esta visión de los motivos de Estados Unidos fuera una especie de ficción hastiada inventada por los que odian a Estados Unidos en lugar de la única descripción honesta y racional de la despótica postura del país en el mundo durante la vida de cualquier ser humano vivo hoy.
Los escritores del editorial del periódico se sorprendían particularmente de que “la declaración reflejara el punto de vista del Sr. Trump de que todas las relaciones son transaccionales y que las consideraciones morales o de derechos humanos deben sacrificarse ante la burda comprensión de los intereses nacionales de Estados Unidos”. Creer, o pretender creer, que el Sr. Trump es pionero en la opinión de que EE. UU. está dispuesto y ansioso por sancionar el asesinato y el salvajismo de los regímenes con los que está más estrechamente alineado, siempre y cuando dicha barbarie sirva a los intereses de los EE. UU., implica una ignorancia histórica y/o una voluntad tan profunda de mentir a los propios lectores que no hay lenguaje humano capaz de expresar las profundidades de esos delirios. ¿La página editorial del New York Times ha oído hablar alguna vez de Henry Kissinger?
Tan extenso es el apoyo activo, constante y entusiasta por parte de EE. UU. hacia los peores monstruos y atrocidades del mundo, que citarlos de forma exhaustiva para demostrar el engaño ahistórico de la reacción de ayer ante la declaración de Trump requeriría un libro de varios volúmenes, no un mero artículo. Pero los ejemplos son tan vívidos y claros que citar solo unos pocos será suficiente para que el tema sea indiscutible.
En abril de este año murió el general Efraín Ríos Montt, el dictador de Guatemala durante la década de 1980. El obituario del New York Times mencionaba que había sido condenado por genocidio al “tratar de exterminar al grupo étnico Ixil, una comunidad indígena maya cuyas aldeas habían sido eliminadas por sus fuerzas”, explicando que “entre el grupo de comandantes que convirtieron Centroamérica en un campo de exterminio en la década de 1980, el general Ríos Montt fue uno de los más asesinos”. El obituario agregaba : “En sus primeros cinco meses en el poder, según Amnistía Internacional, los soldados mataron a más de 10.000 campesinos”.
El general genocida Ríos Montt fue el favorito del presidente Ronald Reagan, una de las figuras más parecidas a un santo laico que tiene Estados Unidos, cuyo nombre se da todavía a muchos monumentos e instituciones nacionales. Reagan no solo armó y financió a Ríos Montt, sino que lo elogió en mucha mayor medida que todo lo que Trump o Jared Kushner hayan dicho sobre el príncipe heredero de la corona saudí . Lou Cannon, del Washington Post , informó en 1982 que “en la Air Force One que regresaba a la base de la Fuerza Aérea Andrews [desde Sudamérica], [Reagan] dijo que a Ríos Montt ‘se le había estado calumniando’ y que en realidad ‘estaba totalmente dedicado a la democracia en Guatemala’”.
En una conferencia de prensa junto a ese asesino de masas, Reagan lo definió como “ un hombre de gran integridad personal y compromiso” que “quiere realmente mejorar la calidad de vida de todos los guatemaltecos y promover la justicia social”. ¿ Y qué pasaba con los desafortunados actos de masacre masiva contra campesinos guatemaltecos? Eso, dijo el presidente Reagan, estaba justificado, o al menos era comprensible, porque el general “se enfrentaba al desafío de guerrilleros armados que estaban apoyados por tipos de fuera de Guatemala”.
El énfasis puesto ayer por Trump en el valor de los saudíes al oponerse a Irán provocó una ira particular. Esa ira es extremadamente extraña, teniendo en cuenta que la fotografía icónica e infame de Donald Rumsfeld dándose la mano con Sadam Husein se tomó en 1983, cuando Rumsfeld fue enviado a Bagdad para proporcionar armas y otros dispositivos al régimen iraquí a fin de ayudarles a luchar contra Irán.
Ese viaje, señaló Al Jazeera cuando Estados Unidos invadió Iraq en 2003, se produjo mientras “Iraq estaba en guerra con Irán, utilizaba armas químicas y grandes sectores de la población iraquí sufrían abusos contra los derechos humanos”. Sin embargo, Estados Unidos “renovó la amistad (con Sadam) a través del enviado especial Rumsfeld” porque “Washington quería que la amistad con Iraq contuviera a Irán”, exactamente el razonamiento citado ayer por Trump para continuar las relaciones amistosas con Riad (los saudíes “han sido un gran aliado en nuestra muy importante lucha contra Irán”, dijo Trump).
En cuanto a los propios saudíes, llevan mucho tiempo cometiendo atrocidades parecidas o mucho peores que el asesinato de Khashoggi tanto dentro como fuera de sus fronteras, y su asociación con los presidentes de Estados Unidos no ha hecho sino florecer . Mientras los saudíes decapitaban disidentes y creaban la peor crisis humanitaria del planeta al masacrar a los civiles yemeníes sin piedad ni moderación, el presidente Obama no solo autorizó la venta de una cantidad récord de armas a los tiranos saudíes, sino que también interrumpió su visita a la India, la mayor democracia del mundo, donde estuvo dando conferencias sobre la importancia primordial de los derechos humanos y las libertades cívicas, para viajar después a Riad a reunirse con los principales líderes estadounidenses de ambos partidos políticos para rendir homenaje al asesino rey saudí que acababa de morir (solo en en el último mes de su presidencia , con miras a su legado, Obama restringió algunas ventas de armas a los saudíes después de permitir que esas armas fluyeran libremente durante dieciocho meses para destruir el Yemen).
El primer ministro del Reino Unido, David Cameron, quizás el único competidor a la altura de Obama a la hora de pavonearse con discursos sobre los derechos humanos al mismo tiempo que armaba a los peores violadores de los derechos humanos del mundo, ordenó de hecho que se colocaran las banderas del Reino Unido a media asta en honor del noble déspota saudí. Todo esto ocurría aproximadamente al mismo tiempo que Obama enviaba a sus principales funcionarios , incluido su Secretario de Defensa Robert Gates, a rendir homenaje a los gobernantes de Bahrein después de que ellos y los saudíes aplastaran un levantamiento ciudadano en busca de mayores libertades.
En 2012, el príncipe heredero de Bahrein, Salman bin Hamad Al Khalifa, fue a Washington -poco después de masacrar a sus propios ciudadanos que buscaban mayores libertades- y, en palabras de Foreign Policy, “se fue con las manos llenas de regalos del Departamento de Estado de EE. UU., que anunció nuevas ventas de armas a Bahrein”. ¿Cómo justificó todo esto el gobierno de Obama? Invocando exactamente el mismo razonamiento que Trump citó ayer por su continuo apoyo a los saudíes: aunque los Estados Unidos no aprobaran tal violencia perturbadora, sus “intereses de seguridad nacional” obligaban a darle un apoyo continuado. De Foreign Policy (cursiva agregada):
“El hijo del príncipe heredero acaba de graduarse de la American University, donde la familia gobernante de Bahrein donó recientemente varios millones para construir un nuevo edificio en la Escuela de Servicio Internacional de esa universidad. Pero mientras estaba en la ciudad, el príncipe heredero se reunió con una serie de altos funcionarios y líderes del Congreso de los Estados Unidos, incluido el vicepresidente Joe Biden, la secretaria de Estado Hillary Clinton, el secretario de Defensa Leon Panetta, el presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado John Kerry y el responsable del Comité de Servicios de la Armada del Senado, John McCain, así como con varios otros VIP de Washington.
El viernes por la tarde, el Departamento de Estado anunció que se estaba avanzando en una serie de ventas para las Fuerzas de Defensa, la Guardia Nacional y la Guardia Costera de Bahrein. El Departamento de Estado dijo que la decisión de seguir adelante con las ventas se adoptó únicamente en interés de la seguridad nacional de EE. UU., pero expertos externos consideran que la medida pretende fortalecer al príncipe heredero en su lucha dentro de la familia gobernante.
“Quiero subrayar que hemos tomado esta decisión por motivos de seguridad nacional”, dijo un alto funcionario de la administración a los periodistas en una conferencia telefónica el viernes. “Tomamos esta decisión teniendo en cuenta el hecho de que sigue habiendo una serie de problemas de derechos humanos graves y no resueltos en Bahrein, que esperamos que el gobierno de Bahrein aborde”.
En 2011, los estadounidenses se reunieron alrededor de sus televisores para animar a los inspiradores manifestantes egipcios que se reunían en la Plaza Tahir para exigir la expulsión del brutal tirano egipcio Hosni Mubarak. La mayoría de los anunciantes de televisión se olvidaron de recordar a los televidentes estadounidenses que Mubarak había logrado permanecer en el poder durante tanto tiempo porque su propio gobierno lo había apoyado con armas, dinero e inteligencia. Como expuso Mona Eltahawy en el New York Times el pasado año: “Cinco administraciones estadounidenses, demócrata y republicana, apoyaron al régimen de Mubarak”.
Pero en caso de que alguien estuviera confundido acerca de la postura de Estados Unidos hacia ese dictador egipcio incomparablemente atroz, Hillary Clinton dio un paso adelante para recordar les a todos cómo los funcionarios de Estados Unidos han valorado a estos tiranos durante mucho tiempo. Cuando se le preguntó en una entrevista sobre cómo su propio Departamento de Estado había documentado el historial de Egipto de abusos graves e implacables de los derechos humanos y si esto podría afectar su amistad con sus gobernantes, la Secretaria Clinton lanzó la siguiente afirmación: “Considero verdaderamente que el presidente y la Sra. Mubarak son amigos de mi familia. Así que espero verlo a menudo aquí, en Egipto, y en Estados Unidos”.
¿Cómo puede alguien pretender que el elogio de Trump a los saudíes es una especie de aberración cuando Hillary Clinton anunciaba literalmente que uno de los déspotas más asesinos y violentos del planeta era amigo personal de su familia? Un editorial de The Washington Post en su momento proclamaba que “Clinton continúa devaluando y socavando la tradición diplomática de los Estados Unidos en materia de defensa de los derechos humanos” y que “parece ignorar cuán ofensivas son esas declaraciones para los millones de egipcios que detestan el gobierno opresor del Sr. Mubarak y culpan a Estados Unidos por apoyarlo”.
Pero esto solo muestra el juego repetitivo y sombrío que las élites de Estados Unidos han estado jugando durante décadas. Editorialistas de periódicos y expertos en think tanks fingen que EE. UU. se opone a la tiranía y el despotismo y exhiben sorpresa cada vez que los funcionarios estadounidenses prestan su apoyo, armamento y alabanza a los mismos tiranos y déspotas.
