sábado, 1 de julio de 2023

El poder de la evaluación

El conocimiento académico tiene valor de uso y valor de cambio. El valor de uso es más que discutible ya que no siempre se construye el currículum con criterios acertados, pero el valor de cambio es indiscutible. Si demuestras que lo has adquirido, el sistema te lo canjea por una nota, por un certificado, por un título.

EBAU es el acrónimo correspondiente a “Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad”. Por otra parte, PEvAU hace referencia a “Prueba de Evaluación de Acceso a la Universidad”. En ambas siglas se ven las dos caras del paso del Bachillerato a la Universidad. Hace años escribí un artículo titulado “Las bisagras del sistema educativo”. Me refería a los pasos de un nivel a otro. Este es muy importante. Cuando las bisagras chirrían, hacen daño. Hay que engrasarlas. Y eso requiere coordinación entre los niveles.

Hay quien aboga por unificar las pruebas en todo el Estado pero la modalidad actual permite adecuar mejor la evaluación al currículum de cada Comunidad Autónoma y a las características del alumnado.

Durante el mes de junio se han celebrado exámenes de la llamada Selectividad en todas las Universidades Públicas del país. Mi hija ha pasado este año por las pruebas en la Universidad de Málaga, con el consiguiente tributo de esfuerzo y de angustia.

Como se sabe, la nota final para acceder a la Universidad se compone de dos partes: la nota del Bachillerato que supone el sesenta por cierto y la de las pruebas de Selectividad que cuentan un cuarenta por ciento. Creo que los porcentajes son plausibles ya que conceden más importancia a los resultados obtenidos durante dos años frente a los que proceden de unas pruebas que duran tres días. Puede una persona tener un mal día, puede quedarse en blanco, pueden jugarle una mala pasada los nervios, puede no entender la formulación de las preguntas o pueden plantearles unas pruebas inadecuadas… Por otra parte, el corrector no tiene ni idea de quién es el evaluado ya que el anonimato es obligatorio porque no aparece el nombre de quien se examina sino unos códigos de barras que no permiten la identificación.

Como sucede con toda evaluación estas pruebas encierran poder. Acertar o fracasar en ellas puede condicionar la vida del estudiante. Según la nota de corte que establezcan los centros universitarios podrán acceder a los estudios que desean realizar. Por eso es una responsabilidad enorme confeccionar unos ejercicios razonables. Ya sé que la palabra razonables encierra una polisemia inabarcable, pero hay extremos que sabemos a ciencia cierta que no entran dentro del abanico de la flexibilidad.

En las Universidades andaluzas se han estrellado muchos alumnos y alumnas en la prueba de Matemáticas II, celebrada el día 14 de junio. Pronto se extendió la reacción de disconformidad, de indignación y de rabia. La prueba tenía una dificultad extrema.

No soy un especialista en Matemáticas, razón evidente por la que no puedo emitir un juicio fundado sobre la dificultad de la prueba. Pero he hablado con especialistas que me han confirmado que el rechazo de los alumnos está más que justificado.

En la prueba a la que hago referencia se produjo una reacción masiva de asombro y de indignación. Algunos lloraban, otros mostraban su disconformidad, otros hacían una pelota con la hoja de examen para arrojarla a la papelera..

Se ha puesto en marcha una recogida de firmas de protesta en la que se solicita la impugnación de esa prueba. La petición de apoyos se canaliza a través de la web change.org, y dice que se pretende “mediante las firmas de todos los andaluces” demostrar que “no estamos de acuerdo con el examen de Matemáticas II de selectividad de junio de 2022-23”, confiando en poder lograr “la impugnación del mismo”. Entienden que la impugnación es necesaria “para que un examen no nos arruine todo el esfuerzo dedicado durante nuestra preparación para selectividad”.

Las quejas por la dificultad de la prueba aluden a que el examen contenía cuestiones que no han sido estudiadas por ellos o bien pruebas que pertenecen a cursos universitarios. Entre los firmantes de la petición, un profesor de Estructuras Algebraicas para la Computación asegura no entender la razón “para ponerle un examen tan jodido a los chavales”.

Hay tres posibles problemas en la selección de los ejercicios. El primero tiene que ver con su inclusión en currículum. No se debe presentar un ejercicio que los alumnos no han estudiado en el programa de la asignatura. El segundo se refiere al nivel de dificultad. No parece lógico que sea extrema y tampoco que no permita discriminar por lo sencilla. El tercero se sitúa en la forma de enunciarse los problemas, ya que tiene que ser inteligible.

Luego viene el problema de la corrección, que no es una cuestión menor. Hay estudios que muestran que para que haya rigor en la corrección de ejercicios de ciencias harían falta, cuando menos, doce correctores. Parece que, tratándose de problemas matemáticos no tendría que haber duda. Pues no. Hay evaluadores que por olvidarse el alumno en la respuesta de especificar que la cantidad 20 se refiere a kilogramos, merece un cero en el problema. O quien por un error grave descalifica toda la prueba.

Un estudiante que ha preparado bien las pruebas, tiene que ser capaz de responder con soltura a lo que se le pregunta. Todos los profesores sabemos si el examen que hemos preparado es fácil o difícil. Como quien crea un sudoku. Al margen se anuncia: fácil, difícil, muy difícil. Y así es para quien pretende solucionarlo.

¿Por qué se ha llegado a esta situación? Siempre he rechazado esa postura sádica de quien, al gozar de una situación de poder, aprovecha la ocasión para provocar una ola de sufrimiento. ¿No es consciente quien elabora la prueba de que lo que va a provocar en los estudiantes? Pocas veces se tienen en cuenta los sentimientos que genera la evaluación. Una cosa es preparar una prueba que sea un coladero, como se dice vulgarmente, y otra hacer una prueba que provoque un fracaso generalizado.

Formé parte durante dos años de la Comisión Nacional para evaluar la investigación de los docentes universitarios. Allí me encontré con una colega que actuaba con este criterio: si me lo puedo cargar, me lo cargo. Le pregunté un buen día que por qué no se guiaba por el criterio opuesto: si lo puedo salvar, lo salvo. Me dijo que había que elevar el nivel. Hay que elevar el nivel, sí, pero no machando al prójimo desde una situación de poder.

Son actitudes diametralmente opuestas, que responden a formas de ser, a formas de entender la vida y la enseñanza. En mi libro ”Evaluar con el corazón” hay un capítulo que se titula así: “Dime cómo evalúas y te diré qué tipo de profesional (y de persona) eres”.

No digo que no haya que ser exigentes, que el nivel tenga que bajar, que no se necesite esfuerzo, que todo sea fácil. No.

Me preocupan las actitudes sádicas que se pueden ejercitar desde el poder. Sabido es que nada se plantea sobre la formación emocional de los docentes ni en el proceso de formación inicial ni el de selección. Por consiguiente, es fácil que entramos en la docencia, personas con alguna tara que otra. El ´sádico va a tener en la evaluación un campo abonado para hacer patente el sadismo. Y, como también existen muchos masoquistas que nunca han pedido, sabido o querido protestar rebelarse, nos encontramos con prácticas sadomasoquistas, especialmente claras en la evaluación. Un masoquista le dijo a un sádico: Pégame, por favor. Y el sádico respondió: Ahora, no.

Les pregunté un día a mis alumnos en una clase sobre evaluación que levantasen la mano quienes se hubiesen sentido alguna vez injustamente evaluados. Todos levantaron la mano. Todos, sin excepción. Les pregunté a continuación cuántos habían negociado esa situación. Y solo levantaron la mano tres. Cuando pregunté al resto por los motivos de su silencio resignado me dijeron que eran escépticos respecto a la modificación de la nota. Alguno dijo que era peor tratar de negociar el resultado. Recuerdo sus palabras:

– Una vez fui a reclamar unas décimas y salí sin cuatro puntos.

La evaluación encierra poder. El alumno tiene poco que decir sobre el proceso. Mejor dicho, absolutamente nada. Su tarea consiste en responder lo mejor que pueda y sepa a las cuestiones que le han planteado. Nada puede decir sobre su coherencia, dificultad o claridad. Y nada sobre los resultados obtenidos. Mal camino. Hay que empoderar a los alumnos y a las alumnas en el proceso de evaluación.

Adarve. Miguel Ángel Santos Guerra.

_- No le grites tanto al niño: la neurociencia nos muestra cómo educar en el siglo XXI.

_- Los avances científicos de los últimos 20 años están alumbrando una revolución educativa. Castigos y amenazas, cuando son habituales, dañan el cerebro de los menores.

Hay una mujer en Francia que está preocupada por la salud mental de los más pequeños y que tiene un mensaje con el que va a todos lados: necesitamos una revolución educativa, cambiar el trato que les damos a los niños. Los recientes avances neurocientíficos señalan que los castigos, los gritos, las amenazas no solo no funcionan, sino que acaban afectando al cerebro de los menores y causando cambios permanentes que, a la larga, les provocan problemas como depresión o ansiedad. Urge que muchos modifiquemos nuestra relación con los menores.

La idea de que hay que redefinir nuestra relación con los pequeños está muy extendida. Abundan las opiniones sobre este asunto, todo el mundo tiene la suya. Aunque los adoremos, a veces es complicado que no se escape un grito. La contención no es cosa fácil. En redes sociales, millones siguen a los gurús de la llamada “educación positiva”, aunque algunos no saben que este sector está viviendo un auge científico.

¿Por qué se recurre aún al azote?
La mujer francesa con un mensaje es Catherine Gueguen (1950, Caen, Normandía), pediatra durante 28 años del hospital franco-británico Levallois-Perret, a un paseo del Arco del Triunfo de París. Cuando habla, Gueguen también aporta datos globales de Unicef: cuatro de cada cinco niños son sometidos a una educación violenta verbal o físicamente. El 80% de ellos recibe azotes o tortazos u otros castigos corporales. Y aporta los resultados de una reciente encuesta (octubre de 2022) en Francia: el 79% de 1.314 cabezas de familia reconocía usar violencia psicológica al educar a sus hijos. “Puedes pensar que la violencia no está muy extendida, pero créeme, lo está”, dice. “Como pediatra he oído a muchos padres contarme que cuando pierden los nervios castigan, amenazan o incluso golpean a sus hijos”.

Gueguen tenía 44 años cuando se publicó un libro que dio un vuelco al conocimiento de que disponíamos sobre nuestra mente: El error de Descartes: la emoción, la razón y el cerebro humano, de 1994, del neurólogo de origen portugués Antonio Damasio, premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica de 2005. En él, el neuroinvestigador otorgó a nuestras emociones y sentimientos el papel que merecen en nuestro comportamiento. “No le dábamos importancia, lo considerábamos algo secundario”, dice Damasio por teléfono. “Y sin embargo, las emociones son esenciales. Quise darles el papel que les corresponde; son las que nos hacen humanos”.

El mensaje del libro es que Descartes se equivocó al afirmar aquello de “pienso, luego existo”. En opinión de Damasio, lo que deberíamos afirmar es “existo, luego pienso”. Para ello, describió el funcionamiento de la corteza prefrontal, una zona de materia gris de varios milímetros de espesor que está encima de las órbitas oculares, que conecta distintas zonas del cerebro con otras que determinan nuestra respuesta motora y psíquica. Demostró que las emociones y los sentimientos desempeñan un papel clave en nuestra racionalidad. Para poder llegar a esta conclusión, midió los campos magnéticos que producen las corrientes eléctricas que atraviesan nuestra mente.

Antes, este tipo de investigaciones solo eran posibles abriendo el cráneo con bisturí. Pero en las últimas dos décadas, los avances en el material que ayuda a estudiar este órgano crucial han disparado la información de que disponemos. Desde distintos puntos —Estados Unidos, Canadá, norte de Europa, Australia y China...—, semanalmente se publican estudios neurocientíficos sobre algún aspecto de la plasticidad de nuestro cerebro. Aquí nos centraremos en los que tratan sobre los efectos en el cerebro infantil de la llamada “educación negativa”, en la que los menores son víctimas repetidamente de algún tipo de traición en la confianza que estos depositan en sus cuidadores. Para entendernos: hablamos de maltrato, y por este se entiende agresiones verbales que buscan humillar, denigrar o causar miedo al niño, o abusos emocionales que causan en el menor vergüenza o culpa, además de otras formas de maltrato físico como los golpes.

