martes, 7 de noviembre de 2023

Cómo se explicaba la gravedad antes de la manzana de Newton

El físico inglés Isaac Newton formuló ​​la ley de la gravitación universal.

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El físico inglés Isaac Newton formuló ​​la ley de la gravitación universal. 

 La historia de la manzana que cae sobre la cabeza del físico inglés Isaac Newton (1643-1727) es anecdótica.

Pero está aceptado que lo que se conoció como la ley de la gravitación universal, el principio que explica por qué caen las cosas, fue formulado por él en la obra 'Philosophiae Naturalis Principia Mathematica', en 1687.


Aunque, obviamente, las cosas ya se caían antes de Newton. ¿Cómo entonces explicaban este fenómeno aquellos que se dedicaban a pensar? ¿Qué explicación tenía, hasta el siglo XVII, lo que ahora llamamos gravedad?

Muchos años después de Newton, el físico Albert Einstein (1879-1955) diría que "la gravedad es lo primero en lo que no pensamos". Porque nos parece natural esa idea de que una piedra tirada cae, que una fruta que no se toma del árbol también cae y, bueno, que un tropiezo tonto es presagio de una caída.

En el libro "¿Por qué se caen las cosas? Una historia de la gravedad", publicado por Zahar en 2009, los astrónomos Alexandre Cherman y Bruno Rainho Mendonça parten de la observación de que la gravedad, sin duda, "es especial".

"Si no fuera así, ¿cómo explicar que los dos mayores genios de la ciencia, Isaac Newton y Albert Einstein, se dedicaran a ella? Y no solo eso: fueron elevados a esta condición de genios precisamente porque habían vislumbrado parte de sus secretos", escribe Cherman.

Desde Grecia hasta la India

Según el astrónomo, la importancia de la gravedad reside en dos factores: es universal, "para usar una palabra querida por Newton", y general, "para usar un término querido por Einstein".

Universal y general. ¿Cómo se explicaba entonces?

Si tenemos que retroceder en la historia de la ciencia, vayamos hasta Aristóteles (384 a. C. - 322 a. C.) porque el sabio griego es considerado uno de los pensadores más influyentes de la historia occidental, y gran parte de la lógica misma del pensamiento científico se debe a sus prerrogativas.


Árbol

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Tendemos a no pensar en la gravedad porque nos parece natural esa idea de que una piedra tirada cae, o que una fruta que no se toma del árbol también.

"Él separó un poco los fenómenos de los elementos, y entendió que había una tendencia natural del objeto que pertenecía a cierto elemento a volver a la posición de ese elemento", le explica a la BBC el físico Rodrigo Panosso Macedo, investigador de posdoctorado del Instituto Niels Bohr de la Universidad de Copenhague, en Dinamarca.

"Entonces, si un objeto estaba hecho de tierra, su tendencia natural sería volver a caer hacia la tierra, y por eso caería. Un objeto hecho de aire gaseoso tendría una tendencia natural a volver a caer en el aire, por lo que se elevaría".

En el libro del que es coautor, el astrónomo Mendonça retrocede un poco más en el tiempo y cita algunas referencias a la comprensión del fenómeno por parte de estudiosos hindúes incluso antes de Aristóteles.

Una representación pictórica posiblemente del siglo VIII a. C. revela que los filósofos de allí ya creían que la gravitación mantenía unido al Sistema Solar y que el Sol, como la estrella más masiva, debería ocupar la posición central en el modelo.

"Otro registro interesante también realizado en la antigua India se puede encontrar en el trabajo de un sabio hindú llamado Kanada, que vivió en el siglo VI aC", describe. "Fue él quien fundó la escuela filosófica de Vaisheshika".

Rainho Mendonça explica que Kanada asoció "el peso" con la caída, entendiendo al primero como la causa del fenómeno. "La intuición del sabio hindú iba por buen camino, pero aún quedaba mucho por recorrer en términos conceptuales".

Lugar natural

El astrónomo coincide, sin embargo, en que el punto cero en el concepto de gravedad hay que atribuirlo a Aristóteles, "porque aunque su obra sobre este tema no representa la realidad actual, el conocimiento difundido por esta perduró muchos siglos después de su muerte".

Aristóteles

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La influencia de Aristóteles en el campo del conocimiento se extendió por todo Occidente.

"Hasta la modernidad, con las nuevas investigaciones y teorías desarrolladas en el Renacimiento (...), la física aristotélica predominó en muchos centros de estudio de la Antigüedad y la Edad Media", le explica a la BBC el físico, filósofo e historiador José Luiz Goldfarb, profesor de Historia de la Ciencia en la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP).

"Él explicó la caída de los cuerpos por la idea de que la Tierra era el centro del Universo y los cuerpos pesados ​​tendían a ocupar su lugar natural en este centro".

En otras palabras, Goldfarb indica que esta idea es como "decir que las cosas caen cuando están sueltas, ya que tienden a ocupar su lugar natural en el centro del Universo, la Tierra".

Etimológicamente, es interesante notar que la palabra gravedad deriva del latín "gravis"; por lo tanto, tiene el mismo origen que la palabra grave. Su campo semántico va desde "pesado" hasta "importante", incluyendo significados como "poderoso".

Según el "Diccionario Etimológico de la Lengua Portuguesa", del filólogo y lexicógrafo Antônio Geraldo da Cunha (1924-1999), el término "gravedad" ya aparece desde el siglo XIII, pero las variaciones "gravitar" y "gravitación" sólo aparecen en el siglo XVIII, indicando una consecuencia de la física newtoniana sobre las terminologías.

En un texto firmado por Cherman en "¿Por qué caen las cosas?", hay una digresión sobre el término en sánscrito para gravedad: "gurutvaakarshan". "Nótese el comienzo de la palabra: 'guru'. Es precisamente el término utilizado para designar a los respetados maestros espirituales y líderes religiosos del hinduismo", dice.

"Y, en una vuelta de tuerca, también deriva del griego 'barus' (pesado), origen de la palabra 'barítono' (voz grave)", añade el astrónomo.

En un capítulo escrito por Rainho Mendonça en el mismo libro, se explica que el uso del término latino "gravis" para designar el fenómeno de la gravedad comenzó en el siglo VIII, con las traducciones de tratados científicos del mundo árabe a Europa.

"Y así surge el término que es objeto de nuestro estudio: gravedad", dice el investigador. "Y en el contexto que nos interesa, porque al referirse a objetos de gran peso, las traducciones latinas usaban la palabra cuya raíz es el adjetivo 'gravis', grave, que significa 'pesado'".

