En España cuesta demostrar las trampas más evidentes, ocultas o mareadas bajo muchas trampas más, pero alguna vez se hace la luz. La reelección de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE ha revelado, en primer lugar, la escandalosa maniobra que culminó en el ominoso Comité Federal del 1 de octubre que le obligó a dimitir. Por mucho que hayan insistido en su normalidad, la mitad de la militancia no les creyó. Ni lo tragó. Y mucho menos que fuera inevitable abstenerse para dar el gobierno a Rajoy como también se han cansado de repetir. Para su mala fortuna, la corrupción, las maniobras judiciales, hacían y hacen más flagrante ese apoyo.
Hablamos de todos aquellos que han quedado con sus desvergüenzas al aire en una operación tan chapucera como solo sabe hacerse en España cuando se ponen a ello. Se trataba de entronizar en el mando a Susana Díaz y echar de la faz de la tierra –de ser posible– a Pedro Sánchez. Por distintas motivaciones. Agravios personales en algún caso y, fundamentalmente, para que nada cambiara en el sistema, a mayor gloria de sus promotores.
Los análisis más equilibrados coinciden en que el fallo principal fue la candidata. Cuesta entender dónde le veían las grandes aptitudes que describían los medios a su favor –casi todos–. Carisma, fuerza, liderazgo, capacidad de unión y una gran destreza en coser los rotos provocados. El día de la votación aún aseguraba El País que del Comité “había salido un secretario general muerto políticamente y una aspirante al puesto más viva que nunca”. Juicio clínico, como tantos otros.
Tan segura de su triunfo estaba Susana Díaz que ni preparó su campaña, ni algunas ideas con peso a transmitir. Ya no faltó más que su propuesta de futuro, en particular la de “cultura”. La teoría de las clases medias asiáticas y las playas que tienen su versión en España, para dar playa e impulsar clases medias locales, nos llenó de estupefacción. Venía precedida de un discurso clasista, reaccionario e insultante sobre el fenómeno indignado. La playa aparecía otra vez. Acusaba a los descontentos de querer una segunda residencia frente al mar, y, lo que es todavía peor, de pretender llevar a sus hijos a la Universidad. Levantó ampollas.
Y allí estaban suscribiendo esa candidatura expresidentes, barones de toda España en abrumadora mayoría, lo más granado del PSOE. Y, apoyando por la banda mediática, los principales medios con El País en cabeza. Con un cúmulo de insultos a Pedro Sánchez y todos los parabienes para Díaz. Todos han fracasado. Es una aplastante realidad.
La presión para que saliera la presidenta andaluza queda reflejada en que la avalaron con su nombre y firma personas que luego no la votaron. Perdió en todas las comunidades salvo la suya y el País Vasco.
Ante nuestros ojos desfilan –y es solo el principio– las miserias de la condición humana. Ya se ven los hipócritas habituales que no tienen ni el mínimo pudor para cambiar a la chaqueta del acercamiento, tras las puñaladas traperas. Lo que domina sin embargo es una mezcla de ira y desprecio, con un punto de temor. Dirigentes del PP dicen que no hay nada que cambiar en el rumbo de su España. Albert Rivera e Inés Arrimadas resucitan sus peores fantasmas no vaya a ser que a Sánchez le dé por ir a la izquierda como dice. Como le pide la militancia.
La militancia. Qué obscenidad. Podemos, Unidos Podemos, Pablo Manuel, ya tenemos de nuevo todo el repertorio completo. A unos niveles de patetismo insuperables. El conductor de los Desayunos de TVE, con expresión de no haber pegado ojo, conmina a un miembro del equipo de Sánchez a que, prácticamente, se comprometa a que no pactarán con Podemos. “Con Podemos, no”, ordena con tono severo. Muestran todos ellos una desolación que entra en la categoría feliz de la justicia poética.
La basura plena llega a bautizar a Irene Montero como Yoko Ono y a hacerla responsable de un peligroso pacto de izquierdas. “No sería bueno”, había sentenciado Albert Rivera, no aclaró para quiénes, aunque es evidente.
Lejos de reconocer su derrota, la derrota de toda su estrategia, El País siguió con sus artículos y editoriales incendiarios. Como decía Javier Gallego, Crudo, la elección de Sánchez ha demostrado la pérdida de influencia del que fuera el periódico de referencia español. Sus editoriales ya no son relevantes. A lo sumo para la camarilla que lo gestó todo y una corte de dinosaurios nostálgicos de un pasado que no volverá. Los pasados no vuelven por definición.
Consecuencia lógica en una audiencia crítica como ha tenido El País. Sus contenidos entran en terrenos preocupantes. Son ya demasiadas las veces que pone en cuestión el hecho de votar, y el lunes –en el amargo despertar en el triunfo del candidato detestado–, llegó a hablar de crisis de la democracia representativa. Puesto que Pedro Sánchez es, dice, igual que Trump y Podemos, y Podemos es lo mismo que la Falange por boca de su columnista Javier Marías, intranquiliza deducir el sistema que se está propugnando desde esas páginas. Las élites son las que saben. Sobre todo lo que conviene a las élites. Con Sánchez ven amenazada, dicen todos sus miembros, la estabilidad. La estabilidad de la corrupción y la desigualdad en la práctica.
Habrá que echarle otro ojo a Pedro Sánchez. La versión actual lo trae con un coraje y una tenacidad que aportan muchos puntos a su favor. Pero no está claro si ha cambiado realmente de intenciones, no se sabe qué va a hacer, como planteaba en preguntas concretas y decisivas Olga Rodríguez.
Quienes le siguieron en el NO es NO fueron apartados por la Gestora y hasta multados. El aparato copó los principales cargos, puede hacerle difícil la gestión. Y algunas primeras declaraciones tienen un cierto olor a déjà vu, a ya visto. Dos puntales del nuevo equipo, Adriana Lastra y Margarita Robles dicen en declaraciones a medios, que el NO es NO va también para la moción de censura de Unidos Podemos. Con un argumento de peso, sólido y racional como pocos: porque no apoyó a Sánchez (y su alianza con Ciudadanos) a la presidencia del Gobierno. El propio Sánchez resucitó esta versión en campaña. Igual volvemos al bucle, a dar vueltas en el tiovivo, aunque esto no está confirmado.
Al final, los ciudadanos responsables han demostrado que ya no son tan fáciles de engañar. Hay más medios que los tradicionales. E informan. De su paciencia sabemos: es mucha pero no infinita. A ver si por fin los tiempos cambian y la marea empapa y cruje los inamovibles muros. Lo decía Bob Dylan hace una eternidad. Aquí y hoy, al lado, en Portugal está siendo posible. También está demostrado.
http://www.eldiario.es/zonacritica/demostrado-primarias-PSOE_6_646795346.html
lunes, 6 de junio de 2016
La estrategia equivocada del PSOE
En las elecciones generales del 26-J, todo parece indicar, que se va a reafirmar la superación del bipartidismo y el mapa de las cuatro principales formaciones políticas y, especialmente, consolidar la nueva coalición de Unidos Podemos con sus confluencias. Ello significa que no va a haber mayorías absolutas y que la garantía del cambio real reposa en un deseable acuerdo entre el PSOE y Unidos Podemos y sus aliados. Al igual que el 20-D, un Gobierno de Progreso, compartido y con un programa intermedio o negociado pero claramente de avance para la gente, puede tener mayores apoyos parlamentarios que un Gobierno continuista de las derechas (PP-Ciudadanos) y, desde luego, que un Gobierno de Gran Centro (C’s-PSOE) con un continuismo de las principales políticas y solo un recambio de élites gubernamentales.
Pues bien, la dirección socialista ha diseñado una estrategia errónea para su campaña electoral que consiste en bloquear un Gobierno de Progreso, un acuerdo entre las fuerzas progresistas para impulsar el necesario cambio sustantivo de las políticas socioeconómicas, en favor de las capas populares, y la democratización y regeneración institucional y política. Su apuesta sigue siendo el pacto con Ciudadanos, con una política económica y europea subordinada al gran consenso liberal-conservador y otra política territorial e institucional continuista y dependiente de las derechas. Todo ello con algunos retoques, particularmente retóricos y solo con el recambio de élites gubernamentales.
Pero esa estrategia, aplicada a tope en estos meses, le ha conducido al fracaso. Gran parte de la ciudadanía considera que siendo posible un Gobierno de cambio y progreso, el PSOE ha renunciado a él y es responsable del bloqueo institucional. No ha calado su campaña de culpabilizar a Podemos, al que le exigía una completa subordinación a su hegemonía y su plan continuista. Así, no han conseguido doblegarlo ni dividirlo. Y según las encuestas ese acoso mediático socialista contra Podemos tampoco les ha generado mayor simpatía electoral.
Además, el PSOE tiene difícil crecer por sus dos lados. Por la parte del electorado de centro derecha, aunque baje algo más el PP, fruto de su inmovilismo, sus políticas regresivas y su corrupción, Ciudadanos, al que trata con guante blanco, constituye un tapón para el trasvase de esos votos hacia ellos. Por la parte de los votantes auto-ubicados en el centro progresista y la izquierda, la nueva coalición Unidos Podemos (y confluencias) refuerza y da más solidez y credibilidad a una alternativa de cambio real y no cosmético y dificulta su intención de quitarles millón y medio de votos.
No obstante, la dirección del Partido Socialista se reafirma en su estrategia equivocada. Para ella su fracaso no derivaría de su orientación política que necesita una reflexión autocrítica y un giro progresista y democrático. El problema sería la tozuda realidad de Podemos y sus aliados a la que hay que cambiar… como sea. La cuestión es que esa tesis y ese proyecto socialista, continuista y sectario, parte de unos presupuestos falsos y les lleva a una actitud fanática y a utilizar unos mecanismos cada vez más irreales y prepotentes.
Ya hemos comentado la falsedad de su crítica hacia Podemos y sus aliados sobre su supuesta pinza con el PP para bloquear el (re)cambio, que representaría Pedro Sánchez. Esa idea no tiene credibilidad social y su insistencia la convierte en manipulación interesada. La evidencia pública ha sido la renuncia socialista a un acuerdo (único) posible para un Gobierno auténtico del cambio, desalojando al PP y sus políticas autoritarias y de austeridad y del que el más firme partidario era Pablo Iglesias.
Por un lado, el actual eslogan socialista de un Sí por el cambio pretende obscurecer su responsabilidad por el bloqueo del cambio. Por otro lado, vuelve a emplazar a las fuerzas reales del cambio a que renuncien a él y se subordinen al continuismo programático del pacto PSOE-C’s y la prepotencia del propio Sánchez para decidir los planes y composición gubernamentales. Una completa tergiversación del lenguaje que sigue sin convencer (ni siquiera, ya que se nota el cinismo) a los suyos ni tampoco a Rivera que no termina de fiarse de sus intenciones.
El cerco hacia Unidos Podemos se resquebraja
Ese agresivo ataque contra Unidos Podemos y confluencias se complementa con otros discursos descalificatorios que pretenden quitarles más de un millón de votos del total de seis recibidos. Las tergiversaciones del aparato socialista para desacreditar la dinámica del cambio y ensanchar sus posibilidades electorales son: La radicalización (izquierdista, populista y/o independentista, según convenga); la indefinición política (o los ambiguos u obscuros intereses que defiende, en versión venezolana ya que no existe el peligro del comunismo internacional y la asociación con la extrema derecha europea es demasiado burda); la división interna (o su fragilidad, centralismo e inexperiencia); y como colofón de todos ellos el denostado liderazgo de Pablo Iglesias que reuniría todos los males: radical, demagogo y autoritario. Desde el punto de vista democrático, debemos estar preparados ya que parece que hay un gran consenso tripartito (PP, C’s y PSOE) para frenar a Podemos y sus aliados sin juego limpio ni debate sosegado y con argumentos.
La descalificación de radical, izquierdista… pretende alejar a Podemos y sus aliados de las mayorías sociales progresistas. No tiene fundamentos, más allá de algunos pequeños errores de excesos retóricos. Lo principal de su estrategia ha sido lo contrario; han ganado en realismo, concreción y madurez (no estrictamente en moderación). La alternativa institucional principal, el gobierno de progreso, cambio y de coalición con el PSOE (a la valenciana) era justa y fácilmente justificable ante la mayoría ciudadana. Se adecua a los equilibrios existentes y se modifica el objetivo precedente (irreal) de ganar y gobernar solos y frente a la ‘casta’, admitiendo el carácter ambivalente y de posible socio del Partido Socialista.