Durante sus primeros años, la neurociencia estudiaba los casos más graves, de niños huérfanos o de víctimas de maltrato severo. “Pero poco a poco nos hemos ido acercando a las familias más comunes”, afirma la neuroinvestigadora holandesa Sandra Thijssen, experta en desarrollo infantil del Instituto de Ciencias del Comportamiento, de la Universidad de Radboud.

En 2018, la Academia Estadounidense de Pediatría publicó una lista de recomendaciones advirtiendo de los peligros de la educación dura. En el país hay una red de universidades que elaboran este tipo de investigaciones y comparten sus resultados para aumentar el conocimiento. Martin Teicher, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Harvard y director del Programa de Investigación en Biopsiquiatría del Desarrollo en el Hospital McLean (Boston), es uno de los pioneros que participa en esta red. Dice por correo electrónico que en su opinión, el aprendizaje de cómo debemos tratar a los niños y adolescentes debería incluirse en el currículum escolar de secundaria para que los jóvenes ya adquieran nociones de los riesgos reales para los menores.

Los estudios neurocientíficos señalan que cuando los menores víctimas con frecuencia de maltrato verbal alcanzan la adolescencia, “son menos creativos, curiosos, tienen menos capacidad de adquirir conocimientos nuevos y más predisposición a la tristeza y a la depresión”, dice David Bueno i Torrens (Barcelona, 58 años), biólogo especialista en genética y neurociencia y director de la primera cátedra de España en Neuroeducación (en la Universidad de Barcelona), pues en nuestro país esta especialidad está dando sus primeros pasos. Se activan las mismas zonas del cerebro, dice el biólogo, lo que cambia es la relación entre sus distintas zonas. “Con una educación negativa la amígdala cerebral se vuelve más reactiva a las emociones negativas, y la zona que gestiona las emociones, la prefrontal, tiene menos capacidad de gestionar la ansiedad, el estrés”, continúa. A esos menores, más apáticos, les cuesta más motivarse. Pueden caer en el consumo de drogas en su búsqueda de estímulos.

Para poder extraer conclusiones, los expertos necesitan un número muy amplio de voluntarios y a través de tests deducen el estilo educativo de los cabezas de familia. Según Bueno, en España la parentalidad negativa es más habitual en hogares de nivel sociocultural muy alto o muy bajo. ¿Qué vemos en la aristocracia española? “Muchas juergas. Y eso es por una falta de apoyo parental. Exigen mucho y no dan nada a cambio emocionalmente hablando. O dejan que otro se implique por ellos. No hacen su papel de progenitores. Y las familias pobres a veces delegan en las calles o en el sistema educativo. No cumplen con la necesidad emocional que tienen sus hijos de que estén presentes para ellos”.

Sarah Whittle, psiquiatra y psicóloga australiana del Centro de Neuropsiquiatría de Melbourne, comprobó que crecer en un barrio pobre o desfavorecido provoca cambios en la función cognitiva y en la salud mental de los niños. Encuestó a 7.500 menores de distintas clases sociales y sugirió que sería útil que tanto los padres como los profesores de estos menores recibieran apoyo para entender que sonreír con frecuencia a los pequeños y hacerles sentir queridos cuando estén enfadados o enrabietados puede compensar otros aspectos negativos de su entorno vital.

¿Qué sucede cuando castigamos?
Cuando castigamos a un menor, ¿qué es lo que pasa en su cerebro? Como ha escrito el psicólogo y doctor en educación Rafa Guerrero (autor de Educar en el vínculo, de 2020), al niño se le activan las zonas inferiores del cerebro, las encargadas de la supervivencia. Se liberan grandes dosis de adrenalina y cortisol, lo que incita a la acción e impide pensar. El castigo invita ciegamente a la venganza. “Al estar hiperactivada la parte del sótano cerebral (instintos y emociones), difícilmente se puede conectar con el ático cerebral (pensamiento crítico, razonamiento, funciones ejecutivas, etcétera). No podemos ser conscientes ni pensar sobre lo ocurrido y solo obedecemos a nuestra parte más instintiva y emocional”. No existe un aprendizaje real. Para ello es imprescindible el amor, el respeto, la paciencia y los buenos tratos.

Y si no podemos castigar a nuestros hijos, ¿de qué forma podemos hacer que entiendan las normas que intentamos transmitirles? “Ese es el quid de la cuestión”, dice Guerrero. No faltan voces que sostienen que un azote, o encerrar a un niño de dos años en una habitación ayuda a que mejore su comportamiento, como dice la psicoanalista francesa Caroline Godman. Pero la neurociencia apunta en otra dirección. “En España se diría que solo hay dos tipos de padres”, dice el neuropsicólogo experto en educación Álvaro Bilbao: “Los padres superpermisivos que no ponen límites y los padres tradicionales de mano dura”. Pero hay, destaca, un nutrido grupo intermedio que pone límites con firmeza, o por lo menos lo intenta, ayudando a los menores a tener confianza y seguridad en sí mismos.

Durante el confinamiento de 2020, cuando aumentaron los conflictos internos en las familias, se incrementaron las peticiones de cursos de gestión de las emociones para los padres. Mari Carmen Morillas, presidenta de la Federación de Padres y Madres del Alumnado de la Comunidad de Madrid Giner de los Ríos, cuenta que han pedido al Gobierno regional que añada la figura del psicólogo en los centros educativos, donde también existe la educación negativa, para que haga una labor trasversal con los menores y también con educadores y padres.

Gueguen, siempre emocionada con el avance científico que se está dando en los últimos años, tardó en enterarse de la publicación del libro de Damasio, pero, una vez lo leyó, entendió que ante la evidencia de que los humanos nos vemos influenciados por nuestros sentimientos, urgía que se tomaran medidas para que muchos padres tuvieran una relación más saludable con sus propios hijos. Le preocupa lo que llama “la fidelidad incondicional de los hijos hacia sus padres”. Es decir, que aquellos padres que han sido a su vez educados de una forma dura o con signos de maltrato replican a menudo ese modelo. “Puede ser muy doloroso poner en duda a los propios padres”, afirma Gueguen. “Muchos hacen propias frases como ‘así aprenderás’, ‘así progresarás’, mientras los castigan”.

Desde hace cinco años, la pediatra forma a profesionales de la infancia como médicos, psicólogos, educadores o matronas y dirige una diplomatura de la Sorbona de acompañamiento en la crianza. En 2018 publicó Feliz de aprender en la escuela. Cómo las neurociencias afectivas y sociales pueden cambiar la educación (Grijalbo). Gueguen resume lo que se espera de un padre que intenta educar a un hijo de la forma correcta: se trata de una persona ante todo empática y benevolente consigo misma, conectada con sus propias emociones, que sabe expresarlas y habla de ellas con su hijo. “Sabe que criar a un hijo es una fuente de felicidad, pero también puede ser extremadamente difícil, que cometerá errores y que ver a tus padres reconocerlos y disculparse es muy educativo para el niño”. Cuando el progenitor ha desarrollado esta benevolencia hacia sí mismo, sabe cómo transmitirla a su hijo y este, a su vez, “florece”, asegura.

Un llamamiento
Gueguen era una de las expertas que tenían los oídos bien abiertos cuando la Organización Mundial de la Salud y Unicef publicaron un llamamiento a los gobiernos pidiendo la puesta en marcha de un mínimo de cinco sesiones de acompañamiento en crianza para padres o tutores de menores. Por desgracia, el llamamiento se publicó en plena ola poscovid, y no tuvo la difusión esperada. Se basaban “en más de 200 ensayos” publicados en los últimos 20 años. Sostienen que asistir educativamente a los padres cuando vayan a ponerle las vacunas al menor tendría efectos enormemente positivos para la salud mental de los pequeños. “Lo creemos porque se ha comprobado”, afirma Benjamin Perks, representante adjunto de Unicef. “Tenemos los datos delante de nuestras narices. Es el momento de poner en marcha estos programas de apoyo, el daño que causan estas prácticas está muy extendido y los datos demuestran que es posible prevenirlo. En EE UU y Europa se gasta alrededor de 1,2 billones de euros para paliar este problema. Por una fracción lograríamos que la situación mejorara infinitamente”, termina Perks.

“Es preciso que los padres y los educadores sean acompañados a lo largo de sus vidas y profesiones”, insiste Gueguen. Necesitan, dice, ser comprendidos, no culpabilizados y que sepan que ocuparse de un menor puede ser muy difícil, altamente exigente y que se equivocarán a menudo y necesitarán apoyo.

Para el neurólogo Antonio Damasio, el hombre que nos quitó la venda de los ojos, ¿cuál debería ser el siguiente paso en la investigación? “La consciencia de nosotros mismos y de los demás está muy relacionada con nuestras emociones, no con nuestro intelecto”, afirma. “Y creo que lo que deberíamos empezar a investigar qué papel juega realmente: ¿qué rol tiene la consciencia en nuestro cerebro?”

viernes, 30 de junio de 2023

Ultraprocesados: no lo llamemos comida porque no lo es.

No son alimentos, sino preparaciones industriales comestibles y su consumo habitual tiene consecuencias negativas sobre la salud en el nivel físico y mental

Los ultraprocesados están por todas partes. Durante las últimas décadas, su disponibilidad y asequibilidad ha aumentado de manera explosiva e intencionada, primero en países de altos ingresos, y después en el resto. En Estados Unidos, y también en el Reino Unido, alrededor del 60% de la ingesta calórica proviene ya de productos ultraprocesados. En España también ha aumentado la proporción de calorías obtenidas a partir de estos comestibles.

Los mensajes sobre estos productos también proliferan. En muchas noticias de prensa se les señala como los principales responsables del aumento de la obesidad o de la diabetes tipo 2. Tampoco faltan influencers que abogan por abandonar su consumo. Pero ¿qué son los alimentos ultraprocesados? ¿Y cuál es la evidencia científica sobre su efecto en la salud?

¿Qué son?
Bollería, refrescos, galletas, nuggets, platos precocinados, postres lácteos… Todos son productos elaborados predominantemente (o por completo) a base de ingredientes industriales y que contienen pocos (o ningún) alimento natural. Por ello, suelen tener una densidad calórica alta (por su cantidad de azúcares y grasas) y una calidad nutricional baja (muy poca cantidad de proteína o micronutrientes). Es decir, que no aportan casi nada, salvo calorías envasadas. El término de ultraprocesados fue utilizado, por primera vez, por Carlos Monteiro en 2009. 

Actualmente, y a falta de una norma legal que establezca una definición específica, la más aceptada (al menos en el campo de la salud pública) es la del propio Monteiro y colaboradores. Estos definen los ultraprocesados como “formulaciones industriales producidas a partir de sustancias obtenidas a partir de alimentos o sintetizadas a partir de otras fuentes orgánicas.” Y continúan: “Normalmente, contienen poco o nada del alimento intacto, están preparados para consumir o calentar, y son ricos en grasas, sal o azúcares y poca fibra dietética, proteína, varios micronutrientes y otros compuestos bioactivos”. Los alimentos ultraprocesados dañan la salud: dos estudios los asocian con más riesgo de cáncer y mortalidad cardiovascular

En resumen, los ultraprocesados son preparaciones industriales comestibles elaboradas a partir de sustancias derivadas de otros alimentos. Son productos mejorados para resultar atractivos al paladar y muy cómodos al poder consumirse en cualquier momento y lugar.

A esto se suma su enorme rentabilidad. Los ultraprocesados tienen una prolongada vida útil y un coste de producción muy bajo. De hecho, la producción de ultraprocesados (por ejemplo, de bebidas azucaradas) se ha convertido en una de las actividades comerciales más lucrativas y de mayor crecimiento. Son productos más baratos que los alimentos frescos o que los procesados y se publicitan mediante mensajes engañosos (”alto en vitaminas”) y acompañados de afirmaciones que buscan enmascarar posibles daños, para dirigir la demanda de los consumidores.

¿Cuál es su efecto en la salud?
Gracias a los sistemas de trazabilidad y de seguridad alimentaria es muy complicado que los alimentos, ultraprocesados o no, produzcan un daño inmediato en la salud. A excepción de ciertas grasas de mala calidad y los azúcares, que sí causan un daño directo, pero que siguen sin regularse por la injerencia de la industria.