"No es posible precisar la primera vez que se utilizó este término", comenta el autor. Para él, la aparición de las primeras universidades europeas, donde el latín era el idioma oficial en ese momento, contribuyó a la difusión de la nueva nomenclatura. "En las universidades de Bolonia, París, Oxford, entre otras, que utilizaron la mayoría de esas obras (en árabe) traducidas".

Avances

Si bien predominó el pensamiento aristotélico, especialmente en el mundo occidental, y la Edad Media terminaría siendo conocida como la "edad oscura" en cuanto a la evolución del conocimiento, es innegable que hubo avances científicos en los 2,000 años que separan a Aristóteles y Newton.


Isaac Newton

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Newton fue antecedido por muchos científicos en el mundo que trataron de explicar por qué caían los objetos.

"Hoy, los historiadores de la ciencia son capaces de detectar pensadores de la Antigüedad y la Edad Media que ya elaboraron ideas más cercanas a la teoría newtoniana que a la física aristotélica, aunque oficialmente prevaleció la teoría del filósofo griego", señala Goldfarb.

El libro "¿Por qué se caen las cosas?" proporciona una descripción general de este escenario. El astrónomo Mendonça cita, por ejemplo, las investigaciones del filósofo árabe Abu Yusuf al-Kindi (801-873). "En su tratado 'Sobre los Rayos (Solares)', declaró que las estrellas ejercen una fuerza sobre los objetos y sobre las personas", dice.

"Esta fuerza estaría asociada a la radiación de las estrellas, que se propagaría en línea recta por el espacio e influiría en las cosas de la Tierra", dice el astrónomo.

Un poco más tarde, el filósofo de origen judío Solomon Ibn Gabirol (1021-1058) también abordó el tema, "con un razonamiento simple pero incipiente", como señala Rainho Mendonça.

Su contribución fue la noción de inercia. "Según él, las sustancias extensas y pesadas serían más inmóviles que las más ligeras", explica.

El filósofo y astrónomo iraní Abd al-Rahman al-Khazini (1077-1155) planteó la idea de que los cuerpos pesados ​​que caen siempre se mueven hacia el centro del planeta. "Sin embargo, aún más interesante fue su propuesta de que el 'thiql' (en árabe, que muchos autores traducen como 'gravedad') de los cuerpos dependía de su distancia al centro de la Tierra", añade.

Fuerzas motrices

Aunque hubo muchas teorías en ese período de tiempo, prevaleció una idea que, en cierto modo, está muy cerca del concepto de inercia. Como explica a la BBC el físico Fábio Raia, profesor de la Universidad Presbiteriana Mackenzie, en Brasil, "la teoría más difundida (...) era la teoría del ímpetu (...), que decía que el movimiento continuo de un cuerpo se debe a la acción de la fuerza".

"Cuando eso cesara, el cuerpo volvería a su estado de movimiento natural", aclara.

El astrónomo Mendonça destaca, en este sentido, el papel fundamental del filósofo alejandrino Iohannes Philoponus (490-570).

"Según él, al ser lanzado, un cuerpo recibe una especie de fuerza motriz, que sería transferida desde el lanzador al proyectil, permaneciendo en él incluso después del final del contacto. Con el tiempo, tal 'fuerza' se disiparía espontáneamente, provocando terminar el movimiento", explica.

En el caso de la caída de objetos, sin embargo, Philoponus ya entendió que esta fuerza era causada por algo que hoy se define como gravedad.


Albert Einstein

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Muchos años después de Newton, el físico Albert Einstein (1879-1955) diría que "la gravedad es lo primero en lo que no pensamos".

"Según esta idea, la Tierra ejercía una atracción sobre los objetos, que los arrastraba hacia su centro", le aclara a la BBC el filósofo Andrey Albuquerque Mendonça, profesor de la Escuela Superior de Publicidad y Marketing de São Paulo (ESPM-SP).

El filósofo recuerda, sin embargo, que hubo voces disonantes, como la del filósofo y teólogo francés Jean Buridan (1301-1358) que "propuso una teoría alternativa para explicar la caída de los objetos".

"Él argumentaba que los objetos caían debido a una fuerza interna que los empujaba hacia abajo, pero no podía explicar qué causaba esta fuerza".

Tanto Leonardo da Vinci (1452-1519) como Galileo Galilei (1564-1642) estudiaron la caída de objetos. Como afirma Albuquerque Mendonça, el primero "proponía que la velocidad de caída dependía de la densidad del objeto y de la resistencia del aire", mientras que el segundo "determinaba que todos los objetos caían con la misma aceleración, independientemente de su peso".

Ninguno de ellos, sin embargo, logró llegar a una ley universal para explicar este fenómeno.

El avance de Newton fue genial porque logró, ciertamente con el conocimiento acumulado por sus predecesores, no solo comprender una fuerza universal y fundamental, sino también convertirla en un fenómeno explicable.

Fue una verdadera revolución científica. "Incorporó nuevos conceptos cosmológicos a sus teorías, alejándose del universo aristotélico", resume Goldfarb.

"Así ya no se pensó en la caída al lugar natural, sino que surgió el concepto de la atracción entre los cuerpos, la ley de la gravitación: la materia atrae a la materia en razón directa de las masas y por la inversa del cuadrado de la distancia entre los cuerpos".

Según el profesor, fue entonces cuando se dejó de "pensar en tendencias para ocupar el lugar natural" y se pasó a "comprender los movimientos de caída de los cuerpos como resultado de la acción de la fuerza que la Tierra ejerce sobre los cuerpos".

"Podemos concluir que la mecánica introducida por Newton implicó profundas alteraciones en la forma en que el mundo moderno comenzó a concebir el cosmos, los cuerpos y las leyes que rigen sus movimientos", concluye.

lunes, 6 de noviembre de 2023

En qué consiste la fórmula X-Y-Z que usan los reclutadores de Google en todo el mundo

Evento de Google

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Google recibe millones de postulaciones de personas que quieren trabajar allí.



Si quieres trabajar en Google no estás solo. A lo largo del año la tecnológica estadounidense recibe millones de solicitudes de empleo.

Sus procesos de selección tienen fama de ser muy exhaustivos, pero la firma es también conocida por el trato que dispensa a sus trabajadores y los beneficios que conlleva formar parte de su plantilla.

En un mercado laboral lleno de competidores es importante mostrar algún tipo de habilidad que nos destaque de los demás.

Pero antes de llegar a la fase de las entrevistas, primero nuestro currículum tiene que llamar la atención del equipo de Recursos Humanos.