Ahora bien, desde el Comité Federal socialista del 28 de diciembre y más desde su pacto con Ciudadanos, la renuncia del PSOE a un Gobierno de Progreso estaba clara. Así, la determinación de Podemos (y aliados) de no apoyar un plan continuista era coherente con el proyecto de cambio y el compromiso con su electorado y no síntoma de radicalización. Tampoco fructificó la brecha inducida con Compromís e IU a los que mediáticamente se les tildaba entonces de dialogantes y moderados.
Las propuestas programáticas de Podemos, particularmente las más distantes con el PSOE, las políticas socioeconómicas y sobre la cuestión catalana, derivan del continuismo inmovilista de ellos y su dependencia de C’s. Sin embargo, las primeras alternativas son ‘socialdemócratas’ y las pueden comprender y apoyar más del 60% de la ciudadanía, aunque necesitan de una posición firme y con temple ante la Unión Europea. Y las segundas, de carácter básicamente democrático y de reconocimiento de la plurinacionalidad, tienen un altísimo apoyo en las nacionalidades históricas y, según distintas encuestas de opinión, son aceptadas en el resto de España sin pérdida electoral para Podemos.
Las fortalezas de Unidos Podemos
Está claro el perfil de Unidos Podemos y confluencias como defensores de las capas populares, de los sectores desfavorecidos, de los de abajo… frente a las oligarquías. Su defensa de los derechos sociales y laborales, así como de las libertades civiles y políticas es innegable. En todo ello gana a las tres fuerzas (PP, C’s y PSOE) defensoras del poder establecido y el consenso europeo y comprometidas con las políticas de austeridad y una gestión autoritaria frente a las demandas populares y democráticas.
Igualmente, su planteamiento global cabe dentro de los parámetros (como dice Pablo Iglesias) de una nueva socialdemocracia. Es secundaria la etiqueta, la cuestión es rechazar las que son tergiversadoras o marginadoras. Lo principal es construir un proyecto identificador, con un discurso y una práctica de carácter democrático-igualitario, defensor de la mayoría social. Luego llegará el símbolo y la nominación. Y ese perfil progresivo lo ha ido adquiriendo Podemos y sus aliados, tiene una bases sólidas en la experiencia popular, y lo ha ido perdiendo el Partido Socialista.
Además, el fenómeno Podemos (al igual que se decía del movimiento de protesta en torno al 15-M) no es una burbuja que puede estallar en cualquier momento y desaparecer. Está asentado en la amplia y prolongada experiencia ciudadana, de más de un lustro, de pugna sociopolítica contra los recortes sociales y la prepotencia institucional de las élites gobernantes, con la reafirmación cívica en la cultura democrática y de justicia social. Ese amplio y diverso movimiento popular contra las injusticias sociales y por la democracia constituye los fundamentos del electorado indignado que Podemos (junto con IU y las confluencias) ha sabido encauzar y consolidar.
La ciudadanía activa española es progresista. La desafección hacia el PSOE, de cerca de seis millones de votos ya se inició hace seis años y continuó el 20-D. Los intentos sucesivos de comunicación y retórica no han impedido ese declive. Se han distanciado algo (por el paso del tiempo y la falta de ocasión) de la responsabilidad gubernamental directa. Pero cuando han tenido una nueva oportunidad para un nuevo plan de Gobierno, han preferido la alianza con la derecha de Ciudadanos y han vuelto a reafirmarse en una estrategia continuista y prepotente. Es dudoso que incrementen su credibilidad sin un giro consecuente de su orientación y su práctica política.
El electorado socialista (según Metroscopia) está envejecido (media de edad de 55 años, poco más de un millón de jóvenes -18 a 34 años-) y en las zonas rurales. Mientras, el de Podemos y sus aliados está en zonas y sectores más dinámicos, grandes áreas urbanas, clases trabajadoras, nuevas clases medias-profesionales e ilustradas y entre jóvenes (unos dos millones, el 35% de su electorado cuando la media es el 21%).
¿Qué le queda al Partido Socialista para remontar su pérdida de credibilidad entre sectores progresistas, particularmente jóvenes? Su respuesta es acentuar la garantía del continuismo y, sobre todo, intentar el aislamiento y descrédito hacia Unidos Podemos y su líder. Esa pose de dar apariencia de hegemonía representativa conlleva la nostalgia del bipartidismo, pero después de la pérdida de casi seis millones de votantes, la mitad de su electorado, no es realista y da poca seguridad a su base social actual. Esa opción es difícil que dé esos resultados e impide el cambio institucional sin generar nuevas expectativas a su propia base electoral.
También tiene otro efecto contraproducente: no les garantiza un deseable incremento de su voto de centro-derecha en disputa con Ciudadanos y el propio PP, para asegurar, en todo caso, que no alcancen ambas derechas la mayoría parlamentaria. Es decir, esa estrategia socialista de, sobre todo, asegurar el recambio de su élite gobernante, neutralizar el auténtico cambio y sin cambiar las políticas de fondo no tiene fundamentos políticos ni credibilidad ciudadana. De ahí que se tenga que basar en la manipulación comunicativa y en el sectarismo hacia las fuerzas del cambio.
Su penúltimo relato divisorio consiste en su apuesta por su deseado fracaso del ‘radicalismo’ de Pablo Iglesias para confiar en la ‘moderación’ de Iñigo Errejón que, en último extremo, garantizaría con la abstención o una posición subordinada la investidura de Sánchez con un similar esquema programático y de pacto con Ciudadanos. O sea, que al final, la ansiada estabilidad de un gobierno continuista de PSOE-C’s, tras el 26-J, dependería del descrédito de Pablo Iglesias y el ensalzamiento de Iñigo Errejón para que se haga con el control (o la escisión) de Podemos y avale a Pedro Sánchez. Ésa, la división y descalabro de Podemos y sus aliados, sería la base de la supuesta confianza y seguridad socialista en acceder a la Presidencia del nuevo Gobierno y, tal como ha confirmado el líder socialista al empresariado catalán, garantice la estabilidad gubernamental sin terceras elecciones.
No obstante, ante el incumplimiento de esa profecía, la actual dirección socialista intentará adjudicar su causa a la malignidad de Podemos. Así, volviendo sobre sus pasos y con la correspondiente catarsis y nuevo liderazgo, podría justificar esa estabilidad por la vía del apoyo (abstención) socialista a un gobierno continuista de las derechas. Con esos mimbres tan irreales, prepotentes y de bajos vuelos, de la vieja política, el equipo de Sánchez no se hace acreedor de ninguna legitimidad ciudadana para liderar un Gobierno de Progreso. El ciclo del declive representativo del PSOE continuaría.
Los obstáculos para el desarrollo de ese plan continuista con reales. Unidos Podemos y las confluencias tienen fortalezas con las que resistir esa ofensiva de cerco político o cordón sanitario. Aunque tienen gran diversidad ideológica y dinámicas organizativas perfectibles, existe un alto grado de unidad política en torno a las alternativas políticas fundamentales. No hay riesgos de rupturas. Es más, existe la potencialidad de una mejora integradora con las distintas confluencias y, particularmente, con las fuerzas de Izquierda Unidad-Unidad Popular. Por otro lado, Pablo Iglesias sigue siendo su referente principal pero dentro de un liderazgo más colectivo y plural y, sobre todo, una organización más estructurada y flexible.
En definitiva, la estrategia de la dirección socialista les puede llevar al fracaso de sus propios objetivos, su papel institucional preponderante. También a un debilitamiento representativo más o menos lento y profundo, con un alejamiento respecto del PP y un adelantamiento de Unidos Podemos (y confluencias), junto con una evidente crisis interna y de liderazgo. No obstante, la consecuencia negativa principal es que esa operación neutraliza la dinámica del cambio, de un Gobierno de Progreso en torno a unas políticas fundamentales de justicia social y mayor democracia. Por tanto, afecta a la mayoría de la sociedad que, probablemente, le exigirá responsabilidades. El reto inmediato para las fuerzas del cambio es impedir un gobierno continuista de las derechas y garantizar un Gobierno de progreso y de cambio. Ése es el desempate principal, abrir un ciclo político-institucional que favorezca los avances progresivos y democráticos en favor de la mayoría ciudadana.
En resumen, el PSOE, de entrada, no está por la labor del cambio real y lleva una estrategia equivocada. Las fuerzas del cambio todavía son insuficientes y dependen de la colaboración socialista. La prioridad son los intereses de la gente, dejar atrás esta etapa autoritaria y de austeridad. Hay que insistir en los argumentos para llegar a un acuerdo razonable y compartido y desarrollar una campaña con la mano tendida y sin crispación.
Pero el deseado giro en la actitud socialista va a depender, fundamentalmente, de los hechos: comprobar la amplitud y firmeza de las demandas populares de cambio a través de la ampliación del apoyo electoral a Unidos Podemos y confluencias. Desde otra perspectiva: evaluar la demostración cívica de los costes para el Partido Socialista, en el caso de persistir en su estrategia equivocada, con el continuado debilitamiento de su representatividad. Es el elemento que puede condicionar su cambio de actitud para iniciar una nueva etapa de acuerdo gubernamental de progreso.
El PSOE, en su ambivalencia, tiene un aparato dependiente y colaborador con los poderosos y su obcecación puede provocar el bloqueo del cambio. Será necesario enfrentarse a esa situación con un plan B, para evitar la frustración social y seguir haciendo camino al andar. De momento, el plan A es ganar las elecciones generales al PP, dejar en minoría a las derechas y reforzar las fuerzas del cambio.
Antonio Antón
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Autor de Movimiento popular y cambio político. Nuevos discursos (ed. UOC).
Pues bien, la dirección socialista ha diseñado una estrategia errónea para su campaña electoral que consiste en bloquear un Gobierno de Progreso, un acuerdo entre las fuerzas progresistas para impulsar el necesario cambio sustantivo de las políticas socioeconómicas, en favor de las capas populares, y la democratización y regeneración institucional y política. Su apuesta sigue siendo el pacto con Ciudadanos, con una política económica y europea subordinada al gran consenso liberal-conservador y otra política territorial e institucional continuista y dependiente de las derechas. Todo ello con algunos retoques, particularmente retóricos y solo con el recambio de élites gubernamentales.
Pero esa estrategia, aplicada a tope en estos meses, le ha conducido al fracaso. Gran parte de la ciudadanía considera que siendo posible un Gobierno de cambio y progreso, el PSOE ha renunciado a él y es responsable del bloqueo institucional. No ha calado su campaña de culpabilizar a Podemos, al que le exigía una completa subordinación a su hegemonía y su plan continuista. Así, no han conseguido doblegarlo ni dividirlo. Y según las encuestas ese acoso mediático socialista contra Podemos tampoco les ha generado mayor simpatía electoral.
Además, el PSOE tiene difícil crecer por sus dos lados. Por la parte del electorado de centro derecha, aunque baje algo más el PP, fruto de su inmovilismo, sus políticas regresivas y su corrupción, Ciudadanos, al que trata con guante blanco, constituye un tapón para el trasvase de esos votos hacia ellos. Por la parte de los votantes auto-ubicados en el centro progresista y la izquierda, la nueva coalición Unidos Podemos (y confluencias) refuerza y da más solidez y credibilidad a una alternativa de cambio real y no cosmético y dificulta su intención de quitarles millón y medio de votos.
No obstante, la dirección del Partido Socialista se reafirma en su estrategia equivocada. Para ella su fracaso no derivaría de su orientación política que necesita una reflexión autocrítica y un giro progresista y democrático. El problema sería la tozuda realidad de Podemos y sus aliados a la que hay que cambiar… como sea. La cuestión es que esa tesis y ese proyecto socialista, continuista y sectario, parte de unos presupuestos falsos y les lleva a una actitud fanática y a utilizar unos mecanismos cada vez más irreales y prepotentes.
Ya hemos comentado la falsedad de su crítica hacia Podemos y sus aliados sobre su supuesta pinza con el PP para bloquear el (re)cambio, que representaría Pedro Sánchez. Esa idea no tiene credibilidad social y su insistencia la convierte en manipulación interesada. La evidencia pública ha sido la renuncia socialista a un acuerdo (único) posible para un Gobierno auténtico del cambio, desalojando al PP y sus políticas autoritarias y de austeridad y del que el más firme partidario era Pablo Iglesias.
