viernes, 13 de septiembre de 2019

El PIB y su grave error de cálculo. El baremo para medir el éxito de un país no tiene en cuenta los efectos nocivos de la producción

DAVID PILLING
3 FEB 2019 - 00:10 CET

El pasado mes de abril, un cachalote de más de nueve metros de largo quedó varado en la costa de Murcia, en el sur de España. La autopsia reveló que había muerto a consecuencia del impacto gástrico producido por la ingestión de casi 29 kilos de plástico, entre los que había bolsas, sacos y hasta un bidón.

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El mundo ha comprendido demasiado tarde el daño catastrófico que los residuos plásticos causan en nuestro entorno, y en particular en los océanos. Los lectores de este artícu­lo habrán visto playas desde Europa hasta Asia, pasando por el Caribe y las costas de África, desfiguradas por los desechos de plástico que generamos en esta era del usar y tirar.

Desde la década de 1950 se han producido 8.300 millones de toneladas de este material, gran parte de las cuales nunca se han reciclado. Una de las cosas más sorprendentes es que aproximadamente la mitad fueron producidas en el tiempo transcurrido desde 2004, cuando el consumismo que invade nuestras vidas se aceleraba y se expandía a zonas del mundo muy pobladas, como China e India. Si no hay nada que lo frene, el peso del plástico en los océanos pronto superará al de los peces.

Afortunadamente, parece que hemos comprendido los peligros que entraña este material. En Reino Unido, el Gobierno se ha propuesto prohibir la venta de pajitas, palitos y bastoncillos de plástico. También estudia aplicar un recargo obligatorio a los vasos de plástico, 2.500 millones de los cuales se desechan tan solo en ese país. Este mes, Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, anunció que iba a presionar para prohibir totalmente en ese Estado las bolsas de plástico de un solo uso.

Pero lo cierto es que el plástico es solamente una parte pequeña —y muy visible— de un problema mucho más profundo, cuya raíz entronca con una concepción errónea de lo que es el progreso económico.

La emisión de carbono contribuye al PIB. Si el mundo se fríe en el proceso, que se fría

La medida que ha acabado dominando la evolución de nuestras economías es el producto interior bruto (PIB), y desde esta perspectiva, cuanto más plástico produzcamos, mejor. De hecho, ateniéndonos al PIB, cuanto más produzcamos, mejor, ya sean cubos o balas, melocotones o contaminación. El PIB no distingue entre producción buena y mala. ¿Cómo deberíamos decidir entonces qué es bueno y qué es malo?

La clave está en “bruto”, la última palabra del acrónimo. Porque nuestro principal baremo para medir el éxito económico, el PIB, no resta nada. Es decir, no tiene en cuenta ninguno de los posibles efectos secundarios nocivos causados por la producción. Talar un añoso árbol de caoba para hacer una mesa se considera estrictamente un beneficio económico. Si una fábrica vierte sus desechos en un río cercano, también es una acción de lo más positiva. De hecho, si las futuras generaciones deciden limpiar sus cursos de agua contaminados, lo que les cueste volverá a contribuir al PIB.

Probablemente, más allá del plástico, el efecto colateral más destructivo de la producción —lo que los economistas denominan una “externalidad”, lo cual no resulta de mucha ayuda— es el carbono consecuencia de nuestra vida ávida de energía. La emisión de carbono contribuye al PIB. Cuanto más generamos, mejor funcionan nuestras economías. Si el mundo se fríe en el proceso, pues que se fría.

El pasado diciembre un hombre cruza en la India Yamuna, altamente contaminado por residuos tóxicos. GETTY

Preferimos negar que el cambio climático existe —como hizo la petrolera estadounidense ExxonMobil durante décadas y actualmente Donald Trump— antes que hacer peligrar el crecimiento económico. O, dicho de manera más suave, podemos poner en un lado de la balanza el crecimiento económico y, en otro, las emisiones de carbono y llegar a la conclusión de que no podemos sacrificar lo primero para frenar lo segundo. Pero ¿por qué enfrentamos ambas cosas? Sin duda, en un mundo racional estos dos asuntos se evaluarían juntos. ¿Cómo es que hemos llegado a medir el éxito económico de la manera más burda posible?

El producto interior bruto tiene su origen en la Gran Depresión. En 1932, tras ser elegido presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt quiso cifrar el daño que había sufrido la economía del país tras el crash de 1929. Y por increíble que puede parecernos hoy, en aquel momento no había consenso en torno a una única medida a la que poder recurrir para evaluar la economía. El presidente sabía que el paro era alto, que el volumen de los cargamentos que circulaban por el país había descendido, y que la Bolsa se había desplomado. Pero ¿qué había pasado con “la economía”?

Roosevelt pidió al economista y estadístico Simon Kuznets que se pusiera manos a la obra. Kuznets y un pequeño equipo recorrieron EE UU preguntando a las empresas y a los ciudadanos cuánto habían gastado, producido y consumido.

Su objetivo era comprimir toda la actividad económica en una única cifra, mediante el cálculo del “valor añadido” de la economía, es decir, en función de lo que va sumando cada fase de la producción al transformar el trigo en harina, y la harina en pan. Cuando, en 1934, Kuznets publicó sus hallazgos en un artículo —que llevaba el apasionante título de Ingresos nacionales 1929-1932—, reveló que, durante esos tres años la economía estado­unidense había perdido la mitad de su valor. El resultado se convirtió en la base intelectual del new deal de Roosevelt.

Alrededor del 80% de nuestras economías hoy consisten en servicios en cuya medición el PIB resulta totalmente inadecuado

Pero, incluso en su momento triunfal, Kuznets tenía dudas acerca del concepto que había creado y que ha llegado a dominar el pensamiento económico durante los siguientes 80 años. Sin duda, razonaba, la definición de economía no debería contabilizar todo lo que producimos. ¿Debe contarse el armamento? Él creía que no. ¿Y la contaminación? Kuznets pensaba que había que excluir la especulación de la suma, una lección que habríamos hecho bien en tener en cuenta cuando, mientras nos precipitábamos hacia la crisis financiera de 2008, se afirmaba que nuestros bancos, fuera de control, “aportaban” alrededor de un 10% al PIB.

El economista incluso se preguntaba públicamente si no habría que excluir la publicidad, ya que —desde su punto de vista algo paternalista— los brillantes anuncios no hacen sino instarnos a comprar cosas que no necesitamos. Podría haber añadido que esos productos innecesarios tal vez acaben en el vientre de un cachalote.

A partir de estos comienzos, el PIB se ha convertido en la principal manera de calcular la contabilidad nacional, o, dicho en pocas palabras, en la forma en que definimos el éxito económico. Cuando los políticos declaran que quieren “fortalecer la economía”, la cifra número uno que quieren mejorar es el PIB.

En el periodo de posguerra, el PIB se extendió por el mundo, en gran parte gracias a los esfuerzos de instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que insistieron en que los países miembros de sus organizaciones adoptasen métodos de contabilidad comunes. Hasta Rusia y China, que al principio se resistían a adoptar la idea occidental del éxito económico, acabaron sucumbiendo y se entregaron al culto al PIB con mayor avidez aún que sus contrincantes ideológicos.

El auge del PIB ha estado acompañado por otro fenómeno tal vez más insidioso. Se trata de la fusión del éxito de una sociedad con los resultados de “la economía”, siendo ésta un ente abstracto que se trata como si fuese algo separado de la experiencia de un país. Bajo ningún concepto debemos hacer nada que pueda ocasionar algún daño a la preciosa y delicada flor de la economía —cosas como aumentar los impuestos, reducir la contaminación, limitar las horas de trabajo—. Y en un mundo así, los árbitros de nuestras decisiones políticas son los propios economistas.

En Reino Unido, antes de 1950, el Partido Conservador no mencionaba la palabra “economía” —en su sentido contemporáneo— en ninguno de sus programas. En el de 2015, el término aparecía casi 60 veces.

Nos hemos convertido en esclavos de una definición sesgada y restrictiva de lo que la economía significa de verdad. El PIB nació en la era industrial, y es perfecto para medir objetos físicos que se puedan coger con la mano o meter en un carrito, pero resulta inapropiado para la era actual, en la que gran parte de lo que consumimos tiene forma digital y muchos de los bienes que más valoramos —desde el seguro médico hasta los retiros de yoga o los conciertos sinfónicos, por no hablar del aire puro y las playas limpias— no son en absoluto objetos físicos o producidos por el ser humano.

Alrededor del 80% de nuestras economías hoy consisten en servicios en cuya medición el PIB resulta totalmente inadecuado. Por ejemplo, ¿cómo distingue esta cifra entre una comida buena y una mala, o entre un tren japonés rápido y eficiente y uno estadounidense lento e ineficiente? La respuesta es que no puede.

En 1966, el filósofo y economista estadounidense Kenneth Boulding creó dos conceptos: la “economía del vaquero” y la “economía del astronauta”. En la primera, con una población reducida y unos recursos infinitos, lo único racional que se puede hacer es maximizar la producción. No vale la pena que los modelos económicos tengan en cuenta las limitaciones del entorno, ya que los recursos naturales son prácticamente inagotables y la capacidad de dañarlos está limitada por el reducido número de habitantes.

En la economía del astronauta, por el contrario, la población y la presión sobre el medio ambiente son mucho mayores. En un mundo así, puede que maximizar la producción no sea la mejor expresión del éxito económico. Ese es el mundo en el que vivimos. No necesitamos producir más y más discos compactos, puesto que podemos descargar tanta música como queramos sin que tenga prácticamente ningún impacto en nuestro entorno natural. Tampoco necesitamos seguir en la carrera por la producción física ilimitada obedeciendo a una definición errónea del crecimiento económico.

Por desgracia, justamente eso es lo que estamos haciendo. Cualquier intento de reducir la producción física o de señalar las contrapartidas del crecimiento económico (medido de forma convencional) frente al deterioro ambiental es susceptible de ser tachado de freno al progreso económico. Si se midiera de otra manera el “crecimiento” y la conservación del medio ambiente, no tendrían por qué entrar en conflicto, ni ser antagónicos. Si usamos únicamente el PIB para medir el progreso de nuestras economías, la mejora de nuestra vida es a costa del planeta.

