domingo, 8 de enero de 2023

Sinfonía de Leningrado: el poder de la música en una ciudad sitiada por los nazis.

El escritor estadounidense M. T. Anderson relata cómo la composición de Shostakóvich se convirtió en un elemento de esperanza para la población durante el asedio

Entre septiembre de 1941 y enero de 1944 la ciudad de Leningrado (actual San Petersburgo) permaneció sitiada por el ejército nazi. Durante 872 días sus habitantes estuvieron completamente cercados, más de un millón de personas murieron víctimas de un asedio inhumano. Casi un tercio de la población pereció y la supervivencia fue un acto de heroísmo cotidiano sin apenas agua potable ni alimentos. El compositor Dimitri Shostakóvich estuvo allí al inicio del cerco y anunció por radio que escribiría su séptima sinfonía dedicada a la ciudad: “Los habitantes de Leningrado que me están escuchando sepan que, en nuestra ciudad, la vida continúa...”. La promesa fue una llamada a la esperanza y funcionó como alegato para revertir la voluntad de Hitler de aniquilar completamente la ciudad. La historia de Shostakóvich y su composición la cuenta con extraordinaria minuciosidad y profusa documentación el escritor estadounidense M. T. Anderson (Cambridge, Massachusetts, 1968) en el libro Sinfonía para la ciudad de los muertos, recién publicado en español por Pop Ediciones en una cuidada edición de más de 470 páginas con traducción de María Serrano.

La sinfonía de Leningrado, como se conoció popularmente, se convirtió en un asunto de Estado. Salvar esa composición y llevarla a buen puerto desde la Unión Soviética contó incluso con la colaboración de los servicios secretos estadounidenses. M.T. Anderson, que responde a El País por correo electrónico desde su casa, “justo al otro lado del río de la ciudad de Boston”, cuenta cómo fue el proceso de elaboración del trabajo: “Tardamos cinco años en hacer toda la investigación y escribir el libro. Una parte de la historia (el contrabando de la séptima sinfonía de Shostakóvich en microfilm a Estados Unidos) nunca se había documentado antes, por lo que la investigación fue especialmente compleja. Los documentos que sobrevivieron abarcaban archivos desde las bibliotecas de Nueva York hasta las montañas de Vermont, pasando por las cámaras acorazadas de Moscú”.



El libro es una apología, como cuenta el propio Anderson, de la potencia social de la música. “El poder de la música es trascendental por varios motivos: une a las personas, para bien o para mal; prepara a los ejércitos para la acción; ayuda a la gente a llorar; incluso nos llega a convencer de que estamos enamorados. Esto es tan válido ahora como en la época de Shostakóvich. Pensemos en la forma en que la Orquesta Clásica de Kiev se reunió desafiante en una de las grandes plazas de la ciudad para tocar música mientras los rusos avanzaban hacia la ciudad la primavera pasada. La música cambia las historias que contamos sobre nosotros mismos. En el caso de los ucranianos, como ocurrió en Leningrado hace décadas, parte de la razón por la que son capaces de resistir al invasor es que creen que pueden hacerlo. Y eso cambia toda la naturaleza de la guerra”, apunta el escritor estadounidense.

La composición de Shostakóvich tuvo la particularidad de ser un reconocimiento a la ciudad y sus habitantes más que un relato de exaltación militar en el contexto de una guerra. Para Xosé Manoel Núñez Seixas, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Santiago de Compostela que conoce bien San Petersburgo y el papel de la Unión Soviética durante la II Guerra Mundial, la sinfonía es “un homenaje a todos los sectores de la ciudad que resistieron al invasor nazi”. Núñez Seixas cuenta por teléfono que todavía hoy se mantiene en la memoria de la ciudad ese relato colectivo, muy distinto al que se hizo más tarde de la batalla de Stalingrado: “Para los que sobrevivieron y muchos descendientes, la resistencia de Leningrado fue diferente. La población recuerda con orgullo cómo lograron sobrevivir en esas condiciones como una hazaña colectiva”. En esa gesta de sus habitantes, la sinfonía fue un elemento importante porque, señala, hay que recordar que entonces y ahora en Rusia la ópera es un género “popular, de precios muy asequibles”, alejada del concepto de espacio vetado solo para élites que hay en otros países.

Al escuchar la sinfonía uno tiene la sensación de atravesar una ciudad amenazada, pero también de oír una apología de la esperanza y la humanidad. “Shostakóvich decía abiertamente a sus amigos que su música no trataba solo de una ciudad o una nación, sino de la opresión del espíritu humano en todas partes. Esto es la grandiosidad del arte: aunque surge en un momento político concreto puede ir más allá, hablar a la gente a lo largo del tiempo”, cuenta Anderson. Y añade: “El amor de Shostakóvich por su ciudad está en primer plano en la sinfonía. El segundo movimiento, un intermezzo, es mucho más ligero, un recuerdo de una ciudad de salones, conciertos y palacios. Y al final de la sinfonía, como colofón, ese tema en do mayor, audaz y orgulloso, para concluir toda la gigantesca obra, como si dijera: la ciudad que amamos volverá a ser nuestra. Nuestro hogar volverá a ser nuestro. Venceremos. No os rindáis”.

Precisamente, sobre la “opresión del espíritu humano” que señala M. T. Anderson es importante la relación que Dmitri Shostakóvich y su familia tuvieron con la Revolución rusa. Un proceso que influyó enormemente en el ámbito cultural y que evolucionó hacia una dictadura cruel que afectó al compositor y que se percibe en el libro, en el contexto de las purgas estalinistas previas a la invasión nazi que sufrió también la población de Leningrado. “Shostakóvich reconocía que los ideales de la Revolución eran nobles, pero que esos ideales habían sido cooptados por líderes totalitarios. La Revolución rusa funcionó prometiendo un futuro que nunca llegó. Shostakóvich vio cómo arrestaban, torturaban y ejecutaban a sus amigos, cómo su padre enfermaba y moría de hambre durante la guerra civil, cómo su propia vida era amenazada en público. Esta doble visión era parte de su confusión”, apunta el autor. Una pulsión de desafecto y esperanza que transmite un libro que cuenta una historia monumental, la de una sinfonía escrita como reivindicación de la belleza frente a la destrucción y el totalitarismo.

Condenado a 3,5 años de prisión el cerebro de la mayor operación de fraude para lograr plazas en universidades de élite en EE UU.

William Rick Singer, de 62 años, creó una red que falsificaba resultados académicos y deportivos y sobornaba a trabajadores universitarios para que hijos de empresarios y celebridades estudiaran en centros selectos.

Tres años y medio de cárcel. Un tribunal federal en Boston ha decidido este miércoles que esta es la sentencia que William Rick Singer, de 62 años, tendrá que cumplir como cerebro de una trama que compraba plazas en universidades selectas para que estudiaran los hijos de padres muy acomodados.

La red que había montado Singer, que el FBI desarticuló en la operación llamada Varsity Blues, es la de mayores tentáculos que se haya conocido hasta el momento en el mundo de la educación en Estados Unidos. Puso de manifiesto, a lo largo de más de tres años de investigación, hasta qué punto familias muy privilegiadas estaban dispuestas a llegar a los mayores extremos, y a pagar auténticas millonadas, con tal de garantizar a sus vástagos la entrada en una universidad de élite. Y dejó en evidencia a unos centros, administradores y trabajadores ya de por sí sospechosos de elitismo.

Los fiscales habían acusado a Singer como el cerebro detrás de la operación. Una operación que abrió -como le gustaba describirlo al propio acusado- un acceso universitario “lateral” a hijos del privilegio y que, según las denuncias, “corrompió de modo tremendo la integridad del proceso de admisiones”.

La investigación de la trama comenzó en 2018. En 2019, Singer se declaró culpable de conspiración para el blanqueo de dinero, de conspiración organizada, de conspiración para defraudar a Estados Unidos y de obstrucción a la justicia. A lo largo de la investigación cooperó activamente con la policía para aportar información sobre una clientela que incluía desde directivos de algunas de las mayores empresas del país a celebridades como las actrices Lori Loughlin (Padres forzosos) o Felicity Huffmann.

Durante ese tiempo, Singer grabó centenares de conversaciones telefónicas y reuniones con padres y con entrenadores universitarios que llevaron a la detención de decenas de sospechosos. Más de cincuenta personas, entre progenitores que pagaron al cerebro de la operación, administradores que alteraron resultados de exámenes y entrenadores de universidades de elite que aceptaron sobornos a cambio de fichar a estudiantes poco atléticos, han sido declaradas culpables en la operación Varsity Blues.

La sentencia que finalmente se le ha impuesto a Singer es la mayor que se ha adjudicado en el caso. Es muy superior a lo que solicitaban sus abogados, un máximo de seis meses de cárcel. Pero también está muy por debajo de lo que habían pedido los fiscales, seis años completos de prisión.

“Sin este acusado, sin Rick Singer urdiendo esta trama, planificando esta trama y poniéndola en marcha, esto no hubiera ocurrido nunca”, han alegado los fiscales del caso

En una carta a los jueces, por su parte, Singer ha achacado su comportamiento a una mentalidad heredada de su infancia que justifica “triunfar por la vía que sea” y en la que mentir es algo aceptable si consigue el resultado que se busca. Se declara completamente arrepentido de sus actos: “al marginar lo que era correcto desde el punto de vista moral, ético y legal en favor de lo que percibía como el ‘juego’ de las admisiones en los centros universitarios, lo he perdido todo”.

El estafador, que entre 2011 y 2019 recibió hasta 25 millones de dólares de padres adinerados y residía en una vasta mansión en Orange County, al sur de Los Ángeles en California, vivía ahora en un modesto parque de caravanas en Florida.

Durante sus años de éxito, Singer cobró entre 15.000 y 75.000 dólares por sus servicios más básicos. Más de un millón en casos más complicados. El dinero se gestionaba a través de dos entidades. La primera, denominada The Edge (la ventaja, en español) College and Career Network, era una asesoría con sede en la privilegiada localidad californiana de Newport Beach que preparaba la entrada en la universidad. La segunda era The Key (la llave, en español) Worlwide Foundation, una organización sin ánimo de lucro que canalizaba los pagos camuflándolos como donaciones.

Entre las universidades donde Singer coló a sus protegidos se encuentran nombres tan prestigiosos como la de Georgetown en Washington DC, la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), Yale o Stanford.

Sus métodos eran diversos. En algunos casos, consiguió alterar las notas de los exámenes SAT y ACT, equivalentes a la EvAU española, o incluso conseguir que otra persona se presentara a la prueba en lugar de su cliente.