Los datos científicos sobre el efecto perjudicial de los ultraprocesados son claros. Son cientos los estudios que han observado una asociación entre el consumo de estos productos y un mayor riesgo de obesidad, diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, y también de muerte prematura. Un editorial, publicado recientemente por Miguel Ángel Royo-Bordonada y Maira Bes-Rastrollo en Gaceta Sanitaria, sintetiza esta evidencia (que también existe en España).

Además de estos efectos, un estudio reciente, realizado en casi 200.000 adultos del Reino Unido, ha concluido que los ultraprocesados también incrementan la mortalidad por ciertos tipos de cáncer, sobre todo el cáncer de ovario en mujeres. Y este no es el primero. El año pasado, una investigación realizada en Estados Unidos relacionaba los ultraprocesados con el cáncer colorrectal. A esta creciente evidencia se suman los hallazgos sobre la salud mental. Un estudio longitudinal, con un seguimiento de una década, ha asociado el consumo de ultraprocesados con el deterioro cognitivo en más de 10.000 adultos en Brasil.

En cuanto al mecanismo de acción, existen varias hipótesis. Por un lado, el daño puede deberse a la ya mencionada baja calidad nutricional de los ingredientes más habituales de estos productos: azúcares libres, harinas refinadas, grasas no saludables, o sal. A su vez, el consumo de ultraprocesados puede desplazar el de otros de mejor calidad nutricional, como los alimentos frescos o menos procesados. Hay estudios que sugieren hipótesis adicionales, relacionadas con alteraciones de las señales de saciedad, desequilibrios en la diversidad y composición de la microbiota intestinal, o con los efectos proinflamatorios y prooxidantes de los ultraprocesados.

Una vez observados sus efectos, y explicada su plausibilidad a nivel biológico, queda pendiente implementar medidas fiscales (impuestos a las bebidas azucaradas), y regulatorias (limitando la exposición, sobre todo, de niños, niñas y adolescentes a este tipo de productos) que contrarresten la propagación de estos productos.

jueves, 29 de junio de 2023

EDUCACIÓN. La ola reaccionaria en la escuela. Los discursos que sostienen que todo va a peor están calando entre un profesorado exhausto por la falta de recursos, el trabajo en pandemia y la adaptación a los vaivenes normativos

Los discursos que sostienen que todo va a peor están calando entre un profesorado exhausto por la falta de recursos, el trabajo en pandemia y la adaptación a los vaivenes normativos.

Que vivimos en una sociedad polarizada es real. Solo hace falta echar un vistazo al discurso político para comprobar cómo aumentan las proclamas populistas hasta convertirse en una “ola reaccionaria” que no cesa. Quizás no resulte tan evidente, sin embargo, que esta polarización se extiende a otros contextos de una batalla cultural más amplia.

La estrategia trumpista invade también redes sociales, charlas cotidianas y debates educativos. Pero, al igual que el cambio climático no se combate con maceteros en los balcones, el alumnado tampoco aprende más por repetir curso. Es un hecho demostrado por la investigación, pero no importa: como en política, lo que importa no es el dato, sino el relato.

Educar en valores, en la construcción de una ciudadanía activa, competente y crítica, en la igualdad y hasta la accesibilidad para el alumnado con discapacidad se pone en entredicho a golpe discusión de barra de bar. Se asegura, así, que se baja el nivel, que ya no se exige, que se extinguen las especialidades o que la pedagogía es contraria a la calidad educativa. Más grave aún es que, igual que en política, estos eslóganes tienen espacios mediáticos para abrir la puerta a que se extiendan entre la sociedad y quién sabe si, en un futuro cercano, en políticas educativas: la idea es avanzar conceptos en el imaginario social para que luego no suenen graves al legislar.

La educación es, como decía Freire, un acto político: si la política tiene que ver con la construcción de un ideal de sociedad, la educación no es otra cosa que cómo construirla. De ahí que la posición sobre la ausencia de ideología en la educación y la “objetividad” de esta sea parte de una conversación falaz en la que, lejos de no haber ideología, esta no se explicita. Cualquier coloquio sobre la educación que queremos pasa por dialogar sobre ideas de sociedad y escuela, y esto tiene que ver con tener un posicionamiento ideológico.

Y, aquí, la clave: cuando nos llegue un mensaje sobre educación, debemos preguntarnos: ¿a qué perspectiva política corresponde? ¿Qué idea de escuela o de sociedad ofrece? Muchas veces, bajo esa asepsia ideológica, de aparente objetividad para no explicitar la visión desde la que se habla, campan a sus anchas nuevas versiones del neoconservadurismo que no nos dejan ver que hay “un elefante en la habitación”: una ideología concreta que nos pasará inadvertida si no leemos los discursos educativos también en clave política.

Este es el caso de un artículo publicado en este medio, titulado El derecho a soñar (estudiando), tildado por algunos como repleto de verdades incómodas. En él, no se explicita que la idea de educación desde quien escribe tiene que ver con ese ideal conservador o negacionista de los conocimientos y los datos educativos acumulados por la ciencia. Sin embargo, la tesis se centra en cuestiones de sobra desmontadas: cualquier tiempo pasado fue mejor, la dichosa cultura del esfuerzo, lo malvado de la tecnología; un permanente estado de alarma donde se mueve también una parte del profesorado: todo va mal; todo va a peor. Igual que ocurre con los partidos de ultraderecha que, capitalizando el desencanto, consiguen votos en barrios populares, estos discursos reaccionarios están calando entre un profesorado exhausto ante la falta de recursos, el trabajo intenso en pandemia y la compleja adaptación ante los vaivenes normativos.

Como en todos los discursos populistas, plantean ideas simples, apelan a lo conocido, a lo emocional y a la experiencia para ofrecer seguridad, de forma que sus ideas se puedan asimilar fácilmente en el imaginario social, aunque se limiten a ofrecer culpables o echar balones fuera. Ante problemas complejos, más autoridad, más repetición, más deberes y más meritocracia sin tener en cuenta posiciones marginales de partida: son algunas de sus reclamaciones permanentes, ignorando las conclusiones de las investigaciones y como si esas recetas no se hubieran probado ya.

Todo el mundo opina sobre educación desde su sesgo del superviviente (“pienso así porque, a mí, así me fue bien”), con lo que se invisibiliza a todos esos compañeros que abandonaron en el sistema educativo de entonces. En ese territorio, los estragos de los mensajes alarmistas de tono conservador dañan el pilar de la escuela pública como palanca de progreso y baluarte de la diversidad. Así se ha defendido en multitud de ocasiones desde estudios e investigaciones que, además, ponen de relieve la capacidad de supervivencia de esta ola, en la resistencia ante cualquier dato que se presente.

La mejora de la escuela pública, como pilar esencial del estado del bienestar, merece ser construida desde la disonancia crítica hacia las exigencias de la sociedad neoliberal y capitalista que nos eclipsa. Pero esta mejora tiene que trascender el marco de falacias dicotómicas que ofrecen disyuntivas disparatadas: conocimiento o pedagogía, digitalización o culturización, emoción o racionalidad. ¿Es necesario elegir entre ordenador o libro de texto? ¿La relevancia de la educación emocional excluye el rigor académico en las aulas? ¿Que se haya demostrado que la repetición perjudica a los más vulnerables conduce a una bajada de nivel? En definitiva, ¿en qué datos se apoyan estos mensajes alarmistas?

Las oleadas reaccionarias parecen llevarnos a elegir entre dos modelos educativos presuntamente antagónicos: una nueva y una vieja escuela, en un dualismo absurdo que allana el camino a la alianza neocon, aumentando el negacionismo contra los avances científicos. Aquí es donde ganan, al plantear una estrategia que construye una frontera política que divide y confronta a la sociedad, como cuenta Steven Watson en su artículo New Right 2.0: Teacher populism on social media in England (2020).

El cataclismo en las aulas es una invención para dinamitar la versión más progresista de la educación pública, como trampantojo del opinador de sofá. Los centros actuales son diversos, pero el barco fantasma de docentes disfrazados, purpurina y kahoots no es la nota dominante, sino un espejismo puntual en comunidades que sobreviven aún —como cualquier lector o lectora con adolescentes en casa podrá comprobar— a golpe del canon de la escuela clásica, pese a que algunos viven de defender que la escuela se ha convertido en un parque de atracciones.

Los colegios e institutos, en su autonomía, avanzan a ralentí, marcados por los efectos de la segregación y de una libertad educativa orquestada para que solo elijan las élites. Mientras, los vencidos del pasado siguen condenados al ostracismo, como demuestra nuestra todavía elevada tasa de repetición (un 25 % de estudiantes llegan al final de la ESO con algún curso perdido, según estadísticas del Ministerio).

Pero la oleada del populismo pedagógico prosigue, espoleada por vítores que sortean la inequidad, para defender que cada vez se aprende menos. En cambio, todos los datos indican que el saber nunca llegó a tantos como lo hace ahora, en la escuela más universalista de nuestra democracia. Pero, al igual que con los indicadores económicos, en campaña electoral seguiremos escuchando el “todo mal” y veremos otra vez augurar el apocalipsis escolar. Ya se sabe que las profecías no hace falta demostrarlas y, ante su falta de realización, siempre puede retrasarse su fecha de cumplimiento. Y, mientras esperamos, la ola reaccionaria prospera como una corriente que arrastra logros educativos que ha costado décadas conseguir.

¿Tienes 10 minutos? Intenta estos ejercicios que no requieren equipo.

Puedes trabajar en tu fuerza y movilidad en cualquier momento y sin ir al gimnasio. Te decimos cómo.

No hay que ser un atleta para enfrentarse a retos deportivos diarios. Bien sea levantar el equipaje para meterlo en el compartimento superior de un avión o ponerte en cuclillas para jugar con tus hijos, muchos movimientos diarios requieren una combinación de fuerza, estabilidad y flexibilidad.

Al igual que un atleta, si quieres hacer bien estas cosas sin riesgo de lesionarte, tienes que entrenar. El Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos recomienda 150 minutos de ejercicio aeróbico de intensidad moderada o 75 minutos de actividad vigorosa a la semana y dos sesiones semanales de entrenamiento de fuerza para los principales grupos musculares.

El Times Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox. Pero siempre estamos ocupados. Si solo dispones de 10 minutos, hay muchas cosas que puedes hacer con el peso de tu cuerpo para evitar el crujido en las rodillas, la rigidez en la espalda y el dolor de cuello.

Según Cedric Bryant, presidente del American Council on Exercise, una manera de crear un entrenamiento rápido y eficaz es centrarse en la movilidad, que implica aumentar la fuerza, la estabilidad y la flexibilidad.

“Cuando pensamos en movilidad, pensamos en movimiento”, afirma. Esto significa entrenar para fortalecer el cuerpo mediante movimientos como las zancadas, que trabajan grupos de músculos, en vez de músculos individuales como fortalecer los bíceps con pesas.

“En la vida diaria, el cuerpo nunca ejercita los bíceps de manera aislada”, afirma Jessica Valant, fisioterapeuta e instructora de pilates en Denver.

Otra manera de fortalecerse para la vida diaria es hacer ejercicios dirigidos a partes importantes del cuerpo que se mueven como los hombros, las caderas y la columna vertebral, fortaleciéndolas mientras recorren sus rangos de movimiento.

“La columna vertebral es el centro del torso, la cadera es lo que conecta las piernas con el torso y el hombro es lo que conecta los brazos con el torso”, explica Valant. “Estas son las principales zonas que usas para alcanzar, levantar y tirar. Si puedes trabajar para mantenerlas móviles, te ayudarás con el 90 por ciento de las actividades que haces cada día”.

Mark Lauren, experto en acondicionamiento físico que fue entrenador del Comando de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, comentó que como parte de su rutina de ejercicio, trabaja de manera metódica los hombros, la columna, las caderas y las piernas e incorpora el movimiento completo de cada articulación. Esto le permite trabajar de forma rápida y eficaz para desarrollar fuerza y movilidad.

Si se desarrolla un rango completo de movimiento para estas partes del cuerpo “el resto viene solo”, explica.