David Pilling es editor para África del diario británico Financial Times. Es autor de El delirio del crecimiento, publicado en enero de 2019 por Taurus.

jueves, 12 de septiembre de 2019

Entrevista con Setsuko Thurlow, superviviente de la bomba de Hiroshima. "Si el hombre las fabricó, deberíamos poder deshacernos de las armas nucleares"

Tony Robinson
Pressenza

El 6 de junio, en Pressenza estrenamos nuestro último documental, «El principio del fin de las armas nucleares». Para este largometraje, entrevistamos a 14 personas, expertos en sus campos, que pudieron darnos perspectivas sobre la historia del tema, el proceso que llevó al Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares y los esfuerzos actuales para estigmatizar y convertir la prohibición en eliminación.

 Como parte de nuestro compromiso de hacer que esta información esté disponible para todo el mundo, publicamos las versiones completas de esas entrevistas, junto con sus transcripciones, con la esperanza de que esta información sea útil para los futuros cineastas de documentales, activistas e historiadores a quienes les gustaría escuchar los testimonios grabados en nuestras entrevistas. Esta entrevista es con Setsuko Thurlow, que tenía 13 años el 6 de agosto de 1945, cuando la primera bomba nuclear fue arrojada con ira sobre otra nación. A diferencia de la gran mayoría de sus compañeros de clase, Setsuko sobrevivió gracias a la suerte de ser elegida por los militares para trabajar en una base del ejército japonés a una milla más o menos del hipocentro de la detonación.

Para nuestro documental, sabemos que a los 87 años de edad esta podría ser una de las últimas oportunidades para capturar el valioso testimonio de Setsuko para las generaciones futuras que, con suerte, nunca conocerán el horror de las armas nucleares. Pasamos más de una hora con esta encantadora dama en su casa en Toronto, donde nos contó sobre su infancia en Hiroshima antes de la guerra, el día en que estalló la bomba, la experiencia de ir a la universidad e ir a los Estados Unidos, su activismo antinuclear, la experiencia de hacer campaña por el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares y el Premio Nobel de la Paz.

* Cuéntanos sobre tu infancia en Japón
Mi nombre es Setsuko Thurlow, oriunda de Hiroshima, pero llevo muchos años viviendo aquí en Toronto, mi segundo hogar.

Nací en 1932. Me crie allí. Viví allí hasta que terminé la universidad y luego vine a los Estados Unidos con una beca. Los primeros 15 años de mi vida, crecí en un entorno social muy militarista, fascista y totalitario. No conocía otra forma. La vida no era tan mala. No podíamos tener todo lo que queríamos, buena comida, buenos dulces, chocolate y ropa bonita. Y las cosas estaban restringidas, pero en la primera parte de mi infancia era bastante bueno. Pienso en un gran jardín soleado. A mi padre le encantaba la jardinería, y empleamos a un jardinero que estaba allí la mayor parte del tiempo.

Me hice buena amiga del jardinero. Me enseñó todo sobre árboles, plantas y flores, y cómo recoger los frutos, etc. Así que los recuerdos más tempranos eran de tiempos felices y de mucha gente viniendo a nuestra casa.

Mi padre era una especie de jefe del comando de la familia, según el antiguo sistema, y eso significaba un montón de eventos religiosos, familiares y actividades que tenían lugar en mi casa; ya fuera un servicio conmemorativo por el difunto, o una boda de los primos, etcétera.

Todo sucedía en ese lugar. Por ende, tengo recuerdos felices de esa parte de la infancia. Bueno, un recuerdo que no puedo olvidar es que el jardinero envolvía cada brote de las peonías a finales de mayo, y yo le pregunté: «¿Qué estás haciendo?»

«Bueno, espera hasta este fin de semana y ya verás», y así cuando regresó, empezó a quitar todo el papel de arroz fino con el que envolvió los brotes. Quitó todos los envoltorios. Y todas las peonías en el jardín de repente [habían florecido], y los invitados empezaron a llegar.

Esa es la clase de felicidad que recuerdo. Entonces Japón declaró la guerra, defendió la causa más bien estúpida, atacando Pearl Harbor de esa manera, y el estilo de vida tuvo que cambiar de repente. Durante un tiempo, Japón estuvo bien. Estaban hundiendo tantos barcos americanos, y así sucesivamente, pero pronto Japón comenzó a perder barcos, y aviones y hombres luchando, y así.

Así que nuestro estilo de vida cambió rápidamente. Cada día en la radio llegaban las instrucciones: y ahora racionaremos arroz, racionaremos esto, racionaremos aquello, y la vida se volvió muy restringida y triste, pero nos lavaron el cerebro, ya ves. Éramos descendientes del Emperador, los hijos e hijas de la diosa, y nunca perderíamos en la guerra, y de niña lo creía como todo el mundo.

El día que la bomba explotó

Así que las cosas empezaron a cambiar, como la misma escuela primaria cambió de nombre, «La Escuela del Pueblo» o algo así. Todas las mañanas teníamos que ir, no teníamos abrigos grandes y calientes, nos congelábamos.

Y se ordenó que destruyeran nuestra casa, al menos la mitad de ella, porque tenían que ensanchar la calle para los vehículos y los trenes y todo ese tipo de cosas. Tenían que enviar hombres y suministros a la guerra. Por lo tanto, la ampliación de la carretera fue una de las actividades más populares.

Así que eso significaba que nuestra casa, nuestra propia casa, tenía que ser reducida a la mitad. Tuve que renunciar a eso, así que nos mudamos a otra casa. Mi padre tenía muchas casas, casas de alquiler y nos mudamos.

Y la casa, que fue reducida, se convirtió en un hotel; un hotel para alojar a los hombres japoneses que estaban siendo enviados al campo de batalla, ya ves. Fueron reclutados de todo Japón. Fueron traídos a Hiroshima y pasaron su última noche en Japón, y subieron al barco desde el puerto de Hiroshima.

Así que estaban pasando el último día de su vida en [mi casa]. Yo incluso siendo una niña sabía lo que eso significaba. Ya sabes, dejaron a sus hijos y esposas y así. Y estaban tomando algo de sake y teniendo una fiesta en la última noche.

Bueno, eso se me queda en la cabeza porque en mi propia casa se empezó a albergar a los japoneses que estaban disfrutando esa última noche de sus vidas.

De todos modos, en la primavera de 1945 los ataques aéreos comenzaron a ser graves. Bueno, incluso antes solo venían a investigar lo que había ahí abajo. Pero creo que estaban listos. Ahora, después de capturar la isla de Tinián en el Pacífico, que era una buena ubicación, el avión podía sobrevolar a Japón de un solo salto y comenzar a atacar las ciudades.

Así comenzó el ataque indiscriminado contra civiles, empezando por Tokio y Osaka, Nagoya, todas las grandes ciudades. Tengo entendido que más de 100 centros urbanos fueron quemados. Entonces, nos preguntábamos, ¿cuándo va a ser nuestro turno?

Hiroshima era considerada la décima ciudad más grande de la época, pero incluso las ciudades más pequeñas habían sido bombardeadas. ¿Cómo es eso? No está pasando nada. Bueno, los aviones vuelven todos los días, pero no tiran las bombas. ¿Por qué no? ¿Qué está pasando? Y todo tipo de rumores se extendían.

No sabíamos que los Estados Unidos mantenían intacta Hiroshima para un propósito especial, porque para entonces el Sr. Truman ya disponía de la información. Tuvieron éxito con la primera prueba de la bomba en julio, y él o sus militares enviaron el mensaje: no ataquen Hiroshima.

Bueno, puedes adivinarlo fácilmente. Si quieres probar el nuevo tipo de bomba, entonces quieres atacar la ciudad intacta, en lugar de solo rocas y cenizas. No lo supimos hasta mucho después, y estábamos muy ansiosos.

Así que íbamos a la escuela con instrucciones especiales, con un casco especial en caso de ataque. Tuvimos que ponérnoslo. Siempre llevamos una bolsa llena de productos, y todos los suministros médicos, e incluso algo de comida como frijoles tostados o cosas así.

Oh, qué cambio tan rápido en nuestro estilo de vida. ¿Y adivina qué? Me iba a encontrar con mis estudiantes en la estación esa misma mañana. Los recogí y empezamos la marcha hacia el cuartel general del ejército, y yo decía: «¡Marchen!» y luego llegábamos a la puerta del cuartel general del ejército y decíamos [algo en japonés]. Saludando a la derecha. Ya sabes, se tiene que saludar. Entonces, incluso las niñas de 13 años actuaban como pequeños soldados japoneses. Debíamos comportarnos así.

De todos modos yo era una estudiante de octavo grado, séptimo grado. Sí, tuvimos clases casi regulares en la escuela. Así como aprendí inglés: «This is a pen. This is a pen» [Esto es un bolígrafo. Esto es un bolígrafo]. Así es como aprendí inglés, y eso fue divertido, pero el segundo año, el octavo grado, casi no tuvimos ninguna instrucción regular en el aula. Fuimos enviados a los agricultores para ayudar a la granja y a la compañía donde empacamos las cajas de tabaco que fueron enviadas a la línea del frente.

En otra ocasión, fuimos a una fábrica militar donde producíamos ropa, asegurándonos de que los botones estuvieran en el lugar correcto para los militares. Y luego, varias semanas antes del bombardeo de Hiroshima, creo que debió ser en abril o mayo de 1945, fui seleccionada para ser una de las 30 niñas que fueron enviadas al cuartel general del ejército para aprender a decodificar mensajes secretos. Eso fue divertido, lo aprendimos rápidamente y el 6 de agosto, ese mismo día, se suponía que era el primer día para que actuáramos como asistentes oficiales del ejército.

Ese día, conocí a las chicas en la estación. Marchamos hasta el cuartel general cercano, y las llevé al segundo piso del enorme edificio, el edificio de madera que estaba situado a una milla de la zona cero, y a las ocho de la mañana comenzamos una asamblea. El mayor nos estaba dando una charla de ánimo a unas 30 chicas. «Han sido bien entrenadas. Este es el día en que empiezan a demostrar su lealtad, y da da da da da da da, al Emperador».

«¡Sí, señor! Haremos todo lo posible».

En ese momento, vi en la ventana el tremendo destello. Alguien dijo que era una luz más brillante que el Sol; alguien dijo que decenas de miles de soles estallaban juntos, pero de todos modos. Lo vi y no pude comprender y antes de que tuvieras la oportunidad de comprender lo que estaba sucediendo supe que mi cuerpo estaba volando por los aires.