En otros, la vía era la deportiva. A través de sobornos o de falsificaciones conseguía persuadir a entrenadores de las universidades deseadas para que ficharan al estudiante, al que presentaba como un atleta de calidad extraordinaria que garantizaría la gloria a su equipo. En un caso especialmente complejo -que costó a los padres nada menos que 1,2 millones de dólares-, inventó todo un historial de estrella del remo para una joven. Le creó un pasado inexistente de triunfos en regatas, presentó fotos que supuestamente la mostraban en su barca y falsificó recomendaciones de un centro de estudios en China que certificaban que la muchacha había estudiado allí y entrenado allí.

En su carta al juez, Singer asegura que se “levanta cada día sintiendo vergüenza, remordimiento y pena”.

sábado, 7 de enero de 2023

El año del coitus interruptus de la ideología económica liberal

Hasta que estalló la pandemia, los efectos negativos de las políticas neoliberales se disimularon sin demasiada dificultad gracias al enorme poder mediático y cultural de las grandes corporaciones. La crisis de la Covid-19 demostró, ya sin paliativos, que sus principios de actuación sirven para que ganen más dinero los ricos, pero no para resolver los problemas socioeconómicos de mayor envergadura. En este año que acaba, la ideología económica neoliberal ha hecho un ridículo histórico.

Desde finales de los años setenta del siglo pasado se comenzaron a aplicar en casi todo el mundo políticas económicas inspiradas en el liberalismo decimonónico. Sus principios son bien conocidos: el mercado es el único sistema que resuelve bien los problemas económicos; el capital y las empresas son racionales y, por tanto, quienes mejor saben las decisiones que hay que tomar para que la economía funcione de la mejor manera, de modo que hay que darles la mayor libertad posible; no hay que preocuparse si la renta se concentra en los más ricos porque se producirá un goteo que hará que los ingresos lleguen a todos; la intervención del Estado es nefasta, cuanto menos impuestos se establezcan más se recaudará y lo mejor es que cada cual se resuelva sus problemas, dejando que la caridad y la buena voluntad ayude a los necesitados.

Las consecuencias de la puesta en marcha de estas políticas están perfectamente documentadas en cientos de estadísticas e investigaciones. La tasa de crecimiento de la actividad económica fue menor y cayeron los ingresos de la inmensa mayoría de la población y de las pequeñas y medianas empresas. Buscando el mayor beneficio, los capitales se orientaron hacia las finanzas especulativas, más rentables que la actividad productiva. En consecuencia de ambas circunstancias, el número de crisis, la deuda y la desigualdad alcanzaron los niveles más elevados de la historia contemporánea. El neoliberalismo fue extraordinariamente exitoso para proporcionar beneficios más elevados a las grandes corporaciones empresariales y financieras, pero debilitó a la economía productiva y la capacidad de creación de valor y riqueza: hambriento de la ganancia que se podía obtener sin límite, el capitalismo se consumía a sí mismo y enfermó de empacho.

Hasta la pandemia, todo eso se disimulaba sin problemas gracias al poder inmenso de las grandes empresas que dominan los medios de comunicación, mantienen grupos de presión capaces de influir en las decisiones políticas, y financian a académicos, magistrados, policías, militares, periodistas, partidos, organizaciones no gubernamentales o fundaciones para que difundan o apliquen las ideas que les benefician.

La crisis que empezó en 2007 fue un primer aviso y ya antes de la del Covid-19 muchos dirigentes de las mayores empresas y bancos mundiales comenzaron a darse cuenta de que las cosas estaban fallando y de que ese capitalismo voraz y embriagado de beneficio y poder estaba destrozando sus propios cimientos. Comenzaron a hablar sin ambages de la necesidad de «reiniciarlo» pero la Covid-19 puso todo patas arriba.

Cuando el planeta se vio envuelto en un shock tan traumático, ya no se pudo disimular lo que estaba pasando: una globalización concebida y diseñada con el exclusivo propósito de dar plena libertad al capital para que produzca con el menor coste posible y obtenga el máximo beneficio generaba un déficit extraordinario en seguridad y riesgos muy costosos; y dejar que solo los mercados y la iniciativa privada resolvieran los problemas económicos se reveló como suicida. Como escribió hace unos meses Joseph Stiglitz, «Estados Unidos, la superpotencia, ni siquiera podía producir productos simples como máscaras y otros equipos de protección, y mucho menos artículos más sofisticados como pruebas y ventiladores». Para evitar que la economía colapsara, los gobiernos tuvieron que intervenir masivamente, los servicios públicos resultaron esenciales y los principios neoliberales se guardaron en el cajón. Ningún gobierno tuvo la insensatez de aplicarlos. Y cuando lo hicieron, como ocurrió con la política de vacunas, se produjo un desastre. Como también dice Stiglitz, la aplicación de las reglas neoliberales de propiedad intelectual de la Organización Mundial del Comercio inhibió la producción de vacunas en muchas partes del mundo, provocando la muerte innecesaria de miles de personas.

Cuando se decía que pronto entraríamos de nuevo en la normalidad, las cosas volvieron a complicarse. La inseguridad y los bloqueos derivados de la globalización neoliberal, el enorme poder sobre los precios de las grandes empresas, la crisis climática, la especulación financiera, la debilidad del tejido empresarial que se dedica a crear riqueza y los problemas geopolíticos asociados a una sociedad mundial gobernada por los mercados y los capitales y no por instituciones democráticas… es decir, los grandes problemas que habían venido generando casi cuarenta años de políticas neoliberales se hicieron más patentes que nunca y han hecho que 2022 haya sido el año en que se ha desatado una nueva crisis. La describo con detalle en un libro de Ediciones Deusto que estará a la venta a finales del próximo enero con el título Más difícil todavía.

Pero lo interesante de lo ocurrido en estos últimos doce meses es que la ideología económica neoliberal no solo se ha mostrado de nuevo como incapaz de proporcionar algo más que beneficios a los más ricos. Ha sido el año en el que ha quedado públicamente en evidencia, haciendo un espantoso ridículo.

A los neoliberales británicos y a Lizz Truss en particular les ha correspondido el honor de protagonizar el coitus interruptus más clamoroso y transparente de la historia de la política económica. Después de repetir como papagayos el mantra neoliberal, asegurando que la solución frente a la caída de la actividad económica era bajar impuestos a los ricos, reducir el gasto público y dar plena vía libre a los mercados, provocaron tal desastre que solo pudieron aguantar cuarenta y cinco días aplicando esas ideas desde el gobierno.

No ha sido esa la única marcha atrás en 2022 del neoliberalismo económico. En España se ha tenido que reconocer que las subidas del salario mínimo han ayudado a reactivar el mercado interno gracias al mayor consumo de los trabajadores de menor renta y que no ha tenido los efectos devastadores anunciados; la bondad para fortalecer el empleo de las reformas laborales que desactivaban los aspectos más negativos de las anteriores de perfil más neoliberal; o que bajar impuestos no es lo que aumenta la recaudación. En Europa se ha terminado aceptando que hay que corregir a los mercados para frenar la subida de precios, que las empresas no sobreviven sin el apoyo del Estado, o que las inversiones públicas son imprescindibles; la Ley para la reducción de la inflación o la nueva estrategia industrial de Biden son misiles en la línea de flotación de la ideología neoliberal; y los organismos internacionales piden a los gobiernos que establezcan impuestos sobre los más ricos y las ganancias extraordinarias. Por no hablar del cambio de estrategia de miles de empresas de todo el mundo para evitar los fallos de seguridad y resiliencia a los que ha llevado el buscar tan solo el mínimo coste.

Escribió Stendhal en La cartuja de Parma que «no existe lo ridículo cuando nadie lo nota». A los neoliberales se les ha notado en este año que acaba. Los ideólogos y los burócratas de la patronal no lo reconocerán, a quien se juega los cuartos más le vale ser realistas, darse cuenta de lo que se nos viene encima y cambiar de discurso y estrategia.


_- José Manuel Fajardo: “El mal social se nutre de la gente corriente” El escritor afincado en Lisboa vuelve con una novela breve que desgrana el proceso que lleva a las personas a sacar lo peor de ellos mismos

_- El escritor afincado en Lisboa vuelve con una novela breve que desgrana el proceso que lleva a las personas a sacar lo peor de ellos mismos


Lleva escribiendo desde los ocho años. Quizá por eso José Manuel Fajardo (Granada, 65 años) ha llegado siempre demasiado pronto a casi todo. Escribía novelas históricas como Carta del fin del mundo (1996) antes de que el género viviera el bum de los últimos años. Con Una belleza convulsa (2001), sobre el secuestro de un periodista a manos de ETA, se adelantó 15 años al fenómeno que supuso Patria, de Fernando Aramburu. “Así me va”, bromea el escritor, que ha publicado una novela breve en la que une dos ciudades y dos tiempos distintos a través de la fina línea del odio. El libro, editado por el Fondo de Cultura Económica, se llama precisamente así: Odio. Granadino de nacimiento aunque criado desde los cuatro años en Madrid. Fajardo ha vivido en el País Vasco, donde escribía de terrorismo en El Mundo, hasta que la presión del entorno de ETA le hizo tomar la decisión de salir de España. ”Apliqué la técnica del yudo: utilizar la energía del enemigo contra él. Estaba agobiado y enfurecido. Así que un día me dije que tenía que pensar en mi carrera de escritor’, y decidí hacer lo que siempre había soñado: irme a París a vivir como escritor”. Recuerda. Diez años después se mudó a Lisboa, donde vive desde hace doce.

Pregunta. Llevaba diez años sin publicar. Pero ¿cuánto tiempo llevaba sin escribir?

Respuesta. He estado cinco sin escribir ficción. Tuve un frenazo inesperado, porque, después de publicar mi anterior novela, Mi nombre es Jamaica, en 2010, cerré en cierto modo un ciclo de escritura que había durado 20 años, con libros muy distintos pero que daban vueltas a las mismas ideas y preocupaciones, y me encontré en busca de un territorio nuevo. Pensé que sobre esos aspectos de la extraña construcción de España a través de amputarnos miembros de la sociedad, a fuerza de exilios, abandonos y persecuciones, ya había dicho todo lo que tenía que decir. Y me costó un tiempo encontrar un nuevo territorio.

P. ¿Llegó demasiado pronto a la novela histórica?
R. En realidad yo nunca he tenido voluntad de escribir novela histórica, yo escribo historias que ocurren en determinado momento histórico. A mí la literatura me gusta como descubrimiento, me gusta escribir desde donde no sé si soy capaz de hacerlo. Cuando ya sé que puedo escribir desde un cierto punto ya no quiero seguir ahí, quiero descubrir nuevos territorios de escritura. Eso para mí hace que la literatura siga siendo divertida y una fuente de conocimiento.