Para crear la rutina de peso corporal más eficaz para aumentar la fuerza y la movilidad en la vida diaria, pedimos a varios expertos que nos dijeran cuáles son los ejercicios que recomiendan y por qué. Los cinco ejercicios que eligieron fortalecen todo el cuerpo y te harán sentir más capaz y ágil.

Entrenamiento de 10 minutos de fuerza y movilidad
Esta rutina se centra en las caderas, los hombros y la columna vertebral, empezando por abajo y subiendo. También puedes mezclarlos si lo prefieres. Tómate los descansos que necesites, pero intenta llegar al punto en que no los necesites. A medida que vayas progresando, puedes añadir pesas ligeras, pero primero céntrate en dominar los movimientos.

“Si no te tomas el tiempo necesario para sentirte seguro y fuerte, pueden surgir problemas más adelante”, afirma Valant.
Comienza por trotar, marchar en tu lugar y otros calentamientos dinámicos, luego haz dos rondas de dos minutos de los siguientes ejercicios:

Zancadas: 10 a 20 repeticiones por minuto.

Sentadillas: 10 a 20 repeticiones por minuto.

Puente de glúteos: 10 a 15 repeticiones por minuto.

Extensiones de piernas y brazos: 6 a 10 repeticiones por minuto.

Formación Y-T-W-L: 3 a 5 repeticiones por posición, con cinco posiciones por minuto.

Sentadillas y zancadas para la parte inferior del cuerpo
Las sentadillas y las zancadas son los mejores ejercicios para mejorar la movilidad de la cadera. Fortalecen las piernas, las caderas y la columna vertebral y desarrollan el rango de movimiento de las caderas. Valant nos dice que, aunque los ejercicios son similares, es importante hacer ambos. Las sentadillas, que se centran en los glúteos y los cuádriceps, te ayudarán a bajar al suelo y volver a subir con facilidad.

“Estamos hechos para hacer estas sentadillas hasta abajo”, comentó Valant. “Es bueno para el piso pélvico, es bueno para las caderas”. Las sentadillas también ponen a trabajar a todo el cuerpo porque ambas piernas hacen el mismo movimiento.

Jessica Valant haciendo una demostración de sentadillas. Empieza de pie, con los pies separados a la altura de los hombros y mirando al frente.

Ponte en cuclillas tan bajo como sea cómodo, pero mantén las rodillas directamente por encima de los dedos de los pies y deja que las caderas se muevan hacia atrás,

Para hacer sentadillas con el peso del cuerpo, ponte de pie con los pies separados, de manera que se alineen con tus hombros y los dedos de los pies viendo ligeramente hacia afuera. Cuando te pongas en cuclillas, las rodillas deben alinearse con los dedos de los pies, bajando tanto como te resulte cómodo.

Las zancadas, por otra parte, son asimétricas, requieren equilibrio y estabilidad y abarcan muchos otros movimientos que hacemos a diario. “Así vivimos”, afirmó Valant, casi siempre con un pie frente al otro o al lado. Las zancadas se enfocan en los glúteos, los cuádriceps y los isquiotibiales, que ayudan a caminar y subir escaleras, pero también a mantener el equilibrio.

En el caso de las zancadas, da un paso largo hacia adelante y levanta el talón del pie que está atrás. Valant recomienda usar la encimera de la cocina o una silla para empezar. Tanto para las sentadillas como para las zancadas, a medida que progreses, puedes empezar a añadir algo de peso, pero para mejorar la movilidad, “cuanto más bajes, mejor”, añade. Intenta hacer entre 10 y 20 repeticiones de cada ejercicio.

Sentadillas: de 10 a 20 repeticiones por serie de un minuto, con un total de dos series

Zancadas: de 10 a 20 repeticiones por serie de un minuto, con un total de dos series

Extensiones de piernas y brazos y puentes de glúteo para la columna

La columna vertebral es única en el sentido de que está formada por muchas articulaciones pequeñas, todas las cuales necesitan mantenerse móviles para funcionar correctamente. Los principales movimientos de la columna son hacia adelante, hacia atrás, de lado a lado y de torsión; esos son los movimientos que hay que entrenar. Lauren recomendó las extensiones de piernas y brazos alternadas, que mueven la columna hacia adelante, hacia atrás y de lado a lado.

Adopta la postura de cuatro puntos con las rodillas y las manos sobre el piso, extiende la mano derecha hacia adelante y la pierna izquierda hacia atrás, como si fueras un perro de presa. Luego lleva el brazo y la pierna hacia el centro del cuerpo, tratando de tocar con el codo derecho la rodilla izquierda. Repite, con el brazo izquierdo y la pierna derecha.

Comienza el ejercicio de extensiones alternadas como lo harías si fueras un perro de presa, con una mano extendida delante de ti y la pierna opuesta estirada detrásCredit...Theo Stroomer para The New York Times

Lleva el brazo y la pierna extendidos hacia el centro del cuerpo y si es posible haz que se toquen. Siente cómo se curvan la columna vertebral y el tronco.

“Este es un ejercicio muy bueno al final de un día en el que has estado todo el tiempo sentado frente a la computadora”, comentó Lauren.

El siguiente ejercicio es el puente de glúteos, que trabaja la zona lumbar. Para hacer un puente de glúteos, acuéstate sobre la espalda con las rodillas flexionadas y los pies sobre el suelo. Presiona las caderas hacia arriba para levantarlas del suelo, contrayendo los glúteos mientras lo haces. Evita arquear la espalda, trata de mantenerla recta. A continuación, baja las caderas hacia el suelo. Repite el ejercicio de 10 a 15 veces.

Comienza el puente de glúteos sobre tu espalda, con las rodillas flexionadas y las manos a los lados, con las palmas hacia abajo.

Levanta las caderas manteniendo las palmas de las manos en el suelo. El movimiento debe provenir tanto del tronco como de las piernas

Extensiones de piernas y brazos alternadas: de seis a 10 repeticiones por serie de un minuto, para un total de dos series

Puente de glúteos: de 10 a 15 repeticiones por serie de un minuto, para un total de dos series

Cuatro movimientos para los hombros
Nuestros hombros pueden ejecutar una amplia gama de movimientos. Para desarrollar y mantener unos hombros fuertes y ágiles, Bryant recomendó la formación Y-T-W-L, que permite mover los hombros en toda su amplitud de movimiento tridimensional, en cuatro movimientos separados y trabaja para desarrollar músculos que son cruciales para la vida diaria, pero que muchas veces se olvidan.

Este ejercicio puede hacerse acostado sobre la espalda o de pie con la espalda inclinada hacia adelante. El objetivo es mover los brazos y los hombros a través de cuatro movimientos que imitan las cuatro letras, haciendo de tres a cinco repeticiones por cada letra. A medida que avances, puedes añadir pesas ligeras, pero el objetivo debe ser mover los hombros por completo.

La formación Y-T-W-L puede hacerse en cuclillas, pero si te resulta más fácil, empieza en el suelo. Para la posición en Y, comienza con los brazos por encima de la cabeza, con los codos estirados.

Baja las manos por delante del cuerpo como si bajaras una pelota por encima de la

Para comenzar el primer movimiento, coloca los brazos por encima de la cabeza formando una Y. Bájalos hacia los muslos y luego vuelve a subirlos por encima de la cabeza, como si bajaras una pelota grande desde encima de la cabeza hasta la cintura.

Comienza la posición de la T con los brazos extendidos a ambos lados del cuerpo, con los dedos separados.

Junta las manos delante del torso, como si fueras a aplaudir. Mantén los codos rectos.

Luego, haz la posición de la T, extendiendo los brazos hacia los lados en un ángulo de 90 grados, para después unir las manos en el centro, como si aplaudieras, dejando los brazos rectos.

Comienza la posición de la W con los brazos a ambos lados del cuerpo, con los codos doblados y las manos estiradas hacia arriba.

Estira los brazos como si fueras a levantar algo por encima de la cabeza. Si te resulta cómodo, junta las manos por encima de la cabeza antes de volver a bajarlas.

Para la posición de la W, mantén los brazos extendidos en un ángulo similar de 90 grados con respecto al cuerpo, pero dobla los codos para crear ángulos rectos y levanta las manos, formando esa letra. Lleva los brazos por encima del cuerpo, juntando los dedos, y luego bájalos para volver a formar la W.

La posición en L comienza de forma similar a la posición de la W, con la diferencia de que los codos deben estar doblados en un ángulo de 90 grados.

Baja las manos hasta la altura del pecho o, si te resulta cómodo, hasta el suelo junto a las caderas. Mantén los brazos estirados hacia los lados y los codos a 90 grados.

Para la posición en L, mantén los brazos extendidos hacia los lados en una posición similar a W anterior, de modo que los dos brazos formen la forma de una L. Lleva las manos hacia el pecho en un movimiento de medio círculo hacia las caderas, sin mover la parte superior del brazo.

Formación Y-T-W-L: de tres a cinco repeticiones por posición, por serie de un minuto, para un total de dos series

Diez minutos pueden no parecer mucho para una rutina de fortalecimiento. Pero si se hace bien, con el objetivo de aumentar la movilidad general, facilitará los movimientos cotidianos, ya sea ponerse en cuclillas para arrancar malas hierbas o sacar del carro las compras pesadas.

Rachel Fairbank es una redactora independiente de ciencia que reside en Texas.

https://www.nytimes.com/es/2023/06/04/espanol/rutina-fuerza-10-minutos.html

miércoles, 28 de junio de 2023

Ocho sitios para desayunar bien en Nueva York que los turistas no pisan. Con este mapa se puede madrugar en los barrios periféricos de Manhattan o Brooklyn en los que se atisba parte del futuro de la gastronomía

Con este mapa se puede madrugar en los barrios periféricos de Manhattan o Brooklyn en los que se atisba parte del futuro de la gastronomía

1. Mud Coffee

Aquí siempre suele haber cola esperando en la calle. En Mud preparan el café de 20 en 20 litros y les sale impecable. Además, tienen patio al fondo en el que disfrutar de un robusto burrito de desayuno en el que caben frijoles, arroz, bacon y aguacate. Las patatas de guarnición llegan bañadas en mantequilla y conviene recordar que aquí te suelen rellenar gratis la taza. En Mud cuidaban el café antes de que se pusiesen de moda tanto esta bebida como el barrio, que ahora está lleno de banderas de apoyo a Zelenski.

🍽 Mud Coffee. Dirección: Ukrainian Village. 307 E 9th St.

2. C&B

Desayuno en C&B: sándwich de huevos, panceta y queso. JEREMY GRAHAM / ALAMY STOCK PHOTO Un obrador minúsculo en la orilla de un parque en un barrio que está en pleno auge. En esta zona están abriendo algunos de los restaurantes más interesantes de la ciudad, mientras que ellos hornean pan y fríen donuts exuberantes. No hay mesas dentro, hay una terraza en la que desenvolver un buen sándwich de huevo y panceta, mientras que se escucha la música que suena desde un viejo tocadiscos junto al mostrador. Si se pasea hasta este lugar un fin de semana, quizá haya alguna banda de jazz tocando en directo en la acera.

🍽 C&B. Dirección: Alphabet City. 178 E 7th St.

3. Frenchette Bakery

En TriBeCa viven los que no quieren ser vistos. En esas casitas de apenas tres plantas que se levantan desde los adoquines se refugian algunas de las mayores fortunas del mundo. Es el oasis en mitad del bullicio, es la bisagra entre el ruido. Y aquí, también escondida, está Frenchette, uno de los mejores representantes de la eclosión de los nuevos obradores de pan y hojaldre de la ciudad. Está dentro de un edifico de oficinas, en un pasillo y jamás se sabría que existe si no se entra. Croissants aéreos rellenos de ruibarbo y pain au chocolat con avellanas desde primera hora.

🍽 Frenchette Bakery. Dirección: TriBeCa 220 Church St.

4. Golden Diner

En la frontera entre Chinatown y el Lower East Side se libra una batalla cultural que está dejando fabulosas opciones gastronómicas. Golden Diner es el punto de vista de los asiáticos neoyorquinos sobre lo que debería de ser uno de esos tradicionales diners estadounidenses. Se desayuna en barra. Pida tortitas, por supuesto, y no se olvide de su sándwich de pollo que sirven crujientísimo y con lombarda. El chef Sam Yoo aprendió lo que sabe en una de las cocinas más legendarias de la ciudad: Momofuku Ko.