Los reclutadores de Google afirman que usar la fórmula X-Y-Z mejorará las probabilidades de ser contratado por la compañía.

Esta técnica de redacción de currículum es una forma sencilla de resaltar los logros que conseguiste a lo largo de tu carrera y hacer que tu cv sea más impactante.

Y, sumada a otras recomendaciones -como que sea fácil de leer o con dos páginas de extensión como máximo-, revelará de inmediato cómo has marcado la diferencia en las empresas por las que pasaste.

La recomendación de los expertos es que la cronología ordene tus empleos desde el más reciente al más antiguo porque de esta manera mostrarás una clara progresión.

El consejo que más se repite es: "Sé específico en tu currículum".

¿En qué consiste la fórmula X-Y-Z?
"Sé específico sobre los proyectos en los que has trabajado o que has gestionado. En caso de duda, apóyate en el patrón x-y-z", dice Google en su blog.

El método funciona así:

X = corresponde al resultado o el logro obtenido. ¿Qué conseguiste?
Y = es cómo se puede medir el impacto o cómo puedes justificar que efectivamente fue un éxito. ¿Cuál fue el impacto?
Z = es la parte en la que explicas las medidas que adoptaste para llegar a la meta. ¿Cómo lo hiciste?
Esta fórmula es eficaz porque se centra en los resultados.

Muestra lo que lograste, cómo mediste tu éxito y qué medidas pusiste en marcha para que esto sucediera.
Dos personas trabajando

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Los reclutadores valoran un currículum que muestre las habilidades y la experiencia del candidato.

Dos personas trabajando 

Esta información es valiosa para los equipos encargados de contratar porque les ayuda a comprender cuáles son tus habilidades y experiencia.

Probablemente sea más fácil explicar esto usando algunos ejemplos de los propios videos de YouTube de los reclutadores de Google.

Por ejemplo, imagina un solicitante que quiere explicar que participó en un evento para desarrolladores.

Estas son una forma buena, la manera correcta y la mejor manera de describir esto en un currículum, según Google:

Bien: "Quedé segundo en un hackathon".

Mejor: "Quedé segundo en un hackathon en el que participaban 50 equipos".

Mucho mejor: "Quedé segundo en un hackathon en el que participaban 50 equipos al trabajar con dos colegas para desarrollar una aplicación que sincroniza calendarios móviles".

Feria de empleo para desarrolladores 

Feria de empleo para desarrolladores

Estos son los consejos de Google para usar la fórmula x-y-z en el curriculum:

Sé específico. No te limites a decir que "aumentó el tráfico del sitio web". En su lugar, di cuánto aumentó el tráfico y cómo lo mediste. Utiliza números y métricas. Cuantificar tus logros los hace más impresionantes.

Se claro y conciso. Usa verbos de acción fuertes y evita la jerga.

Utiliza palabras clave. Cuando sea posible, usa palabras clave que sean relevantes para el trabajo que estás solicitando.

El trabajo previo

El gigante tecnológico recomienda tener en cuenta unas preguntas antes de iniciar una postulación a una de sus vacantes e invita a reflexionar a los solicitantes.

Los expertos creen que esta invitación a reflexionar sobre ti mismo ayudará a crear una imagen de hacia dónde quieres llevar tu carrera.

¿Qué es algo que aprendiste que hizo que todo lo que vino después fuera más fácil? ¿Han llegado más de tus logros como resultado de un esfuerzo solitario o trabajo en equipo? ¿Qué disfrutas más: resolver problemas o impulsar el debate? ¿Cuál es el trabajo más gratificante que has tenido? ¿Por qué? Describe el mejor equipo con el que has trabajado. ¿Qué hizo que esa experiencia se destacara?

Google

Al preparar tus respuestas, hazlo de forma narrativa: ten listos ejemplos concretos de dónde, cuándo y cómo has demostrado las habilidades que buscan los empleadores en la descripción del trabajo.

Estas historias breves sobre tus logros y experiencias pasadas deben ilustrar el valor que tuviste en tus empleos anteriores y qué ofrecerás en tu nuevo rol en caso de ser contratado.

"¿Por qué el ejercicio de visualización? Tus habilidades, intereses y metas son el resultado de tu vida, tus experiencias, tus triunfos y tus fracasos", dice Google.

"Si te contratamos en función de tus habilidades, obtendremos un empleado calificado. Si te contratamos en función de tus habilidades, tus pasiones perdurables y tus distintas experiencias y perspectivas, obtendremos un Googler. Eso es lo que queremos", añaden.

‘Alhaquín’ y ataraxia, el gusto por las palabras raras.

Aunque carezco de tragaderas para admitir que la realidad sea una invención del lenguaje, sigo convencido del poder de los vocablos para atar y desatar hilos en conciencias ajenas.

Pedro Álvarez de Miranda, de la RAE, tuvo la gentileza de enviarme un opúsculo suyo dedicado al vocablo de origen árabe alhaquín, que, como sabía Azorín, quien lo halló en las catacumbas del diccionario, y saben pocos más, equivale a tejedor. Alhaquín es voz muerta y enterrada, un viejo esqueleto léxico de imposible resurrección, por más que Azorín exhibiese la reliquia en diversos textos. Uno, que procede de un espacio geográfico y social reacio a las galas de la lengua, no se reprimió de salpimentar sus escritos de juventud con palabras y modismos inusuales, lo uno por afán lúdico de no dejar tecla sin pulsar, lo otro por lo que ahora entiendo que no era sino un complejo lingüístico de inferioridad. Hace veintitantos años, José María Merino me diagnosticó cariñosa y justamente “prurito de vasco” en una recensión benévola de mi primera novela. Sucede que uno, amasado educativamente en las artesas escolares de su época, había leído con atenta fascinación a Góngora, eso es todo. Y aunque carezco de tragaderas para admitir que la realidad sea una invención del lenguaje, sigo convencido del poder que tienen las palabras para atar y desatar hilos en conciencias ajenas.

Ramiro Pinilla, de quien no poco aprendí, detestaba el estilo basado en la profusión de tropos y en las palabras llamativas. Le parecía falso, artificial, tramposo. Postulaba con rotunda obstinación una manera llana (transparente, decía él) de expresarse por escrito, sin el obstáculo interpuesto del ornato. Y como él mismo hubiese incurrido en el vicio de la literatura en su novela Seno, de la que renegaba, no la quiso nunca reeditar. Mi escepticismo y yo hemos llegado a un punto en que nos dan igual las obsesiones, preferencias y certidumbres con tal que incentiven la creatividad; pero coincidimos plenamente con Mario Muchnik en adoptar como norma obligatoria de la escritura la precisión. 

