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domingo, 29 de octubre de 2017

“¡Ah, la Catalogne!”. (Vista desde París)

En una pequeña librería del barrio latino de París tiene su sede el IREMMO, un centro de estudios independiente “sobre el Mediterráneo y Oriente Medio”, una pequeña pero importante institución parisina. Sus coloquios suelen ser interesantes porque la gente que participa en ellos, con alguna salvedad periodística, suele ser competente. Intento asistir a ellos cuando el tema me interesa, pese al gran inconveniente de que muchas sesiones son a media tarde, justo en la franja horaria en la que los plumíferos elaboramos nuestras incomprendidas joyas de la historia literaria mundial que ya no sirven ni para envolver bocadillos.

El caso es que el IREMMO, que suele enfocar su actividad hacia Oriente Medio se acordó de que lugares como Catalunya también forman parte de ese Mediterráneo que está en sus siglas y dedicó el miércoles un coloquio al procés. El intento de los franceses por entender lo que está ocurriendo en España ha dado lugar a muchos bandazos. En pocas semanas la editorial de Le Monde pasaba de recomendar a Rajoy que siguiera el ejemplo de Cameron con Escocia, a condenar como “vendedor de ilusiones” y “estratega de la tensión” a Puigdemont, que no consiguió ser recibido por nadie en París. La segunda editorial de Le Monde causó crujir de dientes en Barcelona. En las redes sociales se intentó explicar en, “el 15% que el grupo Prisa tiene en el diario francés”, obviando que las editoriales que Le Figaro dedicó al independentismo (“Un desastre indecente”) no fueron a la zaga.

Un debate sin histerias
El diario conservador del grupo Dassault acusó a los independentistas, en una tribuna del consejero de Estado Jean-Éric Schoettl, de, “intolerantes y autoritarios” por, “querer extirpar la parte hispánica” que los catalanes llevan dentro. En el referido coloquio del barrio latino, los tonos fueron mucho más sosegados. No había ibéricos en el público, compuesto por gente predominantemente madura y más bien inclinada a la izquierda, con lo que el ambiente se benefició de la ausencia de pasión de quienes no están emocionalmente implicados. Los ponentes eran los profesores Cyril Trépier y Christian Hoarau, que ofrecieron muchos elementos de historia, de sociología electoral y demás, para intentar dilucidar el enigma que el asunto plantea a los franceses: ¿por qué en uno de los países más descentralizados de Europa, una de las regiones con mayor soberanía y competencias autónomas quiere independizarse? Tanto Trépier como Hoarau tienen libros publicados sobre Catalunya, uno de ellos con prólogo de Artur Mas. El segundo resumió la situación a la que se ha llegado en dos elementos explicativos: 1- El Estado privilegió la inercia y cuando se dio cuenta de que el asunto estallaba fue a la confrontación y 2-Los independentistas apostaron por la ruptura con mediación de la UE, algo poco realista, en defecto de un pacto.

Falta de visión a ambos lados
Las preguntas del público en este amable coloquio fueron las siguientes, por orden de aparición; ¿Cual es el papel de Podemos en esta crisis? ¿Qué diferencias hay entre la autonomía vasca y la catalana? ¿Cómo explicar la reacción fuerte del Estado al referéndum ilegal? ¿De dónde sale esa ilusión hacia la mediación de la UE? ¿Recibe o escucha alguien en Bruselas a los independentistas? ¿Hay peligro de guerra civil? ¿Qué pinta el franquismo en todo esto? y, finalmente, ¿Qué habría que hacer? Los ponentes apenas mencionaron dos aspectos fundamentales del gran contexto de la situación española: el enorme sufrimiento que la crisis económica tiene sobre la población ibérica más humilde, y la delicada situación que la crisis plantea para la legitimidad de los dos gobiernos implicados, conectados por ese fenomenal río de corrupción que une Madrid con Barcelona y que convierte a los nacionalismos en enormes recursos políticos. A partir de ahí, inocentes sorpresas ante la falta de respuestas solidarias y comprensivas en Europa y ante la reacción de fuerza del Estado y su amenaza de liquidar, simplemente, la autonomía.

“El gobierno catalán asumió el riesgo de una situación que no era impensable y de la que el 1-0 la primera víctima no fueron las instituciones sino la población”, dijeron. Esperanzas en que Rajoy no lleve demasiado lejos la “humillación” que la situación le brinda en bandeja y cuya salida menos mala sería la electoral. En resumen la conclusión: “una crisis que no ha sido gestionada con visión, ni por una parte ni por la otra”. Eso y la certeza de que un coloquio así, tranquilo y desapasionado, sería muy difícil en la España de hoy.

https://rafaelpoch.com/2017/10/28/ah-la-catalogne-vista-desde-paris/#more-63

jueves, 19 de octubre de 2017

_- Francia. Los recortes de Macron logran la primera unidad sindical en diez años

La Vanguardia

Varios centenares de miles de funcionarios pararon o salieron a la calle en protesta en Francia contra la degradación de la función pública, en un momento en el que el Gobierno del joven y voluntarioso presidente Emmanuel Macron se dispone a aplicar nuevos recortes.

El cuchillo del recorte social neoliberal corta muy fino en Francia pero el suyo es un corte constante: desde hace treinta años, una generación. Y parece que empieza a tocar hueso. Basta con conversar con cualquier funcionario del sistema hospitalario o enseñante del sistema de la educación nacional. Siempre la misma descripción: profesionales agotados, centros en estrés y frustración, mucha frustración, sobre todo entre los funcionarios veteranos que tienen una perspectiva biográfica de la lenta degradación.

jueves, 28 de septiembre de 2017

Europa nos salvará

La Vanguardia

Hay una esperanza infantil en que «Europa», léase la Unión Europea, acabe resolviendo de alguna forma la crisis catalana. Es una tesis que sugieren todo tipo de vendedores de alfombras, sean periodistas o políticos.

La simple y cruda realidad es que a la Unión Europea no le impresionan mucho los referéndums ni los movimientos populares. Lo demostró de forma bien clara en Grecia. En 2015 hubo allá un referéndum, ordenado e impecable, en el que el 61% votó contra la austeridad. La respuesta de la UE fue castigar a la sociedad griega con un programa de austeridad aun más estricto. En las crisis griega o chipriota la UE demostró que es perfectamente capaz de organizar situaciones parecidas a las de un golpe de estado. Con el brexit no ha tenido más remedio que aceptar el resultado de un referéndum, pero lo ha hecho con manifiesto mal humor.

Con el intento de referéndum catalán el asunto tiene pocos secretos. La UE nunca se pondrá del lado de las aspiraciones populares, incluso si estas estuvieran unidas al 80% y dirigidas por políticos hábiles, lo que no es el caso.

En los últimos años del siglo XX muchos países lograron su independencia, en la ex URSS, en los Balcanes y hasta en Sudan, pero todas esas independencias contaban con la bendición de los grandes poderes hegemónicos; Estados Unidos, la OTAN, la UE, el FMI. La disgregación de la URSS y de Yugoslavia formaba parte del programa histórico de ese poder hacia esos países adversarios. Es algo que no puede decirse de España, cuyo gobierno es socio fiel de la OTAN y aplicado vasallo de los designios del neoliberalismo. Mencionar a Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Croacia, etc., como precedentes para Catalunya, es perder de vista lo más básico en la comprensión del mundo.

Dejando de lado el consensuado divorcio checoslovaco, que no contradijo ningún interés esencial, la actitud de la UE hacia los separatismos ha venido siempre guiada por el mismo norte: favoreció la independencia de Kosovo, incluso militarmente, pero se opuso a otros separatismos en Abjazia, Osetia o en Crimea y Ucrania oriental.

El factor popular la Unión Europea se lo pasa por el arco del triunfo, a menos que esté en línea con los intereses oligárquicos y hegemónicos que son los suyos.
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http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/2017/09/21/europa-nos-salvara-34457/

lunes, 3 de julio de 2017

Hay poco triunfalismo, mucha expectación y algunas profecías de consuelo. La victoria de Macron sobre fondo de abstención intriga a Francia.

Rafael Poch
La Vanguardia

Más allá del hecho, claro y bien medido, de la histórica derrota de los “sectores populares” y del soberanismo nacional en las instituciones francesas, la interpretación de la victoria del macronismo en el último ciclo electoral francés (presidenciales seguidas de legislativas) intriga al país.

El único matiz de esa derrota es la abstención, el hecho de que la mayoría de los franceses no han participado en las elecciones (57% sin contar 9,5 millones de ausentes del censo) y que la base real del nuevo poder triunfante -dotado de plenos poderes y con mayorías en las instituciones- ronda el 16% y brilla en su base social por la ausencia de los llamados “sectores populares”, la Francia de los de abajo. Pero, a partir de ahí ¿qué conclusiones?

¿Hay una espera entre curiosa e indulgente rodeando al macronismo y su pretendida “renovación” neoliberal, a la vez de izquierdas y de derechas, o toda esa abstención que supera en diez millones de almas al voto al partido presidencial es un gruñido social presto a explosionar?

Esta segunda interpretación es la preferida por la izquierda, que tras su éxito de abril (19% del voto) se encuentra ahora con 27 míseros diputados (sobre 577) y contenta de haber logrado grupo parlamentario. Sin embargo, lo menos que puede decirse es que si el nuevo poder es frágil, a la abstención de 6 de cada 10 franceses tampoco le falta ambiguedad.

El líder izquierdista Jean-Luc Mélenchon, que en 2014 ya profetizó que “las de 2017 no serán unas elecciones, será una insurrección”, dice ahora que la abstención está cargada de “contenido político ofensivo” y que es una “huelga general cívica”, pero la simple realidad es que al día de hoy, y encuestas en mano, la abstención puede también interpretarse como quietismo conformista.

Mélenchon profetiza ahora, “un choque social terrible” y espera “el acontecimiento”, una chispa (en ruso iskra, así se llamaba la revista de Lenin) que encienda el panorama, como sucedió en Túnez con el suicidio de un joven que desencadenó la revolución ciudadana. “No se sabe qué será lo que prenderá la mecha, pero ya está encendida”, ha dicho en una entrevista con el semanario Society.

Todo eso es conjetura. En la propia circunscripción marsellesa de Mélenchon la abstención ha sido superior al 64%, siete puntos por encima de la media nacional. Y el electorado de la izquierda, 7 millones el pasado 23 de abril, se ha quedado en un 60% en casa en las legislativas. La situación es enormemente ambigua, para todos, y a nadie se le escapa.

“Mayoría absoluta, victoria relativa”, titula el muy macronista Le Monde en su edición de hoy. “Nunca una mayoría tan imponente se ha producido con tan pocos electores, jamás un poder presidencial tan fuerte había reposado sobre una base tan exigua”, señala la editorial del conservador Le Figaro. Si la expectativa de la izquierda tiene algo de tomar deseos por realidad y de obviar la incontestable derrota popular en las instituciones, la derecha no las tiene todas consigo. La victoria, “no ha suscitado ningún movimiento de entusiasmo alrededor de la persona, ni de sus candidatos, ni de su proyecto. Domina la expectación”, constata Le Figaro. La Francia plebeya se ha retirado pero en algún momento puede girarse con formas difícilmente controlables, observa el diario conservador.

http://www.lavanguardia.com/edicion-impresa/20170620/423516687149/la-victoria-de-macron-sobre-fondo-de-abstencion-intriga-a-francia.html

domingo, 21 de mayo de 2017

Entrevista a Henri Sterdyniak, especialista francés en sistemas de jubilación. “El plan es bajar un 20 % las pensiones”

"El sistema francés que Macron quiere reformar es generoso. Los jubilados franceses tienen el mismo nivel de vida que el conjunto de la población, entre ellos hay pocos pobres, muchos menos que en Alemania"

PARÍS - En Francia todavía hay grandes centros de estudios económicos independientes del interés privado. Casi una rareza europea. Creado en 1981 por el gobierno y vinculado a la universidad, el Observatorio Francés de Coyunturas Económicas (OFCE) es uno de ellos. El economista Henri Sterdyniak es director de departamento del OFCE y uno de los mayores especialistas en sistemas de jubilación. En esta entrevista explica el funcionamiento del sistema francés y las propuestas para su reforma.