🍽 Golden Diner. Dirección: Two Bridges. 123 Madison St.

5. Raf’s

Los que creen que saben van al SoHo, los que saben van a NoHo, al otro lado de la calle. Rafs es ahora mismo una de las reservas más complicadas de todo NYC, el nuevo restaurante de las cocineras estrelladas de Musket Room es el lugar al que ir a dejarse ver. Cenar es casi imposible, pero sí se puede ir un fin de semana a desayunar sus hojaldres fragantes y su excelente café. Un local a medio camino entre Italia y Francia que huele a pan y mantequilla, y en el que se debería robar un paquete de cerillas antes de salir de nuevo a la vorágine.

🍽 Raf’s. Dirección: NoHo. 290 Elizabeth St.

6. Burrow

Burrow es el secreto mejor guardado de Brooklyn. Está en el barrio de DUMBO, cerca de la foto que todo el mundo quiere sacar del puente y los adoquines. Pero no se ve aunque se pase por la puerta. Burrow es una minúscula pastelería francesa que regenta una pareja de japoneses que apenas hablan inglés. Aquí se pide gâteau basque, se comparten financiers y madeleines o se desayuna quiche de puerros. Burrow es una habitación minúscula detrás de los ascensores de un edificio de oficinas que, de repente, te lleva al París que solo existe en los sueños.

🍽 Burrow. Dirección: Dumbo. 68 Jay St. #119, Brooklyn.

7. Agi’s Counter

¿Un desayuno húngaro en Nueva York? Pues claro. O más o menos. Aquí hay que compartir unos medio crepes medio tortitas que bañan en mermelada de arándanos y a la que le ponen un lingote de mantequilla de sombrero. Pero no se puede ir uno sin probar sus huevos rellenos y un sándwich de atún que llega a la mesa con piparras. Pilla justo al lado de Prospect Park, que Central Park fenomenal, pero este parque tiene una extensión de hierba gigantesca por la que pasear una mañana feliz.

🍽 Agi’s Counter. Dirección: Crown Heights. 818 Franklin Ave, Brooklyn.

8. Win Son Bakery

En Williamsburg ya no cabe un garito de modernos más, así que hay que desayunar un poco más allá, camino de Bushwick. Si algo hay que desayunar en Estados Unidos es un BEC, un sándwich de bacon, huevo y queso. En este local hay que pedir la versión taiwanesa, en la que sustituyen el pan por tortitas de cebolleta. Ojo, que todo desayuno pide un postre a la altura, y en NYC siempre hay un buen donut que comerse. En Win Son, con mirada asiática, lo hacen con masa de mochi.

🍽 Win Son Bakery. Dirección: Bushwick. 164 Graham Ave, Brooklyn.

New York Times.

martes, 27 de junio de 2023

_- LOMLOE. Pedro Huerta, de Escuelas Católicas: “Derogar la ley de Educación perjudicaría al profesorado, a los alumnos y al sistema” .

_- “Ante los abusos se ha actuado como si fueran problemas que hubiera que tapar”, admite el religioso, secretario general de la mayor organización de la enseñanza concertada en España.

Pedro Huerta dirige, con el cargo de secretario general, Escuelas Católicas, la mayor organización de la enseñanza concertada. Pertenecen a ella, en números redondos, 2.000 colegios, en los que estudian 1,2 millones de alumnos y trabajan 100.000 personas, 82.000 de ellas docentes. Licenciado en Filosofía y religioso de la orden de los Trinitarios, Huerta nació hace 53 años en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) y trabajó tres décadas en Andalucía, primero en prisiones y después en colegios, especialmente en centros considerados socialmente complejos. La entrevista tiene lugar el primer martes de junio, por la tarde, en la poca vistosa sede de Escuelas Católicas, ubicada en el barrio de Moratalaz de Madrid, en unos sofás de su despacho, muy blanco y apenas decorado, en uno de cuyos estantes descansa una foto en la que aparece junto al papa Francisco.

Pregunta. Los resultados electorales de mayo han dejado la aplicación de la nueva ley educativa, la Lomloe, en manos de autoridades autonómicas que se han opuesto a ella. Y es posible que si en julio hay otros partidos en el Gobierno, la ley vuelva a cambiar. ¿Qué opina?
Respuesta. Es un escenario de incertidumbre preocupante. Nosotros no queremos que se derogue la Lomloe. Lo digo de verdad. Podría decir: ‘Pero si ustedes se manifestaron y salieron en contra de la Lomloe’. No, hay que diferenciar. Nosotros salimos a manifestar que algunos aspectos de la Lomloe no mejoraban el sistema educativo, sino que buscaban la desaparición progresiva de la complementariedad de redes, de los conciertos educativos. Pero eso no quiere decir que queramos que se derogue la Lomloe. Si ocurriera, sería perjudicial para el sistema educativo, para los colegios, para los mismos alumnos, y para los docentes, que están ya bastante cansados y hastiados con tanto cambio. Y sobre todo, la Lomloe incluye un corpus pedagógico que es bueno, que era muy necesario y cuyo desarrollo, del currículo, de [la normativa de] titulaciones, y otros elementos sigue siendo muy necesario.

P. ¿Qué cree que acarrearía, si cambia el Gobierno, una paralización del calendario de implantación de la ley, que este curso ha empezado por los cursos impares y el próximo está previsto que se extienda a los pares.
R. Generaría mucha inseguridad y mucho hastío en el profesorado, por no hablar del mundo editorial, de creación de materiales educativos... El currículo que se ha propuesto ahora no es fácil. Es muy complejo y ha requerido muchas horas de formación del profesorado. A finales de este mes y en julio, una parte importante del profesorado, tanto del nuestro como el de la pública, va a seguir formándose sobre los elementos que la Lomloe incorpora en cuanto a cambio metodológico y pedagógico... Quien mandara paralizar esos cambios, tendría que dar muchas explicaciones, porque afectaría a la calidad de nuestro sistema educativo.

P. ¿Qué le parece el aprendizaje basado en competencias que pretende implantar la Lomloe?
R. En los aspectos pedagógicos, la Lomloe tenía que haber llegado antes. Ese modelo se tendría que haber implantado mucho antes en España. Con la Lomce [la anterior ley educativa, del PP, aprobada hace 10 años] se perdió la oportunidad de incorporar este enfoque, que no es un invento de aquí, se nos lleva pidiendo desde Europa mucho tiempo, y que creo que va a mejorar la calidad de nuestro sistema.

P. Pero Escuelas Católicas pidió retrasar la implantación de la ley.
R. Sí, pero para que los docentes pudieran adquirir adecuadamente su enfoque. Mi duda es si las bondades de este nuevo sistema están siendo realmente incorporadas por los docentes, porque es un cambio muy fuerte, que requiere cambios en la evaluación, y se está haciendo demasiado rápido. Me consta, porque hablo con muchos docentes, yo mismo lo he sido hasta hace dos años, que está costando mucho, y que en muchos sitios se está incorporando a medias, de forma aparente. Esto requiere más tiempo, así que imagine si la solución que se le da ahora es paralizarlo… sería el colmo. Entiendo las prisas de los políticos para poner en marcha la ley, la preocupación por si dándole más tiempo hay un cambio de Gobierno y la elimina. Y precisamente por eso hace falta lo que también venimos pidiendo desde hace años, que es un pacto educativo que permita que pueda haber transformaciones del sistema educativo sin depender de los cambios de gobierno, no solo a nivel nacional, también autonómico.

P. Afirma que la Lomloe tiene elementos que amenazan a la escuela concertada, pero no parecen haberse materializado.
R. La Lomloe es una herramienta que está ahí. Y ciertas partes que atacan a la escuela concertada, como el artículo 109 [que establece, por ejemplo: “Las Administraciones educativas promoverán un incremento progresivo de puestos escolares en la red de centros de titularidad pública”] han sido utilizadas por unas comunidades y por otras no, independientemente del color político. Hay autonomías gobernadas por el PP que lo han hecho y otras del PSOE, que no. Lo que hemos dicho desde el principio es que no debe dejarse una herramienta tan abierta, que puede convertirse en un arma arrojadiza en contra de una parte importante del sistema educativo, en manos de las comunidades autónomas. Y sí nos gustaría que algunos aspectos de la Lomloe se matizaran.

P. ¿Qué comunidades la han usado?
R. Cataluña, por ejemplo. En la nueva ley educativa que están haciendo en el País Vasco, también se ha utilizado bastante. En La Rioja, en Extremadura, y en Galicia hemos tenido también bastantes momentos de preocupación, porque nos han dicho que, por la ley, tenían que priorizar la educación pública. Y otras, como Valencia, Aragón, Castilla-La Mancha o Asturias, con gobiernos socialistas, ha habido un diálogo fluido y muy bueno.

P. ¿La Iglesia española está haciendo lo necesario para investigar los abusos sexuales a menores cometidos en su seno, denunciar a los culpables, reparar a las víctimas y poner los mecanismos para que no vuelva a ocurrir? Muchos piensan que no.
R. Como Iglesia no puedo hablar, en todo caso opinar. Sus responsables han presentado nuevos protocolos e instrucciones, y me parece un paso importante. Comprendo que desde fuera pueda desearse que los tiempos y las formas de comunicar de la Iglesia fueran otros, más parecidos a los de una empresa, por ejemplo. Pero se responde, y en este momento creo que puede reconocerse en la Iglesia un rostro avergonzado y en condiciones de actuar y de poner remedio. Tal vez desde fuera nos hubiera gustado que en otros momentos actuara mucho antes y fuera más contundente. Y más en situaciones tan duras, tan dramáticas y tan vergonzosas como estas.

P. ¿Y los colegios católicos están haciendo lo necesario? Muchas veces cuesta que respondan sobre estas cuestiones y falta transparencia.
R. Toda la sociedad hemos avanzado mucho en transparencia, en reconocer sin ambigüedades estas situaciones, en decisión para afrontarlas, intervenir y repararlas. Nos está pasando a todos, y a los colegios también. Estamos en un momento de asunción de responsabilidades, no solo ante los casos, sino para prevenirlos en el futuro. Desde Escuelas Católicas tenemos dos programas para formar a los directores y profesores en prevención, y hemos presentado una guía con el mismo objetivo. Se está haciendo. ¿Hay mucho que hacer todavía? Evidentemente.

P. Durante décadas, los casos se han ocultado, y se ha reubicado sin más a los agresores, a veces en otros colegios. ¿Por qué?
R. Creo que institucionalmente no se había dado una reflexión como se está dando ahora, sincera, cercana, sobre su alcance. No como un problema, sino como una falta de testimonio de lo que somos y algo que hay que cambiar. Un problema es algo que me genera una situación que es mejor tapar. Y así es como se ha actuado, como si fueran problemas que hubiera que tapar. No había una predisposición institucional, como no la había en gran parte de la sociedad. Ahora tenemos que trabajar para que no ocurran, y para que si ocurren sepamos cómo intervenir, no tapemos nada y seamos lo suficientemente claros. No porque lo diga una ley, sino porque lo dice nuestra esencia, lo que somos.

lunes, 26 de junio de 2023

El trabajo infantil se combate con educación.

A pesar de ser una de las prioridades de los organismos de derechos humanos, 160 millones de niños siguen sufriendo explotación laboral. Las guerras, las crisis económicas y la desigualdad son las principales amenazas.

“Si no trabajo, mi familia morirá de hambre. Con mis ingresos estoy pagando el alquiler de nuestra casa y asegurando la comida para mí y para mi madre. Por eso sigo trabajando en la tienda”. Esta frase tan dura es de Sumaya, de Bangladés. Tiene 14 años y desde hace dos trabaja en una tienda de ropa. Ahora vive más contenta y relajada, a pesar de las muchas horas que pasa de pie: ha dejado de ejercer como trabajadora doméstica y sus jefes no la maltratan físicamente como hacían en su antiguo empleo.