Por un lado, el actual eslogan socialista de un Sí por el cambio pretende obscurecer su responsabilidad por el bloqueo del cambio. Por otro lado, vuelve a emplazar a las fuerzas reales del cambio a que renuncien a él y se subordinen al continuismo programático del pacto PSOE-C’s y la prepotencia del propio Sánchez para decidir los planes y composición gubernamentales. Una completa tergiversación del lenguaje que sigue sin convencer (ni siquiera, ya que se nota el cinismo) a los suyos ni tampoco a Rivera que no termina de fiarse de sus intenciones.
El cerco hacia Unidos Podemos se resquebraja
Ese agresivo ataque contra Unidos Podemos y confluencias se complementa con otros discursos descalificatorios que pretenden quitarles más de un millón de votos del total de seis recibidos. Las tergiversaciones del aparato socialista para desacreditar la dinámica del cambio y ensanchar sus posibilidades electorales son: La radicalización (izquierdista, populista y/o independentista, según convenga); la indefinición política (o los ambiguos u obscuros intereses que defiende, en versión venezolana ya que no existe el peligro del comunismo internacional y la asociación con la extrema derecha europea es demasiado burda); la división interna (o su fragilidad, centralismo e inexperiencia); y como colofón de todos ellos el denostado liderazgo de Pablo Iglesias que reuniría todos los males: radical, demagogo y autoritario. Desde el punto de vista democrático, debemos estar preparados ya que parece que hay un gran consenso tripartito (PP, C’s y PSOE) para frenar a Podemos y sus aliados sin juego limpio ni debate sosegado y con argumentos.
La descalificación de radical, izquierdista… pretende alejar a Podemos y sus aliados de las mayorías sociales progresistas. No tiene fundamentos, más allá de algunos pequeños errores de excesos retóricos. Lo principal de su estrategia ha sido lo contrario; han ganado en realismo, concreción y madurez (no estrictamente en moderación). La alternativa institucional principal, el gobierno de progreso, cambio y de coalición con el PSOE (a la valenciana) era justa y fácilmente justificable ante la mayoría ciudadana. Se adecua a los equilibrios existentes y se modifica el objetivo precedente (irreal) de ganar y gobernar solos y frente a la ‘casta’, admitiendo el carácter ambivalente y de posible socio del Partido Socialista.
Ahora bien, desde el Comité Federal socialista del 28 de diciembre y más desde su pacto con Ciudadanos, la renuncia del PSOE a un Gobierno de Progreso estaba clara. Así, la determinación de Podemos (y aliados) de no apoyar un plan continuista era coherente con el proyecto de cambio y el compromiso con su electorado y no síntoma de radicalización. Tampoco fructificó la brecha inducida con Compromís e IU a los que mediáticamente se les tildaba entonces de dialogantes y moderados.
Las propuestas programáticas de Podemos, particularmente las más distantes con el PSOE, las políticas socioeconómicas y sobre la cuestión catalana, derivan del continuismo inmovilista de ellos y su dependencia de C’s. Sin embargo, las primeras alternativas son ‘socialdemócratas’ y las pueden comprender y apoyar más del 60% de la ciudadanía, aunque necesitan de una posición firme y con temple ante la Unión Europea. Y las segundas, de carácter básicamente democrático y de reconocimiento de la plurinacionalidad, tienen un altísimo apoyo en las nacionalidades históricas y, según distintas encuestas de opinión, son aceptadas en el resto de España sin pérdida electoral para Podemos.
Las fortalezas de Unidos Podemos
Está claro el perfil de Unidos Podemos y confluencias como defensores de las capas populares, de los sectores desfavorecidos, de los de abajo… frente a las oligarquías. Su defensa de los derechos sociales y laborales, así como de las libertades civiles y políticas es innegable. En todo ello gana a las tres fuerzas (PP, C’s y PSOE) defensoras del poder establecido y el consenso europeo y comprometidas con las políticas de austeridad y una gestión autoritaria frente a las demandas populares y democráticas.
Igualmente, su planteamiento global cabe dentro de los parámetros (como dice Pablo Iglesias) de una nueva socialdemocracia. Es secundaria la etiqueta, la cuestión es rechazar las que son tergiversadoras o marginadoras. Lo principal es construir un proyecto identificador, con un discurso y una práctica de carácter democrático-igualitario, defensor de la mayoría social. Luego llegará el símbolo y la nominación. Y ese perfil progresivo lo ha ido adquiriendo Podemos y sus aliados, tiene una bases sólidas en la experiencia popular, y lo ha ido perdiendo el Partido Socialista.
Además, el fenómeno Podemos (al igual que se decía del movimiento de protesta en torno al 15-M) no es una burbuja que puede estallar en cualquier momento y desaparecer. Está asentado en la amplia y prolongada experiencia ciudadana, de más de un lustro, de pugna sociopolítica contra los recortes sociales y la prepotencia institucional de las élites gobernantes, con la reafirmación cívica en la cultura democrática y de justicia social. Ese amplio y diverso movimiento popular contra las injusticias sociales y por la democracia constituye los fundamentos del electorado indignado que Podemos (junto con IU y las confluencias) ha sabido encauzar y consolidar.
La ciudadanía activa española es progresista. La desafección hacia el PSOE, de cerca de seis millones de votos ya se inició hace seis años y continuó el 20-D. Los intentos sucesivos de comunicación y retórica no han impedido ese declive. Se han distanciado algo (por el paso del tiempo y la falta de ocasión) de la responsabilidad gubernamental directa. Pero cuando han tenido una nueva oportunidad para un nuevo plan de Gobierno, han preferido la alianza con la derecha de Ciudadanos y han vuelto a reafirmarse en una estrategia continuista y prepotente. Es dudoso que incrementen su credibilidad sin un giro consecuente de su orientación y su práctica política.
El electorado socialista (según Metroscopia) está envejecido (media de edad de 55 años, poco más de un millón de jóvenes -18 a 34 años-) y en las zonas rurales. Mientras, el de Podemos y sus aliados está en zonas y sectores más dinámicos, grandes áreas urbanas, clases trabajadoras, nuevas clases medias-profesionales e ilustradas y entre jóvenes (unos dos millones, el 35% de su electorado cuando la media es el 21%).
¿Qué le queda al Partido Socialista para remontar su pérdida de credibilidad entre sectores progresistas, particularmente jóvenes? Su respuesta es acentuar la garantía del continuismo y, sobre todo, intentar el aislamiento y descrédito hacia Unidos Podemos y su líder. Esa pose de dar apariencia de hegemonía representativa conlleva la nostalgia del bipartidismo, pero después de la pérdida de casi seis millones de votantes, la mitad de su electorado, no es realista y da poca seguridad a su base social actual. Esa opción es difícil que dé esos resultados e impide el cambio institucional sin generar nuevas expectativas a su propia base electoral.
También tiene otro efecto contraproducente: no les garantiza un deseable incremento de su voto de centro-derecha en disputa con Ciudadanos y el propio PP, para asegurar, en todo caso, que no alcancen ambas derechas la mayoría parlamentaria. Es decir, esa estrategia socialista de, sobre todo, asegurar el recambio de su élite gobernante, neutralizar el auténtico cambio y sin cambiar las políticas de fondo no tiene fundamentos políticos ni credibilidad ciudadana. De ahí que se tenga que basar en la manipulación comunicativa y en el sectarismo hacia las fuerzas del cambio.
Su penúltimo relato divisorio consiste en su apuesta por su deseado fracaso del ‘radicalismo’ de Pablo Iglesias para confiar en la ‘moderación’ de Iñigo Errejón que, en último extremo, garantizaría con la abstención o una posición subordinada la investidura de Sánchez con un similar esquema programático y de pacto con Ciudadanos. O sea, que al final, la ansiada estabilidad de un gobierno continuista de PSOE-C’s, tras el 26-J, dependería del descrédito de Pablo Iglesias y el ensalzamiento de Iñigo Errejón para que se haga con el control (o la escisión) de Podemos y avale a Pedro Sánchez. Ésa, la división y descalabro de Podemos y sus aliados, sería la base de la supuesta confianza y seguridad socialista en acceder a la Presidencia del nuevo Gobierno y, tal como ha confirmado el líder socialista al empresariado catalán, garantice la estabilidad gubernamental sin terceras elecciones.
No obstante, ante el incumplimiento de esa profecía, la actual dirección socialista intentará adjudicar su causa a la malignidad de Podemos. Así, volviendo sobre sus pasos y con la correspondiente catarsis y nuevo liderazgo, podría justificar esa estabilidad por la vía del apoyo (abstención) socialista a un gobierno continuista de las derechas. Con esos mimbres tan irreales, prepotentes y de bajos vuelos, de la vieja política, el equipo de Sánchez no se hace acreedor de ninguna legitimidad ciudadana para liderar un Gobierno de Progreso. El ciclo del declive representativo del PSOE continuaría.
Los obstáculos para el desarrollo de ese plan continuista con reales. Unidos Podemos y las confluencias tienen fortalezas con las que resistir esa ofensiva de cerco político o cordón sanitario. Aunque tienen gran diversidad ideológica y dinámicas organizativas perfectibles, existe un alto grado de unidad política en torno a las alternativas políticas fundamentales. No hay riesgos de rupturas. Es más, existe la potencialidad de una mejora integradora con las distintas confluencias y, particularmente, con las fuerzas de Izquierda Unidad-Unidad Popular. Por otro lado, Pablo Iglesias sigue siendo su referente principal pero dentro de un liderazgo más colectivo y plural y, sobre todo, una organización más estructurada y flexible.
En definitiva, la estrategia de la dirección socialista les puede llevar al fracaso de sus propios objetivos, su papel institucional preponderante. También a un debilitamiento representativo más o menos lento y profundo, con un alejamiento respecto del PP y un adelantamiento de Unidos Podemos (y confluencias), junto con una evidente crisis interna y de liderazgo. No obstante, la consecuencia negativa principal es que esa operación neutraliza la dinámica del cambio, de un Gobierno de Progreso en torno a unas políticas fundamentales de justicia social y mayor democracia. Por tanto, afecta a la mayoría de la sociedad que, probablemente, le exigirá responsabilidades. El reto inmediato para las fuerzas del cambio es impedir un gobierno continuista de las derechas y garantizar un Gobierno de progreso y de cambio. Ése es el desempate principal, abrir un ciclo político-institucional que favorezca los avances progresivos y democráticos en favor de la mayoría ciudadana.
En resumen, el PSOE, de entrada, no está por la labor del cambio real y lleva una estrategia equivocada. Las fuerzas del cambio todavía son insuficientes y dependen de la colaboración socialista. La prioridad son los intereses de la gente, dejar atrás esta etapa autoritaria y de austeridad. Hay que insistir en los argumentos para llegar a un acuerdo razonable y compartido y desarrollar una campaña con la mano tendida y sin crispación.
Pero el deseado giro en la actitud socialista va a depender, fundamentalmente, de los hechos: comprobar la amplitud y firmeza de las demandas populares de cambio a través de la ampliación del apoyo electoral a Unidos Podemos y confluencias. Desde otra perspectiva: evaluar la demostración cívica de los costes para el Partido Socialista, en el caso de persistir en su estrategia equivocada, con el continuado debilitamiento de su representatividad. Es el elemento que puede condicionar su cambio de actitud para iniciar una nueva etapa de acuerdo gubernamental de progreso.
El PSOE, en su ambivalencia, tiene un aparato dependiente y colaborador con los poderosos y su obcecación puede provocar el bloqueo del cambio. Será necesario enfrentarse a esa situación con un plan B, para evitar la frustración social y seguir haciendo camino al andar. De momento, el plan A es ganar las elecciones generales al PP, dejar en minoría a las derechas y reforzar las fuerzas del cambio.
Antonio Antón
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Autor de Movimiento popular y cambio político. Nuevos discursos (ed. UOC).
sábado, 4 de junio de 2016
Podemos y el PSOE
Isidoro Moreno
El 26J habrán pasado más de seis meses en que la actividad política, tanto del gobierno en funciones del PP como de los otros partidos, y también buena parte de la actividad de los movimientos sociales han sido sustituidas por escenificaciones y discursos electoralistas. Baste como ejemplo la paralización de la Junta de Andalucía, abstraída su señora presidenta en la cuestión de si el día 27 cogerá o no el AVE a Madrid para quedarse allí y hacerse cargo de la secretaría general de su partido.