Sabía que estaba flotando en el aire. Es la última sensación que recuerdo. Después de eso perdí el conocimiento. Luego, cuando recuperé el conocimiento en la oscuridad y silencio totales, supe finalmente que los estadounidenses nos habían atacado. La gente en Hiroshima se preguntaba ansiosamente por qué no habíamos sido atacados cuando todos los demás habían sido atacados, pero incluso yo me di cuenta de que esto debía haber sido obra de los Estados Unidos.

No podía mover mi cuerpo, por ende supe que me enfrentaba a la muerte, pero no sentía pánico en absoluto. Lo acepté con calma. Entonces empecé a escuchar las débiles voces de las niñas, «Madre, estoy aquí. Ayúdame. ¡Dios, ayúdame!» Así supe que no estaba sola en esa oscuridad. Estaba rodeada. Entonces, de repente, una mano fuerte me tocó por detrás. «¡No te rindas, no te rindas! ¡Sigue moviéndote! Estoy tratando de liberarte. ¿Ves la luz que sale de esa abertura? Muévete hacia ella lo más rápido posible. Ahora estoy tratando de liberarte. Vamos, sigue empujando, sigue pateando».

Él me estaba animando, y luego luchamos y finalmente pudo liberarme. Desesperadamente hice lo que me pedía. Para cuando salí, el edificio estaba en llamas. Cuando salí, me di la vuelta y traté de determinar cuál era la situación. Si podía regresar y ayudar a mis amigas. Pero no, no pude entrar. Era…

Entonces miré a mi alrededor y pensé: «Extraño». También sucedió que a las 8:15 de la mañana estaba oscuro, oscuro como el crepúsculo, y entonces empecé a ver en la oscuridad algunos objetos en movimiento, moviéndose alrededor, pero estaban tan silenciosos, tan callados. Nadie chillaba, ni gritaba, ni pedía ayuda ni corría por ahí. No, era una quietud fantasmal. Es una escena muy espeluznante que todavía recuerdo. Entonces esos objetos en movimiento se acercaron a mí y los miré. Para mí era una procesión de figuras fantasmales. No parecían seres humanos. Sus cabellos estaban de punta, encrespados, y la piel y la carne se les estaban cayendo. Algunos llevaban los globos oculares en las manos y muchos simplemente hacían lo siguiente [gestos con las manos]. La piel y la carne colgando. Se arrastraban lentamente hacia las afueras de la ciudad desde el centro de la misma.

Y un soldado dijo —ya que yo estaba en el cuartel general del ejército debe haber habido muchos soldados y oficiales, muchos murieron, pero muchos sobrevivieron— y alguien dijo: «Ustedes, chicas, únanse a esa procesión y escapen a la colina cercana». Así que eso es lo que hicimos, pasamos cuidadosamente por encima de los cadáveres en el suelo.

Y el silencio continuó, pero oímos voces, voces débiles, todos pedían agua, agua por favor, agua. Cuando llegamos al pie de la colina, el lugar estaba lleno de cadáveres y moribundos.

Bueno, había un campo de entrenamiento al pie de la colina del tamaño de dos campos de fútbol juntos, y para cuando llegamos allí el lugar estaba lleno de cadáveres y moribundos, y ellos seguían pidiendo agua. Nosotras tres, bueno, estábamos cubiertas de sangre y así, pero no estábamos heridas gravemente. Queríamos ayudar, pero no teníamos balde, ni tazas para llevar el agua. Así que nos acercamos, lavamos nuestro cuerpo, rasgamos nuestras blusas y las empapamos en el agua, y luego llevamos la ropa empapada a la boca de los moribundos que succionaban la humedad. Eso fue lo único que pudieron conseguir antes de morir.

Imagínate tres o cuatro mil grados centígrados. Ese es el calor de la bomba en el nivel del suelo, y eso los quemó de adentro hacia afuera. Deben haber estado sufriendo mucho. Todo el mundo pedía agua.

Así que sólo unas pocas personas fueron capaces de obtener algo de humedad. No había médicos ni enfermeras.

Miré a mi alrededor y pensé que seguramente los profesionales de la salud deben estar presentes, pero no vi a ningún profesional de la salud entre las decenas de miles de personas que estaban muriendo. Bueno, entre el 80 y el 90 por ciento de los profesionales de la salud también fueron asesinados y los que sobrevivieron trabajaban en un área diferente, no donde yo estaba.

Bueno, creo que la mayoría de gente murió aplastada por los edificios derrumbándose y el incendio. Pero la gente que no fue quemada, como yo, estaba allí. Así que estuve expuesta a la radiación.

Entonces, en el período posterior —bueno, tal vez antes de que hable sobre el período posterior, permítanme contarles algunas cosas sobre lo que sucedió ese día. La mayoría de mis compañeros estaban trabajando en el centro de la ciudad, los alumnos de séptimo y octavo grado de todas las escuelas secundarias de la ciudad fueron llevados a ese lugar, ya que la ciudad tenía un plan especial. Querían destruir todos los edificios y ampliar las calles para estar preparados. Ese es el tipo de trabajo que había para los niños pequeños, y los niños se quitaron las camisas justo en el centro de detonación. Fueron los primeros en, simplemente, vaporizarse, derretirse.

De mi escuela más de 300 estudiantes estaban allí. Yo estoy viva, porque no estuve allí. Estaba en otro lugar, ya sabes, a una milla de distancia. Estaba dentro de un edificio. Fui enterrada por el edificio derrumbado. Debo haber estado protegida, pero esas personas no tenían protección directamente ante [la bomba]; 4000 grados centígrados de calor, simplemente carbonizados, vaporizados. Pero una de las niñas sobrevivió y regresó y nos contó lo que les pasó a las niñas antes de que murieran. Solo se arrastraron. No podían identificarse entre ellas porque estaban tan ennegrecidas e hinchadas, pero por voz podían llamarse, se sentaban juntas en el círculo. Ellas cantaron himnos, por lo que entendí, uno particularmente hermoso, mi favorito [habla el nombre en japonés]. En inglés es algo así como «Lord I am coming near you» [Señor, voy llegando a ti]. Y mientras cantaban juntas, una por una se desmayaron y murieron. Esto es lo que les pasó a mis compañeras de clase. Debido a que una niña sobrevivió y regresó para contarnos esta historia, yo la conozco, y la maestra de mi propia cuñada, ella estaba dirigiendo las actividades de supervisión de esas personas. Tratamos de buscar su cuerpo, pero nunca lo encontramos. Así que dejó huérfanos a dos niños pequeños.

Entonces, esas eran las personas que tenían alguna evidencia tangible de lesiones, ya sea piel quemada o cara hinchada, pero había mucha gente en la ciudad o en las afueras. Se veían bien, por ejemplo, mi tío y mi tía. Cuando supimos que habían sobrevivido, nos alegramos, pero una semana después empezaron a sentirse muy mal. Empezaron a vomitar y a tener manchas moradas por todo el cuerpo, y eso era una señal segura de que iban a morir.

De hecho, murieron. Así que en esos días, nosotros los sobrevivientes, lo primero que hacíamos por la mañana era revisar cada parte del cuerpo y asegurarnos de que viviríamos otro día. Esa es la clase de ansiedad con la que vivíamos.

En el período inmediatamente posterior, la gente se sintió tan letárgica, incluso si no había ninguna evidencia tangible de sufrimiento. [La gente] simplemente no tenía energía y algunas personas se quejaban de estos sobrevivientes. Son inútiles, no trabajan, no pueden trabajar. Así que si el granjero quiere emplearlos, no trabajan porque no son físicamente capaces de hacerlo.

Y mucha gente sufrió con cicatrices, una cicatriz muy mala. No se veían bien. Así que algunas personas desconsideradas empezaron a llamarlos fantasmas, y así sucesivamente. La alienación social y la discriminación eran reales. Así que esas chicas con ese tipo de piel, ya sabes, perdieron la oportunidad de un trato igualitario, para cualquier cosa: empleo, matrimonio, vivienda y todo lo demás.

Así que no fue sólo el daño físico, sino también social y psicológico. En todos los sentidos, la ciudad desapareció.

¿Cuál fue la experiencia de ir a la universidad y venir a los Estados Unidos?

Sí, lo impensable sucedió. Japón nunca pensó que perderíamos la guerra. Lo hicimos y tuvimos que sobrevivir día a día. Supervivencia. Estábamos hambrientos. Tengo un gran respeto por las mujeres que estaban decididas a mantener alimentadas a sus familias. ¿Dónde encontraron la comida?

Pero de todos modos, algunos funcionarios que sobrevivieron, inmediatamente empezaron a trabajar, contactando a los militares, [para averiguar] si quedaba algo de ropa y comida, y tratar de distribuirlas a la gente hambrienta, pero ya sabes que durante 12 años el gobierno central, el gobierno nacional, no movió un dedo para ayudarnos. Por supuesto, puedo decir que estaban totalmente desorientados, porque eran ellos los que creían firmemente que éramos los descendientes, y el Emperador, y todo eso, el mito, y estaban totalmente inmovilizados y no podían pensar en la gente pobre que sufría.

No sabían qué hacer. Pero aún así, eso no es excusa. ¡Durante 12 años! Si el gobierno hubiera podido ayudar a los supervivientes dándoles mantas, por ejemplo, dándoles consejo… [como] que no durmieran en el suelo contaminado de la ciudad, y cosas así.

No se proporcionó información, ni mantas ni alimentos. Así que los sobrevivientes que no tenían amigos ni parientes fuera de la ciudad solo dormían en ese suelo contaminado. Una vez más, fueron los primeros en ir.

En mi caso, fuimos muy afortunados, y siempre me siento mal, pero cuando pienso en la gente que no tenía elección. Bueno, fuimos a las afueras de la ciudad donde mi tío nos acogió, nos dio de comer, nos alojó y nos vistió, ya que él mismo perdió a dos hijas. Nunca regresaron de la ciudad, y tres hijos estaban luchando en la guerra en China o en algún lugar. Estaba solo con su esposa y su hijo mayor. Así que tenía mucho espacio y mucha comida y nos acogió. Pero los sobrevivientes tuvieron que escapar de la ciudad, y cuanto más lejos iban en Japón, menos información tenían sobre este nuevo tipo de bomba. El sistema de comunicación era tan pobre en ese momento y el sistema estaba roto.

