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miércoles, 27 de mayo de 2015

Reseña del libro Contra aquellos que nos gobiernan, de Lev Tolstói

Contra aquellos que nos gobiernan fue escrito en 1900, en la etapa tardía de la vida de Lev Tolstói (1828-1910), tras la crisis espiritual que lo llevó a repudiar los grandes retablos narrativos en los que había diseccionado como nadie la sociedad rusa y a comprometerse sobre todo con su transformación. El libro, compañero de otros como ¿En qué consiste mi fe? (1884) o El reino de Dios está en vosotros (1893), en los que desarrolla también sus ideas de crítica del poder y resistencia noviolenta pero activa a los gobiernos, acaba de aparecer en el catálogo de errata naturae (trad. de Aníbal Peña) y diagnostica con lucidez la enfermedad de su tiempo, aunque no consiga plantear con claridad una terapia que le ponga remedio.

El texto arranca presentándonos a unos braceros que descargan bultos en la moscovita estación de Kazán; andrajosos a veinte grados bajo cero, estos hombres trabajan treinta y seis horas seguidas sin descanso por un estipendio miserable. Conocemos después a las obreras que sacrifican su vida en la fábrica de sederías que hay al lado de la casa del autor. No es muy diferente la penuria en otros casos que se recuerdan, y termina este preguntándose qué extraña ceguera nos impide ver la horrible suerte de esos millones de seres que perecen para que los favorecidos de la fortuna puedan disfrutar de sus comodidades. La respuesta es clara a su juicio. La ceguera se llamaba antes “religión” y explicaba las desigualdades por la voluntad divina inexorable, y se llama hoy día “ciencia económica” y las explica por el también inexorable desenvolvimiento de las leyes del mercado. Así se origina la ceguera “que arrasa la bondad de los hombres más sensibles”.

El autor se empeña después en demostrar que una socialización de los medios de producción no sería capaz de conseguir, como prometen en ocasiones sus promotores, que todos pudieran disfrutar los privilegios de la clase rica. Ve claro que esto es materialmente imposible, y tampoco sería aconsejable, pues estos privilegios implican muchas veces una existencia insana. Repudia la explotación que va asociada a las innovaciones que están transformando la vida en esos años, pero se horroriza más que nada ante la sacralización del progreso como algo que ha de ser salvado a toda costa, a pesar de su coste en sufrimiento. Para él las nuevas tecnologías deberían ponerse al servicio de la humanidad en la medida de lo posible y no usarse para favorecer a unos pocos y oprimir a las masas.

La sociedad está rígidamente dividida entre una minoría de privilegiados y una mayoría de obreros, campesinos y sirvientes, esclavos a causa de la pobreza que originan la propiedad privada sobre la tierra y los bienes adquiridos, y los impuestos arbitrarios e injustos. Tolstói critica las estrategias propuestas para cambiar esta situación, medidas parciales incapaces de solucionar el problema y concluye que el único arreglo posible es “retirar a algunos hombre el poder que se han atribuido de crear leyes al servicio de sus intereses”. La ley no es la expresión de la voluntad del pueblo, ni siquiera en los países que tienen cartas constitucionales, sino del capricho de los hombres que están en el poder, y detrás de la ley está el recurso a la violencia para asegurar su cumplimiento. Tolstói ve en el estado el medio de que algunos se dotan para imponer su voluntad a los demás, simple “violencia organizada”, cuyo instrumento más efectivo son los ejércitos.

La experiencia demuestra que esta violencia del estado no es imprescindible y que los hombres pueden asociarse libremente sobre la base de una propiedad compartida de la tierra. El problema es cómo acabar con la violencia de los gobiernos, que impone la esclavitud. Los intentos que se han hecho hasta el momento han servido sólo para dar paso a nuevos gobiernos, a menudo más crueles que sus predecesores. Para el autor, pretender realizar una revolución con la violencia es combatir el fuego con el fuego. La destrucción de la esclavitud sólo se conseguirá desenmascarando las mentiras en las que se asienta, que resultan evidentes para cualquier persona con el intelecto sano. Los poderosos son culpables de la situación, pues contribuyen cada día a mantenerla, mientras tranquilizan su conciencia con planes en los que se permiten organizar la vida de los demás. No obstante, los esclavos son también culpables, pues deberían negarse a colaborar con el sistema que los oprime. Los hombres tienen que dejar de ayudar a los gobiernos, no prestándoles apoyo, soldados ni dinero. Esta sería la única forma de liberar a la humanidad.