 Se denomina ataraxia (del griego ἀταραξία, «ausencia de turbación»)1​ a la disposición del ánimo propuesta por Demócrito y desarrollada por los epicúreos, estoicos y escépticos, gracias a la cual una persona, mediante la disminución de la intensidad de pasiones y deseos que puedan alterar el equilibrio mental y corporal, y la fortaleza frente a la adversidad, alcanza dicho equilibrio y finalmente la felicidad, que es el fin de estas tres corrientes filosóficas. La ataraxia es, por tanto, tranquilidad, serenidad e imperturbabilidad en relación con el alma, la razón y los sentimientos. Bajo ese mismo concepto vemos que Epicuro hablaba de la aponía como la ausencia de dolor y que por tanto lograr una parte de la felicidad implicaba evitar el dolor y mantener la tranquilidad.

Privatizar el mar, socializar el mal

La irrupción en la escena política argentina del anarquista de derechas Javier Milei permite comprobar con toda claridad lo que de verdad hay detrás de esta oleada global de nuevos líderes que se presentan a sí mismos como paladines de la libertad.

Hace unas semanas ya comenté el origen y algunas de sus propuestas (aquí). Mencioné cómo su aparición en la escena mediática y política no había sido casual, sino alentada por el dinero. Mostré su mala educación, su violencia verbal y gestual, el desprecio hacia sus oponentes, a quienes insulta y ataca con toda clase de improperios y sobre los que miente sin descanso. Y también comenté algunas de sus medidas estrella, como establecer mercados para comprar y vender órganos humanos.

Ahora que ha pasado a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales es buena oportunidad para comentar brevemente las contradicciones y el cinismo de su ideología, pues la presenta a la opinión pública como lo que no es.

Milei se declara como libertario, un término que, según la Academia de la Lengua, define a quien “defiende la libertad absoluta y, por lo tanto, la supresión de todo gobierno y de toda ley”. Sin embargo, no reconoce y, por tanto, no condena lo que hicieron los militares argentinos: utilizar el Estado para imponer una dictadura que les permitiera acabar con toda disidencia, torturando o incluso quitando la vida a miles de compatriotas. De la misma manera que dice ser enemigo de la deuda, pero oculta que la argentina procede, justamente, de la época de esa dictadura, cuando los militares ladrones la multiplicaron; en ocasiones, mediante créditos corruptos que ni siquiera llegaron a Argentina y que, desde luego, no utilizaron en beneficio general de su pueblo.

Milei no es liberal, como dice, porque no defiende la libertad, sino que es su enemigo pues no la reconoce ni respeta para los que piensan de modo diferente. Y porque no es, en realidad, partidario de la mínima intervención del Estado, sino de su utilización como instrumento contundente para conceder más privilegios a quienes ya de por sí disponen de mayor cantidad de recursos. Tal como hicieron, antes que él, Margaret Thatcher o Ronald Reagan, o como hacen ahora cuando gobiernan los que igualmente se llaman libertarios. Basta ver los datos inequívocos de la distribución de la renta tras sus gobiernos.

Milei y sus seguidores no respetan, como dicen, el derecho de propiedad, porque no lo respeta quien se apropia de lo que no es suyo. Tal y como ocurriría si se llevaran a cabo algunas de las medidas que han propuesto tanto el candidato como sus seguidores. Por ejemplo, privatizar el mar o las ballenas y, en general, los recursos comunes.

Con este tipo de propuestas privatizadoras, es Milei quien se convierte en enemigo de la propiedad porque, de hacer algo así, estaría usurpando recursos muy valiosos a sus auténticos dueños. La propiedad que hay que respetar no es sólo la privada, sino también la común o colectiva. ¿Acaso quien roba el ascensor de un bloque de viviendas, propiedad de todos sus vecinos, no es un ladrón por el hecho de que sea propiedad común de todos ellos?

Plantear que se privaticen los recursos naturales comunes es un robo porque ninguno de ellos nos ha sido dado a ningún ser o grupo humano en singular; es la humanidad en su totalidad -las generaciones actuales y las futuras- quien está llamada a disfrutar de todos ellos, pero como en préstamo, ni siquiera como dueña. Y, por tanto, ningún ser humano tiene capacidad o legitimidad para asignar su propiedad a nadie en particular.

Milei quiere privatizar lo que es común y lo hace haciéndonos creer que sus preferencias inhumanas, como la de poder comerciar con bebés u órganos vitales, sus principios egoístas e insolidarios (acabar con las ayudas a quien nada tiene), su rechazo a la libertad de quien no piensa como él y su sentido privilegiado de la propiedad, son los valores comunes a toda la sociedad. Quiere que el mar que es de todos sea propiedad de unos pocos, y que el mal que defienden unos pocos sea socializado y asumido por todos.

Espero que el pueblo argentino recuerde cuando vote el próximo día 19 lo que decía el sabio Leonardo da Vinci: «Quien no castiga el mal, ordena que se haga».


domingo, 5 de noviembre de 2023

La palanca .

Felicidad
Una mujer siendo feliz en plena naturaleza.ERIK REIS - IKOSTUDIO (GETTY IMAGES/ISTOCKPHOTO)
Cuando pienses que la parte más bella y dulce de tu vida ha quedado atrás para siempre, recuerda alguno de los momentos en que fuiste feliz y apoya tu memoria en esa sensación para salir del túnel. 

 El maestro le dijo: si en algún momento de tu vida has sido muy feliz, debes guardar esa sensación como un tesoro en tu memoria porque un día lo vas a necesitar. Cuando creas que el embozo del edredón, subido hasta la barbilla, es la última barricada que te queda y no encuentres un resquicio de luz al fondo del túnel por el que valga la pena levantarte de la cama; cuando pienses que no es necesario seguir viviendo porque ya lo has visto todo, lo has hecho todo, has conocido a todas las personas que te tocaba conocer, inteligentes e idiotas, y que la parte más bella y dulce de tu vida ha quedado atrás para siempre, entonces recuerda alguno de los momentos en que fuiste muy feliz y apoya tu memoria, como una palanca, en esa sensación para salir del túnel y seguir adelante sabiendo que a la vuelta de la esquina te espera un nuevo placer desconocido. Así hablaba el maestro. Te preguntarás para qué se tiene uno que levantar de la cama si fuera se está produciendo un espantoso genocidio, la muerte de inocentes servida como espectáculo con todo detalle. Al final esa masacre también destruirá tu alma. Te preguntarás si puedes perder un minuto de tu vida siguiendo los enredos de la política y participar en el odio y la irresponsabilidad que los políticos usan de argamasa en sus tratos. Solo aquellos días felices te servirán de consuelo. 