Y menos aún que nadie intente distinguir la declaración de Trump de ayer aduciendo que era falsa -que encubría los actos deleznables de aliados despóticos al negarse a admitir la culpa del príncipe heredero por el asesinato de Khashoggi-, recordemos cuando el sucesor de Clinton como Secretario de Estado, John Kerry, defendió al sucesor de Mubarak , el general Abdel Fattah el-Sisi, negando que este hubiera perpetrado un “golpe de Estado” cuando derrocó al presidente electo de Egipto en 2013. En cambio, proclamó Kerry, los generales egipcios dirigidos por Sisi, al eliminar al líder electo, estaban simplemente tratando de “restaurar la democracia”, exactamente la misma mentira que exponía la página editorial del New York Times cuando en 2002 los generales derechistas venezolanos encarcelaron al presidente electo de ese país, Hugo Chávez, solo para que ese periódico llamara restauración de la democracia al golpe de Estado.
En 2015, cuando los abusos a los derechos humanos del régimen de Sisi empeoraron aun más, el New York Times informó : “Con Estados Unidos preocupado por los militantes en Sinaí y Libia que han prometido lealtad al Estado Islámico, las autoridades estadounidenses señalaron asimismo que no iban a permitir que sus preocupaciones por los derechos humanos se interpusieran en el camino de una mayor cooperación de seguridad con Egipto”.
¿Les resulta familiar? Debería: es exactamente la lógica que Trump invocó ayer para justificar el apoyo continuado a los saudíes. En 2015, la dictadura egipcia, que ya estaba asesinando a los disidentes en masa, celebró abiertamente el flujo de armas de los Estados Unidos al régimen.
Nada en esta fea historia reciente reciente -y esto es solo un pequeño extracto de ella (excluyendo, solo por citar algunos ejemplos, el apoyo estadounidense a los mayores monstruos del siglo XX, desde el Suharto de Indonesia hasta los escuadrones de la muerte en El Salvador y el asesinato de los propios ciudadanos estadounidenses al apoyo a la ocupación israelí y al apartheid)- justifica lo que hizo Trump el martes. Pero lo que sí hace es desmentir las afirmaciones extravagantes de que Trump ha destrozado y degradado de alguna manera los valores de la política exterior de EE. UU. en lugar de lo que realmente hizo: mantuvo sus principios fundamentales y se los explicó al público con gran franqueza y claridad.
Este episodio expone también una de las grandes estafas de la era Trump. Las mismas personas que han dedicado sus carreras a apoyar el despotismo, potenciar la tiranía, alentar las atrocidades y justificar el imperialismo de Estados Unidos se hacen pasar por exactamente todo lo contrario de lo que son a fin de allanar su camino de regreso al poder, donde pueden continuar favoreciendo todas las políticas destructivas y amorales que ahora tan grotescamente pretenden rechazar.
Quien se oponga a exponer este engaño -cualquiera que invoque clichés vacíos como que “el falso dilema” o que “la hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud” para permitir que esta estafa pase desapercibida- no es quien para hacer afirmaciones morales respecto a algún alguno de los valores de verdad o libertad. Las personas que exigen que este engaño pase desapercibido se están revelando como lo que son: oponentes puramente circunstanciales a la tiranía y el asesinato que pretenden tener esos valores solo cuando lo que hacen sirve para socavar a sus oponentes políticos internos y permitir que sus aliados políticos vuelvan al poder, donde puedan proseguir las mismas políticas de asesinato y apoyo a la tiranía, permitiendo las atrocidades que han pasado décadas defendiendo.
Si quieren denunciar la indiferencia de Trump ante las atrocidades de Arabia Saudí por razones morales, éticas o geopolíticas -y todas ellas me parecen objetables- por todos los medios, háganlo. Pero pretender que ha hecho algo que está en desacuerdo con los valores de Estados Unidos o las acciones de líderes anteriores u ortodoxias dominantes de la política exterior no solo es engañoso sino destructivo. Y asegura que esas mismas políticas perduren: simulando de manera deshonesta que son exclusivas de Trump, en lugar del signo distintivo de las mismas personas a las que ahora se aplaude porque están denunciando las acciones de Trump con una voz descaradamente falsa, y todo para enmascarar el hecho de que hicieron lo mismo, y aún peor, cuando estuvieron al frente de las palancas del poder estadounidense.
Glenn Greenwald, abogado constitucionalista y excolumnista de The Guardian hasta octubre de 2013, ha obtenido numerosos premios por sus comentarios y periodismo de investigación, incluyendo el Premio George Polk 2013 por información relativa a la seguridad nacional. A principios de 2014, cofundó, junto a Betsy Reed y Jeremy Scahill, un nuevo medio informativo global: The Intercept.
Fuente: https://theintercept.com/2018/11/21/trumps-amoral-saudi-statement-is-a-pure-and-honest-expression-of-decades-old-u-s-values-and-foreign-policy-orthodoxies/
The Intercept
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Donald Trump publicó el martes pasado un comunicado en el que proclamaba que, a pesar de la indignación que sentía hacia el príncipe heredero saudí por el repugnante asesinato del periodista Jamal Khashoggi, “Estados Unidos tiene la intención de seguir siendo un socio incondicional de Arabia Saudí para garantizar los intereses de nuestro país, Israel y todos los demás socios en la región”. Para justificar su decisión, Trump alegaba el hecho de que “Arabia Saudí es la nación productora de petróleo más grande del mundo”, afirmando que “de los 450 mil millones de dólares [el plan saudí para invertir en compañías estadounidenses], 110 mil millones de dólares se gastarán en la compra de equipo militar de Boeing, Lockheed Martin, Raytheon y muchos otros grandes contratistas estadounidenses del sector de la defensa”.
Esta declaración generó de forma instantánea y predecible pomposas denuncias que pretenden que la postura de Trump supone una desviación y una grave violación de los valores estadounidenses y la política exterior de toda la vida, en lugar de lo que realmente es: un ejemplo perfecto - quizá con mayor franqueza que de costumbre- de cómo Estados Unidos se viene comportando en el mundo al menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
La reacción fue tan intensa porque el cuento de hadas de que Estados Unidos defiende la libertad y los derechos humanos en el mundo es uno de los más omnipresentes y potentes de la propaganda occidental, del que echan mano las élites políticas y los medios de comunicación de EE. UU. para convencer no solo a la población estadounidense sino también a ellos mismos de su propia rectitud , al tiempo que se pasan décadas agasajando a los peores tiranos y déspotas del mundo con armas, dinero, inteligencia y protección diplomática para que lleven a cabo atrocidades de proporciones históricas.
Después de todo, si has trabajado en puestos de política exterior de alto nivel en Washington, o en las instituciones académicas que apoyan esas políticas , o en los medios de comunicación corporativos que veneran a aquellos que llegan a la cima de esas circunscripciones ( contratando cada vez más a esos funcionarios estatales de seguridad como analistas de noticias ), ¿cómo justificas ante ti mismo que sigues siendo una buena persona aunque armes, apoyes, empoderes y habilites a los peores monstruos, genocidios y tiranías del mundo?
Es sencillo: simulando que no haces nada de eso, que tales actos son contrarios a tu sistema de valores, que realmente trabajas para oponerte en lugar de proteger tales atrocidades, que eres un guerrero y un cruzado por la democracia, la libertad y los derechos humanos en todo el mundo.
Esa es la mentira que tienes que decirte a ti mismo: para que puedas mirarte en el espejo sin sentir repulsión de inmediato, para que puedas mostrar tu rostro en una sociedad decente sin sufrir el desprecio y el ostracismo que merecen tus acciones, para que puedas convencer a la población que gobiernas de que las bombas que lanzas y las armas con las que inundas el mundo están diseñadas para ayudar y proteger a las personas en lugar de para matarlas y oprimirlas.
Por eso resultaba tan necesario -hasta el punto de ser más un reflejo físico que una elección consciente- reaccionar ante la declaración de Trump sobre Arabia Saudí con furia y conmoción planificadas en lugar de admitir la verdad de que él simplemente reconocía con franqueza los principios fundamentales de la política exterior estadounidense de décadas. Quienes mintieron al público y a sí mismos al fingir que Trump ha hecho algo aberrante en lugar de algo completamente normal se implicaban tanto en un acto de supervivencia como en un engaño propagandístico, aunque ambos motivos estaban en gran medida en juego.
La página editorial del New York Times se puso a la cabeza de los indignados, como hace tan a menudo, con una pretenciosa y planificada indignación moral. “El presidente Trump confirmó el martes las caricaturas más duras dibujadas por las críticas más cínicas de Estados Unidos cuando describió sus objetivos centrales en el mundo jadeando en pos d el dinero y de sus estrechos intereses personales” , bramó el periódico, como si esta visión de los motivos de Estados Unidos fuera una especie de ficción hastiada inventada por los que odian a Estados Unidos en lugar de la única descripción honesta y racional de la despótica postura del país en el mundo durante la vida de cualquier ser humano vivo hoy.
Los escritores del editorial del periódico se sorprendían particularmente de que “la declaración reflejara el punto de vista del Sr. Trump de que todas las relaciones son transaccionales y que las consideraciones morales o de derechos humanos deben sacrificarse ante la burda comprensión de los intereses nacionales de Estados Unidos”. Creer, o pretender creer, que el Sr. Trump es pionero en la opinión de que EE. UU. está dispuesto y ansioso por sancionar el asesinato y el salvajismo de los regímenes con los que está más estrechamente alineado, siempre y cuando dicha barbarie sirva a los intereses de los EE. UU., implica una ignorancia histórica y/o una voluntad tan profunda de mentir a los propios lectores que no hay lenguaje humano capaz de expresar las profundidades de esos delirios. ¿La página editorial del New York Times ha oído hablar alguna vez de Henry Kissinger?
Tan extenso es el apoyo activo, constante y entusiasta por parte de EE. UU. hacia los peores monstruos y atrocidades del mundo, que citarlos de forma exhaustiva para demostrar el engaño ahistórico de la reacción de ayer ante la declaración de Trump requeriría un libro de varios volúmenes, no un mero artículo. Pero los ejemplos son tan vívidos y claros que citar solo unos pocos será suficiente para que el tema sea indiscutible.
En abril de este año murió el general Efraín Ríos Montt, el dictador de Guatemala durante la década de 1980. El obituario del New York Times mencionaba que había sido condenado por genocidio al “tratar de exterminar al grupo étnico Ixil, una comunidad indígena maya cuyas aldeas habían sido eliminadas por sus fuerzas”, explicando que “entre el grupo de comandantes que convirtieron Centroamérica en un campo de exterminio en la década de 1980, el general Ríos Montt fue uno de los más asesinos”. El obituario agregaba : “En sus primeros cinco meses en el poder, según Amnistía Internacional, los soldados mataron a más de 10.000 campesinos”.