En realidad, este casi paréntesis de medio año, y el gasto de más de 130 millones que costarán las nuevas elecciones, sólo se explica por un objetivo: justificar el apoyo o aceptación del PSOE a un gobierno del PP, probablemente con la participación de Ciudadanos, con la acusación a Podemos de impedir un “gobierno de progreso”. Esto mismo se podría haber hecho el 21 de diciembre pasado pero no se consideró a los votantes preparados para ello. Todo lo ocurrido desde entonces ha sido con el fin de prepararlos. El desenlace supondrá la salida de Pedro Sánchez e incluso, si fuera necesario, también de Rajoy, porque para el régimen político de la segunda Restauración Borbónica es esencial que PP-Ciudadanos-PSOE lleguen a un acuerdo. Evidentemente, Susana Díaz, o quien encabece su partido en julio, no va a fotografiarse con Rivera y con Rajoy (o quien sustituya a este) pero sí va a aceptar que gobiernen ambos (ya lo está haciendo ella aquí en Andalucía gracias a un pacto con el primero). Y tratará de vender esta aceptación (este apoyo) como un ejercicio de responsabilidad política, como un sacrificio para garantizar la gobernabilidad y cohesión de España.
De todos modos, el PSOE sólo habrá conseguido prolongar unos meses el momento de su debacle; una debacle que no es resultado solamente de la falta de consistencia de sus últimos secretarios generales, barones y baronesas sino de que se ha quedado sin lugar ideológico-político: el espacio socialdemócrata ya no existe, porque, al igual que el keynesianismo, no es posible dentro del capitalismo globalizado neoliberal. Aquí, y en todas partes, los otrora partidos socialdemócratas, más allá de su palabrería electoral, son ya socioliberales.
Como si no supieran que esto es así, los máximos dirigentes de Podemos repiten ahora que, para que sea posible “el cambio”, es necesario un gobierno entre ellos y el PSOE. Lo que no sólo les obliga a olvidar una de las más celebradas frases del 15M: “el PSOE y el PP la misma m… es”, rehusando a su inicial crítica a la “casta política”, sino incluso a calificar a aquel como un “partido de progreso” (Errejón dixit,) aún señalando que sus líderes son proclives a tener “inconsecuencias”. Si con este planteamiento pretenden provocar un trasvase de votos desde el electorado socialista, considero que la táctica es equivocada, porque legitimar al PSOE como “progresista” puede ayudar a tranquilizar la conciencia de muchos de sus votantes y despejarles las dudas para seguir votándolo. Es hacer algo parecido a lo que casi siempre ha hecho el PCE-IU aunque el objetivo pueda ser distinto.
Si ahora Unidos Podemos, incluso adelantando en votos al PSOE, no lograra superar a este en número de diputados, Sánchez estaría en condiciones de poder presionar a Pablo Iglesias para que le dé su apoyo esgrimiendo su propio argumento de que ambos son partidos “del cambio” y deberían formar gobierno con un programa viable (léase aceptable por la Troika y los poderes fácticos económicos), para impedir que siga gobernando Rajoy. Sería una especie de OPA hostil, que es también la que persiguen, a la inversa, los líderes de Podemos tratando de poner al PSOE en la tesitura de optar por ellos o por el PP, para que elija por sí mismo su forma de suicidio.
A nivel del Estado, el 26J podríamos estar ante la confirmación del fin del bipartidismo turnista. Pero, ¿y en Andalucía? Aquí no ha habido bipartidismo sino monopartidismo. El cambio necesario consiste no en desalojar al PP sino en desmontar el régimen clientelar, corrupto y demagógico del psocialismo. Pero si el PSOE es definido por Iglesias, Errejón, etc. como un partido “de progreso”, con el que hay que compartir gobierno, ¿cómo podría hacerse esto? Evidentemente, saltan a primer plano las contradicciones entre la estrategia de un partido estatal y la que respondería a los intereses andaluces. Y también las limitaciones de un proyecto político que pretende, a la vez, ser de ruptura democrática y gobernar junto a una de las dos columnas del régimen que afirma querer sustituir.
Isidoro Moreno. Catedrático emérito de Antropología
Publicado el 31/05/2016 en Diario de Sevilla y otros diarios andaluces del Grupo Joly.
El 26J habrán pasado más de seis meses en que la actividad política, tanto del gobierno en funciones del PP como de los otros partidos, y también buena parte de la actividad de los movimientos sociales han sido sustituidas por escenificaciones y discursos electoralistas. Baste como ejemplo la paralización de la Junta de Andalucía, abstraída su señora presidenta en la cuestión de si el día 27 cogerá o no el AVE a Madrid para quedarse allí y hacerse cargo de la secretaría general de su partido.
En realidad, este casi paréntesis de medio año, y el gasto de más de 130 millones que costarán las nuevas elecciones, sólo se explica por un objetivo: justificar el apoyo o aceptación del PSOE a un gobierno del PP, probablemente con la participación de Ciudadanos, con la acusación a Podemos de impedir un “gobierno de progreso”. Esto mismo se podría haber hecho el 21 de diciembre pasado pero no se consideró a los votantes preparados para ello. Todo lo ocurrido desde entonces ha sido con el fin de prepararlos. El desenlace supondrá la salida de Pedro Sánchez e incluso, si fuera necesario, también de Rajoy, porque para el régimen político de la segunda Restauración Borbónica es esencial que PP-Ciudadanos-PSOE lleguen a un acuerdo. Evidentemente, Susana Díaz, o quien encabece su partido en julio, no va a fotografiarse con Rivera y con Rajoy (o quien sustituya a este) pero sí va a aceptar que gobiernen ambos (ya lo está haciendo ella aquí en Andalucía gracias a un pacto con el primero). Y tratará de vender esta aceptación (este apoyo) como un ejercicio de responsabilidad política, como un sacrificio para garantizar la gobernabilidad y cohesión de España.
De todos modos, el PSOE sólo habrá conseguido prolongar unos meses el momento de su debacle; una debacle que no es resultado solamente de la falta de consistencia de sus últimos secretarios generales, barones y baronesas sino de que se ha quedado sin lugar ideológico-político: el espacio socialdemócrata ya no existe, porque, al igual que el keynesianismo, no es posible dentro del capitalismo globalizado neoliberal. Aquí, y en todas partes, los otrora partidos socialdemócratas, más allá de su palabrería electoral, son ya socioliberales.
Como si no supieran que esto es así, los máximos dirigentes de Podemos repiten ahora que, para que sea posible “el cambio”, es necesario un gobierno entre ellos y el PSOE. Lo que no sólo les obliga a olvidar una de las más celebradas frases del 15M: “el PSOE y el PP la misma m… es”, rehusando a su inicial crítica a la “casta política”, sino incluso a calificar a aquel como un “partido de progreso” (Errejón dixit,) aún señalando que sus líderes son proclives a tener “inconsecuencias”. Si con este planteamiento pretenden provocar un trasvase de votos desde el electorado socialista, considero que la táctica es equivocada, porque legitimar al PSOE como “progresista” puede ayudar a tranquilizar la conciencia de muchos de sus votantes y despejarles las dudas para seguir votándolo. Es hacer algo parecido a lo que casi siempre ha hecho el PCE-IU aunque el objetivo pueda ser distinto.
Si ahora Unidos Podemos, incluso adelantando en votos al PSOE, no lograra superar a este en número de diputados, Sánchez estaría en condiciones de poder presionar a Pablo Iglesias para que le dé su apoyo esgrimiendo su propio argumento de que ambos son partidos “del cambio” y deberían formar gobierno con un programa viable (léase aceptable por la Troika y los poderes fácticos económicos), para impedir que siga gobernando Rajoy. Sería una especie de OPA hostil, que es también la que persiguen, a la inversa, los líderes de Podemos tratando de poner al PSOE en la tesitura de optar por ellos o por el PP, para que elija por sí mismo su forma de suicidio.
A nivel del Estado, el 26J podríamos estar ante la confirmación del fin del bipartidismo turnista. Pero, ¿y en Andalucía? Aquí no ha habido bipartidismo sino monopartidismo. El cambio necesario consiste no en desalojar al PP sino en desmontar el régimen clientelar, corrupto y demagógico del psocialismo. Pero si el PSOE es definido por Iglesias, Errejón, etc. como un partido “de progreso”, con el que hay que compartir gobierno, ¿cómo podría hacerse esto? Evidentemente, saltan a primer plano las contradicciones entre la estrategia de un partido estatal y la que respondería a los intereses andaluces. Y también las limitaciones de un proyecto político que pretende, a la vez, ser de ruptura democrática y gobernar junto a una de las dos columnas del régimen que afirma querer sustituir.
Isidoro Moreno. Catedrático emérito de Antropología
Publicado el 31/05/2016 en Diario de Sevilla y otros diarios andaluces del Grupo Joly.
jueves, 12 de mayo de 2016
La lógica política real
JOSÉ LUIS VILLACAÑAS
El nerviosismo ha prendido en los partidos tradicionales ante el anuncio del acuerdo Podemos/IU. Es fácil entenderlo. Ellos también saben que atravesamos una crisis política profunda. Sin embargo, se han mostrado incapaces de responder a los retos de cambio que reclama la parte más consciente de la ciudadanía española. Ahora se preguntan si no habrán perdido su última ocasión de merecer la confianza mayoritaria del electorado. No debemos olvidar que el fracaso de que no haya gobierno se debe a que se trataba de configurar un ejecutivo capaz de impulsar reformas profundas. En este sentido, todo ha consistido en una cosa: evitar que Podemos fuera una parte decisiva al ejecutar esas reformas ineludibles. Eso era lo que se jugaba tanto en la oferta del PSOE como del PP; en términos de Gramsci: avanzaremos hacia una reforma pasiva. Aceptaremos algunas propuestas de Podemos, pero las gestionaremos nosotros.
Esa lógica no fue razonable. Por eso el PSOE es el partido más perjudicado ante la situación. Ha jugado a impulsar las reformas solo con C´s, dejando a Podemos como un apoyo externo y pasivo a cambio de desalojar al PP de la posición de liderazgo. Eso era demasiado continuista, pues en realidad otorgaba al PSOE una hegemonía que ya no tiene. Por supuesto, tampoco el PP tiene motivos para la euforia, por mucho que se haya verificado su hipótesis de que no habría acuerdo sin él. Esta hipótesis era fácil de verificar desde el momento en que Rajoy formaba parte del mismo arcano de estos cuatro meses: impedir que Podemos rozara el poder. Lograr un acuerdo desde el PSOE con esta condición era pintar un círculo cuadrado. Rajoy se limitó a decir que eso era un lío y a esperar. Sin embargo, el PP ve que su líder sigue bajando en la opinión de la ciudadanía. Y es lógico. Su estrategia ha consistido en convencer a los españoles de que la corrupción es algo normal al sistema político y que no es un criterio para retirar la confianza a nadie. Con ello no ha hecho un gesto para regenerarse. Anclado en su política de que el ganador de las elecciones es quien tiene más diputados, no se ha movido de ahí en todo este tiempo. Ha utilizado esta teoría, que no tiene ningún respaldo legal en un régimen parlamentario, como una especie de chantaje. O Rajoy es presidente, o nadie. Así que las dos fuerzas tradicionales, ambas obedientes a la lógica del sistema, no han encontrado la manera de reformar el sistema político español. Es evidente que en las nuevas elecciones seguirán sin encontrarla.
Los tres partidos que estaban por la exclusión de Podemos perciben que el suelo cede bajo sus pies y que un movimiento en falso puede llevarlos al desastre. Pero como la evidencia suprema es la necesidad de reformas, y dada su incapacidad de acometerlas, tampoco pueden aspirar a mejorar posiciones electorales. En realidad, mirando bien, el único partido que puede crecer de verdad es Podemos. Lo demás es intercambiable. Podemos ha logrado transmitir a la ciudadanía algo decisivo: nadie reformará nada sin su concurso, porque en el fondo ninguno tiene la iniciativa real de las reformas. Todos van a remolque de lo que ellos demandaron. Como esas reformas no brotan del ideario del PP o del PSOE, estos no pueden emprenderlas sin sentirse en la cresta de una ola que no controlan. Eso es lo que se ha visto en este empeño de transferir culpabilidades, algo que aspira a ocultar la lógica política real que rige la situación. Lo único no creíble es que Podemos no quiera cambiar las cosas. En realidad, se le echa la culpa de no haberse reducido a la impotencia, entregando al PSOE el ius reformandi a cambio de nada, algo poco creíble, mientras al otro lado estaba un PP que se regía por la ley del mínimo esfuerzo en todo.