P. Da la sensación de que Odio está escrito de un tirón, igual que se lee. ¿Cómo fue el proceso?
R. Me encanta que dé esa sensación, porque es completamente falsa. La novela está escrita a lo largo de cinco años. Muy despacio, porque me costó mucho dar con la estructura. Hay una parte que transcurre en el Londres de finales del siglo XIX, pero yo no quería escribir una novela más sobre el Londres victoriano. Me rompí mucho la cabeza hasta que me di cuenta de que la intención fundamental era escribir sobre el odio en épocas distintas. Cuando comprendí que esa era la estructura que debía tener el libro, fue cuando ya di con la forma de escribirlo. Y eso me ha costado tiempo.

P. Todo empezó con un cuento, ¿verdad?
R. El origen es un cuento que escribí a petición de Fernando Marias, que era un buen amigo. A él le gustó mucho, pero me dijo que ahí había una novela, y que yo tenía que escribirla. Así que disciplinadamente me puse a darle la vuelta a esa tortilla. Quería entrar en la época del Londres victoriano y enfrentarla como en un juego de espejos al París del presente, para relatar cómo nuestro lado oscuro se manifiesta a lo largo del tiempo. Porque el odio de hoy no es una novedad. Es un odio viejo, que viene de muy atrás, y para poder entenderlo me pareció una buena idea presentarlo así.

El escritor y periodista José Manuel Fajardo, en Madrid. JUAN BARBOSA

P. Dice que quería escribir un libro que fuera como un directo a la mandíbula. ¿Lo ha conseguido?
R. Lo que buscaba era divertirme mucho escribiéndolo. Mi idea era hacer una de esas novelas cortas que a mí me encantan. Yo soy devoto de Pedro Páramo o La balada del café triste o Bartleby, el escribiente, libros que son como diamantes, pequeños, brillantes, tallados y duros. Espero haberlo logrado, pero eso lo tiene que decir el lector. Quería que fuera un libro de impacto y para eso tenía que ser breve.

P. Ninguno de los dos protagonistas son personas especialmente desgraciadas, ¿por qué los ha escogido?
R. Porque el mal social se nutre de la gente corriente. Cuando una sociedad se desquicia, no lo hace por los desesperados. Estos viven en la marginalidad y su resentimiento y odio pueden hacer ruido, pero raramente perturban el orden social, o pueden hundir la sociedad en un abismo. Esto sucede cuando las personas que no están desesperadas se psicopatizan, cuando se dejan llevar por miedos más fantasmales que reales y empiezan a temer que van a perder lo que tienen o lo que no han llegado a tener y creen que ya no van a conseguir. Empiezan a sentirse frustrados en sus deseos y a considerar que la violencia está legitimada como herramienta. Entonces esas personas normales, que no han sido víctimas de grandes afrentas, empiezan a comportarse como marginados, a convertirse en seres furibundos y a odiar a quienes son más débiles que ellos. Cuando encuentran esa espita para dar salida a su odio es cuando una sociedad se desmorona. Es lo que pasó con los fascismos del siglo XX y es un poco lo que está ocurriendo en el mundo de hoy. El libro nace por mi preocupación por este auge de la irracionalidad, el odio y la violencia que está tocando a ese tipo de personas a las que en realidad no les está pasando nada, pero viven, gritan, se enfurecen y odian como si de verdad les estuviera pasando algo.

Me preocupa este auge de la violencia que está tocando a ese tipo de personas a las que en realidad no les está pasando nada, pero se enfurecen y odian como si de verdad les estuviera pasando algo

P. ¿Cuál es el germen del odio?
R. El odio es muchas veces heredado. En la novela los padres de los protagonistas son dos misóginos y estos también lo son. En gran medida de lo que hablo es del odio al otro, al que no tiene tu color de piel, al que no tiene tu religión, no tiene tu estatus social o no es de tu país, es decir, el que es distinto. Y el primer otro que todos encontramos es el otro sexo. La primera otredad. Según un informe de la ONU de 2019, más del 90% de los homicidios en el mundo los cometen hombres. Cómo no va a existir la violencia de género. La violencia tiene género, y es esencialmente masculina. La misoginia es la primera escuela del odio al otro, y después ya puede convertirse en odio racista, xenófobo...

El primer otro que todos encontramos es el otro sexo. La misoginia es la primera escuela del odio al otro, y después ya puede convertirse en odio racista, xenófobo...

P. ¿Se ha dado cuenta de que dedica muchas más palabras a describir la fealdad y la miseria que la belleza?
R. En este libro es inevitable porque estoy hablando de la fealdad humana. La descripción es un agente activo de la narración, para mí. En estos lugares de la novela la descripción juega como espejo del alma de los personajes, esa fealdad que los rodea es el reflejo de lo que está creciendo dentro de ellos. Yo creo que, al igual que la belleza puede ser sanadora, si vives rodeado de fealdad, si comes en unos platos de plástico y vives rodeado de mugre, si todo a tu alrededor es tosco, eso enferma, eso hace que te vuelvas miserable.

P. ¿Cómo ve España cuando vuelve a su país?
R. Encuentro un país que me fascina y del que no me sé desentender. Yo creo que para mi salud espiritual y mental es bueno que viva fuera de España, porque me desespera a veces tanto que, si viviera inmerso en la sopa nacional, acabaría de los nervios de nuevo y no tengo ganas. Me da pena, porque yo luché de joven por la democracia. Es una tristeza ver cómo ahora vuelven los discursos franquistas después de habernos librado de toda esa pobreza de espíritu, porque esa dictadura, además de terrible, era mediocre, gris, sucia, con una moral infame. Me vuelve loco pensar que todo esto pueda volver.



viernes, 6 de enero de 2023

OÍDO COCINA Haranita, lo nuevo de Nakeima en Madrid: ‘baos’, caviar y champán por 40 euros El restaurante madrileño inaugura un local más popular a orillas de la Gran Vía: ofrece tan solo 12 platos, entre clásicos y novedades, y la mayoría están pensados para comer con las manos

El restaurante madrileño inaugura un local más popular a orillas de la Gran Vía: ofrece tan solo 12 platos, entre clásicos y novedades, y la mayoría están pensados para comer con las manos

“Llevamos una semana abiertos y hay gente que ya ha repetido tres veces”, cuenta sorprendido Gonzalo García, cocinero cofundador de Nakeima y ahora también de Haranita, en el número 5 de la calle Víctor Hugo, en Madrid. Este local recién inaugurado junto a la Gran Vía es la primera alegría gastronómica del año. Al igual que en Nakeima, donde solo se puede acceder bajo rigurosa cola en la puerta, Haranita ya cuenta con gente esperando en la calle. La diferencia es que aquí se puede jugar más con el horario, pues tiene cocina ininterrumpida desde la una de la tarde hasta la medianoche.

Nada más entrar en este nuevo espacio uno intuye que se lo va a pasar bien. La música imprime ritmo a la experiencia y se puede comer en la barra con vistas a la cocina o en las mesas altas y bajas repartidas por el establecimiento. “La hache del nombre no es muda. Tiene toda la intención”, advierte García. Este cocinero vivió seis meses en China, pasó por Nikkei225 de Luis Arévalo y, desde hace 10 años, su trabajo en Nakeima ha sido alabado por la calidad y originalidad de sus platos asiáticos. Por sus fogones han pasado cocineros de la talla de Roberto Martín Foronda, de Tripea, o Pablo López, de Brutalista, y en 2022 ganó el premio de la Comunidad de Madrid al mejor restaurante de cocina internacional. Así que tiene un buen número de fans que celebran su nueva apertura. “Haranita mantiene toda nuestra esencia, pero su carta es menos gastronómica”, puntualiza García, el restaurante donde merece la pena hacer cola Una carta breve

En esta nueva aventura, capitaneada por el cocinero de la casa Fernando Moreno, solo tienen 12 platos y la mayoría están pensados para comer con las manos. Cuentan que irán cambiando con el tiempo, pero mantienen clásicos de Nakeima como el Black bao, los siumais y una ensalada de callos fría que tuvieron en sus comienzos. La esponjosidad de sus baos, panecillos asiáticos al vapor rellenos, sigue intacta. “Son muchos años haciendo estas masas todos los días, con doble fermentación y controlando la humedad, la temperatura y el tiempo”, cuenta García. Su famoso Black bao (4 euros) está relleno de un guiso de sepia con cebolla pochada y pimienta de Sichuan. “La idea es hacer un bocata de calamares del siglo XXI en el centro de Madrid”, explica. Y los siumais, una especie de wonton caseros, van rellenos de papada de cerdo (5 euros, tres unidades).

Cuatro 'baos' de Haranita.
Otros nuevos e imprescindibles bocados de Haranita son el Chiken bao (4 euros) de pollo con curri y el Lamb bao (4 euros) relleno de un guiso tradicional de cordero con salsa de pimiento. Además, han pensado en la clientela vegana, que puede disfrutar del Veggie bao (4 euros) de boloñesa de soja texturizada o del Chop Suey (7 euros). Y si en Nakeima tuvieron un sashimi de torreznos, aquí han apostado por una elaboración algo más castiza denominada Torrezno Pekín (8,50 euros). “Tardamos dos días en hacer los torreznos. Primero los curamos en sal y vinagre, luego los horneamos y después freímos”, explica. Vienen acompañados de una ensalada de rabanitos y pepinos encurtidos, hojas de mostaza japonesa llamada mizuna y un aliño de salsa cítrica. “Tenemos pocos platos, pero con mucho trabajo detrás”, añade.

Para compartir, también ofrecen un sándwich: un Katsu Sando (8,50 euros) de jugosos contramuslos de pollo, partido en tres; y las Patatas Hilton (18 euros) con crema agria, gel de salicornia, apio y una lata de caviar. “Este plato cuesta 18 euros porque la lata de caviar ya son 15”, explica. En un futuro próximo, abrirán en la parte de abajo una pastelería para tomar allí los postres y las copas. Pero, por el momento, la experiencia completa se hace en la zona a pie de calle. Y para finalizar, hay que probar el Squirty bao (4 euros), un panecillo relleno de yemas de huevo de pato saladas.

El 'Katsu sando' es un sándwich de pollo.
Sin vino pero con champán
En el apartado de bebidas, que nadie espere encontrar vino. Aquí solo hay cerveza, refrescos y champán. “No sé cómo se va a tomar la gente que no ofrezcamos vino, pero queremos que sea todo efervescente y tenemos buen champán a precios populares (a partir de 28,50 euros la botella). En el supermercado te compras una botella de peor calidad y pagas más”, afirma.