Él dijo: «¿Quiénes son esas figuras fantasmales?» Así que la discriminación social era real.

Ahora bien, más tarde, los Estados Unidos establecieron algo llamado ABCC por sus siglas en inglés, la Comisión de Víctimas de Bombas Atómicas en Hiroshima y Nagasaki.

Así que la gente estaba tan feliz. Por fin vamos a recibir atención médica, suministros médicos. Pero no. Su único propósito era estudiar los efectos de la radiación en el cuerpo humano, pero no dar suministros o ayuda médica.

Cuando la gente lo descubrió, ya puedes imaginarte. Sentían que simplemente nos estaban usando como conejillos de indias. Primero haciendo pruebas con nosotros, y ahora estudiándonos como sujetos de investigación médica.

De forma que los Estados Unidos debían haberse estado preparando para futuros eventos similares a este. Fue exasperante y la gente estaba por supuesto muy enojada. Esto ocurrió bajo el liderazgo del general MacArthur, que se convirtió en el comandante supremo de las fuerzas aliadas, después de que Japón se rindiera.

La persona que considerábamos como un dios y un descendiente de Dios simplemente desapareció en otro lugar. Ya no estaba [en la escena], fue MacArthur quien nos hizo una declaración clara a nosotros, a los japoneses: «Vine a Japón para lograr dos cosas: una era desmilitarizar a Japón y, en segundo lugar, democratizar a Japón».

¡Genial! Creo que muchos de nosotros, mucha gente se sintió aliviada de que la guerra hubiera terminado. Después de todo, sufrimos de guerra durante 15 años. Crecí sin saber [nada más], ya sabes, conociendo los tiempos de guerra. Así que la democracia. ¿Cómo es la democracia? ¿Qué se supone que es? Y estábamos ansiosos por aprender. Y aprendimos que, bueno, las mujeres pueden ser tratadas igual que los hombres. ¡Buenas noticias!

Verás, yo era un estudiante en una escuela cristiana, una escuela privada. Así que ese fue el comienzo de mi período posiblemente feliz. Estaba en una escuela donde nos decían: «Los tiempos han cambiado. Las mujeres pueden ser igualmente activas en la sociedad», y se le dio mucho ánimo a eso. El nuevo edificio fue construido en el centro de la ciudad, el primero, y los maestros estadounidenses comenzaron a regresar a Hiroshima. Tuve muchas buenas ideas, como empezar periódicos para las chicas de la escuela secundaria, y me convertí en la presidenta del club estudiantil más grande, lo llamábamos YWCA.

Y los chicos en la Universidad de Hiroshima también tenían su YMCA. Hasta entonces nunca habíamos trabajado con estudiantes varones, pero por primera vez podíamos tener actividades juntos. Y esa fue una experiencia muy refrescante, por lo que creo que en esa época se estaba formando el activismo.

Hicimos mucho trabajo. Sí, entonces la líder de la YWCA de Tokio se postulaba para el Parlamento, creo. Recibimos la noticia, y estábamos muy orgullosos y queríamos apoyar. ¿Puedes imaginar una versión joven de mí ayudando con las elecciones, dando discursos por ella y viajando con ellos, etc.? Y lo disfruté mucho. Fue un momento feliz, pero por otro lado de mi vida en ese momento, fue muy serio, después de haber experimentado ese caos total y la repentina desaparición del medio ambiente al que se está acostumbrado.

Empiezas a preguntarte de qué se trata todo esto. ¿Cómo es que pasó esto? Cuando en la escuela hablan del amor de Dios, se supone que los cristianos se aman los unos a los otros, pero fue un país cristiano, los Estados Unidos, el que hizo algo así. Mi mente estaba llena de preguntas y me lo tomé en serio. No estaba solo editando plácidamente el periódico estudiantil. Ya sabes, me tomó mucho tiempo. Fui a la escuela temprano en la mañana, antes de que vinieran todos, y había una sala de oración especial donde podíamos tener un diálogo personal con el maestro, así que hice preguntas y los maestros fueron muy receptivos. Ellos sabían las luchas que estábamos teniendo emocionalmente, espiritualmente, psicológicamente, y yo realmente les doy genuino crédito a esos dedicados maestros. Después de todo, pasé 10 años desde la secundaria, la universidad, 10 años en ese ambiente con profesores comprensivos, sensibles capaces de empoderarte, y ellos escucharon nuestra lucha.

Estábamos totalmente perdidos. Y… luego de unos 4 años de debate conmigo misma, con mentores y amigos, esto es lo que yo quería hacer, y me uní más a la Iglesia Cristiana.

Creo que el activismo de la Iglesia Cristiana, el énfasis de servir al prójimo, fue muy importante para mí, no solo para nosotros mismos, sino para trabajar juntos en la comunidad.

Por ejemplo, en aquel momento estaba en la escuela secundaria, leí el informe anual del Consejo Mundial de Iglesias y me encuentro con una definición. Decía: «La paz no es solo la ausencia de guerra, sino la lucha por garantizar la justicia para todas las personas», algo así.

Como recuerdo en aquellos días, nunca usamos las palabras «justicia social». Ahora las usamos, pero no en esos días, y luego también decía dar o proveer a toda la gente: a toda la gente, eso era importante, no segregando a los ricos o a los pobres, a los mejor educados y a los incultos, porque incluso en Japón en esos días, había algún tipo de sistema como «yo vengo de una familia samurái por encima de los plebeyos» ese tipo de cosas. Aquí [en la iglesia], hablamos de toda la gente, comunistas o gente que ellos…

Bueno, no estaba segura de lo que es el Consejo Mundial de Iglesias, pero estaba interesada en aprender más sobre el cristianismo. Supongo que cada vez que podía iba a la biblioteca a leer sus publicaciones, y se me ocurrió decir: «¡Oye, esta es una gran idea! Sí, la paz no es solo la ausencia de guerra». No. Es fácil de entender, pero para todas las personas, quiere decir sin discriminación, para todas las personas. Igualdad. ¡Guau! ¡Y justicia social! ¿Qué significa eso? ¿Qué incluye eso? Igualdad y, ya sabes, derechos humanos, etc. Nunca supimos lo que eran los derechos humanos. Así que este tipo de estímulos siempre me hacían preguntarme, y yo siempre decía: «¿Qué significa esto? ¿Qué significa eso?» Y yo estaba llena de preguntas, y estoy contenta de estarlo. Y pregunté y obtuve mucho, y por eso decidí: «Bien, así es como voy a vivir».

Poco antes de que ocurriera el atentado, la ciudad decidió que todos los niños de la escuela primaria, desde el quinto grado en adelante, debían ser evacuados de la ciudad porque estábamos anticipando el ataque. Así que esos cinco mil niños fueron trasladados fuera de la ciudad.

Entonces la guerra terminó, y luego regresaron a la ciudad. No había ciudad. No había casas. No habían padres. Cinco mil niños sin la ayuda del gobierno central. ¿Cómo sobreviven? Empezaron a correr sobre las cenizas en los escombros. En el mercado negro, aprendiendo a ganar unos cuantos yenes. Robo de carteristas. Ese tipo de actividades delictivas insignificantes. Bueno, el ministro de mi iglesia era una de esas personas que estaban allí para tratar de ayudar a esos niños, recaudar dinero y levantar orfanatos aquí y allá, y también habían muchas familias a las que padres e hijos nunca volvieron después de la guerra. La mujer tenía que alimentar a los bebés y a los niños. Una fuerza asombrosa la que tiene una mujer.

Pero no tenían dónde vivir, así que no solo orfanatos, sino también hogares de mujeres y casi todas las necesidades humanas básicas debían ser satisfechas, y la gente que estaba convencida de su responsabilidad simplemente se mantenía ocupada; y el ministro de mi iglesia fue uno de ellos.

Y fue criticado por mucha gente. Como ministro de la iglesia, su trabajo es permanecer en su estudio y preparar un sermón para el próximo domingo, cosas así, incluso entre la congregación.

Estaba tan orgullosa. Él dijo: «Bueno, no vale la pena hablar de la fe cristiana sin acción». Siempre enfatizó el amor y la acción. Así que estaba viendo cómo trabajan los adultos en lo posterior a esa sociedad. La forma en que trabajaron influyó en los niños más pequeños para que respondieran a la así llamada situación de crisis.

No tienes que hablar mucho, solo tienes que actuar; luego observamos y sabemos lo que está bien, y así es como quiero vivir. Así que cuando me gradué de la universidad, ya sabía en qué campo quería trabajar. Quería ser trabajadora social. Hablé con la presidenta, graduada de la Universidad de Columbia, y me dijo: «Sabes, Setsuko, ahora los tiempos han cambiado. Las mujeres pueden hacer cosas importantes. Tú ve y aprende sobre el trabajo de grupo, el liderazgo de grupo. Necesitamos ayudar a las mujeres de esta ciudad. Ve y estudia esto y lo otro y regresa para liderar a las mujeres de Hiroshima».

«¿Qué? ¿Para ser un trabajador social tienes que ir a la universidad?» Con buena voluntad, cualquiera puede hacerlo.

«Sí, cualquiera, pero hay nuevas formas de pensar. Puedes estudiar teoría y práctica y demás. Puedes ser más eficiente».

Así que con ese tipo de discusión, me llegó la oportunidad de obtener la beca para venir a los Estados Unidos y estudiar. Es debido a eso, sí.

Pero debo decirte que fue en 1954 cuando me gradué, y ese fue un año muy importante para nosotros. Los estadounidenses habían estado probando bombas de hidrógeno, pero creo que el primero de marzo de 1954, los estadounidenses probaron la bomba de hidrógeno más grande en el atolón Bikini en las Islas Marshall y eso desato furia, porque había muchos barcos pesqueros alrededor. Y los americanos dicen que enviaron una advertencia, pero había muchos de ellos y uno de ellos era japonés, además un pescador murió. Todos los miembros de la tripulación estaban cubiertos [de radiación] y así todo Japón se despertó.

[Antes sólo Hiroshima y Nagasaki] pero ahora Bikini, mira cómo están destruyendo el medio ambiente, y la gente está mostrando los mismos tipos de síntomas que nuestra gente en Hiroshima y Nagasaki.

Estados Unidos, ¡esto es imperdonable! Y en ese momento todo Japón se despertó a la realidad. Verá, el sistema de comunicación no era tan bueno en ese momento, y MacArthur reinaba y todo el mundo era una especie de [gestos serviles], luego hubo bastante opresión, de modo que la gente no era tan libre, ni siquiera la prensa era libre para escribir sobre ello.

