Custodiado a su izquierda por cámaras y fotos hechas con ellas, el actual consejero delegado, Matthias Harsch, dice que la historia de Leica está ligada a la innovación, un aspecto constante en la mentalidad de la familia Leitz, propietaria de la empresa en sus inicios. “Siempre invirtieron mucho en nueva producción, en la educación de la gente… Esto es algo que impacta de manera positiva en la compañía desde hace más de 100 años”, asegura en una sala exterior de la madrileña Fundación Francisco Giner de los Ríos, escenario de la presentación a mediados de junio del nuevo modelo Q3.
Aunque su nombre está indiscutiblemente asociado al de los Leitz, fue Oskar Barnack, ingeniero de la compañía Ernst Leitz-Wetzlar, que por entonces fabricaba microscopios y binoculares, el que alumbró en 1913 el primer prototipo, la UR-Leica. Era ligera, usaba rollo de película de 35 mm y hubo que esperar algo más de una década para que, mejorada y patentada, pasase a producción. Antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando Ernst Leitz II, que sucedió a su padre en la dirección, y su hija Elsie Kuhn-Leitz ayudaron a judíos perseguidos a abandonar Alemania, en ocasiones haciéndolos pasar por empleados, Leica ya tenía tres cámaras en el mercado. “En la Primera y Segunda guerras mundiales, la compañía se estaba, de alguna manera, desarrollando y creo que durante los sesenta, setenta y ochenta funcionó extremadamente bien”, asegura Harsch.
Sus cámaras pasaron por las manos de Henri Cartier-Bresson, Gerda Taro y Emdre Ernö Friedmann (que usaban el alias Robert Capa), Inge Morath, William Klein, Ilse Bing, Alberto Korda, Nick Ut y Sebastião Salgado, entre otros. Su trayectoria y reputación eran sólidas, pero a mediados de los noventa, ya bajo el nombre de Leica y separada de las divisiones Microsystems y Geosystems, a la compañía que había sido capaz de revolucionar la fotografía se le atragantaron los nuevos tiempos.
Cuando la digitalización llamó a su puerta, no tenían todo el dinero necesario para la travesía. “Si pasas de analógico a digital, tienes que creer que lo digital es un mundo nuevo”, cuenta Harsch. “Yo creo que el efecto positivo de una larga trayectoria es que la marca es estable y la gente la conoce, su percepción es clara. Pero, si llegan cambios tecnológicos, a veces estas compañías tienden a pensar que no van a afectarles”. Pero lo hicieron. “Y eso nos condujo a una situación a principio de los años dos mil en la que la compañía estaba más o menos… muerta”.
A un paso de la insolvencia, su tabla de salvación tenía nombre y apellido: Andreas Kaufmann. El inversor comenzó a hacerse con acciones de la compañía, por entonces cotizada en Bolsa, y entre 2002 y en 2006 obtuvo el control del 97% del capital tras llegar a un acuerdo con Hermès, que se había convertido en el principal accionista en 2000. Kaufmann aportó a la compañía, señala Harsch, financiación y visión. Por otro lado, cuando aún compartían accionariado, apostaron por abrir tiendas propias, lo que supuso un punto de inflexión. “Es una experiencia de usuario completamente diferente”, defiende el consejero delegado. “Sin nuestras tiendas propias no creo que Leica estuviera donde está hoy”.
El lanzamiento de la M9 en 2009 selló la recuperación de la empresa. “El resultado fue realmente brillante”, comenta Harsch sobre la máquina. Cuando se corrió la voz, relata el directivo, el movimiento se reactivó en todo el mundo. En 2011, con el fin de apuntalar el crecimiento, el gigante del capital riesgo Blackstone adquirió el 45% de las acciones. “Creo que es un buen equilibrio entre un accionista visionario orientado al producto, Kaufmann, y un socio un poco más orientado a las finanzas”, cuenta el directivo.
Precios elevados
Hoy Leica está en el mejor momento de su historia en lo que a facturación se refiere, a pesar de los presagios oscuros que traían consigo los teléfonos inteligentes y sus cada vez mejores cámaras. La compañía cerró el pasado abril el ejercicio fiscal con ingresos de unos 500 millones de euros, un 11% más que el anterior. “Ha sido de récord absoluto”, asegura Harsch. Detrás de estos números está, apunta, su posicionamiento en un mercado de alta gama y la crisis de la covid-19, que hizo que el presupuesto de algunos consumidores pasase de unas actividades a otras, además del trabajo de los últimos años.
Puede que, como dice Harsch, no haya un cliente tipo, pero las Leica no están al alcance de todos. Las compactas tienen un precio de salida de unos 1.300 euros; el cuerpo de la CL cuesta unos 2.500; el de la nueva Q3 ronda los 6.000, y el de la M11, los 8.800. Entre sus usuarios, el consejero delegado cuenta, entre otros, coleccionistas, perfiles del mundo lifestyle —de los que en ocasiones cree que no hacen fotos, que simplemente quieren tener la cámara— y jóvenes interesados en la fotografía que llegan al ecosistema a través de su mercado de segunda mano.
Leica aspira a alcanzar los 700 millones de facturación en los próximos tres o cuatro años. Para conseguirlo, Harsch apunta a nuevas aperturas en territorios en los que aún hay margen y al potencial del comercio electrónico. También al lanzamiento de nuevos productos dentro y fuera de la fotografía, como los relojes o los proyectores. “El del cinema tv es un mercado enorme”, apunta Harsch. “Para mí va a cambiar la manera en la que vemos televisión en casa”, aventura.
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