Además, no tienen carta física de bebidas, pero los precios de las botellas de champán están pintados en un cristal en la cocina a la vista de todos. El restaurante está abierto de miércoles a sábado. Su precio medio ronda los 40 euros y remarcan que todavía están de rodaje, pero no extraña que quien lo haya probado, repita.

_- Alva Myrdal, la mujer que creó la Suecia moderna

 

Alva Myrdal (Foto de Jan de Meyere, (1879-1950), número JdM 1802, Stockholmskällan)
Pie de foto,

_- Alva Myrdal fue una de los reformadores sociales más influyentes del siglo XX. (Foto de Jan de Meyere, (1879-1950), número JdM 1802, Stockholmskällan)


"Hemos visto esta competición, esta carrera por construir arsenales excesivos sin sentido. Mi mensaje aquí hoy tendrá que ser que creo que el mundo está enfermo".

Eso dijo Alva Myrdal, con su típica franqueza, en 1982, cuando recibió el Premio Nobel de la Paz.

Había nacido en el albor de ese siglo, en un mundo muy diferente, en el que no había armas nucleares y su Suecia natal era casi irreconocible: una tierra de granjeros, pobre y patriarcal.

"A principios de ese siglo, Suecia era casi el país más pobre de Europa y Alva no podía ir a la escuela primaria pues no era permitido que las niñas lo hiciera allá donde vivía, en el campo", le dijo a la BBC su hija, Kaj Foelster.

Su padre, Albert Reimer, había tenido poca educación formal, pero era muy leído.

La joven Alva devoró su biblioteca repleta de libros de socialistas y filósofos alemanes y suecos, lo que convenció al padre "de apoyarla para que pudiera estudiar, pero tuvieron que pagar a profesores fuera de la escuela".

Además de lo que aprendió en aquellas lecciones privadas, Alva fue instruida sobre política e ideas de justicia social de su padre, quien fue uno de los primeros miembros del partido socialdemócrata que dominaría la política sueca durante la mitad del siglo XX.

Niños suecos pobres a principios del siglo. FUENTE DE LA IMAGEN, STANDSMUSEET I STOCKHOLMO

Suecia solía ser uno de los países más pobres de Europa. (Hornsgatan 1920-1930, Okänd fotograf, Standsmuseet i Stockholm)

A Reimer le interesaban las nuevas ideas, ideas que pronto absorbió su hija mayor.

"Desde que tenía tres o cuatro años, se sentaba debajo de la mesa durante las reuniones para escuchar los debates de esos hombres", le contó su hija al programa BBC Witness History.

Amor en bicicleta
A los 17 años, Alva conoció a un estudiante que le cambió la vida.

Estando de vacaciones, Gunnar Myrdal se fue a hacer una ruta en bicicleta con amigos y un día, por casualidad, se detuvo en la granja de la familia de Alva.

"Él pensó que podía presumir de todo lo que sabía, pero cuando ella le pidió que leyera (al filósofo alemán Arthur) Schopenhauer, él se sorprendió. Así empezó ese gran amor".

Se casaron en 1924, cuando ella tenía 22 años e imaginaba que esa unión iba a ser una colaboración basada en la amistad, y que vivirían, estudiarían, escribirían y tendrían aventuras juntos.

Gunnar y Alva Myrdal en el estudio de su casa FUENTE DE LA IMAGEN, KW GULLERS / NORDISKA MUSEET

El sueño era que su unión se basara en la colaboración, como parecía ser todavía en esta foto de 1945, en el estudio de su casa.

Alva fue a Estocolmo para reunirse con Gunnar en la universidad. Él estudió Derecho y, más tarde, Economía, materia en la que más tarde ganaría un Premio Nobel. Ella estudió biblioteconomía.

En 1929, cuando les ofrecieron la oportunidad de pasar un año en Estados Unidos con una beca de viaje, la aprovecharon, aunque tuvieron que dejar a su hijo Jan, quien no tenía ni dos años, con la familia en Suecia (algo que, según su otra hija Sissela Bok, más tarde Alva consideró como uno de los grandes errores de su vida).

"Eso no debe sucederle a Suecia"
Tanto para Alva como para Gunnar, ese fue un punto de inflexión.

Llegaron a un EE.UU. en la cúspide de la Gran Depresión. Y al viajar por el país, lo que vieron los sorprendió.

"Fue allá y en aquel momento que se volvieron realmente conscientes políticamente. Les aterró que en el país más rico del mundo hubiera tanta pobreza y se convencieron de que eso no le debía pasar a Suecia", señala Foelster.

Hombre desesperado en EE.UU. durante la Gran Depresión FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

Lo que vieron en Estados Unidos en medio de la Gran Depresión los aterró.

Unos años después de su regreso a Suecia, Gunnar y Alva publicaron un libro que electrizó al país.

Y es que trataba un tema en biga: cómo mejorar la tasa de natalidad del país, entonces la más baja de Europa.

Publicado en 1934, en "La cuestión de la crisis en la población" argumentaron que, para alentar a las personas a tener más hijos, era necesario que hubiera ayuda estatal.

Debía haber atención médica, anticonceptivos y almuerzos escolares gratuitos; beneficios sociales universales y mejores viviendas más asequibles.

Las mujeres debían tener libertad para trabajar o estudiar creando lugares donde sus hijos puedan ser cuidados durante el día.

Alva y Gunnar argumentaron que una vez que todos los suecos sintieran que tenían asegurado un nivel de vida básico decente, elegirían tener hijos.

Y funcionó.
"Postularon ideas que les permitirían a todas las familias jóvenes conseguir su lugar en la sociedad. De esa manera, tendrían ganas de tener hijos. Fue el libro más leído y casi todas esas reformas se hicieron realidad. Eso es lo que se llama el estado de bienestar sueco", explica Foelster.

La pareja de oro
Ella y su hermana crecieron en aquella época en la que sus padres se volvieron famosos, una pareja de oro que desafiaba las viejas costumbres.

Gunnar y Alva Myrdal FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

Los atacaron por sus ideas, pero éstas cambiaron a Suecia.

Foester recuerda que "eran atacados... mucho, pero mi mamá nunca se enojó. Era una sociedad sumida en el cambio político".

"Teníamos discusiones maravillosas. Gunnar investigaba las cuestiones profundamente y Alva siempre estaba en busca de soluciones; decía que siempre tenía que haber algo que se pudiera hacer". Alva fue descrita como la mujer más moderna de su época. Como muchas hoy, hacía malabares con el trabajo, los hijos y un esposo exitoso que quería su ayuda. Pero en las décadas de 1930 y 1940 no había tantas trabajando fuera del ámbito doméstico. ¿Cómo se las arregló?

"Siendo muy estricta con el tiempo. Desde las 6:00 en punto era nuestro momento: por dos horas podíamos tenerla solo para nosotros".

A las 8:00, cuenta su hija, se escuchaba la voz de Gunnar reclamando su atención.

"Manejaba una especie de economía del tiempo".

La pareja dispareja
Alva continuó haciendo campaña durante esos años: fundó la primera escuela en Suecia para formar a maestros de preescolar. Y vio cómo, una tras otra, las ideas que ella y Gunnar habían articulado fueron adoptadas por el nuevo estado de bienestar de Suecia.

Pero también se hizo evidente que esa colaboración en la que supuestamente se basaba la unión con su esposo era unidireccional.

Carátula del libro

El libro que había disparado el cambio en Suecia fue escrito a cuatro manos, pero no todo siguió siendo tan colaborativo entre ellos.

Gunnar era un economista brillante, pero también un hombre petulante y exigente. Todo estaba subordinado a su trabajo, incluida su esposa.

Cuando la Carnegie Corporation lo eligió para que dirigiera su monumental estudio sobre "El problema del negro estadounidense", no había duda de que su esposa abandonaría el Seminario de Pedagogía Social para atenderlo en EE.UU.

Cuando, en 1945, parecía probable que Gunnar fuera nombrado ministro de Comercio de Suecia, Alva retiró su nombre de entre las que se barajaban para ministra de Educación para evitar un conflicto.

Cuando Julian Huxley le pidió a Alva al año siguiente que fuera directora de la recién formada Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), ella lo rechazó porque su esposo no quería mudarse a París, la sede de la agencia.

Sin embargo, él quería dirigir la Comisión Económica de la ONU para Europa en Ginebra y le pidió a su esposa que le transmitiera su interés en su carta de rechazo. Consiguió el trabajo.Fiel a sus principios, sin embargo, no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial que Alva se sintió capaz de dejarlo y pasar al escenario internacional.

Libre para... ¡tanto!
En 1949, fue la primera mujer a la que se le ofreció un puesto de alto nivel en la ONU: jefa del Departamento de Asuntos Sociales en la secretaría en Nueva York.

Al año siguiente, se fue a París para dirigir la División de Ciencias Sociales de la Unesco.

Alva Myrdal

Salió a caminar sola por el mundo, y dejó huellas.

En 1956 publicó, en colaboración con la socióloga austríaca Viola Klein, "Los dos papeles de la mujer", una obra influyente que se publicó antes del advenimiento de la segunda ola del feminismo pero que anticipó muchos de sus argumentos.

Y pronosticó también, inadvertidamente, un dolor de su propio futuro.

"Dado que en el campo de la crianza de los padres existe la situación extraordinaria de que el producto está en condiciones de juzgar tanto al productor como al proceso de producción, es casi inútil aspirar a la perfección.

"Una vez que tienen la edad suficiente para leer literatura psicológica, muchos niños, de todos modos, culparán a sus padres por cometer uno u otro pecado o ambos".

Pero antes de que esas palabras se ajustaran a su historia, le faltaba aún mucho por hacer, entre otras...

Fue elegida como enviada de Suecia a India, donde permaneció hasta 1960.
Escribió "Nuestra responsabilidad por los pobres: un primer plano social de los problemas del desarrollo".
Fue elegida al Parlamento como socialdemócrata. Planeó y luego presidió el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo. Se convirtió en la única ministra de Desarme del mundo.
Fundó Mujeres por la Paz.
Fue galardonada con el primer Premio de la Paz del Pueblo Noruego.
Pero sobre todo, durante dos décadas dedicó su energía y pasión a uno de los grandes temas de la Guerra Fría: el desarme nuclear.

Y en 1962, el gobierno sueco la nombró negociadora principal de Suecia en el Comité de Desarme de Dieciocho Naciones de la ONU.

Ejército contra la locura
Para ella, la creciente carrera armamentista era irracional y peligrosa.

"No era en pacifista radical —aclara su hija—, pero decía que no entendía cómo algunas personas podían estar tan locas como para ver la carrera armamentista como una solución".

Alva Myrdal FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

Para ella, lo que las superpotencias estaban haciendo era una locura.

Insistía en que el desarme brindaría una seguridad mucho mayor tanto a las superpotencias como a todos los pueblos del mundo.