Lev Tolstói ha desarrollado una aguda crítica de los males sociales y sus causas, pero ante la necesidad de plantear una estrategia para echar abajo esos gobiernos inmorales, no acierta de forma clara con ella, y sugiere simplemente que todos deberíamos gradualmente abstenernos en lo posible de la colaboración con ellos. Esto resulta francamente difícil de definir en términos prácticos y la trasformación de la sociedad queda así diferida para algún momento lejano. El autor lo reconoce, pero insiste en que una eterna ley moral exige la abstención de cualquier forma de violencia y colaboración con gobiernos violentos.

Airado ante las injusticias que contempla e impotente a la hora de atajarlas, Tolstói nos deja un mensaje que parece sobre todo destinado a nutrir los fundamentos éticos de los que luchan por un mundo más justo. En la senda de Henry David Thoreau y precursor e inspirador de Mahatma Gandhi o Martin Luther King, su voz aporta argumentos valiosos en el sendero de la resistencia noviolenta al latrocinio de los que detentan el poder.
Jesús Aller
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/

domingo, 15 de junio de 2014

El libro y su precio, en todos los eslabones de su cadena de valor. Qué papel cumple cada uno de los agentes de la cadena de valor del libro y qué porcentaje de su precio corresponde a cada uno

“Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre”, este es el primer punto del famoso decálogo del escritor de Augusto Monterroso. Y muchos lo siguen. Solo en España hay unos 4.000 autores en la Asociación Colegial de Escritores (ACE).

La gran mayoría lo hace por amor al arte, o a sí mismos, pero no porque de ello vayan a vivir. Aunque muchos sueñen con lograrlo. Pero son ellos, los autores, quienes se quedan con el menor porcentaje de lo que cuesta un libro: alrededor del 10% (los que más venden, o considerados más prestigiosos, logran un porcentaje más alto). El resto se distribuye entre editor, distribuidor y librero que corren con los gastos de hacerlo llegar al lector. Y cada vez son menos los beneficios, no solo por el descenso en la facturación (en seis años ha caído casi un 40%), sino también por la piratería: se calcula que cada año se dejan de ingresar por ella unos 300 millones de euros.

Cada día en España se registran 220 títulos de libros (80.206, el año pasado). De todos ellos se vendieron unos 170 millones de ejemplares, a una media de 14 euros por libro. Páginas y páginas escritas por no se sabe cuántos autores, en realidad. “La gran mayoría son profesionales (profesores, periodistas, abogados, médicos...)”, cuenta Rogelio Blanco, presidente de ACE. Pocos, añade, son capaces de vivir de modo constante y permanente de su quehacer creativo. En los últimos años, reconoce, “son conocidos casos de retirarse, tras un éxito, de la tarea que les aportaba recursos y que se han visto obligados a volver a ella. Los medios escritos y visuales han sido complemento o sostén para numerosos escritores”.

El primer libro data de hace unos 3.500 años: la Epopeya de Gilgamesh, narración sumeria escrita en tablillas de arcilla. Después, llegaron los rollos de papiro, los códices y en 1440 Gutenberg creó la imprenta moderna y con ella el libro impreso como, más o menos, lo conocemos hasta hoy. Ahora el libro vive su quinta mutación al diversificarse en electrónico (cuyas posibilidades técnicas y creativas apenas ha empezado). Y, por si fuera poco, emerge y se extiende un nuevo mundo: la autoedición.
Puedes ver AQUÍ el proceso creativo y de producción de un libro y su precio.
Fuente: El País

viernes, 15 de noviembre de 2013

El coste humano de las políticas de recorte. Por qué la austeridad mata.

