Estoy escuchando estos días unas críticas feroces de la derecha al presidente del gobierno. No me sorprenden porque estoy habituado a estas actitudes agresivas cuando gobierna o quiere gobernar o seguir gobernando la izquierda. Me molestan profundamente porque observo con indignación con qué facilidad se utiliza la ley del embudo: “Para mí la parte ancha, para ti la parte estrecha”. Es decir que, ante hechos, actitudes o palabras similares, “para mí la complacencia y para ti el reproche”, ”para mí la bondad, para ti la maldad”, “para mí el amor a la patria, para ti la destrucción de la patria”, “para mi la generosidad responsable, para ti la ambición desmedida”.
Voy a plantear tres situaciones de estos días en las que se ha utilizado, sin el menor remilgo, la ley del embudo.
Sabido es por todos que Pedro Sánchez, presidente en funciones, ha recibido del Rey el encargo de presentarse a la investidura, una vez fallida la del señor Núñez Feijóo, que quizá ahora se esté enterando de que no ganó las elecciones. Algunos radicales, sin el menor respeto a la democracia, esperaban o, mejor dicho, exigían al Rey que no le hiciese a Sánchez el encargo de la investidura ya que el hacerlo conllevaba una negociación “humillante” con los independentistas y con todos los aborrecibles enemigos de España.
La aceptación del presidente en funciones se debe, según el PP a su enorme ambición personal. Quiere seguir en la Moncloa “a cualquier precio”, cueste lo que cueste, pase lo que pase, tenga que ceder lo que tenga que ceder. Su único objetivo es seguir en el sillón presidencial y para conseguirlo:
– Venderá a España
– Se pondrá de rodillas delante de un prófugo (es imprescindible añadir que se fugó en un maletero)
– Romperá España
– Dará todo lo que le pidan
– Pactará con filoterroristas
– Concederá la autonomía
– Quebrantará la Constitución
– Cederá ante la exigencia de un referéndum de autodeterminación…
En definitiva, hará lo que sea necesario para satisfacer su ambición, su egoísmo, su interés personal, su afán de poder. Hará todo lo posible por mantenerse en el poder porque solo le importa su propio beneficio.
Lo cierto es que el señor Feijóo ha hecho no lo posible, como está haciendo Sánchez, sino lo imposible: ir a una investidura que no podía salir adelante,salvo milagro. Ha hecho llamadas persistentes a los “socialistas buenos” que, de convertirse en tránsfugas, tendrían el honor de ser considerados personas con sentido de estado, se ha puesto de rodillas reiteradamente ante el PNV, ha dialogado con Puigdemont, le ha pedido a quien ha insultado hasta limites insospechados que haga lo posible para que haya un gobierno en solitario del PP solamente por dos años, ha contado con los votos de Vox aunque haya ninguneado al partido de ultraderecha para lavar la cara por los pactos realizados en Extremadura, en Valencia, en Baleares, ha concedido lo que solicitaban Coalición Canaria y Unión del Pueblo Navarro…
Lo que resulta curioso es que la aceptación de Sánchez del encargo del Rey se hace, según repite la derecha, por pura ambición personal. Sin embargo el candidato Feijóo, ante una situación similar, no tenía ambición personal alguna sino la generosidad de servir a España y la responsabilidad de cumplir con el encargo de los electores. Lo que para uno es ambición para el otro es altruismo, lo que para uno es falta de escrúpulos para el otro es responsabilidad y fidelidad al electorado.
Pues no. O los dos tienen ambición personal o los dos tienen generosidad. O los dos no tienen escrúpulos o los dos tienen responsabilidad. De lo contrario, se estará practicando la ley del embudo. Para mí la parte ancha de los elogios y para el adversario la crítica que descalifica y el insulto que hiere. Por los mismos hechos.
El señor Feijóo, que ahora comprenderá por qué en Ferraz se recibieron con gran alegría los resultados electorales del día 23 de julio, miente cuando dice que ha podido ser presidente del gobierno pero que no ha querido porque tiene los principios que le faltan al presidente en funciones. No es verdad. Porque de haber aceptado las exigencias de Junts hubiera perdido el apoyo de Vox. Es muy sencillo, los resultados electorales dijeron no a la coalición del PP y Vox, cuya alianza se había visto ya en algunos gobiernos autonómicos.