El general genocida Ríos Montt fue el favorito del presidente Ronald Reagan, una de las figuras más parecidas a un santo laico que tiene Estados Unidos, cuyo nombre se da todavía a muchos monumentos e instituciones nacionales. Reagan no solo armó y financió a Ríos Montt, sino que lo elogió en mucha mayor medida que todo lo que Trump o Jared Kushner hayan dicho sobre el príncipe heredero de la corona saudí . Lou Cannon, del Washington Post , informó en 1982 que “en la Air Force One que regresaba a la base de la Fuerza Aérea Andrews [desde Sudamérica], [Reagan] dijo que a Ríos Montt ‘se le había estado calumniando’ y que en realidad ‘estaba totalmente dedicado a la democracia en Guatemala’”.
En una conferencia de prensa junto a ese asesino de masas, Reagan lo definió como “ un hombre de gran integridad personal y compromiso” que “quiere realmente mejorar la calidad de vida de todos los guatemaltecos y promover la justicia social”. ¿ Y qué pasaba con los desafortunados actos de masacre masiva contra campesinos guatemaltecos? Eso, dijo el presidente Reagan, estaba justificado, o al menos era comprensible, porque el general “se enfrentaba al desafío de guerrilleros armados que estaban apoyados por tipos de fuera de Guatemala”.
El énfasis puesto ayer por Trump en el valor de los saudíes al oponerse a Irán provocó una ira particular. Esa ira es extremadamente extraña, teniendo en cuenta que la fotografía icónica e infame de Donald Rumsfeld dándose la mano con Sadam Husein se tomó en 1983, cuando Rumsfeld fue enviado a Bagdad para proporcionar armas y otros dispositivos al régimen iraquí a fin de ayudarles a luchar contra Irán.
Ese viaje, señaló Al Jazeera cuando Estados Unidos invadió Iraq en 2003, se produjo mientras “Iraq estaba en guerra con Irán, utilizaba armas químicas y grandes sectores de la población iraquí sufrían abusos contra los derechos humanos”. Sin embargo, Estados Unidos “renovó la amistad (con Sadam) a través del enviado especial Rumsfeld” porque “Washington quería que la amistad con Iraq contuviera a Irán”, exactamente el razonamiento citado ayer por Trump para continuar las relaciones amistosas con Riad (los saudíes “han sido un gran aliado en nuestra muy importante lucha contra Irán”, dijo Trump).
En cuanto a los propios saudíes, llevan mucho tiempo cometiendo atrocidades parecidas o mucho peores que el asesinato de Khashoggi tanto dentro como fuera de sus fronteras, y su asociación con los presidentes de Estados Unidos no ha hecho sino florecer . Mientras los saudíes decapitaban disidentes y creaban la peor crisis humanitaria del planeta al masacrar a los civiles yemeníes sin piedad ni moderación, el presidente Obama no solo autorizó la venta de una cantidad récord de armas a los tiranos saudíes, sino que también interrumpió su visita a la India, la mayor democracia del mundo, donde estuvo dando conferencias sobre la importancia primordial de los derechos humanos y las libertades cívicas, para viajar después a Riad a reunirse con los principales líderes estadounidenses de ambos partidos políticos para rendir homenaje al asesino rey saudí que acababa de morir (solo en en el último mes de su presidencia , con miras a su legado, Obama restringió algunas ventas de armas a los saudíes después de permitir que esas armas fluyeran libremente durante dieciocho meses para destruir el Yemen).
El primer ministro del Reino Unido, David Cameron, quizás el único competidor a la altura de Obama a la hora de pavonearse con discursos sobre los derechos humanos al mismo tiempo que armaba a los peores violadores de los derechos humanos del mundo, ordenó de hecho que se colocaran las banderas del Reino Unido a media asta en honor del noble déspota saudí. Todo esto ocurría aproximadamente al mismo tiempo que Obama enviaba a sus principales funcionarios , incluido su Secretario de Defensa Robert Gates, a rendir homenaje a los gobernantes de Bahrein después de que ellos y los saudíes aplastaran un levantamiento ciudadano en busca de mayores libertades.
En 2012, el príncipe heredero de Bahrein, Salman bin Hamad Al Khalifa, fue a Washington -poco después de masacrar a sus propios ciudadanos que buscaban mayores libertades- y, en palabras de Foreign Policy, “se fue con las manos llenas de regalos del Departamento de Estado de EE. UU., que anunció nuevas ventas de armas a Bahrein”. ¿Cómo justificó todo esto el gobierno de Obama? Invocando exactamente el mismo razonamiento que Trump citó ayer por su continuo apoyo a los saudíes: aunque los Estados Unidos no aprobaran tal violencia perturbadora, sus “intereses de seguridad nacional” obligaban a darle un apoyo continuado. De Foreign Policy (cursiva agregada):
“El hijo del príncipe heredero acaba de graduarse de la American University, donde la familia gobernante de Bahrein donó recientemente varios millones para construir un nuevo edificio en la Escuela de Servicio Internacional de esa universidad. Pero mientras estaba en la ciudad, el príncipe heredero se reunió con una serie de altos funcionarios y líderes del Congreso de los Estados Unidos, incluido el vicepresidente Joe Biden, la secretaria de Estado Hillary Clinton, el secretario de Defensa Leon Panetta, el presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado John Kerry y el responsable del Comité de Servicios de la Armada del Senado, John McCain, así como con varios otros VIP de Washington.
El viernes por la tarde, el Departamento de Estado anunció que se estaba avanzando en una serie de ventas para las Fuerzas de Defensa, la Guardia Nacional y la Guardia Costera de Bahrein. El Departamento de Estado dijo que la decisión de seguir adelante con las ventas se adoptó únicamente en interés de la seguridad nacional de EE. UU., pero expertos externos consideran que la medida pretende fortalecer al príncipe heredero en su lucha dentro de la familia gobernante.
“Quiero subrayar que hemos tomado esta decisión por motivos de seguridad nacional”, dijo un alto funcionario de la administración a los periodistas en una conferencia telefónica el viernes. “Tomamos esta decisión teniendo en cuenta el hecho de que sigue habiendo una serie de problemas de derechos humanos graves y no resueltos en Bahrein, que esperamos que el gobierno de Bahrein aborde”.
En 2011, los estadounidenses se reunieron alrededor de sus televisores para animar a los inspiradores manifestantes egipcios que se reunían en la Plaza Tahir para exigir la expulsión del brutal tirano egipcio Hosni Mubarak. La mayoría de los anunciantes de televisión se olvidaron de recordar a los televidentes estadounidenses que Mubarak había logrado permanecer en el poder durante tanto tiempo porque su propio gobierno lo había apoyado con armas, dinero e inteligencia. Como expuso Mona Eltahawy en el New York Times el pasado año: “Cinco administraciones estadounidenses, demócrata y republicana, apoyaron al régimen de Mubarak”.
Pero en caso de que alguien estuviera confundido acerca de la postura de Estados Unidos hacia ese dictador egipcio incomparablemente atroz, Hillary Clinton dio un paso adelante para recordar les a todos cómo los funcionarios de Estados Unidos han valorado a estos tiranos durante mucho tiempo. Cuando se le preguntó en una entrevista sobre cómo su propio Departamento de Estado había documentado el historial de Egipto de abusos graves e implacables de los derechos humanos y si esto podría afectar su amistad con sus gobernantes, la Secretaria Clinton lanzó la siguiente afirmación: “Considero verdaderamente que el presidente y la Sra. Mubarak son amigos de mi familia. Así que espero verlo a menudo aquí, en Egipto, y en Estados Unidos”.
¿Cómo puede alguien pretender que el elogio de Trump a los saudíes es una especie de aberración cuando Hillary Clinton anunciaba literalmente que uno de los déspotas más asesinos y violentos del planeta era amigo personal de su familia? Un editorial de The Washington Post en su momento proclamaba que “Clinton continúa devaluando y socavando la tradición diplomática de los Estados Unidos en materia de defensa de los derechos humanos” y que “parece ignorar cuán ofensivas son esas declaraciones para los millones de egipcios que detestan el gobierno opresor del Sr. Mubarak y culpan a Estados Unidos por apoyarlo”.
Pero esto solo muestra el juego repetitivo y sombrío que las élites de Estados Unidos han estado jugando durante décadas. Editorialistas de periódicos y expertos en think tanks fingen que EE. UU. se opone a la tiranía y el despotismo y exhiben sorpresa cada vez que los funcionarios estadounidenses prestan su apoyo, armamento y alabanza a los mismos tiranos y déspotas.
Y menos aún que nadie intente distinguir la declaración de Trump de ayer aduciendo que era falsa -que encubría los actos deleznables de aliados despóticos al negarse a admitir la culpa del príncipe heredero por el asesinato de Khashoggi-, recordemos cuando el sucesor de Clinton como Secretario de Estado, John Kerry, defendió al sucesor de Mubarak , el general Abdel Fattah el-Sisi, negando que este hubiera perpetrado un “golpe de Estado” cuando derrocó al presidente electo de Egipto en 2013. En cambio, proclamó Kerry, los generales egipcios dirigidos por Sisi, al eliminar al líder electo, estaban simplemente tratando de “restaurar la democracia”, exactamente la misma mentira que exponía la página editorial del New York Times cuando en 2002 los generales derechistas venezolanos encarcelaron al presidente electo de ese país, Hugo Chávez, solo para que ese periódico llamara restauración de la democracia al golpe de Estado.
En 2015, cuando los abusos a los derechos humanos del régimen de Sisi empeoraron aun más, el New York Times informó : “Con Estados Unidos preocupado por los militantes en Sinaí y Libia que han prometido lealtad al Estado Islámico, las autoridades estadounidenses señalaron asimismo que no iban a permitir que sus preocupaciones por los derechos humanos se interpusieran en el camino de una mayor cooperación de seguridad con Egipto”.
¿Les resulta familiar? Debería: es exactamente la lógica que Trump invocó ayer para justificar el apoyo continuado a los saudíes. En 2015, la dictadura egipcia, que ya estaba asesinando a los disidentes en masa, celebró abiertamente el flujo de armas de los Estados Unidos al régimen.
Nada en esta fea historia reciente reciente -y esto es solo un pequeño extracto de ella (excluyendo, solo por citar algunos ejemplos, el apoyo estadounidense a los mayores monstruos del siglo XX, desde el Suharto de Indonesia hasta los escuadrones de la muerte en El Salvador y el asesinato de los propios ciudadanos estadounidenses al apoyo a la ocupación israelí y al apartheid)- justifica lo que hizo Trump el martes. Pero lo que sí hace es desmentir las afirmaciones extravagantes de que Trump ha destrozado y degradado de alguna manera los valores de la política exterior de EE. UU. en lugar de lo que realmente hizo: mantuvo sus principios fundamentales y se los explicó al público con gran franqueza y claridad.