"La política no es más que medicina a gran escala" Rudolph Virchow, 1848

Interesante libro de David Stuckler y Sanjay Basu, editado por Taurus en 2013. D. Stuckler es investigador en la Universidad de Oxford en Inglaterra y S. Basu es epidemiólogo y trabaja en la Universidad de Stanford en California.

Es el primer libro que aborda el debate político y económico sobre la llamada "crisis" desde una nueva y muy necesaria perspectiva: su coste humano. La recesión económica global ha tenido un impacto brutal sobre la riqueza de los países pero todavía ignoramos cómo afecta a un elemento esencial; el bienestar humano y mental de sus ciudadanos.

¿Por qué tras enfrentarse a la crisis la salud de unos países (como Grecia) se ha deteriorado mientras en otros (como Islandia) ha mejorado? Tras una década de investigaciones los autores nos demuestran que incluso ante las peores catástrofes económicas los efectos negativos de la salud pública no son inevitables. Es la mala gestión de los gobiernos la que puede conducir a un desastroso saldo de tragedias humanas.

El libro presenta una conclusión demoledora; los recortes son seriamente perjudiciales para su salud. Son las recetas de austeridad, las que agravan fatalmente las consecuencias de la crisis, mutilando programas sociales claves justo en el momento en el que más se necesitan, empeorando el desempleo y obstaculizando la recuperación.

En el se defiende que las decisiones económicas no son únicamente una cuestión de ideologías, de tasas de crecimiento y de déficit presupuestarios, sino también una cuestión de vida o muerte. Solo un sistema más justo e igualitario, acompañado de políticas inteligentes que refuercen las redes públicas de protección, garantizará el bienestar de nuestras sociedades.

Y ¿qué propone?
Curar el cuerpo económico.
Ante todo "No hacer daño".
En segundo lugar, ayudar a la gente a volver a trabajar.
Tercero, invertir en salud pública.

sábado, 20 de julio de 2013

Nassim Nicholas Taleb: El antigurú que vio venir la crisis


El ensayista que previno de la caída del sistema financiero vuelve a la carga con 'Antifrágil'

El libro ataca la sobreprotección de la sociedad actual y marca pautas para afrontar los riesgos


Nassim Nicholas Taleb (Líbano, 1960) interrumpe la conversación y se fija en un objeto de la estancia de la Fundación Rafael del Pino en la que se realiza la entrevista: “¿Son naturales?”. Naturalmente, no. Apunta a un frutero que aloja manzanas o naranjas perfectamente artificiales. La pregunta parece arbitraria, pero tampoco. Taleb afirma en su último libro, Antifrágil (Paidós), que solo se alimenta de frutas que tengan nombre griego o hebreo y toma bebidas existentes desde hace 1.000 años: el café —una taza tras otra durante la entrevista—, el vino y el agua. Y lo natural le es importante, mucho, y las opiniones las da, asegura, porque él mismo “ha puesto la carne en el asador”.

El ensayista y exoperador de Bolsa alertó en El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable (Paidós, 2007) de la crisis económica que estalló en 2008. Hoy es uno de los pensadores más provocadores. Tras su best seller recibió numerosas amenazas, “sobre todo, de traders”. Frecuentó un gimnasio de Brooklyn “repleto de porteros” para trabajar en su físico levantando pesas para convertirse en una especie de “carnicero”. Así vivía en su cuerpo la transformación a su concepto: la antifragilidad, que define como aquello que, a diferencia de lo robusto o de lo frágil, se beneficia de los cambios, del desorden, de la volatilidad y de estreses de diversa índole. Taleb aboga por olvidar la teoría y el control desde arriba para fortalecerse ante los cambios que no son predecibles. Antifrágil abarca desde los errores del sistema económico y político, a la educación universitaria “que mata la cultura”, la sobremedicación tan típica de Estados Unidos, pasando por los propios hábitos del escritor e irónicos comentarios contra los economistas.