"Le gustaba mucho la idea de que hubiera todo un ejército de oposición contra esta militarización", señala Foester.

Con un poderoso movimiento de mujeres respaldándola, Myrdal reunió una coalición de voces no alineadas para defender soluciones concretas de desarme, como zonas libres de armas nucleares y un tratado de prohibición total de los ensayos nucleares supervisado ​​por estaciones sísmicas y satélites.

"Llegó optimista pues creía que nadie podría estar tan loco, pero después de 10 años escribió el libro 'El juego del desarme' para decirle al mundo lo que había visto: que las dos grandes potencias no tenían ni el deseo ni la intensión de parar", recuerda Foelster.

"No puedo darles buenas noticias sobre el buen trabajo en las negociaciones de desarme. La verdad es que lo que hemos estado viendo es un juego, nada más que un juego", declaró, decepcionada, Alva Myrdal.

Debido a que no hubo un desarme real después de la firma del Tratado de Limitación de Armas Estratégicas en 1971, consideró que sus esfuerzos fueron un fracaso.

Sin embargo, había demostrado la capacidad de liderazgo de las mujeres en un ámbito técnicamente complejo y crucial de la diplomacia de la Guerra Fría, y sus propuestas dieron frutos más tarde.

Pero ella no los vio
"En los otros ambientes en los que había trabajado había visto progreso, pero en éste, no y cuando obtuvo el premio Nobel de la Paz estaba muy cansada; dijo que era un poco demasiado tarde", le contó su hija a Louise Hidalgo de la BBC.

Alva Myrdal y Alfonso García Robles FUENTE DE LA IMAGEN,FUNDACIÓN NOBEL

El Premio Nobel de la Paz 1982 fue otorgado conjuntamente a Alva Myrdal y Alfonso García Robles de México "por su labor por el desarme y las zonas libres de armas y armas nucleares".

El galardón se lo otorgaron por su trabajo por el desarme nuclear cuando tenía 80 años.

Días después de que el Comité Noruego del Nobel anunciara su selección, tuvo que soportar el dolor de ver a su hijo volverse públicamente en contra de ella y su marido.

Jan Myrdal, de 55 años, autor de obras de ficción y literatura política, publicó un libro cuyo título puede traducirse como "Niñez", pero también como "El veredicto del niño".

Y eso último es lo que realmente era.

El libro dio pie a una serie, se leyó en la radio los fines de semana y reseñas varias fueron publicadas en periódicos suecos con titulares como "Detesto a mi madre y a mi padre porque nunca me dieron amor".

Alva Myrdal murió cuatro años después, en 1986.

En 1991, la escritora y filósofa moral Sissela Bok publicó en 1991 "Alva Myrdal: memorias de una hija", una respuesta clara a la oscuridad de la sombra que había cernido su hermano sobre su madre.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-56780692

jueves, 5 de enero de 2023

Las matemáticas... ¿nos las inventamos o las descubrimos? Un milenario debate sin resolver. Hannah Fry, matemática BBC*

¿Un invento o un descubrimiento? 

Hay un misterio en el corazón de nuestro Universo. Un rompecabezas que, hasta ahora, nadie ha podido resolver. De resolverlo, las consecuencias serían profundas.

El misterio es por qué las reglas y los patrones matemáticos parecen infiltrarse en casi todo el mundo que nos rodea. De hecho, hay quienes describen las matemáticas como el lenguaje subyacente del Universo.

¿Significa eso que es algo que simplemente hemos ido descubriendo? ¿O es algo que hemos ido inventando, como cualquier lenguaje?

Nos hemos hecho esa pregunta durante miles de años y aún no hemos podido ponernos de acuerdo.

¿Por qué importa?
Porque las matemáticas apuntalan casi todo en nuestro mundo moderno, desde computadoras y teléfonos móviles hasta nuestra comprensión de la biología humana y nuestro lugar en el Universo.

Es por eso que los grandes pensadores de la historia han tratado de explicar los orígenes del extraordinario poder de las matemáticas.

Los números
El mundo moderno no existiría sin las matemáticas. Se esconde detrás de casi todo lo que nos rodea e influye sutilmente casi todo lo que ahora hacemos.

Y, sin embargo, es invisible. Intangible.

Entonces, ¿de dónde vienen las matemáticas? ¿Dónde viven los números?

A menudo pensamos en los números como algo atado a objetos, como el número de dedos en una mano o el número de pétalos en una flor.

Flor con 5 pétalos. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Esta flor tiene 5 pétalos. Si le quitas 2, quedarán solo 3 (y se verá menos bonita).

Los pétalos ya no estarán, pero el número 2 seguirá existiendo.

Eso es algo que no puedes decir de todo: si los lápices nunca se hubieran inventado, la idea de un lápiz no existiría.

Puedes destruir el objeto físico, quemarlo hasta que sólo queden cenizas, pero no puedes destruir la idea de los números.

En todas las culturas del mundo, todos estamos de acuerdo sobre el concepto de 4, así lo llames cuatro, four, quatre, vier, o escribas el símbolo de otra manera.

Pie de foto, No importa cómo lo llames o cual símbolo uses para escribirlo, el concepto del 4 es universal.

El mundo platónico de los números
¿Habrá entonces algún mundo mágico paralelo en el que viven todas las matemáticas? ¿Un lugar en el que están las verdades fundamentales que nos ayudan a comprender las reglas de la ciencia?

O, ¿será todo producto de nuestra imaginación e intelecto?

"Es demasiado extraordinario pensar que las verdades matemáticas son producto enteramente de nuestras convenciones en la mente humana... Yo no creo que seamos tan inventivos", opina Eleanor Knox, doctora en Filosofía de la Física de King's College London, Reino Unido.

"A veces parece que las matemáticas se descubren, especialmente cuando el trabajo va muy bien y sientes como si las ecuaciones te estuvieran impulsando", señala Brian Greene, profesor de Física y Matemáticas de la Universidad de Columbia, EE.UU.

"Pero luego das un paso atrás y te das cuenta de que es el cerebro humano el que impone estas ideas y estos patrones en el mundo y, desde esa perspectiva, parece que las matemáticas son algo que viene de nosotros", agrega Greene.

"El número cinco se llama fem en sueco, mi lengua materna", dice Max Tegmark, profesor de Física y Matemáticas en MIT, EE.UU.

"Esa parte la inventamos, el bagaje, la descripción, el lenguaje de las matemáticas. Pero la estructura en sí misma, como el número 5 y el hecho de que es 2 + 3, esa es la parte que descubrimos", explica el experto sueco.

El problema es que tanto quienes creen que las matemáticas fueron descubiertas como quienes piensan que son inventadas tienen argumentos muy persuasivos.

Tanto que seguramente esta serie te hará cambiar de opinión una y otra vez.

Para darte una prueba, empecemos con unas de muestras más sencillas de quienes dicen: "Las matemáticas están a nuestro alrededor. Solo necesitas saber dónde mirar para descubrirlas".

El ingenio del nautilino Nautilo FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Se les considera fósiles vivientes... llevan siglos asombrándonos.

De todas las estructuras que encuentras en la naturaleza, una de las más bellas es la concha de los nautilinos.

La criatura que vive adentro crea todas estas formas, y salta de una cámara a otra a medida que crece.

Es asombroso cómo ese pequeño ser puede crear algo tan extraordinario e increíblemente complejo.

Además, tiene un patrón oculto, que puedes revelar tomando tres pares de medidas de las cámaras.

Elijes un ángulo y mides la cámara interior, y luego una segunda medición hasta el borde exterior.

Midiendo las cámaras de la concha de nautilo Pie de foto,

La primera media está en rojo y las segunda empieza en el mismo lugar, pero llega más lejos.

Tras hacer eso tres veces en tres ángulos diferentes tendrás tres pares de números que, a primera vista, parecen aleatorios.

En este caso:

14,5 / 46,7
23,9 / 77,6
307 / 995

Pero las apariencias pueden ser engañosas, porque si tomas cada uno de estos pares de números y divides uno por otro, comienza a emerger un patrón muy claro.

46,7 dividido 14,5 = 3,2
77,6 dividido 23,9 = 3,2
995 dividido 307 = 3,2

No importa dónde midas la concha, la proporción del ancho de las cámaras termina siendo constante.

Cada vez que el nautilino hace un giro completo, termina sentado en una cámara que tiene aproximadamente 3,2 veces el ancho del giro anterior.

Y al repetir esta simple regla matemática, puede crear esa concha en espiral bellamente intrincada.

Concha de nautilinos FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

La hermosa concha del nautilinos con su espiral logarítmica es la imagen clásica usada para ilustrar el desarrollo del cálculo.

Los pétalos de las flores
El nautilino no es el único ser vivo que tiene un patrón matemático oculto en su interior.

Si alguna vez has contado los pétalos de una flor, es posible que hayas notado algo inusual.

Unas tienen 3 pétalos. Otras, 5. Algunas, 8. Hay de 13 pétalos. Pero rara vez tienen los números intermedios (4, 6, 7, 9, 10, 11 o 12).

Flores
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En los pétalos de las flores puedes encontrar la sucesión de Fibonacci, que comienza con 0, 1, 1​ y a partir de estos, cada número es la suma de los dos anteriores. La sucesión tiene numerosas aplicaciones en ciencias de la computación, matemática y teoría de juegos.

Estos números surgen una y otra vez. Parecen aleatorios, pero todos son parte de lo que se llama la secuencia o sucesión de Fibonacci, en nombre del matemático italiano del siglo XIII que la describió en Europa.

Comienzas con los números 1 y 1, y desde ese punto, sigues sumando los dos últimos números.

Así que...
1 + 1 = 2
1 + 2 = 3
2 + 3 = 5
3 + 5 = 8
... y así sucesivamente.

Al observar la cantidad de pétalos en una flor, descubres que siguen la sucesión de Fibonacci. Lo mismo sucede en muchas configuraciones biológicas, como las ramas de los árboles y las hojas en los tallos, entre otras.

Y eso no es todo.

Si te fijas en el centro de un girasol, verás que las semillas están dispuestas en forma de espiral. Cuenta el número de espirales en una dirección y, a menudo, encontrarás un número de Fibonacci.

Si luego cuentas las espirales que van en la dirección opuesta, encontrarás un número de Fibonacci adyacente.

¿Por qué las plantas hacen eso? Pues resulta que es la mejor manera en la que la flor puede organizar sus semillas para evitar que se dañen.

girasol


Las semillas empacadas en espiral.

Esas reglas matemáticas simples y gloriosas que se encuentran escondidas en la naturaleza no parecen una coincidencia.

Una vez que detectas este tipo de patrones matemáticos, sientes que los descubriste, no que te los inventaste.