Este episodio expone también una de las grandes estafas de la era Trump. Las mismas personas que han dedicado sus carreras a apoyar el despotismo, potenciar la tiranía, alentar las atrocidades y justificar el imperialismo de Estados Unidos se hacen pasar por exactamente todo lo contrario de lo que son a fin de allanar su camino de regreso al poder, donde pueden continuar favoreciendo todas las políticas destructivas y amorales que ahora tan grotescamente pretenden rechazar.
Quien se oponga a exponer este engaño -cualquiera que invoque clichés vacíos como que “el falso dilema” o que “la hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud” para permitir que esta estafa pase desapercibida- no es quien para hacer afirmaciones morales respecto a algún alguno de los valores de verdad o libertad. Las personas que exigen que este engaño pase desapercibido se están revelando como lo que son: oponentes puramente circunstanciales a la tiranía y el asesinato que pretenden tener esos valores solo cuando lo que hacen sirve para socavar a sus oponentes políticos internos y permitir que sus aliados políticos vuelvan al poder, donde puedan proseguir las mismas políticas de asesinato y apoyo a la tiranía, permitiendo las atrocidades que han pasado décadas defendiendo.
Si quieren denunciar la indiferencia de Trump ante las atrocidades de Arabia Saudí por razones morales, éticas o geopolíticas -y todas ellas me parecen objetables- por todos los medios, háganlo. Pero pretender que ha hecho algo que está en desacuerdo con los valores de Estados Unidos o las acciones de líderes anteriores u ortodoxias dominantes de la política exterior no solo es engañoso sino destructivo. Y asegura que esas mismas políticas perduren: simulando de manera deshonesta que son exclusivas de Trump, en lugar del signo distintivo de las mismas personas a las que ahora se aplaude porque están denunciando las acciones de Trump con una voz descaradamente falsa, y todo para enmascarar el hecho de que hicieron lo mismo, y aún peor, cuando estuvieron al frente de las palancas del poder estadounidense.
Glenn Greenwald, abogado constitucionalista y excolumnista de The Guardian hasta octubre de 2013, ha obtenido numerosos premios por sus comentarios y periodismo de investigación, incluyendo el Premio George Polk 2013 por información relativa a la seguridad nacional. A principios de 2014, cofundó, junto a Betsy Reed y Jeremy Scahill, un nuevo medio informativo global: The Intercept.
Fuente: https://theintercept.com/2018/11/21/trumps-amoral-saudi-statement-is-a-pure-and-honest-expression-of-decades-old-u-s-values-and-foreign-policy-orthodoxies/
miércoles, 19 de diciembre de 2018
Los derechos de los nativos estadounidenses. La industria del ADN y la desaparición de los indios.
Aviva Chomsky
Tom Dispatch
Los nativos estadounidenses son extranjeros en su propia tierra
Introducción de Tom Engelhardt
Me crié en el corazón de la ciudad de Nueva York en los años cincuenta del pasado siglo. En realidad, como al lector le cabe esperar, en esos años nunca conocí a uno de ellos. Mi mente estaba poblada de las imágenes que veía en el cine, las de las películas del Oeste hechas en Hollywood. Por supuesto, estaban llenas de indios, y en esas películas, nosotros –no me refiero al Tom Engelhardt que tenía 12 años, sino a quienes conducían la diligencia con su chaqueta azul, los pasajeros, los cowboys y los pioneros con quienes yo me identificaba– éramos emboscados regularmente por esos indios. Al final, salvo raras excepciones, como era de esperar aparecían los indios y rodeaban los carromatos o la diligencia o atacaban a los escoltas a caballo, aullando y lanzando sus flechas. Y caían, naturalmente, gracias a la potencia de fuego de “nuestras” armas y “nuestra” puntería. Y esta era la cuestión: ellos se lo merecían. Después de todo, ellos nos habían atacado. Nosotros nunca les emboscábamos. Es decir, ellos eran “los invasores” y nosotros, invariablemente, los agredidos.
Todo esto acudió a mi mente cundo, en medio de la campaña electoral de 2018, Donald Trump llamó “invasores” a una caravana de desesperados refugiados –entre ellos, mujeres y niños pequeños– que escapaba de sus violentas y empobrecidas tierras (una situación en la que Estados Unidos tenía mucho que ver) para pedir asilo y protección en este país. Entonces, por supuesto, Trump mandó a unos 6.000 militares a la frontera con México para protegernos (y se quedó esperando).
Recordé entonces ese pasado de celuloide porque Donald Trump, que es apenas un par de años menor que yo e indudablemente se crió en el mismo mundo cinematográfico que yo, se sintió –imagino– tan cómodo arremetiendo contra esos refugiados –convertidos ahora en invasores– porque la palabra encaja perfectamente con la “historia” que hemos aprendido en nuestra infancia. De hecho, el argumento de Trump era una versión siglo XXI de la forma en que, cuando éramos jóvenes, la historia de este país fue metida en nuestra cabeza, convirtiendo a los desesperados e invadidos en perversos e invasores. En rigor de verdad, incluso sin la mención de Donald Trump, esa versión de nuestra historia nunca ha acabado, tal como nos lo demuestra hoy la colaboradora habitual de TomDispatch Aviva Chomsky. Los nativos estadounidenses siguen siendo tratados como si fuesen los invasores en lo que una vez fue su tierra. Permita el lector que ella le explique lo que llama la industria del ADN y los variados organismos del Estado de EEUU –tanto los gobiernos locales como el nacional– que han estado trabajando horas extraordinarias para recrear el mundo de película de mi niñez.
El ADN*, la raza y los derechos de los nativos
En medio del aluvión de racismo, insultos a los inmigrantes y otras ofensas lanzadas por el presidente Trump y su administración en los últimos meses, una sucesión de hechos apenas percibidos ha amenazado el derecho a la tierra y la soberanía de los nativos estadounidenses. Esos ataques se han centrado en la soberanía tribal, la ley de Protección a la Infancia India (ICWA, por sus siglas en inglés) y el derecho al voto de los nativos estadounidenses; su origen está en Washington, los tribunales y la legislación de un estado. El punto en común es un simple marco conceptual: la idea de que la larga historia que ha dado forma a las relaciones entre Estados Unidos y los nativos estadounidenses no tiene relación alguna con las realidades de hoy.
Mientras tanto, en un acontecimiento aparentemente no relacionado, la senadora Elizabeth Warren, azuzada por los insultos de Donald Trump y sus burlas por la reivindicación de la senadora de su ascendencia nativa, mostró triunfalmente su resultado del ADN para “probar” su herencia nativa. Sin embargo, al recurrir a la rentable industria del ADN, implícitamente ella cedió su progresismo a las reivindicaciones raciales e identitarias estrechamente relacionadas con las medidas que socavan la soberanía nativa.
De hecho, la industria del ADN ha encontrado una forma de beneficiarse actualizando y modernizando algunas anticuadas ideas sobre el origen biológico de las razas y reempaquetándolas con una alegre envoltura de estilo Disney. Si bien es verdad que después de todo se trata de un mundo pequeño, el multiculturalismo de la nueva ciencia racial rechaza el racismo científico del siglo XIX y el darwinismo social, está ofreciendo una versión siglo XXI de seudociencia que una vez más reduce la raza a un tema de genética y orígenes. En el proceso, la moda del linaje promovida corporativamente maneja muy bien el borrado de las historias de conquista, colonización y explotación que crearon no solo la desigualdad racial sino también la mismísima raza como una categoría decisiva del mundo moderno.
La política de hoy, que ataca los derechos de los nativos, reproduce los mismos malentendidos raciales que la industria del ADN promueve aplicadamente. Si los estadounidenses nativos son reducidos a apenas una variación genética más, no hay necesidad de leyes que reconozcan sus derechos a la tierra, a suscribir tratados y a la soberanía. Tampoco vale la pena pensar en cómo compensar las heridas del pasado, por no hablar de las actuales, que todavía dan forma a la realidad de los nativos. La comprensión genética de la raza convierte esas políticas en injustos “privilegios” brindados a un grupo definido racialmente y, así también, en “discriminación” contra los no nativos. Esta es precisamente la lógica que hay detrás de algunas resoluciones que han negado el derecho a la tierra tribal al pueblo Mashpee en Massachusetts, hecho trisas la ley de Protección a la Infancia India (una ley pensada para impedir el traslado de los hijos de estadounidenses nativos lejos de su familia o comunidades) e intentado suprimir el derecho al voto de los nativos de Dakota del Norte.
El aprovechamiento de la recreación de una raza
Empecemos echando una mirada al modo en que la industria del linaje contribuye a una reformulación propia del siglo XXI de la raza y se aprovecha de ella. Empresas como Ancestry.com y 23andMe atraen a los clientes para que donen su ADN y una fuerte suma de dinero a cambio de información detallada que revele exactamente el origen geográfico de sus ancestros de muchas generaciones atrás. Como de costumbre, Ancestry.com pregunta: “¿Quién cree que es usted?”. La respuesta, promete la empresa, está en sus genes.
En la literatura de esos negocios se evita la palabra “raza”. En cambio, sostienen que el ADN revela la “composición de la ascendencia” y el “origen étnico”. Sin embargo, mientras tanto, transformaron la expresión origen étnico –que alguna vez describió la cultura y la identidad– en algo que podía ser medido con indicadores genéticos. Combinaron el origen étnico con la geografía y la geografía con los indicadores genéticos. Tal vez el lector no se sorprenda al saber que los “orígenes étnicos” identificados tenían una misteriosa semejanza con las “razas” identificadas por el pensamiento racistas científico europeo de un siglo antes. Después publicaron “informes” aparentemente científicos que contenían porcentajes supuestamente exactos que vinculaban a personas con lugares tan específicos como “Cerdeña” o tan vastos como “el Este Asiático”.
En su versión más benévola, estos informes se han convertido en el equivalente de un moderno juego de salón, especialmente para los estadounidenses blancos que constituían la mayoría de los redactores. Pero en todo esto hay un siniestro trasfondo que se reactiva como lo hace una muy desacreditada base científica a favor del racismo: la noción de que la raza, el origen étnico y el linaje se manifiestan en los genes y la sangre y se transmiten inexorablemente –aunque sea invisible– de generación en generación. Detrás de esto está el supuesto de que esos genes (o sus variaciones) se producen dentro de fronteras nacionales o zonas geográficas claramente definidas y que revelan algo significativo acerca de quién somos, algo que de otra manera sería invisible. De esta forma, raza y origen étnico son aparados de la experiencia, la cultura y la historia y elevados por encima de ellas.