P- ¿Cuál es la especificidad del sistema de pensiones francés en el contexto europeo?
Que es completamente público y relativamente generoso, porque los jubilados tienen más o menos el mismo nivel de vida que el conjunto de la población y entre ellos hay un nivel de pobreza muy bajo. La peculiaridad de Francia para los trabajadores del sector privado es que hay un régimen general al que si se le suman los regimenes complementarios decididos por sindicatos y patronal en acuerdos de empresa, que son igualmente públicos y obligatorios, hace que, en general, las pensiones de jubilación sean satisfactorias.

P-¿Qué diferencia con los alemanes?
Que en Francia el nivel de vida de los jubilados es el mismo que el resto de la población mientras que en Alemania son mucho más pobres, con un nivel de vida que representa el 80% del resto de la población. Desde las reformas Hartz (2002, aplicadas entre 2003 y 2005 en la llamada "Agenda 2010" del canciller Schröder) se desarrolló un sistema privado, por capitalización, mientras que Francia se ha mantenido en un sistema completamente público y social.

P- ¿Esa diferencia explicaría la insistencia alemana en recuperar todas las deudas bancarias, porque, entre otras cosas, esas deudas contienen los dineros de las capitalizaciones de las pensiones que se invirtieron en ciertas aventuras…?
Sí, los franceses no pusieron las pensiones en el mercado financiero…

P- Además, hay otra tendencia demográfica…
Los franceses tienen dos niños por mujer por lo que tenemos una degradación demográfica mucho menor que otros países europeos como España y Alemania. Por eso tenemos una perspectiva de jubilación mejor que otros.

P- ¿O sea, que ese sistema que usted califica de "generoso" es, además, sostenible?
El sistema de pensiones tiene que adaptarse, en parte, a la evolución demográfica, pero además hay una opción social que consiste en decir cuánto hay que hacer pagar a los activos para pagar las pensiones. Cuando la población se mantiene estable es más fácil que cuando disminuye y en el caso francés se puede continuar pagando sin problemas. La opción social consiste en decidir que hay que continuar pagando para que la gente viva satisfactoriamente cuando se jubila.

P-¿Cuáles son las propuestas de cambio del sistema francés en esta campaña?
En Francia la edad de jubilación es de 62 años y para tenerla plena hay que haber trabajado 42 años. Le Pen, como antes Mélenchon, dice que hay que volver al sistema de 60 años tras 40 de trabajo, lo que es muy caro. El candidato de derechas, Fillon, decía que había que pasar rápido a la jubilación a los 65 años. El programa de Macron es reemplazar el actual sistema de cotizaciones por un sistema nacional de puntos. Es la reforma que se hizo en Italia y en Suecia. Se considera que acumulas un patrimonio y al jubilarte se valora tu esperanza de vida según tu fecha de nacimiento y se te da una pensión acorde al valor que acumulas. Se parece a un sistema por capitalización, pero es una capitalización nacional. Es una gran reforma para unificar el sistema. El problema es que hay un periodo transitorio muy complicado de administrar, porque si tienes 50 años has cotizado 25 en un sistema y hay que recalcular tus derechos en otro sistema. Además en el sistema francés hay muchos dispositivos llamados "de solidaridad" que dan derechos a las mujeres que tienen hijos, a los parados, a los enfermos, derechos suplementarios a quienes tuvieron salarios bajos, a los que comenzaron a trabajar muy jóvenes y a quienes tuvieron condiciones de trabajo particularmente duras… Así que hay que replantear todo eso, y ese es el motivo por el que Macron dice que habrá que pensarlo durante 5 años.

P-¿Es socialmente regresivo?
Seguramente sí, porque los mecanismos de solidaridad desaparecerán. Además, cuando llegas a los 60 años, tu esperanza de vida no es la misma si has sido obrero o cuadro. Eso se borra y se considera que a los 60 todos pueden seguir trabajando y si quieres jubilarte tendrás una pensión miserable por lo que hay un riesgo de que sea injusto.

P- Si el actual sistema con tantos matices funciona bien ¿Por qué cambiarlo?
Porque es caro y la idea es ahorrar con las pensiones. Supone el 15% del PIB, es decir más caro que en Alemania (11%), y que en España (11,5%). En Italia supone el 16,5% del PIB. La solución propuesta es bajar el nivel de las pensiones y de los salarios para ser más competitivos.

P-¿Cuál es la exigencia de la UE a este modelo francés?
Quieren que bajemos las pensiones alrededor de un 20% y que aumentemos la edad de jubilación a los 65 años y luego estirarla hasta los 67. Bajar el nivel de las pensiones para bajar las cotizaciones de las empresas a efectos de competitividad. No quieren que aumentemos las cotizaciones.

P-¿Está eso reflejado en el programa de Macron?
Sí, porque aunque él se mantiene en la jubilación a los 62 años, al pasar a su sistema de cuenta nacional, como poco a poco la gente llegará a la jubilación con una esperanza de vida mayor, eso hará bajar automáticamente el nivel de las pensiones. Como en Suecia,  se le dirá a la gente: puedes optar por jubilarte entre los 60 y los 70 años. Pero si lo haces a los 60 te dicen que tienes una esperanza de vida de 28 años, así que tu pensión será muy baja y si la quieres alta tienes que trabajar hasta los 65 o 70 años.  Es un sistema que obliga a la gente a elegir el momento de jubilarse.

P- Macron habla también del "seguro de paro universal" ¿Qué quiere decir?
Actualmente el seguro de paro (en general el 57% del sueldo) está gestionado por sindicatos y patronal. Las empresas cotizan un 4% y los trabajadores un 2,4%. Solo los asalariados tienen derecho. Macron quiere nacionalizar el subsidio de paro y extenderlo a los autónomos. Quiere suprimir el 2,4% de los trabajadores y reemplazarlo por un impuesto del 1,7% para todo el mundo. El problema es que ya no serán los agentes sociales quienes gestionaran la seguridad social, lo que no gusta a los sindicatos, y que no se sabe cómo será gestionado todo eso.

P – La gran propuesta social de Macron es la eliminación del impuesto sobre la vivienda "para el 80% de los franceses".
Macron quiere suprimir el impuesto sobre las fortunas (ISF) y reducir fuertemente los impuestos sobre la renta del capital. Para compensar eso, propone suprimir el impuesto de vivienda para el 80% de la población. Es verdad que ese impuesto es socialmente injusto, pero eliminarlo dañará mucho a los ayuntamientos, que viven de él. Sería mejor reducir los impuestos inmobiliarios, que en Francia son muy altos, y aumentar el IRPF. En lugar de eso se focaliza el impuesto sobre la vivienda para compensar el gran vector de su programa.

Fuente:
http://lirelactu.fr/source/la-vanguardia/573e598c-5c84-4a80-bc94-56521f567c3f

martes, 9 de mayo de 2017

El octavo presidente de la V República es un producto sin análogos en Francia. ¿Qué supone para el país?

Rafael Poch de Feliu
La Vanguardia

Es una ironía que fuera precisamente François Bayrou, alcalde de Pau y el político centrista de Francia por excelencia, quien definiera a Emmanuel Macron como, "el intento de grandes intereses, financieros y otros, que ya no se contentan solo con tener el poder económico". Fue hace ocho meses, y entre tanto Bayrou se ha convertido en uno de los principales aliados de Macron.

El octavo presidente de la V República que los franceses elegirán hoy en las elecciones más extrañas que ha conocido el país, es un producto nuevo, sin análogos, precisamente porque es un producto. Nunca un presidente había sido vendido a los franceses, "como quien vende un paquete de detergente", dice el filósofo Michel Onfray. ¿Qué supone y anuncia para el país esta novedad? ¿Hay margen para la duda y la sorpresa?

"No hay que insultar al futuro", dice el veterano ex ministro socialista Jean-Pierre Chevènement a propósito de Macron, 39 años, que será el más joven presidente de la historia de Francia.

"Como ningún otro, Macron encarna esa tendencia a exaltar la juventud, esa pasión de lo nuevo por lo nuevo, ese espíritu de menearse que forma la estructura de una economía en el seno de la cual la moda no tiene más que una finalidad: hacer pasar de moda (a otras cosas) para comprar (lo nuevo)", dice el publicista Luc Ferry, ex ministro de juventud y educación de gobiernos conservadores.

El nonagenario sociólogo Edgar Morin, una de las voces más venerables de Francia, recoge esa misma idea: "Macron", dice, "simboliza la renovación y la revitalización más allá de un sistema carcomido".

Morin reconoce que los fundamentos del macronismo son frágiles: "el mito de Europa es débil,  el de la mundialización feliz es igual a cero, y la euforia del transhumanismo solo está presente entre los tecnócratas". Lo ideal sería que el futuro presidente, "cuestionara los marcos clásicos en los que parece situarse naturalmente: la subordinación de la política a la economía, la reducción de la economía a la escuela neoliberal, el tumor del poder del dinero". Hay que reconocer, dice, que de momento Macron, "no ha propuesto nada parecido a una nueva vía económica, social y política". Sin embargo, nunca hay que insultar al futuro y Morin concede a Macron lo que se llama el beneficio de la duda.

"No es imposible que si es Presidente, aparezca un neo-Macron", dice. Al fin y al cabo, "Juan Carlos fue arropado por Franco para que reinara como franquista, y al revés, en cuanto tuvo el poder realizó la democracia. Gorbachov, puro producto del estalinismo, se convirtió en el destructor del sistema del que salió. ¿Qué saldrá del Presidente Macron?", se pregunta el sociólogo.

Soñar es legítimo, responde enfrentado a ese beneficio de la duda el inclasificable historiador-antropólogo Emmanuel Todd, uno de los pensadores más desconcertantes y que va más de por libre en Francia.

"Se puede soñar, pero cuando Macron habla de cosas concretas, de economía y tal, habla como un manual". Hasta ahora Francia tuvo presidentes que venían del mundo político. Los dos últimos, Sarkozy y Hollande, envolvían sus propósitos en ciertos subterfugios. Con Macron llega un hombre que procede directamente de la cocina de las elites financieras. "Con él vamos a elegir al representante de Berlín, no al Presidente de la República", dice Todd. La diferencia de Macron es, "que es el primero que lo dice": Sarkozy hizo lo mismo, pero decía que la culpa era de los árabes, Hollande llegó diciendo, "soy un hombre de izquierdas", "mi enemigo es la finanza", "cambiaré las cosas con Alemania". "Macron es el primero que dice: no haré nada, vais a aceptar vuestra sumisión oficialmente, o cerráis el pico o tendréis el horror del lepenismo".

Más que dudas, en Todd hay un puro pesimismo. "Lo más probable", dice, "es que con Macron tengamos una acentuación de lo que se ha hecho con Manuel Valls, lo que creará tensiones y violencia".

Muy centrado en la demografía y en la antropología histórica regional, Todd avanza dos claves para lo que llama el "conformismo macronista". Primera: entre 1992 (Maastricht) y 2015, la edad media en Francia ha aumentado entre 5 y 6 años. "A los viejos se les dice: si queréis mantener vuestras pensiones hay que mantener el euro". "No es que sean más conservadores, es que les han secuestrado", dice. Segunda: en la actual sociedad la gente con estudios superiores forma una "oligarquía de masas" que se cuece en su propia salsa y se cree superior. "Es la gente que apoyaba a los Clinton en Estados Unidos, los universitarios partidarios del remain en el Reino Unido y los jongleurs que oscilan entre izquierda y derecha en Francia. "Esta gente con estudios superiores representaba el 12%, ahora son el 25%. Todo eso sumado, arroja una base para el conformismo macronista que se ha desarrollado enormemente mientras la situación general de los de abajo se ha deteriorado notablemente".