El caso de Sumaya es el de tantos niños y niñas, como Sétou, Kabir, o Anne, que viven en países como Malí, India o Burkina Faso. Sumaya, dentro de su frágil situación, al menos ahora vive menos amenazada. Otros no tienen la misma suerte. Como ellos, en el mundo hay 160 millones de niños y niñas de entre 5 y 17 años —63 millones de niñas y 97 millones de niños, según la OIT y Unicef— que trabajan. Se trata de uno de cada 10, y entre ellos, casi la mitad realiza trabajos peligrosos.

En el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, un año más, hemos de lamentarnos por un fenómeno que no disminuye. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible se marcaron como meta erradicar el trabajo infantil en 2025, o sea de aquí a dos años. Sin embargo, todo apunta a que en esa fecha habrá todavía 140 millones de niños trabajando.

Más de un tercio de los niños y niñas en situación de trabajo infantil no están escolarizados. Aquellos que realizan trabajos peligrosos tienen aún menos probabilidades de asistir a la escuela.

El trabajo infantil constituye una violación de los derechos de la infancia, perjudica su bienestar y es dañino para su desarrollo integral. No hablamos del trabajo que un niño efectúa de forma puntual y ligera, como reponer alimentos o coser algún vestido, o de tareas que, si se ejecutan de forma adecuada, pueden hasta contribuir al aprendizaje y a la socialización de niñas, niños y adolescentes. Hablamos de aquel que priva a la infancia de sus derechos fundamentales, como a la educación, la protección, la participación y la salud, sin olvidarnos del ocio y el juego, tan importantes en esta etapa. Hablamos de erradicar un trabajo que no siempre garantiza su acceso a medicamentos, alimentación y ropa adecuada, y los expone a accidentes y enfermedades por sus duras condiciones (demasiadas horas, manipulación de material pesado o peligroso, exposición a condiciones climáticas adversas). Aquel que los separa de sus padres y madres u otros familiares, haciéndolos vivir en entornos hostiles, y sin relaciones seguras con los pares o personas adultas de confianza. Esta mezcla conlleva una mayor exposición a violencias de todo tipo, incluyendo la sexual. Hablamos también de erradicar formas extremas de vulneraciones de derechos como la explotación sexual comercial y el reclutamiento forzado en grupos armados.

El trabajo infantil, al provenir de una combinación de causas —la falta de leyes apropiadas, o su implementación, la falta de recursos y el carácter informal de la economía, las carencias en los sistemas de protección social y de educación, normas sociales y prácticas dañinas— se agudiza en situaciones de crisis: el riesgo de trabajo infantil para los que viven en países afectados por conflictos es tres veces superior a la media mundial.

La crisis de la covid-19 ha provocado un receso en los avances hacia la eliminación del trabajo infantil y sus peores formas. Si bien es cierto que regiones del mundo como Asia o América registraron una reducción de la incidencia del trabajo infantil, hay grandes disparidades entre regiones, y a nivel global, la lucha contra este fenómeno está estancada. En África subsahariana, donde la incidencia es la más alta, este ha aumentado en los últimos años y ahora concierne al 23,9% de los niños y niñas. También hay disparidad en las franjas de edad, con un preocupante aumento de los menores de entre 5 y 11 años que ahora trabajan en todo el mundo. A esa edad, lo justo es jugar, beneficiarse de un entorno protector y asistir a la escuela.

Más de un tercio de los niños y niñas en situación de trabajo infantil no están escolarizados y aquellos que realizan trabajos peligrosos tienen aún menos probabilidades de asistir a la escuela. El trabajo infantil afecta al acceso a la escuela, así como a la asistencia y el mantenimiento. Le impide a la infancia aprender de forma adecuada y feliz. Por eso es tan importante garantizar una educación segura, inclusiva y de calidad para todos los niños y niñas. Se debe asegurar la educación obligatoria hasta cierta edad —la misma edad bajo la cual el trabajo esté prohibido —, y fortalecer los sistemas para que la educación respete las necesidades de aquellos niños y niñas que se incorporan después de experiencias de trabajo. Se ha de garantizar la continuidad para los y las adolescentes que quieran seguir estudiando, reforzar los sistemas de formación profesional o técnica, y proporcionar un acceso al empleo seguro.

Hay que educar desde la raíz, fomentando el diálogo y activando la escucha con todos los actores, sobre todo con aquellos que más saben de los riesgos: los propios niños y niñas. Es hora de acelerar los esfuerzos para que tomen conciencia de sus derechos, para que se protejan a sí mismos y a sus pares. Hemos de combatir su invisibilidad, escuchando y entendiendo lo que nos dicen, para así conocer sus realidades, fortalecer sus capacidades y apoyar sus iniciativas. Es crucial que se les deje el espacio para defender su derecho a la educación, pero también a un trabajo digno, lo que significa salario mínimo, condiciones de seguridad y garantía de un horario adecuado a su edad y desarrollo.

Laurence Cambianica es especialista en Programas de Protección de Educo.

https://elpais.com/planeta-futuro/red-de-expertos/2023-06-12/el-trabajo-infantil-se-combate-con-educacion.html

domingo, 25 de junio de 2023

María Couso, pedagoga: “Muchos docentes siguen creyendo que se pierde el tiempo jugando, cuando es justo lo contrario” .

En tiempos de pantallas, la también maestra publica su primer libro, en el que reivindica el potencial de los juegos de mesa como herramienta para el desarrollo de muchas de las funciones más importantes del cerebro así como un modo de entrenar la atención y la frustración.

El filósofo alemán Wolfram Eilenberger afirmaba en una entrevista reciente publicada en EL PAÍS que no estaba de acuerdo con la idea de recuperar al niño que llevamos dentro. En su opinión, lo importante es abandonar la infancia manteniendo vivas las preguntas de los niños. La pedagoga y maestra María Couso (Vigo, 37 años) da una vuelta de tuerca a la máxima de Eilenberger en su primer libro Cerebro, infancia y juego (Destino), publicado en enero: se trata de abandonar la infancia manteniendo vivas las ganas de jugar de los niños.

“La infancia es un periodo genético, así que no está en nuestras manos controlar cuándo viene y cuándo se va, pero sí deberíamos mantener determinadas ideas y actividades que son propias de esta etapa vital”, explica Couso por teléfono. “El objetivo es ser capaces de mezclar y encontrar el equilibrio entre los procesos propios de los adultos y los procesos y actividades propios de los niños”, añade la también creadora del proyecto PlayFunLearning, cuyo objetivo es aprender jugando y nace de la necesidad de divulgar contenido pedagógico de calidad compartiendo tips que ayuden a mejorar las prácticas educativas tanto dentro como fuera del aula. En tiempos de pantallas, la pedagoga, que cuenta con más de 80.000 seguidores en Instagram, reivindica el potencial de los juegos de mesa como herramienta para el desarrollo de muchas de las funciones más importantes del cerebro.

Los adolescentes ignoran la voz de su madre a partir de los 13 años, según un estudio PREGUNTA. “El hombre no deja de jugar porque se vuelve viejo. Se vuelve viejo porque deja de jugar”, decía el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw. ¿Por qué dejamos de jugar?
RESPUESTA. Porque siempre tendemos a observar el juego como algo propio de la infancia y, por tanto, lo oponemos a todo aquello que entendemos por crecer y madurar. Y en muchos casos, también oponemos los términos trabajar o estudiar a jugar. Lamentablemente, casi nadie en su cabeza dibuja la figura de un niño jugando más allá de los ocho o nueve años. Tendemos a presionar a la infancia para que abandone ese ámbito del juego.

P. ¿Ejercemos esa presión cada vez antes?
R. Sí. A principios del siglo XXI pensábamos que el desarrollo del cerebro se concluía a los 17-18 años. Hoy la evidencia internacional aceptada señala que el término del desarrollo cerebral se produce en torno a los 25 años, pero ya hay investigaciones realizadas en Estados Unidos durante el año 2020 que muestran que podríamos tener un desarrollo cerebral más tardío, cercano a los 34 años. En contraposición a esta evidencia, tendemos a hacer crecer muy rápido a los niños. En Occidente, por ejemplo, cada vez estamos entrando de forma más temprana en la adolescencia, lo que significa que estamos acortando la infancia.

P. Si cada vez alejamos antes a los niños del juego, ¿corremos el riesgo de crear una generación de niños viejos?
R. Totalmente. Cada vez más las pantallas están invadiendo nuestras vidas. Creemos que ver un vídeo en YouTube o jugar a un videojuego es tiempo de ocio y de calidad, cuando en realidad un videojuego no se puede comparar con jugar al aire libre, pero tampoco con un juego de mesa en el que estás presente, constantemente interaccionando con otros, compartiendo el momento, tocando, oliendo a los demás… Todo esto es muy importante. Los niños necesitan moverse, estar activos, porque eso tiene una gran implicación en el desarrollo del cerebro. De hecho, la construcción del cerebro nace del movimiento. Uno aprende mejor cuando se mueve, por eso es tan relevante que desde la más tierna infancia respetemos los tiempos de ocio y, sobre todo, de juego.

P. ¿Qué pueden aportar concretamente los juegos de mesa al desarrollo de los niños?
R. Los juegos de mesa, para empezar, son un canal maravilloso de socialización en entornos familiares. Son una forma estupenda de acercar familias, de acercar generaciones y, al mismo tiempo, desarrollar toda una serie de habilidades cognitivas, desde procesos de atención hasta el control de impulsos, pasando por el desarrollo de lenguaje a nivel oral, de estructuración, de narrativa, etcétera. Además, el juego también nos ayuda a desarrollar y entrenar una función cognitiva muy importante: la memoria de trabajo. Un juego de mesa es una herramienta con la que puedes poner en marcha al mismo tiempo y en un corto periodo de tiempo todas las habilidades cognitivas necesarias para tu día a día.

P. Partiendo de esta base, ¿diría que es un recurso infrautilizado?
R. Totalmente. Sí que es verdad que desde hace un par de años hay una introducción bastante interesante de los juegos a nivel educativo, pero falta todavía mucha concienciación sobre el poder y las habilidades cognitivas que trabajan los juegos de mesa. Muchos docentes siguen creyendo que se pierde el tiempo jugando, cuando es justo lo contrario. Y es que no solo se pueden trabajar todas esas habilidades cognitivas que he citado antes y que para muchos docentes son invisibles, sino que, además, los juegos pueden servir como recurso de implementación de temas a nivel curricular.

P. Lleva muchos años trabajando con niños con problemas de atención. ¿Pueden ser los juegos de mesa una herramienta para trabajar esa capacidad?
R. Totalmente. Uno no nace atento, uno se hace atento. Esa es la clave. Como decía antes, cada vez a más temprana edad se están introduciendo las pantallas en la vida de los niños, unas pantallas que ofrecen un nivel de sobreestimulación que ningún cerebro en la infancia puede soportar, así que estamos alterando la vía de desarrollo atencional. Los juegos de mesa, en ese sentido, son un potente canal de mejora de esas rutas atencionales a las que no estamos favoreciendo nada con una temprana y abusiva utilización de las pantallas.
P. Define los juegos de mesa como una herramienta emocional sin límite generadora de emociones agradables.
R. Así es.

P. Mis hijos, sin embargo, el 90% de las veces que jugábamos a juegos de mesa acaban discutiendo o enfadados.
R. (Risas) Es que a nadie nos gusta perder, pero a los niños todavía menos. Pero cuando pasa esto, no vale con esconder el juego porque genera conflicto, porque de esta forma lo único que estamos haciendo es dejando de entrenar a los hijos en la gestión de esa frustración y de las emociones que les despierta. Por tanto, no se trata tanto de evitar este tipo de juegos, sino de medir el tiempo de exposición a los mismos para que puedan ir de alguna manera entrenando esa capacidad de frustración, algo que en última instancia les permitirá disfrutar del proceso de juego sin necesidad de que ellos sean los ganadores.

P. ¿Pueden ser también los juegos cooperativos una solución para entrenar esa frustración?
R. La gente desconoce que, antes de los cinco años, el cerebro humano no puede sentir ningún tipo de expectativa o de placer cuando no conoce lo que va a pasar. Es decir, necesitamos saber siempre de antemano lo que va a pasar para poder disfrutarlo, por eso los niños antes de cinco años hacen tareas en bucle o piden leer una y otra vez los mismos cuentos. Se aferran a lo que conocen, a la certidumbre. Cuando algo se trastoca e implica una flexibilidad cognitiva es cuando empieza a aparecer la frustración, que tiene que ser trabajada. Por eso los juegos de niños muy pequeños, entre los dos y los cinco años, mayoritariamente tienen un carácter colaborativo, para ir entrenando en grupo, como parte de la familia, esa posibilidad de ganar o perder.

sábado, 24 de junio de 2023

Aprender de los mejores.