¿Hay acaso alguna ciencia detrás?
A pesar de que todos los seres humanos compartimos el 99,9 por ciento del ADN, existen algunos indicadores que muestran variaciones. Esos indicadores son la materia de estudio de algunas personas que se basan en el hecho de que ciertas variaciones son más (o menos) comunes en distintas zonas geográficas. La profesora de derecho y sociología Dorothy Roberts lo pone así: “Inmediatamente después de que el Proyecto Genoma Humano determinara que los seres humanos somos semejantes en un 99,9 por ciento, muchos científicos empezaron a interesarse en ese 0,1 por ciento de diferencia genética. Esta diferencia es vista cada vez más como el origen de las diferentes razas”.
Las pruebas de ascendencia se basan en un malentendido fundamental –y teñido de racismo– sobre cómo funciona el linaje. La suposición generalizada es que todos tenemos una proporción mensurable de la “sangre” y el ADN de nuestros dos progenitores biológicos, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16 tatarabuelos, etcétera, y que puede se hacer el seguimiento de esta línea ascendente durante los últimos cientos de años en una forma coherente. En realidad, esto es imposible. Tal como lo explica el periodista de la ciencia Carl Zimmer: “El ADN no es un líquido con el que se pueda preparar muestras para el microscopio... Heredamos de cada uno de nuestros abuelos alrededor de un cuarto de nuestro DNA, pero solo en promedio... Si el lector escoge a uno de sus antepasados de 10 generaciones atrás, las probabilidades de que en su sangre haya algo del DNA de esa persona rondan el 50 por ciento. Si se va más atrás en el tiempo, las posibilidades son aun mucho menores”.
En realidad, esas pruebas no nos dicen mucho de nuestros ancestros. En parte, esto es así debido a la forma en que el ADN se transmite de generación en generación. En vez de eso, las empresas comparan el ADN de una persona con los de otros seres humanos contemporáneos que les han pagad para que se hiciera la prueba. Después, comparan la variación particular de esa persona con las pautas de distribución geográfica y étnica de esas variaciones en el mundo actual, y utilizan algoritmos secretos para asignarle –se supone– porcentajes de ascendencia.
Entonces, ¿hay realmente un gen o una variación genética originados en Cerdeña o el Este Asiático? Por supuesto que no. Si hay un hecho que sabemos de la historia del ser humano es que la nuestra es una historia de migraciones. El origen de todos nosotros está localizado en el Este de África, y poblamos el mundo mediante migraciones e interacciones que siguen en curso. Nada de esto ha acabado (de hecho, gracias al cambio climático no harán otra cosa que aumentar). Es imposible congelar temporalmente las culturas, las identidades étnicas y los asentamientos humanos. El cambio es lo único invariable. La gente que vive en la Cerdeña o el Este Asiático de hoy es apenas una instantánea que solo muestra un momento de la historia del movimiento. Los argumentos de la industria de ADN acerca de la ascendencia adjudican a ese momento una falsa sensación de permanencia.
Mientras los blancos de ascendencia europea parecen embelezados con las implicaciones de esta nueva ciencia racial, son pocos los nativos estadounidenses que han decidido aportar algo a esas bases de datos. Siglos de violencia por parte de los investigadores coloniales que hicieron su carrera con los restos ancestrales, artefactos culturales y lenguas de los nativos han creado un escepticismo generalizado en relación con la idea de entregar material genético en beneficio de la “ciencia”. De hecho, cuando se trata del equipo para una prueba de ADN de 23andMe, todos los países incluidos en sus listas de orígenes geográficos de quienes han contribuido con su base de datos de “estadounidenses nativos” son de América latina y el Caribe. “En América del Norte”, explica la empresa anodinamente, “el linaje de los estadounidenses nativos suele ser de cinco o más generaciones atrás, por lo tanto es poca la evidencia ADN que queda”. En otras palabras, 23andMe sostiene que el ADN es una prueba concluyente de identidad estadounidense nativa, después la utiliza para borrar totalmente del mapa a los nativos de América del Norte.
La industria de la ascendencia y la desaparición de los indios
La industria de la ascendencia, al mismo tiempo que celebra la diversidad de orígenes y el multiculturalismo, reverdece antiguas ideas sobre la pureza y la autenticidad. En relación con buena parte de la historia de Estados Unidos, los colonizadores sostenían que los nativos de este país se habrían “esfumado”, en parte al menos por medio de la dilución biológica. En el siglo XIX, por ejemplo, a los pueblos nativos de Nueva Inglaterra se les negaba sistemáticamente el derecho a la tierra y a un estatus tribal con el argumento de que racialmente eran demasiado mestizos para ser “auténticos” indios.
Como explicó la historiadora Jean O’Brien, “La insistencia en la ‘pureza de la sangre’ como criterio central en la valoración del indio ‘auténtico’ refleja el racismo científico que prevaleció en el siglo XIX. Durante varias décadas, los indios de Nueva Inglaterra se han mestizado incluso con afroestadounidenses y el que no cumplieran los requisitos formulados por los blancos acerca del fenotipo indio puso a prueba la credibilidad de su condición de indios en las mentes de Nueva Inglaterra". La supuesta “desaparición” de esos indios justifico entonces la eliminación de cualquier derecho que pudieran tener a la tierra o la soberanía; la eliminación de estos derechos –en un razonamiento circular–, no hacía más que confirmar su inexistencia como pueblo.
Sin embargo, como señala O’Brien, nunca se trató del fenotipo ni de la ascendencia lejana, sino una compleja trama de parentescos que se mantuvo en el centro de la identidad india de Nueva Inglaterra, a pesar del casi completo despojo indio llevado a cabo por los colonizadores ingleses... Auque los indios siguieron teniendo en cuenta la pertenencia a sus comunidades por el tradicional sistema del parentesco, los pobladores blancos de Nueva Inglaterra se acogieron al mito de la pureza de sangre y la identidad para negar la permanencia nativa.
Esa anticuada comprensión de la raza como una categoría biológica o científica permitió que los blancos negaran la existencia india, y en este momento les permite hacer reclamos biológicos sobre la identidad “india”. Hasta hace muy poco tiempo, esos reclamos –como en el caso de la senadora Warren– se mantenía en la oscuridad de los relatos familiares. Hoy en día, la supuesta habilidad de la industria del ADN para encontrar “pruebas” de esos orígenes refuerza la idea de que la identidad indígena es algo mensurable en la sangre y elude la base histórica del reconocimiento legal o la protección de los derechos de los indios.
La industria de la ascendencia atávica presume que hay algo revelador en la supuesta identidad racial de uno entre cientos, o incluso entre miles, ancestros de una persona. Se trata de una idea que va a parar directamente a las manos de los derechistas que tratan de atacar lo que ellos llaman la “política identitaria” y encaja con la noción de que las “minorías” están demasiado privilegiadas.
Ciertamente, el resentimiento de los blancos destaca en la sugerencia de que la senadora Warren podría haber recibido algún beneficio profesional por haber reivindicado su origen nativo. A pesar de que una exhaustiva investigación del Boston Globe demostró que ella no había recibido beneficiado alguno, el mito se mantiene y se ha convertido en una parte implícita de la mofa que Donald Trump dedicó a la senadora. De hecho, cualquier lectura rápida de las estadísticas confirmará lo absurdo de esa posición. Debería ser obvio que ser nativo estadounidense –o negro, o hispano– implica más riesgos que beneficios. En comparación con los blancos, la población nativa estadounidense es la que sufre los índices más altos de pobreza, de desempleo, de mortalidad infantil y de bajo peso al nacer, como también los niveles más bajos de educación y de esperanza de vida. Estas estadísticas son el resultado de cientos de años de genocidio, exclusión y discriminación, y no de la presencia o ausencia de variaciones genéticas específicas.
Revivir la raza en desmedro de los derechos de los nativos
Los derechos de los nativos, desde la soberanía hasta el reconocimiento de las condiciones creadas por 500 años de dominio colonial descansan sobre la aceptación que la raza y la identidad son, de hecho, el resultado de la historia. Los “nativos estadounidenses” llegaron a serlo no mediante la genética sino por el proceso histórico de la conquista y la autoridad colonial, junto con un mezquino y precario reconocimiento de la soberanía nativa. Los pueblos nativos estadounidenses son entidades políticas y culturales, son la consecuencia de la historia no de los genes; las afirmaciones de la gente blanca acerca de la ascendencia de los nativos estadounidenses, y el argumento de que la industria del ADN es capaz de revelar esa ascendencia se lleva por delante esta historia.
Miremos tres acontecimientos que en los últimos años han menoscabado los derechos de los nativos estadounidenses: la revocación del estatus de reserva para las tierras tribales de los Mashpees, en Massachisetts; la anulación de la ley de Protección a la Infancia India; y el intento republicano de impedir el voto de los nativos estadounidenses en Dakota del Norte. Cada una de estas acciones se ha originado en diferentes organismos gubernamentales: la Agencia de Asuntos Indios del Departamento del Interior, los Tribunales y la legislatura del estado de Dakota del Norte –dominada por los republicanos–, respectivamente. Pero todas ellas se basan en cuestiones identitarias que vinculan insistentemente la raza con los genes en lugar de con la historia. Y al hacerlo, niegan los relatos que dan cuenta de la soberanía y la autonomía de los pueblos de América del Norte antes de la llegada de los conquistadores europeos al “Nuevo Mundo” con el propósito de convertir a sus habitantes en los actuales “nativos estadounidenses” e –implícitamente– reducir a la insignificancia sus derechos históricos.
Finalmente, los Mashpees de Massachusetts consiguieron en 2007 ser reconocidos federalmente y la concesión de tierra para la reserva. Esta medida se basó en el hecho de que “habían existido como una comunidad bien diferenciada desde los años veinte del siglo XVII”. En otras palabras, el reconocimiento federal se basó en un entendido histórico, no racial de linaje e identidad. Sin embargo, las intención de la tribu de construir un casino en su recientemente adquirido territorio en Tauton, Massachusetts, sería inmediatamente cuestionado por los propietarios locales. La demanda que entablaron estaba basada en cuestiones técnicas que, como sostuvieron en el tribunal, la tierra para la reserva solo podía ser concedida a tribus que hubiesen sido reconocidas federalmente a partir de 1934. De hecho, la lucha de los Mashpees por el reconocimiento ha sido obstaculizada repetidamente por la antigua noción de que, después de siglos de mestización, los indios de Massachusetts no eran “auténticos”. En esto no había nada de novedoso. La legislación de ese estado en el siglo XIX ya anticipó esa reacción contra el reconocimiento del siglo XXI cuando se jactaba de que en realidad los indios ya no existían en Massachusetts y que el estado estaba preparado para eliminar todas esas “diferenciaciones de raza y casta”.