Es como si las matemáticas estuvieran ahí esperando que las encuentres.

No obstante...
Durante siglos, se pensó que el lenguaje de las matemáticas era fijo e inalterable, hasta que se hizo evidente que faltaba algo:

0 FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

El cero.
¿Qué es exactamente cero?
Un cero significa nada. Si tienes cero de algo, tienes nada.

Por qué, científicamente, nada es imposible
El 0 es un concepto extraño; es como si la ausencia se convirtiera en algo.

¿Se trata de un número o una idea? ¿Y cómo puede algo sin valor tener tanto poder?

El 0 vs. los romanos
Restos de un barco antiguo con números romanos. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Aunque siempre hemos entendido el concepto de no tener nada, el concepto de cero es relativamente nuevo.

Usábamos números, podíamos contar pero antes del siglo VII el cero no existía.

Occidente ya tenía un sistema numérico: los números romanos.

Funcionaban bien, aunque eran algo difíciles de manejar

No se sabe si el 0 se originó en China o India pero fue en la última donde se comenzó a aceptar como un número adecuado.

El manuscrito de Bakhshali: el descubrimiento que muestra que el cero tiene 500 años más de lo que se pensaba Bakhshali manuscript FUENTE DE LA IMAGEN,BODLEIAN LIBRARY

Esta es una página del manuscrito indio de Bakhshali de alrededor de 225 d.C., que muestra los puntos sobre los caracteres que representan 0. Este es el primer uso conocido del símbolo cero.

Durante casi 1.000 años, los matemáticos indios trabajaron felices con números indo-arábigos, mientras que sus homólogos occidentales continuaron con los números romanos, hasta que el matemático Fibonacci reconoció su potencial.

Al-Juarismi, el erudito persa que introdujo los números a Occidente y nos salvó de tener que multiplicar CXXIII por XI

Había sido educado en el norte de África, conocía la obra del erudito persa Al-Juarismi, por lo que había visto de primera mano cuán bien funcionaba ese sistema de números.

Es por eso que alertó a Europa occidental de la existencia del sistema indo-arábigo y defendió el 0.

Ese nuevo número era el que más cambios introducía.

En números romanos, por ejemplo, 1958 se escribe: MCMLVIII.

No importa dónde la coloques, la letra C siempre representa el número 100.

El 0 era diferente. Su posición podía cambiar los valores de los números a su alrededor. Piensa en la diferencia entre 11 y 101.

El 0 te permite escribir más números y manipularlos mucho más rápida y fácilmente.

Robot con código binario atrás FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Fue inventado y resultó tremendamente útil: toda la tecnología moderna está literalmente construida sobre 1s y 0s.

Ahora: el 0 no lo descubrimos, lo creamos como parte del lenguaje para describir números.

Eso hace que las matemáticas se sientan como algo que hemos ideado. Necesitábamos un sistema numérico más fácil de usar así que a alguien se le ocurrió la brillante idea del cero.

Es una evidencia intrigante de que las matemáticas podrían ser inventadas, un producto de nuestro intelecto e imaginación.

Y no es la única, por supuesto, así como hay muchas más que apoyan el argumento de que las matemáticas ya existen y las vamos descubriendo.

¿Qué piensas tú?
Atenea, la diosa de la guerra, la civilización, sabiduría, de las ciencias, de la justicia y de la habilidad... ¿sería ella la que abrió esa ventana al mundo de los dioses? (Palas Atenea, 1898, de Gustav Klimt 1862-1918)

Por qué los antiguos griegos pensaban que las matemáticas eran un regalo de los dioses

Las matemáticas apuntalan tanto de nuestro mundo moderno que es difícil imaginar la vida sin ellas, pero ¿de dónde vienen exactamente? ¿Nos las inventamos o es algo que descubrimos?

1ª parte: Las matemáticas... ¿nos las inventamos o las descubrimos?

Los antiguos griegos no tenían dudas al respecto.

Al filósofo Pitágoras y sus seguidores los cautivaba tanto los patrones matemáticos que creían que los números eran un regalo divino, y parte de su fascinación era resultado de sus experimentos con la música.

Con ellos, descubrieron patrones que vinculaban los sonidos y sus relaciones con las proporciones numéricas de las que dedujeron la hermosura y lo placentero de la música.

Para ellos, eso no podía ser coincidencia: era una ventana a los mundos de los dioses.

Matemática armoniosa
"Cualquier sonido que escuches es producido por algo que se está moviendo. Si haces que la cuerda se vibre, produce un sonido", le explica el matemático y músico Ben Sparks a la BBC.

Pitágoras (c 560-c 480 a.C.) demostrando la relación matemática en la música
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Pitágoras (c 560-c 480 a.C.) demostrando la relación matemática reconocida entre la longitud de la cuerda vibrante, la columna de aire o el tamaño del instrumento de percusión y las notas de escala musical. Tallado de Theo Gafurius 'Theoricum opus musicae disciplinae', 1480.

"Lo que notaron los griegos es que puedes hacer que la cuerda vibre dos veces más rápido, reduciendo su longitud a la mitad".

Entonces, si tocas la cuerda tensa, produces una nota. Si la vuelves a tocar pero pinzando la cuerda en el medio, inmovilizas parte de ella y sólo vibra la otra mitad, que producirá otra nota parecida pero definitivamente diferente.

"Eso es lo que llamamos una octava", señala Sparks.

"En la octava, la relación de frecuencias es de 2:1".

Título del video,
Nada mejor que escuchar: haz clic aquí

¿Habrá otras fracciones que suenen bien?, se preguntaron los griegos. Y efectivamente encontraron que otras divisiones de la cuerda en proporciones progresivas, producían sonidos considerados hermosos y bien proporcionados.

Sonidos como la quinta justa, en la que la proporción es de 3:2, es decir que la nota alta es dos tercios la longitud de la nota baja.

Pero, ¿qué sucede cuando tocas algo que no es una de esas fracciones ordenadas?

"Cuando las notas no están en estas proporciones simples, tendemos a notarlo aunque no estemos al tanto de las matemáticas", asegura Sparks.

Los griegos encontraron que al pulsar otros fragmentos de la cuerda -demasiado próximas o mucho más lejanas y en una proporción difícil a la nota fundamental- producían sonidos desagradables a sus oídos.

Violonchelo y relación

En la quinta justa, el artista toca la cuerda primero sin interferir con sus dedos y luego apretando la cuerda 1/3 más abajo, de manera que sólo vibre el resto.

¿Por qué razón otra existirían esos patrones si no para revelarnos el reino de los dioses?, pensaban los pitagóricos.

La música del Cosmos
"Para Pitágoras y sus seguidores, era importante descubrir el principio que ordenaba todo y lo encontraron en los números", le dice a BBC Mundo el comentarista musical Ricardo Rozental.

"Explicaron las proporciones en las que se podían producir sonidos agradables y con los que era posible hacer una música que gustara al oído y, en consecuencia, favoreciera al espíritu y la inteligencia".

La paciente observación del cielo arrojó conclusiones similares respecto del movimiento de los planetas y las estrellas, que no discurrían al azar sino en ciertos patrones que pudieron explicarse con proporciones numéricas.

Persona tocando piano con la luna grande detrás.
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La antigua teoría de la Musica Universalis o la armonía de las esferas, que sostiene que los planetas se mueven de acuerdo con las ecuaciones matemáticas y por lo tanto resuenan para producir una sinfonía inaudible, se la debemos a los pitagóricos.

"La conclusión apoyó la idea de que los movimientos de los cuerpos celestes y los sonidos placenteros se relacionaban de la misma manera, es decir, por las mismas proporciones matemáticas", agrega el experto.

"De allí la noción de cosmos como el todo ordenado según un mismo patrón explicable numéricamente".

Las bajas pasiones
Una bella melodía que empleara las notas correctas, para los antiguos griegos, era así porque en ella se habían empleado adecuadamente las proporciones numéricas que se encontraban en consonancia con los astros.

Las relaciones entre lo más grande y lo más pequeño actuaban en conjunto y hacían posible comprender el principio que lo juntaba todo de la forma ordenada y armoniosa en que operaba.

Entonces, ¿cómo se explicaban los sonidos desagradables?

Pitágoras, con su música y sus cuerpos celestes
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"Como también era posible producirlos, los pitagóricos entendieron que deberían evitarse puesto que eran capaces de producir consecuencias tremendas en quienes los escucharan, ya que alterarían el buen equilibrio del cuerpo y la mente y estarían por fuera de las leyes del ordenamiento cósmico", dice Rozental.

"Así que dedujeron que las bajas pasiones, la ira y la violencia podían excitarse por este medio, así como el sosiego y la tranquilidad podían inducirse mediante una música armoniosa y dulce".

Diabolus in musica
Mucho siglos después, cuando el cristianismo había adoptado numerosos principios originados en la cultura griega y en la medida en que la práctica de la liturgia incorporó una diversidad de música, ciertos aspectos desagradables para el hábito auditivo -como el empleo de notas a distancia de segunda- se consideraron malévolos y por tanto, se excluyeron de los cánones musicales de la iglesia.

"Su empleo habría sido la intervención de lo diabólico. Resultaba necesario excluirlas, para evitar la presencia del diablo en la iglesia y en la mente y el espíritu de sus seguidores", cuenta el experto.

Pitágoras
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La influencia de Pitágoras se sintió durante siglos en la música.

Todavía para el siglo XIX, algunas de estas ideas provenientes del siglo VI a.C. seguían en práctica.

"El violinista Nicoló Paganini es bien conocido por emplear lo que en latín se denominó como el diabolus in musica, unos acordes llamados también tritonos, que pertenecían a la práctica excluida por las reglas de lo bien ordenado", señala Rozental.

"No obstante, Paganini fue un favorito del público y contribuyó a debilitar ciertos temores asociados con lo que se consideraba bello y consonante, feo y disonante, cósmico y caótico, divino y demoníaco".

Nuestro oído y gusto musical admiten hoy una mayor diversidad numérica que la antiguamente propuesta por los griegos y apreciamos la amplitud del sonido como parte de un cosmos en expansión.

El origen de las matemáticas
Los gustos cambiaron, pero los patrones que encontraron los griegos, no.

Poesía y música: Las nueve musas inspiran a Arión, Orfeo y Pitágoras, con la ayuda de la fuente de toda armonía. Una miniatura de 'Liber Pontificalis', manuscrito del siglo XIII
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Poesía y música: Las nueve musas inspiran a Arión, Orfeo y Pitágoras, con la ayuda de la fuente de toda armonía. Una miniatura de 'Liber Pontificalis', manuscrito del siglo XIII

Los pitagóricos no fueron los primeros en usar algún tipo de matemáticas.