La incertidumbre precede el encuentro con este libanés con nacionalidad estadounidense. Sonada es su aversión a los periodistas y su desprecio por que lo encasillen o lo malinterpreten. “Mi libro está ahí, ahí está mi pensamiento…”, zanja con la amenaza de solo cinco minutos de entrevista. Pero este antigurú termina mostrando apasionado en su portátil y en un manojo de papeles su nuevo proyecto: la transformación a modelos matemáticos de los tres libros que lleva publicados hasta la fecha y de otros dos dentro de Incerto. “Llevo nueve meses sin leer una sola palabra, solo vivo con las matemáticas…”.

A pesar de ser un académico, en Antifrágil sigue mostrando su oposición al sistema educativo. “Estoy en la universidad por razones tontas. Además, no me financia”. Cree que, de haber acabado la universidad, Bill Gates no sería quien es. “Aniquilamos la capacidad de riesgo de los emprendedores”, explica. “Cuando te sacas el carné de conducir, ¿querrías un Summa cum Laude? No… Todo lo que supere al aprobado solo perjudica… Las notas son aleatorias”. Piensa que el conocimiento que se adquiere en el colegio debería ser “el mínimo” y todo lo demás tendría que ser aprendido de acuerdo con el propio interés. “En el sistema actual, se mata todo aquello que no se enseña”.

Su crítica de la centralización y de la autoridad desde arriba invade Antifrágil. La Unión Europea es uno de los ejemplos. Precisamente, por su apoyo al euro, a los Gobiernos de George W. Bush o a la invasión estadounidense de Irak, el escritor se burla de medios como The Economist y The New York Times. “Son las dos fuerzas más peligrosas. No son lo suficientemente inteligentes para decirnos qué hacer, pero sí para parecerlo”.

Internet es “poder para la democracia”. El ensayista lleva con mano férrea su página de Facebook, en la que aparece en una fotografía un tanto kitsch con un cisne negro al cuello. Su popularidad y su controversia le han acarreado más de un disgusto. “Nunca quise ser un best seller. Hubiera sido mejor una comunidad más pequeña de lectores”.

Taleb termina por resumir su libro de más de 500 páginas en unas pocas reglas que, dice, vienen desde el código de Hammurabi (1760 antes de Cristo). “Por ejemplo, el ojo por ojo, nada complicado”. Habla con entusiasmo de la heurística, el arte de resolver problemas. Volvemos a la importancia de los gestores: “Ningún cargo público debería aceptar un trabajo en el sector privado por más dinero del que ganaba antes. Así no puede tomar el puesto anterior como estrategia de inversión... ¡Nadie se hace sacerdote para que después lo contrate Goldman Sachs!”.
Fuente: El País.

jueves, 13 de septiembre de 2012

El futuro de la lectura

El futuro de la lectura ya no será lineal, sino radial
Los libros electrónicos permiten saltar a imágenes, música o diccionarios
Las ediciones en papel serán un lujo y un placer. Con todo, los expertos animan a no perder la capacidad de leer con atención

eemos todos los días. A todas horas. Inconscientemente. La información nutricional de la caja de cereales, las señales de tráfico, la factura de la electricidad, las vallas publicitarias. Conscientemente. Una novela de Jonathan Franzen, el periódico, el muro de Facebook, los resultados de una búsqueda en Google. Somos más lectores que nunca. Pero desde hace tiempo utilizamos esa vieja palabra, leer, para nombrar un acto que está en transición. Que no es lo que era. La lectura está cambiando y, con ella, nosotros, los lectores.

 Día tras día leemos titulares sobre la desaparición del libro físico y los correspondientes desvelos de editores, libreros, bibliotecarios, pero, cuestiones de mercado aparte, nosotros, los lectores, ¿cómo leeremos en el futuro? ¿Qué entenderemos por libro? ¿Qué entenderemos por leer? ¿En qué soportes leeremos? ¿Cómo hablaremos de libros? ¿Dónde conseguiremos los libros?