En septiembre de 2018, el departamento del Interior (al que el tribunal había asignado la decisión definitiva) dictaminó contra los Mashpees. Tara Sweeney, recientemente nombrada ayudante del director de la Oficina de Asuntos Indios –la primera estadounidense nativa en asumir este cargo–, “preparó el terreno para que por primera vez desde la época terminal –un periodo de 20 años, desde los cuarenta a los sesenta del pasado siglo, cuando el gobierno federal intentó ‘acabar’ por completo con la soberanía indígena desmantelando las reservas y expulsando a los indios hacia zonas urbanas para ‘asimilarlos’– una reserva perdiera los derechos adquiridos”. La nueva medida podía afectar aun más a los Mashpees. Hay quienes temen que, en los años de Trump, la decisión sea el presagio de una nueva “época de la exterminación” para los estadounidenses nativos del país.
Mientras tanto, el 4 de octubre, un tribunal distrital de EEUU revocó la ley de Protección a la Infancia India. Esta es una medida que puede ser devastadora ya que el congreso aprobó esta ley en 1978 para terminar con la por entonces generalizada práctica de romper las familias nativas y robar a los niños nativos para darlos en adopción a familias blancas. Estas acciones de traslado compulsivo datan de los inicios del asentamiento blanco y con el paso de los siglos han incluido distintos tipos de servidumbre y la creación de internados para niños indios cuyo objetivo era eliminar las lenguas de los nativos, su cultura y su identidad, mientras se promovía la “asimilación”. El traslado de niños indios continuó hasta finales del siglo XX con un Proyecto de Adopción de Indios patrocinado por el Estado y mediante el envío de un importante número de esos pequeños a casas de acogida familiares.
Según la ley de Protección a la Infancia India, “Una alarmante proporción de familias indias quedan deshechas por el traslado, a menudo injustificado, de los hijos por personas ajenas a su tribu y por organizaciones privadas; una preocupante cantidad de esos niños es implantada en casas de acogida, hogares de adopción e instituciones dirigidas por blancos”. Muchas veces, los estados, continúa, “han sido incapaces de reconocer las relaciones tribales fundamentales de los pueblos indios y las normas culturales y sociales prevalecientes en las comunidades y familias nativas”. La ley otorgó a las tribus la jurisdicción primordial respecto de todas las cuestiones de custodia infantil, entre ellas el traslado a hogares de acogida y el cese de los derechos parentales, exigiendo por primera vez que la prioridad debía ser mantener a los niños nativos con sus padres, sus familiares, o al menos en su tribu.
La ley de Protección a la Infancia India nada dice sobre raza o linaje. En lugar de eso, reconoce al “indio” como un sujeto político; al mismo tiempo, le reconoce el derecho colectivo de una semisoberanía. Se basa en el reconocimiento implícito que la Constitución hace de la soberanía indígena, el derecho a la tierra y la cesión al gobierno federal del manejo de las relaciones con las tribus indias. La decisión sobre la ley de Protección a la Infancia India pisoteó los derechos políticos colectivos de las tribus indias al sostener que la ley discriminaba a las familias no nativas que veían limitado su derecho de dar acogida a niños nativos o de adoptarlos. Las razones subyacentes –al igual que las que están detrás de la decisión acerca de los Mashpees– acometen directamente contra el reconocimiento cultural e histórico de la soberanía nativa.
Vista superficialmente, la arremetida contra el derecho al voto de los nativos puede aparecer como conceptualmente relacionada con las decisiones contra los Mashpees y la ley de Protección a la Infancia India. Dakota del Norte es ante todo uno de los estados controlados por el Partido Republicano que aprovechan el dictamen del Tribunal Supremo de 2013 que eliminó las protecciones claves de la ley de Derechos al Voto para hacer que el registro y el voto mismo sean más difíciles, especialmente para los probables votantes del Partido Demócrata, entre ellos los pobres y los mestizos. Después de numerosos cuestionamientos, la ley del estado de Dakota del Norte que exige a los eventuales votantes dar una dirección fue confirmada por una decisión del Tribunal Supremo en octubre de 2018. El problema es este: miles de estadounidenses nativos que viven en zonas rurales, en reservas del estado o fuera de ellas carecen de una dirección postal debido a que en esos sitios las calles no tienen nombre y las casas no tienen número. Además, una alta proporción de estadounidenses nativos no tienen un techo.
En el caso de Dakota del Norte, los estadounidenses nativos están luchando por un derecho de todo ciudadano de Estados Unidos –el derecho al voto–, mientras los Mashpees y la ley de Protección a la Infancia India suponen la defensa de la soberanía nativa. La nueva ley que regula el voto invocó la igualdad y los derechos individuales, aunque en realidad se centra en la limitación de los derechos de los estadounidenses nativos. El respaldo a esas restricciones fue una conveniente negación de los republicanos de que la historia de este país había, de hecho, creado unas condiciones que eran decididamente desiguales (sin embargo, gracias a un enorme y costoso esfuerzo local en defensa de su derecho al voto, los estadounidenses nativos se hicieron notar en números récord en las elecciones de medio término de 2018).
Estas tres medidas políticas menosprecian la identidad, la soberanía y los derechos de la comunidad estadounidense nativa, mientras niega –implícita o explícitamente– que la historia haya creado realidades de desigualdad racial vigentes hoy en día. La utilización de pruebas de ADN para sostener la presencia de genes o sangre de “estadounidense nativo” trivializa esta misma historia.
El reconocimiento de la soberanía tribal al menos admite que la existencia de Estados Unidos se basa en la imposición de una no deseada y ajena entidad en las tierras nativas. El concepto de soberanía tribal ha concedido a los estadounidenses nativos una base legal y colectiva para luchar por una forma de pensar diferente acerca de la historia, los derechos y su conversión en una nación. Los intentos de reducir la identidad estadounidenses nativa a una raza que pueda ser identificada por un gen (o una variación genética violenta nuestra historia y justifica las continuas violaciones de los derechos nativos.
La senadora Elizabeth Warren tenía todo el derecho de poner las cosas en orden en relación con las falsas acusaciones sobre su historia laboral. Sin embargo, debería repensar las implicaciones que tiene el dejar que Donald Trump o la industria de la ascendencia definan qué significa ser un estadounidense nativo.
* Acrónimo de ácido desoxirribonucleico. (N. del T.)
Aviva Chomsky es profesora de historia y coordinadora de estudios latinoamericanos en la Universidad Estatal de Salem, Massachusetts y colaboradora habitual de TomDispatch. Su libro más reciente es Undocumented: How Immigration Became Illegal.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/176501/
Tom Dispatch
Los nativos estadounidenses son extranjeros en su propia tierra
Introducción de Tom Engelhardt
Me crié en el corazón de la ciudad de Nueva York en los años cincuenta del pasado siglo. En realidad, como al lector le cabe esperar, en esos años nunca conocí a uno de ellos. Mi mente estaba poblada de las imágenes que veía en el cine, las de las películas del Oeste hechas en Hollywood. Por supuesto, estaban llenas de indios, y en esas películas, nosotros –no me refiero al Tom Engelhardt que tenía 12 años, sino a quienes conducían la diligencia con su chaqueta azul, los pasajeros, los cowboys y los pioneros con quienes yo me identificaba– éramos emboscados regularmente por esos indios. Al final, salvo raras excepciones, como era de esperar aparecían los indios y rodeaban los carromatos o la diligencia o atacaban a los escoltas a caballo, aullando y lanzando sus flechas. Y caían, naturalmente, gracias a la potencia de fuego de “nuestras” armas y “nuestra” puntería. Y esta era la cuestión: ellos se lo merecían. Después de todo, ellos nos habían atacado. Nosotros nunca les emboscábamos. Es decir, ellos eran “los invasores” y nosotros, invariablemente, los agredidos.
Todo esto acudió a mi mente cundo, en medio de la campaña electoral de 2018, Donald Trump llamó “invasores” a una caravana de desesperados refugiados –entre ellos, mujeres y niños pequeños– que escapaba de sus violentas y empobrecidas tierras (una situación en la que Estados Unidos tenía mucho que ver) para pedir asilo y protección en este país. Entonces, por supuesto, Trump mandó a unos 6.000 militares a la frontera con México para protegernos (y se quedó esperando).
Recordé entonces ese pasado de celuloide porque Donald Trump, que es apenas un par de años menor que yo e indudablemente se crió en el mismo mundo cinematográfico que yo, se sintió –imagino– tan cómodo arremetiendo contra esos refugiados –convertidos ahora en invasores– porque la palabra encaja perfectamente con la “historia” que hemos aprendido en nuestra infancia. De hecho, el argumento de Trump era una versión siglo XXI de la forma en que, cuando éramos jóvenes, la historia de este país fue metida en nuestra cabeza, convirtiendo a los desesperados e invadidos en perversos e invasores. En rigor de verdad, incluso sin la mención de Donald Trump, esa versión de nuestra historia nunca ha acabado, tal como nos lo demuestra hoy la colaboradora habitual de TomDispatch Aviva Chomsky. Los nativos estadounidenses siguen siendo tratados como si fuesen los invasores en lo que una vez fue su tierra. Permita el lector que ella le explique lo que llama la industria del ADN y los variados organismos del Estado de EEUU –tanto los gobiernos locales como el nacional– que han estado trabajando horas extraordinarias para recrear el mundo de película de mi niñez.
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El ADN*, la raza y los derechos de los nativos
En medio del aluvión de racismo, insultos a los inmigrantes y otras ofensas lanzadas por el presidente Trump y su administración en los últimos meses, una sucesión de hechos apenas percibidos ha amenazado el derecho a la tierra y la soberanía de los nativos estadounidenses. Esos ataques se han centrado en la soberanía tribal, la ley de Protección a la Infancia India (ICWA, por sus siglas en inglés) y el derecho al voto de los nativos estadounidenses; su origen está en Washington, los tribunales y la legislación de un estado. El punto en común es un simple marco conceptual: la idea de que la larga historia que ha dado forma a las relaciones entre Estados Unidos y los nativos estadounidenses no tiene relación alguna con las realidades de hoy.
Mientras tanto, en un acontecimiento aparentemente no relacionado, la senadora Elizabeth Warren, azuzada por los insultos de Donald Trump y sus burlas por la reivindicación de la senadora de su ascendencia nativa, mostró triunfalmente su resultado del ADN para “probar” su herencia nativa. Sin embargo, al recurrir a la rentable industria del ADN, implícitamente ella cedió su progresismo a las reivindicaciones raciales e identitarias estrechamente relacionadas con las medidas que socavan la soberanía nativa.