Y Vox renuncia a formar parte del gobierno no tanto por amor a España cuanto por odio a la izquierda. En las elecciones municipales y autonómicas exigió entrar en el gobierno porque no podía quebrantar el mandato de sus votantes. Ah, pero ahora, con tal de que no gobierne la izquierda, pueden despreciar el mandato de sus electores y electoras. Pregonan su actitud como un gesto de generosidad cuando, en realidad, es una traición a quienes, como ellos mismos dijeron, les habían votado para entrar en el gobierno.
La investidura de Feijóo era un fracaso anunciado. Es comprensible la decepción del PP. Lo veían tan claro, lo tenían tan merecido, habían arrasado de manera tan contundente en las elecciones municipales y autonómicas que no podían creerse los resultados de las generales. Y por eso repitieron miles de veces que habían ganado las elecciones, a pesar de que sabían que el ganador era aquel candidato que pudiera reunir los apoyos necesarios para la investidura.
Hay otra forma de aplicar la ley del embudo. Como acabo de decir, el PP nos aburrió a todos recordando en cada intervención que habían ganado las elecciones y que, por consiguiente, era el partido que tenía que gobernar. Así había sido siempre en la democracia española con la investidura presidencial. Siempre había gobernado el partido ganador, decían. Y es cierto. Pero ahora, la aritmética parlamentaria es otra. Se cansó el señor Feijóo de argumentar que tenía que gobernar porque su partido había ganado. Es la parte ancha del embudo.
Sin embargo, el señor Feijóo impidió que esto sucediese en Extremadura, donde ganó el PSOE y donde acabó gobernando una colación del PP con Vox. Lo mismo sucedió en Valencia, en Baleares y en muchos ayuntamientos. En estos casos ya no era válido el principio defendido hasta la saciedad en las elecciones del 23J.
Es que prácticamente se trataba de hechos simultáneos. Es decir, que no había dado tiempo a un cambio de opinión. No. De lo que se trataba era de aplicar la ley del embudo. Una ley injusta, que viene a decir que lo que yo puedo hacer no lo puedes hacer tú, que lo que es bueno para mí no es bueno para ti.
Voy a plantear una tercera cuestión en la que la derecha aplica esta ley de una forma descarada. Para el PP, respetar la Constitución es una exigencia de la democracia. Como considera que la ley de amnistía no cabe en la Constitución (hay muchos juristas que defienden otra postura) se echan las manos a la cabeza, sacan toda su artillería, acuden en masa a Barcelona a apoyar la manifestación convocada por Sociedad Civil y se presentan como los defensores por antonomasia de la Carta Magna. ¡Oh, la Constitución! No hay nada más respetable, más defendible, más intocable. Ya han anunciado que, de aprobarse la ley de amnistía, llevarán el caso al Tribunal Constitucional. Es la parte estrecha del embudo.
Ahora bien, se puede permanecer cinco años fuera del marco de la Constitución, desobedeciendo su expreso mandato sin que se les caiga la cara de vergüenza. Ahí sigue, sin renovarse, después de cinco años, el Consejo General del Poder Judicial. Un mandato tajante de la Constitución. Las excusas han sido de lo más variopinto, de lo más pintoresco, de lo más interesado: no pueden participar en la negociación ministros de Podemos (¿por qué?), tiene que cambiarse el sistema de nombramiento antes de la renovación (¿por qué?), los jueces tienen que elegir a los jueces (¿por qué?)… Ha estado cerrado el acuerdo y el PP lo ha roto porque el gobierno estaba eliminando el delito de sedición… Es la parte ancha del embudo (¿y qué?).
La ley del embudo no es de uso exclusivo de los partidos de derecha, claro está. Pueden utilizarla todos los partidos y todas las personas. La sociedad sería más democrática, más justa y más habitable si eliminásemos de nuestros análisis, actitudes y comportamientos, tanto personales como grupales, ley del embudo.
El Adarve.
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