"Se habla mucho de Le Pen, pero lo que realmente me preocupa es la radicalización de la Francia de los de arriba: quieren gobernar a pelo, dicen, "vais a tener que obedecer y ya está". "El problema de Francia es la radicalización de los poderosos", insiste, citando el libro del americano Christopher Lasch (The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy), según el cual las clases privilegiadas nunca han estado tan aisladas de su entorno.

Guerrillero con Che Guevara, prisionero en Bolivia y consejero de François Mitterrand, el filósofo Régis Debray ve en el fenómeno Macron el triunfo de la americanización en Francia.

"La República a la francesa ha desaparecido bajo la democracia a la anglosajona", dice. "El homo economicus ha sustituido en el mando al homo politicus como en Estados Unidos con vía express del capital hacia el Capitolio. Hemos importado las primarias, la pareja presidencial, se aclama por su nombre a la First Lady, la vida pública se privatiza y viceversa, la imagen suplanta a lo escrito y el show de un telepredicador en éxtasis enardece, con los brazos en cruz, a los fans en trance". Toda esa importación, "tiene que más que ver con las revoluciones tecnológicas que con los remolinos políticos de Francia", dice el filósofo.

Para Todd lo que hace al sistema francés menos estable que el alemán, español, etc., es el hecho de que en Francia todavía haya bastantes jóvenes. "En España, Italia, y Portugal, la política que se aplica es desfavorable a los jóvenes, pero hay pocos, mientras que en Francia es igualmente desfavorable y continuamos fabricando jóvenes". Las turbulencias que augura para Francia se deducen de su demografía. Todd ve en Alemania el problema central, y, a diferencia de Debray, ve en el mundo anglo-americano más bien un aliado contra aquella.

Una vez que Francia se metió en el euro, invento mixto pero de diseño y sentido alemán, "se acabó", dice. "Ahora son los alemanes los que mandan y lo que piensen los franceses no tiene mucha importancia". Macrón es la servidumbre hacia esa realidad.

Según Todd, los alemanes "tienen una racionalidad limitada". "Hay una inteligencia de gestión de la economía a corto y medio plazo; han tomado el control de la Europa del Este, recuperan la mano de obra cualificada del sur y han logrado unos excedentes comerciales enormes, resuelven problemas técnicos: no producen suficientes hijos y hacen venir emigrantes… Todo eso es extraordinario, pero no saben pararse. Estoy convencido de que la lógica alemana de destrucción de las economías italiana, española y portuguesa, no ha sido accidental", explica.

La economía francesa, "está atrapada en la trampa del euro". La moneda única no puede funcionar en un país que tiene una tasa de fecundidad de dos hijos por mujer. Con Hollande hemos tenido un aumento del paro del 25% y esto va a continuar", augura. Lo que se perfila para Francia es, "estagnación política, descomposición, violencia difusa y una cierta salida de la historia", dice: "Los acontecimientos importantes para la ruptura del sistema ocurren fuera de Francia".

Los objetivos que Alemania se plantea hoy superan a su potencia y capacidad. "No creo que los americanos toleren la emergencia de un nuevo sistema alemán tan potente como el suyo". "A corto plazo vamos a tener un enfrentamiento entre el bloque continental alemán e Inglaterra a propósito del brexit. Los antieuropeístas franceses de izquierda están paralizados por su antiamericanismo, porque hasta que no lleguemos a tomar partido entre Berlín y Washington, no resolveremos gran cosa: para salir del euro necesitamos la ayuda del dólar".

Fuente:
http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/2017/05/07/preguntas-presidente-atipico-82111/

La carrera hacia el Elíseo. "Quince años nos contemplan"

Rafael Poch
La Vanguardia

A diferencia de la final del 2002, la clasificación del Frente Nacional para la presidencial ya no es seísmo en Francia

“Franceses, quince años nos contemplan”, podría decir hoy Napoleón bajo la pirámide del Louvre. Fue hace quince años, el 21 de abril del 2002, cuando el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen se clasificó por primera vez para una final de las presidenciales francesas. Le Pen, padre de la actual candidata del mismo partido ultraderechista, obtuvo entonces el 16,8% de los votos. Fue un seísmo político con crujir de dientes y general rasgadura de vestimentas.

La gente salió a la calle embargada por una mezcla de vergüenza nacional e indignación: era increí­ble que la ultraderecha se hubiera clasificado contra Jacques Chirac para la final. Aquella misma noche hubo manifestaciones espontáneas en todo el país; 2.000 personas en Rennes, 10.000 en Estrasburgo y Lyon, al día siguiente, banderas y pancartas en las calles de Toulouse, manifestaciones “contra el fascismo” en Marsella y para “parar a Le Pen” en París. Tres días después 2.000 bachilleres se manifestaban en Toulon, 3.000 en Cannes. Los diarios dedicaban sus portadas y las procesiones laborales del Primero de Mayo estuvieron marcadas por el evento. Nadie se lo esperaba. La movilización general del frente republicano, la unión sagrada contra el Frente Nacional, resultó en una aplastante victoria del candidato conservador, Jacques Chirac: elegido por el 82,2 % del voto contra el 17,7 % de Le Pen.

Quince años después, la situación es mucho más grave: Marine Le Pen se ha clasificado con el 21,3 % del voto. La única sorpresa es que no ha sido la primera clasificada (como auguraban todos los sondeos), sino la segunda. Le Pen será derrotada el 7 de mayo no por los 60 puntos de ventaja de Chirac, sino por unos 20 puntos, indican los sondeos. A los franceses ese avance ya no les sorprende.

Muchos electores de la derecha, alrededor de un 20% de los votantes de François Fillon, se abstendrán en la segunda vuelta del 7 de mayo. Alrededor del 50% votarán por el otro finalista, Emmanuel Macron. Otros de la izquierda tampoco votarán, o lo harán en blanco. Algunos de la derecha, alrededor del 30% de los fillonistas, votarán incluso por Le Pen. El voto de la izquierda melenchonista a Le Pen será nulo o insignificante. Algunos de ellos votarán a Macron, aunque sea tapándose la nariz. Pero lo verdaderamente grave no es este cambio de actitudes, sino la ausencia de un diagnóstico realista sobre el enredo que rodea a estas elecciones y que se proyecta hacia el futuro.

En París, Bruselas, Berlín y Madrid, legiones de comentaristas miopes respiran con el candidato liberal­ europeísta Macron, el caballo blanco que encarna, en palabras del portavoz de Jean­Claude Juncker, “la alternativa a la destrucción de Europa”. Tras las elecciones en Austria, Holanda y lo que se espera en Francia, “se ha roto la ola populista de derechas”, dice un diario alemán. Se ignora que en los tres países la ultraderecha no sólo ha obtenido más votos que nunca, pese a no ganar, sino que en muchos casos, en Holanda y Austria, los partidos “europeístas” han integrado parte de sus ideas.

La Unión Europea sigue con el “más de lo mismo”. En su última cumbre de Roma se propuso convertirse en un puntal social, pero no sólo no va a tocar asuntos fundamentales como el salario mínimo o la protección del empleo, sino que su único avance propuesto es establecer el permiso de paternidad para los padres en un mínimo de cuatro meses.

No hay diagnóstico. El necio mira al dedo en lugar de a la luna hacia la que se apunta. Y hay luna llena.

No es la extrema derecha ni el populismo los que se están cargando la UE, sino la actual política socioeconómica. Los políticos tranquilizadores del “más de lo mismo” son el problema que causa esta enfermedad degenerativa. Tener que elegir entre el candidato de las finanzas y la sembradora de odio es el enredo francés que estas elecciones proyectan hacia el futuro. “Quince años nos contemplan”, diría Napoleón bajo la pirámide del Louvre.

Fuente:
http://www.lavanguardia.com/edicion-impresa/20170426/422050514865/quince-anos-nos-contemplan.html

miércoles, 18 de enero de 2017

Rusia: riesgos y agravios

La Vanguardia

En el esfuerzo de Moscú por volver a levantar cabeza en el mundo, el “síndrome 1905” resume los peligros de la empresa de consolidación interna de un régimen arcaico vía aventuras exteriores.

Ahora que la Rusia de Putin aparece en la cima de la recuperación de su poder y prestigio internacional con el clamoroso éxito alcanzado por su intervención en Siria (hecho que explica la intensa campaña contra el dirigente ruso cuyo histérico apogeo se vive estos días), es el momento de recordar los grandes riesgos que comporta el más que legítimo desafío ruso a Occidente y la fragilidad interna del régimen del Presidente Putin.

El actual sistema autocrático ruso, que Yeltsin puso en pie en 1993 con el entusiasta apoyo de Occidente, es muy vulnerable a la inestabilidad interna. Sus mecanismos de reproducción y legitimación apuntan siempre hacia la concentración del poder personal. Eso choca con las exigencias de una sociedad moderna.

Disfunción
El tradicional régimen de samovlastie heredado y perfeccionado por Putin, es poco funcional respecto a los desarrollos de su sociedad. Las encuestas confirman que el 50% de los rusos consideran que tienen derecho a defender sus intereses incluso si ello contradice los intereses del Estado. Los que no están de acuerdo con ese enunciado no tienen otro que contraponer y se sumarían a él de forma pasiva si llegara el momento. No estamos ante una sociedad soviética desde hace mucho tiempo.

A diferencia de los dos siglos anteriores, el legítimo nacionalismo ruso y los engranajes del consenso interno hacia un líder fuerte cuya principal virtud ha sido haber detenido una degradación nacional de casi veinte años, conviven con un vector muy fuerte de tipo burgués, podríamos decir, que rechaza el conflicto y desea la estabilidad, como ocurre en cualquier otra sociedad moderna. Ese vector, iniciado en la URSS urbana de los años sesenta va a aumentar, porque forma parte de la lógica histórica de nuestra época. El sistema autocrático no tiene una respuesta a eso. No encaja con ello. Su reforma es, por definición, complicada.

Implicar/Excluir
En la actual afirmación de Rusia en el mundo, hay, desde luego, una más que legítima reclamación de potencia. En Europa el ninguneo o maltrato de grandes potencias siempre tuvo resultados nefastos. Tras las guerras napoleónicas los vencedores implicaron a la vencida Francia en la toma de decisiones, lo que abrió una larga etapa de paz y estabilidad continental. El ejemplo contrario es lo que se hizo con la Alemania posguillermina, tras la primera guerra mundial, y también con la Rusia bolchevique tras la Revolución de 1917. En ambos casos, las políticas de exclusión -y de tremendo intervencionismo militar en la guerra civil rusa- tuvieron consecuencias nefastas para lo que luego fue el nazismo y la génesis del estalinismo. Lo que hemos visto en Europa desde el fin de la guerra fría es una nueva advertencia sobre los peligros de excluir a una gran potencia de la toma de decisiones y tratarla a base de imposiciones y sanciones en lugar de organizar la seguridad continental común que se acordó en París en noviembre de 1990 (y que habría hecho obsoleta a la OTAN y con ella a la influencia determinante de Estados Unidos en el continente). En lugar de eso, durante 25 años occidente ha maltratado a Rusia acosándola hasta llegar a los arrabales geopolíticos de Moscú, con el resultado visto en Ucrania.

Pero en la actual auto reivindicación del Kremlin hay también otro aspecto que no hay que perder de vista: un vector de movilización del favor de la población ante los efectos sumados que en el interior de Rusia tienen; los bajos precios del petróleo, el estancamiento de la situación socio-económica y las sanciones occidentales. Todo eso agudiza las contradicciones entre la sociedad rusa y su poco funcional régimen político.