De hecho, la industria del ADN ha encontrado una forma de beneficiarse actualizando y modernizando algunas anticuadas ideas sobre el origen biológico de las razas y reempaquetándolas con una alegre envoltura de estilo Disney. Si bien es verdad que después de todo se trata de un mundo pequeño, el multiculturalismo de la nueva ciencia racial rechaza el racismo científico del siglo XIX y el darwinismo social, está ofreciendo una versión siglo XXI de seudociencia que una vez más reduce la raza a un tema de genética y orígenes. En el proceso, la moda del linaje promovida corporativamente maneja muy bien el borrado de las historias de conquista, colonización y explotación que crearon no solo la desigualdad racial sino también la mismísima raza como una categoría decisiva del mundo moderno.
La política de hoy, que ataca los derechos de los nativos, reproduce los mismos malentendidos raciales que la industria del ADN promueve aplicadamente. Si los estadounidenses nativos son reducidos a apenas una variación genética más, no hay necesidad de leyes que reconozcan sus derechos a la tierra, a suscribir tratados y a la soberanía. Tampoco vale la pena pensar en cómo compensar las heridas del pasado, por no hablar de las actuales, que todavía dan forma a la realidad de los nativos. La comprensión genética de la raza convierte esas políticas en injustos “privilegios” brindados a un grupo definido racialmente y, así también, en “discriminación” contra los no nativos. Esta es precisamente la lógica que hay detrás de algunas resoluciones que han negado el derecho a la tierra tribal al pueblo Mashpee en Massachusetts, hecho trisas la ley de Protección a la Infancia India (una ley pensada para impedir el traslado de los hijos de estadounidenses nativos lejos de su familia o comunidades) e intentado suprimir el derecho al voto de los nativos de Dakota del Norte.
El aprovechamiento de la recreación de una raza
Empecemos echando una mirada al modo en que la industria del linaje contribuye a una reformulación propia del siglo XXI de la raza y se aprovecha de ella. Empresas como Ancestry.com y 23andMe atraen a los clientes para que donen su ADN y una fuerte suma de dinero a cambio de información detallada que revele exactamente el origen geográfico de sus ancestros de muchas generaciones atrás. Como de costumbre, Ancestry.com pregunta: “¿Quién cree que es usted?”. La respuesta, promete la empresa, está en sus genes.
En la literatura de esos negocios se evita la palabra “raza”. En cambio, sostienen que el ADN revela la “composición de la ascendencia” y el “origen étnico”. Sin embargo, mientras tanto, transformaron la expresión origen étnico –que alguna vez describió la cultura y la identidad– en algo que podía ser medido con indicadores genéticos. Combinaron el origen étnico con la geografía y la geografía con los indicadores genéticos. Tal vez el lector no se sorprenda al saber que los “orígenes étnicos” identificados tenían una misteriosa semejanza con las “razas” identificadas por el pensamiento racistas científico europeo de un siglo antes. Después publicaron “informes” aparentemente científicos que contenían porcentajes supuestamente exactos que vinculaban a personas con lugares tan específicos como “Cerdeña” o tan vastos como “el Este Asiático”.
En su versión más benévola, estos informes se han convertido en el equivalente de un moderno juego de salón, especialmente para los estadounidenses blancos que constituían la mayoría de los redactores. Pero en todo esto hay un siniestro trasfondo que se reactiva como lo hace una muy desacreditada base científica a favor del racismo: la noción de que la raza, el origen étnico y el linaje se manifiestan en los genes y la sangre y se transmiten inexorablemente –aunque sea invisible– de generación en generación. Detrás de esto está el supuesto de que esos genes (o sus variaciones) se producen dentro de fronteras nacionales o zonas geográficas claramente definidas y que revelan algo significativo acerca de quién somos, algo que de otra manera sería invisible. De esta forma, raza y origen étnico son aparados de la experiencia, la cultura y la historia y elevados por encima de ellas.
¿Hay acaso alguna ciencia detrás?
A pesar de que todos los seres humanos compartimos el 99,9 por ciento del ADN, existen algunos indicadores que muestran variaciones. Esos indicadores son la materia de estudio de algunas personas que se basan en el hecho de que ciertas variaciones son más (o menos) comunes en distintas zonas geográficas. La profesora de derecho y sociología Dorothy Roberts lo pone así: “Inmediatamente después de que el Proyecto Genoma Humano determinara que los seres humanos somos semejantes en un 99,9 por ciento, muchos científicos empezaron a interesarse en ese 0,1 por ciento de diferencia genética. Esta diferencia es vista cada vez más como el origen de las diferentes razas”.
Las pruebas de ascendencia se basan en un malentendido fundamental –y teñido de racismo– sobre cómo funciona el linaje. La suposición generalizada es que todos tenemos una proporción mensurable de la “sangre” y el ADN de nuestros dos progenitores biológicos, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16 tatarabuelos, etcétera, y que puede se hacer el seguimiento de esta línea ascendente durante los últimos cientos de años en una forma coherente. En realidad, esto es imposible. Tal como lo explica el periodista de la ciencia Carl Zimmer: “El ADN no es un líquido con el que se pueda preparar muestras para el microscopio... Heredamos de cada uno de nuestros abuelos alrededor de un cuarto de nuestro DNA, pero solo en promedio... Si el lector escoge a uno de sus antepasados de 10 generaciones atrás, las probabilidades de que en su sangre haya algo del DNA de esa persona rondan el 50 por ciento. Si se va más atrás en el tiempo, las posibilidades son aun mucho menores”.
En realidad, esas pruebas no nos dicen mucho de nuestros ancestros. En parte, esto es así debido a la forma en que el ADN se transmite de generación en generación. En vez de eso, las empresas comparan el ADN de una persona con los de otros seres humanos contemporáneos que les han pagad para que se hiciera la prueba. Después, comparan la variación particular de esa persona con las pautas de distribución geográfica y étnica de esas variaciones en el mundo actual, y utilizan algoritmos secretos para asignarle –se supone– porcentajes de ascendencia.
Entonces, ¿hay realmente un gen o una variación genética originados en Cerdeña o el Este Asiático? Por supuesto que no. Si hay un hecho que sabemos de la historia del ser humano es que la nuestra es una historia de migraciones. El origen de todos nosotros está localizado en el Este de África, y poblamos el mundo mediante migraciones e interacciones que siguen en curso. Nada de esto ha acabado (de hecho, gracias al cambio climático no harán otra cosa que aumentar). Es imposible congelar temporalmente las culturas, las identidades étnicas y los asentamientos humanos. El cambio es lo único invariable. La gente que vive en la Cerdeña o el Este Asiático de hoy es apenas una instantánea que solo muestra un momento de la historia del movimiento. Los argumentos de la industria de ADN acerca de la ascendencia adjudican a ese momento una falsa sensación de permanencia.
Mientras los blancos de ascendencia europea parecen embelezados con las implicaciones de esta nueva ciencia racial, son pocos los nativos estadounidenses que han decidido aportar algo a esas bases de datos. Siglos de violencia por parte de los investigadores coloniales que hicieron su carrera con los restos ancestrales, artefactos culturales y lenguas de los nativos han creado un escepticismo generalizado en relación con la idea de entregar material genético en beneficio de la “ciencia”. De hecho, cuando se trata del equipo para una prueba de ADN de 23andMe, todos los países incluidos en sus listas de orígenes geográficos de quienes han contribuido con su base de datos de “estadounidenses nativos” son de América latina y el Caribe. “En América del Norte”, explica la empresa anodinamente, “el linaje de los estadounidenses nativos suele ser de cinco o más generaciones atrás, por lo tanto es poca la evidencia ADN que queda”. En otras palabras, 23andMe sostiene que el ADN es una prueba concluyente de identidad estadounidense nativa, después la utiliza para borrar totalmente del mapa a los nativos de América del Norte.
La industria de la ascendencia y la desaparición de los indios
La industria de la ascendencia, al mismo tiempo que celebra la diversidad de orígenes y el multiculturalismo, reverdece antiguas ideas sobre la pureza y la autenticidad. En relación con buena parte de la historia de Estados Unidos, los colonizadores sostenían que los nativos de este país se habrían “esfumado”, en parte al menos por medio de la dilución biológica. En el siglo XIX, por ejemplo, a los pueblos nativos de Nueva Inglaterra se les negaba sistemáticamente el derecho a la tierra y a un estatus tribal con el argumento de que racialmente eran demasiado mestizos para ser “auténticos” indios.
Como explicó la historiadora Jean O’Brien, “La insistencia en la ‘pureza de la sangre’ como criterio central en la valoración del indio ‘auténtico’ refleja el racismo científico que prevaleció en el siglo XIX. Durante varias décadas, los indios de Nueva Inglaterra se han mestizado incluso con afroestadounidenses y el que no cumplieran los requisitos formulados por los blancos acerca del fenotipo indio puso a prueba la credibilidad de su condición de indios en las mentes de Nueva Inglaterra". La supuesta “desaparición” de esos indios justifico entonces la eliminación de cualquier derecho que pudieran tener a la tierra o la soberanía; la eliminación de estos derechos –en un razonamiento circular–, no hacía más que confirmar su inexistencia como pueblo.
Sin embargo, como señala O’Brien, nunca se trató del fenotipo ni de la ascendencia lejana, sino una compleja trama de parentescos que se mantuvo en el centro de la identidad india de Nueva Inglaterra, a pesar del casi completo despojo indio llevado a cabo por los colonizadores ingleses... Auque los indios siguieron teniendo en cuenta la pertenencia a sus comunidades por el tradicional sistema del parentesco, los pobladores blancos de Nueva Inglaterra se acogieron al mito de la pureza de sangre y la identidad para negar la permanencia nativa.
Esa anticuada comprensión de la raza como una categoría biológica o científica permitió que los blancos negaran la existencia india, y en este momento les permite hacer reclamos biológicos sobre la identidad “india”. Hasta hace muy poco tiempo, esos reclamos –como en el caso de la senadora Warren– se mantenía en la oscuridad de los relatos familiares. Hoy en día, la supuesta habilidad de la industria del ADN para encontrar “pruebas” de esos orígenes refuerza la idea de que la identidad indígena es algo mensurable en la sangre y elude la base histórica del reconocimiento legal o la protección de los derechos de los indios.
La industria de la ascendencia atávica presume que hay algo revelador en la supuesta identidad racial de uno entre cientos, o incluso entre miles, ancestros de una persona. Se trata de una idea que va a parar directamente a las manos de los derechistas que tratan de atacar lo que ellos llaman la “política identitaria” y encaja con la noción de que las “minorías” están demasiado privilegiadas.