En estas condiciones, el acuerdo de Podemos con IU es un órdago al sistema de representación política. El acuerdo aspira a neutralizar la influencia de la Ley d´Hondt sin cambiarla. La cantidad de escaños que va a depender de unos pocos centenares de votos va a ser muy elevada. La presencia monopolística de los partidos antiguos en determinadas provincias se romperá. En suma, si en las elecciones del 20D el bipartidismo recibió una cornada en la pierna „que le impide progresar„ en las de 26J, con ese acuerdo, puede recibir una cornada en el pecho.
Es bastante posible que las próximas elecciones inicien un proceso irreversible. Puede que de ellas emerja una mayoría del PP reforzada por los votos que recupere de C´s. Es incluso posible que el PP pueda gobernar con C´s y con la abstención de un PSOE roto por la mitad. Pero serán letales para el actual sistema de representación. La capacidad de reformas de un gobierno liderado por el PP será mínima y la complicidad para nada de los otros dos partidos amenazará su futuro. Sin duda, de todo esto emergerá un mensaje inapelable: únicamente un gobierno liderado por Podemos significará un cambio real. Si alguien asume como proyecto único para España que Podemos no entre en ningún gobierno, debe ir quitándose esa idea de la cabeza. Eso se puede detener unos años, pero no siempre. Lo único que deben elegir es el grado de poder que quieren darle a Podemos. Si se hubiera hecho un gobierno el 20D, la proporción sería menor. Si no quieren entrar en un gobierno con Podemos tras el 26J, lo pagarán todavía más caro. Todo eso no conducirá sino a un hecho: cuando sea inevitable que Podemos gobierne, entonces será hegemónico.
Siento no estar de acuerdo con Fernando Vallespín, un observador agudo y ponderado. Ese proceso no va a significar una polarización del mapa político español. Va a significar la verificación de la óptica trasversal de Podemos. Polarización es lo que hubo con el bipartidismo. Ahora será de otra manera. Creo que Vallespín interpreta el pacto de Podemos/IU como una radicalización hacia la izquierda. Ese discurso lo esgrimió Rafael Hernando al decir que Podemos vuelve a la izquierda comunista de toda la vida. Ese argumento no funciona. Hoy por hoy, Garzón es el líder más transversal del panorama político español, más que Iglesias. Garzón no viene a radicalizar Podemos. Al contrario, viene a reforzar el argumento de su transversalidad. Y eso es así porque nadie piensa en integrar en Podemos al PC y su vieja guardia, sino sólo en garantizar la justicia de una representación política decidida a hacer reformas en este país.
De todos los datos de la última encuesta del CIS creo que el más llamativo es el que distribuye los votantes por estratos sociales. El 50 % de los parados vota entre el PSOE y Podemos. Sólo el 28 al PP y C´s. Lo mismo sucede entre los obreros no cualificados y los cualificados. Pero hay tantos empresarios, ejecutivos y altos funcionarios que confían en el PP como en Podemos y que han abandonado prácticamente al PSOE, igual que han hecho los administrativos. Por supuesto, la mayoría de los jóvenes confía en Podemos. Eso no es bipolarización. Estamos ante una clara transversalidad de los morados. No es verdad que los que confían en Podemos apuesten por una radicalización. Garzón no cambiará eso. Sólo hay dos estratos de población donde Podemos es claramente minoritario: trabajadores domésticos y pensionistas. Sería el colmo de la parcialidad y de la injusticia que el criterio de radicalidad y polaridad de la sociedad española lo fijaran estos dos estratos. La cuestión no está en la radicalización o la polarización. Está en saber quién concentra la confianza de la mayor parte de una sociedad que no puede ser burlada por más tiempo en su exigencia de reformar las instituciones públicas para ponerlas de verdad al servicio de la ciudadanía.
http://www.levante-emv.com/opinion/2016/05/11/logica-politica-real/1416001.html
El nerviosismo ha prendido en los partidos tradicionales ante el anuncio del acuerdo Podemos/IU. Es fácil entenderlo. Ellos también saben que atravesamos una crisis política profunda. Sin embargo, se han mostrado incapaces de responder a los retos de cambio que reclama la parte más consciente de la ciudadanía española. Ahora se preguntan si no habrán perdido su última ocasión de merecer la confianza mayoritaria del electorado. No debemos olvidar que el fracaso de que no haya gobierno se debe a que se trataba de configurar un ejecutivo capaz de impulsar reformas profundas. En este sentido, todo ha consistido en una cosa: evitar que Podemos fuera una parte decisiva al ejecutar esas reformas ineludibles. Eso era lo que se jugaba tanto en la oferta del PSOE como del PP; en términos de Gramsci: avanzaremos hacia una reforma pasiva. Aceptaremos algunas propuestas de Podemos, pero las gestionaremos nosotros.
Esa lógica no fue razonable. Por eso el PSOE es el partido más perjudicado ante la situación. Ha jugado a impulsar las reformas solo con C´s, dejando a Podemos como un apoyo externo y pasivo a cambio de desalojar al PP de la posición de liderazgo. Eso era demasiado continuista, pues en realidad otorgaba al PSOE una hegemonía que ya no tiene. Por supuesto, tampoco el PP tiene motivos para la euforia, por mucho que se haya verificado su hipótesis de que no habría acuerdo sin él. Esta hipótesis era fácil de verificar desde el momento en que Rajoy formaba parte del mismo arcano de estos cuatro meses: impedir que Podemos rozara el poder. Lograr un acuerdo desde el PSOE con esta condición era pintar un círculo cuadrado. Rajoy se limitó a decir que eso era un lío y a esperar. Sin embargo, el PP ve que su líder sigue bajando en la opinión de la ciudadanía. Y es lógico. Su estrategia ha consistido en convencer a los españoles de que la corrupción es algo normal al sistema político y que no es un criterio para retirar la confianza a nadie. Con ello no ha hecho un gesto para regenerarse. Anclado en su política de que el ganador de las elecciones es quien tiene más diputados, no se ha movido de ahí en todo este tiempo. Ha utilizado esta teoría, que no tiene ningún respaldo legal en un régimen parlamentario, como una especie de chantaje. O Rajoy es presidente, o nadie. Así que las dos fuerzas tradicionales, ambas obedientes a la lógica del sistema, no han encontrado la manera de reformar el sistema político español. Es evidente que en las nuevas elecciones seguirán sin encontrarla.
Los tres partidos que estaban por la exclusión de Podemos perciben que el suelo cede bajo sus pies y que un movimiento en falso puede llevarlos al desastre. Pero como la evidencia suprema es la necesidad de reformas, y dada su incapacidad de acometerlas, tampoco pueden aspirar a mejorar posiciones electorales. En realidad, mirando bien, el único partido que puede crecer de verdad es Podemos. Lo demás es intercambiable. Podemos ha logrado transmitir a la ciudadanía algo decisivo: nadie reformará nada sin su concurso, porque en el fondo ninguno tiene la iniciativa real de las reformas. Todos van a remolque de lo que ellos demandaron. Como esas reformas no brotan del ideario del PP o del PSOE, estos no pueden emprenderlas sin sentirse en la cresta de una ola que no controlan. Eso es lo que se ha visto en este empeño de transferir culpabilidades, algo que aspira a ocultar la lógica política real que rige la situación. Lo único no creíble es que Podemos no quiera cambiar las cosas. En realidad, se le echa la culpa de no haberse reducido a la impotencia, entregando al PSOE el ius reformandi a cambio de nada, algo poco creíble, mientras al otro lado estaba un PP que se regía por la ley del mínimo esfuerzo en todo.
En estas condiciones, el acuerdo de Podemos con IU es un órdago al sistema de representación política. El acuerdo aspira a neutralizar la influencia de la Ley d´Hondt sin cambiarla. La cantidad de escaños que va a depender de unos pocos centenares de votos va a ser muy elevada. La presencia monopolística de los partidos antiguos en determinadas provincias se romperá. En suma, si en las elecciones del 20D el bipartidismo recibió una cornada en la pierna „que le impide progresar„ en las de 26J, con ese acuerdo, puede recibir una cornada en el pecho.
Es bastante posible que las próximas elecciones inicien un proceso irreversible. Puede que de ellas emerja una mayoría del PP reforzada por los votos que recupere de C´s. Es incluso posible que el PP pueda gobernar con C´s y con la abstención de un PSOE roto por la mitad. Pero serán letales para el actual sistema de representación. La capacidad de reformas de un gobierno liderado por el PP será mínima y la complicidad para nada de los otros dos partidos amenazará su futuro. Sin duda, de todo esto emergerá un mensaje inapelable: únicamente un gobierno liderado por Podemos significará un cambio real. Si alguien asume como proyecto único para España que Podemos no entre en ningún gobierno, debe ir quitándose esa idea de la cabeza. Eso se puede detener unos años, pero no siempre. Lo único que deben elegir es el grado de poder que quieren darle a Podemos. Si se hubiera hecho un gobierno el 20D, la proporción sería menor. Si no quieren entrar en un gobierno con Podemos tras el 26J, lo pagarán todavía más caro. Todo eso no conducirá sino a un hecho: cuando sea inevitable que Podemos gobierne, entonces será hegemónico.
Siento no estar de acuerdo con Fernando Vallespín, un observador agudo y ponderado. Ese proceso no va a significar una polarización del mapa político español. Va a significar la verificación de la óptica trasversal de Podemos. Polarización es lo que hubo con el bipartidismo. Ahora será de otra manera. Creo que Vallespín interpreta el pacto de Podemos/IU como una radicalización hacia la izquierda. Ese discurso lo esgrimió Rafael Hernando al decir que Podemos vuelve a la izquierda comunista de toda la vida. Ese argumento no funciona. Hoy por hoy, Garzón es el líder más transversal del panorama político español, más que Iglesias. Garzón no viene a radicalizar Podemos. Al contrario, viene a reforzar el argumento de su transversalidad. Y eso es así porque nadie piensa en integrar en Podemos al PC y su vieja guardia, sino sólo en garantizar la justicia de una representación política decidida a hacer reformas en este país.
De todos los datos de la última encuesta del CIS creo que el más llamativo es el que distribuye los votantes por estratos sociales. El 50 % de los parados vota entre el PSOE y Podemos. Sólo el 28 al PP y C´s. Lo mismo sucede entre los obreros no cualificados y los cualificados. Pero hay tantos empresarios, ejecutivos y altos funcionarios que confían en el PP como en Podemos y que han abandonado prácticamente al PSOE, igual que han hecho los administrativos. Por supuesto, la mayoría de los jóvenes confía en Podemos. Eso no es bipolarización. Estamos ante una clara transversalidad de los morados. No es verdad que los que confían en Podemos apuesten por una radicalización. Garzón no cambiará eso. Sólo hay dos estratos de población donde Podemos es claramente minoritario: trabajadores domésticos y pensionistas. Sería el colmo de la parcialidad y de la injusticia que el criterio de radicalidad y polaridad de la sociedad española lo fijaran estos dos estratos. La cuestión no está en la radicalización o la polarización. Está en saber quién concentra la confianza de la mayor parte de una sociedad que no puede ser burlada por más tiempo en su exigencia de reformar las instituciones públicas para ponerlas de verdad al servicio de la ciudadanía.
http://www.levante-emv.com/opinion/2016/05/11/logica-politica-real/1416001.html
viernes, 22 de abril de 2016
Por qué el pacto PSOE-Ciudadanos es parte del problema y no de la solución. Respuesta al exfiscal Carlos Jiménez Villarejo sobre Podemos.
La gran noticia que aparece en la prensa económica del país, que también ha aparecido con alarma en los medios de mayor difusión, es el crecimiento del déficit público, que se cifra alrededor de los 10.000 millones de euros (concretamente 10.650 millones según el gobierno del Partido Popular, todavía presidido en funciones por el Sr. Rajoy), que se añaden al déficit ya existente. Esta cifra es mucho mayor de lo que se esperaba y de lo que el gobierno del Partido Popular había calculado y prometido conseguir. Puesto que la reducción del déficit es un objetivo primordial del Estado español (junto con el pago de los intereses de la deuda), esta situación ha creado una respuesta inmediata, encaminada a dar garantías de que los objetivos marcados y acordados con Bruselas se respetaran.