Arriesgada legitimación
En la actual tensión militar en Europa, cuya principal responsabilidad es de Estados Unidos, con el regreso de la obsesión antirrusa de Alemania en segunda posición (la histeria de polacos y bálticos solo es relevante por lo instrumental hacia esas dos responsabilidades), la correlación de fuerzas es inequívoca: La población de los miembros europeos de la OTAN supera en cuatro veces a la de Rusia. La suma de sus PIB en nueve veces. Su gasto militar supera en por lo menos tres veces el ruso. Incluyendo al conjunto de la OTAN el presupuesto militar ruso de unos 90.000 millones de dólares es doce veces inferior al occidental. En Siria esas correlaciones no son muy diferentes y si las cosas han funcionado bien allí para Moscú ha sido gracias a cierto paralizante estupor de Estados Unidos ante los desastres de sus últimas acciones militares en la región, y a los zigzags de la actitud turca que la diplomacia rusa ha sabido jugar con gran acierto y maestría.

La decrépita máquina militar rusa ha sido mejorada en los últimos años, pero es un instrumento aún lleno de grietas que ha estado trabajando a su máximo rendimiento. Un caza-bombardero ruso fue abatido por los turcos, otros dos se cayeron al mar desde el portaviones Almirante Kuznetsov. La intervención rusa ha sido también arriesgada porque en caso de escalada difícilmente podría haber ido a más. De ahí la impresión de que Moscú intenta abarcar más de lo que puede, o, como mínimo, todo lo que puede. Una acción militar exterior con la lengua afuera multiplica los riesgos.

Las intervenciones en Siria y Ucrania han cargado las baterías de la legitimación del sistema de puertas adentro, pero ¿Cuánto durará esa carga? De momento funciona, pero los riesgos son inmensos y hay que preguntarse por la sostenibilidad del recurso. Un revés militar en Siria o en Ucrania, habrían sido letales para el Kremlin. En 1905 la derrota militar de Tsushima en la guerra ruso-japonesa supuso el principio del fin de la autocracia de los Románov, una dinastía de tres siglos. En el esfuerzo por volver a levantar cabeza en el mundo este “síndrome 1905” es capital.

Populismo sin distribución
El papel de potencias más prudentes en su acción exterior como Rusia y China en el mundo multipolar, es fundamental para evitar los peligrosos excesos del ilusorio hegemonismo que han quedado bien patentes en los desastres de estos años, pero en el orden interno Rusia debe ser valorada en su propia y contradictoria realidad. Putin no ha resuelto, y ni siquiera ha buscado, la vía de desarrollo que estabilice a Rusia. Es un patriota populista de derechas prisionero de un modelo de mando caduco para la modernidad. Ni siquiera es un Hugo Chávez que cometió el pecado de distribuir socialmente renta petrolera. Putin no distribuye nada. Aunque de momento no hay signos de protesta social, ese es un horizonte ineludible a largo plazo con el que un Occidente hostil siempre jugará. El arriesgado recurso de un machismo exterior no funcionará eternamente. En lo que concierne a Rusia ese es un desarrollo al que habrá que prestar la máxima atención a partir de ahora.

Dicho esto, es inevitable situar la injerencia (presunta o real) del Kremlin en la política americana que tantos titulares hace estos días después de varios años de intensa demonización del Presidente ruso en todo Occidente y particularmente en Alemania. Lo menos que puede decirse es que lo que ha trascendido, si es creíble, es ridículo al lado de lo que ha representado la ingerencia de Estados Unidos en la política rusa.

El chiste de la injerencia en Hillarystán
En los años noventa la injerencia de Washington en Rusia fue determinante para la ruina y criminalización de la economía rusa. Muchos decretos de privatización y otros aspectos esenciales se redactaron directamente en Washington. Gente como el vicesecretario del tesoro americano Lawrence Summers, cursaba directamente instrucciones en materia de código fiscal, IVA y concesiones de explotación de recursos naturales y los fontaneros del Harvard Institute for International Development, bajo patrocinio de la USAID, Jeffrey Sachs, Stanley Fisher y Anders Aslund, tenían tanta influencia como los ministros.

Bajo la batuta de Andrei Kózyriev (1992-1996), la política exterior rusa estaba en manos de una marioneta de Washington que fue puesta como premio al frente de la farmacéutica americana ICN al ser cesada. El gran proyecto geopolítico para Rusia de estrategas de Washington como Zbigniew Brzezinski era disolver el país en cuatro o cinco repúblicas geopolíticamente irrelevantes -un escenario que Rusia nunca se planteó para Estados Unidos ni en los momentos más bollantes del poder soviético y cuyo precedente histórico más próximo es el proyecto de disolución de la URSS del Reichsministerium für die besetzten Ostgebiete bajo la dirección del nazi Alfred Rosenberg. En las presidenciales de junio/ julio de 1996 la complicidad de Estados Unidos fue clave para facilitar la financiación ilegal de la campaña de Yeltsin y la manipulación informativa que le acompañó, lo que impidió una probable victoria comunista…

Que mucho de todo esto fuera consentido e incluso propiciado por la clase política rusa cuya preocupación central en aquella época era llenarse los bolsillos, no cambia gran cosa el asunto: Después, cuando con Putin la prioridad fue la estabilización de lo adquirido y la recuperación de Rusia, Washington promocionó las revoluciones de colores en diversos países del entorno ruso y apoyó siempre ese escenario en la propia Rusia, sosteniendo económica e informativamente a organizaciones no gubernamentales y defensores de derechos humanos -muchos de ellos más que honorables- cuya acción consideraba favorable a sus intereses.

Clave de la recuperación rusa de principios de siglo XXI ha sido la sumisión del complejo energético a los intereses del Estado. Fue entonces, cuando se percató de que Putin ponía fin a la bananización de Rusia, cuando Washington apostó por el magnate Mijail Jodorkovski.

Propietario de Yukos, la mayor compañía petrolera rusa, y principal beneficiario de la privatización energética de los noventa, Jodorkovski se preparaba para desafiar electoralmente a Putin. En 2003 se disponía a trazar para ello vínculos económicos estratégicos con Occidente como la venta de una tercera parte de las acciones de Yukos a la norteamericana Exxon-Mobil (22.000 millones de dólares), la construcción de un oleoducto hacia China y de una terminal para la exportación a occidente en Murmansk con la que pretendía determinar el sentido de la exportación de crudo. Todo ello no solo rompía el pacto que Putin estableció con los magnates (respeto a las adquisiciones de la privatización a cambio de la no injerencia política y de la sumisión al Estado), sino que privaba al Kremlin de la principal baza geopolítica para la recuperación de Rusia: el uso de su potencia energética.

Jodorkovski, “adoptó decisiones que afectaban al destino y soberanía del Estado y que no podían dejarse en manos de un solo hombre guiado por sus propios intereses”, explicó Putin en su día. Jodorkovski fue encarcelado e inmediatamente beatificado en Occidente hasta su puesta en libertad…

Este tipo de injerencia en los asuntos de Rusia ha sido una constante -cualquier ruso lo sabe- y sitúa en su debido lugar el presunto escándalo de los hackers rusos en la campaña electoral americana. La simple realidad es que, en la hipótesis más extrema e indemostrable -con Putin manejando personalmente la operación- todo el asunto es bastante inocente. Más aún: al lado de lo que el valeroso disidente Eduard Snowden ha revelado al demostrar documentalmente la existencia de Big Brother y su control global total de las comunicaciones por Estados Unidos a través de la NSA, este episodio de los correos de Doña Hillary se parece mucho a una descomunal tomadura de pelo.

Fuente:
http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/2017/01/07/rusia-riesgos-agravios-74312/

domingo, 8 de enero de 2017

“Han demolido la UE”. Entrevista a Marie-Hélène Caillol, presidenta del "think tank" europeo LEAP.


La Vanguardia

En el universo de los think tanks, el LEAP (Laboratoire Européen d’Anticipation Politique) es una rara avis: es independiente.
De ahí su heterodoxia e interés. En 1998 adelantó el regreso al viejo continente de los “nietos de Hitler, Franco, Mussolini y Petain”, en 2006 predijo la crisis de las subprimes y desde hace muchos años predice el fracaso de la Unión Europea si no se democratiza. Fundado en 1997 por el desaparecido politólogo europeísta Franck Biancheri (1961-2012), el LEAP está establecido en París. Marie-Hélène Caillol es su presidenta.

La actual crisis de la Unión Europea es múltiple y total; la integración de la Europa del Este ha sido un fracaso, en la Europa del Sur toda la “magia” del sueño europeo también ha desparecido: la UE ya no significa más democracia y prosperidad, sino al contrario, austeridad e imposición. El eje franco-alemán es un matrimonio en divorcio no reconocido. Además ha tenido lugar el Brexit y el referéndum italiano, mientras que en el norte se sueña con una “Kerneuropa” de matriz luterana sin los meridionales… Todo eso configura una situación inaudita.

-¿Esta UE es reparable, o hay que demolerla para reconstruirla?
-No hay que demolerla porque ya lo está. Treinta años de completo desvío del proyecto original de construcción europea en beneficio de una serie de intereses esencialmente económicos y desconectados de los ciudadanos, han conducido al Brexit que marca la muerte de la UE tal como la conocíamos. Es una ironía de la historia que hayan sido los británicos quienes hayan acabado con la Europa que deseaban, pues, efectivamente, las derivas a las que me he referido están esencialmente vinculadas a la visión de la Europa económica propugnada por el Reino Unido y su patrón americano.

En cualquier caso, el fin de la UE tal como la conocíamos no significa el fin del proyecto de construcción europea que se libera, para bien o para mal, del modelo de UE establecido en 1992 con el acuerdo de Maastricht.

-Hace muchos años que ustedes advirtieron contra la transformación de la Comunidad en Unión, y dicen que el enredo de la crisis europea comienza en 1992, ¿podría explicarlo?
-En 1992 el tratado de Maastricht aumentó considerablemente el presupuesto y los ámbitos de competencias de Europa. Tendría que haber impuesto un cambio completo del método de gobernanza fundado sobre la afirmación de los principios de transparencia, eficacia y democratización (lo que Franck Biancheri llamaba TED en los años 90). En eso fracasó. Junto con ese incremento de responsabilidades se hizo el cambio de nombre: de la “Comunidad Europea” a “Unión Europea”. Piense en Unión Soviética, Estados Unidos, Reino Unido… y comprenderá por qué Biancheri advertía desde 1992 contra los riesgos de deriva en relación con los principios de los padres fundadores, a saber: puesta en común de riquezas -carbón y acero puestos en común en el cuadro de la CECA, después abandonado-, respeto de la diversidad, especialmente lingüística -las instituciones europeas desconectadas de los ciudadanos solo hablan inglés-, y equilibrio y complementariedad entre el nivel supranacional y los estados miembros, en lugar de esta guerra a los estados miembros librada por la UE en asociación con los neoliberales, guerra perdida de antemano porque los estados siguen estando en la cumbre de la pirámide democrática y son, por tanto, dueños de los pueblos europeos, como se ve actualmente.

La única manera de hacer armonioso el vínculo entre el nivel europeo y el nacional era democratizar el primero, lo que habría fortalecido las democracias nacionales en lugar de debilitarlas. Dicho esto, desde este punto de vista las responsabilidades por el fracaso de la democratización europea son compartidas entre un nivel europeo que pensaba ahorrarse a los pueblos, y unos sistemas políticos nacionales centrados en sus privilegios y que bloqueaban la idea de cualquier emergencia de una clase política europea que no fuera esta disfuncional combinación de clases políticas nacionales Tenemos así tres ejes para el completo derrumbamiento en 2016. Hoy Europa se reinventa y los populistas tienen una gran ventaja sobre los pueblos, pese a las advertencia de Franck Biancheri a lo largo de 30 años.