Hay algunas pruebas de que las marcas encontradas en huesos de la era del Paleolítico Superior hace 37.000 años fueron talladas y usadas para contar.

Sin embargo, fueron los primeros en buscar patrones.

Y lo que encontraron parece indicar que las matemáticas están a nuestro alrededor y son algo que descubrimos, una parte fundamental del mundo en el que vivimos.

Para ellos, las matemáticas eran tan reales como la música y eran más geniales y elegantes que cualquier cosa que la mente humana pudiera llegar a concebir.

Pero, fue lo que dijo una de las figuras más importantes de la Antigua Grecia sobre el origen de las matemáticas lo que aún hoy es la base de lo que creen muchos matemáticos.

miércoles, 4 de enero de 2023

MODERN LOVE. Así no se pelea, querido. A veces cuando tu marido te dice que ya no te ama lo que tienes que hacer es no tomártelo personal.

A veces cuando tu marido te dice que ya no te ama lo que tienes que hacer es no tomártelo personal.

Supongamos que crees vivir un matrimonio sano. Después de haber pasado más de la mitad de su vida juntos siguen siendo amigos y amantes. Los sueños que se propusieron conseguir a los 20 años —cuando estaban solteros y delgados, y se miraban a los ojos, iluminados por la luz de las velas, en los bares de la ciudad— se han hecho realidad en gran parte.

El Times Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox. Dos décadas después, tienen ocho hectáreas de tierra, una granja, hijos, perros y caballos. Son los padres que dijeron que serían, llenos de amor y orientación. Lo han hecho todo: ir a Disneylandia, a acampar, a Hawái, México, vivir en la ciudad, observar las estrellas.

Seguro que tienen sus problemas matrimoniales, pero en general se sienten tan satisfechos por cómo han funcionado las cosas, tanto que nunca, ni en sus más locas pesadillas, pensarías escuchar estas palabras del marido un buen día de verano: “Ya no te quiero. No estoy seguro de haberte querido alguna vez. Me mudaré. Los niños lo entenderán. Querrán que sea feliz”.

Pero espera. Esta no es la historia de divorcio que crees. Tampoco es una historia en la que le ruego que se quede. Es una historia sobre escuchar a tu marido decir “ya no te amo” y decidir no creerle. Y lo que puede ocurrir como resultado.

He aquí una imagen: un niño hace berrinche. Intenta golpear a su madre. Pero la madre no le devuelve el golpe, ni le da un sermón, ni lo castiga. En cambio, lo esquiva. Luego intenta seguir con sus asuntos como si la rabieta no hubiera ocurrido. No “premia” el berrinche. En realidad no se toma la rabieta como algo personal porque, al fin y al cabo, no se trata de ella.

Que quede claro: no estoy diciendo que mi marido estuviera haciendo una rabieta infantil. No. Estaba atrapado por algo más: una crisis profunda y mucho más preocupante que no se produce en la infancia, sino en la mediana edad, cuando percibimos que nuestra trayectoria personal ya no dibuja una curva ascendente estable como antes. Pero decidí responder de la misma manera que había respondido a las rabietas de mis hijos. Y seguí respondiendo así. Durante cuatro meses.

“Ya no te quiero. No estoy seguro de haberte querido alguna vez”.

Sus palabras me sacudieron como un golpe repentino, como un puñetazo por la espalda, pero de alguna manera en ese momento fui capaz de esquivarlas. Y una vez que me recuperé y me recompuse, logré decir: “No te creo”. Porque no lo creía.

Él retrocedió sorprendido. Al parecer, esperaba que rompiera a llorar, que me enfadara con él, que lo amenazara con una batalla por la custodia de nuestros hijos. O que le rogara que cambiara de parecer.

Así que se volvió cruel. “No me gusta en lo que te has convertido”.

Pausa desgarradora. ¿Cómo pudo decir algo así? Fue entonces cuando realmente quise luchar. Enfurecerme. Llorar. Pero no lo hice.

En cambio, un manto de calma me envolvió, y repetí esas palabras: “No te creo”.

Hacía poco me había comprometido conmigo misma a un acuerdo no negociable. Me había comprometido con “El fin del sufrimiento”. Por fin había conseguido desterrar las voces de mi cabeza que me decían que mi felicidad personal solo era tan buena como mi éxito exterior, arraigado en cosas que a menudo estaban fuera de mi control. Había visto la locura de esa ecuación y decidí asumir la responsabilidad de mi propia felicidad. Y me refiero a toda ella.

Mi marido aún no había llegado a ese acuerdo consigo mismo. Había disfrutado de muchos años de trabajo duro, y sus recompensas habían mantenido a nuestra familia de cuatro todo el tiempo. Pero su nuevo emprendimiento no había salido muy bien, y su capacidad para ser el sostén de la familia estaba disminuyendo con rapidez. Se sentía miserable, inútil, se estaba perdiendo en sus emociones y descuidando su cuerpo. Y ahora quería terminar con nuestro matrimonio; acabar con nuestra familia.

Pero yo no me lo creía.

Le dije: “No es apropiado para nuestra edad esperar que los hijos se preocupen por la felicidad de sus padres. No, a menos que quieras crear personas codependientes que se pasen la vida en malas relaciones y en terapia. Hay momentos en toda relación en los que las partes implicadas necesitan un descanso. ¿Qué podemos hacer para darte la distancia que necesitas, sin dañar a la familia?”.

“¿Eh?”, dijo.

“Hacer senderismo en Nepal. Construir una yurta en el prado de atrás. Convertir el garaje en tu refugio. Compra esa batería que siempre has querido. Cualquier cosa menos hacernos daño a los niños y a mí con una imprudencia como la que planteas”.

Entonces repetí mi frase: “¿Qué podemos hacer para darte la distancia que necesitas, sin dañar a la familia?”.

“¿Eh?”.

“¿Cómo podemos tener una distancia responsable?”.

“No quiero distancia”, dijo. “Quiero mudarme”.

Mi mente se agitó. ¿Era otra mujer? ¿Drogas? ¿Secretos inconfesables? Pero me detuve. Decidí que no iba a sufrir.

En vez de eso, me dirigí a mi escritorio, busqué en Google “separación responsable” y obtuve una lista. Incluía cosas como: ¿Quién puede usar qué tarjetas de crédito? ¿Con quién se permite ver a los niños en la ciudad? ¿A quién se le permiten las llaves de qué?

Revisé la lista y se la pasé.

Su respuesta: “¿Llaves? Ni siquiera tenemos llaves de nuestra casa”.

Permanecí estoica. Pude ver el dolor en sus ojos, un dolor que reconocí.

“Ah, ya veo lo que estás haciendo”, dijo. “Vas a hacer que vaya a terapia. No vas a dejar que me mude. Vas a usar a los niños en mi contra”.

“Nunca dije eso. Solo pregunté: ¿Qué podemos hacer para darte la distancia que necesitas…”.

“¡Deja de decir eso!”.

Pues no se mudó.

En cambio, pasó el verano comportándose como una persona poco fiable. Dejó de venir a casa a las seis de la tarde como de costumbre. Se quedaba fuera hasta tarde y no llamaba. Se saltó todo el 4 de julio —el desfile, el asado, los fuegos artificiales— para ir a la fiesta de otra persona. Cuando estaba en casa, estaba distante. No me miraba a los ojos. Ni siquiera me deseó un feliz cumpleaños.

Pero no le di importancia. Seguí en mi línea. Les dije a los niños: “Papá está pasando por un mal momento, como les suele pasar los adultos. Pero somos una familia, pase lo que pase”. No iba a sufrir. Y ellos tampoco.

Mis amigos de confianza se enfurecieron en mi nombre. “¿Cómo puedes quedarte de brazos cruzados y aceptar ese comportamiento? ¡Échalo de la casa! Contrata a un abogado”.

Tampoco me doblegué ante ellos. Mi esposo estaba sufriendo, pero yo no podía resolver su problema. De hecho, tenía que apartarme de su camino para que él pudiera resolverlo.

Sé lo que estás pensando: soy una persona fácil de convencer. Soy débil y asustadiza y soportaría cualquier cosa con el fin de mantener a la familia unida. Quizás soy una de esas mujeres que soportaría el abuso físico. Pero te puedo asegurar que no lo soy. Cargué caballos de 680 kilos en remolques y galopé por las tierras altas de Montana todo el verano. Pasé por un parto natural inducido por Pitocin. Y una cesárea sin medicamentos posteriores. Soy hábil con la motosierra.

Simplemente había llegado a comprender que yo no era la raíz del problema de mi marido. Él lo era. Si él podía convertir su problema en una pelea marital, podía hacer que se tratara de nosotros. Tenía que quitarme de en medio para que eso no ocurriera.

En privado, decidí darle tiempo. Seis meses.

Tuve días buenos y días malos. En los días buenos, tomé el camino correcto. Ignoré sus ataques, sus despiadados golpes. En los días malos, me enconaba bajo el sol de agosto mientras los niños corrían por los aspersores, enfureciéndome con él mentalmente. Pero nunca vacilé. Aunque pueda parecer ridículo decir “no te lo tomes personal” cuando tu marido te dice que ya no te ama, a veces eso es exactamente lo que debes hacer.

En lugar de dar un ultimátum, gritar, llorar o suplicar, le presenté opciones. Creé un verano de diversión para nuestra familia y lo invité a participar en él o no, era su decisión. Si elegía no venir, lo extrañaríamos, pero estaríamos bien, muchas gracias. Y así fue.

Y, sí, obviamente quería sentarlo y convencerlo de que se quedara, de que me amara. De luchar por lo que creamos. Claro que quería hacerlo.

Pero no lo hice.

Hice una parrillada. Hice limonada. Puse la mesa para cuatro. Lo amé desde lejos.

Y un día, allí estaba, temprano en casa después del trabajo, cortando el césped. Un hombre no corta el césped si se va a mudar, él no. Luego arregló una puerta que llevaba ocho años descompuesta. Hizo un comentario sobre nuestro porche delantero porque había que pintarlo. Dijo nuestro porche delantero. Mencionó que necesitaba madera para el próximo invierno. Habló del futuro. Poco a poco, empezó a hablar del futuro.

Fue la cena de Acción de Gracias la que confirmó todo. Mi marido inclinó la cabeza con humildad y dijo: “Estoy agradecido por mi familia”.

Había vuelto.

Y vi lo que le faltaba: orgullo. Había perdido el orgullo de sí mismo. Tal vez eso es lo que sucede cuando nuestros egos reciben un golpe en la mediana edad y nos damos cuenta de que ya no somos tan jóvenes ni lozanos.