Así que a ellos [los EE.UU.] les importa un bledo en este momento. Acaban de explotar (una bomba). Ese fue el comienzo de la mayor acción social en la historia de Japón, y ese fue el verano en que tomé un barco desde Japón. Pasé dos semanas en el Pacífico. No es un océano Pacífico, es un océano cruel, y llegué a los Estados Unidos, y llegué a Virginia, donde fui a estudiar, y la gente de los medios de comunicación sabía lo que estaba pasando en el Pacífico, lo molestos que estaban los japoneses, y aquí viene un sobreviviente de Hiroshima, y se encontraron con el barco e inmediatamente me preguntaron qué sentía al respecto. Entonces, ¿qué más podía hacer? Dije que las pruebas tienen que parar, que hay que detener la destrucción del medio ambiente, y que hay que cuidar a los heridos, y que la gente en Japón sigue sufriendo y muriendo de leucemia y de todo tipo de cánceres. Les dije cosas negativas, al día siguiente empecé a recibir cartas de odio, cartas de odio sin firmar.

Esa fue la introducción a la vida estadounidense, y me dijeron: «¿Quién inició Pearl Harbor? ¡Vete a casa!» Pero acababa de llegar, no podía volver. ¿Puedo vivir aquí en este país? ¿Cómo voy a sobrevivir aquí? ¿Finjo como si no supiera nada y no tuviera experiencia? ¿Ponerme la cremallera en la boca? Fue una experiencia traumática. No podía ir a la escuela, es decir, no podía ir a clase. No podía concentrarme, así que me quedé solo en casa del profesor durante una semana entera. Y oré y sufrí, pensé, y fue el momento más solitario, pero en reflexión siento que fue un momento importante que me dio la oportunidad de hacer realmente el examen de conciencia. ¿Cuál es el valor de mi vida?

¿Cuál es el propósito?

Bueno, mi trabajo es compartir mi experiencia en Hiroshima, y lo que significa vivir en la era nuclear, el horror que eso trae a la humanidad, y no debemos permitir que eso vuelva a sucederle a otro ser humano. Ese es mi mensaje, y no puedo dejar de hablar de ello. Voy a seguir hablando. Esa fue la decisión. Reflexionando, ¿cómo podría hacer eso? Ya sabes, solo. Yo fui capaz de hacer eso. Estoy agradecido y empecé a leer desesperadamente los artículos de la gente. Y la única persona cuyos escritos me influyeron mucho fue el profesor Richard Falk.

Él era el especialista en derecho internacional de la Universidad de Princeton, por supuesto, yo empecé a leer. ¡Oh! estaba tan feliz, porque me había sentido tan sola, y los estadounidenses no ven las cosas como yo, pero aquí hay un hombre que apoya mi idea, y así cuando lo conocí, cuando me escribí con él, ¡cómo me rescató! Realmente me dio poder. ¿Nos escribimos ahora? Sí, ahora vive en la costa oeste.

Así que conocí a cientos de esos líderes que me hicieron reflexionar y me ayudaron.

¿Conociste a Martin Luther King?
No tuve tal suerte. No. Lo conocí en la pantalla, sí. He estado en su escuela, sí.

Entonces, ¿fue en 1954 cuando empezaste a involucrarte en el activismo nuclear?
Formalmente, sí, creo que empecé a actuar, aunque la necesidad de nuestra dedicación y el compromiso que sentí fue mucho antes, cuando estuve en Hiroshima, porque se convirtió en una ciudad de paz, y todo el mundo estaba por la paz, y se construyó el Cenotafio, y todo eso. Todos hicimos ese compromiso, hicimos un juramento.

Después de todo, todos nuestros seres queridos y los amigos, compañeros de clase… No puedo vivir con eso. Nos aseguraremos de que tu muerte no sea intrascendente.

Sí, eso es lo que siempre siento. Cuando pronuncié mi último discurso en las Naciones Unidas ese día, cuando votaron a favor del tratado.

Entonces, ¿cómo te involucraste con ICAN?

Durante muchos años he estado haciendo la así llamada educación para el desarme, hablando con gente joven o cívica como el Club Rotary y el Club de la Mujer, entre otros.

Lo he estado haciendo, pero poco a poco empecé a recibir invitaciones a conferencias internacionales, conferencias de la ONU, etc., y creo que fue en 2007, cuando el grupo de médicos de Ottawa me invitó. «Por favor, ven. Estamos celebrando la reunión inaugural del grupo. Vamos a llamarlo ICAN». Pensé que ese sería otro gran grupo, pero no estaba pensando, ya sabes.

De todos modos, muchos políticos y muchos médicos, muchos estudiantes de medicina de universidades cercanas, el lugar estaba en el edificio del Parlamento, dentro de él, y yo iba a ser oradora. Así que les conté algo de mi experiencia personal, y luego del lado humanitario…

Después de todo, son las personas las que sufren, y esto se ha olvidado en nuestro debate. Siempre están hablando de estrategias y de disuasión y todo ese tipo de cosas. Así que hice hincapié en el riesgo para la humanidad y que para los profesionales de la medicina su trabajo es servir a la humanidad. De todos modos sí hablé, pero en ese momento nunca pensé que ese pequeño grupo sería el gran grupo global. Nunca tuve esa [idea], pero de todos modos ese fue el comienzo.

Y luego fui a Nayarit en la India (sic) y conocí a miembros de ICAN y me quedé asombrada. Les dije cuando me pidieron un discurso espontáneo. Les dije que ustedes saben que he estado trabajando muchos, muchos años como sobreviviente compartiendo mi experiencia, mis aspiraciones y mis deseos y sueños y entre otras cosas, y en la mayoría de las reuniones [hay] un montón de gente con cabello blanco, de mediana edad y eso.

Pero aquí, ¡Guau! Había mucha gente joven y tan apasionada, enérgica, creativa y bien informada también, mentes muy estudiadas, y tan comprometida. Estaba tan emocionada y creo que debo haber compartido la sensación de alegría. Fue una sorpresa para mí, una sorpresa muy agradable, y después de eso he hecho varios viajes a Alemania e Inglaterra y a otras partes de Europa, pero vienen jóvenes. Fui a la escuela de medicina, y creo que fue en Berlín, sí, algunos no sabían nada sobre el tema, pero otros empezaron a estudiarlo, y estaban tan ansiosos de aprender. Fue una experiencia tremendamente empoderante, darse cuenta de que finalmente algunas personas del mundo no la están evitando. Quieren aprender, averiguar en qué mundo viven. ¿Cuál sería su responsabilidad? Eso me dio esperanza, de verdad.

Así que disfruté trabajando con esa gente.

¿En qué pensabas cuando se aprobó el tratado?

En ese momento, mi mente no funcionaba normalmente. Estaba casi entumecida. ¿Lo he oído bien? ¿Lo estoy viendo bien? Tuve que convencerme a mí misma. Tomó tiempo, y luego me quité las gafas, cerré los ojos y las lágrimas empezaron a caer.

Finalmente me di cuenta de lo que significa y lo primero que me vino a la mente fue compartir esta gran noticia con todos los seres queridos que hubieran querido oírla.

Lo hice en mi oración. Así que yo estaba detrás de la gente, mi psique no funcionaba de la manera normal, pero me puse al día. Un momento inolvidable.

¿Qué pasó cuando se anunció el Premio Nobel de la Paz?

Aquí mismo, este lugar estaba lleno de periodistas y fotógrafos japoneses. Y ese teléfono está allí. Si pasara algo, ese teléfono sonaría. Así que querían que me sentara allí, para poder tomarme una foto al recibir [una llamada].

Les dije: «No. Eso no sucederá». Pero tenemos que estar listos por si acaso. Así que eso es lo que pasó. Alrededor de las 6 de la mañana, creo, me di cuenta de que nadie había llamado.

No, ese teléfono no sonó, pero otras personas [en sus teléfonos podían ver y decir], «Oigan. ICAN lo consiguió». ¡Oh! Un gran, gran rugido aquí, sí. Y alguien me sacó una foto loca y dije: «GUAU». Los periodistas japoneses tomaron esa foto, sí.

Fuiste a Oslo para la ceremonia. ¿Cómo fue la experiencia?

De todos modos, el Comité Directivo Internacional de ICAN celebró una conferencia, y [se decidió que] Beatrice, la directora ejecutiva iría, pero aparentemente todo el mundo decidió que yo debería estar allí, compartiendo la conferencia.

Oh, realmente no tuve la oportunidad de discutir con ellos el por qué. Solo puedo adivinarlo, pero de todos modos ninguna persona se detuvo, todos pensaron que era apropiado que me invitaran a compartir ese glorioso momento juntos.

Así que sí, fui. ¿Ahora me estás preguntando mi experiencia en Oslo?

Bueno, por supuesto, estaba tensa, pero físicamente no estaba muy bien, pero no lo sabía. Solo cuando volví, el médico me dijo: «Oye, tenemos que operarte ahora mismo». Así que tuve dos operaciones, dos hospitalizaciones por aquí. No es de extrañar que no me sintiera animada cuando estaba allí, pero, de todos modos, no lo sé.

¡Te tratan como a una reina! ¡El tratamiento estrella!

Sí, el vicepresidente del Comité Nobel vino al aeropuerto a buscarme.

Fue increíble. Me senté con la reina y el rey en la cena, y sí, ojalá hubiera estado más despierta y observado todo. No percibí alrededor del 75% de lo que estaba pasando.

Ahora que tenemos el tratado, ¿cuáles son sus esperanzas y sueños para los próximos pasos? ¿Qué resultará de este proceso del Tratado de Prohibición?

Bueno, me gustaría que este tratado entrara en vigor. ¿Así es como se dice?

Tenemos muchos más países, que debemos convencer. Así que ese es el objetivo inmediato. Creo que todos estamos trabajando. El mes que viene viajaré a Japón, y hablaré mucho con la gente y con algunos políticos, como el Primer Ministro y el Ministro de Asuntos Exteriores, entre otros.

Estoy dispuesto a reunirme con cualquiera y quiero convencerlos, si está dispuesto a escuchar, y se están organizando muchas entrevistas de prensa y demás. Así que esa sería una buena oportunidad para decir lo que pienso.