-La Crisis del neoliberalismo, manifiesta desde 2008, no impide que su ideología siga dominando. ¿Por cuánto tiempo? ¿Cree que vamos a una síntesis entre su programa y el pujante populismo autoritario de los “nietos de Petain, Horthy, Mussolini, Hitler” y demás, una especie de “lepenización de Goldman Sachs”, por así decirlo?
-Las señales a ese respecto son contradictorias. Es verdad que los neoliberales defienden con uñas y dientes sus “logros” y que están bien situados para ello, pues tienen en sus manos las riendas europeas. Al mismo tiempo, no puede negarse que la tendencia de fondo apunta en realidad hacia su debilitamiento: incluso si las políticas de regulación no han sido todo lo ambiciosas que debieran, han tenido lugar. La City ya no es ni la sombra de lo que era hace diez años. Los bancos ponen mala cara, pero son obligados a obedecer los principios de capitalización y regulación que se han puesto en marcha.

Los estados han retomado considerablemente la gestión del continente, de ahí las divergencias observadas entre Alemania y Grecia a propósito de la crisis griega, entre el grupo de Visegrado y Alemania sobre la crisis de los emigrantes, etc. Y esos populismos nacionalistas en ascenso son el signo cierto de que los estados están retomando las riendas y de que la construcción europea vuelve a politizarse. Sobre esto dos observaciones: por un lado los populistas nacionalistas acabarán todos por hacer Europa, contrariamente a lo que hacen creer a sus electores. Y eso porque son, ante todo, políticos y un verdadero político busca los verdaderos niveles del poder que son europeos. Por otro lado, esa alianza aparente entre neoliberales y populistas hacia la que apuntan, por ejemplo, ciertos aspectos del discurso de Trump, es, para nosotros, un efecto de la realpolitik: estos populistas no tienen ninguna posibilidad de acceder al poder sin hacer concesiones al sistema, pero eso no les impide que estén formateados para crear cambios, una vez más, para bien o para mal…

-Renegar de la OTAN desde Washington es lo mismo que abandonar el “principal instrumento que convierte a USA en la potencia decisiva en Europa” (De Gaulle dixit). ¿En qué cree que quedará la retórica de Trump en ese aspecto y qué consecuencias puede tener para la “defensa europea”?
-En primer lugar hay una enorme incertidumbre sobre lo que Trump ha dicho o ha dado a entender y lo que hará. En cuanto fue elegido dijo que abandonaría el TPP, pero del TTIP se cuidó mucho en no decir nada. Sobre la OTAN lo que quiere, más que dejarnos ir, es que los europeos paguen por el “servicio de defensa de Estados Unidos”. Así que, en cierto modo la pelota está en el campo europeo. Está claro que estas intenciones liberan potentes impulsos de aceleración del proyecto de defensa europeo, ¿pero están los europeos verdaderamente preparados para ello? No estamos seguros. Nos arriesgamos a no tener más remedio que pagar y fortalecer nuestra implicación en la OTAN, invirtiendo la tendencia de desconexión de las últimas décadas, por lo menos hasta la crisis euro-rusa de 2014. Pero si los europeos pagan más, también podrían ganar en influencia, pues ya hay proyectos que quieren construir la Europa de la defensa a partir de la OTAN, separando cada vez más los mandos europeos y americanos… En conclusión, nosotros identificamos tres periodos: desde ahora hasta mediados de 2017, una gran movilización alrededor del proyecto de la Europa de la defensa; de 2017 a 2018-2020, un fortalecimiento del vínculo estratégico transatlántico, a falta de otra cosa mejor (esperamos grandes riesgos en ese periodo); luego, a partir de 2018-2020, finalización del proyecto de independencia estratégica de Europa. En definitiva: Trump abre la vía hacia esa independencia, pero el camino será seguramente sinuoso.

-Michel Moore que pronosticó muy bien la victoria de Trump dice que éste no terminará su mandato. ¿Puede entrar USA en un periodo serio de turbulencias internas? En tal caso, ¿qué efectos podríamos anticipar para Europa?
-Nosotros habíamos anticipado riesgos de turbulencias en el caso de una victoria de Clinton, incluyendo un riesgo de guerra civil vinculado a la toma de armas por parte del electorado de Trump desengañado. No olvidemos que Trump representa a esa franja de la población que está armada hasta los dientes. En cuanto a la victoria de Trump, ciertamente podría desencadenar movimientos de calle pero con un régimen duro esas protestas serán puestas en cintura, de la misma forma que la esfera internet será puesta bajo estrecha vigilancia, tendencia considerablemente iniciada ya, y no solo en Estados Unidos. Los negros, hispanos y liberales en la calle son mucho menos peligrosos que las milicias del Mid-West, de ahí que el establishment de EE.UU tuviera miedo de las consecuencias de una victoria de Clinton. Recordemos que solo un 25% del censo electoral votó por Trump, lo que no es una opción democrática. Las tendencias que hemos descrito en materia de endurecimiento del control de las poblaciones en Estados Unidos, tendrán su reflejo en Europa.

Pronosticamos que la población europea, mucho menos aislada que la americana, resistirá mejor a esta puesta bajo control y será mejor defendida por las democracias nacionales más centrales del edificio político europeo, que las democracias de los Estados americanos de EE.UU. De manera general, nuestro análisis estima que la presidencia de Trump permitirá a los europeos tomar conciencia de su diferencia con Estados Unidos y contribuirá así al reequilibrio ideológico y geopolítico de Europa. Por ejemplo, allí donde Trump se explaya en vulgaridad, racismo, falocracia, provocaciones y violencias verbales, los populistas europeos, con algunas excepciones en los países anglosajones que son el Reino Unido y Holanda, tienen que descafeinar su mensaje si quieren lograr victorias electorales.

-El candidato presidencial de la derecha, François Fillon, usa tonalidades gaullistas, ¿queda algo del gaullismo en Francia?
-Fillon ha tenido verdadero coraje al reclamar alto y fuerte un acercamiento a Rusia, y sus declaraciones a favor de una actitud más firme hacia Estados Unidos evocan los principios de independencia de un De Gaulle. Sobre la cuestión rusa no hemos dejado de decir que Europa debía retomar la relación, por más que somos conscientes de que tal posición es igualmente característica de la extrema derecha. ¿A qué campo pertenece verdaderamente Fillon desde ese punto de vista? Es una buena pregunta.

En cuanto a Estados Unidos, a Fillon le ha venido muy bien que las perspectivas de distensión americano-rusas estén a la vista con Trump, porque su pro putinismo no afectará, por lo menos de momento, al atlantismo de rigor. Por lo demás, el programa de Fillon es una negación de los valores del Consejo Nacional de la Resistencia, cuyo programa de inspiración comunista fue aplicado por De Gaulle en la posguerra: seguridad social, democracia, nacionalizaciones. Aquella herencia ya fue maltrecha por Sarkozy. Si Francia hubiera continuado siendo gaullista, Europa se habría evitado la crisis libia de 2011, la crisis siria del mismo año, la crisis euro-rusa de 2014, la crisis de los emigrantes de 2015, etc. La traición de las élites francesas (periodistas y potencias económicas, y luego políticas, que fueron los primeros promotores del French bashing instaurado a partir de 2003, a raíz del rechazo francés a seguir a los americanos en Irak), tiene mucho que ver con el actual fracaso del proyecto europeo, con el hundimiento de la credibilidad de Europa en la escena internacional en la crisis en las fronteras de la UE, e incluso con la elección de Trump, porque una Europa más firme ante Estados Unidos habría evitado determinadas derivas americanas.

-¿Cuánto tiempo el sistema mayoritario y la alergia de una mayoría de franceses al Frente Nacional de la Sra. Le Pen continuarán impidiendo su victoria electoral en unas presidenciales?
-Creemos que por lo menos todavía cinco años. Y eso solo porque Fillon le ha robado protagonismo. Hace tiempo que analizamos que el riesgo en Europa es menos la victoria de candidatos populistas que la integración de las agendas populistas en los gobiernos. En Inglaterra, el UKIP ha ganado el referéndum pero es la derecha de los muy respetables Tories la que toma el poder. En Francia nuestro establishment ha inventado el impecable republicano Fillon. Los anticuerpos europeos contra las dictaduras son potentes pero la capacidad de las elites de traicionar a sus pueblos sigue siendo muy eficaz. Mientras la comunidad de los pueblos europeos no encuentre el medio de hacer sentir su voz directamente, es la era de los Petain, más que de los Hitler, la que comienza en Europa.
Fuente original:

http://www.lavanguardia.com/internacional/20161230/412976984957/marie-helene-caillol.html

martes, 20 de diciembre de 2016

Entrevista a Philippe Martínez, secretario general de la CGT francesa. “Estamos preparados para una nueva confrontación”.

El dirigente cree que la aplicación del programa de rigor que anuncia Fillon “será una catástrofe” que agravará la situación social en el país

Philippe Martínez (Suresnes, extrarradio de París, 1961) es el primer sindicalista de Francia. Secretario general de la CGT, el mayor sindicato francés, en primavera mantuvo un arriesgado pulso callejero de cuatro meses contra la reforma laboral del gobierno socialista. Aquello demostró que en el país con una de las tasas de sindicación más bajas de Europa (10%), la movilización social aún puede tener un vigor inusitado en Europa.

“Es diferente que en España. Aquí no hablamos de huelga general y sin embargo tenemos movilizaciones de calle, me parece, más importantes que en España”, dice este hijo de españoles republicanos con raíces en la montaña santanderina. Habla un poco español y dice conservar vínculos personales en España.
En España las huelgas generales suelen ser cosa de un día.
De un día y me parece que con menos gente movilizada… pero bueno son países diferentes, con leyes diferentes, relaciones sociales distintas y una historia diferente. Difícil de comparar.

¿Sobre todo porque Francia es un país mejor gobernado?
No sé. En cualquier caso algunas reformas se parecen. Pero ustedes tienen otra historia, los cuarenta años de franquismo. Nosotros no tenemos ese peso, aparte del periodo de la segunda guerra mundial...
Existe la impresión de que los españoles son un pueblo verbalmente muy rebelde pero de corto recorrido, y que, al final, son los franceses, más perseverantes en su exigencia, los que son más rebeldes.
No sé. Creo que cuando el franquismo se acabó hubo mucha ilusión en España sobre un cambio, pero el capital siguió allá, los intereses saben adaptarse muy bien según los gobiernos y siguen estando presentes. Luego estaba la ilusión europea. España prosperó con las ayudas europeas que favorecieron su integración, así que la experiencia de la joven democracia no es la misma que la de nuestra vieja República.

¿Ve inevitable un duelo derecha/extrema derecha en la segunda vuelta de las presidenciales francesas de mayo?
Es lo que dicen los sondeos, pero los sondeos se equivocan. Nuestro empeño es mostrar que se puede hacer otra cosa diferente a lo que se nos presenta como única vía. Demostrar que hay opciones, que puedes ir hacia la austeridad o hacia las alternativas sociales, pero con el cúmulo de problemas de nuestro país es seguro que el populismo con sus ideas simplistas contra el emigrante va a pesar mucho. Eso es algo recurrente.

¿Va a aumentar mucho la presión la victoria de Fillon?
Las cosas se van a agravar. Dice que hay que “trasladar la negociación a las empresas”, es lo mismo que la ley (laboral socialista) El Khomri, y cita el ejemplo del referéndum de la empresa Smart. No dice que ese referéndum dividió a los empleados, que los obreros votaron contra el alargamiento de la jornada de trabajo y los cuadros a favor. El resultado fue que no hubo acuerdo y que la dirección obligó a los trabajadores a cambiar su contrato de trabajo. Como Fillon no va a las empresas, no lo sabe. Se olvidó decir que con el aumento de la jornada las bajas por enfermedad se doblaron en la empresa, porque cuando se trabaja en condiciones difíciles eso tiene efectos en la salud. En definitiva, que incluso en las empresas en las que hay sindicatos cuando te dicen “si no aceptáis, cerramos”, la negociación es muy difícil. Si te dicen, “estás en plena forma, o te dejas cortar los dos brazos o te matamos”, bueno, pues prefieres el corte a morir… Y no hay sindicatos en todas las empresas. Pero Fillón quiere ir aún más lejos.