Es importante subrayar que el Ministro de Hacienda Montoro ha atribuido inmediatamente el crecimiento del déficit público del Estado español al excesivo gasto registrado por la Seguridad Social y por las Comunidades Autónomas (CCAA). Y puesto que la mayor parte del gasto público de estas CCAA es gasto público social, se concluye –según la explicación dada por el ministro Montoro- que es el excesivo crecimiento del Estado del Bienestar (es decir, de las transferencias y de los servicios públicos como educación, sanidad, servicios sociales, escuelas de infancia, servicios domiciliarios, ayudas a las familias y un largo etcétera que son gestionados por las CCAA) lo que está causando este inesperado crecimiento del déficit público del Estado.
Los recortes de gasto público social que se han hecho y que continúan haciéndose y exigiéndose
Hay que añadir que estos recortes se sumarán a los enormes recortes de las transferencias y servicios públicos del Estado del Bienestar que ya se han producido durante estos años de la Gran Recesión. Comisiones Obreras (CCOO) acaba de publicar un excelente y detallado informe que confirma lo que algunos (muy pocos) hemos estado señalando durante todos estos años de aplicación de la austeridad, mostrando que tales políticas de recortes estaban afectando muy negativamente el bienestar y calidad de vida de las clases populares en España (ver mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante, Anagrama, 2015). Durante el periodo 2009-2014 se han recortado nada menos que 78.164 millones de euros en el gasto público (la mayoría en el gasto público social), de los cuales casi 10.000 millones han sido en sanidad pública (lo que ha tenido un impacto muy negativo en la cobertura y calidad del sistema público de sanidad); 7.394 millones en educación, causando grandes recortes en las escuelas públicas (aun cuando en las escuelas concertadas –que atienden al sector de la población con mayores ingresos- los recortes han sido menores); 7.200 millones en prestaciones sociales a la población en situación de paro (y ello a pesar de doblarse la tasa de desempleo); y así una larga lista de recortes.
Tales recortes han significado una gran merma de recursos en uno de los Estados del Bienestar menos financiados de la UE-15 (el grupo de países de la Unión Europea de semejante nivel de desarrollo al español). España tenía ya antes de la crisis uno de los gastos públicos sociales por habitante más bajos de la UE-15 (ver mi libro El subdesarrollo social de España. Causas y consecuencias, Anagrama, 2006), situación que ha incluso empeorado como consecuencia de que España haya sido el país –junto con Grecia– donde los recortes han sido de mayor cantidad e intensidad. No es, pues, una exageración hablar de un “ataque” a las transferencias y servicios públicos del Estado del Bienestar. Y todo ello se ha realizado como consecuencia de la aplicación de políticas públicas de claro signo neoliberal que, como demuestra la evidencia publicada que he mostrado en mis escritos, han tenido un efecto devastador en el bienestar de las clases populares.
¿Por qué se están haciendo tales recortes?
El lector debe preguntarse el porqué de tales recortes. Y mirando los grandes canales televisivos del país y leyendo los grandes rotativos, verán que la respuesta a esta pregunta ha sido que era necesario hacerlo porque el Estado español se había gastado más de lo que tenía, creando un déficit público enorme, responsable de un insostenible nivel de deuda pública. De ahí la necesidad de que el Estado se adelgazara. Las voces más insistentes en dar esta explicación han sido los mayores componentes del establishment financiero y económico del país (es decir, las grandes empresas financieras, como los bancos, y las grandes corporaciones manufactureras y de servicios, cuya máxima expresión es el IBEX-35) que tienen en España una enorme influencia en los establishments político-mediáticos y que, a través de la financiación de revistas, blogs –como Nada es Gratis- y la prensa económica, configuran la sabiduría convencional en las áreas económicas.
Ahora bien, la experiencia acumulada durante estos años muestra la gran falsedad de esta explicación, comenzando con el hecho de que cuando la crisis se inició, el Estado no tenía déficit, sino superávit, es decir, el Estado ingresaba más dinero del que se gastaba. Fueron precisamente los enormes recortes del gasto público (incluyendo una enorme reducción del gasto público social) los que contribuyeron (junto con las reformas laborales iniciadas por el gobierno del PSOE -y expandidas por el gobierno del Partido Popular –que deterioraron el mercado laboral, incrementando la precariedad y bajando los salarios) a disminuir la capacidad adquisitiva de la población (la mayoría de la cual, repito, pertenece a las clases populares) y, por lo tanto, al descenso de la demanda, y con ello a la reducción del crecimiento económico. En realidad, el bajón fue tal que el PIB llegó a reducirse nada menos que un 7%. El país se empobreció.
Pero no todos se empobrecieron. A algunos –una minoría- les fue muy bien, por ejemplo al capital financiero, como la banca. El hecho de que bajaran los ingresos de las familias y de las pequeñas y medianas empresas explica que estas tuvieran que pedir prestado dinero a la banca, con lo cual, el tamaño del sector bancario se disparó. Hoy España es uno de los países con un sector bancario (en términos proporcionales) más elevado que hay entre los países desarrollados (tres veces mayor que en EEUU). Ahora bien, el hecho de que la demanda estuviera disminuyendo como consecuencia de la reducción de los salarios creó un problema grave para la economía, puesto que la rentabilidad de las inversiones financieras en áreas productivas (donde se producen los bienes y servicios) bajó (excepto en aquellas empresas dedicadas a las exportaciones), con lo cual tales inversiones financieras se trasladaron a sectores más rentables, como era y son los especulativos (como el sector inmobiliario), creando así las famosas burbujas, que al explotar crearon la gran crisis bancaria, unos bancos que fueron rescatados con el mayor acto de beneficencia que el Estado español haya realizado jamás durante el periodo democrático. La banca absorbió 61.000 millones de euros a costa de los impuestos derivados de la población (de la cual, repito, la mayoría son las clases populares).
El enorme crecimiento de las desigualdades
Por todo lo dicho, hemos visto una enorme redistribución de las rentas en España, que se han transferido de las clases populares al sector minoritario de la población que deriva sus rentas primordialmente de la propiedad de capital. Y los datos así lo muestran. Las rentas del trabajo (que son las rentas procedentes del trabajo, como por ejemplo salarios) como porcentaje de toda la renta nacional han ido descendiendo, mientras que las rentas del capital han ido aumentando. España es uno de los países donde hoy las rentas de trabajo son menores y las rentas de capital son mayores. Y es uno de los países con mayores desigualdades.
Ni que decir tiene que aquellos portavoces del capital le dirán que no escuchen tales observaciones, que son “pura demagogia” o que son “eslóganes izquierdistas” o algo peor. Escuchen al Sr. Rivera, presidente de Ciudadanos, el partido más próximo al IBEX-35, o lean al Sr. Garicano, director del equipo económico de tal partido y fundador del blog Nada es Gratis, y verán cómo utilizan estas expresiones, aunque el profesor Garicano lo suele hacer de una manera más sutil que el Sr. Rivera.
Pero le aconsejo al lector que mire los datos, los testarudos datos, y lo verá. El estándar de vida de la mayoría ha bajado en picado. Y mientras, las rentas del capital, que benefician a una minoría, han aumentado enormemente. Y con ello se ha perjudicado no solo la calidad de vida de la población, sino también el estado de la economía. A pesar de tantos recortes y tanto sacrificio, la deuda pública ha ido aumentando y el pago de intereses de esta deuda es el segundo capítulo del presupuesto del Estado. Tales políticas han sido un desastre. La famosa austeridad se ha convertido en un austericidio. Miren lo que pasa en Grecia, ya que esto podría pasar en España. Recortes y más recortes sin fin, hasta llegar a lo que pasa en aquel país. Ahora bien, a pesar del enorme desastre, estas políticas continúan aplicándose y exigiéndose tanto por Bruselas como por el establishment financiero y económico del país, que a través del gobierno del Partido Popular nos dice que hay que recortar ahora otros 10.000 millones para cubrir el agujero supuestamente creado por el exceso de crecimiento del gasto público social, resultado de la desmedida generosidad del Estado del Bienestar gestionado por las incompetentes CCAA. Y así proclama la sabiduría convencional.
La gran falacia del discurso neoliberal
El crecimiento de tal déficit, sin embargo, no tiene nada, repito, nada, que ver con la inexistente generosidad del Estado del Bienestar. Tiene que ver solo y exclusivamente con las políticas neoliberales que benefician al establishment económico-financiero y a las rentas superiores del país a través de los recortes de sus impuestos. Mírense los datos y lo verán.
Mientras se hacían estos recortes de gasto público, el gobierno del Partido Popular (y también, por cierto, el nuevo partido Ciudadanos, de clara tendencia neoliberal) propuso y aprobó una rebaja de impuestos que benefició primordialmente a las grandes empresas y a las rentas superiores, creando este incremento del déficit. En realidad, los profesionales del propio Ministerio de Hacienda ya lo advirtieron cuando el Sr. Rajoy anunció a bombo y platillo que bajaría los impuestos (en preparación de las elecciones de hace unos meses). El coste de la bajada de impuestos ha sido de 4.500 millones de euros procedentes del IRPF –que han beneficiado especialmente a las rentas superiores- y 1.500 millones del Impuesto de Sociedades (sumando, en total, 6.000 millones de euros), a los cuales hay que añadir otros 3.000 millones procedentes de la bajada de impuestos de la segunda fase de la reforma fiscal del 2016. Y ahí está la causa del incremento del déficit público del Estado, que no tiene nada que ver (repito, nada que ver) con el crecimiento del gasto público social, al cual se le exige que se reduzca todavía más. Ciudadanos, por cierto, también había propuesto para las últimas elecciones del 20D una bajada similar de impuestos, que en términos absolutos beneficiaria predominantemente a las rentas superiores. Ello hubiera significado un recorte de 2.000 millones de euros, que junto con los subsidios finales hubieran alcanzado la cifra de casi 10.000 millones de euros, creando un enorme agujero en las arcas del Estado, creciendo así el déficit público de este, lo que requeriría, de nuevo, según la ortodoxia neoliberal, más y más recortes.
¿Qué proponen el PSOE (que inició la política de austeridad) y Ciudadanos (gran apóstol del neoliberalismo en España) en su pacto?
Sobre los enormes recortes que han deteriorado enormemente el Estado del Bienestar español, el pacto PSOE-C’s dice poco, excepto prometer que no recortará más los servicios públicos fundamentales (sin citar cuáles son estos), punto que aparece después de subrayar que el mayor problema que tiene el Estado español es que el déficit público es de los más elevados de toda la UE y que el nivel de endeudamiento público parece inasumible (el 100% del PIB). El documento no dice que el crecimiento del déficit y de la deuda públicos haya sido resultado de las políticas neoliberales que el PSOE inició, el PP expandió y Ciudadanos aplaudió. Y más tarde, para tranquilizar tanto al establishment financiero-económico español como a su homólogo en Bruselas, promete plena lealtad al dogma neoliberal, poniendo como objetivo primordial mantener un firme compromiso con la estabilidad presupuestaria y con el cumplimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE.
Por lo demás, el pacto, en la parte de finanzas públicas, encaja claramente dentro del dogma neoliberal, presentando una versión “light” que lo diferencia de la versión “heavy” del neoliberalismo del PP. En ninguna parte aparecen medidas de estímulo de la demanda doméstica y estímulos económicos, salvo un incremento ínfimo del salario mínimo, y una renta garantizada de nivel muy reducido.
Un tanto igual ocurre con sus propuestas sobre cómo resolver la carencia de crédito. No dice nada sobre la necesaria expansión del sector público de la banca, corrigiendo la situación actual en la que España es uno de los países con menor sector bancario público. Sí aceptan lo que en su día algunos habíamos propuesto de utilizar el ICO como banco de inversiones, propuesta que fue ridiculizada, por cierto, por el gurú económico entonces del PSOE y ahora de El País, el economista José Carlos Díez. Pero no dice nada de ampliar el sector bancario público a nivel central, autonómico y municipal. La banca privada continuará dominando el sistema financiero. Y así una larga lista de deficiencias y limitaciones. Y puesto que tampoco hablan de estimular la economía y reducir el déficit a base de crecimiento, entonces tiene que asumirse que, por mucho que lo nieguen, la única alternativa que les queda para reducir el déficit es continuar con los recortes, con las enormes consecuencias negativas que estos tienen en la calidad de vida de las clases populares y de la eficiencia económica. La continuación de las políticas que han sido desastrosas para las clases populares, los recortes, también serán fatales para el bien hacer de la economía española.