Realmente siento que Japón debería proporcionar liderazgo, lo que no ha hecho sólo por su relación con Estados Unidos, y creo que es una cosa muy cobarde, además, lo que dicen y lo que hacen son dos cosas diferentes.

Bueno, políticamente tienen que decir a nivel nacional: «Oh, somos la única nación bombardeada con armas nucleares, por lo tanto tenemos la responsabilidad moral de proporcionar liderazgo hacia el desarme». Eso es lo que dicen por razones políticas, pero cuando vienen a la Casa Blanca o al Pentágono, todo lo que hacen es inclinarse, «sí señor, ¿cuán alto señor?»

La sumisión total y la gente simplemente no tiene la fe, confía en ese tipo de relación, hablando cosas diferentes desde ambos extremos de la boca, creo.

Si tienes una idea brillante, dímela. Solo tengo que hablar como un ser humano que lo experimentó, pero creo que, después de todo, estamos hablando de seres humanos y ahí es donde tenemos que poner nuestro enfoque y atención. Y no hacen nada en ese sentido. No.

¿Qué les diría a los jóvenes que tal vez piensen que eliminar las armas nucleares es demasiado difícil? Yo preguntaría, ¿qué quieren decir? ¿Por qué creen que es demasiado difícil? ¿Quién ha dicho eso? ¿Dónde escuchaste ese tipo de cosas? Sí. Es una gran suposición la que estás haciendo.

Bueno, el hombre las fabrico, deberíamos poder deshacernos de las armas nucleares. Tenemos ese tipo de poder científico.

Comisión de Víctimas de la Bomba Atómica

Creo que hay una cosa en particular de la que te hablé, la Comisión de Víctimas de la Bomba Atómica, que solo estudiaba el efecto de la radiación en los cuerpos humanos, pero no para ofrecer el tratamiento o la medicación ni nada. Lo dejé claro.

Sí, eso fue una barbaridad.
Sí, lo sé, totalmente y eso fue un año después de la experiencia.

Otra cosa que tengo que decirles, creo que les dije que el General MacArthur dijo que queríamos lograr dos cosas: la desmilitarización y la democratización. Genial. Suena muy bien, y ha hecho grandes cosas, como dar a las mujeres el voto. Eso es estupendo. Ayudar a los sindicatos a ser activos, un sistema financiero, un sistema educativo. Algunas reformas se llevaron a cabo, ¡es genial! Pero en lo que respecta a Hiroshima y Nagasaki, el hizo todo lo contrario de la democratización.

Esto es lo que él hizo. No deseaba que el mundo entendiera el sufrimiento humano causado por esas bombas, por lo que introdujo la censura. La prensa no era libre de escribir sobre el sufrimiento humano. Podían escribir sobre lo triunfantes que eran las pruebas científicas, pero, ya sabes, lo hicieron desarrollando bombas poderosas, eso estaba bien. Se puede hablar muchas veces, pero sobre el sufrimiento humano, no había que escribirlo, y algún periódico escribió sobre ello, y fue cerrado. Su trabajo fue terminado, no se escribe sobre Hibakusha, el pueblo que sufre, porque Estados Unidos no deseaba la reacción del resto del mundo, y también de sus propios contribuyentes.

Y no sólo eso, empezaron a confiscar cosas personales entre los sobrevivientes, algunas personas guardaban diarios, o fotos, fotografías, diapositivas, todo tipo de cosas, ya sabes.

A los japoneses les gustan los poemas, largos y cortos. Cuando estaban sufriendo, por haber perdido todo. Lo que hay ahí, el corazón está lleno, los pensamientos tenían que salir. Lo único que podían hacer era escribir un diario y hacer poemas, esa era su manera de sanar.

Pero esas cosas eran demasiado peligrosas. Todos fueron confiscados, 32.000 artículos en total, y fueron enviados de vuelta a los Estados Unidos.

Así que estos son dos ejemplos concretos que te doy. Todo el desarrollo de la era nuclear, no sólo el sistema de armas, sino también la preparación psicológica y sociológica.

Así que si no tengo que viajar y hablar, quiero sentarme, leer y escribir. En realidad, eso es lo que quiero hacer a partir de ahora porque tengo problemas de movilidad. Me gusta escribir. Hay mucho más que compartir con el mundo.

Traducción: Melina Miketta

Fuente:
https://www.pressenza.com/es/2019/08/entrevista-con-setsuko-thurlow-superviviente-de-la-bomba-de-hiroshima/

Un modelo fracasado sin desnutrición, una dictadura con record de elecciones.

José Manzaneda
Cubainformación

El periodista Manuel Durán ha pasado un año y 100 días en una prisión (1). Pero como no ha sido en Cuba, sino en EEUU, donde fue arrestado mientras cubría una protesta contra la detención de inmigrantes, solo lo leemos en la prensa alternativa (2).

Hay decenas de notas sobre las penurias y la escasez de alimentos en Cuba, que apuntan a que, allí, el modelo económico, “no funciona” (3). Pero los escasos medios que hablan de la desnutrición en Honduras –que afecta al 77% de niños y niñas, según Unicef- no hacen la menor crítica a su modelo de libre mercado, supuesta solución a los problemas de Cuba (4). País –por cierto- con desnutrición infantil cero (5).

En Washington, una “pareja de ancianos se suicida por no poder pagar sus gastos médicos” (6). No es una simple noticia de sucesos. Es la realidad de un país donde, cada año, 530.000 familias se declaran en bancarrota por las facturas médicas (7). Un drama –por cierto- imposible de ubicar en Cuba, cuyo sistema universal de salud ha sido catalogado por la Organización Mundial de la Salud, en varias ocasiones, como “un ejemplo mundial a seguir” (8).

Nos dice “El País” que el actual “jefe del Ejército de Colombia dirigió una brigada acusada de matar a civiles” (9). Que estaría implicado en al menos 283 ejecuciones extrajudiciales, realizadas durante la presidencia de Álvaro Uribe, quien sigue siendo el jefe político del actual presidente Iván Duque (10). No leemos, sin embargo, condena alguna al gobierno, al “régimen” colombiano. Pero ¿verdad que cambiaría la “intensidad informativa” del caso de ocurrir en Venezuela (11)?

En julio, más de 150 migrantes morían en Libia, en “el naufragio más mortífero” del año en el Mediterráneo, según “El Mundo” (12). Este diario atacaba a los “señores de la guerra”, por maltratar a los migrantes e internarlos en centros infrahumanos. Qué curioso. Porque “El Mundo” fue uno de tantos órganos de la propaganda contra Gaddafi de estos “señores de la guerra” (13) (14), que convirtieron el país con mayor desarrollo social de África en un estado casi… medieval (15).

Colombia produce el 70% de la cocaína mundial (16), siendo EEUU el mayor consumidor. Pero la prensa corporativa nos asegura que el narcoestado es… Venezuela (17). En junio era detenido en Sevilla, con 39 kilos de cocaína, un militar de la comitiva del presidente brasileño Jair Bolsonaro (18). Fue apenas noticia de un día. Pero ¿se imaginan que el militar hubiera sido venezolano?

Porque Venezuela sigue siendo tema informativo diario. Una dictadura, nos dicen (19). Un tanto extraña, porque, en 20 años, el chavismo ha convocado 25 procesos electorales: 6 presidenciales, 4 parlamentarios, 5 regionales, 5 municipales, 2 constituyentes y 3 referendos (20).

Un país en “crisis humanitaria”, nos aseguran (21). Curioso, porque Naciones Unidas-Hábitat ha reconocido a Caracas como líder en el "derecho a la vivienda" para su ciudadanía (22), tras haber construido, en ocho años, 2.800.000 viviendas sociales (23). Una noticia que no leeremos en ningún medio corporativo. ¿Por qué será?

Notas (1) https://www.democracynow.org/es/2019/7/12/titulares/salvadoran_journalist_manuel_duran_released_from_ice_jail_after_15_months

(2) https://www.infobae.com/america/america-latina/2019/08/21

miércoles, 11 de septiembre de 2019

La pena de muerte como arma política. La ejecución de Ethel y Julius Rosenberg

Rossen Vassilev Jr.
Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

El 19 de junio [de 2019] se conmemoró el sexagésimo sexto aniversario de la ejecución de Julius y Ethel Rosenberg, una joven pareja judío-estadounidense de la ciudad de Nueva York, cuya supuesta culpabilidad como “espías atómicos” soviéticos nunca se ha demostrado, a pesar de las muchas mentiras, falsificaciones y otro tipo de engaños de la propaganda blanca, gris y negra arrojados contra ellos desde entonces. Quienes son partidarios del absolutismo moral creen que todo asesinato es inmoral, excepto en casos de legítima defensa justificada o quizá en casos de asesinatos por misericordia o suicidios asistidos médicamente (“eutanasia”). Esa es la razón por la que todas las naciones europeas han abolido la pena de muerte. Excepto en los antiguos países comunistas de la Europa del este, la tasa de crímenes violentos de Europa (incluida la tasa de asesinatos) no ha aumentado a consecuencia de esta drástica reforma legal (Rachels & Rachels 149-150). La pena de muerte es especialmente controvertida e indefendible moralmente cuando se aplica a delitos que no son de sangre, como la deserción militar en tiempo de guerra o la “alta traición” (espionaje) en tiempo de paz. Un caso particularmente escandaloso de “alta traición” fue el de Ethel y Julius Rosenberg, a los que se acusó falsamente de ser “espías atómicos” de Moscú y fueron electrocutados el 19 de junio de 1953 por algo que el director del FBI J. Edgar Hoover calificó de forma grandilocuente de “crimen del siglo”. Muchos años después un eminente experto en derecho, formado en la Facultad de Derecho de Harvard, concluyó de forma inequívoca que “por muy controvertido que fuera, el caso Rosenberg también fue un enorme error judicial. Nadie puede estar orgulloso de lo que hizo la justicia estadounidense en el caso Rosenberg. Merece un lugar especial en la conciencia de nuestra sociedad” (Sharlitt 256).