Únicamente con la fragmentación de la izquierda podrían PP y Vox tener esa mayoría parlamentaria. Tras el acuerdo de coalición electoral del pasado viernes, esa posibilidad ha desaparecido.


— Yolanda Díaz celebra el acuerdo de Sumar con toda la izquierda: “Vamos a ganar las elecciones generales”


Hace ya algo más de treinta años que estudié, no simplemente leí, un libro de William Lee Miller dedicado a James Madison, The Business of May Next: James Madison & The Founding, publicado por la University Press of Virginia. El libro es una joya. No he encontrado traducción en castellano.

Lo que más me llamó la atención del libro fue la descripción que hace de la relación entre el embajador en Paris, Thomas Jefferson, y el futuro constituyente de Filadelfia, James Madison. Y me llamó la atención porque Madison le solicita a Jefferson que le envíe libros que aborden el “fracaso” en la configuración y funcionamiento de las distintas formas de gobierno, antiguas y modernas.

El mayor éxito en el proceso de construcción de un proyecto político es evitar el fracaso. La tendencia hacia el fracaso es la norma. En contrarrestarla primero y revertirla después es en lo que tienen que centrarse los promotores de un proyecto político. El éxito no se puede dar por supuesto, sino que tiene que ser el resultado de un esfuerzo tenaz e ininterrumpido de contención de los impulsos disolventes que se abren paso con mucha más facilidad que los integradores.

En mi opinión, no ha habido nadie que haya estado a la altura de James Madison como constituyente. Nadie se ha preparado como él se preparó para intervenir en la Convención de Filadelfia y hacer uso de sus conocimientos para la configuración de la mayoría que acabó aprobando la Constitución.

Posteriormente sería, en mi opinión de nuevo, el más decisivo de los tres autores de El Federalista, obra decisiva en el proceso de ratificación de la Constitución en las antiguas trece colonias, que se habían convertido en Estados independientes y habían aprobado en 1781 Los Artículos de la Confederación. Si hay alguien clave para explicar el tránsito de la Confederación a la Federación, ese es, sin duda, Madison.

Esta lectura de Madison, aunque no la mencioné expresamente, es la que está detrás de los dos artículos que publiqué sobre el acto fundacional de Sumar en el polideportivo Magariños, Lugares propios de nuestro espacio y Sumar: una federación de izquierdas, los días 29 de marzo y 3 de abril respectivamente.

Llegué a la conclusión contraria a la que llegó Enric Juliana, que en repetidas ocasiones ha afirmado que el acto de Magariños fue una catástrofe, que se debería haber evitado. Justo lo contrario de lo que yo opiné y sigo opinando.

La fundación de Sumar no se podía demorar por más tiempo. Y tenía que hacerse sin cerrar ninguna puerta a ninguna organización política de izquierda, pero sin que pudiera generarse la más mínima duda acerca de la autonomía del proyecto político, con exclusión expresa de subordinación de este nuevo proyecto a cualquier otro, que no hacía falta mencionar expresamente porque todo el mundo sabía cuál era.

Una vez conseguido esto, había que transformar ese momento constituyente en un proyecto electoral viable. Había de nuevo que evitar el fracaso, que en esta fase era más difícil de evitar y, además, era definitivo: aniquilaba el proyecto antes casi de que hubiera nacido. Y en eso es en lo que Yolanda Díaz y su equipo se han estado esforzando en el poco tiempo de que han dispuesto para articular dicho proyecto electoral. En mi opinión, lo han conseguido.

Ahora viene la prueba definitiva: ganar las elecciones. Entiendo por ganar las elecciones conseguir que se mantenga como mayoría de investidura y de gobierno la misma que viene dirigiendo el país desde julio de 2018 y que ha sido la mayoría más progresista, sin duda, pero también una mayoría de las más eficaces y productivas de todas las que se han sucedido desde la entrada en vigor de la Constitución.

No tengo dudas de que así va a ser. La “mutilación” de la Constitución material de España con la exclusión de los nacionalismos vasco, catalán y gallego, hace imposible que las derechas españolas alcancen la mayoría parlamentaria necesaria para gobernar. Únicamente con la fragmentación de la izquierda podrían PP y Vox tener esa mayoría parlamentaria. Tras el acuerdo de coalición electoral del pasado viernes, esa posibilidad ha desaparecido.

No sé si Yolanda Díaz ha sido lectora de Madison, aunque es probable que haya aprendido del mismo a través de Ramón Maíz. En todo caso, en esta primavera ha actuado como una alumna aventajada del constituyente americano.


viernes, 23 de junio de 2023

El Banco Central Europeo vuelve a las andadas contra los salarios

Publicado en Público.es el 9 de junio de 2023

La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, acaba de afirmar esta semana que los trabajadores de la eurozona están logrando recuperar parte del poder adquisitivo perdido por la inflación, dice que hay que estar «extremadamente atentos» a su impacto sobre la evolución de los precios y ha pedido que se firmen acuerdos para evitar el aumento de los salarios.

Lo primero que hay que recordar es que Lagarde se ha equivocado en todas y cada una de las afirmaciones que ha hecho hasta ahora sobre la inflación actual.

Se equivocó a lo largo de todo el año 2021, cuando dijo que la subida de precios era «temporal debida a la pandemia». También erró a finales de ese año cuando aseguró que «la inflación caerá en 2022» y lo mismo le pasó en octubre del año pasado cuando decía que la inflación «había llegado a Europa prácticamente de la nada» y que se produjo por «una crisis energética causada por Putin».

Con esos antecedentes ¿hay razones para creer que ahora no se equivoca? ¿Se ha producido un milagro y Lagarde, en lugar de volver a equivocarse, acierta al señalar que es un posible aumento de los salarios lo que puede avivar la inflación?

Yo creo que no, y que los hechos lo demuestran.

Además de otras investigaciones independientes, han sido fuentes del propio Banco Central Europeo las que han confirmado que es el aumento en los márgenes de muchas empresas y no los salarios lo que viene impulsando los precios al alza. Por tanto, no se comprende bien que Lagarde pida estar «extremadamente atentos» ante la evolución de los salarios y que no lo haya estado ni lo esté ante unos márgenes empresariales que tan clara y reconocidamente están generando inflación. Si el compromiso de Lagarde y el Banco Central Europeo para luchar contra la subida de precios fuese efectivo, sincero y coherente ¿por qué no han creado en Europa observatorios que hagan el seguimiento de los márgenes empresariales, tal y como hay en Estados Unidos? ¿y por qué no han tomado medidas contra esa presión de los beneficios sobre los precios?

No lo hacen porque el Banco Central Europeo tiene una visión completamente equivocada del funcionamiento real de los mercados europeos. Equivocada o simplemente sesgada para no tener que hacer frente al poder de mercado de las grandes empresas que vienen subiendo sus márgenes. Así lo demostró Philip R. Lane, miembro del Comité Ejecutivo del BCE, en una entrevista de febrero pasado en la que dijo que «las empresas europeas saben que si suben demasiado los precios, sufrirán una pérdida de cuota de mercado». Algo completamente incierto porque hay oligopolios que se ponen de acuerdo, empresas que se enfrentan a lo que los economistas llamamos demanda inelástica (que no disminuye significativamente cuando suben los precios) y, en general, competencia entre empresas que no se desarrolla a través de los precios.

Por otro lado, ha sido la propia Lagarde quien ha reconocido que la inflación actual también está desencadenada por el cambio climático y, sin embargo, el Banco Central Europeo no parece tener tanta preocupación o contundencia para actuar en ese sentido como la que manifiesta Lagarde por el potencial efecto inflacionario de los salarios, tal y como señalé en un artículo en este diario el pasado mes de octubre.

Es evidente que si hay subida de salarios como consecuencia del intento de recuperar poder adquisitivo pueden producirse subidas de costes en las empresas, pero la cuestión es si serán más determinantes que las provocados por otros factores y, por tanto, sin son las que requieren atención extrema o prioritaria.

Para que la recuperación del poder adquisitivo se convirtiera en ese peligro tan contundente al que hace referencia Lagarde tendrían que darse circunstancias que hoy día sabemos que no se dan, como están poniendo de relieve organismos internacionales o centros de investigación bastante conservadores.

El Fondo Monetario Internacional decía en octubre de 2022 que, según un estudio de lo ocurrido en 22 economías en situación parecida a la de 2021 durante los últimos 50 años, «las posibilidades de que surjan espirales persistentes de precios y salarios parecen limitadas».

La Organización Internacional del Trabajo afirmaba el pasado mes de abril que «hay espacio para que aumenten los salarios reales, no solo para ponerse al día con la inflación, sino también para alinearse con el crecimiento de la productividad».

Un estudio del mes pasado de CaixaBank concluye que «cabe esperar que las actuales presiones inflacionistas sí tengan un impacto en los salarios, aunque no debería ser tan acentuado como el que se habría producido en el mercado laboral español de principios de siglo de haberse registrado una inflación similar».

La probabilidad de que el alza salarial desencadene en estos momentos una grave espiral inflacionista es, por tanto, muy reducida.

En consecuencia, no se debe temer a que la recuperación de todo o parte del poder adquisitivo perdido por los salarios produzca nuevas y más graves tensiones sobre los precios. Sobre todo, si esa recuperación se vincula a pactos de rentas y de impulso de la productividad y a medidas fiscales que promuevan la actividad de las empresas más competitivas y no de las que disponen de posiciones de privilegio en el mercado que se traducen en subidas injustificadas de sus márgenes.

Por el contrario, llevar a cabo nuevas políticas de contención salarial va a tener un efecto muy negativo para para los hogares y también para la inmensa mayoría de las empresas. Las familias tendrán mayores dificultades para salir adelante y empresas sin poder de mercado, las más numerosas y las que más empleo generan, verán reducirse sus ventas porque es a gasto en consumo a donde se dirige la inmensa mayor parte de la masa salarial que se recorta cuando se ponen en marcha las políticas que de nuevo defiende el Banco Central Europeo.

Cuando Lagarde pide que no suban los salarios vuelve a equivocarse, tal y como le ha sucedido hasta ahora cuando ha hecho predicciones sobre la marcha de la inflación. O, como dije antes, quizá no se equivoca, sino que simplemente defiende políticas que tienen como único efecto aumentar el beneficio de las grandes empresas, en perjuicio de la inmensa mayor parte del empresariado, de los hogares y de la economía en su conjunto.


jueves, 22 de junio de 2023

_- Cómo no hacer absolutamente nada en el trabajo: entre la picaresca del empleado y la incompetencia de las empresas.

De grandes corporaciones que tienen empleados infrautilizados a asalariados que se las arreglan para que todo el trabajo lo hagan sus compañeros, hay un problema en el mundo laboral que nadie sabe muy bien cómo solucionar

La historia de las mujeres y hombres que llevan mucho tiempo ocultándose en el trabajo recuerda a la de Shoichi Yokoi, sargento del ejército imperial japonés que pasó casi 30 años escondido en la selva de Guam, archipiélago de las Marianas, una vez concluida la II Guerra Mundial. Yokoi decidió no rendirse hasta que recibiese la orden directa de un superior y se internó en la espesura, alimentándose de sapos, roedores y culebras y esforzándose por pasar desapercibido. Su plan, un acto de terca resistencia solitaria, funcionó. Nadie pudo encontrar al sargento Yokoi hasta que, un día de primavera de 1974, se hartó de esconderse.

Un artículo de Emily Stewart en la web estadounidense Vox alerta sobre la existencia de rezagados de las guerras corporativas contemporáneas que consiguen esconderse durante años en la espesura de sus propias empresas. Stewart los describe como “asalariados sin trabajo”. En España han trascendido casos extremos como el del funcionario valenciano Carles Recio, plusmarquista mundial en la disciplina de escurrir el bulto, que pasó toda una década acudiendo al trabajo solo para fichar a primera hora de la mañana sin que constase en todo ese tiempo la ejecución de ninguna tarea concreta.