Piensa en La Primavera de Botticelli que viste en el primer viaje a Italia, sorbe una y otra vez algún verso de Garcilaso, de Keats o de Hölderlin como un licor, recuerda aquella sobremesa con los amigos en la cala de Ibiza, recupera el viento de sal que te daba en la cara cuando a los 20 años ibas en la motocicleta a la playa con aquella chica a la espalda. Sin duda el maestro ignoraba que la felicidad produce a veces una profunda desolación. El discípulo pensó en aquello que le decía el maestro y de pronto comenzó a llorar.

LA ROSA ENFERMA (THE SICK ROSE) 

poema de William Blake

O Rose, thou art sick!
The invisible worm
That flies in the night,
In the howling storm,
¡Oh, Rosa, estás enferma!
El gusano invisible
Que vuela por la noche,
En la tempestad que aúlla,
Has found out thy bed
Of crimsom joy,
And his dark secret love
Does thy life destroy.



Ha descubierto tu cama
De gozo carmesí,
Y su amor oscuro, secreto,
Te consume la vida.


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Sólo un verano me otorgáis, vosotras las poderosas
y un otoño para dar madurez al canto,
para que mi corazón, más obediente,
del dulce juego harto se me muera.

El alma que no obtuvo en vida derecho
divino, tampoco abajo descansa en el Orco;
pero si un día alcanzó lo sagrado, aquello
que es caro a mi corazón, el poema,

bienvenido entonces, oh silencio del reino de las sombras.
Contento estaré, aunque mi lira
allí no me acompañe; por una vez
habré vivido como un dios, y más no hace falta.

Johann Christian Friedrich Hölderlin 

P

La vida tras perder a mi hija es terrible. Pero también bella

En la tradición judía, la persona que ha perdido a una madre o un padre ha de recitar el Kaddish, la oración del doliente, a diario durante 11 meses, y la comunidad te reconoce como un avel, como un doliente, a lo largo de todo ese año. Se te aconseja que evites la jocosidad y los conciertos, los banquetes de boda y las fiestas del bar mitzvah. Habrás de abstenerte de la música en directo (salvo que tu sustento dependa de ella). No has de ir en busca de alegrías o frivolidades innecesarias. Habitas un lugar de contemplación intensificada, tanto por tradición como por ley religiosa.

Pero si eres una madre que ha perdido a su hija, como yo la pasada primavera, cuando murió mi hija de 14 años, Orli, estás sola. No hay tradición de oración diaria o ascetismo más allá de los primeros 30 días. No hay ninguna norma que exija un ritual de un año de duración: puedes hacer cualquier cosa. Vas en caída libre. Nadie sabe cómo, exactamente, relacionarse contigo. (No es infrecuente que la gente llore cuando me ve).

Sin guías religiosas, y resguardándonos de la angustia de los demás en medio de la nuestra, tenemos que hallar nuestro propio camino. Allí donde el judaísmo prescribe que un hijo doliente evite la alegría innecesaria, pensé que, tal vez, mi familia tenía que buscar activamente la belleza. Teníamos que hacer lo que Orli habría hecho.

En junio del año pasado, en las escasas semanas que transcurrieron entre el primer tumor cerebral de Orli y el segundo —cuando su batalla de varios años contra un cáncer hepático, después de ronda tras ronda de quimioterapia y radioterapia, un trasplante de hígado y muchísimas operaciones quirúrgicas, se había transformado en algo aún más aterrador—, nuestra familia tuvo la bendición de poder pasar unos días junto al mar, en una pequeña localidad pesquera. Una mañana, temprano, Orli se fue a montar en bicicleta ella sola, haciendo caso omiso de las reticencias de sus médicos (que temían por su equilibrio) y de sus padres (que estaban preocupados de por sí). Me la encontré sentada en un malecón formado por unas enormes rocas, con un libro en la mano, contemplando el mar. Se dio la vuelta cuando me oyó llegar y sonrió de oreja a oreja. Aquello, dijo con gran gestualidad, era beneficioso para su salud mental. Se refería a la arena, al mar, a la soledad, a la belleza, a la autonomía. No hacía desaparecer todo por lo que había pasado, y lo que sospechaba que tendría que pasar, pero la sostuvo, durante un rato. Esto, esto es lo que necesito, me dijo.

Esta temporada ha consistido en intentar averiguar qué vio Orli allí. 
Me he pasado estas últimas semanas insistiéndole al resto de nuestra familia en que salgan al mundo conmigo, a ver lo bello que es, y también lo terrible, asombroso y doloroso. Ahora estamos tratando de aprender a vivir. A menudo tropezamos.

Al principio del verano tuve la idea de embarcarme en un gran tour de la tristeza, y visitar los lugares de Europa en los que habíamos vivido, en los años antes de que todo esto empezara. Quería ver a mis amigos y quedarme unos días con ellos, e intentar recobrar, aunque fuese brevemente, mi capacidad de asombro. Mi hija pequeña, Hana, y yo decidimos que por todo el camino iríamos dejando cuentas blancas con una O dorada—migas de pan semipermanentes— como una forma de llevarnos a Orli con nosotras, de mantenerla cerca. Buscábamos a Orli a nuestro paso; buscábamos para encontrarnos a nosotras mismas. En la costa española, a 90 minutos al norte de Barcelona, nos fuimos de caminata por senderos rocosos, donde los pinos del Mediterráneo crecen inverosímilmente en la inhóspita roca y, aferrados a la vida, florecen y reverdecen, aunque muy curtidos y maltrechos. Mira cómo sobreviven, nos decíamos la una a la otra. Mira cómo sobreviven.

El cumpleaños de Hana coincidió con la mitad de nuestro viaje, en París. Les pidió a sus amigos que la llamaran o le mandaran un mensaje de texto en la hora exacta de su nacimiento. En el momento en que llegaron los mensajes, cayó una rápida tormenta veraniega. Mientras que mi pareja, Ian, y yo nos refugiábamos bajo el toldo de un restaurante cerrado, Hana corrió a bailar bajo la cálida lluvia. Levantó la vista y vio que estábamos delante del número 13, el día del cumpleaños de Orli y su número favorito. “¡Es Orli!”, exclamó Hana. Y nosotros pensamos: ¿Quién sabe? Quizá sí es.