Sin embargo, los fanáticos “patriotas”, que antaño condenaron injustamente y asesinaron a los Rosenberg, ahora quieren juzgar y condenar a muerte por “alta traición” a Edward Snowden , exempleado de la National Security Agency (NSA, Agencia de Seguridad Nacional) que denunció las prácticas ilegales de esta organización y ahora está fugitivo. Gracias a Snowden ahora sabemos que la NSA ha estado espiando a ciudadanos y ciudadanas estadounidenses, grabando y almacenando en secreto todas sus comunicaciones privadas. Otro posible objetivo futuro es Julian Assange , el famoso aunque controvertido director y fundador de Wikileaks, en caso de que este periodista australiano conocido por el Russiagate sea extraditado de Gran Bretaña y juzgado en Estados Unidos. Este artículo trata del abuso por parte del gobierno [estadounidense] de la pena de muerte como castigo y arma política casi legal, como ocurrió en el juicio injusto y la ejecución de los Rosenberg acusados de espiar en tiempo de paz, un acontecimiento que históricamente se conoce como “el punto culminante de la Era McCarthy” (Wexley xiii).

La Era McCarthy
En 1948 comenzó la era del macartismo, la tristemente célebre histeria de acoso al rojo del Estados Unidos de postguerra. El término “macartismo” proviene del nombre del entonces recién elegido senador republicano por Wisconsin, Joseph McCarthy . Como miembro de la Subcomisión Permanente de Investigaciones del Senado el senador McCarthy persiguió a las personas comunistas que supuestamente operaban dentro del gobierno demócrata del presidente Harry Truman, especialmente en el Departamento de Estado del general George C. Marshall, al que se culpó de haber “perdido a China” frente a los comunistas chinos de Mao Tze-Tung apoyados por los soviéticos en 1948-1949. Con la ayuda del Comité de Actividades Antiestadounidenses (HUAC, por sus siglas en inglés) del Congreso estadounidense Joe McCarthy quería demostrar que el gobierno Truman, que contaba con muchos partidarios del “New Deal” y algunos vestigios izquierdistas de la anterior presidencia de Franklin Delano Roosevelt (FDR), estaba plagado de “comunistas” que espiaban secretamente para Moscú. Hasta el propio gobierno Truman había establecido el Programa Federal de Fidelización de Empleados y varios grupos (como el Comité Estadounidense para la Libertad Cultural) con el fin de descubrir a las personas supuestamente comunistas que había en el gobierno y en los medios de comunicación (Carmichael 1-5, 41-46).

Lo que hizo especialmente célebre al senador McCarthy fue su activo papel en la persecución y encarcelamiento de miles de personas que eran verdaderamente comunistas estadounidenses o que eran sospechosas de serlo, incluidos casi 150 miembros destacados del Partido Comunista de Estados Unidos (CPUSA, por sus siglas en inglés), acusados de conspirar supuestamente para derrocar el sistema constitucional de Estados Unidos por medio una revolución violenta. Según la draconiana Ley Smith, cualquier persona estadounidense que fuera miembro del CPUSA podía ser procesada por traición y por ser espía soviético. Ni siquiera Hollywood se libró de esta caza de brujas anticomunista en todo el país ya que cientos de actores y actrices de cine, directores, guionistas, productores, compositores de música, publicistas e incluso tramoyistas fueron incluidos en una lista negra, despedidos de sus trabajos o, como los “antipáticos” Hollywood Ten [Diez de Hollywood], encarcelados por sus simpatías y filiaciones “comunistas” (Carmichael 46-47). Algunas personas famosas de la “Dream Factory”, como Charlie Chaplin y Bertolt Brecht, prefirieron marcharse al extranjero para no acabar en la cárcel.

Foto: Ethel y Julius Rosenberg (Fuente: Wikimedia Commons)

El presidente Truman había asegurado reiteradamente al pueblo estadounidense que la URSS no podría conseguir un arma nuclear en los siguientes entre 10 y 20 años, de modo que cuando los rusos probaron una bomba atómica en agosto de 1949 se emprendió la búsqueda de traidores dentro del propio Estados Unidos y de espías atómicos que trabajaran para Moscú. El senador McCarthy y el igualmente infame ayudante del fiscal Roy Cohn, que fue asesor principal de la Subcomisión Permanente de Investigaciones del Senado, acusaron públicamente a muchos “comunistas” conocidos y desconocidos de espionaje atómico para la Unión Soviética. Uno de los acusados era el oscuro propietario de un pequeño taller en la ciudad de Nueva York llamado David Greenglass, que había sido un joven sargento destinado al Proyecto Manhattan en Los Álamos, Nuevo México, donde se desarrollaron las primeras bombas atómicas de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Las acusaciones de Cohn contra él carecían de todo fundamento ya que no había “ni un solo testigo ni una sola prueba de que Greenglass hubiera cometido espionaje” (Wexley 113-114). Pero llevado por el pánico y temiendo por su vida, Greenglass implicó falsamente a su hermana Ethel y a su marido Julius (como lamentablemente reconoció muchos años después) presionado por los fiscales y para protegerse a sí mismo y especialmente a su querida esposa Ruth de posibles acusaciones criminales de espionaje atómico y alta traición (Roberts 479-484).

Basándose únicamente en el sospechoso testimonio de Greenglass los fiscales del gobierno detuvieron, encarcelaron y juzgaron a Julius y Ethel Rosenberg por robar secretos de la bomba atómica de Estados Unidos y pasarlos a Moscú. En una grave violación del código de conducta judicial Cohn, el fiscal del juicio Irving Saypol y el juez que presidía el tribunal Irving Kaufman se consultaron ilegalmente casi a diario y conspiraron en secreto con otros altos cargos del Departamento de Justicia, incluido el Fiscal General de Estados Unidos Herbert Brownell Jr., para socavar la defensa legal de la pareja acusada.

La acusación se inventó la mayoría de las pruebas contra los Rosenberg con la ayuda de David Greenglass, que se convirtió en testigo del gobierno a cambio de indulgencia por las supuestas actividades en el pasado como espías soviéticos tanto de él como de su esposa (Roberts 476-477). Un libro relativamente reciente de un destacado redactor del New York Times revela que Greenglass cometió perjurio al declarar en el tribunal contra los Rosenberg, lo que finalmente llevó a la condena y ejecución de su hermana y cuñado (Roberts 482-483). Y lo que es peor, “durante el juicio ni los Rosenberg ni su abogado defensor pudieron acceder a ninguna prueba documental que apoyara las afirmaciones del gobierno sobre Julius y Ethel” (Carmichael 109). Esta omisión deliberada convirtió el juicio en una farsa, que “violó además el derecho fundamental de los Rosenberg según la Cuarta Enmienda a conocer qué pruebas había contra ellos” (Carmichael 109).

Debido a las fuertes presiones políticas, especialmente por parte del presidente del Tribunal Supremo Fred Vinson, el Tribunal Supremo de Estados Unidos denegó la revisión de las condenas por espionaje de los Rosenberg y la suspensión de sus ejecuciones ordenada por el juez del Tribunal Supremo William O. Douglas con el fin de reabrir su controvertido caso (Sharlitt: 46-49, 80-81). Aunque era obvio que eran inocentes de la acusación de ser espías atómicos, los Rosenberg fueron ejecutados en la temible cárcel Sing Sing de Nueva York el 19 de junio de 1953 a pesar de las enormes protestas tanto en Estados Unidos como en el mundo y de las peticiones de clemencia. Sólo dos meses después un bombardero soviético lanzó la primera bomba de hidrógeno (termonuclear) operativa del mundo en una prueba en superficie, que demostró lo absurdo de la idea de que Moscú necesitara robar los secretos atómicos a Estados Unidos para producir sus propias armas nucleares. Un revelador libro recién publicado resume los sórdidos detalles legales del caso Rosenberg: “[…] Una pareja joven judío-estadounidense rehusó hacer la falsa confesión de haber cometido traición contra Estados Unidos. Debido a un idealismo fuera de lugar el marido había cometido un crimen respecto al cual la acusación no afirmaba que hubiera perjudicado a Estados Unidos. Para satisfacer una agenda política varios altos cargos, los fiscales, y el juez, que eran unos irresponsables y oportunistas, elevaron este crimen a la categoría de “traición”. Los Rosenberg no podían confesar un delito que no habían cometido y por el que los funcionarios de Justicia exigían cínicamente los nombres de los cómplices, los cuales también se iban a enfrentar a la amenaza de ser ejecutados por un delito no cometido. Habrían enviado a familiares y amigos a la muerte, habrían dejado huérfanos a sus hijos y los habría cargado en el futuro de una vergüenza inmerecida” (David & Emily Alman 377).

Desde entonces han salido a la luz muchas pruebas nuevas (algunas de las cuales habían sido suprimidas previamente por el gobierno o retenidas por la fiscalía) que confirman la inocencia de los Rosenberg. Actualmente se acepta mayoritariamente que Ethel Rosenberg nunca fue una espía soviética y que los fiscales lo sabían perfectamente. Esta mujer madre de dos hijos fue detenida y encarcelada y el FBI de J. Edgar Hoover la mantuvo como rehén para chantajear a su marido y hacer que confesara su supuesta culpabilidad y dijera los nombres de otros espías soviéticos. Aparte de muchos “testimonios de oídas”, ni la fiscalía ni el juez presentaron prueba alguna que “demostrara a existencia de una red de espionaje encabezada por Julius Rosenberg” alegando convenientemente que todas esas pruebas documentales “tenían que permanecer secretas por razones de seguridad nacional” (Carmichael 109).

Julius trató infructuosamente de defenderse insistiendo en que, aunque las acusaciones de espionaje fueran, en efecto, ciertas, el supuesto espionaje que había hecho durante la Segunda Guerra Mundial lo hizo a favor del entonces aliado soviético de Estados Unidos durante la guerra y no tenía absolutamente nada que ver con robar información sobre la bomba atómica. Pero el argumento del juez sentenciador (ridículo desde el punto de vista legal y de los hechos) de que los Rosenberg habían puesto la bomba atómica en las “ensangrentadas manos” del dictador soviético Joseph Stalin, lo que más tarde provocó la muerte de 54.000 soldados estadounidenses en la Guerra de Corea (1950-1953), tuvo éxito, al menos a ojos de la enfurecida opinión pública estadounidense y selló el destino de la pareja acusada.

Pero lo más trágico de todo este caso fabricado fue que los británicos ya habían detenido y encarcelado al científico nuclear alemán Klaus Fuchs, el cual había admitido haber enviado a Moscú información secreta acerca de la bomba atómica estadounidense mientras estuvo trabajando para el ultrasecreto Proyecto Manhattan en Los Álamos durante la Segunda Guerra Mundial. Obviamente, los macartistas de la caza de brujas necesitaban varios chivos expiatorios en su país a los que echar la culpa de que Stalin hubiera desarrollado un arsenal nuclear.