Como he dicho en un párrafo anterior, la diferencia entre las políticas económicas y sociales del Partido Popular y las de la coalición PSOE-C’s es que las primeras son la versión “heavy”, mientras que las segundas son la versión “light”, aunque en áreas de mercado laboral las propuestas de Ciudadanos, aceptadas en este pacto, son incluso más duras que las del PP (ver mi artículo “Ciudadanos es la misma derecha que el PP”, Público, 19.05.15)
¿Por qué el PSOE escoge a Ciudadanos como principal aliado para formar gobierno?
En contra de lo que hoy abrumadoramente están indicando los mayores medios de información, el PSOE tenía y tiene otra alternativa a la alianza con Ciudadanos. Los datos y los números están ahí para verlo. Lo he explicado extensamente. Aliándose con los partidos de izquierdas y con el PNV habría podido establecer un gobierno claramente progresista que hubiera aplicado medidas de aumento de la demanda doméstica y de creación de empleo en sectores clave para la recuperación económica, rompiendo claramente con el dogma neoliberal que ha sido enormemente perjudicial para el bienestar de la población y para el desarrollo equitativo y eficiente de la economía, hoy en situación deplorable.
¿Por qué no lo ha hecho? Podría haberlo hecho y no lo ha hecho. Y es de esto de lo que no se habla en los medios de información y persuasión que están intentando culpabilizar a Podemos de la responsabilidad de que no haya gobierno, abriendo la posibilidad de que una alianza del PP con Ciudadanos en una próxima legislatura continúe con estas políticas, que es el sueño del establishment financiero-económico que domina la vida política y mediática del país.
El que ni siquiera se haya considerado una alianza con Podemos desde el principio es porque la dirección del PSOE y de su equipo económico es mucho más cercana a la de Ciudadanos que a la de Podemos. Sus intereses de clase (categoría que ya ha desaparecido de la narrativa permitida en la sabiduría convencional) coinciden. Y de ahí que los intereses de tal aparato están anteponiéndose a los intereses de las clases populares que todavía los votan. Hoy existía una gran posibilidad de cambiar de página en la historia de España, y en cambio, los intereses de la minoría que ha controlado este aparato han predominado. Es no solo una lástima, sino un enorme error de dimensiones históricas.
Una última observación: los silencios de sectores de las izquierdas
Me sorprende que personas a las que tengo gran respeto y que, por su trayectoria académica y/o política, considero como personas de izquierdas –como por ejemplo dirigentes de la Fundación Alternativas, como Nicolás Sartorius e incluso algunos dirigentes de CCOO- estén apoyando el pacto basado en el eje PSOE-C’s (con Podemos como apéndice), sin nunca considerar la otra alternativa, la de establecer una coalición anti-austeridad y anti-neoliberal, rompiendo con las políticas neoliberales que han causado tanto daño.
Podría entender que prefirieran más la alternativa “light” a la “heavy” neoliberal si no hubiera otra alternativa. Pero la hay, lo cual me lleva a preguntarme ¿por qué ni siquiera han considerado una alternativa al neoliberalismo? Hago la pregunta sin ninguna intención partidista, aceptando que puede que yo esté equivocado. Pero creo que la ciudadanía se merece una explicación. ¿Por qué la han rechazado? ¿Ha sido porque temen que tal alianza llevara a una ruptura de España? Si es así, creo que están profundamente equivocados. Son precisamente el PP y Ciudadanos los mayores defensores de las políticas neoliberales, y son también ellos los que están defendiendo una visión de España que lleva directamente a su ruptura. ¿Qué no ven lo que está ocurriendo en este país? ¿Qué no ven que la cerrazón del PP y ahora de Ciudadanos (y sectores del PSOE) están llevando al crecimiento del independentismo en lo que la capital del Reino llama “la periferia” (ver mi artículo “Los dos grandes y graves problemas que tiene España”, Público, 07.04.16)? A no ser que se redefina España en las líneas que la resistencia de las izquierdas contra la dictadura había propuesto, lo que permitiría el surgimiento de un Estado auténticamente plurinacional, el futuro de la España uninacional es claramente incierto.
La otra respuesta podría ser que desconfían que Podemos tenga la suficiente capacidad organizativa para llevar a cabo su programa electoral. Tal argumento podría tener validez excepto que en base a la experiencia existente carece de credibilidad. Partidos emergentes que no existían antes como En Comú Podem, En Marea o Compromís están hoy gobernando, cuando no existían hasta hace muy poco. Y lo están haciendo mejor que los anteriores. Por otra parte, en esta coalición habría partidos como IU y como el mismo PSOE, que tienen una organización que puede, cambiando de orientación en el caso del PSOE, romper con el neoliberalismo imperante. ¿Cuál es entonces el problema?
He vivido en muchos países y he vivido muchas experiencias, pero no creo exagerado que hoy estemos, tanto en Catalunya como en el resto de España, así como en Europa, en una situación histórica, llena también de amenazas, pero también de oportunidades. Si ahora no se aprovechan estas oportunidades, será mucho más difícil poder alcanzar el nivel de desarrollo democrático y social que el país se merece.
Ruego, y hago una petición a las fuerzas progresistas, incluyendo a los sindicatos, para que se movilicen para forzar que el PSOE escoja otros aliados de manera que se puedan iniciar los cambios por los que tantos han luchado a lo largo de nuestra historia y que hoy no están entre nosotros (muchísimos de ellos socialistas), para romper con el neoliberalismo y recuperar aquel precioso proyecto de desarrollo de una sociedad justa y democrática, en la que se prioricen las necesidades humanas sobre el afán de lucro y la acumulación de capital, según aquella frase tan significativa “a cada uno según su necesidad, de cada uno según su habilidad y capacidad”. Hago un ruego especial a los miembros y simpatizantes del PSOE para que se movilicen presionando a su dirección para que cambie de aliados. Con la alianza que el aparato ha escogido es imposible realizar aquel principio, que se está hoy jugando en la definición de qué tipo de gobierno se desea. No hacerlo es permitir que continúe la pesadilla que hemos estado viviendo estos años bajo distinto nombre. Por el bien de las clases populares de todos los pueblos y naciones de España, espero que así lo hagan.
Fuente: http://www.vnavarro.org/?p=13203
Es importante subrayar que el Ministro de Hacienda Montoro ha atribuido inmediatamente el crecimiento del déficit público del Estado español al excesivo gasto registrado por la Seguridad Social y por las Comunidades Autónomas (CCAA). Y puesto que la mayor parte del gasto público de estas CCAA es gasto público social, se concluye –según la explicación dada por el ministro Montoro- que es el excesivo crecimiento del Estado del Bienestar (es decir, de las transferencias y de los servicios públicos como educación, sanidad, servicios sociales, escuelas de infancia, servicios domiciliarios, ayudas a las familias y un largo etcétera que son gestionados por las CCAA) lo que está causando este inesperado crecimiento del déficit público del Estado.
Los recortes de gasto público social que se han hecho y que continúan haciéndose y exigiéndose
Hay que añadir que estos recortes se sumarán a los enormes recortes de las transferencias y servicios públicos del Estado del Bienestar que ya se han producido durante estos años de la Gran Recesión. Comisiones Obreras (CCOO) acaba de publicar un excelente y detallado informe que confirma lo que algunos (muy pocos) hemos estado señalando durante todos estos años de aplicación de la austeridad, mostrando que tales políticas de recortes estaban afectando muy negativamente el bienestar y calidad de vida de las clases populares en España (ver mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante, Anagrama, 2015). Durante el periodo 2009-2014 se han recortado nada menos que 78.164 millones de euros en el gasto público (la mayoría en el gasto público social), de los cuales casi 10.000 millones han sido en sanidad pública (lo que ha tenido un impacto muy negativo en la cobertura y calidad del sistema público de sanidad); 7.394 millones en educación, causando grandes recortes en las escuelas públicas (aun cuando en las escuelas concertadas –que atienden al sector de la población con mayores ingresos- los recortes han sido menores); 7.200 millones en prestaciones sociales a la población en situación de paro (y ello a pesar de doblarse la tasa de desempleo); y así una larga lista de recortes.
Tales recortes han significado una gran merma de recursos en uno de los Estados del Bienestar menos financiados de la UE-15 (el grupo de países de la Unión Europea de semejante nivel de desarrollo al español). España tenía ya antes de la crisis uno de los gastos públicos sociales por habitante más bajos de la UE-15 (ver mi libro El subdesarrollo social de España. Causas y consecuencias, Anagrama, 2006), situación que ha incluso empeorado como consecuencia de que España haya sido el país –junto con Grecia– donde los recortes han sido de mayor cantidad e intensidad. No es, pues, una exageración hablar de un “ataque” a las transferencias y servicios públicos del Estado del Bienestar. Y todo ello se ha realizado como consecuencia de la aplicación de políticas públicas de claro signo neoliberal que, como demuestra la evidencia publicada que he mostrado en mis escritos, han tenido un efecto devastador en el bienestar de las clases populares.
¿Por qué se están haciendo tales recortes?
El lector debe preguntarse el porqué de tales recortes. Y mirando los grandes canales televisivos del país y leyendo los grandes rotativos, verán que la respuesta a esta pregunta ha sido que era necesario hacerlo porque el Estado español se había gastado más de lo que tenía, creando un déficit público enorme, responsable de un insostenible nivel de deuda pública. De ahí la necesidad de que el Estado se adelgazara. Las voces más insistentes en dar esta explicación han sido los mayores componentes del establishment financiero y económico del país (es decir, las grandes empresas financieras, como los bancos, y las grandes corporaciones manufactureras y de servicios, cuya máxima expresión es el IBEX-35) que tienen en España una enorme influencia en los establishments político-mediáticos y que, a través de la financiación de revistas, blogs –como Nada es Gratis- y la prensa económica, configuran la sabiduría convencional en las áreas económicas.
Ahora bien, la experiencia acumulada durante estos años muestra la gran falsedad de esta explicación, comenzando con el hecho de que cuando la crisis se inició, el Estado no tenía déficit, sino superávit, es decir, el Estado ingresaba más dinero del que se gastaba. Fueron precisamente los enormes recortes del gasto público (incluyendo una enorme reducción del gasto público social) los que contribuyeron (junto con las reformas laborales iniciadas por el gobierno del PSOE -y expandidas por el gobierno del Partido Popular –que deterioraron el mercado laboral, incrementando la precariedad y bajando los salarios) a disminuir la capacidad adquisitiva de la población (la mayoría de la cual, repito, pertenece a las clases populares) y, por lo tanto, al descenso de la demanda, y con ello a la reducción del crecimiento económico. En realidad, el bajón fue tal que el PIB llegó a reducirse nada menos que un 7%. El país se empobreció.
Pero no todos se empobrecieron. A algunos –una minoría- les fue muy bien, por ejemplo al capital financiero, como la banca. El hecho de que bajaran los ingresos de las familias y de las pequeñas y medianas empresas explica que estas tuvieran que pedir prestado dinero a la banca, con lo cual, el tamaño del sector bancario se disparó. Hoy España es uno de los países con un sector bancario (en términos proporcionales) más elevado que hay entre los países desarrollados (tres veces mayor que en EEUU). Ahora bien, el hecho de que la demanda estuviera disminuyendo como consecuencia de la reducción de los salarios creó un problema grave para la economía, puesto que la rentabilidad de las inversiones financieras en áreas productivas (donde se producen los bienes y servicios) bajó (excepto en aquellas empresas dedicadas a las exportaciones), con lo cual tales inversiones financieras se trasladaron a sectores más rentables, como era y son los especulativos (como el sector inmobiliario), creando así las famosas burbujas, que al explotar crearon la gran crisis bancaria, unos bancos que fueron rescatados con el mayor acto de beneficencia que el Estado español haya realizado jamás durante el periodo democrático. La banca absorbió 61.000 millones de euros a costa de los impuestos derivados de la población (de la cual, repito, la mayoría son las clases populares).
El enorme crecimiento de las desigualdades
Por todo lo dicho, hemos visto una enorme redistribución de las rentas en España, que se han transferido de las clases populares al sector minoritario de la población que deriva sus rentas primordialmente de la propiedad de capital. Y los datos así lo muestran. Las rentas del trabajo (que son las rentas procedentes del trabajo, como por ejemplo salarios) como porcentaje de toda la renta nacional han ido descendiendo, mientras que las rentas del capital han ido aumentando. España es uno de los países donde hoy las rentas de trabajo son menores y las rentas de capital son mayores. Y es uno de los países con mayores desigualdades.