¿Qué consecuencias tendrá el recorte anunciado de 500.000 funcionarios?
Será la catástrofe. Por desgracia esa es la pregunta que los periodistas no le hacen. La realidad es que los funcionarios ya no pueden más, que no hay que suprimir puestos sino crearlos. Su solución es que trabajen más pero en los hospitales ya están al límite, que las bajas por enfermedad de las enfermeras -casi siempre son mujeres- están al límite. Allí, desde sus despachos, no tienen ni idea de la vida real de la gente. Y en la enseñanza, las clases están sobrecargadas. La educación debería estar sacralizada, darle todos los medios. No es un gasto, sino una inversión y lo mismo ocurre con la sanidad… Y luego, los servicios públicos son la garantía de que, vivas en la Creuse o en Paris, tienes los mismos derechos. Pero están reagrupando los servicios en las grandes ciudades, así que si vive en la provincia profunda el ciudadano deja de ser igual en la República, porque en Burdeos va bien, pero en la Creuse ya no hay hospital, cierra la oficina de correos, no hay internet… es el propio sistema lo que están poniendo en cuestión. Y siempre apoyándose sobre esa misma idea mentirosa de que los problemas de Francia son culpa de los asalariados que no trabajan suficiente, que son unos perezosos que ganan demasiado. Así se culpabiliza al pueblo y se añaden medidas que aún empeoran más su situación. Fillon miente cuando dice que han aumentado en un millón los funcionarios en las colectividades territoriales. ¡Y nadie le contradice!: lo que ha pasado es que han transferido funciones del Estado al poder local, y con ello los funcionarios. Es la cultura de la mentira.

¿Están dispuestos a una nueva confrontación?
Sí. Hemos entrado en una nueva fase en la que la ley laboral ha sido promulgada sin mediar voto, por imposición autoritaria. Pero llega a las empresas y hay resistencia. Se ve menos que cuando somos un millón en las calles, pero hay victorias. En Renault hubo huelgas la semana pasada porque la dirección quería un acuerdo de empresa para que trabajaran una hora más. Eso es la ley laboral ahora. También hay muchas huelgas en correos contra la supresión de carteros, que son funcionarios.
Pero el paquete que la derecha anuncia ahora va a ser mucho peor…
Fillon ni siquiera quiere leyes, lo que quiere son ordenanzas; escribo un texto, lo firmo y ni siquiera hay debate. Hay que convencer a la gente de que las cosas se pueden hacer de otra manera. Saldrá aún más gente a la calle.

¿Entre los políticos hay alguno que proponga hacer las cosas de otra manera? ¿No recomendarán un voto?
Nosotros no estamos para eso. Nos limitamos a proponer y luego veremos. Esa es la diferencia con España, Alemania o Suecia. En Francia somos independientes.

¿Incluso en una situación tan crítica como la que se les viene encima?
Nosotros hacemos propuestas y son los políticos los responden como quieren. La gente no es tonta, no necesita que la CGT le diga a quién votar. No nos corresponde a nosotros decir lo que hay que hacer, excepto en la cuestión del Frente Nacional. Es verdad que la derecha de Fillon culpabiliza a los extranjeros, pero el FN dice, “si tienes problemas es culpa de los inmigrantes”. Y eso es inadmisible.
El problema es que no solo Fillon, sino también Hollande demuestran que hay una “lepenización” de la política francesa. Es un proceso serio, ¿no?
Cuando todos corren tras el lobo, acaban legitimándolo. En eso somos intransigentes: el racismo es inadmisible. Nos hemos opuesto a la retirada de nacionalidad (a binacionales acusados de terrorismo, propuesta por el FN y asumida por el Presidente Hollande, que no logró su aprobación). La extrema derecha siempre ha estado presente en Francia y la CGT siempre se ha opuesto a esta división: el que trabaja a tu lado, siempre es un compañero y no alguien que te quiere quitar el trabajo aunque venga de muy lejos.

Hasta ahora el incremento del voto al Frente Nacional siempre ha sido contenido en Francia por el sistema proporcional y por la alergia que aún provoca la ultraderecha a una mayoría de los franceses.

¿Va a volver a funcionar esta póliza de seguro en 2017?
No estoy seguro. Es verdad que los otros partidos entran en el terreno del FN en lugar de proponer soluciones contrarias. Antes había una verdadera oposición alrededor de los valores fundamentales de la República. Hoy es el FN quien lanza las ideas y determina la polémica sobre los refugiados, por ejemplo. Es grave. Dicho esto, la democracia es el voto proporcional: no se lucha contra las ideas del FN con leyes y artificios electorales, la segunda vuelta y todo eso. Contra las ideas hay que luchar con ideas.

¿Se está yendo hacia una síntesis entre el programa neoliberal europeo y el populismo autoritario de los nietos de Pétain? ¿Podría ser ese el futuro?
¡Pero si el FN es neoliberal! Tanto Marion Marechal Le Pen como Florian Philippot proponen suprimir el impuesto a las fortunas, suprimir las cotizaciones sociales que son el fundamento de la solidaridad social en nuestro país. Todo eso no es para los pobres. ¡Es el programa de la gran patronal del Medef! Proponen, igual que Fillon, liberalizar el trabajo, dejar de molestar a los patrones para que puedan despedir como quieran. Así que el FN es económicamente un partido liberal. La diferencia es que además de eso ponen cosas como el cierre de las fronteras, que los demás imitan, y también la idea de que las elites son siempre los mismos, etc.

Ustedes son un sindicato de gente que trabaja,

¿qué hacer con la realidad social de la gente que no trabaja y que son la mayoría en los territorios abandonados de la República?
Somos la única central en la que hay parados sindicados y tenemos un colectivo que se ocupa de ello, de organizar a los que no tienen trabajo. No es fácil porque, por principio, no tienen vínculos sociales, se quedan en casa, en el barrio… Se les puede encontrar en las oficinas de empleo pero en ellas cada vez hay menos funcionarios que se ocupan de ellos y más ordenadores. Hay mucho trabajo que hacer porque nuestra vertebración es sobre todo la empresa y hay que actuar más en los barrios y con los precarios.

Ustedes proponen trabajar menos para trabajar todos, reducir la jornada de trabajo, pero en nuestra sociedad parece que el trabajo disminuye, se hace más raro,

¿qué piensa de la renta básica?
El trabajo no disminuye. Hay menos gente que trabaja, pero los que trabajan, trabajan más. Que la ley contemple la semana de 35 horas no significa que todo el mundo trabaje 35 horas. La media de trabajo en Francia es de 38 o 39 horas para los empleados y de casi 45 horas para los cuadros. Y eso sin contar el “trabajo invisible” de los fines de semana en casa, siempre localizables por ordenador y móvil… Por eso la CGT lucha por el derecho a la desconexión al salir del trabajo. La idea de trabajar menos es para hacer respetar colectivamente los horarios de trabajo, lo que abre posibilidades.

En el debate sobre la renta básica hay mucha confusión. Nosotros pensamos que el trabajo es estructurador en la vida, un lugar de socialización, de relaciones, algo que evita encerrarse y disolverse a la gente, siempre que las condiciones sean decentes. Por eso tenemos ciertas reservas sobre la renta básica. Eso no quiere decir que no haya indemnizar a quienes no tienen trabajo e incrementar el seguro de paro, pero hay que ir hacia el pleno empleo y no considerar que habrá menos trabajo y encontrar una fórmula para que la gente se quede en casa sin hacer nada. Hay un debate, pero la tendencia es esta: considerar que el trabajo estructura la vida de la gente, que hay que emanciparse, relacionarse e intercambiar con los otros.

¿Quiere decir que la renta básica sería renunciar a todo eso?
Sí. El problema hoy es que se sufre porque no se tiene trabajo, o porque se tiene demasiado trabajo. Por eso nuestra idea de ir a una semana laboral de 32 horas que meta a mas gente en el trabajo, que se les pague bien, porque eso estructura. Puede que una parte marginal de la sociedad no quiera trabajar, habría que verlo, pero a aquellos que no tienen trabajo hay que indemnizarlos porque no es por su culpa.

Casi toda la involución social que reciben en Francia está contenida en directivas europeas.

¿Es posible reparar esta UE o hay que derribarla?
Hay que repararla

¿Cómo reparar una estructura oligárquica, antidemocrática y al servicio del neoliberalismo?
Hay que inyectarle democracia

¿Cómo? ¿Con más soberanía nacional?
Dando más derechos a los ciudadanos
Pero el “ciudadano europeo” no existe. Hay el citoyen francés, el staatsbürger alemán, la mezcla de súbdito y ciudadano español, todos con un marco de referencia, una historia, nacional…
Hay que asociar los pueblos a la construcción europea para que den su opinión sobre lo que se discute en los despachos de Bruselas. Por ejemplo, nosotros en 2005 votamos contra el tratado y nos ignoraron…Debemos trabajar con nuestros homólogos en los demás países para ir a criterios comunes en materia de salario mínimo. No hay que privilegiar la competencia entre países, pero esta Europa se ha construido sobre la oposición de los pueblos. Yo trabajo en Renault que está implantada en Francia, España, Portugal y Eslovenia ¿Qué nos dicen?: “ustedes ganan más que los españoles, deben ponerse a su nivel”. Y a los españoles se les dice, “ganan más que los rumanos, pónganse a su nivel”. En lugar de tomar los mejor como criterio, se opone a un pueblo contra el otro. Así que aunque no estemos al mismo nivel, por lo menos necesitamos los mismos criterios en salario mínimo y jornadas laborales.

Pero eso quiere decir cambiar los tratados europeos, cambiar la estructura fundamental de Europa tal como la conocemos hoy,
de ahí mi pregunta sobre la reformabilidad cuando al frente del asunto están personajes como Juncker, Barroso o Draghi, unidos por Goldman Sachs…

Para reorientar la política europea hay que apoyarse sobre los ciudadanos, los asalariados y no sobre los comisarios. Todo depende de la correlación de fuerzas, de la movilización de los ciudadanos en la calle. Por lo menos en Francia las cosas se hacen así. Los políticos hacen las leyes, pero porque hay detrás trabajadores movilizados. En Europa hay que construir la solidaridad y hace falta que los sindicatos amplíen su visión. Nosotros proponemos criterios comunes en materia de salario mínimo en cada país, limitar el tiempo de trabajo, que la fiscalidad sea la misma porque es inadmisible que una empresa se establezca en Irlanda para no pagar impuestos.

El problema es que no existe una CGT europea…

Es usted pesimista.

Ustedes juegan un partido nacional en un terreno de juego que es, por lo menos, europeo.
Encuentro a muchos colegas europeos que comparten nuestras ideas y que reflexionan junto con nosotros sobre las alternativas. Creo que algo comienza a moverse lentamente…

¿Cuántas jornadas europeas de protesta han organizado?
No sé, pero no basta con que los sindicatos organicen cosas desde arriba sobre las que la gente no tiene ni idea.

¿Las cúpulas sindicales son problema?
Claro, los sindicatos funcionan igual que la política y que Europa, con los mismos defectos: personas, expertos, muy alejados de la realidad. El propio sindicalismo debe reflexionar y acercarse más a las enfermeras que a Juncker, por así decirlo.

Usted recibió mucha presión durante la protesta contra la reforma laboral.
Algo más que presión. El trato que recibió la CGT fue absolutamente escandaloso. (El presidente de la gran patronal, Medef, Pierre) Gataz nos trató de “terroristas” sin que nadie dijera, “cuidado que manifestarse y matar gente no es exactamente lo mismo”. Cuando el primer ministro y los medios de comunicación nos trataban de alborotadores violentos -a los que denunciábamos y que nos atacaron en las manifestaciones- porque un tipo encapuchado rompió los cristales de un hospital infantil, fue escandaloso. Vivimos bajo el único Estado de Emergencia de la Unión Europea. Tenemos militantes detenidos, arrestados con enormes peticiones de pena: se pide prisión con libertad provisional para un trabajador que tiró confetis en una reunión con los patrones. Un año. ¡Es escandaloso! Casi cada semana tenemos un sindicalista detenido como si fuera un delincuente.