 1 Una vieja tecnología. ¿Qué entenderemos por libro?

 “La tecnología es todo aquello que fue inventado después de que tú nacieras”. La cita es del ingeniero informático Alan Kay y hace referencia a esa idea generalizada de que tecnología es sinónimo de nuevo. Los ordenadores, los móviles, los GPS son tecnología. ¿Los libros? También, insiste Joaquín Rodríguez, editor, autor y responsable del blog Los futuros del libro. “Aunque nos preceda nueve siglos y sea algo natural en nuestras vidas”. El libro es una tecnología para muchos inmejorable: compacta, portátil, fácil de usar, barata, autónoma. Por eso precisamente ha tardado tanto en iniciar su tránsito hacia lo digital. “Los libros son artefactos increíbles”, reconocía Jeff Bezos, consejero delegado de Amazon, para luego añadir: “Son el último bastión de lo analógico”. Esa semana de noviembre de 2007 el gigante de Internet presentaba el lector electrónico Kindle.

 Hasta hace no demasiado, la primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española bastaba para describir qué era un libro: “Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”. Ahora empieza a haber consenso en torno a otra, propuesta por el veterano periodista, escritor y gurú del futuro Kevin Kelly: “Un único argumento o narrativa de extensión larga, sin importar su forma o si es en papel o electrónico”... Seguir leyendo aquí en El País.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Joseph Stiglitz. El 1% dicta la política al 99%. El precio de la desigualdad según Stglitz: ineficacia y democracia en peligro.

La desigualdad es hoy más amplia que antes de la Gran Depresión.

El multimillonario Warren Buffett lo dijo claro en una de esas sentencias que le caracterizan y no le dan miedo: “Durante los últimos 20 años ha habido una guerra de clases y mi clase ha vencido”.

“El 1% de la población tiene lo que el 99% necesita”.

El Nobel Joseph Stiglitz analiza la ruptura del pacto social que durante medio siglo ha neutralizado las tensiones.

Hay momentos en que los pueblos se alzan y dicen «basta ya, esto debe cambiar» Ahora, estamos en eso. Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de economía, hace mucho tiempo que viene previniendo los desvíos del actual sistema y de la economía financiera. En su nuevo libro se centra en el «precio de la desigualdad».

 Hace veinte años que vienen aumentando las desigualdades y no solo son socialmente inaceptables sino más nefastas áun desde el punto de vista económico. Los indignados lo ponen muy bien en evidencia enarbolando los colores del 99% con referencia al 1% que ya había estigmatizado el antiguo director del Banco Mundial y Premio Nobel de economía Joseph E. Stiglitz.

 Fracaso de los mercados, fracaso de los sistemas políticos que no corrigen los excesos de los mercados y de los injustos sistemas económicos y políticos. El actual sistema multiplica y mantiene los fracasos y de golpe se agravan las desigualdades. Pero lo que mucha gente ignora es que las desigualdades cuestan muy caro, porque participan directamente al « deterioro de la economía » y a sus desvíos, que Stiglitz llama «subversión de la democracia».

Más allá de la muy interesante y fundamentada comprobación que plantea, el economista muestra como la desigualdad es la causa y la consecuencia del sistema que provoca un círculo vicioso y genera inestabilidad y cómo el actual sistema económico ha llegado a su fin.

Su comprobación parte de la situación de los EE.UU. en donde, desde hace dos décadas, el poder de compra de las clases medias no ha hecho sino disminuir. Los EE.UU tiene « el problema del 1% », una clase media presionada debido a que las desigualdades en los ingresos se han agravado y las ganancias de la recuperación « se le han esfumado » ; « el 93% de los ingresos suplementarios creados en 2010 han sido acaparados por el 1% de la población de clase alta ». De modo que en el transcurso de los últimos treinta años los Estado Unidos se han convertido en un país dividido : la clase alta ha progresado rápidamente y el país ha retrocedido. Los salarios bajos aumentaron en treinta años un 15% mientras que los del 1% del nivel superior aumentaron un 150%. Esta situación es aún más flagrante si observamos la distribución de los ingresos del capital.