En parte, sé que nuestros viajes fueron un medio de huida. De hecho, me habría mantenido en esa huida si Hana e Ian hubiesen estado dispuestos, si las finanzas nos lo hubiesen permitido. Si hubiese podido desraizarnos del todo, probablemente lo habría hecho. (Sé que éramos afortunados, en medio de una enorme desgracia, por tener la capacidad de huir siquiera). Nuestra casa se nos puede hacer a veces muy pesada y fantasmagórica. Me he pasado horas limpiando la habitación de Orli, primero recogiendo el material médico para donarlo y después cambiando la ropa de cama en la que murió. La habitación conserva el perfume de Orli, en un pequeño difusor de varillas aromáticas que hacen promesas olfativas que no pueden cumplir.

He puesto bonita la habitación, como si todavía fuese suya. Los carteles feministas de Orli siguen en la pared, y los libros organizados como ella los colocó cuidadosamente; la habitación se mantiene como ella la diseñó, siempre ligeramente cambiada, despojada ahora del terror. Cuando acabé de renovar el espacio, ya sin sus máquinas de oxígeno y sus cientos de frascos de píldoras, sus tubos y cojines ajustables para las extremidades, su silla de ruedas y su cómoda al lado de la cama, cubierta con una nueva manta y una almohada con colores sutiles a juego y una funda de edredón de Ikea, me acosté en ella y lloré.

Y todo eso es para decir que no estoy bien ahora mismo. No quiero hablar, pero quiero que escribas. Cuando entrevisté a la escritora francesa Anne Berest, hace unas semanas, le dije que no tenía una hija, sino dos, y que una había muerto. Empecé a llorar. “Lo siento”, le dije, recomponiéndome. “¿Por qué?”, me dijo, mirándome directamente a los ojos. “Es algo muy triste”. Allí juntas sentadas, estábamos cómodas en la incomodidad.

Todavía tiendo a despertarme por la noche y repasar una y otra vez las cosas que salieron mal y pensar en que podría haber protegido a Orli. Me reprocho a mí misma haberle fallado. Es completamente irracional, eso también es cierto. Yo no podía salvarla; no se podía salvar. Soy su madre, ergo he fallado. Con la luz del día, me doy cuenta de lo defectuosa que es esa lógica de las 4 a. m. Eso me hace recordar que, cuando estábamos al principio en la sala de urgencias con ella, en noviembre de 2019, después de un mes de pediatras que no veían lo que tenían delante de ellos, de volver semana tras semana a ver a los médicos y pedirles que, por favor, la examinaran una vez más, no eran ellos a los que culpaba, sino a mí. “Pero yo la amamanté”, les decía todo el tiempo a los médicos de urgencias, a sus rostros abatidos, cuando me explicaban que el dolor que Orli sufría se debía a innumerables tumores hepáticos. “Pero yo la amamanté”.

Trato de reorientarme saliendo todas las mañanas a andar. Intento ver las plantas en flor, cómo crecen las papas silvestres que se extienden a lo largo del camino junto a mi casa, la fecundidad de agosto, el verdor que llegó como en una exhalación durante los meses después de que Orli nos dejara aquí, y a nuestra suerte. Me doy cuenta de que no soy capaz de hablar con las personas que veo en el mercado agrícola, pero soy sensible a la fruta que ya está madura, al sabor del final del verano, a la calidez de la piel de cada durazno.

A veces he intentado hablar de lo que veo. Cuando el día del cumpleaños de Hana terminaba, y hacía largo rato que el cielo se había despejado tras el repentino aguacero en el que buscamos a Orli, nos quedamos en la calle hasta muy tarde. Las sofocantes temperaturas del día se habían suavizado por fin, aún había una maravillosa luz fuera, y paseamos con una maravillosa amiga francesa nuestra desde hace muchos años, que nació casualmente el mismo día que Hana, algunas décadas antes. Los adultos eran reacios a volver al apartamento, al disfrutar de una compañía tanto tiempo negada.

Hana se quedó parada de pronto, disgustada. La vida es terrible, dijo. Sé que lo es, dije yo. Yo también me siento así, todo el tiempo. Pero mira a tu alrededor, dije. Estamos en París. Son las 10:30 de la noche y el mundo está lleno de personas. Esta calle, estos edificios, son preciosos. La luz es agradable, es una belleza esto, hay brisa. El dolor siempre está ahí para nosotros. Nos estará esperando en el apartamento cuando volvamos esta noche, y se tumbará junto a nosotros en la cama o vendrá a vernos cuando despertemos: siempre lo tenemos. Pero tenemos que dejar entrar a esta belleza, también. Esa será la tarea para el resto de nuestros días: sostener este dolor y esta belleza el uno junto a la otra, sin permitir que uno aplaste o desplace al otro. También tenemos que dejar entrar esta belleza.

Sarah Wildman es editora sénior en el Times y colaboradora de Opinión. Es autora de Paper Love: Searching for the Girl My Grandfather Left Behind.

PSICOLOGÍA. El amor es una droga que hace efecto solo 15 meses.

Cuanto dura el amor
La neurociencia dice que el enamoramiento dura como máximo un año y tres meses, y la noradrenalina es una de las claves. A partir de allí, la relación pasa a otras fases.

En 1997, el escritor francés Frédéric Beigbeder decía que “el amor dura tres años” en una novela de inspiración autobiográfica del mismo título. El autor explicaba que, en el primer año de enamoramiento, la novedad de la relación hace que esta sea excitante y que la adrenalina amorosa provoque que pasemos por alto los supuestos defectos del otro. En el segundo año, la pasión se reduce. Suele haber menos sexo y menos comunicación, como si los temas para conversar se fueran agotando. En el tercero, emergen las diferencias, motivo por el que muchas rompen o se instalan en el conformismo. Todo esto según la opinión y la pluma de Beigbeder, que no tiene precisamente una mirada optimista sobre el mundo y las relaciones humanas. Pero ¿qué nos dice la ciencia sobre esta cuestión?

Un cuarto de siglo después de aquella novela, la neurocientífica Sara Teller revisa esta cuestión candente en su ensayo Neurocuídate. Entre el cóctel de “drogas” que se liberan con el enamoramiento está la noradrenalina. En palabras de la doctora Teller: “Es una de esas hormonas que liberamos cuando sentimos estrés. Este aumento de la noradrenalina causa taquicardia, palpitaciones, aumento en la presión sanguínea, hace que te tiemblen las manos, eleva la atención, la excitación sexual y puede causar insomnio”.