En marzo-abril parecía que había cierto miedo, cierto nerviosismo en el gobierno, por la convergencia del sindicalismo con la Nuit Debout, el pseudo 15-M francés.
Intentaban oponer a la juventud con la CGT. Macron [ministro de Economía francés] era el especialista: “los jóvenes pasan de ustedes, quieren ser millonarios…” Sí, hay un miedo de que los sindicatos y la juventud dialoguen. Yo fui ha hablar a la Nuit Debout, no estábamos de acuerdo en todo. Creo que ese movimiento idealizó mucho a los indignados españoles.

Después de todo la juventud instruida francesa tiene mucho más futuro laboral y profesional que la española…
Para mi lo fundamental es que en Francia, aunque por todas partes se dice “hay que apañárselas solo”, aún hay una noción de lo colectivo. Se pueden tener problemas individuales, pero todavía está vivo ese reflejo de decir “juntos seremos más fuertes”. ¡Hasta los empleados de Uber han acabado creando su asociación! Permanece la idea de que la asociación es la mejor manera de defenderse y eso es interesante.

La conexión de los trabajadores con la Nuit Debout también fue interesante. Sin embargo, ni ellos ni ustedes tienen una conexión con el mundo de los extrarradios urbanos emigrantes, que concentran el grueso de la miseria y del abandono social en Francia.
Efectivamente: no construiremos nada desde arriba sin estar arraigados con la realidad de la vida de la gente. Hay que trabajar a nivel local. En Marsella por ejemplo, la CGT está implantada en los barrios, pero hay mucho por hacer, eso debería multiplicarse por cien para dar una esperanza a esa juventud. Debemos trabajar mucho antes de que esa fractura se haga irremediable. Están rompiendo la sociedad, pero la República es la solidaridad y el vivir en común.

Fuente:
http://www.lavanguardia.com/internacional/20161212/412546895096/entrevista-philippe-martinez-estamos-preparados-nueva-confrontacion.html

lunes, 12 de diciembre de 2016

El periodista Rafael Poch recuerda la desaparición de la URSS, 25 años después. “Fue la propia clase dirigente la que propició la disolución de la URSS”

"La lógica de la lucha por el poder de la estadocracia de Rusia determinó la disolución”, afirma.

Hoy [por el sábado 10 de diciembre] hace 25 años la Unión Soviética fue disuelta por sus propios dirigentes culminando una larga y sorprendente crisis. Con ese motivo La Marea publica una entrevista con el autor de este blog que aquí se reproduce.

Este mes se cumplen 25 años del fin de la Unión Soviética. Entonces eras corresponsal en Moscú, ¿cómo era el ambiente en Rusia?

Rusia no existía. Se vivía en la URSS, superestado a la vez cosmopolita –con un pluralismo civilizatorio inaudito- y uniforme, donde encontrabas el mismo sofá Schomberg, fabricado en la RDA, en un despacho de Ucrania Occidental y en un hotel de Kamchatka, a once usos horarios de distancia. El ambiente cambiaba con gran rapidez. En 1987 cuando llegué por primera vez como estudiante, era de expectativa. Los jóvenes solo pensaban en pantalones tejanos y en inocentes trapicheos menores. Los policías no llevaban pistola. En general, una sorda expectación por dejar atrás los agobios y miserias de la vida soviética de los sesenta y setenta, magistralmente descrita por José Fernández en “Memorias de un niño de Moscú” (Planeta 1999). Aún en 1988, mezclado con el generalizado cinismo, había esperanza en los cambios, pero se hacía sentir el impacto del desabastecimiento. El sistema había abierto la mano y dio lugar a una general relajación y caída de la disciplina, concepto económico fundamental en aquel universo. No se curraba. No había estrés laboral, pero se pasaba mucha penalidad por llenar la despensa. Había mucho sexo, pero pocas risas. En 1990 y 1991, sobre todo eso se impuso la extrañeza y la incertidumbre. En el ambiente juvenil de 1990 sonaba la inquietante música de Viktor Tsoi. Al calor del deshielo, los intelectuales habían girado en cuatro días desde una disidencia íntima, cobarde y secreta, perfectamente compatible con el conformismo, hacia una especie de estalinismo capitalista que loaba el radiante porvenir de la humanidad y el “regreso a la civilización”. Los dirigentes y cuadros del sistema más avispados se disponían a realizar la profecía de Trotski, formulada en 1936, que decía que la burocracia acabaría transformándose en clase propietaria porque, “el privilegio sólo tiene la mitad del valor si no puede ser transmitido por herencia a los descendientes” y porque, “es insuficiente ser director de un consorcio si no se es accionista”. Las loas a von Hayek de los intelectuales estalino-capitalistas estaban en sintonía con eso. Respecto al pueblo, sufría y despotricaba, desde ese lúcido e indigno anarquismo ancestral del siervo ruso. En las repúblicas la suma de casi todo lo expuesto desembocaba en el vector nacionalista. Liberadas del miedo, algunas de ellas, en el Cáucaso y en Asia Central, comenzaban a zurrarse con sus vecinas… Todo eso, envuelto en la enorme sensualidad rusa, en los secretos que se iban desvelando (creo haber sido el primer periodista europeo en llegar a la orilla del Mar de Aral, y uno de los primeros en acceder a la frontera chino-soviética o a Kamchatka), era, sencillamente, sensacional e irrepetible. Después de vivir aquello, cualquier aventura vital solo podía saber a poco.

Desde hace años proliferan los comentaristas que aseguran que el fin de la URSS era “inevitable”. Sin embargo, leyendo textos de la época parece que el fin de la URSS más bien tomó por sorpresa a casi todo el mundo.
Sin entrar en el complejo debate sobre las causas de su desaparición, ¿qué destacarías de este episodio tan importante?

La sorpresa vino de que nadie tuviera en cuenta el mencionado escenario de Trotski, es decir: que fuera la propia clase dirigente, la estadocracia, la que desencadenara y propiciara la transformación y la disolución. Aún hoy algunos despistados continúan achacando la disolución de la URSS a la presión de Reagan, al Papa Juan Pablo II y hasta a los nacionalismos que fueron su consecuencia. La simple realidad es que si la estadocracia, los propietarios del asunto soviético, hubieran querido, habrían podido mantener el sistema veinte o veinticinco años más con un ajuste andropoviano. Dentro de ese universo desencadenante, fue la lógica de la lucha por el poder de la estadocracia rusa la que determinó la disolución: llegó un momento en el que para que el grupo de Yeltsin conquistara el Kremlin había que disolver el superestado soviético. Así de banal fue la sorpresa.

En el centro de este drama se encuentra Mijaíl Gorbachov, cuya figura y legado son aún hoy objeto de una fuerte controversia no sólo en Rusia, sino en los países del antiguo bloque socialista y entre la izquierda europea.
¿Qué balance puede hacerse de los años de Gorbachov al frente del Kremlin?

Gorbachov era uno de los raros dirigentes que creía en el socialismo. No en el “socialismo soviético” heredero de una amalgama de Stalin y las experiencias de la guerra y la posguerra, sino en algo más genuino situado entre Lenin (léase como lo recuperable de la historia soviética) y la socialdemocracia europea. En un contexto de economía estatalizada eso arroja un resultado bien diferente al de, digamos, un SPD neoliberal. Lo intentó y fracasó. Su punto flaco fue haber subestimado dos cosas: el nivel de podredumbre de la estadocracia rusa y eso que llamamos imperialismo, es decir el dominio político y económico de las potencias fuertes sobre las débiles, que los occidentales aplicaron inmediatamente hacia la URSS/Rusia en cuanto percibieron sus dudas, debilidades y desbarajustes internos. Hay que decir que sin haber estado animado de ese optimismo, Gorbachov no habría emprendido nada. El mero intento fue un éxito humano, por más que el resultado haya sido bastante malo. Pero en ese resultado -una Rusia oligárquica y capitalista y una situación global que ni siquiera nos ha liberado del peligro nuclear y hasta de la guerra en Europa- la responsabilidad de Gorbachov va muy por detrás de la de otros. A mí, su gestión al frente del Kremlin me induce un gran respeto y asombro por el hecho de que un honesto muzhik de Stavropol llegara a ese mando con ideas y reflejos tan sanos. De puertas adentro, Gorbachov ofreció lecciones a su pueblo –como la transferencia de su poder de autócrata a cámaras representativas- que éste no comprendió porque no estaba preparado para ellas y que contradecían radicalmente la lógica histórica del poder moscovita. De puertas afuera ofreció acabar con la guerra fría y el arma nuclear, abriéndole la puerta a un siglo viable en el que la cooperación internacional abordara los grandes retos globales. Occidente prefirió omitir esa oportunidad para meterse en la utopía monopolar, comenzando por el desastroso y criminal intento de dominar por completo el Oriente Medio, es decir un más de lo mismo. Así nos va. El actual Imperio del caos no es, en absoluto, responsabilidad del idealismo de Gorbachov que ha sido un gran hombre del Siglo XX.

Frente a Gorbachov se encuentra otra figura no menos controvertida, la de Borís Yeltsin. ¿Qué papel jugó en todos estos acontecimientos?

Fue un hombre mucho más limitado, un vulgar secretario regional del partido de provincias que llegó casi por casualidad al poder central moscovita propiciado por Gorbachov. También fue un oportunista valiente que se la jugó para ascender. Su propio primitivismo, su clásica relación (autocrática) con el poder, le hizo ser mucho más comprensible que Gorbachov para la población. Toda su intuición, sentido de la oportunidad y luego el apoyo de Occidente, no le habrían servido de nada si Gorbachov hubiera sido un autócrata como él y le hubiera enviado de embajador a Mongolia. Fue un dirigente ideal para dirigir la época turbulenta en la que los cuadros cambiaron poderes administrativos por acciones y capitales. En su ocaso, intentó remediar el fiasco que resultó, poniendo a un guardia civil al mando del asunto. Putin es eso. Otra cosa es el papel de Rusia en el mundo, la importancia capital de su contrapeso, pero de eso no hablamos aquí.

También has sido durante seis años corresponsal en China, donde desde hace décadas existe un “socialismo con características chinas”.
¿Qué impacto tuvo la desintegración de la URSS y cómo reaccionó el Partido Comunista Chino?

La debacle soviética fue observada con extrema atención en Pekín. Los dirigentes chinos fueron directamente al meollo del asunto: la degeneración burocrática de la estadocracia. Su discusión interna ha girado mucho alrededor de eso que identifican como el motivo principal. Poco después de mi llegada a Pekín, el Comité Central del PC chino distribuyó una serie documental sobre la implosión soviética, de visión obligatoria para decenas de miles de sus cuadros. Fue “top secret”. Si alguien le pasaba el disco a un corresponsal extranjero se le caía el pelo. Solo llegué a ver la carátula del disco, pero me enteré de lo muy atinados que eran los mensajes que contenía aquella serie. La crisis de la URSS era un tema del que se podía hablar sin tapujos. Du Shu, una de las revistas intelectuales chinas más interesantes, ciertamente no oficial, publicó un artículo mío dedicado a la comparación entre Rusia y China que se encuentra fácilmente en la red (Rusia y China comparadas). Más tarde, mi propio libro La Gran Transición. Rusia 1985-2002, editado por Planeta Critica, fue publicado por una de las principales editoriales universitarias de China con un gran tiraje. Significativamente, no omitieron nada sobre la degeneración de la clase dirigente, la corrupción, etc. Lo único que censuraron por completo fue el capítulo dedicado a la guerra de Chechenia, seguramente por analogía con la situación en Xinjiang… Es solo un ejemplo personal, si se me permite, del interés suscitado. Naturalmente, que hagan un buen diagnóstico de los problemas del vecino y que intenten lanzar campañas contra la corrupción, que fortalezcan la supremacía del Partido sobre las fuerzas financieras, etc., no les inmuniza contra crisis similares ni contra grandes convulsiones sociales. Cuando en marzo de 2012 se produjo la caída de Bo Xilai, no pude evitar pensar en que quizás habían detectado en él a una especie de “Yeltsin chino”. La historia sigue su camino…

Los think tank occidentales aseguran desde hace años que Vladímir Putin busca reconstruir la Unión Soviética. ¿Qué hay de cierto en esta afirmación?