Y en todo su libro, Stiglitz no dejará demostrar y demostrar que las desigualdades son causa de inestabilidad económica y derrota los argumentos de quienes hacen la apología de la desigualdad como base del crecimiento, según la tesis de la « economía del derrame » porque eso no funciona así.

Por el contrario los efectos nefastos de las desigualdades son claros : descenso del nivel de vida, consecuencias de deterioro de la salud, la de educación, de la vivienda, deterioro de las relaciones sociales entre los jóvenes ya adultos atrapados en la casa de sus padres…el mito de unos Estados Unidos justos y con igualdad de oportunidades se muestra sin eufemismos.

 El libro didáctico y voluntariamente dirigido al gran público permite comprender –aun cuando uno no sea muy ducho en economía – los diferentes mecanismos y sus perversos efectos. Es cierto que Stiglitz se apoya en muchos ejemplos usamericanos – la campaña electoral obliga – pero su razonamiento es absolutamente « benchmarkable » y pòr otra parte no se priva de mostrar que más allá de los EE.UU. las limitaciones del actual sistema afectan a numerosos países comenzando por los europeos... Seguir aquí para leer todo el artículo.

El precio de la desigualdad. Joseph E. Stiglitz. Taurus. Madrid, 2012. 498 pág. 20 euros (electrónico: 9,99) Leer crítica del libro en El País, aquí.

lunes, 14 de marzo de 2011

Stéphane Hessel, Indignez-vous!, “Indignaos”

Mediante Google he encontrado la traducción al español del libro Indignez-vous!, “Indignaos” y su reseña en el Blog de Fernando Berlín. Muchos habréis oido hablar de él, pero para quienes no lo conozcan debo decir que es altamente recomendable, un enorme éxito de ventas en Francia.

El mini libro ha sido escrito por Stéphane Hessel de 93 años, y lleva vendidos 600.000 ejemplares allí. Solo tiene doce páginas de texto y ahora por fin ha sido traducido al español y redifundido por Attac (bájalo y léelo aquí). Hessel, su autor, es un tipo fascinante cuya historia personal abarca desde la resistencia contra la Alemania Nazi a su participación, en 1948, en la elaboración y redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, como recuerda Ignacio Ramonet, es uno de los documentos más trascendentales para la humanidad de los últimos seis decenios. Dice Balzac que el panfleto “es el sarcasmo convertido en bala de cañón”. Añade Stéphane Hessel que la indignación es la pólvora de toda explosión social. Dirigiéndose a sus lectores, les recomienda: “Deseo que halléis un motivo de indignación. Eso no tiene precio. Porque cuando algo nos indigna, nos convertimos en militantes, nos sentimos comprometidos y entonces nuestra fuerza es irresistible”.

Los motivos de indignación no escasean: “En este mundo, dice Hessel, hay cosas insoportables”. En primerísimo lugar: la naturaleza del sistema económico responsable de la actual crisis devastadora. “La dictadura internacional de los mercados internacionales” constituye además, según él, “una amenaza para la paz y la democracia”. “Nunca, afirma, el poder del dinero fue tan inmenso, tan insolente y tan egoísta, y nunca los fieles servidores de Don Dinero se situaron tan alto en las máximas esferas del Estado”.

En segundo lugar, Hessel denuncia la desigualdad creciente entre los que no tienen casi nada y los que lo poseen todo: “La brecha entre los más pobres y los más ricos jamás ha sido tan profunda; ni tan espoleados el afán de aplastar al prójimo y la avidez por el dinero”. A guisa de enmienda sugiere dos propuestas sencillas: “Que el interés general se imponga sobre los intereses particulares; y que el reparto justo de la riqueza creada por los trabajadores tenga prioridad sobre los egoísmos del poder del dinero”.