Estas reacciones fisiológicas explicarían por qué las personas enamoradas padecen ansiedad, sobre todo cuando quien ocupa sus pensamientos no les presta suficiente atención. La neurociencia ha revelado que los enamorados tienen incluso altos niveles de cortisol, la hormona del estrés. “Como muchos de estos síntomas se perciben en el corazón, tal vez por eso se dice que el amor se halla ahí y no en el cerebro”, concluye la autora de Neurocuídate.

Que el flechazo tenga una duración limitada, por lo tanto, podría ser una pura cuestión de supervivencia. Alguien que permaneciera constantemente enamorado tendría las facultades mentales alteradas y no podría operar con normalidad, lo cual iría en detrimento de su trabajo y de otras facetas de su vida personal.

Según la antropóloga y bióloga Helen Fisher, entre 12 y 15 meses después de haberse iniciado el enamoramiento, el “chute” de hormonas decae, con lo que el cerebro recupera su actividad normal, lo que nos procura una visión más clara de quién tenemos delante.

Esto no necesariamente tiene que derivar en apatía y distanciamiento, como apuntaba Beigbeder, sino que puede dar paso a un amor más sereno y sostenible.

Antes de pasar a esta fase, detengámonos a pensar cómo sería vivir “drogado” de amor todo el tiempo, desatendiendo el resto de las cosas de las que debemos ocuparnos, perdidos en una infinidad de wasaps y hormonas descontroladas.

Todo el mundo ha conocido a personas enganchadas al “subidón” del romance, lo que hace que cambien a menudo de pareja para vivir, una y otra vez, esa adrenalina. Sin embargo, ¿se sienten felices y realizadas? ¿Están en paz con ellas mismas? ¿O son como yonquis en busca de su dosis de amor efímero?

Volviendo a la neurociencia, superada la montaña rusa inicial, si permanecemos al lado de la misma persona, la bioquímica del cerebro cambia de nuevo. A medida que la dopamina y la noradrenalina disminuyen, la corteza prefrontal —la del juicio— recupera su actividad y el hipotálamo se calma, bajando la producción de las hormonas que desatan la pasión.

En esta fase madura del amor, podemos ver con claridad dónde estamos y qué proyecto a largo plazo queremos construir. Si la pareja sigue avanzando, se libera oxitocina, considerada la hormona de la confianza o del apego, ya que se produce al estar en contacto con nuestros seres queridos. Según la neurociencia, esto se da incluso entre los perros y sus amigos humanos.

Para que la pasión no vaya decayendo, hasta convertir la pareja en una relación fraternal, necesitaremos mantener vivas en el cerebro la testosterona y la dopamina. La primera se estimula con una vida sexual activa; en cuanto a la dopamina, la hormona del placer, se puede incrementar haciendo cosas emocionantes en pareja:

- Cambiar las rutinas por actividades nuevas.

- Promover conversaciones nutritivas, por ejemplo, haciendo un club de lectura para dos.

- Buscar proyectos comunes para ilusionarse.

- Compartir el sentido del humor, reír juntos al menos una vez al día.

Para un largo camino juntos

— Un ejemplo de que el amor puede durar toda la vida fue el matrimonio entre George H. W. y Barbara Bush, que duró 73 años. A quien fuera presidente le preguntaron por el secreto de su relación. Contestó: “Siempre pensamos que, si cada uno recorre tres cuartas partes del camino, en algún punto nos vamos a encontrar”.

— El neurocientífico Eduardo Calixto afirma que el cerebro tiene tres requisitos para que una relación perdure:

1. Apreciación. Tu pareja debe gustarte físicamente.

2. Inteligencia. Necesitamos admirar a nuestro compañero de vida; sin eso, la relación no se sostiene.

3. Reconocimiento. Que la pareja tenga éxito profesional.

sábado, 4 de noviembre de 2023

Qué es la Declaración Balfour: las 67 palabras que cambiaron la historia de Medio Oriente y dieron pie a la creación del Estado de Israel

Arthur Balfour, canciller de Reino Unido en 1917, firmó el documento.

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Arthur Balfour, canciller de Reino Unido en 1917, firmó el documento.


Fueron 67 palabras escritas en una hoja de papel las que iniciaron uno de los conflictos más difíciles de resolver de los tiempos modernos.

En medio de la escalada de la guerra entre Israel y Hamás -que ha dejado al menos 1.400 muertos israelíes y más de 8.500 muertos gazatíes, según las autoridades de ambos lados- se cumplen 106 años de la Declaración Balfour, un documento que dio pie a la creación del Estado de Israel y cambió la historia de Medio Oriente.

En el texto, fechado el 2 de noviembre de 1917, en plena Primera Guerra Mundial, por primera vez el gobierno británico respaldó el establecimiento de "un hogar nacional para el pueblo judío" en Palestina.

En aquella época, la región de Palestina era controlada por Reino Unido, lo cual explica por qué la administración del territorio estaba en manos del gobierno británico.

Mientras los israelíes consideran que el documento fue la piedra fundacional del Israel moderno, muchos árabes lo consideran como un acto de traición, ya que habían colaborado con los británicos en su lucha contra el Imperio Otomano.

Tras la Declaración Balfour, se estima que unos 100.000 migrantes judíos llegaron a la región.

Declaración de Balfour, 1917

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La carta se refiere al "establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío".



¿Qué dice la Declaración Balfour?
La declaración quedó sellada en una carta enviada por el ministro de Exteriores británico, Arthur Balfour, al barón Lionel Walter Rothschild, un líder de la comunidad judía en Gran Bretaña.

El texto señala:

Estimado Lord Rothschild

Tengo gran placer en enviarle a usted, en nombre del gobierno de su Majestad, la siguiente declaración de apoyo a las aspiraciones de los judíos sionistas que ha sido remitida al gabinete y aprobada por el mismo.

'El gobierno de su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y usará sus mejores esfuerzos para facilitar el logro de este objetivo, quedando claramente entendido que no debe hacerse nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político que disfrutan los judíos en cualquier otro país'.

Estaré agradecido si usted hace esta declaración del conocimiento de la Federación Sionista.

Arthur James Balfour

Balfour en colonias judías en Palestina

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Arthur Balfour visitaba las colonias judías en Palestina.


Arthur Balfour

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Arthur Balfour fue un político, filósofo y aristócrata británico.

La Declaración Balfour tomó su nombre de Arthur Balfour, el entonces ministro de Exteriores británico bajo el gobierno de David Lloyd George.