Si la pena de muerte por un “delito no de sangre”, como la alta traición en tiempo de paz (que en el caso de los Rosenberg el presidente Dwight Eisenhower se negó a conmutar por cadena perpetua) no hubiera estado en vigor en aquel momento, los Rosenberg habrían sido exonerados más tarde y puestos en libertad al ir disminuyendo gradualmente la histeria anticomunista. Esto es exactamente lo que ocurrió a los líderes convictos y encarcelados del Partido Comunista, todos los cuales fueron liberados uno tras otro por los tribunales: “A principios de 1958 los exdirigentes del Partido Comunista condenados en 1948 en virtud de la Ley Smith habían sido puestos en libertad; el Tribunal Supremo había anulado sus condenas” (Roberts 453).

Conclusión
El caso de Ethel y Julius Rosenberg es un ejemplo flagrante de la corrupción y politización del sistema judicial de Estados Unidos en el muy tenso ambiente de Guerra Fría de la década de 1950. A pesar tanto de su valentía y de su indomable voluntad de vivir como del fuerte apoyo público que recibieron en Estados Unidos y en el extranjero, los Rosenberg no sobrevivieron a las injusticias inconstitucionales que les infligieron unas autoridades judiciales llenas de prejuicios políticos y moralmente deshonestas, decididas a cumplir sus objetivos anticomunistas por todos los medios posibles, tanto legales como ilegales. El Departamento de Justicia había falsificado gran parte de las pruebas condenatorias contra los Rosenberg, mientras que los testigos clave en el juicio cambiaron reiteradamente sus testimonios tras haber sido adiestrados por los fiscales. Como escribió más tarde un experto analista de juicios sobre la condena y ejecución “injustificada” de los Rosenberg: "Dado el miedo al comunismo en el que estaba sumido Estados Unidos en la década de 1950, es dudoso que pudiera haber otro resultado. [...] Sus muertes siguen siendo una mancha en la sociedad estadounidense. [...] Cuando la paranoia se apodera de una nación las personas inocentes sufren con las culpables” (Moss 97).

Casos judiciales tristemente célebres como el de los Rosenberg siguen recordando a la opinión pública informada que la pena de muerte nunca está ni se debe considerar legalmente justificada o moralmente defendible, especialmente en casos no violentos como el espionaje en tiempo de paz, porque la pena capital hace prácticamente imposible revertir los errores judiciales del pasado al presentar nuevas pruebas o pruebas suprimidas previamente que exoneren a aquellas personas acusadas que han sido ejecutadas. En el caso de los Rosenberg la fiscalía y los tribunales se han negado obstinadamente hasta la fecha a reconocer la inocencia demostrada de los acusados y a anular sus condenas y penas de muerte injustas.

Rossen Vassilev Jr. es estudiante de último año de periodismo en la Universidad Ohio de Athens, Ohio.

Bibliografía:

Alman, David, y Emily Alman, Exoneration: The Trial of Julius and Ethel Rosenberg and Morton Sobell, Seattle, WA, Green Elms Press, 2010.

Carmichael, Virginia, Framing History: The Rosenberg Story and the Cold War, Minneapolis and London, University of Minnesota Press, 1993.

Moss, Francis, The Rosenberg Espionage Case. (Famous Trials series), San Diego, CA, Lucent Books, 2000.

Rachels, James, y Stuart Rachels, The Elements of Moral Philosophy (octava edición), McGraw-Hill Education, 2015.

Roberts, Sam, The Brother: The Untold Story of Atomic Spy David Greenglass and How He Sent His Sister, Ethel Rosenberg, to the Electric Chair, Nueva York, Random House, 2001.

Sharlitt, Joseph H, Fatal Error: The Miscarriage of Justice that Sealed the Rosenbergs’ Fate, Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 1989.

Wexley, John, The Judgment of Julius and Ethel Rosenberg, Nueva York, Ballantine Books, 1977.

Fuente: http://www.globalresearch.ca/death-penalty-political-weapon-execution-ethel-julius-rosenberg/5683539

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.

martes, 10 de septiembre de 2019

Entrevista a Enrique Irazoqui sobre Manuel Sacristán. “Ambos fuimos detenidos en 1963, en la manifestación contra el asesinato de Julián Grimau”. Salvador López Arnal, TopoExpress

http://www.rebelion.org/docs/260203.pdf





https://www.elviejotopo.com/topoexpress/entrevista-sobre-manuel-sacristan/

El Mediterráneo, cementerio de pobres

Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada

Mientras la culta Europa mira hacia otro lado, miles de subsaharianos mueren ahogados en las aguas de un mar cuya historia está cargada de acontecimientos. Tres civilizaciones, dirá Braudel, han confluido en su articulación política, dando vida a personajes, proyectos de dominación y desencuentros. Ha sido campo de guerra, de control imperial. Ha enfrentado a Occidente, Roma y Grecia; cristianos, ortodoxos, y musulmanes. Hoy es un cementerio de indigentes. La aporofobia: miedo, rechazo, aversión a los pobres se apodera de las clases dominantes de la Europa mediterránea. Miles de emigrantes viven una tragedia, huyen del hambre, la tortura, guerras civiles, canallas, operaciones humanitarias organizadas por la OTAN y los países civilizados, Libia sin ir más lejos. Ingenuos, piensan ser recibidos con los brazos abiertos, tal y como reza el nombre de uno de los barcos que los ha recogido en alta mar: Open Arms . Sin embargo, no son bienvenidos por los gobiernos y autoridades. Provienen de una patera, no de yates o cruceros que hacen la ruta turística por un Mediterráneo donde todo es maravilloso. De ser sus ocupantes los damnificados nadie recriminaría la acción de salvamento. Pero los sobrevivientes son pobres, sus historias irrelevantes. No pertenecen a la beatiful people , ni beben champagne , ni poseen generosas cuentas bancarias. Deberían haber muerto, no tienen derecho a una vida digna. Constituyen un problema. El mismo que enfrentó el Ocean Viking , barco fletado por Médicos sin Fronteras y SOS Mediterranée, con 356 personas rescatadas a bordo, que no tenía donde atracar. Sus ocupantes son apestados. Para justificar su rechazo se les estigmatiza, si se les acoge otros vendrán a continuación, produciéndose un efecto llamada. Hay que ser inflexibles. Su destino es ahogarse o la repatriación.

Esta Europa, cuna del renacimiento, orgullosa de practicar los derechos civiles y las libertades públicas, con un Parlamento y tribunales que velan por el mantenimiento y respeto de los derechos humanos, discrimina entre náufragos ricos e inmigrantes pobres. Sus fragatas vigilan para evitar la llegada de indeseables: dicen defender el derecho internacional y a occidente. No hay trabajo, primero los nuestros. Fomentan el miedo y el racismo. Los rescatados son pobres, constituyen un peligro. Se convierten en inmigrantes indocumentados, potenciales asesinos, ladrones, agentes del islam. Si por un casual, alcanzan las costas son confinados en centros de acogida, verdaderas cárceles. Se les insulta, desprecia y acusa de mentir. Vienen a perturbar la paz, pobres de solemnidad, negros y musulmanes.

El ex vicepresidente mundial de Coca Cola, anterior director en España, diputado y miembro de la ejecutiva de Ciudadanos, el más acaudalado de los 350 legisladores, Marcos de Quinto, se refirió a los rescatados por el Open Arms como bien comidos pasajeros . Vox pide la incautación del barco y acusa a la ONG Proactiva de favorecer la inmigración ilegal , uso fraudulento de las leyes del mar y complicidad con las mafias internacionales del tráfico de personas . El Partido Popular, acusa al gobierno de improvisación, favorecer el efecto llamada y alentar a las mafias. Más de lo mismo. En Italia, Matteo Salvini, en Francia Marie Le Pen, despliegan los mismos argumentos. Hay acuerdo, practican la aporofobia.

Han destruido países con guerras canallas, pero eluden responsabilidades. La crisis del barco Open Arms , como la crisis del Aquarius en 2018 y ahora el Ocean Viking , demuestra como las vidas humanas y el rescate en alta mar pasan a segundo plano. Todos se tiran la pelota. A Italia le vienen bien los exabruptos xenófobos y racistas de su ministro de Interior Matteo Salvini. El barco podía haber atracado, pero esperó 19 días. Se jugó con la desesperación de los sobrevivientes. Mientras, España desojaba la margarita. Todos criticando al gobierno y el gobierno criticando a Italia. Italia denunciando a la Unión Europea y la derecha sacando partido. Poco importa el sufrimiento de personas que han sido torturadas, violadas, con familias asesinadas y quemadas en su presencia. Sólo en 2017 se ahogaron 2 mil 835 personas cuando intentaban cruzar el mar desde Libia, según los datos de la Organización Internacional para las Migraciones.

Desde Libia o Sudán, la historia es recurrente. Así relata a Médicos Sin Fronteras un joven de 16 años su experiencia antes de ser rescatado: Salí de Sudán después que un grupo armado matara a mi padre (...) Tarde siete días en cruzar el Sahara (...) Traté de cruzar dos veces, pero fui capturado por la Guardia Costera de Libia (...) Estaba en Tayura cuando el Centro de detención fue bombardeado . Mucha gente murió. Logre escapar (...) puedes ver las cicatrices en los pies. Corrí descalzo por las llamas (...) quiero ir a Europa; donde se respeten los derechos humanos, donde me traten como un ser humano y donde pueda encontrar trabajo... Y Yuka Crickmar, técnica de asuntos humanitarios de MSF remata: Cada persona con la que he hablado ha sido encarcelada, ha sufrido extorsión, ha sido forzada a trabajar en condiciones de esclavitud o tortura. También he visto las cicatrices (...) cuando miro sus ojos queda claro por lo que han pasado estas personas. Me decían que estaban listas para morir en el mar, en lugar de pasar otro día más sufriendo en Libia .

Son pobres, existen para ser explotados y extraditados al infierno. No han ganado el primer millón de euros en YouTube, ni son influencers . ¿Para qué rescatarlos? Esta es la verdadera Europa humanitaria. No nos engañemos.

Fuente:
https://www.jornada.com.mx/2019/08/25/opinion/022a1mun