Es una bobada lamentable, pero nada sorprendente si sabes cómo suelen trabajar esos centros a sueldo del establishment. Hace poco se supo que hasta expertos del Cidob, un centro de relaciones internacionales de Barcelona, recibieron dinero de Soros para confeccionar una lista de periodistas que no sintonizan con el punto de vista de la OTAN sobre lo ocurrido en Ucrania… Es muy cutre.

Putin intenta restablecer la potencia rusa dentro de lo posible. Ese es su principal delito. Eso es lo que explica que sea el centro de todos los ataques. Los derechos humanos, el estilo autocrático y todo eso les importa un rábano. Están viendo una Rusia que sube, que se atreve incluso a discutirles militarmente en Ucrania después de veinte años metiéndolo el dedo en el ojo al oso ruso, que toma irritantes iniciativas en Siria, donde solo los aviones rusos matan a niños en Alepo (y exclusivamente en el sector Este de la ciudad, dominado por nuestros ambiguos socios). En el marco de todo eso, Moscú intenta organizarse un entorno económico y político estable, organiza unos medios de comunicación globales que han mejorado mucho y que compiten con la propaganda de los occidentales. Esto último provoca llamadas a asfixiar a esos medios, tan vergonzosas como la última resolución del Parlamento Europeo… De todo eso surge la leyenda “imperialista” de Putin. La simple realidad es que ni Rusia ni China son países agresivos en política exterior. No buscan la hegemonía mundial y si les dejan su diplomacia contribuirá a un mundo menos peligroso. Es algo que salta a la vista a cualquier observador independiente.

Actualmente eres corresponsal en Francia. Hemos visto hace poco imponerse en las primarias de Los Republicanos a François Fillon, partidario de una política de rapprochement con Rusia. Marine Le Pen o el Frente de Izquierdas apuestan más o menos por lo mismo. Y lo mismo ocurre en Moldavia o Bulgaria.
¿estamos asistiendo a un cambio de la política europea hacia Rusia?

La Unión Europea está en el centro de una crisis descomunal. La integración del Este ha sido un fracaso. Hoy ese espacio es periferia subordinada más parecida al estatuto que tenía en el periodo de entreguerras que al que tenía bajo el yugo soviético, cuando sus productos (desde los ordenadores hasta el mencionado sofá Schomberg) eran el top de la calidad y la modernidad en el bloque. En la Europa del Sur toda la magia del sueño europeo también ha desaparecido: la UE ya no significa más democracia y prosperidad, sino lo contrario, austeridad e imposición involutiva. En el centro, la pareja franco-alemana está en pleno divorcio no reconocido. Francia en el papel de mujer maltratada y Alemania como macho dominante. Pero lo más grave es que nada de todo esto es reconocido oficialmente por los políticos (e incluso por los periodistas) de Bruselas. Hemos tenido el Brexit, el referéndum de Italia, asistimos al regreso generalizado de los nietos de Pétain, Horthy, Pilsudski, Mussolini y demás (los de Franco nunca se fueron del todo), pero en Bruselas hay una máquina con treinta años de inercia incapaz de cambiar de rumbo. Al final creo que lo máximo que serán capaces de proponer será la “lepenización de Goldman-Sachs”. La crisis de la UE comienza a tener un caótico tufillo verdaderamente soviético. Y al mismo tiempo, por debajo de la mesa, en los estados mayores del norte se sueña con una Kerneuropa, una Europa matriz luterana sin los meridionales… Todo esto es grandioso.

Sí, es verdad, en ese contexto hay ciertos cambios y ciertas gesticulaciones. Respecto a Fillon, si su gaullismo no alcanza para referirse a este pastel en la UE, creo poco en su capacidad de cambiar las cosas hacia Rusia u Oriente Medio. De todas formas cierto avance del sentido común francés es ineludible gobierne quien gobierne. De momento Fillon aún no ha ganado las elecciones. En el pantano europeo, Francia es terreno frágil. 
Fuente:

http://www.lamarea.com/2016/12/10/rusia-fue-la-clase-dirigente-la-propicio-la-disolucion-la-urss/

jueves, 1 de diciembre de 2016

Una patera llamada "Manolito". Cuando Bretaña dio cobijo a 21.000 refugiados españoles

La Vanguardia

Mercantes destartalados repletos de gente desesperada arribaban a los puertos bretones: era 1937 y eran refugiados españoles.

Durante el verano y parte del otoño no cesaron de llegar barcos. Pequeños mercantes destartalados, pesqueros que eran como cáscaras de nuez repletas de desgraciados que huían de la guerra. No eran sudaneses, ni sirios, ni era el Mediterráneo en Lampedusa o las Canarias. Era el Atlántico, en 1937, en los puertos bretones, y a bordo de aquellos barcos iban nuestros abuelos: hombres, mujeres y niños, mareados y exhaustos, que huían de la guerra.

Con apenas capacidad para diez personas, el pesquero Manolito llegaba al puerto bretón de Lorient el 20 de octubre, procedente de Avilés con 55 ocupantes, entre ellos 29 carabineros. Seis días antes, el carguero Bromo, repleto de refugiados, entre ellos 50 autoridades locales: jueces, diputados, alcaldes, policías… Santander había caído en agosto, Gijón en octubre, antes el País Vasco. Sólo en la jornada del 26 de agosto, 51 pesqueros, algunos apenas en condiciones de navegar, llegaban a La Rochelle. Entre junio y septiembre de 1937 llegaron a Francia unos 125.000 españoles. En 1939 el éxodo adquirió dimensiones de varios centenares de miles.
Cuando Bretaña dio cobijo a 21.000 refugiados españoles
En ese éxodo 21.000 personas llegaron a Bretaña entre 1937 y 1939, una ola sin precedentes en los siglos XIX y XX en esa región bastante cerrada en sí misma, hostil a toda guerra y aún traumatizada por las carnicerías de 1914-1918. La historiadora Isabelle Le Boulanger, del Centre de Recherche Bretonne et Celtique de Brest, ha investigado a lo largo de más de tres años todo lo que aquel movimiento poblacional dejó en papel: 104 legajos conservados en los archivos de los cinco departamentos bretones, la prensa de la época y documentos como los diarios del escritor bretón Louis Guillot, responsable del Socorro Rojo en aquella zona. El resultado ha sido el libro L’exil espagnol en Bre tagne, 1937-1940 (el exilio español en Bretaña).

La analogía con los dramas y vergüenzas de la Europa actual se hace irresistible. “Hoy se nos anuncia la llegada de 600 migrantes a Bretaña: no son nada comparados con los 15.000 refugiados españoles llegados en febrero durante la retirada, y no debería suscitar debate –dice–. Cuando un pueblo huye de la guerra, nuestro deber es acogerlo, Francia debe estar a la altura de su reputación de tierra de asilo”.

La prensa de derechas sonaba entonces terrible: “Todos los españoles son más anarquistas que republicanos y sobre todo ahora, cuando la Guerra Civil desencadena terribles instintos a ambos bandos, ya no son más que bestias feroces ejercitadas en la masacre, la violación y el pillaje que llegan con las manos llenas de sangre y el alma llena de rabia”, anunciaba La Dépêche de Brest, el 3 de octubre de 1936. Pero la República francesa, que a diferencia de la Alemania y la Italia fascistas abandonó militarmente a sus parientes políticos españoles, cumplió con su deber de acogida.

“En 1937, el gobierno del Frente Popular fue muy favorable a los refugiados españoles, hizo el máximo para acogerlos de la mejor manera posible”, explica Le Boulanger. “La situación se deterioró tras la caída del Frente Popular en abril de 1938, el nuevo gobierno radical era muy anticomunista y no mostró gran empatía hacia los republicanos españoles”. Después del 10 de mayo de 1940, los propios franceses del nordeste fueron refugiados ante el avance alemán, “se les dio prioridad y los españoles pagaron el precio”. Respecto a las organizaciones de izquierda –más las comunistas que las socialistas–, “aportaron a los refugiados todos los productos que no podían ser asumidos por las subvenciones del Estado (200 millones de francos al mes en 1939); vestimenta, calzado, productos de higiene, material de puericultura, etcétera. También organizaron colonias de vacaciones para los niños. En esa asistencia también participaron sectores católicos”, explica la historiadora, que resume así en su libro la actitud general: “Frente a una minoría activa y solidaria por convicciones políticas o religiosas, una mayoría silenciosa y pasiva manifiesta, pese a todo, poca hostilidad a su presencia”.

En 1939, la guerra de España ha acabado. Mientras la máquina de fusilar trabaja a pleno rendimiento en España, la propaganda franquista también: “Nuestro país está abierto a todos los españoles que no tienen ningún crimen que reprocharse (…) nadie cree en la leyenda de la represión española”, señala una proclama del gobierno fascista publicada en L’Ouest-Éclair el 13 de septiembre. Ante las presiones para que regresen a su país, los refugiados aducen tres razones para no hacerlo: miedo a las represalias, búsqueda de parientes en Francia o en su país y espera de noticias de aquellos para decidirse, y en tercer lugar deseo de quedarse por considerar que no tienen futuro en España y por ser en Francia las condiciones de vida más favorables.

En general los prefectos tienen en cuenta la pertenencia de un refugiado a un partido político republicano para excluirlo de la lista de repatriados. Le Boulanger ha encontrado lo que califica de “desgraciadas excepciones”. Por ejemplo, el caso de un abogado de Izquierda Republicana que alega que sus bienes han sido confiscados por los franquistas. En una demostración de ignorancia o mala fe, el prefecto anota en su dossier que “su profesión de abogado le protege y debe por tanto regresar a su país”, como si la España de los sumarísimos y de los fusilamientos fuera un Estado de derecho.

Un interno en el campo de Gurs (Pirineos Atlánticos) lo explica así: “No hace falta haber cometido crimen alguno para ser condenado a muerte por los pistoleros fascistas, basta con haber defendido una causa que no es la suya; mi propia mujer sufriría represalias por mí en caso de ser trasladada a España, pues la justicia de los fascistas alcanza también a los familiares”.

Conforme se acerca la guerra contra Alemania, aumenta la presión y la arbitrariedad contra los refugiados españoles. En noviembre se suspenden los subsidios a hombres, aunque se mantienen para niños, ancianos y mujeres. Ya cerca de la Segunda Guerra Mundial y ante los agujeros laborales que crea la movilización, la repatriación se suaviza. Al final, los que quedan son los más marcados políticamente, que serán los primeros en comprometerse en la resistencia contra los alemanes, que en Francia no adquirirá verdadera significancia hasta 1943.

Sobre la memoria histórica en España, la historiadora formula algo parecido a un amargo pero realista epitafio: “Es necesario constatar que, en el periodo de transición que siguió a la dictadura, la paz representó en la sociedad española un valor más grande que la libertad y la democracia, de la misma forma en que el bienestar ha prevalecido sobre la justicia”.

Fuente:
http://www.lavanguardia.com/internacional/20161124/412124156694/refugiados-espanoles-bretana-1937.html


FATIMA TLR CAST HD from Surtsey Films on Vimeo.