Cuando la vida nos golpea y nuestros mitos de la infancia se revelan como lo que son, la verdad se siente como el mayor golpe de gracia de todos: no es un cónyuge, ni una tierra, ni un trabajo, ni el dinero lo que nos da la felicidad. Esos logros, esas relaciones, pueden aumentar nuestra felicidad, sí, pero la felicidad tiene que empezar desde dentro. Confiar en cualquier otra ecuación puede ser letal.

Mi marido se había perdido en el mito. Pero encontró la manera de salir. Desde entonces, hemos tenido conversaciones difíciles. De hecho, me animó a escribir sobre nuestra odisea para ayudar a otras parejas que llegan a esta coyuntura en la vida, personas que se sienten asustadas y atascadas, personas que creen que sus sentimientos temporales son permanentes, que ven una salida fácil y creen que pueden escapar.

Mi marido trató de cobrar una apuesta, de culparme por su dolor, de descargar sus sentimientos de desgracia personal en mí.

Pero soporté la situación y esperé. Y funcionó.

Laura A. Munson es una escritora que vive en Whitefish, Montana.

https://www.nytimes.com/es/2021/10/17/espanol/divorcio-modern-love.html

martes, 3 de enero de 2023

¿Por qué Harvard, la NASA y Stanford todavía enaltecen su pasado nazi?

OPINIÓN ENSAYO INVITADO ¿Por qué Harvard, la NASA y Stanford todavía enaltecen su pasado nazi?
Alfried Krupp, a la izquierda, en 1957. Krupp operaba sus fábricas con trabajo esclavo de internos de campos de concentración.Credit...Bettmann/Getty Images

Por Lev Golinkin

Golinkin es autor del libro de memorias A Backpack, a Bear and Eight Crates of Vodka.

Este año, la Universidad de Harvard dio a conocer un informe sobre la historia de cómo la universidad se benefició de la esclavitud. “Creo que tenemos la responsabilidad moral de hacer todo lo posible para atender los persistentes efectos corrosivos de esas prácticas históricas en las personas, en Harvard y en nuestra sociedad”, escribió Lawrence Bacow, presidente de la universidad, en una carta abierta a la comunidad. El estudio fue anunciado como un ajuste de cuentas esperado desde hace mucho entre una institución de élite y su oscuro pasado.

 Sin embargo, su papel en la trata de esclavos en Estados Unidos solo supone un aspecto del pasado de la universidad. Harvard todavía tiene una beca y una cátedra que llevan el nombre de Alfried Krupp, un criminal de guerra nazi cuyo imperio industrial utilizó cerca de 100.000 trabajadores forzados.

Harvard no está sola: desde la NASA hasta la Universidad de Stanford, pasando por el ejército de Estados Unidos, las instituciones estadounidenses siguen reconociendo —y a veces incluso celebrando— a antiguos nazis de alto perfil.

Las personas homenajeadas no son guardianes poco conocidos del Holocausto que lograron eludir a los funcionarios de inmigración; algunas de ellas son figuras históricas cuya relación con Estados Unidos ha sido ampliamente documentada, incluso en los bien investigados tomos de Eric Lichtblau y Annie Jacobsen.

Las instituciones que blanquean el pasado nazi de hombres cuyos nombres adornan los programas de Harvard y Stanford, parte del Centro Espacial John F. Kennedy de la NASA y múltiples lugares en Huntsville, Alabama, suelen hacerlo mediante el engaño por omisión, es decir, borrando la historia al omitir o dejar de lado hechos inconvenientes.

¿Cómo fue que Estados Unidos pasó de luchar contra el mal del nazismo a alabar a exnazis? Comenzó con el fin de la luna de miel entre Moscú y Occidente en tiempos de guerra. Con Alemania dividida y derrotada, la Unión Soviética de Iósif Stalin se convirtió rápidamente en el mayor enemigo de Estados Unidos. Washington necesitaba tecnología para competir con el Kremlin y una Alemania Occidental solvente que sirviera de baluarte contra el comunismo que se extendía por Europa. Los exnazis ofrecían una experiencia tentadora. Así que, mientras un puñado de figuras prominentes del Tercer Reich fueron ahorcadas en Núremberg, muchos otros vieron cómo sus pasados tóxicos se limpiaban al convertirse en socios y aliados en la Guerra Fría.

En la década de 1960, con la carrera espacial ya en marcha, Wernher von Braun, exoficial de las SS, se reunió con presidentes estadounidenses y fue presentado por los medios de comunicación como un genio de las matemáticas que trabajaba para llevar a Estados Unidos a la Luna. En otras palabras: no solo lo contratamos, sino que lo convertimos en un héroe.

Poco menos de 30 años después de la guerra, apenas hubo sorpresa cuando se anunció que la Universidad de Harvard recibiría 2 millones de dólares (cerca de 12 millones de dólares en la actualidad, ajustados a la inflación) de la Fundación Alfried Krupp von Bohlen und Halbach. Era 1974, y los fondos se utilizaron para crear la Cátedra de Estudios Europeos de la Fundación Krupp, así como la Beca de Investigación de Disertación de la Fundación Krupp.

Alfried Krupp era un magnate industrial y fue condenado por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en Núremberg. Su empresa tenía una fábrica construida por esclavos en Auschwitz y sometió a casi 100.000 personas a trabajos forzados, incluyendo a prisioneros de guerra, presos de campos de concentración y niños. Cuando Harvard aceptó el dinero de Krupp, The Harvard Crimson publicó una carta en la que afirmaba que “pocos nombres son más honrados en los anales del asesinato en masa y el genocidio que el de Krupp”. (En 1951, la sentencia de Krupp fue conmutada y salió de prisión).

Los sitios web de la beca y la cátedra de Krupp en la Universidad de Harvard no dicen nada de que su homónimo sea un criminal de guerra convicto.

La Fundación Krupp también auspicia el Programa de Prácticas Krupp para Estudiantes de la Universidad de Stanford en Alemania, anunciado como un “programa único y prestigioso”. El hecho de que Krupp fue un criminal de guerra solo se menciona una vez en la página web del programa.

Sin embargo, la reinserción de Krupp palidece en comparación con el encubrimiento descarado por parte de Estados Unidos de Von Braun y Kurt Debus, dos de los científicos del Tercer Reich responsables de proporcionarle a Hitler el mortífero misil balístico V-2. El V-2 fue construido por prisioneros de campos de concentración que trabajaban en condiciones abominables en el infame complejo subterráneo alemán cerca del campo Dora-Mittelbau. Al menos 10.000 personas esclavizadas murieron en el proceso de fabricación de estos cohetes; los soldados estadounidenses que liberaron el campo de concentración se sintieron asqueados cuando descubrieron una escalofriante meseta repleta de cadáveres demacrados.

No obstante, la pertenencia de Von Braun y Debus al Partido Nazi no impidió que recibieran ofertas de trabajo a través del infame programa de Washington Operación Paperclip, que reclutaba a antiguos científicos nazis para trabajar en Estados Unidos.

Von Braun acabó mudándose a Huntsville, que se convirtió en un centro de la incipiente industria espacial estadounidense. En la actualidad, la ciudad y sus alrededores albergan varios santuarios dedicados al antiguo nazi: su nombre se encuentra en una sala de investigación de la Universidad de Alabama en Huntsville, un centro de artes escénicas y un planetario.

“Wernher von Braun y su equipo de científicos espaciales transformaron Huntsville, Alabama, conocida en la década de los cincuenta como la ‘capital mundial del berro’, en un centro tecnológico que hoy alberga el segundo parque de investigación más grande de Estados Unidos”, proclama la sección “Sobre nosotros” del Centro Espacial y de Cohetes de EE. U.U., un museo afiliado al Instituto Smithsoniano y sede del famoso programa Space Camp, o Campamento Espacial. (Una portavoz del centro dijo: “Estamos en un proceso de remodelación de las páginas del Campamento Espacial afiliadas al sitio web del Centro Espacial”, y que el centro tiene la intención de proporcionar contexto adicional).

Mientras tanto, Von Braun es alabado prácticamente en todo momento: en el sitio web del Campamento Espacial, en la página de historia de la escuela de la Universidad de Alabama en Huntsville, en la descripción de la Beca Dr. Wernher von Braun, incluso en un discurso pronunciado en 2019 por Robert Altenkirch, entonces presidente de la universidad, en ninguno de los cuales se menciona a los nazis o el trabajo esclavo. (La escuela sí tiene una página web sobre cohetería y trabajo esclavo que menciona a Von Braun).

En cuanto al centro de artes escénicas Von Braun Center, un portavoz de la ciudad de Huntsville dijo que hay “un esfuerzo en curso para proporcionar un mayor contexto histórico e información” en el sitio web del centro. Pero ¿cuánto se tarda en corregir esa información?

La impresión que uno se lleva de estas historias asépticas es que este hombre se materializó de la nada, sin un pasado discernible, como una Mary Poppins astrofísica que había venido a enseñar a los habitantes de Huntsville a fabricar cohetes.

Parece que es menos común constatar un pasado nazi que ignorarlo. Tal es el caso del complejo de visitantes del Centro Espacial Kennedy de la NASA en Florida, que alberga el Centro de Conferencias Dr. Kurt H. Debus. En la biografía oficial de la NASA sobre Debus solo hay un párrafo breve y ambiguo sobre su vida en Alemania. El 24 de junio, la directora del Centro Espacial Kennedy, Janet Petro, aceptó el Premio Dr. Kurt H. Debus del Comité del Club Espacial Nacional de Florida; el sitio web de la NASA que celebraba el evento hacía referencia a los logros astronómicos de Debus, sin mencionar nada sobre su pertenencia a las SS y su íntima participación en la construcción del V-2.

Quizá el ejemplo más asombroso de blanqueo nazi proceda del Redstone Arsenal, una base del ejército estadounidense cerca de Huntsville, que tiene un complejo de edificios que lleva el nombre de Von Braun. En la sección de historia del arsenal aparecen decenas de fotografías de Von Braun, mientras que en su biografía se dice que fue “empleado del Departamento de Artillería Alemán” y que fue el director técnico del centro donde se desarrolló el V-2. No se menciona cómo el Tercer Reich utilizó el V-2 para desatar el infierno entre la población civil.

Aunque nuestro ejército se está ocupando poco a poco de sus numerosos homenajes a la Confederación, todavía tiene que atender de manera adecuada su enaltecimiento de un hombre que construyó armas para Hitler. Es inconcebible que instituciones como el ejército, la NASA y las principales universidades persistan en insultar el sacrificio de miles de soldados estadounidenses al celebrar abiertamente a fabricantes de armas nazis.

Lev Golinkin es autor del libro de memorias A Backpack, a Bear and Eight Crates of Vodka.


El pasado nazi que algunas dinastías empresariales no quieren reconocer