En opinión de Stewart, “la pandemia, el teletrabajo, el proceso de automatización y externalización de cargas de trabajo y el desbarajuste organizativo que todo ello está generando en algunas empresas” son ahora mismo caldo de cultivo para la proliferación de una nueva hornada de sargentos Yokoi en el mundo laboral. La periodista considera que este tipo de resistentes pasivos y absentistas profesionales ha existido siempre, pero puede que ahora más que nunca. La mayoría de ellos empezaron practicando el escaqueo a tiempo parcial, pero con el tiempo han perfeccionado sus estrategias de indolencia y camuflaje hasta convertirse en una presencia ausente: acuden al trabajo, pero no trabajan.

Trabaja tú, que a mí me da la risa
Alison Green, autora del desopilante ensayo sobre desastres corporativos Ask A Manager: How to Navigate Clueless Coleagues, Lunch-Stealing Bosses and the Rest of Your Life At Work (Pregúntale a un directivo: cómo sobrevivir a colegas inútiles, jefes que te roban el almuerzo y el resto de tu vida en el trabajo), considera que la existencia de este tipo de perfiles laborales es un fenómeno “tan desconcertante como frecuente”. En la mayoría de las plantillas, las cargas de trabajo se distribuyen de manera poco eficiente y aún menos equitativa y lógica: “El reducto de profesionales más comprometidos y motivados asume el grueso de las tareas importantes, mientras una mayoría silenciosa capea el temporal tratando de hacer lo menos posible y un último grupo se las arregla para no hacer nada en absoluto”.

Cristian S., informático barcelonés de 43 años, pertenece, según confiesa, a ese tercer grupo, el de los “supervivientes tóxicos”, en palabras de Green. Cristian accede a hablar con ICON con la condición de que se preserve su anonimato. Reconoce, de entrada, que lleva más de cuatro años dedicándose a “perder el tiempo” y sin hacer ninguna contribución significativa a su empresa: “Digamos que cobro un sueldo y paso un mínimo de 40 horas semanales en mi oficina, pero no tengo trabajo desde que completé el rediseño de los servidores internos unos meses antes de la pandemia”.

Poco después, la compañía en la que trabaja fue absorbida por otra y los nuevos propietarios decidieron externalizar la asistencia informática: “A mí me retuvieron para hacerme cargo de la coordinación y la supervisión de ese servicio externo, pero la realidad es que no hay nada que supervisar ni coordinar, mis supuestos interlocutores no se ponen en contacto conmigo nunca y mis jefes no parecen saber que existo”.

En cuanto empezó el confinamiento, Cristian se instaló definitivamente en el nirvana de la inactividad bien retribuida. Pronto adquirió el hábito de abrir su cuenta de correo corporativo a primera hora de la mañana y pasar el resto del día sin hacer “absolutamente nada”: “En octubre de 2020, cuando me ordenaron que me reincorporase a la oficina tras dejar atrás un periodo de transición discrecional que alargué todo lo que pude, pensé que me despedirían casi de inmediato, en cuanto se diesen cuenta de que no tengo nada concreto que hacer”.

Se han olvidado de mí
Pero no ocurrió. Le asignaron un despacho “en las catacumbas de la empresa”, en una planta subterránea que él describe como “la zona cero de los últimos despidos masivos, porque ahora mismo estoy rodeado de despachos vacíos, el compañero más cercano está a unos 20 metros”. Allí ha construido su castillo, al que se refiere como “Villa Soledad”, en recuerdo del refugio ártico de Superlópez. Reconoce que pasa las horas “fumando, paseando, tomando café, viendo películas y series, escuchando música” e incluso escondiéndose o dormitando en el cuarto de baño, uno de los rincones predilectos de su particular selva de Guam.

No se hace ilusiones: cree que lo “encontrarán” tarde o temprano. Y cuando eso ocurra, solo espera conseguir un despido en condiciones “dignas”, sin verse obligado a dar explicaciones ni recibir reproches: “Después de todo, la empresa, en especial mis teóricos supervisores directos, tiene al menos tanta culpa como yo”. No está orgulloso de su permanente huelga de brazos caídos, pero la atribuye “sobre todo” a la incompetencia y la falta de criterio de los nuevos propietarios. Se siente “arrinconado”, pero admite que su situación no responde a ningún tipo de medida de acoso laboral: “Sencillamente, se han olvidado de mí. Y yo he contribuido, por falta de motivación o por desánimo, a que ocurriese”.

A estas alturas, Cristian descarta por completo exponer su caso ante la directiva o el departamento de recursos humanos: “Tal vez hubiese tenido sentido dar un paso así hace tres años, pero si lo hiciese ahora, me vería obligado a responder a muchas preguntas incómodas y para las que no tengo respuesta satisfactoria. Es evidente que llevo mucho tiempo cobrando un sueldo bastante generoso por no hacer nada”.

Divorcio y ansiedad
Cristian añade, por si quedase alguna duda al respecto, que la suya no le parece una situación en absoluto envidiable. En este periodo de presencia ausente en su oficina, se ha divorciado (“aunque debo decir que nuestros problemas de convivencia en pareja ya venían de antes”) y sufre ataques de ansiedad cada vez más habituales. No hacer nada, sostiene, “pasa factura”. Pese a todo, se resiste a pedir bajas por salud, algo que en su situación resultaría perfectamente lógico. Según cuenta, ha desarrollado una especie de apego supersticioso a su despacho, su “pequeña poltrona”. En él se siente “protegido”. Aunque se ha planteado buscar trabajo, en realidad se siente incapaz de adaptarse a un nuevo entorno corporativo. Se ha acostumbrado a una vida que él mismo considera “absurda y vacía”.

Algo similar le está ocurriendo a Daniel M., de 59 años, cargo intermedio en una empresa de comunicación madrileña en la que lleva trabajando desde 1993. Daniel accedió a la escurridiza condición de asalariado sin trabajo como consecuencia de un pacto tácito: “Hace unos años estuve entre la terna de candidatos a un ascenso, pero la empresa acabó eligiendo a un recién llegado que se había acabado de formar conmigo y con el que no tengo ninguna sintonía personal ni laboral”. A los pocos meses, su nuevo jefe sugirió que Daniel fuese despedido o trasladado a otro departamento: “Pero el director de recursos humanos le dijo que aquello era inviable, que mi antigüedad y mi salario me daban derecho a una indemnización que la empresa no está dispuesta a asumir”.

Así comenzó un largo periodo al que Daniel se refiere, no sin amargura, como su “estancia en el balneario”: “A menos que acabemos llegando a un acuerdo que hoy parece muy improbable, me quedaré aquí hasta que me jubile. Me mortifica, claro que sí, que en una empresa en que casi todo está por hacer nadie quiera echar mano de mis conocimientos y mi experiencia. Pero mi rutina es muy plácida. Tengo un televisor en mi despacho, puedo pasarme las horas muertas leyendo la prensa deportiva y aún quedan compañeros de la vieja guardia con los que charlar, comer, desayunar y hasta merendar”.

Daniel atribuye su anómalo encaje en la estructura corporativa a la “falta de honestidad y de sentido común” de sus superiores. Él considera que deberían despedirlo e indemnizarlo como merece o volver a contar con sus servicios. Asegura que nunca se ha negado a hacer ninguna de las tareas (cada vez más esporádicas) que aún le asignan: “No soporto la condescendencia, que me traten como un mueble viejo, como si no fuese capaz de hacer mi trabajo, cuando la verdad es que me mantengo sano, informado e intelectualmente activo, y podría seguir haciendo una aportación valiosa si me lo pidiesen”. Por supuesto, descarta buscar nuevos horizontes profesionales: “No estoy dispuesto a perder este pulso. Tengo unos derechos adquiridos y voy a defenderlos. No saldré de aquí sin un buen cheque en el bolsillo. Además, ¿quién iba a contratarme, a estas alturas, en condiciones serias y dignas?”.

Más peculiar resulta el caso de Clara G. y Carlos M., responsables, a sus 36 y 41 años, de un departamento “fantasma” de marketing estratégico (en una empresa financiera) a cuyos servicios no recurre nadie desde hace “más de dos años”. “Carlos y yo somos una especie de farmacia de guardia clandestina a la que ya no acude ningún enfermo, tal vez porque nos han trasladado a un callejón solitario y oscuro”, bromea Clara.

¿Cómo se ha llegado a esa situación? Carlos dice que de manera “gradual”, como les ocurre a “aquellas ranas a las que cuecen a fuego lento, subiendo poco a poco la temperatura de la sartén, y se quedan quietas hasta que las achicharran”. Clara y Carlos empezaron a percibir en el momento de reincorporarse a sus posiciones tras la pandemia que la directiva remozada de su empresa “no necesitaba realmente un departamento de marketing estratégico, pero quería conservarlo, por una absurda cuestión de prestigio corporativo”. Así que los exhortaron, de manera informal, a “pasar a la reserva”. Es decir, a mantenerse disponibles, pero sin llamar mucho la atención.

A ambos se les concedió permiso para llevar a cabo hasta el 80% de su jornada laboral desde casa. La única medida de supervisión activa a la que están sujetos, aparte de las reuniones presenciales de todo el equipo de marketing que suelen convocarse los martes y los miércoles, es la entrega de una serie de informes periódicos de la evolución de su área de negocio que son, según Clara, “un continuo dolor de cabeza, porque resulta francamente complicado explicar lo que haces cuando la realidad es que no haces nada”. “En el fondo, no deja de ser un trámite vacío de contenido”, añade Carlos, no sin cierta tristeza, “los receptores de esos informes son los primeros en saber que nuestra área de negocio no evoluciona en absoluto, porque ellos han decidido que así sea”.

Ambos asumen que acabarán siendo despedidos “tarde o temprano” y que nadie echará de menos su espectral departamento de marketing estratégico. En cierto sentido, lo están deseando. Como el sargento Yokoi, sienten que ha llegado el momento de dejar de esconderse. Clara, pese a todo, argumenta su postura con la serena resignación del que se sabe juzgado (y condenado) de antemano: “¿Cómo renuncias a un sueldo de más de 50.000 euros anuales solo porque tus jefes han decidido que no saben qué hacer contigo, pero, aun así, no quieren despedirte? Somos buenos profesionales, estamos perfectamente capacitados para proponer ideas que crearían valor. Pero para vender algo necesitas que alguien quiera comprártelo”.

Carlos reconoce que se ha “acomodado” a su anómala situación: “Me permite disfrutar de mi ocio, mis amigos, mi familia. Yo llevaba 15 años soportando unas cargas de trabajo extenuantes, porque mi carrera profesional siempre había sido la principal de mis prioridades. De alguna manera, necesitaba bajar el ritmo. Y las circunstancias me han permitido hacerlo mientras cobro una buena nómina”.

Para Emily Stewart, por anecdóticos que resulten casos como los citados, pueden interpretarse como síntomas de lo muy disfuncionales que son gran parte de las actuales estructuras corporativas: “Las empresas tienden a estructurarse de una manera innecesariamente compleja y eso crea los resquicios y las zonas de oscuridad en que se esconden los profesionales desmotivados, desaprensivos o, sencillamente, alérgicos al trabajo”. En los jardines descuidados suelen proliferar las plantas parásitas.

Lo más curioso tal vez sea que la escandalosa falta de productividad de los que han decidido no dar un palo al agua pase, en algunos casos, completamente inadvertida. Para Stewart, eso se debe a que “muchos de sus compañeros siguen las normas corporativas al pie de la letra y acaban desarrollando una actividad frenética, pero tan superflua y tan mal orientada que en el fondo apenas crea valor tangible”. En otras palabras, que es el ajetreo desordenado y estéril de gran parte de las plantillas lo que hace que la presencia ausente de unos pocos acabe pasando desapercibida. Algunos de los que sí trabajan lo hacen tan mal (o de manera tan mal orientada) que ni siquiera se nota la diferencia.

Daniel remata su intervención con una frase que exuda cinismo, tal vez no del todo voluntario: “Mis años de balneario con nómina han acabado siendo un perfecto entrenamiento para la jubilación. Cuando por fin me retire, me iré a hacer en mi casa exactamente lo mismo que hago ahora en la oficina”.