En temas de política internacional, Hessel afirma que su “principal indignación” es el conflicto israelo-palestino. Recomienda que se lea “el informe Richard Goldstone de septiembre de 2009 sobre Gaza (3), en el cual este juez sudafricano, judío, que incluso se declara sionista, acusa al ejército israelí”. Relata su visita reciente a Gaza, “prisión a cielo abierto para un millón y medio de palestinos”. Una experiencia que lo sobrecoge y solivianta. Aunque no por ello reniega de la no-violencia. Al contrario, reafirma que “el terrorismo es inaceptable”, no sólo por razones éticas sino porque, al ser “una expresión de la desesperación”, no resulta eficaz para su propia causa pues “no permite obtener los resultados que la esperanza puede eventualmente garantizar”.

Hessel convoca el recuerdo de Nelson Mandela y de Martin Luther King. Ellos, dice, nos indican “el camino que debemos aprender a seguir”. Porque, para avanzar, sólo existe una conducta: “apoyarnos en nuestros derechos, cuya violación -sea quien sea el autor de ésta-, debe provocar nuestra indignación. ¡No transijamos jamás con nuestros derechos!”.

Finalmente, se declara partidario de una “insurrección pacífica”. En particular contra los medios masivos de comunicación en manos del poder del dinero, y que “sólo proponen a los ciudadanos el consumo de masas, el desprecio hacia los humildes y hacia la cultura, la amnesia generalizada y una competición a ultranza de todos contra todos”.

viernes, 7 de enero de 2011

Medio pan y un libro.

Locución de Federico García Lorca al Pueblo de Fuente Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.

"Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.
Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’.

Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.

(Hacer clik, dos veces, en el árbol para ampliarlo, se ve muy bonito).

Hubo y hay quien no quiso ni quiere a Federico.

viernes, 23 de abril de 2010

Día del Libro, 2010












Este es el PREGÓN de Alberti
La primavera ha venido,
colgando las golondrinas
un libro de cada nido.

La paloma equivocada
hoy ya no se equivocó,
leyendo a la madrugada.

Y el saltarín gorrión,
saltando a saltitos, quiso
seguir también la lección.

Pero el asno preocupado
quiso leer el Quijote,
comiéndolo de un bocado.

El sabiondo elefante,
a trompazos con su trompa,
recitó a Homero y al Dante.

El lobo feroz se cita
con un librero y le compra
un cuento a Caperucita.
Y aquí está lo más bonito:
una pulga un diccionario
le regala a Pulgarcito.

La rosa también leyó,
pero llegando la noche,
ya cansada, se durmió.

Todos los peces quisieron
también leer, y al compás
de las espumas leyeron.

Y el sol y la noche oscura
pasaron toda la noche,
hasta el alba de lectura.

Y hasta la Pájara Pinta
leyó y quiso hacer un libro,
pero se manchó de tinta.
...
¡Vivir leyendo, leyendo!
mientras la paz en el mundo
no se nos vaya muriendo.

domingo, 21 de febrero de 2010

Un libro de Tzvetan Todorov

La vida en común (Editorial Taurus, 2008, traducción de Héctor Subirats). En este libro criticaba las tendencias antisociales e individualistas de nuestra época y defendía la necesaria sociabilidad humana. Me interesó especialmente su planteamiento del reconocimiento como una de las exigencias básicas de la existencia humana. Pero sobre todo me conmovió su humanidad, en el sentido más pleno de la palabra. Como de la frialdad del estructuralismo podía emerger una perspectiva tan cálida respecto a lo humano. En este sentido me encantó este fragmento: “Entre el realismo resignado y el idealismo represivo permanece abierta la vía de las virtudes cotidianas, punto demasiado alejado de nuestras posibilidades, puesto que estas consisten, esencialmente, en preocupación por el otro y por los otros, de los cuales de todas tenemos la necesidad más grande; la moral no nos obliga a combatir nuestra naturaleza, contrariamente a lo que enseñan tanto Kant como el cristianismo. Preocuparse por los otros no significa en absoluto privarse de uno mismo, al contrario; ver esto con claridad puede favorecer tanto el bien común como la felicidad del individuo.”