Miembro de las altas esferas de la aristocracia británica, rico e intelectual, tan pronto terminó sus estudios en la Universidad de Cambridge ingresó al Parlamento como representante del Partido Conservador.

De origen escocés, Balfour llegó a ser primer ministro de Reino Unido entre 1902 y 1905 y dedicó una parte importante de su carrera a los asuntos relacionados con la política exterior de su país.

Balfour impulsó la idea de que el gobierno británico debía darle un claro respaldo al sionismo, un movimiento político nacido en Europa a fines del siglo XIX que buscaba la creación de una nación judía en lo que entonces se conocía como Palestina y que para los judíos era la antigua Tierra de Israel.
 
Chaim Weizmann with Lord Balfour

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Balfour trabajó junto a Chaim Weizmann, Lionel Walter Rothschild y otros líderes sionistas en la declaración que llevaría su nombre.

Chaim Weizmann with Lord Balfour

Al aristócrata se le atribuye haber convencido al Gabinete de Guerra para que emitiera la declaración, con el apoyo de líderes judíos influyentes en Reino Unidos como Chaim Weizmann y Lionel Walter Rothschild.

Mientras algunos creen que fue un cristiano sionista cuyo interés en el tema surgió por su interés en la historia de los judíos reflejada en el Antiguo Testamento de la Biblia, otros sostienen que Balfour estaba interesado en apoyar el proyecto sionista desde un punto de vista estratégico para obtener beneficios políticos.

Quién fue Lionel Walter Rothschild

Lionel Walter Rothschild
Lionel Walter Rothschild

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Lionel Walter Rothschild recibió la carta en su casa del 148 de la calle Piccadilly en Londres.


El político británico dirigió la histórica carta al barón Lionel WalterRothschild en su casa del 148 de la calle Piccadilly, quien era el jefe de la rama inglesa de una poderosa familia banquera y uno de los líderes de la comunidad judía británica.

La acaudalada familia de banqueros internacionales Rothschild fue uno de los mayores patrocinadores de la creación de una patria judía en Palestina.

Uno de sus miembros, Edmond Rothschild, firme creyente en el sionismo, realizó masivas compras de tierras en Palestina y financió asentamientos judíos en Palestina hacia finales del siglo XIX.

En aquella época la familia Rothschild poseía una de las mayores fortunas privadas del mundo.

Sus donaciones a la causa sionista eran consideradas tan significativas que Edmond Rothschild se ganó el apodo de “El Benefactor”.

Estampilla con rostro de Balfour
Estampilla con rostro de Balfour

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Una postal israelí que conmemora la Declaración Balfour.


De ahí en adelante la familia jugó un rol protagónico en la creación del Estado de Israel, hasta que Lionel terminó siendo el receptor de la Declaración Balfour en 1917.

Muchos se preguntan por qué la declaración fue dirigida a Lionel Rothschild y no a Stuart Samuel, quien era presidente de la Junta de Diputados de Judíos Británicos, el organismo oficialmente representativo de la comunidad judía en el país.

Lo que pasa es que en ese momento había divisiones dentro de la organización entre judíos prosionistas y judíos antisionistas.

Rothschild no tenía un cargo oficial, pero en la práctica era uno de los más importantes líderes de los judíos prosionistas junto a Chaim Weizmann.

Y como ellos tenían línea directa con Balfour, éste decidió enviar la misiva al banquero. De hecho, se ha dicho que el mismo Rothschild habría participado en la redacción del documento, pero no hay evidencia conocida que sustente la afirmación.

Unos años más tarde, en 1925, Lionel Rothschild llegó a convertirse en presidente de la Junta de Diputados de Judíos Británicos, la principal organización que representaba a la comunidad judía en Reino Unido.

Qué buscaba la carta

Chaim Weizmann, Arthur Balfour y Nahum
Chaim Weizmann, Arthur Balfour y Nahum Sokolow

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Chaim Weizmann, Arthur Balfour y Nahum Sokolow apoyaban las aspiraciones sionistas.


El gobierno británico esperaba que la declaración ayudara a poner a los judíos, especialmente a los residentes en Estados Unidos, a favor de las potencias aliadas durante la I Guerra Mundial (1914-1918).

Los líderes británicos, sostienen algunos historiadores, consideraban que la comunidad judía tenía suficiente poder económico e influencia en las finanzas internacionales como para ayudarlos a ganar el conflicto bélico.

Otros expertos argumentan que Gran Bretaña también buscaba un punto de apoyo firme en Medio Oriente para cuando acabara la guerra.

Independientemente de las motivaciones específicas que llevaron a la redacción de la carta, su influencia ha sido fundamental en el desarrollo de los acontecimientos que llevaron a la creación del Estado de Israel en 1948 y el posterior desplazamiento de cientos de miles de palestinos de la región.
 
Esta fotografía de 1938 muestra a la policía judía saliendo de un asentamiento en Palestina.

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Esta fotografía de 1938 muestra a la policía judía saliendo de un asentamiento en Palestina.


Para los israelíes la Declaración Balfour es el documento que dio origen al sueño de una nación en la antigua Tierra de Israel, mientras que para los palestinos es el inicio de sus padecimientos que se arrastran hasta el día de hoy.

Incluso critican que no se les dio nombre en el documento al mencionarlos como “las comunidades no judías existentes en Palestina”.

Tras la derrota del Imperio Otomano en la I Guerra Mundial, la Declaración Balfour fue respaldada por las potencias aliadas e incluida en el Mandato Británico sobre Palestina, aprobado por la Liga de las Naciones (organismo que antecedió a la ONU) en julio de 1922, mediante el cual Reino Unido quedaba formalmente encargado de la administración de esos territorios.

En la década de los años 30, la población árabe que habitaba la zona comenzó a mostrar su descontento respecto al rápido aumento de la población judía y la violencia entre ambas comunidades creció progresivamente.
Una protesta de palestinos en Jerusalén contra la migración de judíos durante el mandato británico de la región.

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Una protesta de palestinos en Jerusalén contra la migración de judíos durante el mandato británico de la región (previa a 1937).


Para intentar atenuar las protestas, los británicos decidieron ponerle cuotas a la migración judía, pero tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la presión para crear un Estado judío creció a medida que se revelaban los horrores cometidos durante el Holocausto.

La medianoche del 14 de mayo de 1948 expiró el Mandato Británico de Palestina y los británicos abandonaron formalmente el territorio.

Ese mismo día Israel declaró su independencia.

Arthur Balfour, British Conservative Prime Minister

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Arthur Balfour envió la declaración en plena Primera Guerra Mundial.