Ciertamente, el resentimiento de los blancos destaca en la sugerencia de que la senadora Warren podría haber recibido algún beneficio profesional por haber reivindicado su origen nativo. A pesar de que una exhaustiva investigación del Boston Globe demostró que ella no había recibido beneficiado alguno, el mito se mantiene y se ha convertido en una parte implícita de la mofa que Donald Trump dedicó a la senadora. De hecho, cualquier lectura rápida de las estadísticas confirmará lo absurdo de esa posición. Debería ser obvio que ser nativo estadounidense –o negro, o hispano– implica más riesgos que beneficios. En comparación con los blancos, la población nativa estadounidense es la que sufre los índices más altos de pobreza, de desempleo, de mortalidad infantil y de bajo peso al nacer, como también los niveles más bajos de educación y de esperanza de vida. Estas estadísticas son el resultado de cientos de años de genocidio, exclusión y discriminación, y no de la presencia o ausencia de variaciones genéticas específicas.
Revivir la raza en desmedro de los derechos de los nativos
Los derechos de los nativos, desde la soberanía hasta el reconocimiento de las condiciones creadas por 500 años de dominio colonial descansan sobre la aceptación que la raza y la identidad son, de hecho, el resultado de la historia. Los “nativos estadounidenses” llegaron a serlo no mediante la genética sino por el proceso histórico de la conquista y la autoridad colonial, junto con un mezquino y precario reconocimiento de la soberanía nativa. Los pueblos nativos estadounidenses son entidades políticas y culturales, son la consecuencia de la historia no de los genes; las afirmaciones de la gente blanca acerca de la ascendencia de los nativos estadounidenses, y el argumento de que la industria del ADN es capaz de revelar esa ascendencia se lleva por delante esta historia.
Miremos tres acontecimientos que en los últimos años han menoscabado los derechos de los nativos estadounidenses: la revocación del estatus de reserva para las tierras tribales de los Mashpees, en Massachisetts; la anulación de la ley de Protección a la Infancia India; y el intento republicano de impedir el voto de los nativos estadounidenses en Dakota del Norte. Cada una de estas acciones se ha originado en diferentes organismos gubernamentales: la Agencia de Asuntos Indios del Departamento del Interior, los Tribunales y la legislatura del estado de Dakota del Norte –dominada por los republicanos–, respectivamente. Pero todas ellas se basan en cuestiones identitarias que vinculan insistentemente la raza con los genes en lugar de con la historia. Y al hacerlo, niegan los relatos que dan cuenta de la soberanía y la autonomía de los pueblos de América del Norte antes de la llegada de los conquistadores europeos al “Nuevo Mundo” con el propósito de convertir a sus habitantes en los actuales “nativos estadounidenses” e –implícitamente– reducir a la insignificancia sus derechos históricos.
Finalmente, los Mashpees de Massachusetts consiguieron en 2007 ser reconocidos federalmente y la concesión de tierra para la reserva. Esta medida se basó en el hecho de que “habían existido como una comunidad bien diferenciada desde los años veinte del siglo XVII”. En otras palabras, el reconocimiento federal se basó en un entendido histórico, no racial de linaje e identidad. Sin embargo, las intención de la tribu de construir un casino en su recientemente adquirido territorio en Tauton, Massachusetts, sería inmediatamente cuestionado por los propietarios locales. La demanda que entablaron estaba basada en cuestiones técnicas que, como sostuvieron en el tribunal, la tierra para la reserva solo podía ser concedida a tribus que hubiesen sido reconocidas federalmente a partir de 1934. De hecho, la lucha de los Mashpees por el reconocimiento ha sido obstaculizada repetidamente por la antigua noción de que, después de siglos de mestización, los indios de Massachusetts no eran “auténticos”. En esto no había nada de novedoso. La legislación de ese estado en el siglo XIX ya anticipó esa reacción contra el reconocimiento del siglo XXI cuando se jactaba de que en realidad los indios ya no existían en Massachusetts y que el estado estaba preparado para eliminar todas esas “diferenciaciones de raza y casta”.
En septiembre de 2018, el departamento del Interior (al que el tribunal había asignado la decisión definitiva) dictaminó contra los Mashpees. Tara Sweeney, recientemente nombrada ayudante del director de la Oficina de Asuntos Indios –la primera estadounidense nativa en asumir este cargo–, “preparó el terreno para que por primera vez desde la época terminal –un periodo de 20 años, desde los cuarenta a los sesenta del pasado siglo, cuando el gobierno federal intentó ‘acabar’ por completo con la soberanía indígena desmantelando las reservas y expulsando a los indios hacia zonas urbanas para ‘asimilarlos’– una reserva perdiera los derechos adquiridos”. La nueva medida podía afectar aun más a los Mashpees. Hay quienes temen que, en los años de Trump, la decisión sea el presagio de una nueva “época de la exterminación” para los estadounidenses nativos del país.
Mientras tanto, el 4 de octubre, un tribunal distrital de EEUU revocó la ley de Protección a la Infancia India. Esta es una medida que puede ser devastadora ya que el congreso aprobó esta ley en 1978 para terminar con la por entonces generalizada práctica de romper las familias nativas y robar a los niños nativos para darlos en adopción a familias blancas. Estas acciones de traslado compulsivo datan de los inicios del asentamiento blanco y con el paso de los siglos han incluido distintos tipos de servidumbre y la creación de internados para niños indios cuyo objetivo era eliminar las lenguas de los nativos, su cultura y su identidad, mientras se promovía la “asimilación”. El traslado de niños indios continuó hasta finales del siglo XX con un Proyecto de Adopción de Indios patrocinado por el Estado y mediante el envío de un importante número de esos pequeños a casas de acogida familiares.
Según la ley de Protección a la Infancia India, “Una alarmante proporción de familias indias quedan deshechas por el traslado, a menudo injustificado, de los hijos por personas ajenas a su tribu y por organizaciones privadas; una preocupante cantidad de esos niños es implantada en casas de acogida, hogares de adopción e instituciones dirigidas por blancos”. Muchas veces, los estados, continúa, “han sido incapaces de reconocer las relaciones tribales fundamentales de los pueblos indios y las normas culturales y sociales prevalecientes en las comunidades y familias nativas”. La ley otorgó a las tribus la jurisdicción primordial respecto de todas las cuestiones de custodia infantil, entre ellas el traslado a hogares de acogida y el cese de los derechos parentales, exigiendo por primera vez que la prioridad debía ser mantener a los niños nativos con sus padres, sus familiares, o al menos en su tribu.
La ley de Protección a la Infancia India nada dice sobre raza o linaje. En lugar de eso, reconoce al “indio” como un sujeto político; al mismo tiempo, le reconoce el derecho colectivo de una semisoberanía. Se basa en el reconocimiento implícito que la Constitución hace de la soberanía indígena, el derecho a la tierra y la cesión al gobierno federal del manejo de las relaciones con las tribus indias. La decisión sobre la ley de Protección a la Infancia India pisoteó los derechos políticos colectivos de las tribus indias al sostener que la ley discriminaba a las familias no nativas que veían limitado su derecho de dar acogida a niños nativos o de adoptarlos. Las razones subyacentes –al igual que las que están detrás de la decisión acerca de los Mashpees– acometen directamente contra el reconocimiento cultural e histórico de la soberanía nativa.
Vista superficialmente, la arremetida contra el derecho al voto de los nativos puede aparecer como conceptualmente relacionada con las decisiones contra los Mashpees y la ley de Protección a la Infancia India. Dakota del Norte es ante todo uno de los estados controlados por el Partido Republicano que aprovechan el dictamen del Tribunal Supremo de 2013 que eliminó las protecciones claves de la ley de Derechos al Voto para hacer que el registro y el voto mismo sean más difíciles, especialmente para los probables votantes del Partido Demócrata, entre ellos los pobres y los mestizos. Después de numerosos cuestionamientos, la ley del estado de Dakota del Norte que exige a los eventuales votantes dar una dirección fue confirmada por una decisión del Tribunal Supremo en octubre de 2018. El problema es este: miles de estadounidenses nativos que viven en zonas rurales, en reservas del estado o fuera de ellas carecen de una dirección postal debido a que en esos sitios las calles no tienen nombre y las casas no tienen número. Además, una alta proporción de estadounidenses nativos no tienen un techo.
En el caso de Dakota del Norte, los estadounidenses nativos están luchando por un derecho de todo ciudadano de Estados Unidos –el derecho al voto–, mientras los Mashpees y la ley de Protección a la Infancia India suponen la defensa de la soberanía nativa. La nueva ley que regula el voto invocó la igualdad y los derechos individuales, aunque en realidad se centra en la limitación de los derechos de los estadounidenses nativos. El respaldo a esas restricciones fue una conveniente negación de los republicanos de que la historia de este país había, de hecho, creado unas condiciones que eran decididamente desiguales (sin embargo, gracias a un enorme y costoso esfuerzo local en defensa de su derecho al voto, los estadounidenses nativos se hicieron notar en números récord en las elecciones de medio término de 2018).
Estas tres medidas políticas menosprecian la identidad, la soberanía y los derechos de la comunidad estadounidense nativa, mientras niega –implícita o explícitamente– que la historia haya creado realidades de desigualdad racial vigentes hoy en día. La utilización de pruebas de ADN para sostener la presencia de genes o sangre de “estadounidense nativo” trivializa esta misma historia.
El reconocimiento de la soberanía tribal al menos admite que la existencia de Estados Unidos se basa en la imposición de una no deseada y ajena entidad en las tierras nativas. El concepto de soberanía tribal ha concedido a los estadounidenses nativos una base legal y colectiva para luchar por una forma de pensar diferente acerca de la historia, los derechos y su conversión en una nación. Los intentos de reducir la identidad estadounidenses nativa a una raza que pueda ser identificada por un gen (o una variación genética violenta nuestra historia y justifica las continuas violaciones de los derechos nativos.
La senadora Elizabeth Warren tenía todo el derecho de poner las cosas en orden en relación con las falsas acusaciones sobre su historia laboral. Sin embargo, debería repensar las implicaciones que tiene el dejar que Donald Trump o la industria de la ascendencia definan qué significa ser un estadounidense nativo.
* Acrónimo de ácido desoxirribonucleico. (N. del T.)
Aviva Chomsky es profesora de historia y coordinadora de estudios latinoamericanos en la Universidad Estatal de Salem, Massachusetts y colaboradora habitual de TomDispatch. Su libro más reciente es Undocumented: How Immigration Became Illegal.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/176501/
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