Ni que decir tiene que aquellos portavoces del capital le dirán que no escuchen tales observaciones, que son “pura demagogia” o que son “eslóganes izquierdistas” o algo peor. Escuchen al Sr. Rivera, presidente de Ciudadanos, el partido más próximo al IBEX-35, o lean al Sr. Garicano, director del equipo económico de tal partido y fundador del blog Nada es Gratis, y verán cómo utilizan estas expresiones, aunque el profesor Garicano lo suele hacer de una manera más sutil que el Sr. Rivera.
Pero le aconsejo al lector que mire los datos, los testarudos datos, y lo verá. El estándar de vida de la mayoría ha bajado en picado. Y mientras, las rentas del capital, que benefician a una minoría, han aumentado enormemente. Y con ello se ha perjudicado no solo la calidad de vida de la población, sino también el estado de la economía. A pesar de tantos recortes y tanto sacrificio, la deuda pública ha ido aumentando y el pago de intereses de esta deuda es el segundo capítulo del presupuesto del Estado. Tales políticas han sido un desastre. La famosa austeridad se ha convertido en un austericidio. Miren lo que pasa en Grecia, ya que esto podría pasar en España. Recortes y más recortes sin fin, hasta llegar a lo que pasa en aquel país. Ahora bien, a pesar del enorme desastre, estas políticas continúan aplicándose y exigiéndose tanto por Bruselas como por el establishment financiero y económico del país, que a través del gobierno del Partido Popular nos dice que hay que recortar ahora otros 10.000 millones para cubrir el agujero supuestamente creado por el exceso de crecimiento del gasto público social, resultado de la desmedida generosidad del Estado del Bienestar gestionado por las incompetentes CCAA. Y así proclama la sabiduría convencional.
La gran falacia del discurso neoliberal
El crecimiento de tal déficit, sin embargo, no tiene nada, repito, nada, que ver con la inexistente generosidad del Estado del Bienestar. Tiene que ver solo y exclusivamente con las políticas neoliberales que benefician al establishment económico-financiero y a las rentas superiores del país a través de los recortes de sus impuestos. Mírense los datos y lo verán.
Mientras se hacían estos recortes de gasto público, el gobierno del Partido Popular (y también, por cierto, el nuevo partido Ciudadanos, de clara tendencia neoliberal) propuso y aprobó una rebaja de impuestos que benefició primordialmente a las grandes empresas y a las rentas superiores, creando este incremento del déficit. En realidad, los profesionales del propio Ministerio de Hacienda ya lo advirtieron cuando el Sr. Rajoy anunció a bombo y platillo que bajaría los impuestos (en preparación de las elecciones de hace unos meses). El coste de la bajada de impuestos ha sido de 4.500 millones de euros procedentes del IRPF –que han beneficiado especialmente a las rentas superiores- y 1.500 millones del Impuesto de Sociedades (sumando, en total, 6.000 millones de euros), a los cuales hay que añadir otros 3.000 millones procedentes de la bajada de impuestos de la segunda fase de la reforma fiscal del 2016. Y ahí está la causa del incremento del déficit público del Estado, que no tiene nada que ver (repito, nada que ver) con el crecimiento del gasto público social, al cual se le exige que se reduzca todavía más. Ciudadanos, por cierto, también había propuesto para las últimas elecciones del 20D una bajada similar de impuestos, que en términos absolutos beneficiaria predominantemente a las rentas superiores. Ello hubiera significado un recorte de 2.000 millones de euros, que junto con los subsidios finales hubieran alcanzado la cifra de casi 10.000 millones de euros, creando un enorme agujero en las arcas del Estado, creciendo así el déficit público de este, lo que requeriría, de nuevo, según la ortodoxia neoliberal, más y más recortes.
¿Qué proponen el PSOE (que inició la política de austeridad) y Ciudadanos (gran apóstol del neoliberalismo en España) en su pacto?
Sobre los enormes recortes que han deteriorado enormemente el Estado del Bienestar español, el pacto PSOE-C’s dice poco, excepto prometer que no recortará más los servicios públicos fundamentales (sin citar cuáles son estos), punto que aparece después de subrayar que el mayor problema que tiene el Estado español es que el déficit público es de los más elevados de toda la UE y que el nivel de endeudamiento público parece inasumible (el 100% del PIB). El documento no dice que el crecimiento del déficit y de la deuda públicos haya sido resultado de las políticas neoliberales que el PSOE inició, el PP expandió y Ciudadanos aplaudió. Y más tarde, para tranquilizar tanto al establishment financiero-económico español como a su homólogo en Bruselas, promete plena lealtad al dogma neoliberal, poniendo como objetivo primordial mantener un firme compromiso con la estabilidad presupuestaria y con el cumplimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE.
Por lo demás, el pacto, en la parte de finanzas públicas, encaja claramente dentro del dogma neoliberal, presentando una versión “light” que lo diferencia de la versión “heavy” del neoliberalismo del PP. En ninguna parte aparecen medidas de estímulo de la demanda doméstica y estímulos económicos, salvo un incremento ínfimo del salario mínimo, y una renta garantizada de nivel muy reducido.
Un tanto igual ocurre con sus propuestas sobre cómo resolver la carencia de crédito. No dice nada sobre la necesaria expansión del sector público de la banca, corrigiendo la situación actual en la que España es uno de los países con menor sector bancario público. Sí aceptan lo que en su día algunos habíamos propuesto de utilizar el ICO como banco de inversiones, propuesta que fue ridiculizada, por cierto, por el gurú económico entonces del PSOE y ahora de El País, el economista José Carlos Díez. Pero no dice nada de ampliar el sector bancario público a nivel central, autonómico y municipal. La banca privada continuará dominando el sistema financiero. Y así una larga lista de deficiencias y limitaciones. Y puesto que tampoco hablan de estimular la economía y reducir el déficit a base de crecimiento, entonces tiene que asumirse que, por mucho que lo nieguen, la única alternativa que les queda para reducir el déficit es continuar con los recortes, con las enormes consecuencias negativas que estos tienen en la calidad de vida de las clases populares y de la eficiencia económica. La continuación de las políticas que han sido desastrosas para las clases populares, los recortes, también serán fatales para el bien hacer de la economía española.
Como he dicho en un párrafo anterior, la diferencia entre las políticas económicas y sociales del Partido Popular y las de la coalición PSOE-C’s es que las primeras son la versión “heavy”, mientras que las segundas son la versión “light”, aunque en áreas de mercado laboral las propuestas de Ciudadanos, aceptadas en este pacto, son incluso más duras que las del PP (ver mi artículo “Ciudadanos es la misma derecha que el PP”, Público, 19.05.15)
¿Por qué el PSOE escoge a Ciudadanos como principal aliado para formar gobierno?
En contra de lo que hoy abrumadoramente están indicando los mayores medios de información, el PSOE tenía y tiene otra alternativa a la alianza con Ciudadanos. Los datos y los números están ahí para verlo. Lo he explicado extensamente. Aliándose con los partidos de izquierdas y con el PNV habría podido establecer un gobierno claramente progresista que hubiera aplicado medidas de aumento de la demanda doméstica y de creación de empleo en sectores clave para la recuperación económica, rompiendo claramente con el dogma neoliberal que ha sido enormemente perjudicial para el bienestar de la población y para el desarrollo equitativo y eficiente de la economía, hoy en situación deplorable.
¿Por qué no lo ha hecho? Podría haberlo hecho y no lo ha hecho. Y es de esto de lo que no se habla en los medios de información y persuasión que están intentando culpabilizar a Podemos de la responsabilidad de que no haya gobierno, abriendo la posibilidad de que una alianza del PP con Ciudadanos en una próxima legislatura continúe con estas políticas, que es el sueño del establishment financiero-económico que domina la vida política y mediática del país.
El que ni siquiera se haya considerado una alianza con Podemos desde el principio es porque la dirección del PSOE y de su equipo económico es mucho más cercana a la de Ciudadanos que a la de Podemos. Sus intereses de clase (categoría que ya ha desaparecido de la narrativa permitida en la sabiduría convencional) coinciden. Y de ahí que los intereses de tal aparato están anteponiéndose a los intereses de las clases populares que todavía los votan. Hoy existía una gran posibilidad de cambiar de página en la historia de España, y en cambio, los intereses de la minoría que ha controlado este aparato han predominado. Es no solo una lástima, sino un enorme error de dimensiones históricas.
Una última observación: los silencios de sectores de las izquierdas
Me sorprende que personas a las que tengo gran respeto y que, por su trayectoria académica y/o política, considero como personas de izquierdas –como por ejemplo dirigentes de la Fundación Alternativas, como Nicolás Sartorius e incluso algunos dirigentes de CCOO- estén apoyando el pacto basado en el eje PSOE-C’s (con Podemos como apéndice), sin nunca considerar la otra alternativa, la de establecer una coalición anti-austeridad y anti-neoliberal, rompiendo con las políticas neoliberales que han causado tanto daño.
Podría entender que prefirieran más la alternativa “light” a la “heavy” neoliberal si no hubiera otra alternativa. Pero la hay, lo cual me lleva a preguntarme ¿por qué ni siquiera han considerado una alternativa al neoliberalismo? Hago la pregunta sin ninguna intención partidista, aceptando que puede que yo esté equivocado. Pero creo que la ciudadanía se merece una explicación. ¿Por qué la han rechazado? ¿Ha sido porque temen que tal alianza llevara a una ruptura de España? Si es así, creo que están profundamente equivocados. Son precisamente el PP y Ciudadanos los mayores defensores de las políticas neoliberales, y son también ellos los que están defendiendo una visión de España que lleva directamente a su ruptura. ¿Qué no ven lo que está ocurriendo en este país? ¿Qué no ven que la cerrazón del PP y ahora de Ciudadanos (y sectores del PSOE) están llevando al crecimiento del independentismo en lo que la capital del Reino llama “la periferia” (ver mi artículo “Los dos grandes y graves problemas que tiene España”, Público, 07.04.16)? A no ser que se redefina España en las líneas que la resistencia de las izquierdas contra la dictadura había propuesto, lo que permitiría el surgimiento de un Estado auténticamente plurinacional, el futuro de la España uninacional es claramente incierto.
La otra respuesta podría ser que desconfían que Podemos tenga la suficiente capacidad organizativa para llevar a cabo su programa electoral. Tal argumento podría tener validez excepto que en base a la experiencia existente carece de credibilidad. Partidos emergentes que no existían antes como En Comú Podem, En Marea o Compromís están hoy gobernando, cuando no existían hasta hace muy poco. Y lo están haciendo mejor que los anteriores. Por otra parte, en esta coalición habría partidos como IU y como el mismo PSOE, que tienen una organización que puede, cambiando de orientación en el caso del PSOE, romper con el neoliberalismo imperante. ¿Cuál es entonces el problema?
He vivido en muchos países y he vivido muchas experiencias, pero no creo exagerado que hoy estemos, tanto en Catalunya como en el resto de España, así como en Europa, en una situación histórica, llena también de amenazas, pero también de oportunidades. Si ahora no se aprovechan estas oportunidades, será mucho más difícil poder alcanzar el nivel de desarrollo democrático y social que el país se merece.
Ruego, y hago una petición a las fuerzas progresistas, incluyendo a los sindicatos, para que se movilicen para forzar que el PSOE escoja otros aliados de manera que se puedan iniciar los cambios por los que tantos han luchado a lo largo de nuestra historia y que hoy no están entre nosotros (muchísimos de ellos socialistas), para romper con el neoliberalismo y recuperar aquel precioso proyecto de desarrollo de una sociedad justa y democrática, en la que se prioricen las necesidades humanas sobre el afán de lucro y la acumulación de capital, según aquella frase tan significativa “a cada uno según su necesidad, de cada uno según su habilidad y capacidad”. Hago un ruego especial a los miembros y simpatizantes del PSOE para que se movilicen presionando a su dirección para que cambie de aliados. Con la alianza que el aparato ha escogido es imposible realizar aquel principio, que se está hoy jugando en la definición de qué tipo de gobierno se desea. No hacerlo es permitir que continúe la pesadilla que hemos estado viviendo estos años bajo distinto nombre. Por el bien de las clases populares de todos los pueblos y naciones de España, espero que así lo hagan.
Fuente: http://www.vnavarro.org/?p=13203
Suscribirse a:
Entradas (Atom)